Capítulo 1

«Qué alivio estar en casa».

Mallory Trent salió del ascensor en la planta cincuenta y tres del Edificio Hamilton situado en el Loop de Chicago y miró con expresión cariñosa la placa de latón que había junto a las sólidas puertas dobles de nogal. Ponía Sensuous, Inc., y debajo de eso, Departamento Legal. Después de la experiencia horrible de la que acababa de escapar, esa placa parecía una bienvenida a las nacaradas puertas del Cielo.

La horrible experiencia había tenido lugar en St. John's Island en el Caribe. Algunas personas podrían considerar que cinco días allí representaban unas vacaciones. Al parecer, algunas personas disfrutaban quemándose bajo el sol, viendo escorpiones y teniendo arena en los pies todo el día. Ella no era una de esas personas. Se sentía más feliz en el trabajo. No le importaba sentir el viento helado que soplaba a través del Lago Michigan. Tenía una buena calefacción que la mantenía abrigada. Y podía comprar mangos y piñas en el supermercado. Y tenía Sensuous, la empresa de cosméticos cuyas oficinas llenaban las últimas cinco plantas del edificio y que representaban su Cielo en la tierra.

– Hola, Cassie -saludó a la primera de sus compañeras con la que se cruzó en el vestíbulo.

Cassie, una mujer bonita de piel suave, con un cabello negro lustroso y ondulado, y capaz de abrir cajas selladas con su lengua afilada, la miró con sus ojos oscuros y asombrados.

– Al fin has vuelto -susurró-. A Bill está a punto de darle un ataque.

– Si no tenía que regresar hasta… -comenzó Mallory.

– Luego -cortó Cassie, apresurándose-. He de averiguar si está en el edificio.

– ¿Quién? ¿Bill? Imagino que está… -pero le hablaba al aire; y acercándose a ella desde la dirección de Cassie, vio a Ned Caldwell, otro de los miembros intermedios del equipo que proporcionaba asesoría interna a Sensuous. Ned era lo opuesto de Cassie, un hombre con gafas que hablaba de forma pausada y se tomaba tiempo para reflexionar. La vio, aminoró el paso y se dirigió hacia ella con una expresión cada vez más fúnebre.

– Si es algo serio -murmuró-, hazme saber cómo puedo ayudarte.

– Ayudarme… -pero también él siguió de largo con inusual velocidad, como si Mallory transmitiera un virus fatal. Contuvo el impulso de regresar a su apartamento, tomarse dos aspirinas y presentarse en las oficinas al día siguiente. Pero siguió hacia su despacho y observó con cautela a la ayudante administrativa, cuyos servicios compartía con Cassie y Ned-. Buenos días, Hilda -saludó con firmeza, retando a la mujer a comentar algo fuera de lo corriente.

– ¡Has vuelto! -exclamó Hilda en un susurro alto, llevándose una mano a su amplio pecho-. Bill Decker quiere verte de inmediato.

– ¿Cómo sabe que estoy aquí? -fue la respuesta de Mallory-. ¿Y por qué susurramos?

Hilda alzó un poco la voz.

– No lo sabe. El viernes llamó cada treinta minutos para preguntar si ya te había localizado, y cada treinta minutos le recordé que estabas de vacaciones, y… y… ¡mentí! -puso los ojos en blanco-. Le dije que te habías negado a revelarme dónde se te podía localizar.

– ¡Hilda! -no le extrañó que Bill estuviera histérico-. ¡Él sabe que yo jamás, jamás, haría eso!

– Sólo quería que tuvieras unas vacaciones por una vez en la vida… -sonó el teléfono-. Oh, diablos, apuesto a que es él otra vez.

Hilda jamás juraba. «¿Qué es lo que pone tan tenso a todo el mundo?»

– Sí, señor Decker -Hilda había recuperado la calma tras el pequeño exabrupto-. Ella, ah, ella… -miró a Mallory.

Ésta asintió.

– Dile que acabo de llegar. Dos días antes -añadió, sin poder contenerse.

– Estará allí en breve -al cortar, miró a Mallory-. Quiero que sepas… -volvía a susurrar- que estoy de tu parte, pase lo que pase.

