Sam estaba acostada en la oscuridad, acurrucada contra Jack. Según el reloj de la mesita eran las once y cuarto. Tenía la sensación de que habían pasado cinco años desde el incendio, pero sólo habían sido unas horas. Sabía que Jack se había quedado acariciándola y esperando a que se durmiera para dormirse.
Ella había fingido que se quedaba dormida para que pudiera descansar. No tenía otro motivo para fingir con él; desde luego, no en lo relacionado con el sexo. Ya sabía que podía ser extremadamente entusiasta cuando jugaba al baloncesto, cuando aprendía cosas nuevas y cuando ayudaba a Heather con su fundación, pero aquella noche había descubierto que también era apasionado en la cama.
Jack Knight la había tratado como si su cuerpo fuera un templo de adoración. Incluso con la tristeza y el abatimiento por haber perdido el Wild Cherries, sabía que compartía algo diferente con Jack. Algo profundo; tan profundo como el alma.
Sabía que más tarde sentiría pánico por ello, pero de momento sólo podía ver las llamas, sentir el humo en los pulmones y recordar que había perdido su casa.
Con un nudo en la garganta, se levantó de la cama, se puso la camisa de Jack y fue a la cocina a buscar un teléfono. Se sentó junto a la encimera y llamó a Red.
Como no contestó, le dejó un mensaje.
– Esta vez sí que la he fastidiado. Nada tan sencillo como llamar al director del instituto o ir a la comisaría a sacarme de un lío -dijo, con voz temblorosa-. He incendiado tu local, Red. Sé que no te sorprenderá, porque más tarde o más temprano tenía que acabar estropeándolo todo. Lo siento mucho. Iré a verte por la mañana.
Colgó el auricular y se quedó mirando el teléfono, con los ojos nublados. Respiró profundamente y, mientras se prohibía llorar, llamó a Lorissa.
– ¿Diga? -contestó su amiga, adormilada.
– Siento despertarte…
– ¿Sam? Hola, cariño. ¿Qué pasa?
Lorissa tapó el auricular y murmuró algo, y Sam oyó la voz de Cole al fondo. Lorissa volvió al teléfono con una risa cómplice.
– Perdón. Pero estábamos en medio de…
– El Wild Cherries ya no existe.
Lorissa dejó de reír y se despejó por completo. Después de todo lo que habían vivido, juntas y por separado, ninguna de las dos bromeaba con cosas como aquélla.
– Cole, cielo, necesito un minuto -dijo, antes de volver con ella-. ¿Qué quieres decir con que ya no existe?
– Se ha incendiado. Todo. O al menos es lo que creo. Parecía muy inestable cuando lo he visto por última vez.
– Dios mío. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado…?
– Estoy en casa de Jack y estoy bien. Más o menos.
– ¿Más o menos? ¿Qué significa eso? -preguntó su amiga, aterrada-. Voy para allá…
– No. En serio, estoy bien. Sólo han tenido que darme unos puntos en la mano. Lorissa, nos hemos quedado sin trabajo.
– Ya hemos sido pobres.
Sam se apoyó en la encimera y cerró los ojos. La adrenalina se había acabado. La excitación sexual se había desvanecido. Y sólo le quedaba un enorme cansancio.
– Pero esta vez es peor. No tengo nada. No ha quedado nada.
– Cariño, la falta de trabajo es algo que podemos resolver. La de casa, también. Sabes que puedes quedarte conmigo. Pero no podría soportar que te pasara algo. Así que está todo bien. Saldremos adelante como siempre, juntas. Ahora dime dónde vive Jack para que vaya…
– ¿Podemos vernos por la mañana en el café?
Lorissa guardó silencio unos segundos.
– Entonces, ¿te está cuidando bien?
Sam sintió una mano en el hombro; una mano grande, cálida y reconfortante, y se le llenaron los ojos de lágrimas. Jack le había sostenido la mano en urgencias, la había llevado en brazos hasta su casa, le había cedido su cama y le había hecho el amor en cuerpo y alma, dándole el respiro que ella necesitaba.
– Sí -contestó, mientras él le hacía un masaje en la espalda-. Nos vemos por la mañana.
– ¿Me aseguras que estás bien?
– Te prometo que lo estaré.
– Oh, Sam -exclamó Lorissa, llorando-. Te quiero.
Ella contuvo un sollozo.
– Y yo a ti.
Acto seguido, Sam colgó el auricular, pero mantuvo la cabeza agachada.
– Perdón -le dijo a Jack-. No quería despertarte.
– No lo has hecho. Sabía que no estabas durmiendo. Sólo estaba tratando de cederte espacio.
Aquello fue tan inesperadamente tierno que a Sam se le escapó una lágrima. Dejó la cabeza baja hasta que creyó que podía controlar sus emociones.
– Gracias.
Él le acarició la espalda.
– Creo que ya has tenido suficiente espacio, Sam.
Ella levantó la cabeza y se dio la vuelta para poder mirarlo a la cara. Jack sólo llevaba unos calzoncillos. En medio de la fuerte luz de la cocina, despeinado, con barba de dos días y una marca en el hombro que se parecía sospechosamente a sus dientes, estaba muy sensual, y ella deseaba hacerle el amor una vez más.
– Tienes razón -afirmó, tomándolo de la cintura y acurrucándose contra su pecho-. Ya no quiero más espacio. No por el resto de la noche. Llévame a la cama, Jack.
– Tu mano…
– Se me curará, siempre que no me apartes las tuyas del cuerpo. Supongo que tengo que reconsiderar esta actitud protectora tuya. Creo que me gusta -le rodeó el cuello con los brazos-. Me gusta mucho.
