Delaney entrelazó las manos detrás del cuello de su antiguo novio y se movió con él al ritmo lento de la guitarra de blues. Estar así cerca de Tommy otra vez tenía un aire deja vu, sólo era diferente porque los brazos que la rodeaban ahora pertenecían a un hombre, no a un niño. De niño no había tenido ritmo, seguía sin tenerlo. En aquel entonces, él siempre había olido a jabón Irish Spring. Ahora llevaba colonia, no el perfume fresco que siempre había asociado con él. Había sido su primer amor. Había hecho latir su corazón y acelerado su pulso. Ahora no sentía ninguna de esas cosas.
– Recuerdame como era antes – él habló en el oido de Delaney, – ¿por qué no podemos ser amigos?
– Porque tu esposa me odia.
– Oh, bueno-. la atrajo más cerca, pero mantuvo sus manos en la pequeña cintura-. Pero a mí me gustas.
Su flirteo desvergonzado se había iniciado hacía una hora, inmediatamente después de que Lisa se fuera. Le había hecho una proposición dos veces, pero había sido tan encantador, que no podía enfadarse con él. La hacía reírse y la hizo olvidarse de que le había roto el corazón escogiendo a Helen.
– ¿Por qué no te acostaste conmigo en secundaria?- preguntó.
Realmente había querido hacerlo. Había estado locamente enamorada y llena de las hormonas rugientes de los adolescentes. Pero más avasallador que su deseo por Tommy había sido el terror por su madre y por Henry si averiguaban que había estado con un chico-. Te deshiciste de mí.
– No. Fuiste tú la que se deshizo de mí.
– Sólo después de que te cogiese con Helen cabalgando encima.
– Oh, bien.
Ella se echó hacia atrás para mirarle a la cara, apenas visible en la oscura pista de baile. Su risa se unió a la suya cuando ella dijo, – Eso fue horrible.
– Joder. Siempre me sentí realmente mal por lo que ocurrió, pero nunca supe que decirte después, – se acusó-. Sabía lo que quería decirte, pero pensé que no te gustaría oírlo.
– ¿Qué?
Sus dientes blancos centellearon en la tenue luz-. ¿Qué lamentaba que me hubieras pillado con Helen, pero que todavía podíamos estar juntos?
Hubo una época en que ella había escrito su nombre en todas sus libretas, cuando tenía el sueño de vivir en una casa con cerca blanca con Tommy Markham.
– ¿Lo hubieras hecho?
– No – contestó ella, verdaderamente agradecida de que no fuera su marido.
Él se inclinó hacia adelante y la besó suavemente en la frente-. Eso es lo que más recuerdo de ti. La palabra “no”, -dijo contra su piel. La música se detuvo y él se echó para atrás y sonrió-. Me alegro de que hayas vuelto-. La escoltó a la mesa y cogió su chaqueta-. Ya nos veremos.
Delaney le vio marcharse y cogió la cerveza que había dejado sobre la mesa. Mientras llevaba la botella a sus labios, se apartó el pelo de su cuello con la mano libre. Tommy no había cambiado mucho desde secundaria. Tenía buena apariencia. Todavía hechizaba y todavía era un tocón. Casi sintió lástima por Helen, casi.
– ¿Planeando una cita con tu antiguo novio?
Ella supo de quien era la voz incluso antes de girarse. Bajó la botella y contempló al hombre que le había causado más sufrimiento que todos sus novios juntos-. ¿Celoso?- Pero a diferencia de Tommy, nunca olvidaría lo que sucedió una cálida noche de agosto con Nick Allegrezza.
– Chinche.
– ¿Has venido a discutir conmigo? Porque no quiero discutir. Como me dijiste el otro día, ambos estaremos en la comitiva de la boda de tu hermano. Tal vez deberíamos tratar de llevarnos bien. Ser más amigables.
Una lenta sonrisa sensual curvó sus labios-. ¿Cómo de amigables?
– Amigos. Sólo amigos -dijo aunque dudaba que pasara alguna vez. Pero tal vez podrían dejar de lanzarse pullas. Sobre todo cuando parecía que ella siempre perdía.
– ¿Colegas?
Podría estar bien-. Eso mismo.
– ¿Camaradas?
– Claro.
Él negó con la cabeza-. Nunca ocurrirá.
– ¿Por qué?