Mallory apretó los labios, enderezó los hombros, recogió su agenda electrónica y tiró del bajo de la impecable chaqueta del traje negro. Avanzó por el pasillo en dirección al despacho del jefe del departamento legal, Bill Decker, con el porte seguro de una aristócrata. En ese caso, podía parecer que la aristócrata iba camino de la guillotina, pero si su cabeza rodaba, su pelo brillaría con buena salud y luciría un corte reciente. Moriría con la agenda en la mano y las uñas perfectamente cuidadas.

Por el modo en que se comportaban sus compañeros, sólo podía inferir que había hecho algo terrible, desastrosamente mal. Algo cuya naturaleza ni siquiera podía adivinar.

Quizá estuviera a punto de que la despidieran. Durante un segundo, eso la frenó en seco. De todas las cosas que había imaginado que podían sucederle, que la despidieran figuraba al final de su lista.


– Al fin has vuelto.

Bill Decker, que debería de estar contento de verla, frunció el ceño.

– He vuelto dos días antes -era algo que consideraba que no debía dejar de repetir. No tenía derecho a esperarla antes del miércoles. Estaban a lunes, el lunes después del día de Acción de Gracias, un lunes que había planeado pasar tumbada en la playa… hasta que descubrió lo enloquecedoramente aburrido, improductivo e ineficaz que era eso. Incluso había pagado cien dólares a la compañía aérea por el privilegio de regresar antes.

El gesto impaciente de la mano de él le impidió deletreárselo.

– Sensuous está en serios problemas -anunció-. El caso Verde es más de lo que podemos llevar nosotros. Hemos contratado un asesoramiento externo. El bufete al que hemos recurrido es Rendell & Renfro, y a un joven abogado llamado… -calló para alzar un auricular-. Nancy, ¿está Compton en el edificio hoy?

Mallory sintió un escalofrío helado subirle por la espalda, congelando la sonrisa evasiva que exhibía en la cara.

– Pídele que venga un momento -dijo Decker.

¿Podría haber más de un Compton en Rendell & Renfro?

La voz de Decker pareció reverberar por la bruma que había en su mente.

– Como iba diciendo, el caso lo va a llevar Carter Compton. Tengo entendido que es un poco canalla -emitió una risita indulgente-. Va a Nueva York a machacar a los testigos de los demandantes. Consideramos que era una buena idea tener una mujer en su equipo, y desde luego tú eres la elección idónea. Ah, aquí está.

A pesar de sus esfuerzos, Mallory no estaba preparada para que Carter Compton entrara por esa puerta. El corazón le martilleó. La boca se le resecó. Necesitó toda su energía para ponerse de pie.

– ¡Mallory! Es estupendo saber que vamos a trabajar juntos -con un destello de dientes blancos, Carter avanzó y en vez de estrecharle la mano, enlazó los dedos con los de ella.

La intimidad del contacto le provocó una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Era un hombre con presencia, un hombre poderoso, alto y musculoso, y la mano era grande y cálida, con dedos largos y anchos. La invadieron recuerdos de su legendaria fama de donjuán. Habían ido juntos a la facultad de Derecho, habían estudiado juntos, trabajado juntos en la revista de Derecho. De hecho…

Ese recuerdo que llevaba años bloqueando se precipitó a la primera fila de su mente. Antes de los exámenes del segundo semestre, Carter y ella habían pasado una noche juntos estudiando en el apartamento de él… y no le había hecho ninguna insinuación.

– ¿Dónde has estado todo este tiempo? -preguntó él-. Nunca te veo.

La miró desconcertado y ella se preguntó cuánto tiempo llevaba mirándolo, boquiabierta y con los ojos desorbitados.

– He estado aquí -repuso, recuperando la mano-. Ocupada.

En el pasado, el pelo oscuro de él había estado largo y rebelde. Durante los últimos años, cuando lo había visto de lejos en las fiestas de trabajo, para escapar de inmediato al rincón opuesto de la sala, había notado que lo llevaba corto. Cada año vestía de manera más elegante. En ese momento, llevaba un traje gris marengo con rayas finas y una impecable camisa blanca. Una corbata negra y un pañuelo blanco almidonado en el bolsillo de la pechera completaban el aspecto refinado. Había progresado mucho de los vaqueros y las cazadoras que había lucido en sus tiempos de estudiante.

Qué sexy había estado con aquellos vaqueros ceñidos. Sintió que un peso ardiente descendía hasta su centro a medida que la imagen se cristalizaba en su mente.

