Liz se movía con inquietud en el asiento del pasajero de la furgoneta. Junto a ella, Maggie Sullivan conducía por el trayecto desde el hotel hasta el orfanato.
– ¿Nerviosa? -le preguntó la trabajadora social de Portland con una sonrisa alegre.
– Sí, mucho.
– No tienes por qué. Lo único que va a ocurrir hoy es que podrás pasar un rato con Natasha. Si la conexión todavía está ahí y sigues queriendo adoptarla, entonces seguiremos adelante con el proceso. Si no, podrás marcharte.
Liz se quedó mirando a Maggie.
– ¿Alguien lo hace?
Maggie, una mujer rubia, guapa y muy agradable, sonrió.
– Normalmente no.
– Estoy deseando llevarme a Natasha a casa.
– Entonces, haremos que suceda.
Liz lo esperaba con todas sus fuerzas. El proceso de adopción extranjero había sido muy largo, tanto como para que ella hubiera tenido tiempo más que suficiente como para estar segura de lo que hacía. Su única preocupación era ser una buena madre.
Tras ella, la pareja que iba en el asiento trasero charlaba en voz baja. Liz había conocido a los Winston la noche anterior, en el hotel. Maggie había organizado una cena privada para que los futuros padres se conocieran. Había en total, ocho parejas aparte de Liz. Al ser la única madre soltera, Liz se había sentido ligeramente fuera de lugar.
Había demasiada gente que iba emparejada, pensó con ironía. Una vez más, se veía nadando contra corriente. Claro que en aquella ocasión, David estaría esperándola en el orfanato.
Sonrió al recordar lo asombrado que se había quedado cuando ella le había pedido que la acompañara. Ella también se había quedado atónita cuando había aceptado. ¿Tendría algún interés en Natasha, o simplemente estaría siendo amable? Liz no estaba muy segura de que le importara. En aquel momento aceptaría todo el apoyo moral que pudiera conseguir, incluso el que se prestara con reticencias. Además, estar con David no le resultaba nada difícil. Sólo el hecho de estar en la misma habitación que él conseguía que sus hormonas se pusieran a bailar y a saltar.
Cuando llegaron al orfanato, la aprensión de Liz se transformó en impaciencia. Después de cinco semanas, iba a ver a Natasha de nuevo. ¿Cuánto habría crecido la niña? ¿Cuánto tiempo les llevaría crear lazos?
Liz entró al vestíbulo del edificio seguida por los Winston y por Maggie. Había varias personas frente al mostrador principal, pero a Liz se le fue la vista hacia la derecha, hacia un hombre que estaba apoyado en la pared. Cuando la vio, David se irguió y se acercó a ella. A Liz le dio un brinco el corazón. Él sonrió y le dio un beso en la mejilla.
– Te brillan los ojos -le dijo-.Y por algún motivo, no creo que sea por verme a mí.
– En parte, es por ti -respondió Liz- y en parte es por la niña.
– Si tengo que quedar en segunda posición, aceptaré que sea a causa de la relación con tu hija.
Maggie se acercó a ellos y Liz hizo las presentaciones.
– Eres de la familia Logan, ¿verdad? -le preguntó Maggie a David, mientras se estrechaban las manos-. Acompañé a tus padres en su último viaje a Rusia. Son una gente maravillosa.
– Gracias -respondió David.
– ¿Señorita Duncan?
Liz se volvió hacia el sonido de la voz y vio a una adolescente en el pasillo.Tenía el pelo largo y oscuro y unos ojos muy grandes. Era muy guapa, aunque estaba muy delgada. Liz buscó su nombre en la memoria y sonrió.
– ¿Sophia?
La adolescente sonrió con timidez y bajó la cabeza.
– Sí. Hola.
Tenía un fuerte acento ruso, pero su inglés era claro y correcto. Además, lo único que Liz sabía decir en ruso era da y nyet, así que no estaba en posición de quejarse.
– Aún estás aquí -le dijo a la muchacha, mientras se acercaba a ella. David y Maggie se quedaron atrás-. No sabía si seguirías en el orfanato.
Sophia se encogió de hombros.
– Me gusta trabajar con los bebés y aquí me dejan hacerlo.
– Eres una voluntaria asombrosa.
Liz había conocido a Sophia durante su visita anterior. La adolescente aparecía todos los días para ayudar en el cuidado de los bebés. Liz no sabía mucho de su familia. Maggie le había dicho que los empleados pensaban que ella misma era huérfana y que se sentía acogida en el orfanato. Nadie sabía adonde iba por las noches ni cómo se mantenía, pero era muy buena con los niños y el orfanato necesitaba toda la ayuda posible.
– ¿Qué tal está Natasha? -preguntó Liz.
– Bien. Grande -dijo Sophia y sonrió-. Hace mucho ruido.
