– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Liz, tan sorprendida como encantada.
– Me dijiste que ibas a traer a Natasha al hotel y pensé que quizá necesitaras algo de apoyo moral -le contestó él. Agarró la sillita con una mano y con la otra, le abrió la puerta para que pasara-. Parece que además, necesitas un animal de carga.
Ella entró en el vestíbulo del hotel. Estaba emocionada. Era la primera vez que alguien hacía por ella algo tan maravilloso como aparecer justo cuando más lo necesitaba. Sobre todo, después de lo que había ocurrido la noche anterior.
– Pero nosotros… -comenzó a decir. Sin embargo, miró a su alrededor y se dio cuenta de que había más parejas con sus hijos.
Maggie se acercó a ella.
– Has venido en la segunda furgoneta. ¿Ha ido todo bien? -le preguntó, sonriendo-. Parece que sí, porque estás aquí.
– Más o menos -admitió Liz-. Ya estoy reventada.
– No te preocupes, estarás bien. Tienes el número de mi habitación, por si acaso tienes preguntas o necesitas apoyo.
Liz asintió.
– Si todos los padres tienen tu número de habitación, no vas a dormir mucho esta noche.
– Es uno de los riesgos del trabajo -dijo Maggie y miró a David-. Parece que tú lo tienes todo controlado.
David sonrió.
– He venido a ofrecer músculo, no ayuda con la niña. No sé nada de bebés.
– Liz -dijo Maggie, riéndose-, este hombre necesita un cursillo básico.
Liz pensó que ella también lo necesitaba, pero en vez de decírselo a la asistenta social, se despidió de ella y se dirigió junto a David al ascensor. Natasha se había tranquilizado y estaba mirando a su alrededor con curiosidad.
Subieron hasta el piso de Liz y David la siguió hasta su habitación. Liz abrió la puerta y le cedió el paso para que entrara con la sillita de Natasha.
La habitación era grande y luminosa, con ventanas orientadas al sur y un pequeño rincón perfecto para la cuna, que ya estaba situada allí. Había montones de pañales preparados en el escritorio, con toallitas de bebé y latas de leche en polvo. Había también un hornillo y una cacerola para calentar los biberones.
– Has venido bien preparada -dijo David, mientras posaba la sillita con cuidado en una butaca.
Liz dejó el bolso y la bolsa con las cosas de Natasha en el suelo.
– Todo, incluidos la cuna y el hornillo, nos lo proporciona Children's Connection a los padres adoptivos. También los pañales y la leche en polvo. Es lo que está acostumbrada a comer, para que no se ponga mala del estómago. Yo tengo una marca que he traído de Estados Unidos. La iré mezclando poco a poco con la que ella ha estado tomando. ¡Ah! Y también he traído comida para bebés. Los europeos, normalmente, comienzan a darles a los bebés comida sólida mucho antes que nosotros. Claro que, en Francia, los niños de seis años toman vino con la cena, así que hay diferencias culturales que… -Liz se interrumpió, se quitó el jersey y suspiró-. Estoy divagando.
– Estás nerviosa.
Ella asintió y lo miró a la cara.
– No puedo evitarlo. Anoche todo fue estupendo, pero extraño.Yo normalmente no…
– Yo tampoco -dijo él. Se acercó a ella y le puso las manos en los brazos-. Ocurrió y después los dos tuvimos dudas.
– Y por eso salí corriendo -murmuró Liz-. No es precisamente un signo de madurez.
– Yo he aceptado lo que hicimos y cómo reaccionamos. ¿Podrás aceptarlo tú también?
Por supuesto que podía, sobre todo porque le gustaba mucho la sensación que le producían los dedos de David en la piel y cómo le sonreía.
Liz asintió.
– Bien -dijo él y le devolvió la sonrisa-. He pensado que podría quedarme un rato y darte apoyo. Sólo como amigo -añadió y alzó ambas manos en un gesto de rendición-. Esto no es un intento sutil de llevarte a la cama otra vez.
Ella se sintió aliviada, pero también ligeramente decepcionada.
– Si lo fuera, no se podría considerar muy sutil -comentó. Después miró a la niña y suspiró de nuevo-. Me vendría muy bien tener apoyo moral. Estoy aterrorizada. Tener a un oficial del gobierno de Estados Unidos a mi lado hará que me sienta mucho mejor.
– Será mejor que me quede extraoficialmente.