Lo que no había cambiado en absoluto era el índigo brillante de sus ojos, con el borde de pestañas largas y densas. Con esos ojos centrados en ella, reconoció las otras cosas que no habían cambiado. Aún lo deseaba, con toda la sofisticación de una colegiala sumida en su primer enamoramiento.

Al darse cuenta de que volvía a mirarlo con fijeza, el calor ascendió a su cara.

– Y supongo que voy a estar más ocupada -deseó que su voz sonara ecuánime v firme-. Pero aún no estoy segura de que sea un hecho consumado que vayamos a trabajar juntos.

Bill rió.

– Lo es en lo que a mí se refiere. Sentaos, los dos. Trazaremos los planes ahora mismo.

Mallory se dejó caer sobre su silla.

– Me halaga que se me pregunte, desde luego -le dijo a Bill-. He dedicado bastante tiempo al caso. ¿Has dicho que vamos a tomar las declaraciones en Nueva York?

Si iba a trabajar codo a codo con Carter, ¿cómo iba a lograr mantener las manos alejadas de él? ¿Cómo iba a poder trabajar en un estado de continua excitación?

– Sí.

Mantendría el control. Tenía que hacerlo.

Resultaría demasiado humillante hacerle insinuaciones y ser rechazada, y mucho más humillante que ni siquiera se diera cuenta de que se insinuaba.

– ¿Cuándo nos vamos? -necesitaba un poco de tiempo para controlar la situación.

– Mañana -indicó Bill.

– Oh, mañana -con enorme alivio, vio una salida-. Pues yo no puedo.

– ¿Por qué no? -Decker frunció el ceño.

– Acabo de regresar, puedes imaginarte cómo tengo la mesa después de unos días fuera del despacho -miró a Carter, quien al fin se había sentado, reduciendo el impacto físico.

– Hilda puede encargarse de tus papeles. Solucionado.

– Hilda no puede ocuparse del caso de la patente Thornton -aseveró, aferrándose con desesperación a su última tabla de salvación-. Redactar ese sumario es la máxima prioridad que tengo. No querrás que deje en la estacada al departamento de Desarrollo de Productos -miró otra vez a Carter.

Tenía una ceja enarcada.

– Patentes -Decker descartó el tema con un gesto de la mano-. Cassie puede escribir ese sumario.

Carter asintió.

Mallory consideraba a Cassie como una de sus mejores amigas, pero era altamente competitiva. Podía imaginar lo contenta que se iba a poner cuando se enterara de que le habían dado uno de los restos de su trabajo.

– Eso no sería justo para ella. Dije que yo…

– Mallory -la voz de Decker adoptó un nuevo nivel de autoridad.

– ¿Sí, señor? -tragó saliva.

– Te necesito en Nueva York. ¿Estás diciendo que no vas a ir?

– No, señor. No es eso lo que digo -no pudo evitarlo. Su temprano entrenamiento le había enseñado a diferenciar a los generales de los soldados rasos.

– Bien -dijo-. Entonces, arreglado.

– ¿Dónde vives? -preguntó Carter. Era lo último que había esperado.

– Ah. Yo, mmm, vivo, ah… -sin duda sería capaz de recordar su dirección. Al final pudo darla.

– Pensaba que podríamos ir juntos al aeropuerto, pero me desvío mucho de tu dirección. ¿Te parece bien que quedemos en la puerta de embarque? Mi secretaria ha hecho las reservas. Tu ayudante puede llamarla y apuntar los detalles.

– Puerta de embarque -Mallory tartamudeó, asintiendo.

Un adiós rápido a Bill, una sonrisa a ella y desapareció. Mallory se reclinó en el sillón. Bill exhibía una expresión satisfecha. -Sabía que tú eras la persona adecuada para el trabajo.

– ¿Por qué? -suspiró.

Le sonrió con expresión radiante.

– Eres inmune a los encantos masculinos de Carter Compton. Puedo confiar en ti. En cualquier parte. Con cualquiera -adelantó el torso y su rostro rebosó sinceridad-. Puedo leer a una persona como si fuera un libro, y acabo de verlo, mientras charlabas con Compton. Tus colegas te consideran una abogada, no una mujer.

– Un gran cumplido -musitó con labios fríos-. Gracias otra vez, Bill -se puso de pie-. Estaré preparada para salir mañana.

De camino a su despacho, pensó: «Bill también lo vio. Carter no me ve como una mujer». Encendida de pronto por la frustración, aceleró el paso y abrió la puerta que daba a su despacho, donde encontró a Hilda, Cassie y Ned esperando.