Él no le contestó. En vez de eso le quitó la botella de la mano y la colocó en la mesa. El cantante de la banda de blues empezó un tema lento, “I've Been Loving You Too Long”, mientras Nick la arrastraba hacia la abarrotada pista de baile. La apretó contra él, luego movió sus caderas al ritmo de la sensual música de blues. Ella lo empujó tratando de poner un poco de distancia entre sus pechos y su tórax, pero sus manos grandes en la espalda la mantuvieron justo donde él quería. No tuvo otra opción que colocar las palmas de sus manos en sus anchos hombros. Su pelo acarició sus nudillos como un roce de seda fresca, y el calor de su recio cuerpo se filtró a través de los vaqueros, la franela y el jersey para calentarle la piel. A diferencia de Tommy, el ritmo surgía de Nick, fácil y natural, como una lánguida corriente sin prisa por llegar a ningún sitio-. Me podías haber preguntado si quería bailar -dijo, hablando por encima de los fuertes latidos de su corazón.
– Tienes razón. Podría.
– Estamos en los noventa. La mayoría de hombres han abandonado la caverna-. El olor de él llenó su cabeza del aroma del algodón limpio y masculino.
– ¿Hombres como tu ex novio?
– Sí.
– Tommy piensa con su polla.
– Como tú.
– Ya estamos otra vez – él hizo una pausa y su voz bajó un poco, – piensas que lo sabes todo sobre mí.
Su estómago se comprimió ante las emociones conflictivas. Cólera y deseo, anticipación jadeante y miedo se mezclaron en su vientre. Tommy Markham, su primer amor, no había creado tal caos dentro de ella. ¿Por qué Nick? Había sido un borde muchas más veces de las que había sido agradable. Tenían un pasado que creía que ya estaba enterrado-. Todo el mundo en el pueblo sabe que pasas el tiempo con un buen número de mujeres.
Él se apartó un poco para bajar la vista y mirarla. La luz del escenario iluminaba la mitad de su apuesta cara. -Aun si eso fuera cierto, hay una diferencia. No estoy casado.
– Casado o no, el sexo indiscriminado todavía es asqueroso.
– ¿Se lo dijiste también a tu novio?
– Mi relación con Tommy no es asunto tuyo.
– ¿Relación? ¿Vas a encontrarte con él más tarde para mantener ese sexo indiscriminado que encuentras tan repugnante?- Sus manos subieron por su espalda hasta la base de su cabeza-. ¿Te pone caliente?- Extendió sus dedos por debajo de su pelo, sosteniendo su cabeza con las palmas de las manos. Sus ojos eran tan duros como el granito.
Ella le empujó los hombros, pero él apretó con fuerza, presionando sus dedos firmemente en su cuero cabelludo. No la lastimaba, pero no la dejaba ir-. Estás enfermo.
Él bajó su cara y le preguntó contra sus labios – ¿Te enciende?
Ella respiró profundamente.
– ¿Duele?
El corazón de Delaney golpeaba su pecho y no podía contestar. Suavemente él acarició su boca con la suya y deslizó la punta de la lengua por la unión de sus labios. Una corriente de placer atravesó sus pechos. La reacción inmediata de su cuerpo la sorprendió y alarmó. Nick era el último hombre por el que quería sentir un deseo tan doloroso. Su pasado era demasiado desagradable. Ella tuvo la intención de apartarlo, pero él presionó con vehemencia y el beso se volvió carnal. Su lengua entró en su boca en un asalto caliente, devorándola, consumiendo su resistencia y creando una succión deliciosa con sus labios.
Ella quiso odiarle. Incluso mientras le devolvía el beso y su lengua le incitaba. Incluso mientras envolvía sus brazos alrededor de su cuello y se aferraba a él como si fuera lo único estable en un mundo caótico y mareante. Sus labios eran calientes. Firmes. Y ella le devolvía el beso con la misma pasión fogosa.
Él deslizó sus grandes manos hacia abajo, luego las metió debajo del borde suelto de su suéter. Sintió como sus dedos acarician suavemente su espalda, la caricia de cada uno de ellos sobre su piel. Luego las palmas de sus manos calientes y callosas resbalaron hasta su cintura y sus pulgares rozaron su abdomen, desplegándose suavemente sobre su piel caliente. El nudo en su estómago se apretó aún más y los pinchazos cosquillearon sus pechos, dibujando sus pezones tensos como si la hubiera tocado allí. La hizo olvidarse de que estaba de pie sobre una pista de baile abarrotada. La hizo olvidarse de todo. Sus manos acariciaron ambos lados de su cuello, y enredó los dedos en su pelo. Luego el beso cambió, se volvió casi suave, y él lentamente presionó los pulgares en su ombligo. Él deslizó los dedos bajo la cinturilla de sus pantalones vaqueros y la apretó contra la protuberancia dura que había justo debajo del botón.
