A Delaney la despertó el suave roce de las puntas unos dedos acariciando su columna vertebral. Abrió los ojos y clavó los ojos en el ancho pecho velludo de Nick a menos de dos centímetros de su nariz. Ella se puso sobre el estómago, y un rayo del brillante sol matutino cayó sobre su piel morena.
– Buenos días.
No estaba segura, pero creyó sentir como la besaba en la coronilla-. ¿Qué hora es?
– Casi las ocho y media.
– Mierda-. Rodó hacia su lado y se habría caído al suelo si él no la hubiera agarrado del brazo y puesto una pierna desnuda sobre sus caderas. Una delgada sábana de flores era lo único que los separaba. Ella subió la mirada al mismo dosel rosado en donde se había despertado la mayoría de las mañanas cuando era más joven. La cama era pequeña para una persona, y mucho más para una persona del tamaño de Nick-. Tengo una cita a las nueve-. Ella reunió valor y lo miró, su peor miedo se confirmó. Estaba guapísimo por la mañana. El pelo le caía por un lado de la cara y la sombra de la barba hacía más oscura su mandíbula. Debajo de sus gruesas pestañas, sus ojos eran demasiados intensos y alertas para las ocho y media de la mañana.
– ¿No puedes cancelarla?
Ella negó con la cabeza y echó un vistazo alrededor buscando sus ropas-. Si salgo dentro de diez minutos, podría llegar a tiempo-. Lo volvió a mirar a la cara y lo pilló clavando los ojos en ella, y mirándola como si estuviera memorizando todos sus rasgos o pasando revista a sus defectos. Podía sentir como sus mejillas se ponían ardientes, y se enderezó, apretando la sábana contra su pecho-. Sé que parezco un adefesio- dijo, pero él no la miraba como si estuviera medio muerta. Tal vez una por una vez en su vida había tenido suerte y no tenía ojeras. -¿No?
– ¿Te digo la verdad?
– Sí.
– De acuerdo-. Él cogió su mano y besó la palma-. Estás mejor que cuando ibas de pitufo.
Una arruga apareció en las esquinas de sus ojos, y Delaney sintió un cosquilleo caliente que subió desde las puntas de sus dedos y se extendió a través de sus pechos. Éste era el Nick que amaba. El Nick que bromeaba mientras la besaba. El hombre que la podía hacer reír incluso cuando quería llorar-. Te debería haber dicho que mintieras -dijo y apartó su mano antes de que se le olvidase la cita de las nueve. Tomó sus ropas tiradas en el suelo al lado de ella. Le dio la espalda, alcanzándolas y se vistió tan rápidamente como le era posible.
Detrás de ella sonaron los resortes del colchón cuando Nick se puso de pie. Él se desplazó por la habitación, recogiendo su ropa del suelo, completamente despreocupado por su desnudez. Con un calcetín en la mano, ella lo miró meter las piernas en el Levi’s y abotonarlo. Bajo la tenue luz matutina, Nick Allegrezza era un cachas de primera. La vida no era justa.
– Dame tus llaves, y te calentaré el coche.
Delaney metió el pie en el calcetín. Nadie se había ofrecido nunca para calentar su coche, y el simple gesto la conmovió-. En el bolsillo del abrigo-. Después de que él dejara el dormitorio, Delaney se lavó la cara y cepilló los dientes y el pelo. Cuando cerró la casa detrás de ella, las ventanillas del Cadillac de Henry estaban limpias. Nadie había raspado nunca sus ventanillas tampoco. La nieve nueva parecían lunares brillantes contra el fondo plateado. Estuvo a punto de llorar. Nadie se había preocupado nunca por su seguridad y bienestar, excepto tal vez su antiguo novio Eddy Castillo. Había sido un forofo del ejercicio, preocupado por su dieta. Le había regalado un Salad Shooter [57] por su cumpleaños, pero un electrodoméstico para la cocina no se podía comparar con calentar el coche y raspar sus ventanillas.
No preguntó a Nick cuando lo vería otra vez. Él tampoco lo dijo. Habían pasado la noche como amantes, pero no se había mencionado el amor ni siquiera planes para cenar.
Delaney logró llegar a la peluquería momentos antes que su primer cliente, Gina Fisher, que se había graduado un año después de Delaney en la escuela y tenía tres niños menores de cinco años. Gina había llevado su grueso pelo por la cintura desde el séptimo grado. Delaney se lo puso por los hombros y se lo cortó en capas. Le puso reflejos rojos e hizo a la cansada madre verse joven otra vez. Después de Gina, peinó a una chica que quería parecerse a Claire Danes. Tuvo un tinte a las once, cuando cerró la peluquería al mediodía finalmente pudo darse una ducha. Se dijo que no estaba esperando la llamada de Nick o el sonido de su Jeep, pero por supuesto lo hacía.
Como aún no lo había escuchado a las seis de la tarde, se subió al Cadillac para hacer unas compras de Navidad. No había comprado el regalo aún para su madre y acabó por comprar una de esas guías trampa para turistas de elevado precio en la repleta tienda de Eddie Bauer. No encontró nada para su madre, pero soltó setenta pavos en una camisa de franela, del mismo gris que los ojos de Nick. La envolvió en papel de regalo de aluminio rojo, y cuando llegó a casa y la puso encima de la mesa del comedor. No tenía mensajes en el contestador. Rebobinó toda la cinta sólo para estar segura, pero él no había llamado.