A Liz se le encogió el corazón.
– ¿Como si estuviera intentando hablar?
La adolescente asintió.
– Muchos niños se han puesto enfermos, pero Natasha no. Ella es fuerte. Ella…
Sophia se dio cuenta de que David se acercaba a ellas y se quedó petrificada. Liz los presentó rápidamente y mencionó que David trabajaba en la embajada estadounidense. Sophia se relajó un poco cuando él la saludó en ruso. Liz suspiró. Si hubiera sabido que algún día adoptaría a una niña rusa, habría prestado más atención cuando su abuela intentaba enseñarle el idioma.
– Bueno, ¿estás lista? -le preguntó Maggie.
Liz asintió y la asistenta social la condujo hacia la guardería. Mientras se acercaban a la cuna de Natasha, atravesando una estancia llena de niños, Liz no podía pensar ni respirar. El corazón le latía más y más deprisa. Por fin, divisó a una pequeña morena que sonreía alegremente mientras observaba un móvil de colores que estaba colgado sobre su cabeza.
– Natasha -susurró Liz, mientras se acercaba a la cuna y dejaba caer el bolso al suelo. Sonrió ante aquellos ojos enormes, las mejillas regordetas y la boquita perfecta.
– ¿Cómo está mi niña? ¿Cómo está mi pequeña?
Liz se acercó lentamente a la cuna para no asustar a Natasha y la tomó en brazos. Su olor le resultó tan familiar como su rostro. Sí, había crecido, pero Liz la habría reconocido en cualquier lugar.
– Natasha, he vuelto.Te dije que volvería y aquí estoy.
Sabía que lo más probable era que el bebé no la entendiera ni la recordara, pero Natasha no se retorció ni se quejó. Se relajó en brazos de Liz, como si notara que todo iba a salir bien.
Liz oyó pasos. Se volvió y vio a David y a Sophia caminando hacia ella. La expresión de la adolescente se volvió un poco tensa, como si estuviera incómoda. Posiblemente fuera toda aquella emoción norteamericana, pensó Liz irónicamente. Extraños abrazando a bebés como si de ellos dependiera su vida. Sin duda, la muchacha pensaría que eran muy extraños.
– La has cuidado muy bien -le dijo Liz.
Sophia asintió y salió de la estancia. David se acercó a ellas.
– Así que ésta es la afortunada niña que se va a casa contigo -dijo-. Es una belleza.
– Lo sé.Y es muy lista.
Él sonrió.
– ¿Y cómo lo sabes?
– Por instinto.
Liz se rió mientras lo decía. David dirigió la mirada desde su rostro hasta el bebé que tenía en brazos. Él no sabía mucho de niños y aquélla era muy parecida a todos los demás que él había visto. Lo que la hacía especial era el amor que se reflejaba en los ojos de Liz.
Hasta aquel momento, él no había entendido bien aquella decisión de adoptar una niña. Liz era una mujer joven y sana. Entonces, ¿por qué no había pensado en tener un bebé propio? Sin embargo, viéndola con la niña, David supo que estaba perdida. Fueran cuales fueran las razones por las que Liz hubiera ido allí, había tomado la decisión de enamorarse de Natasha.
¿Era aquello lo que ocurría con una adopción? ¿Tomaban los padres la decisión consciente de abrirles el corazón a los niños? Él nunca había pensado así de aquel tipo de relación. No se le había ocurrido que pudiera elegirse amar a un hijo. ¿Era aquello lo que había ocurrido con los Logan cuando habían decidido adoptarlos a su hermana y a él?
– Estoy temblando -dijo Liz y sonrió-. Lo sé, lo sé. Pensarás que estoy loca.
– No. Creo que Natasha es una niña muy afortunada.Tú la quieres con toda el alma. Se nota.
– ¿De verdad? -Liz le lanzó una sonrisa espléndida-. Es cierto. Espero que ella también lo sepa. ¿No te parece que está estupendamente? La han cuidado muy bien.
– Sophia me ha estado contando que ella atiende a tres bebés, incluida Natasha.
– Lo sé. Es una muchacha muy especial. Maggie me ha contado que es una de las mejores voluntarias. Apareció hace tres meses y comenzó a ayudar.
Liz abrazó a Natasha suavemente y le hizo cosquillas en la barriguita.
– ¿Cómo está mi niña? Ríete un poco para que yo te vea.
Natasha emitió un gritito y comenzó a dar pataditas.
David miró la hora.
– Tengo que volver a la oficina.
Liz alzó la vista hacia él.
– Muchísimas gracias por haber venido. Sé que ha sido un poco raro y demasiado pedir y te lo agradezco de verdad.
– De nada. Me alegro de haber conocido a la niña -dijo David y le acarició el pie a Natasha-. ¿Cuándo conseguirás la custodia oficialmente?
