Hubo un momento en que podría haber pasado cualquier cosa, en el que podrían haber olvidado que estaban en Saraminda y que estaban enzarzados en una batalla por el control de Claibourne & Farraday, en que el pasado se habría esfumado y sólo el futuro habría tenido importancia.
Entonces Flora dijo:
– Quiero ir a ver las telas -y antes de que Bram pudiera responder, se puso en pie y se encaminó hacia el aparcamiento, más despacio de lo habitual, desde luego, pero dejándole la opción de seguirla o no. De nuevo.
– Eh -dijo él a la vez que la tomaba del brazo para liberar un poco el peso de su pierna-. Formamos un equipo, ¿recuerdas? Tú das las órdenes, yo conduzco.
Ella lo miró.
– ¿Puedes hablar y conducir a la vez?
– ¿Volvemos a las preguntas?
– No sabía que las habíamos dejado.
– En ese caso, es mi tumo.
– Tú tumo ya ha pasado, Bram.
No, pensó él. Había hecho lo correcto. En dos ocasiones. La noche anterior y hacía un momento. El sexo era la parte más fácil. La confianza, el compromiso, enamorarse… llevaban más tiempo, y ninguno de los dos estaba preparado.
– ¿Qué quieres saber? -preguntó.
Flora se detuvo y Bram se vio obligado a hacer lo mismo.
– Todo -contestó, y empezó a caminar de nuevo sin esperar su respuesta-. ¿Cuál es tu comida favorita…? No, borra eso. ¿Qué no te gusta comer?
– No me gustan los plátanos ni la sopa de coliflor.
– ¿Eso es todo? -preguntó Flora.
– ¿El queso de bola? -sugirió Bram.
Ella rió.
– ¿Qué más?
– La ensalada de repollo, los sándwiches de huevo…
Tras organizar un envío de muestras de tejidos a Londres, dieron un paseo por el Jardín Botánico, donde se quedaron maravillados con las orquídeas, los colibríes y las mariposas.
Luego fueron a recoger las chaquetas.
Pero durante todo el rato no dejaron de hacerse preguntas, riendo ocasionalmente ante algunas respuestas especialmente punzantes. Compartieron el dolor de la muerte de una mascota favorita, la angustia de algún momento bochornoso que ambos preferían olvidar, el aroma de las flores en la tumba de alguien a quien habían querido…
Probaron un pescado de la zona en un pequeño restaurante y, finalmente, volvieron a su bungaló.
– Gracias por esta tarde tan bonita, Bram -dijo Flora cuando estaba a punto de entrar en su dormitorio-. Por un día encantador.
– Sin contar los murciélagos.
– Es un recuerdo que compartimos.
– Habrá más -Bram la besó en la mejilla con delicadeza-. Nos vemos por la mañana -añadió, y a continuación entró en su cuarto y cerró la puerta.
Y no volvió a salir de él a pesar de que el sueño lo esquivó durante largo rato.
A la mañana siguiente hacía un calor opresivo y, cuando bajaron a los sótanos del museo, agradecieron el fresco que reinaba en ellos.
Pero la visión del tesoro de la princesa bastó para que Bram olvidara al instante las incomodidades. Resplandecía como si tuviera luz propia.
– Es asombroso -dijo cuando Tipi Myan tuvo que dejarlos para atender unos asuntos. Flora asintió. Se había limitado a contemplarlo sin tocar nada durante largo rato-. ¿Puedo tocarlo? -al ver que ella asentía, Bram tomó la corona, la miró un momento y luego la colocó sobre la cabeza de Flora-. Tenía razón. Eres el vivo retrato de la princesa.
– No…
– Quiero verte con todo esto… -Flora se tambaleó un poco y Bram alargó una mano para sujetarla-. ¿Qué diablos…?
El suelo pareció moverse bajo sus pies y una nube de polvo cayó sobre ellos desde el techo.
– Es un temblor…
Bram tiró de Flora justo cuando parte del techo empezaba a desmoronarse sobre ellos.