No supo nada de él ni al día siguiente, ni la mañana de Navidad, y se sentía más sola que nunca en su vida. Se sobrepuso a sus nervios y llamó a Nick para desearle Feliz Navidad, pero no le contestó. Pensó en pasar por su casa para ver si estaba allí y la evitaba. Finalmente, condujo a casa de su madre para visitar a Duke y Dolores. Al menos los dos Weimaraners estaban felices de verla.
Al mediodía, se había enganchado a una película de zombis llamada The Christmas Story, sobre un niño que se llamaba Ralphie. Sabía lo que era desear algo que no se podía tener. Y también sabía lo que era tener a una madre que la hacía llevar un horrible disfraz de conejito. Cuando Ralphie estaba a punto de sacarle los ojos con su pistola “Red Ryder B-B”, el timbre de la puerta sonó. Los Weimaraners levantaron sus cabezas, luego se volvieron a tumbar, probando que no eran demasiado buenos como perros guardianes.
Nick estaba de pie sobre el porche con su chaqueta de cuero y sus Oakley. Su aliento flotaba en el aire frío mientras curvaba su boca con una lenta sonrisa sensual. Él estaba tan bueno como para cubrirlo de azúcar por completo y comerlo. Delaney no sabía si dejarlo entrar o darle un portazo en las narices por dejarla colgada los pasados dos días. La brillante caja dorada de su mano decidió su destino. Lo dejó entrar.
Él se sacó las gafas de sol y las metió en un bolsillo y sacó un trozo de muérdago y lo puso sobre su cabeza-. Feliz Navidad, – dijo. Su boca caliente cubrió la suya, y ella sintió el beso hasta la punta de los pies. Cuando él se separó para mirarla, ella colocó las palmas de las manos en sus mejillas y le hizo bajar para seguir. Ella ni siquiera se molestó ocultar sus sentimientos. No estaba segura de poder hacerlo de todas maneras. Pasó sus manos sobre sus hombros y a través de su pecho, y cuando terminó, le acusó, – Te he echado de menos.
– Estuve en Boise anoche, hasta muy tarde-. Cambió el peso de pie y le tendió la caja-. Esto es para ti. Me cautivó cuando la descubrí.
Ella miró la caja dorada y pasó suavemente una mano por encima-. Tal vez debería esperar. Tengo un regalo para ti en mi apartamento.
– No -insistió como un reo en el corredor de la muerte que sólo quería apresurarse y terminar todo tan rápido como fuera posible-. Adelante, ábrelo ya.
Bajo sus manos, el suave papel fue desgarrado con excitación. Apoyada en un lecho de pañuelos de papel había una corona de diamantes falsos como las que se daban en los concursos de belleza.
– Desde que Helen te robó esa corona en la escuela secundaria, siempre pensé que te traería una mejor.
Era grande y llamativa y absolutamente la cosa más bella que nunca había visto. Se mordió el labio inferior para que no le temblara cuando sacó la corona de su suave lecho y le dio la caja a Nick-. Me encanta-. Los diamantes falsos reflejaron la luz y resplandecieron a través del vestíbulo. Se la colocó en la cabeza y se miró en el espejo al lado de la percha. Las piedras brillantes tenían forma de corazones y con un corazón central mayor que el resto. Ella parpadeó para contener las lágrimas mientras lo miraba a través del espejo-. Éste es el mejor regalo de Navidad que me han dado jamás.
– Me alegro de que te guste-. Él colocó sus grandes palmas en su estómago, luego las deslizó bajo su suéter hacia sus pechos. A través de su sujetador de encaje, ahuecó sus pechos, sus dedos presionaron su carne cuando la echó hacia atrás contra su pecho-. En el largo viaje en el coche desde Boise la noche pasada, pensé en ti llevándola puesta y sin nada más encima.
– ¿Alguna vez has hecho el amor con una reina?
Él negó con la cabeza y sonrió abiertamente-. Eres la primera.
Ella agarró su muñeca y lo llevó hacia el sofá donde había estado viendo la televisión. La desnudó con manos lentas y lánguidas y la hizo sentirse bella, deseada y amada allí mismo en el sofá de color limón de su madre. Ella pasó las puntas de sus dedos por su caliente espalda desnuda y besó su hombro suave. Deseó que aquel momento durara para siempre. Su piel se estremeció y su cuerpo se encendió. Su corazón se hinchó cuando él besó sus pechos sensibles, y cuándo él enterró su erección caliente en el interior profundo de su cuerpo, estaba más que preparada. Él colocó sus manos a ambos lados de su cara y la miró fijamente a los ojos mientras lentamente la penetraba una y otra vez.
Ella miró su cara, su mirada gris, viva con la pasión que él sentía por ella, sus labios húmedos por su beso, su respiración entrecortada-. Te amo, Nick, – murmuró. Él se detuvo por un momento, luego se zambulló más profundamente, más duro, una vez y otra vez, y ella murmuró su amor con cada envite hasta que cayó de cabeza en el éxtasis más dulce de su vida. Oyó sus primitivos y profundos gemidos y la mezcla de palabras a la vez ruego y maldición. Luego su peso se derrumbó sobre ella.
Una punzada dolorosa de ansiedad penetró en su pecho mientras escuchaba su lenta respiración. Ella le había dicho que lo amaba. Y aunque él la había hecho sentirse amada, no había pronunciado las palabras. Ella necesitaba saber qué sentía él por ella ahora, pero al mismo tiempo, temía la respuesta-. ¿Nick?
– ¿Hmm?
– Necesitamos hablar.