Su propio gemido trajo un instante de cordura, y ella desprendió su boca de la de él. Estaba sin respiración, avergonzada y consternada por la reacción indomable de su cuerpo. Él ya le había hecho esto antes, pero esa vez no lo había detenido.
Lo empujó y dejó caer las manos. Cuando finalmente lo miró a la cara, vio que su mirada era oscura y vigilante. Luego su mandíbula se endureció y sus ojos se estrecharon.
– No deberías haber regresado. Deberías haberte marchado, – dijo, luego se dio la vuelta y se abrió paso a empujones a través de la multitud.
Atontada por su comportamiento y el de él y con el silencioso deseo despertándose en sus venas, Delaney fue incapaz de moverse durante un largo rato. El blues continuó sonando por los altavoces y las parejas alrededor de ella continuaron moviéndose al son como si nada extraño hubiese ocurrido. Sólo Delaney lo sabía. No regresó a su mesa hasta que la música cesó. Tal vez él estaba en lo cierto. Tal vez debería haberse marchado, pero había vendido su alma por dinero. Mucho dinero, y no podía irse ahora.
Delaney metió los brazos bruscamente en la chaqueta y caminó hasta la entrada. Sólo había una forma de sobrevivir a los siguientes siete meses. Volver al plan A y evitar a Nick lo máximo posible. Levantando la cabeza, salió al aire fresco. Su aliento calentaba su cara cuando cerró la cremallera del abrigo.
El trueno inconfundible de la Harley de Nick tembló en la noche y Delaney miró por encima del hombro. Él estaba parado con la gran moto entre sus piernas abiertas, dándole la espalda, y una gastada cazadora negra de cuero realzaba sus hombros. Extendió la mano y una de las gemelas Howell montó de un salto atrás, pegándose a su culo como si les hubieran echado pegamento.
La cabeza de Delaney volvió al frente y metiendo las manos en los bolsillos emprendió el corto camino a casa. Nick tenía los principios morales de un gato. Siempre los había tenido, pero por qué él la había besado cuando estaba con una de las chicas Howell estaba más allá de la comprensión de Delaney. De hecho, que la besara ya desbordaba su comprensión. Ella no le gustaba. Eso si estaba claro.
Y por supuesto, no le había gustado hacía diez años. La había usado para vengarse de Henry, pero Henry ahora estaba muerto, y liándose con ella sólo haría que perdiera la herencia que Henry le había dejado. Nick era muchas cosas, todas complicadas, pero no era estúpido.
Dobló a la izquierda en el callejón y caminó hacia las escaleras que conducían a su apartamento. No tenía sentido, pero la mayoría de cosas que Nick hacía no lo tenían.
En cualquier otro sitio, Delaney habría tenido miedo de recorrer las calles después de anochecer, pero no en Truly. Ocasionalmente en las casas de verano de la parte norte había algún robo. Pero nunca había ocurrido nada realmente malo. La gente no cerraba sus coches, y la mayoría de las veces, no se molestaban en cerrar sus casas.
Delaney había vivido en demasiadas ciudades grandes para ausentarse sin cerrar su apartamento. Una vez que subió las escaleras y estuvo dentro, aseguró la puerta detrás de ella y puso las llaves sobre la mesita de café. Mientras se desataba las botas, pensó en Nick y su loca reacción hacia él. Durante un momento de descuido, le había deseado.
Y él la había deseado, también. Lo había sentido por la forma en que la tocaba y por la protuberancia dura de su erección.
La bota golpeó el suelo cuando cayó de la mano de Delaney, y frunció el ceño en la oscuridad. En una pista de baile abarrotada, lo había besado como si fuera un sorbo fresco de pecado y se muriera por su sabor. La había hecho arder, y lo había deseado como a ningún otro hombre en mucho tiempo. Lo había deseado como aquella vez anterior. Como si nada existiera más allá de él y nada más tuviera importancia. Nick era el único hombre que había conocido que la podía hacer olvidar todo. Había algo en él que la hacía perder la cabeza. Él se había acercado a ella esta noche, lo mismo que lo había hecho la noche anterior a que dejara Truly hacía diez años.