– ¿Por qué?
– Menos papeleo.
Liz se rió.
Después, prepararon el biberón de Natasha entre los dos y Liz se sentó cómodamente en una butaca con la niña. La boquita del bebé se cerró al instante sobre la tetina.
– Me han dicho que come muy bien -dijo Liz mientras observaba cómo bebía su hija-. Tengo cereales para darle después.
Él miró el montón de pañales.
– El hecho de que Children's Connection te haya proporcionado todo esto ha debido de facilitarte mucho hacer el equipaje.
– Pues sí, mucho. Había oído historias terroríficas de padres que habían viajado al otro lado del mundo para recoger a su hijo y sólo tenían permitido llevar una maleta.Y en esa maleta tenían que llevar todo lo necesario para el niño. De esta forma yo tenía sitio para traer ropa para Natasha y juguetes.
Liz lo miró. Tener a alguien cerca hacía que se sintiera mucho mejor que estando sola, pero sabía que no tenía derecho a pedirle que se quedara con ella indefinidamente.
– David, no tienes por qué quedarte.
– ¿Me estás echando o estás dándome una excusa para marcharme?
– Te estoy dando una excusa.
– ¿Y si quiero quedarme?
A ella se le alegró el corazón.
– Me encantaría.
Poco después de la medianoche, David se estiró en la cama y atrajo a Liz hacia él. Los dos estaban vestidos y acostados sobre la colcha. Era su concesión al hecho de mantener las cosas en el plano de la amistad.
Sin embargo, no servía de mucho. David la deseaba igual con ropa que sin ella y teniendo en cuenta que Liz no dejaba de levantarse y acercarse a la cuna para comprobar que Natasha seguía dormida, él pensó que no era el único que se sentía inquieto.
– Tienes que dormir -le dijo-. De lo contrario, mañana estarás exhausta.
– No puedo. Tengo que estar segura de que Natasha está bien. Además, tú también estás despierto. ¿Tienes que estar alerta para salvar al mundo?
– Tengo personal que me ayuda en la tarea.
Ella se acurrucó contra él.
– Debe de ser agradable. Cuéntame cosas de tu trabajo. ¿Qué es lo que haces, en realidad?
Él pensó en aquella pregunta.
– Me ocupo de resolver problemas. Algunos son sencillos y otros más complicados. Los rusos son muy orgullosos y como a la mayoría de la gente, no les gusta que los extranjeros se entrometan.
Ella alzó la cabeza y lo miró.
– Me has dicho más o menos nada.
– Pero ha sonado muy bien.
– Eres un Logan. ¿No te presionaron para que entraras en el negocio familiar?
– Mi padre tenía esa esperanza -dijo él con una risa suave-, pero los ordenadores nunca fueron lo mío.
– Supongo que tener tantos hermanos y hermanas te ayudó. Tuviste menos presión de la que habrías tenido que soportar si hubieras sido hijo único.
– Exactamente. Pero yo soy el más guapo de todos.
– De eso estoy segura. -Liz sonrió y volvió a apoyar la cabeza en su hombro-. Siento lo de anoche. Fue embarazoso.
– Sí, es cierto. Ninguno de los dos esperaba que sucediera eso. Yo de veras tenía pensado hacer la cena.
– Lo sé. Pero somos como un combustible cuando tenemos algo de intimidad. Siempre pienso, que si hubiéramos tenido más tiempo y privacidad, nos habríamos convertido en amantes hace cinco años -dijo Liz.
David asintió. En cuestión de horas, ella había pasado a importarle más que cualquier otra mujer.
– Quería que vinieras a Moscú conmigo -admitió él-. Lo cual era una locura. Así que no te lo pedí.
– Yo habría venido -dijo ella-. Me ofrecí, ¿te acuerdas?
– Sí. Pero tu vida habría sido muy distinta.
– Creo que sí. No habría tenido éxito, pero te habría tenido a ti.
– Si hubiera funcionado.
– Lo habríamos conseguido -dijo ella, con una seguridad que él envidió.
Liz estaba hablando sin conocer la verdad sobre él. Sobre quién era. Liz lo juzgaba basándose en lo que había visto hasta aquel momento, pero si supiera lo que había en su pasado, todo lo que había tenido que superar, cambiaría de opinión. Y él no la culparía.
– Y aquí estamos ahora -dijo Liz-. En la habitación de un hotel con un bebé.