Él levantó su cabeza y observó sus ojos-. Dame un minuto-. Se apartó de ella y caminó desnudo por la habitación para deshacerse del condón que nunca se había vuelto a olvidar desde aquella frenética vez en el almacén del Lake shore. Delaney buscó sus bragas y las encontró bajo una mesa de cóctel. Se las puso, y cada segundo que pasaba su ansiedad aumentaba. ¿Qué ocurriría si él no la amaba? ¿Cómo lo podría soportar, y qué iba a hacer si no lo hacía? Él regresó cuando encontró su sostén detrás de un cojín del sofá. Él cogió el sujetador con su mano y lo echó a un lado. La envolvió en su abrazo y la mantuvo contra su pecho, sujetándola más fuerte que nunca en toda su vida. Dentro de sus brazos calientes, con el perfume de su piel llenando sus fosas nasales, se dijo a si misma que la amaba. Y como no tenía ni una pizca de paciencia, no podía esperar a que dijera las palabras que necesitaba oír. En vez de eso oyó un chirrido de madera y unos goznes, como si se estuviera abriendo la puerta principal, y ella se calmó-. ¿Oíste algo?- murmuró.
Él puso un dedo sobre sus labios y escuchó. La puerta se cerró de golpe, haciendo que se moviera.
– ¡Demonios!- Ella brincó del susto en los brazos de Nick y cogió la prenda de vestir más cercana, su camisa de franela. El ruido de pasos venía del vestíbulo cuando metió los brazos en las mangas. Los pantalones vaqueros de Nick yacían en alguna parte detrás del sofá, y él se puso detrás de Delaney cuando Gwen entró en la habitación. Un extraño sentimiento de déja vu subió por la espalda de Delaney. Su madre estaba de pie debajo de una luz, que brillaba en su pelo como si fuera un ángel de Navidad.
Gwen miró de Delaney a Nick y a ella otra vez, el asombro abrió sus ojos azules-. ¿Qué pasa aquí?
Delaney se cerró la camisa con una mano-. Mamá…yo…- Sus dedos trabajaron en los botones mientras un sentimiento de irrealidad llenaba su cabeza-. ¿Qué haces en casa?
– ¡Vivo aquí!
Nick colocó una mano en su abdomen y la apretó hacia atrás contra él, escondiendo sus atributos de la madre de Delaney-. Lo sé, pero tú…se supone que estás en un crucero.
Gwen señaló con el dedo a Nick-. ¿Qué hace él en mi casa?
Lentamente acabó de abotonar la camisa-. Bueno, ha sido tan amable de pasar la navidad conmigo.
– ¡Está desnudo!
– Pues Bien. Sí-. Ella extendió más la bastilla de su camisa en un esfuerzo para ocultarle mejor-. Él…ah… – Ella cerró la boca y se encogió de hombros. No había ninguna salida, la había atrapado. Pero esta vez no era una ingenua chica de dieciocho años. Le faltaban unos meses para cumplir treinta y amaba a Nick Allegrezza. Era una mujer adulta e independiente, pero hubiera preferido que su madre no los encontrara desnudos en su salón – Nick y yo tenemos una cita.
– Diría esto es algo más que “una cita”. ¿Cómo pudiste hacerlo, Delaney? ¿Cómo pudiste hacerlo con un hombre como él? Es un mujeriego y odia a esta familia-. Ella centró su atención en Nick-. Has puesto las manos en mi hija otra vez, pero esta vez la has fastidiado bien. Has violado las condiciones del testamento de Henry. Me ocuparé de que pierdas todo.
– Nunca me importó una mierda el testamento-. Sus dedos rozaron el estómago cubierto de franela de Delaney.
Delaney conocía lo suficientemente bien a su madre como para saber que cumpliría su amenaza. También sabía cómo detenerla-. Si le dices algo a alguien sobre esto, nunca te hablaré otra vez. En cuanto me vaya en junio, nunca me verás. Si crees que me has visto poco desde que me fui hace diez años, espera ahora. Cuando me vaya esta vez, ni siquiera te diré donde estoy. Cuando me vaya, tendré tres millones de dólares y nunca volveré a visitarte.
Gwen frunció los labios y cruzó los brazos bajo sus pechos-. Hablaremos luego.
La mano de Nick se soltó-. Si no quieres ver mi culo desnudo, será mejor que salgas de la habitación mientras me visto.
El tono de su voz era afilado como una navaja. Lo había oído una vez con anterioridad. La última vez que los tres habían estado juntos en el despacho de Henry. El día que se leyó el testamento. Delaney no podía culparlo de tener los nervios de punta. La situación era terriblemente incómoda, y su madre sacaba a la luz lo peor de algunas personas incluso en las mejores condiciones.
Tan pronto como Gwen se giró sobre los talones, Delaney se dio la vuelta-. Lo siento, Nick. Siento que te dijera esas cosas, y ya te digo que no la dejaré hacer nada que ponga en peligro lo qué Henry te dejó.
– Olvídalo-. Él encontró sus pantalones y se lo puso. Se vistieron en silencio, y cuando lo acompaño a la puerta principal, él salió rápidamente y tuvo el descuido de no besarla para despedirse. Se dijo que no tenía importancia y buscó a su madre. A Gwen no iba a gustar lo que tenía que decir, pero Delaney había dejado de vivir para su madre hacía mucho tiempo. Estaba en la cocina, esperando.
– ¿Por qué estás en casa, mamá?