De nuevo en el dormitorio, Jack la acostó en la cama de sábanas revueltas y se recostó encima de ella.
– Se supone que deberías tomar un analgésico y descansar un poco -dijo.
Ella le deslizó las manos por la espalda hasta acariciar las nalgas más sensuales y masculinas que había visto nunca. Él soltó una carcajada, la tomó de la cara y apretó las caderas contra las suyas.
– Veo que aún no estás preparada para dormir.
– No me digas que tú sí.
Sam gimió al sentir la erección de Jack.
– Y esta vez cuando hayamos terminado, si sigues sin poder dormir, dímelo.
– No quiero mantenerte despierto toda la noche.
– Tú dímelo -insistió él, besándole los labios-. Y te haré compañía hasta que te duermas.
– ¿Qué vamos a hacer?
– Lo que quieras.
– Jack…
Una vez más, él se acercó para besarla, y ella lo encontró a mitad de camino. Era lo que ella quería: el desenfreno, la pasión. Sexo frenético y ardiente, justo lo que el médico debería haberle recetado.
Sólo que era como si él la conociera demasiado bien, porque cambió de estrategia, dándole lo único a lo que no se podía resistir: ternura. Una conexión inconmensurable, en cuerpo, mente y alma.
Jack la transportó a un territorio en el que no había estado nunca, algo que la habría aterrado de no haber sentido que él estaba con ella, igual de perdido y asustado. Y después de alcanzar el éxtasis, mientras trataban de recuperar el aliento, abrazados, Sam se sintió plena, otra sensación que no había experimentado nunca.
Se despertó entre los cálidos y enormes brazos de un hombre. Era una excelente forma de empezar el día, salvo porque la noche anterior se le había incendiado la casa y lugar de trabajo. Pronto, la euforia se transformó en desaliento.
Jack abrió los ojos y la miró apenado mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara. El gesto la conmovió profundamente.
Aquel hombre tenía una habilidad especial para hacerla derretir. Era tan maravilloso, tan apasionado, tan sensual y tan ajeno a su futuro…
Era algo que habían acordado desde el primer momento. El único problema era que Sam ya no sabía qué había en su futuro. Sólo sabía que tenía que ir a ver el Wild Cherries de día. Tenía que hacer planes y tomar decisiones.
Aunque le dolía el corazón, se apartó del abrazo de Jack y se levantó lentamente de la cama.
– Tengo que irme.
Él se puso de lado para mirarla. Recostado en aquella cama enorme, era una tentación irresistible.
– ¿Por qué no dejas que te prepare antes el desayuno?
Ella fue hacia el cuarto de baño, recogió su ropa interior y se la puso.
– ¿De verdad sabes usar esa cocina tan elegante?
– ¿Por qué no te quedas y lo averiguas?
– No puedo. Quiero ir al café.
Con un suspiro, Jack se puso en pie.
– Te llevo.
– Puedo tomar un taxi…
– Te llevo -insistió él, acercándose y sujetándola de la cara-. ¿Crees que te dejaría hacer esto sola? ¿Que vayas tú sola a ver cómo ha quedado?
A Sam se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas y trató de volverse, pero él la retuvo.
– Vamos a hacer esto juntos -añadió.
– He quedado allí con Lorissa, y Red también viene. No te preocupes.
– Sam…
– No necesito una niñera, Jack.
– Ya me doy cuenta.
Se quedó mirándola en silencio antes de soltarla.
Ella se dio la vuelta, porque no podía controlar la emoción que le causaba. Como no podía ir en albornoz, le pidió prestados una camiseta y unos pantalones. Después de vestirse se volvió y afrontó el doloroso silencio de Jack.
– No tenemos ningún futuro juntos -dijo-. Hablamos de eso el primer día. No lo tenemos y los dos lo sabemos.
Él volvió a mirarla con detenimiento antes de ir al armario para buscar ropa.
– A veces, las cosas cambian, Sam, incluso cuando no quieres que lo hagan.
Ella se quedó estupefacta. Se preguntaba si lo decía en serio o si hablaba llevado por el deseo. Por su experiencia, los planes para el futuro no servían de nada. Las cosas nunca salían como se planeaban. La palabra futuro y todo lo que implicaba, no era más que una utopía absurda.
– Mi futuro es un infierno carbonizado y necesito verlo.
Él se abrochó los vaqueros, se puso una camisa limpia y se volvió a mirarla. Y el mensaje que había en sus ojos la desarmó. No cabía duda de que sentía algo por ella. Y ella también sentía algo por él; algo tan fuerte que, de no tener que lidiar con el incendio, probablemente la dominaría.
– No tiene por qué ser nada tan preconcebido -dijo él.
Tenía que serlo. De otra manera, Sam podía acostumbrarse a aquella cara arrebatadora y a aquellos ojos que la miraban tan a fondo que alcanzaban a ver a la verdadera Samantha. Sabía que no podía bajar la guardia, porque si se dejaba llevar por sus emociones, saldría dañada.
Porque él no se iba a arriesgar; no por ella. Jack era maravilloso, pero por muy ligado que se sintiera a ella en aquel momento, la relación no podía durar. Lo que había entre ellos sólo podía ser un romance pasajero; tórrido y hermoso, sí, pero pasajero.
Era mejor no arriesgarse demasiado, para no acabar con la cara hundida en el fango.
Lorissa se lo había enseñado con sus múltiples fracasos amorosos, y Sam lo había convertido en su mantra. Se obligó a sonreír, aunque sabía que era una sonrisa triste.
– Sam…
– Por favor. Vamos.
Él asintió, notablemente abatido.
– De acuerdo. Pero después hablamos.
No. Después, ella se iría a lamerse las heridas a solas. Así lo había hecho siempre, y así había sobrevivido.