– La mayoría de la gente sólo quiere una habitación con baño.
Ella se rió.
– Habla en serio.
– Hablo en serio. Bueno, ahora duérmete -susurró él-. Yo vigilaré a Natasha.
Aquello sí podría ofrecérselo. Hacer guardia. Mantenerla a salvo hasta que volviera a casa.
Aquella noche, un teléfono sonó en un pequeño piso de Moscú. El hombre que respondió estaba sentado en la oscuridad y la lumbre de su cigarrillo resplandeció cuando le dio una profunda calada.
– Sí -respondió Vladimir Kosanisky.
– Estamos listos.
Lo oyó tan claro que le pareció que el americano al que Kosanisky conocía como Stork estaba en la otra habitación, en vez de al otro lado del globo.
Kosanisky miró su cigarro.
– ¿Se ha transferido el dinero?
– Sí, acabo de hacerlo. ¿Recogerá usted al bebé?
– Mañana.
– Bien. La pareja ha pagado mucho por esa niña. No queremos decepcionarlos.
– No, no queremos -convino Kosanisky-. Confirmaré el depósito por la mañana y después recogeré a la niña. El plan del viaje ya está ultimado. Estará con ustedes en menos de veinticuatro horas.
Le dio la información del vuelo. Stork la repitió y después colgó el teléfono.
Kosanisky colgó también y miró la colilla de su cigarrillo.
Robar bebés era mucho más beneficioso que robar radiocasetes estéreo.
El médico le dio unas palmaditas en la barriguita a Natasha.
– Está muy bien -dijo, con un fuerte acento ruso-. Buenas respuestas, alerta -añadió. Tomó su cuaderno de datos y lo abrió-. La presión sanguínea es correcta. Es muy pequeña, así que usted se evitará todos los problemas de desarrollo que pueden tener los niños huérfanos.
Maggie le lanzó una mirada a Liz. La asistenta social había estado intentando calmar los miedos de Liz sobre el examen médico, pero Liz estaba muy nerviosa. No quería que nada interfiriera con el proceso de adopción. Quería llevarse a Natasha a casa.
Mientras el médico firmaba los certificados, Liz le puso a Natasha su camisa y su jersey. La niña estaba muy despierta y contenta y se reía mientras Liz le hacía cosquillas en los pies.
– Has sido muy buena -le susurró Liz mientras la tomaba en brazos-. ¿Ves? El doctor no da miedo. Ha dicho que estás muy sana y eso está muy bien.
Maggie recogió los certificados y acompañó a Natasha y a Liz al pasillo.
– Tú eres la última de todos los padres de hoy -le dijo-. Hasta el momento, todo va muy bien para vosotras dos. Estoy muy contenta.
– ¿Normalmente hay problemas? -preguntó Liz, mientras caminaban hacia la guardería.
– Puede haberlos. Si el niño tiene algún problema médico, las cosas se pueden ralentizar. Otras veces, es posible que facilite la adopción, pero no todos los padres están dispuestos a responsabilizarse de esa carga. Después, hay que resolver el asunto de la burocracia, la vista en el juzgado, ese tipo de cosas. Pero yo auguro un camino fácil para ti y para Natasha.
Liz lo esperaba con todas sus fuerzas. Todavía estaba luchando contra el desfase horario y en aquel momento tenía que añadir una noche de insomnio al estrés. No había sido culpa de la niña, que no le había dado ni un solo problema. Era ella misma la que se había mantenido despierta, preocupándose y comprobando que Natasha estuviera bien. David se había quedado con ella hasta el amanecer y aunque Liz había conseguido dormitar un poco en sus brazos, no se sentía descansada en absoluto.
Sin embargo, pensar en David y en lo amable que había sido le producía un cosquilleo en el estómago. No estaba segura de por qué se habría molestado en quedarse con ella, pero le estaba muy agradecida.
– Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? -le preguntó a Maggie.
– Papeleo -respondió la asistenta social con una suave carcajada-. Hay que conseguir cientos y cientos de papeles. En vuestro caso, Natasha fue abandonada en las escaleras del orfanato. No había ninguna carta en la que sus padres dijeran que la abandonaban, así que tenemos una carta del orfanato diciendo que fue abandonada incondicionalmente.
– ¿Y eso es un problema?
– En absoluto. Eso es lo que ocurre casi todo el tiempo.
Liz apretó suavemente la mano de Natasha.