– He descubierto que Max no es el hombre para mí. Él es demasiado crítico, -masculló entre dientes-. No hablemos sobre eso. ¿Qué hacía ese hombre en mi casa?
– Te lo dije, pasaba la Navidad conmigo.
– Pensé que era su Jeep el que estaba aparcado delante del garaje, pero estaba segura de que era un error. Ni en un millón de años planeaba encontrarle… contigo… en mi casa. Nick Allegrezza de entre todos los hombres. Él es…
– Estoy enamorada de él -interrumpió Delaney.
Gwen se agarró a una silla de la cocina-. Es una broma. Sólo lo dices para vengarte de mí. Estás furiosa conmigo porque te dejé sola en Navidad.
Algunas veces la lógica de su madre aturdía su mente, pero siempre era previsible-. Mis sentimientos por Nick no tienen nada que ver contigo. Quiero estar con él, y voy a estar con él.
– Ya veo-. La cara de su madre se endureció-. ¿Estás diciéndome que no te importa como me siento?
– Por supuesto que me importa. No quiero que odies al hombre que amo. Sé que en realidad no puedes alegrarte por mí ahora mismo, pero tal vez podrías aceptar que estoy con Nick, y que soy feliz con él.
– Eso es imposible. No puedes ser feliz con un hombre como Nick. No te hagas esto, ni se lo hagas a tu familia.
Delaney negó con la cabeza y su corona se deslizó hacia un lado. Se la quitó de la cabeza y pasó sus dedos sobre los fríos diamantes falsos. No era posible. Su madre nunca cambiaría-. Henry está muerto. La familia sólo somos nosotras-. Ella contempló a Gwen-. Quiero a Nick. No me hagas escoger.
Nick estaba delante de la chimenea de piedra y clavó los ojos en las luces intermitentes que Sophie le había ayudado a colgar del árbol. Se llevó la cerveza sobre los labios y las luces se nublaron cuando echó la cabeza hacia atrás.
Lo sabía. Los últimos días había vivido una fantasía. Se la había creído cuando pasó la noche en la diminuta cama rosa y se había permitido imaginar una casa, un perro y un par de niños. Se había permitido imaginarla con él, durante el resto de su vida, y lo había querido más que respirar.
En cuanto me vaya en junio, nunca me verás. Si crees que me has visto poco desde que me fui hace diez años, espera ahora. Cuando me vaya esta vez, ni siquiera te diré donde estoy. Cuando me vaya, tendré tres millones de dólares y nunca volveré a visitarte.
Era tonto. Sabía que ella se iría, pero se había permitido comenzar a pensar que la haría quedarse. Ella le había dicho que lo amaba. Como un montón de mujeres en ese momento en particular, cuando él estaba en su interior dándoles placer. Nunca significaba nada, y él no era el tipo de tío que buscara y esperara jodidas señales para ver si lo hacía.
El timbre de la puerta sonó y creyó que vería a Delaney. Pero se encontró a Gail en su lugar.
– Feliz Navidad -dijo ella y tendió una caja brillante de colores hacia él. La dejó entrar porque necesitaba una distracción.
– No tengo nada para ti-. Él colgó su abrigo, luego la llevó a la cocina.
– No pasa nada. Sólo son galletas, nada más. Josh y yo teníamos de más-. Nick colocó la caja en la encimera y la miró. Ella llevaba un vestido rojo ajustado y tacones de aguja rojos. Apostaría a que llevaba debajo un liguero rojo y nada más. Había ido de visita para algo más que entregarle una caja de galletas, pero él no estaba ni un poco interesado.
– ¿Dónde está tu hijo?
– Su padre le tiene esta noche. Toda la noche. Pensé que tú y yo podríamos pasar un rato juntos en el jacuzzi.
El timbre de la puerta sonó por segunda vez en cinco minutos, y esta vez era Delaney. Ella estaba de pie sobre el porche, con un regalo de papel rojo metálico en las manos y una sonrisa en sus labios. Su sonrisa murió cuando vio a Gail a su espalda y cómo le ponía una mano en el hombro. La podía haber quitado. Pero no lo hizo.
– Entra, -dijo él-. Gail y yo estábamos a punto de meternos en el jacuzzi.
– Yo – Su mirada atontada se movió entre ellos-. No traje el bañador.
– Ni Gail-. Él sabía lo que ella pensaría y la dejó pensarlo-. No lo necesitas.
– ¿Qué pasa, Nick?
Él envolvió un brazo alrededor de la cintura de Gail y la apretó contra su lado. Tomó un trago de la botella y miró a la mujer que amaba tanto que el dolor le oprimía el pecho-. Eres mayorcita. Suponlo.
– ¿Por qué te portas así? ¿Estás enfadado por lo que sucedió antes? Ya te dije que me aseguraré de que mi madre no diga nada.
– No me importa eso-. Incluso si él hubiera querido detener el dolor que le estaba causando, no podía. Se sentía como un niño impotente otra vez, vigilándola y queriéndola tanto que se volvía loco-. ¿Por qué no te unes a nosotros en el jacuzzi?
Ella negó con la cabeza-. Tres son multitud, Nick.
– No, tres es un número condenadamente bueno-. Él supo que nunca olvidaría el dolor de sus ojos, y se volvió a mirar a Gail-. ¿Qué te parece? ¿Te prestas a un trío?
– Un…
Él miró otra vez a Delaney y elevó una ceja-. ¿Estás de acuerdo?