– ¿Qué ha pasado? -preguntaron al unísono.

– ¿Te ha despedido? -añadió Ned, con una expresión adecuadamente lúgubre.

– ¿Has averiguado qué hace aquí? -todos sabían a quién se refería Cassie.

– ¿Debería pedir cajas para desalojar tu despacho? -inquirió Hilda con voz ansiosa.

Aún aturdida, miró a uno y a otro.

– No, Hilda, deberías llamar a la secretaria de Carter Compton para conseguirme un billete de avión -oyó el jadeó de Cassie, pero continuó-: Va a encargarse del caso Verde. Bill me ha mandado ir a Nueva York con él a interrogar a los testigos del demandante.

En el silencio atronador, los ojos de Cassie se abrieron mucho mientras la boca se cerraba en una línea fina.

– ¡Te odio! -gritó-. Me moría, moría, por ese caso -entró en su despacho, del que de inmediato llegaron los sonidos de objetos que golpeaban la pared.

– Llévate preservativos suficientes para un par de días -sugirió Ned, que desvió la mirada de la puerta de Cassie para clavarla en la cara de Mallory-. Carter es el donjuán del siglo xxi, una leyenda. ¿Sigues tomando la píldora?

– No abras las rodillas -indicó Hilda, encogiéndose cuando los sonidos de los golpes incrementaron su volumen.

Como a cámara lenta, miró primero a Ned y luego a Hilda.

– Veréis -comentó con la serenidad de alguien completamente aturdida-, por eso me envía Bill. Porque no necesito la píldora y tampoco voy a necesitar los preservativos. Mis rodillas ya están permanentemente cerradas. No soy una mujer. Soy una abogada.

Entró en su despacho y cerró la puerta justo a tiempo de ver cómo el diploma enmarcado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago se soltaba del gancho por el impacto de lo que hubiera tirado Cassie contra la pared divisoria. El cristal se fragmentó en pedazos pequeños.

Abrió la agenda electrónica y apuntó en su lista de cosas para hacer: Enmarcar diploma.


Carter regresó a la biblioteca del departamento legal con un estado de ánimo reflexivo. Le alegraba mucho que Mallory fuera con él a Nueva York. Con ella en el trabajo, no tendría que dedicar la mitad del tiempo a un intercambio de estocadas sexuales, como le sucedería con la mayoría de las mujeres.

Empezaba a cansarse de eso, empezaba a desear algo real, a pensar en sentar la cabeza. Con Paige, quizá. Bueno, no, Paige, no. No algo a largo plazo. Hasta un fin de semana largo parecía excesivo.

Había eliminado a Diana el fin de semana anterior.

Andrea, entonces. Mmmm. Nunca había terminado por conectar con ella, nunca había llegado a sentir que hablaban el mismo idioma.

Lo dominó un inaudito estado de insatisfacción. Salía con docenas de chicas, y docenas más deseaban que las hubiera invitado o aceptado sus invitaciones apenas veladas. Una de ellas tenía que ser la idónea.

Mientras tanto, le encantaba su trabajo, y ese era el caso más descabellado con el que jamás se había topado. Sólo pensar en él le aligeró el ánimo. Su nombre correcto era Kevin Kingston et al contra Sensuous. Informalmente, lo llamaban el caso Verde, porque el último mes de marzo unas cien mujeres y algunos hombres habían intentado teñirse el pelo con Sensuous Flaming Red, y a cambio se lo habían teñido, junto con todo lo demás que la solución había tocado, de un verde guisante, tal como lo describía el sumario.

No les pareció que fuera gracioso. Tenía que cerciorarse de no transmitir ni un atisbo de que a él sí le resultaba gracioso. Desde luego, Mallory no lo consideraría divertido. Podría contar con que ella lo ayudaría a mantener la expresión seria.

Podía contar con ella para todo, tal como había hecho en la facultad. Aquella ocasión en que habían estudiado toda la noche… algo en su cabeza había hecho clic y al final había encajado. Había requerido un trabajo arduo, pero aquella noche había logrado que su expediente cambiara de tendencia.

Se había sentido muy tentado de acabar la noche con Mallory en su cama, al menos para tener a esa mujer alta y esbelta en brazos y darle un beso que dijera: «Gracias, y reunámonos alguna vez». Un beso que hiciera que ella quisiera que se reunieran alguna vez.