– ¡Bram! ¡Bram! Dios mío, ¿dónde estás? ¡Contesta, por favor!
Flora se arrastró a través de una espesa nube de polvo. Y entonces lo encontró. Estaba totalmente quieto, inerte, con un trozo de techo a su lado. Quiso gritar. Quiso llorar.
Pero no había tiempo para eso. Apoyó la cabeza en su pecho. ¿Se oía el latido de su corazón? Buscó su rostro en la oscuridad, le apartó el polvo con delicadeza y luego tanteó su cabeza con una mano. Cuando la retiró, notó que tenía los dedos llenos de sangre.
Bram la había apartado justo a tiempo. Era ella la que debería estar allí, con la cabeza ensangrentada.
– ¡Socorro! -gritó-. ¿Puede oírme alguien? -tras aguardar un momento sin oír respuesta, miró a Bram-. Escúchame, Bram… No estoy dispuesta a permitir que le mueras aquí, ¿me oyes? No pienso permitirlo. Te daré lo que quieras… -trató de encontrarle el pulso en el cuello. Tal vez no lo estaba haciendo bien. Una cosa era hacerlo durante las lecciones de primeros auxilios otra allí…
Calma. Debía mantener la calma. Pero lo único que quería hacer era zarandearlo para que despertara.
No. Allí estaba. El pulso, fuerte y claro. Pero ¿por cae no despertaba de una vez?
– Maldita sea, Bram. ¡Despierta! -lo aferró por la camisa con ambas manos-. Puedes quedártelo…, ¿me oyes? Todo. Al menos mi parte de la empresa. India lo comprenderá o no, pero me da lo mismo -alzó la voz, desesperada-. ¡Escúchame! Querías enterarte de mis secretos, ¿no? Pues te voy a decir uno: India piensa quitar el apellido Farraday de los grandes almacenes y dejar sólo el de Claibourne, y tú no querrás que eso suceda, ¿verdad? Te ayudaré a impedir que lo haga, pero tienes que regresar conmigo.
Bram gimió y Flora volvió a apoyar la cabeza en su pecho. Respiraba y su corazón latía.
– Simplemente dime lo que quieres, amor mío. Haré lo que sea para recuperarte, te daré lo que sea… incluso un hijo con el que puedas quedarte para siempre…
De pronto, Bram empezó a toser.
– Estoy aquí -dijo, y volvió a gemir-. ¿Se puede saber qué tiene que hacer uno por estos lares para recibir el beso de la vida?
– ¡Bram! -emocionada, Flora se arrojó sobre él para abrazarlo y Bram gritó-. ¿Qué pasa? ¿Qué te duele?
Él pensó un momento antes de contestar.
– Me duele todo el cuerpo. ¿Qué ha pasado?
– Creo que ha habido un terremoto… -Flora empezó a toser a causa del polvo-. Y como eres todo un caballero has decidido ser un héroe en lugar de permitir que la naturaleza borrara del mapa a la oposición.
– Eso no es nada típico en mí.
– Sí, claro. Estate quieto mientras voy a ver si logro que alguien nos oiga.
Bram la sujetó por el brazo.
– No, no te vayas.
– ¿Qué quieres que haga?
– Sólo…
– ¿Qué?
Bram alzó la mano y tocó la corona que, por alguna especie de milagro, seguía sobre la cabeza de Flora.
– Vuelve a decirme cómo puedo conseguirlo todo, princesa…
Decepcionada, Flora tragó saliva. Al parecer, aquello era todo lo que quería Bram.
– De acuerdo. Has ganado.
– ¿Ganado?
– El asalto número dos es para los Farraday. Es un intercambio justo por haberme salvado la vida.
– Flora…
En aquel momento se oyó un ruido de madera al quebrarse cuando alguien trató de abrir la puerta.
– ¡Dense prisa! -exclamó Flora-. Aquí hay un hombre herido -luego se volvió hacia Bram-. ¿Qué querías decirme?
– Cuando has dicho que podía tenerlo todo, sólo he pensado en ti. Y puede que no me esté muriendo, pero ese beso sería muy bienvenido.