Ella levantó su mano libre y agarró su abrigo de lana por encima del corazón. Dio un paso atrás y su boca se movió pero no salió ninguna palabra. Él miró su espalda, el brillante paquete rojo olvidado en su mano, y su carrera por la acera hacia su coche. Mejor que se fuera antes de que él le rogara que se quedara. Mejor terminar ahora. Nick Allegrezza no rogaba a nadie que le amara. Nunca lo había hecho y nunca lo haría.
Se obligó a quedarse allí, y se obligó a mirar como se marchaba en el coche saliendo de su vida. Sintió como se le desgarraban las entrañas, luego le dio a Gail su abrigo-. No soy buena compañía -dijo, y por una vez ella tuvo el sentido común de no juzgarlo ni decir nada.
Solo, entró en la cocina y abrió otra cerveza. A medianoche se había graduado en Jim Beam [58]. Nick no estaba necesariamente medio borracho, pero si estaba de igual humor. Bebía para olvidar, pero cuanto más bebía más recordaba. Recordó el perfume de su piel, la textura suave de su pelo y el sabor de su boca. Se quedó dormido en el sofá con el sonido de su risa en los oídos y su nombre en los labios. Cuando se despertó a las ocho, su cabeza latía, y supo qué necesitaba para desayunar. Cogió el bote de Bufferin y mezcló un poco de zumo de naranja con vodka. Estaba con la tercera copa y la séptima aspirina cuando su hermano entró en su casa.
Nick yacía en el sofá de cuero, viendo el canal de surfing con el mando de la gran televisión panorámica en una mano. Ni se molestó en levantar la vista.
– Pareces que estás hecho una mierda.
Nick cambió el canal y vació el vaso-. Así es como me siento, ¿por qué no te vas?
Louie se puso delante de la televisión y la apagó-. Pensábamos que ibas a venir ayer por la noche para la cena de Navidad.
Nick colocó el vaso vacío y el mando en la mesita. Finalmente miró a Louie de pie en mitad de la habitación, rodeado de una incandescencia nebulosa, amable como la fotografía de Jesús que su madre tenía colgada en la pared del comedor-. No lo hice.
– Obviamente. ¿Qué te pasa?
– No te importa-. Su cabeza latía y quería quedarse solo. Puede que si estuviera borracho un par de meses, el alcohol borraría esa voz persistente en su cabeza que había empezado a fastidiarle alrededor de medianoche, llamándole idiota y diciéndole que había cometido el error más grande de su vida.
– Lisa llamó a Delaney esta mañana. Creo que ella está bastante alterada por algo. ¿Tienes algo que ver?
– Si.
– ¿Que se supone que hiciste?
Nick se levantó y la habitación dio dos vueltas antes de detenerse-. No te metas en lo que no te importa-. Se movió para pasar de largo, pero su hermano le agarró por el puño la camisa. Él miró hacia abajo a los dedos apretados de Louie sujetando la franela, y no se lo podía creer. Los dos no se habían peleado físicamente desde hacía quince años, ante la puerta trasera de su madre.
– ¿Qué demonios te pasa?- empezó Louie-. Durante la mayor parte de tu vida sólo has querido una cosa. Una. A Delaney Shaw. Tan pronto como parece que finalmente vas a obtener lo que quieres, haces algo para perderla. La lastimaste a propósito para que te odiara. Como siempre. ¿Y sabes qué? Te odia.
– ¿Por qué te importa?- Nick subió la mirada a los profundos ojos castaños de su hermano-. Ella ni siquiera te gusta.
– Me gusta bastante, pero lo que yo opine no importa. Tú estás enamorado de ella.
– No tiene importancia. Se va en junio.
– ¿Lo dijo ella?
– Si.
– ¿Le pediste que se quedara? ¿Intentaste siquiera decirle algo?
– No habría habido ninguna diferencia.
– Eso no lo sabes, y en lugar de averiguarlo, vas a dejar que salga de tu vida la única mujer que has amado. ¿Qué pasa contigo? Eres un cobarde de mierda.
– Que te jodan, Louie-. Él apenas vio el puño de Louie antes de que lo estrellase en su cara. Una luz explotó entre los ojos de Nick y cayó dando con la parte de atrás de la cabeza en el suelo de madera. Su vista se ensombreció y pensó que incluso se desmayaría. Desafortunadamente los halógenos del falso techo lo enfocaron y con la vista despejada, su cabeza se sentía como si se hubiera partido en dos. El pómulo comenzó a latir, lo mismo que su cerebro. Gimió y con mucho cuidado se tocó el ojo-. Eres un imbécil, Louie, y cuando me levante, voy a patearte el culo.
Su hermano se cernió sobre él-. No podrías patear ni el culo del viejo Baxter, y lleva diez años empujando uno de esos cilindros de oxígeno.
– Me reventaste la cabeza.
– No, tu cabeza es demasiado dura. Aunque probablemente quizá se haya agrietado el suelo-. Louie sacó un juego de llaves del bolsillo de su pantalón-. No sé que hiciste a Delaney para que te odiara, pero vas a despejarte y a darte cuenta de que cometiste un gran error. Espero que no sea demasiado tarde-. Frunció el ceño y señaló con el dedo a su hermano-. Date una ducha, Nick. Hueles como una destilería.
Cuando Louie se fue, Nick se levantó del suelo y medio se arrastró a la cama. Durmió hasta la mañana siguiente y al despertar sintió como si hubiera sido atropellado por un monstruoso camión. Tomó una ducha, pero no se sintió mucho mejor. Le dolía la parte posterior de la cabeza y tenía un ojo morado. Y eso no era lo peor de todo. La certeza de que Louie tenía razón era mucho peor. Había echado a Delaney de su vida. Había pensado que la podría borrar de sus pensamientos. Había pensado que se sentiría mejor. Pero nunca se había sentido tan mal.