– A partir de mañana se me permite llevarla y traerla al hotel. Después de eso, comienza todo el papeleo y las legalidades.
– Así que esta noche la vas a echar de menos.
– Probablemente.
– ¿Y qué te parece distraerte un poco? Podríamos cenar juntos.
Liz suspiró.
– Me encantaría, pero no puedo prometerte que sea la mejor compañía. Quizá esté un poco nerviosa por la adopción.
– Eso no importa. Quizá yo pueda quitarte las cosas de la cabeza.
David había querido que aquello sonara despreocupado y estaba pensando más en la conversación que en la cama, pero al oírlo, Liz abrió mucho los ojos y se ruborizó.
Al instante, David notó un rayo de calor que le atravesaba el cuerpo.
Liz carraspeó.
– Eso sería… eh… estupendo.
– Iba a ofrecerme a hacer la cena, pero quizá deberíamos salir a cenar por ahí -dijo él. Sería mucho más seguro para los dos estar en público, pensó.
– ¿Sabes cocinar? -le preguntó Liz, sorprendida.
– Cocino muy bien. De hecho, hay muchas cosas que hago bien.
Sus miradas se quedaron atrapadas. La necesidad creció hasta que llenó la gran habitación y amenazó con conseguir que ambos perdieran el control. David la deseaba con una desesperación asombrosa. Si hubieran tenido un mínimo de privacidad y tiempo, le habría hecho el amor en aquel momento.
Pero las circunstancias no se lo permitían y Liz tenía a la niña en brazos. Aquello era claramente, un impedimento.
– Deberíamos salir -repitió David, en el mismo momento en que Liz decía:
– Iré a tu casa.
Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire.
Lo que él quería hacer y lo que debía hacer eran dos conceptos que se enfrentaban en su cabeza.
Se sacó un trozo de papel del bolsillo y escribió su número de teléfono.
– Llámame a la oficina -le dijo, mientras le metía el papel en el bolso-. Si quieres salir, conozco algunos restaurantes muy buenos. Si quieres que nos quedemos en casa, cocinaré.
Entonces, sin poder evitarlo, tuvo que rendirse. Se inclinó hacia ella y la besó.
– Llámame -le dijo después, mientras acariciaba a Natasha en la mejilla y les sonreía a las dos.
– Lo haré -prometió Liz.
David salió de la guardería, más que satisfecho al notar que con aquel beso, la había dejado casi sin aliento.
David llegó a su despacho a tiempo para asistir a la reunión informativa semanal con sus empleados. Recogió los expedientes sobre los diferentes casos en los que su departamento estaba trabajando en aquel momento y se dirigió hacia la sala de juntas. Mientras caminaba, se apartó a Liz de la cabeza. No podía dejar que ella lo distrajera, aunque fuera la mejor clase de distracción que hubiera tenido nunca.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, la mayoría de sus empleados le había informado de lo que estaba ocurriendo en Rusia y en los demás países de la antigua federación soviética. Ainsley Johnson habló en último lugar.
– Ha desaparecido otro niño de otro orfanato -dijo-. El número quince durante los pasados doce meses.
David abrió el expediente sobre el mercado negro de niños. Aunque no tenían jurisdicción para investigar el suelo ruso, tenían la teoría de que la mayoría de los niños iban a parar a Estados Unidos.
– Siempre ocurre lo mismo -continuó Ainsley-. Los bebés están sanos, son demasiado pequeños para ser adoptados oficialmente y desaparecen de sus cunas como por arte de magia. Todos tienen entre dos y ocho semanas y son tanto niños como niñas -añadió y sacudió la cabeza-. Pero ahí terminan las coincidencias. Han sido robados en diferentes orfanatos y en diferentes ocasiones. Ninguno de los empleados de los orfanatos desaparece de repente, ni nadie tiene dinero extra. Los intrusos son estrechamente vigilados. Entonces, ¿quién lo hace?
David se dio cuenta de que ella no preguntaba por qué. El motivo estaba claro: por dinero.
Pensó en Natasha y en Liz. No quería que aquello les sucediera a ellas.
– ¿Ninguno de los bebés estaba en proceso de adopción?
Ainsley sacudió la cabeza.
– No. Lo habrían estado si hubieran sido un poco mayores, pero ninguno había avanzado mucho en el proceso. Ningún posible padre los había visitado, si es eso a lo que se refiere.
Él le dio el nombre de un par de contactos.
– Es posible que sepan algo.
– Gracias, jefe.
Cuando terminó la reunión, David volvió a su despacho. Por el camino, iba pensando en los bebés secuestrados. ¿Estarían comprándolos parejas desesperadas que no podían conseguir un hijo de ninguna otra manera?