No le gustaba pensar en lo que había sucedido, pero estaba exhausta y su mente hizo una excursión imparable en el recuerdo que siempre había tratado de olvidar, pero que nunca había podido hacer.
El verano después de su graduación de la escuela secundaria había comenzado mal, luego todo se había ido directo al infierno. Había cumplido dieciocho años y había creído que finalmente le tocaba decidir que quería hacer con su vida. No quería ir a la universidad de inmediato. Quería un año sabático para decidir lo que quería hacer en realidad, pero Henry ya la había preinscrito en la Universidad de Idaho, donde él había formado parte de los alumnos destacados. Había escogido las materias y la había apuntado en una serie de clases para novatos.
A finales de junio tuvo el valor suficiente para hablar con Henry acerca de un compromiso. Iria algun tiempo a la Boise State University donde iba Lisa, y quería ir a las clases que a ella le gustaban.
Él dijo que no. Fin del tema.
Con la fecha de inscripción de agosto acercándose, abordó a Henry otra vez en julio.
– No seas tonta. Sé lo que es más conveniente para ti – dijo-. Tu madre y yo hemos hablado de ello, Delaney. Tus planes para el futuro no tienen ningún objetivo. Eres obviamente demasiado joven para saber lo que quieres.
Pero lo sabía. Hacía mucho tiempo que lo sabía, y en cierta forma siempre había pensado que en su dieciocho cumpleaños lo obtendría. Con una pizca de razón, había pensado que con la capacidad de votar vendría la libertad real. Pero cuando su cumpleaños en febrero había pasado sin el más leve cambio en su vida, creyó que graduarse en la escuela secundaria tenía que significar librarse del control de Henry. Tendría la libertad de manifestarse y ser Delaney. La libertad de ser salvaje y loca si quería. De tomar clases absurdas en la universidad. De llevar pantalones vaqueros con agujeros o demasiado maquillaje. De llevar la ropa que quería. De parecer una pija, una vaga o una puta.
Pero no consiguió esa libertad. En agosto Henry y su madre la llevaron a la Universidad de Idaho en Moscú, Idaho, cuatro horas al norte y la matricularon en el siguiente semestre. Al regresar, Henry continuó diciendo, “confía en mí para saber lo que es más conveniente para ti” y “algún día me lo agradecerás. Cuando obtengas tu título, me ayudarás a dirigir mis negocios”. Su madre la acusó de ser “mimada e inmadura”.
La noche siguiente, Delaney salió por la ventana de su dormitorio por primera y última vez en su vida. Si le hubiera pedido a Henry su coche, probablemente se lo hubiera dejado, pero no quería pedirle nada. No quería decirles a sus padres dónde iba, con quién iba a estar, o a qué hora estaría en casa. No tenía ningún plan, sólo la idea vaga de hacer algo que nunca hubiera hecho. Algo que otras chicas de dieciocho años hicieran. Algo imprudente y excitante.
Se rizó su cabello rubio con grandes rulos y se puso un traje de playa rosa que se abotonaba por delante. El vestido le llegaba por encima de las rodillas y era la cosa más atrevida que poseía. Con delgados tirantes y sin sostén. Pensó que parecía más mayor, pero no importaba. Era la hija del alcalde y todo el mundo sabía que edad tenía realmente. Se puso también unas Nike Air Huarache y una chaqueta de punto blanca. Era una noche cálida de sábado, y tenía que hacer algo. Algo que siempre hubiera tenido miedo de hacer por miedo de que la atraparan y decepcionara a Henry.
Cuando llegó al Hollywood Market en la calle quinta se detuvo para telefonear a Lisa desde un teléfono público. Estaba de pie bajo una débil luz en el frente del edificio de ladrillo-. Venga, – imploró al teléfono que pegaba a su oreja-. Ven conmigo.
– Ya te lo he dicho, siento como si mi cabeza fuera a estallar – dijo Lisa, sonando como si tuviera un catarro de verano.
Delaney clavó los ojos en los números de metal del teléfono y frunció el ceño. ¿Cómo podía rebelarse sola? -Bebé.
– No soy un bebé -se defendió Lisa-. Estoy enferma.