¿Eres un cobarde de mierda? En lugar de luchar por Delaney, había retomado las viejas costumbres. En lugar de correr el riesgo, la había herido antes de que ella le lastimara a él. En lugar de correr el riesgo, había huido. En lugar de agarrarla con ambos brazos, la había apartado de su lado.
Le había dicho que lo amaba, y se preguntó si lo habría fastidiado todo. Era posible que no mereciera su amor, pero lo quería. ¿Y si ya no le amaba? Preguntaba esa molesta vocecita. Había hecho que lo amara una vez. Lo podría conseguir de nuevo.
Se vistió y salió por la puerta dispuesto a correr el riesgo más grande de su vida. Condujo hasta el apartamento de Delaney, pero no estaba en casa. Era sábado, y la peluquería también estaba cerrada. No era una buena señal.
Fue a casa de su madre, pero Gwen ni se dignó siquiera a dirigirle la palabra. Miró en el garaje para saber si Delaney estaba escondiéndose y evitándole. El Cadillac de Henry estaba dentro. El pequeño Miata amarillo no.
La buscó por todo el pueblo, y cuanto más la buscaba, más desesperado estaba por encontrarla. Quería hacerla feliz. Quería hacerle una casa en Angel Beach o donde fuera que quisiera. Si quería vivir en Phoenix o Seattle o Chattanooga, o Tennessee, no le importaba, mientras él viviera allí con ella. Quería el sueño. Quería todo. Ahora todo lo que tenía que hacer era encontrarla.
Preguntó a Lisa, pero no había hablado con Delaney. Cuando la peluquería siguió cerrada la mañana del lunes, Nick visitó a Max Harrison.
– ¿Has hablado con Delaney?- preguntó al entrar en la oficina del abogado.
Max levantó la vista y se tomó su tiempo antes de contestar-. Me llamó ayer.
– ¿Dónde está?
Otra vez se tomó su tiempo-. Supongo que lo sabrás pronto de todas maneras. Ha dejado el pueblo.
Las palabras lo golpearon en el pecho como si lo hubiera atropellado un todoterreno-. Mierda-. Nick se hundió en una silla y frotó su mandíbula con una mano-. ¿Dónde ha ido?
– No me lo dijo.
– ¿Cómo que no lo hizo?- dejó caer su mano sobre el muslo-. Dijiste que te llamó.
– Lo hizo. Llamó para decirme que había dejado el pueblo, y que había roto las condiciones del testamento. No me dijo ni a dónde iba, ni que iba a hacer. Le pregunté, pero no me lo dijo. Supongo que pensó que se lo diría a su madre antes de que ella quisiera que Gwen lo supiera-. Max inclinó la cabeza hacia un lado-. Esto quiere decir que consigues la parte de Delaney. Felicidades, ven en junio, y lo tendrás todo.
Nick sacudió la cabeza y se rió sin humor. Sin Delaney no había nada. No tenía nada. Miró al abogado de Henry y dijo, – Delaney y yo mantuvimos una relación sexual antes de que se fuera del pueblo. Díselo a Frank Stuart y hacer lo que sea que tengáis que hacer para aseguraros que ella recibe esas propiedades en Angel Beach y Silver Creek.
Max lo miró sumamente indignado y harto de todo ese lío. Nick conocía la sensación.
Dos semanas después de visitar a Max, todavía no sabía nada. Había perseguido persistentemente a Gwen y Max Harrison, y había llamado a la peluquería en la que Delaney había trabajado en Scottsdale. No habían sabido nada de ella desde que los había dejado en junio. Nick se estaba volviendo loco. Ya no sabía donde buscar. Nunca sospechó que debería haber preguntado a su propia familia.
– Oí que Delaney Shaw está trabajando en Boise, -mencionó Louie casualmente mientras tomaba una cucharada de sopa.
Todo dentro de Nick se calmó y contempló a su hermano. Louie, Sophie y él estaban sentados en la mesa del comedor de su madre para el almuerzo-. ¿Dónde lo oíste?
– A Lisa. Me dijo que Delaney estaba trabajando en la peluquería de su primo Ali.
Lentamente Nick bajó la cuchara-. ¿Cuanto hace que lo sabes?
– Unos días.
– ¿Y no me lo dijiste?
Louie se encogió de hombros-. No pensé que lo querrías saber.
Nick aguantó. No podía decidir si abrazar a su hermano o golpearlo en la cabeza-. Sabías que lo querría saber.
– Puede que pensara que necesitabas recapacitar antes de verla otra vez.
– ¿Por qué querría Nick ver a esa chica?- preguntó Benita-. Lo mejor que hizo nunca fue dejar el pueblo. Por fin está pasando lo correcto.
– Lo correcto hubiera sido que Henry aceptara su responsabilidad hace mucho tiempo. Pero no tuvo ningún interés por mí hasta que se le acabó el tiempo.
– Si no fuera por esa chica y su madre, te habría aceptado hace muchos años.
– Y los monos podrían tener alas en el culo, -dijo Sophie mientras se echaba sal y pimienta, – pero lo dudo.
Louie levantó una ceja con asombro mientras Nick se reía.
– Sophie, – Benita se quedó sin aliento-. ¿Dónde oíste ese horrible lenguaje?