Bram durmió el resto del día y toda la noche. Flora no lo abandonó en ningún momento, y cuando sintió que el sueño estaba a punto de vencerla, se tumbó a su lado.
– ¿Flora? -al abrir los ojos, Flora vio a Bram apocado sobre un codo, mirándola.
– Hola -saludó.
– Hola -respondió él-. Dime una cosa, princesa, ¿he muerto y he ido al cielo?
– El médico ha dicho que debía mantenerte vigilado por si sufrías una conmoción.
– Excelente médico. ¿Y cuál es el pronóstico?
– Algunas rozaduras y moretones en el cuero cabelludo. Sobrevivirás. ¿Cómo te sientes?
– Puede que no quieras escuchar la respuesta a esa pregunta.
– Deduzco por tus palabras que no te duele precisamente la cabeza -dijo Flora, y se levantó.
– ¿Adónde vas? -protestó Bram-. Necesito una enfermera constantemente a mi lado.
– ¿No quieres comer y beber algo?
– Lo único que quiero lo tengo aquí mismo.
– Pero…
– Dijiste «cualquier cosa». Cualquier cosa que quisiera -Bram giró hasta quedar de espaldas sobre la cama y sonrió-. Puedes empezar por un baño de cama.
– Olvídalo. No tienes ningún problema que te impida utilizar la ducha.
– He recibido un golpe en la cabeza. A lo mejor me mareo…
– En ese caso, supongo que tendré que quedarme contigo para asegurarme de que no te pase nada.
– Flora… -Bram alargó una mano para tomar la de ella-. No tienes por qué hacerlo. No me debes nada.
– Te debo mi vida.
– No hay deudas en esta relación. Cuando todo esto haya acabado, y pase lo que pase con la empresa, quiero que seamos socios. En todo el sentido de la palabra.
– Escuchaste todo lo que dije, ¿verdad? -dijo Flora-. No estabas inconsciente.
– Sólo estaba aturdido -reconoció Bram-. Momentáneamente. Pero tienes razón: lo oí todo. Al menos lo suficiente.
– ¿Y por qué no me hiciste callar?
– Si yo te estuviera abriendo mi corazón, ¿habrías querido detenerme? -al ver que Flora negaba con la cabeza, Bram continuó-. Dijiste que renunciarías a la empresa si me recuperaba, pero yo no quiero que hagas eso. Soy abogado y no podría sustituirte; nunca podría sentir el entusiasmo que sientes tú por lo que haces.
– Es extraño, pero hace una semana no sabía con certeza lo que la tienda significaba para mí. Pensaba que no me importaba, pero tú me has hecho abrir los ojos.
– Y sin embargo, ¿estarías dispuesta a renunciar a ella por mí?
– Sí. Renunciaría a ella por ti. Te daría cualquier cosa…
– Lo sé. Lo oí. Pero lo único que quiero eres tú. En cuanto a los grandes almacenes…, ¿por qué no dejamos que India y Jordan lo resuelvan entre ellos? -Bram sacó las piernas de la cama y se levantó-. Tenemos cosas más importantes que hacer.
– ¿Como qué? -susurró Flora.
– Primero tomaremos esa ducha. Luego empezaremos por «cualquier cosa»…
A pesar de sus bravatas, Flora estaba temblando cuando entró en la ducha con Bram. Aquello era nuevo para ella. Una sociedad de iguales. Algo que nunca habría esperado, que nunca habría creído posible.
– ¿Quieres que te lave? -susurró mientras el agua caía sobre ellos.
Sin decir nada, Bram le alcanzó una esponja con gel. Con la boca seca, Flora empezó a frotarle el cuello con delicadeza y besó cada moretón producido por los escombros que deberían haber caído sobre ella. Luego él tomó la esponja e hizo lo mismo con ella, y ni siquiera se detuvo cuando los pezones de Flora lo retaron y su piel resplandeció con evidente deseo.
Cuando su propia excitación se hizo evidente.