¿Por qué no lo había hecho?

Lo que había pasado era que se había concentrado en los estudios, que había sacado la segunda mejor nota de aquel examen. Mallory, por supuesto, había sacado la mejor.

Había olvidado lo bonita que era con esos ojos azul verdosos y ese increíble pelo rubio plateado.

Su tiempo era demasiado valioso para desperdiciarlo de esa manera. Había estado pensando en el caso, que era lo único en lo que podía permitirse pensar hasta alcanzar un acuerdo. Sensuous había retirado del mercado todo ese lote de tinte al recibir la primera queja, y había enviado a abogados a negociar generosas indemnizaciones con los primeros quince o veinte de los primeros cientos de clientes insatisfechos. Por desgracia, un par de ellos había encontrado una abogada ambiciosa, o al revés, que había conseguido reunir a todos para que presentaran una única demanda. No iban a conformarse con un tratamiento para el pelo, una manicura semanal, fregaderos nuevos, paredes repintadas y un cambio de suelos. Iban detrás de todo lo que tenía Sensuous.

Y todo porque un aburrido empleado de la cadena de montaje había decidido que sería divertido añadir un tinte verde permanente a un lote de tinte en honor del Día de San Patricio.

Su primera prioridad era evitar que el caso llegara a los tribunales, que era una de las ironías de ser un abogado litigante. Se esforzaría al máximo en convencer a esos demandantes de pelo verde guisante de que unas manicuras semanales y unos fregaderos nuevos era la única compensación que necesitaban.

– ¿Señor Compton?

Alzó la vista para ver a una de las pasantes de la empresa en la puerta de la biblioteca.

– Sé que tiene autorización para acceder a los ficheros del caso Verde en nuestra red, pero le he hecho una copia en CD por si se encuentra en alguna parte sin conexión con la red -las manos de la joven temblaron al entregarle el disco.

– Gracias -dijo, poniéndose de pie y ofreciéndole una sonrisa. Durante un segundo, temió que fuera a desmayarse. Pero ella logró mostrar cierta ecuanimidad y devolverle la sonrisa, antes de agitar las pestañas y mover las caderas de forma seductora al salir de la biblioteca.

En la puerta se detuvo, le dedicó más caídas de ojos y dijo:

– Me llamo Lisa, y si hay algo más que pueda hacer para ayudarlo, o si necesita a alguna pasante en Nueva York…

Era la historia de su vida. No podía evitarlo. No era nada que hiciera adrede. Algún elemento químico en su cuerpo… en realidad, testosterona, debió de tener una filtración durante su nacimiento y había estado manando de él desde entonces, atrayendo a mujeres como el alcohol a las peleas.

Si pretendía sentar la cabeza, tenía que cerrar esa filtración. Debía volverse irresistible sólo para una mujer. No había mejor momento que ése para ponerlo a prueba. Se preguntó qué podría decir que no dejara ninguna duda en la mente de Lisa de que no iba a convocarla para ir a Nueva York a pasar un fin de semana desenfrenado. Y mientras él reflexionaba y ella esperaba, se le ocurrió una idea brillante.

– Gracias, Lisa -dijo-. Le pasaré el ofrecimiento a Mallory Trent. Ella va a necesitar mucho respaldo del departamento.

Se sintió aliviado al oír que el tono sensual desaparecía de la voz de la joven.

– Desde luego -liberó el cuerpo de la posición con la espalda arqueada que hacía que tanto los pechos como el trasero sobresalieran al mismo tiempo-. Estaré encantada de proporcionarle a Mallory la ayuda que necesite.

Cuando se marchó, cerrando de un portazo, Carter sintió que había hecho progresos. Mientras regresaba a su despacho elegante en Rendell & Renfro, pensó que había descubierto que era rentable tener a una mujer en su equipo, la cual podría establecer interferencias entre otras mujeres y él.

Durante la estancia en Nueva York, Mallory sería un muro estupendo.

Por supuesto, no quería quedar bloqueado por completo. En su agenda tenía a varias mujeres que vivían en Nueva York. Y cuando las viera, determinaría si podría tener una relación estable con alguna. Arreglaría las citas con un par de ellas en ese mismo instante, antes de que se le olvidara.

Llegó al edificio, firmó el registro y subió a su despacho. Era una pena que las demandantes no tuvieran el cabello de Mallory. Nadie con un cabello como el de ella querría teñírselo de rojo.

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