Hubiera podido ser en un buen número de lugares, comenzando por su padre y su tío y terminando con la televisión. Su respuesta asombró a Nick-. A Delaney.
– ¡Oye!- Benita se levantó y se movió hacia Nick-. Esa chica no es buena. Mantente lejos de ella.
– Eso va a ser un poco de difícil cuando conduzca a Boise para encontrarla. La amo, y le voy a pedir que se case conmigo.
Benita se detuvo y puso una mano en su garganta como si Nick la estuviera estrangulando.
– Siempre has dicho que querías que fuera feliz. Delaney me hace feliz, y ya no voy a vivir más sin ella. Voy a hacer lo que sea necesario para que vuelva a mi vida-. Hizo una pausa y miró la cara atontada de su madre-. Y si no puedes alegrarte por mí, será mejor que te mantengas alejada hasta que lo puedas fingir.
A Delaney le horrorizó reconocerlo, y ciertamente nunca lo admitiría en voz alta, pero echaba de menos las ondas. En realidad, echaba de menos a Wannetta. Pero era mucho más grave que echar de menos a la vieja cotilla. Echaba de menos vivir en Truly. Extrañaba vivir en un lugar donde todo el mundo la conocía, y dónde también conocía a todo el mundo.
Ella quitó las pinzas de los tirantes de su tirolés y los colocó en su puesto de trabajo. A ambos lados, peluqueras cortaban y peinaban en la moderna peluquería del centro de Boise. El salón de belleza de Ali estaba ubicado en un almacén rehabilitado, y todo era muy moderno y nuevo. El tipo de peluquería que a ella siempre le había gustado y en la cuál antes hubiera amado trabajar, pero ahora era diferente. No era suya.
Alcanzó una escoba y barrió el pelo de su última clienta. Durante diez años había vivido en lugares donde no tenía pasado, ni historia, ni enemigas perpetuas de la escuela. Había vivido en cuatro estados diferentes, siempre buscando algo, el lugar perfecto para establecerse. Su vida había completado el círculo, y lo más irónico de todo era que había encontrado el lugar perfecto exactamente donde lo había dejado. Se sentía como Dorothy en El Mago de Oz, sólo que nunca podría volver a casa. No ahora.
Boise era una bonita ciudad y tenía mucho que ofrecer. Pero no tenía un Santa Claus con tanga o un desfile cada día de fiesta. No tenía el ritmo ni el latido de un pequeño pueblo.
No tenía a Nick.
Terminó de barrer el pelo en un montón, entonces cogió un recogedor. No tener a Nick en la misma ciudad le debería haber hecho sentirse mejor. Pero no la hacía. Lo amaba, y supo que siempre lo haría. Deseó poder seguir adelante y olvidarse de Nick Allegrezza, pero ni siquiera se podía obligar a marcharse del estado. Le amaba, pero no podía vivir cerca de él. Ni por tres millones de dólares. La decisión de irse no había sido tan difícil. No había nada que pudiera hacer que se pasara los siguientes cinco meses viendo a Nick con otras mujeres. Ni por todo el dinero del mundo.
El timbre de la puerta sonó mientras Delaney vaciaba el pelo en una papelera. Oyó un femenino suspiro colectivo en los otros puestos de trabajo y el ruido sordo de botas.
– ¿Te puedo ayudar?
– Gracias – dijo dolorosamente una voz familiar-. Encontré lo que estaba buscando.
Ella se giró y miró a Nick a un brazo de distancia-. ¿Qué quieres?
– Quiero hablar contigo.
Él se había cortado el pelo. Un rizado mechón oscuro y caía sobre su frente. Le quitaba la respiración-. Estoy ocupada.
– Dame cinco minutos.
– ¿Tengo alguna opción?- preguntó, esperando que él dijera que no y así poder mandarlo al infierno.
Él cambió el peso de pie y metió las manos en los bolsillos de los pantalones vaqueros-. Sí.
Su respuesta la desarmó y se volvió a Ali, quien trabajaba en el siguiente puesto-. Vuelvo en cinco minutos, – dijo y se dirigió a la puerta. Con Nick justo detrás de ella, entró en el vestíbulo y se detuvo al lado de un teléfono público-. Tienes cinco minutos-. Se apoyó contra la pared y cruzó los brazos sobre sus pechos.
– ¿Por qué te fuiste del pueblo tan deprisa?
Ella se miró los pies, metidos en unas nuevas plataformas de cuero. Las había comprado para sentirse mejor, pero no había ayudado-. Necesitaba irme.
– ¿Por qué? Querías todo ese dinero.
– Evidentemente necesitaba más irme de lo que quería todo ese dinero.
– Hablé con Max sobre nosotros. Ángel Beach y Silver Creek te pertenecen ahora.
Ella se contuvo con fuerza, luchando por no estallar. No se podía creer que hablaran de una estúpida propiedad que no le importaba lo más mínimo-. ¿Por qué se lo dijiste?
– No me pareció correcto quedarme con todo.
– ¿Eso es lo que querías decirme?
– No. Vine para decirte que sé que te hice daño y que lo siento.
Ella cerró los ojos-. No importa – dijo porque quería que no le importara-. Dije que te amaba, luego llamaste a Gail para que fuera a tu casa para acostarte con ella.
– No la llamé. Sólo apareció, y no tuvimos relaciones sexuales.
– Vi que las ibais a tener.
– No pasó nada. Y no iba a pasar nada. Viste lo que yo quería que vieras, pensaste lo que quise que pensaras.
Ella levantó su mirada a la de él-. ¿Por qué?