– Bram -susurró ella, pero el siguió tomándose su tiempo.
– No hay prisa, princesa mía. Tenemos todo el tiempo del mundo. El resto de nuestras vidas.
– ¿Tiempo para algo especial?
– Tiempo para todo lo que siempre has querido.
Flora cerró el agua, tomó una toalla, envolvió con ella a Bram y lo condujo de vuelta a la cama.
– Quédate ahí sentado, cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga.
– Flora…
– Chist -insistió ella, y Bram obedeció. Su recompensa fue la delicada caricia de los labios de Flora sobre los suyos, el suave roce de los pechos de ella contra su piel-. Prométeme que vas a mantenerlos cerrados.
– Lo prometo.
Bram oyó que Flora se alejaba. Al cabo de un momento oyó un tintineo y el sonido del sillón de mimbre que había en la habitación cuando ella se sentó.
– Ya puedes abrirlos.
La diadema estaba sobre la cabeza de Flora. Su pelo caía suelto y ligeramente ondulado sobre sus pechos desnudos. Entre estos había un medallón de jade y de su cuello colgaba un magnífico collar de perlas.
Sus brazos estaban rodeados de oro y llevaba pulseras en los tobillos.
Cuando por fin pudo hablar, Bram dijo:
– Prométeme que la policía de Saraminda no está a punto de entrar aquí a detenerte.
– Son copias, Bram. Tipi había encargado unas copias para mostrarlas en la tumba cuando se abra al público. Voy a llevarlas a Londres para exponerlas en la tienda.
– ¿No vas a usarlas?
– No. Éste es un espectáculo privado. Sólo para ti.
– Tenía razón. Eres mi princesa -dijo Bram con voz ronca-. Mi reina.
Y él se sintió como un rey cuando la tomó de las manos y la atrajo hacia sí para besarla.
Las mariposas del los jardines botánicos de Saraminda parecieron acercarse con curiosidad a Flora Claibourne y Bram Gifford mientras estos pronunciaban sus votos matrimoniales, tranquilamente y sin alharacas.
– Tenías razón respecto a tu indumentaria -dijo Bram mientras brindaban con champán tras cortar la tarta preparada por la esposa de Tipi Myan.
Flora había elegido el azul y la plata para vestirse. Su chaqueta y sus pantalones, confeccionados en la más fina seda de aquellas tierras, iban a juego con el azul oscuro de los dedos de sus manos y de sus pies. Llevaba unas sandalias de tacón alto. Los pendientes, hechos por un artesano local, eran sus nombres enlazados y escritos en la lengua de Saraminda.
– Va a ser todo un éxito.
– Sólo hay un problema. ¿Cómo vamos a decirles a Jordan y a India que nos hemos… fusionado? -dijo Flora.
– No te preocupes.
– ¿No?
– No ¿Por qué molestarlos? Ambos tienen cosas…más importantes en las que pensar.
Intercambiaron una mirada de complicidad.
– Eso es cierto.
– Jordan empezará a supervisar el trabajo de India dentro de un par de días. Y para cuando regresemos de nuestra luna de miel todo habrá acabado.
– ¿Nos vamos de luna de miel? Tengo la sensación de que ya llevamos semanas de luna de miel. Desde luego, pienso recomendar este destino a nuestro departamento de viajes.
– ¿Luna de miel? Esto no ha sido una luna de miel, cariño. Te he estado supervisando muy atentamente. Esto ha sido trabajo.
Flora rió.
– No sabía cuánto me gustaba ser directora de Claibourne & Farraday. Si Jordan gana, no me hará ninguna gracia tener que renunciar.
– En ese caso, tienes mi palabra de que no tendrás que hacerlo. Ahora eres una Farraday…, además de una Claibourne. Mi apellido y mi puesto en la junta son mi regalo de boda para ti.
– Ése es un regalo de boda extraordinario.
– Tú si que eres una mujer extraordinaria. Te aseguro que te los regalo de todo corazón -Bram se interrumpió para besar a Flora en los labios-. Hasta que la muerte nos separe.