Desde aquel pensamiento, no tardó mucho en llegar a Liz y al breve beso que se habían dado en el orfanato. No recordaba la última vez que alguien le hubiera gustado tanto. Claramente, había una fuerte química entre ellos.
Dividido entre lo que quería y lo que era correcto, pensó en retirar su ofrecimiento de cocinar aquella noche. Tenía el presentimiento de que si ella aparecía en su casa, no iban a conseguir cenar.
– Soy una boba -dijo Liz, mientras se secaba las lágrimas de las mejillas.
– Mañana volverá a verla -le dijo Sophia mientras caminaban hacia las escaleras.
– Lo sé. Es sólo que estoy aquí y quiero llevármela ahora. Detesto la idea de que pase otra noche aquí sola.
La adolescente se quedó mirándola fijamente.
– ¿Quiere al bebé?
Liz se secó una lágrima y asintió.
– Más de lo que puedas pensar -dijo. El dolor que sentía era cada vez más intenso-. Intento consolarme pensando que sólo serán unas cuantas horas más y que después podré llevármela a casa y nunca nos separaremos.
A la salida del orfanato, Liz se detuvo y miró la fachada del edificio gris.
– Estará bien, ¿verdad? -preguntó con desesperación-. ¿No creerá que la he abandonado?
Los grandes ojos de Sophia tenían una mirada solemne.
– Estará aquí mañana por la mañana y pronto usted se la llevará a América y le dará una buena vida. Mucha gente viene y se lleva a los bebés a una vida mejor. Es así, ¿verdad?
– Eso espero.
Sophia sonrió ligeramente y después esperó con Liz al taxi al que había llamado la muchacha. Liz había pensado en volver al hotel a refrescarse un poco, pero de repente, estaba impaciente por llegar a casa de David.
Le entregó a Sophia el trozo de papel con la dirección de David, que le había pedido cuando lo había llamado un rato antes. La adolescente se la dio al taxista y le dio también unas cuantas instrucciones.
– La tarifa está ya convenida. No le pague más -le dijo Sophia a Liz.
– Gracias. Hasta mañana.
Sophia se despidió de ella y se apartó del taxi. Liz se metió al asiento trasero y cerró la puerta. Veinte minutos después, llegó al elegante edificio donde vivía David y llamó al portero automático.
– Hola -saludó David, segundos después-. Pasa al portal. Yo bajaré ahora mismo.
El timbre de la puerta sonó y Liz entró en el edificio.
Después de un par de minutos, oyó pasos en el mármol del suelo y se volvió. David bajaba por las escaleras curvas y se acercaba a ella. Le tomó las manos y la miró a la cara.
– Has estado llorando. ¿Qué ha pasado?
– Nada, nada. No quería dejar a la niña. Sé que es una tontería. Natasha ha vivido en ese orfanato desde que su madre la abandonó, hace casi cuatro meses. Estará bien. Sólo tengo que esperar hasta mañana, lo sé. Pero no quería.
Él la abrazó y le dio un beso en el pelo.
– No es una tontería. La quieres y quieres estar con ella.También estás cansada del viaje y además, estás en un lugar extraño. Todo esto acaba pasando factura.
– Eres muy razonable -le dijo ella, abrazándolo con fuerza.
– Razonable, encantador y un gran anfitrión. Vamos arriba y te enseñaré la casa.
– De acuerdo.
De mala gana, Liz lo soltó. David la rodeó con un brazo y la acompañó al ascensor. El viejo mecanismo se puso en marcha y subieron al quinto piso. Allí entraron al espacioso piso. Tenía techos muy altos y molduras de madera en las paredes.
– Es precioso -le dijo ella, observando las antigüedades y los muebles-. ¿Lo has decorado tú mismo?
– No, no. Lo alquilé amueblado. Tiene unas vistas preciosas, el precio está bien y está muy cerca del trabajo. ¿Qué te apetece tomar? ¿Un vodka, una copa de vino?
– Me apetece un vino, gracias.
Los dos fueron a la cocina y allí David le sirvió una copa de vino blanco. Ella le dio un sorbo.
– ¿Te sientes mejor?
– Es posible que necesite dos copas para alegrarme -respondió Liz, con un suspiro-. Lo siento. No estoy siendo una compañía muy alegre.
– ¿Prefieres dejarlo para otro momento?
– Prefiero quedarme. ¿Lo soportarás?
– No eres difícil.
De repente, la tensión estalló. Ella lo agradeció, no sólo porque era una distracción, sino también porque era parte de su relación con David.
– Entonces, ¿qué soy?
– No me lo preguntes.
– ¿Por qué?
– Porque los dos sabemos lo que ocurrirá.
– ¿Qué soy?
– Una fantasía.
– No sé si estaría a la altura de eso.
– ¿Quieres intentarlo?
Ella sonrió.
– Oh, sí.