Él aspiró profundamente-. Porque te amo.
– No tiene gracia.
– Lo sé. Nunca he amado a ninguna mujer más que a ti.
No lo creyó. No podía creerle y arriesgar su corazón otra vez. Dolía demasiado cuando se lo rompía-. No, te gusta confundirme y volverme loca. En realidad, no me amas. No sabes lo que es el amor.
– Bueno, creo que lo sé-. Bajó las cejas y dio un paso hacia ella-. Te he amado toda mi vida, Delaney. No puedo recordar un día en que no lo hiciera. Te amaba el día que prácticamente te dejé inconsciente con una bola de nieve. Te amaba cuando pinché la rueda de tu bicicleta para poder acompañarte a casa. Te amaba cuando te ví escondida detrás de las gafas de sol en el Value Rite, y te amaba mientras estabas colgada por ese hijo de puta perdedor de Tommy Markham. Nunca olvidé el olor de tu pelo o la textura de tu piel desde la noche que te subí al capó de mi coche en Angel Beach. Así que no me digas que no te amo. No me lo digas – Su voz tembló y la señaló con el dedo-. No me digas nada de eso.
Delaney parpadeó y se clavó las uñas en los brazos. No quería creerle, pero al mismo tiempo, quería creer en él más de lo que quería vivir. Quiso al mismo tiempo lanzarse a sus brazos y machacarlo a puñetazos-. Esto es totalmente típico de ti. Cuando ya me tienes convencida de que eres un enorme imbécil, quieres que piense que no lo eres-. Una lágrima cayó de sus ojos y se la quitó con el dorso de la mano-. Pero realmente eres un imbécil, Nick. Me rompes el corazón, ¿y ahora crees que puedes venir aquí y decirme que me amas y s-se supone que tengo que olvidarlo todo?- Terminó antes de perder el control y echarse a llorar.
Nick pasó sus brazos alrededor de ella y la retuvo contra su pecho. Ella no lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de dejarla ir. No ahora. Jamás-. Lo sé. Sé que he sido un imbécil, y no tengo ninguna excusa. Pero tocarte y amarte, y pensar que planeabas dejarme, me sacó de quicio. Después de que hiciéramos el amor la segunda vez, comencé a pensar que tal vez quisieras quedarte conmigo. Comencé a pensar en nosotros despertando juntos todos los días durante el resto de nuestras vidas. Incluso pensé en niños y tomar algunas de esas clases de respiración cuando te quedases embarazada. Tal vez comprar un monovolumen. Pero entonces Gwen llegó a su casa, y le dijiste que te irías, y pensé que había estado fantaseando otra vez. Tuve miedo de que realmente te fueras, así que hice que me dejaras antes. Pero no pensé que te marcharías del pueblo-. Desde dentro de su chaqueta de cuero ella inhaló por la nariz pero no habló. Ella no le había dicho que lo amaba y él se sentía morir por dentro-. Por favor di algo.
– ¿Un monovolumen? No te pega nada un monovolumen.
No era exactamente lo que él esperaba, pero tampoco era mala señal. No lo había mandado al infierno-. Te compraré lo que sea que quieras si me dices que me amas.
Ella lo contempló. Sus ojos estaban mojados y su maquillaje corrido-. No tienes que sobornarme. Te amo tanto que no puedo pensar en nada más.
El alivio lo inundó y cerró los ojos-. Gracias a Dios, tenía miedo que me odiaras para siempre.
– No, ese ha sido siempre mi problema. Nunca te pude odiar aunque debería haberlo hecho, -dijo con un suspiro y metió sus dedos entre su pelo corto-. ¿Por qué te cortaste el pelo?
– Me dijiste una vez que me lo cortara-. Le limpió las lágrimas con los pulgares-. Pensé que podría ayudar a convencerte.
– Te queda bien.
– Eres maravillosa-. la besó suavemente, saboreando sus labios. Su lengua entró en su boca y tocó la suya con una suave caricia que tenía intención de drogarla mientras le cogía la mano izquierda y le deslizaba un solitario con un diamante de tres quilates en el dedo anular.
Ella echó para atrás y bajó la vista hacia su mano-. Podías preguntarme.
– ¿Y darte la oportunidad de que me digas que no? Ni de coña.
Delaney negó con la cabeza y le devolvió la mirada-. No te diré que no.
Él aspiró profundamente-. ¿Te casarás conmigo?
– Sí-. Ella envolvió los brazos alrededor de su cuello y le besó la garganta-. Ahora llévame a casa.
– No sé donde vives.
– No. Quiero decir a Truly. Llévame a casa.
– ¿Estás segura?- preguntó él, sabía que no la merecía, ni la felicidad que inundaba su pecho pero iba a agarrar todo con las dos manos-. Podríamos vivir donde quieras. Puedo traer el negocio de vuelta a Boise si quieres.
– Quiero ir a casa. Contigo.
Él retrocedió un poco para leer en sus ojos-. ¿Qué puedo darte viendo todo lo qué me has dado?
– Sólo ámame.
– Eso es muy fácil.
Ella negó con la cabeza-. No, no lo es. Ya has visto la pinta que tengo por las mañanas-. Extendió la mano sobre su pecho y estudió su dedo-. ¿Qué puedo darte yo? Obtengo un tío realmente guapo y que está para comérselo por la mañana, y también un gran anillo. ¿Qué ganas tú?
– Tengo lo único que quise siempre-. La abrazó y sonrió-. A ti, Fierecilla.