– Yo nunca te dejaré -le susurró-. Pase lo que pase.
Maggie se dirigió hacia la guardería.
– Lo siguiente será la vista en el juzgado. Aunque el juez tenga la opción de hacer esperar diez días a los padres adoptivos para darles el certificado de adopción, normalmente esa norma no se aplica. Después de la vista, iremos a la embajada norteamericana, donde os harán una breve entrevista. Allí os darán los visados para los niños y todos nos iremos a casa.
Parecía muy sencillo.
– ¿Y cuándo se convierten los niños en ciudadanos estadounidenses? ¿Hay algún período de espera?
– No. En cuanto los niños llegan legalmente al país, son ciudadanos estadounidenses. Lo cual facilita mucho las cosas.
Liz le besó las mejillas a Natasha.
– Tendremos que comprar una bandera para tu habitación.
– Buena idea. ¡Oh! Ya estamos aquí.
Maggie entró en la guardería y sostuvo la puerta para que Liz pasara.
– Voy a poner el certificado médico en su expediente -le dijo-. Os veré más tarde.
– Muchas gracias por todo -le dijo Liz.
– Sólo estoy haciendo mi trabajo.
Liz se acercó a la ventana de la guardería y miró a la calle. Era una tarde preciosa de junio. Soleada y cálida.
– ¿Quieres jugar fuera? -le preguntó a la niña.
Había otros niños corriendo por el césped del jardín. Unos cuantos voluntarios estaban sentados con los niños más pequeños y los bebés.
De camino hacia el jardín, se detuvo en el mostrador.
– ¿Ha venido Sophia? -le preguntó a la recepcionista.
– No. No ha venido hoy.
– Vaya. Me dijo que vendría a verme hoy.
– Los planes cambian, sobre todo los de los voluntarios más jóvenes.
– Está bien. Gracias.
Liz salió a la calle y miró a su alrededor. Vio a los Winston y se acercó a ellos. Los tres estuvieron hablando de sus hijos y jugando con ellos hasta que llegó la hora de marcharse.
El viaje al hotel fue corto, pese a que el tráfico era cada vez más intenso. Cuando el taxi paró frente al hotel, Liz pagó al taxista y salió a la acera. Natasha apenas se movió.
– Lo estamos haciendo muy bien -le susurró Liz al bebé-. Hemos estado juntas casi veinticuatro horas y hemos evitado cualquier tipo de crisis. Yo voto porque sigamos así. ¿Qué te parece, cariño?
Natasha se movió un poco, bostezó y volvió a dormirse.
Liz sonrió y sintió que se le llenaba el alma de amor. Su hija, pensó felizmente, mientras miraba a un lado y otro de la calle, antes de cruzar. Su propia hija. Las dos serían…
– ¿Es usted americana?
Sorprendida, Liz se volvió hacia el hombre que se lo había preguntado. No lo había oído acercarse. Era alto y delgado, con los ojos oscuros y los dientes sucios. Instintivamente, Liz se alejó de él un par de pasos.
– ¿Qué?
– Americana.
El hombre dijo algo más, pero ella no lo entendió. Dio otro paso atrás.
La acera estaba abarrotada y se chocó con alguien. Se dio la vuelta y el hombre se acercó más.
– ¿Qué quiere? -le preguntó Liz. No le gustaba nada su aspecto sucio ni su olor. Entonces, se dio cuenta de que no le importaba nada lo que quisiera. Miró a ambos lados y cruzó la calle corriendo.
– ¡Espere! -le dijo el hombre, mientras la seguía. Continuó hablando, pero entre el ruido del tráfico y su fuerte acento ruso, Liz no entendió lo que le estaba diciendo.
– Déjeme en paz.
Él dijo algo más, pero lo único que ella entendió fue que iba a llevarse a la niña.
Tuvo un ataque de pánico y agarró a Natasha con fuerza, apretándola un poco más contra el pecho.
– ¿Qué ha dicho?
En vez de responder, el hombre alargó los brazos hacia Natasha.
Liz gritó y aquello despertó a la niña. Natasha se puso a llorar, pero incluso así, el hombre no se rindió.
Liz se dio la vuelta y corrió hacia la entrada del hotel, esquivando a la gente que iba por la acera. Fue directamente hacia la recepción del hotel y le gritó al hombre que estaba allí.
– ¡Quieren llevarse a mi hija! ¡Ayúdeme!