Ella suspiró y miró hacia arriba, su atención se trasladó a los dos chicos que atravesaban el parking hacia ella-. Oh, Dios Mío – se puso la chaqueta sobre un brazo y ahuecó su mano alrededor del aparato receptor-. Los Finley caminan hacia mí-. Sólo había otros dos hermanos que tuvieran peor reputación que Scooter y Wes Finley. Los Finleys tenían dieciocho y veinte años y se acababan de graduar en la escuela secundaria.
– No les mires – la avisó Lisa antes de tener un acceso de tos.
– Oye, Delaney Shaw – Scooter habló arrastradamente y recostó un hombro contra el edificio al lado de ella-. ¿Qué haces aquí sola?
Ella miró sus ojos azul claro-. Busco diversión.
– Eh, -se rió-. Creo que la encontraste.
Delaney se había graduado en Lincoln High con los Finleys y les había encontrado ligeramente divertidos y algo pesados. Se habían pasado el año escolar jugando con alarmas de incendios falsas o bajándose los pantalones para mostrar sus culos blancos. Los Finleys eran grandes soñadores-. ¿Qué tienes en mente, Scooter?
– Delaney…Delaney…- la llamó Lisa por el teléfono-. Corre. Corre mucho, aléjate tanto como puedas de los Finley.
– Beber un poco de cerveza, – Wes se sumó a su hermano-. Vamos a una fiesta.
Beber “cerveza” con los Finleys era ciertamente algo que nunca había hecho antes-. Voy a ir – le dijo a Lisa.
– Delaney…
– Si encuentran mi cuerpo flotando en el lago, dile a la policía que me vieron por última vez con los Finley-. Cuando colgó el teléfono, un viejo Mustang con óxido en algunos puntos y los tubos de escape picados entró en el parking, los haces gemelos de luz enfocaron a Delaney y a sus nuevos amigos. Las luces y el motor se apagaron, la puerta se abrió y salió un metro noventa de mal carácter. Nick Allegrezza llevaba remangada una camiseta con la leyenda “Cómeme el gusano” y un par de pantalones vaqueros. Él miró a Scooter y Wes desde arriba y luego posó su mirada en Delaney. En tres años, Delaney había visto poco a Nick. Pasaba la mayor parte de su tiempo en Boise donde trabajaba y asistía a la universidad. Pero no había cambiado mucho. Su pelo era todavía brillante y negro, corto sobre las orejas y largo en el cuello. Y era todavía impresionante.
– Podríamos tener nuestra fiesta -sugirió Scooter.
– ¿Sólo para nosotros tres?- preguntó lo suficientemente alto para que Nick lo oyese. Él solía llamarla bebé, y normalmente acto seguido le lanzaba un saltamontes. Pero ella no era un bebé ahora.
Frunció las comisuras de la boca, luego giró y desapareció en la tienda.
– Podríamos ir a nuestra casa -continuó Wes-. Nuestros padres están de viaje.
Delaney volvió su atención a los hermanos-. Esto… ¿A quien más vais a invitar?
– ¿Para qué?
– Para la fiesta, – contestó.
– ¿Tienes alguna amiga a la que puedas llamar?
Ella pensó en su única amiga enferma en casa con un resfriado y negó con la cabeza-. ¿No conoces a nadie que puedas invitar?
Scooter sonrió y se acercó más-. ¿Por qué querría hacer eso?
Por primera vez, la aprensión revoloteó en el estómago de Delaney-. Por la fiesta, ¿recuerdas?
– La celebraremos, no te preocupes.
– La estás asustando, Scoot-. Wes empujó a su hermano y lo golpeó en un lado-. Vamos a casa y llamaremos a la gente desde allí.
Delaney no lo creyó y bajó la vista a sus sandalias. Había querido ser como otras chicas de dieciocho años. Había querido hacer algo imprudente, pero no se prestaba a un trío. Y eso era sin duda lo que tenían ellos en la mente. Siempre y cuando Delaney se decidiera a perder su virginidad, no lo haría ni con uno ni con los dos hermanos Finley. Había visto sus culos blancos y gracias, no.
Deshacerse de ellos iba a ser difícil, y se preguntó cuánto tiempo tendría que quedarse delante del Hollywood Market antes de que finalmente se rindieran y se fueran.
Cuando levantó la mirada, Nick estaba de pie al lado de su coche metiendo un pack de seis latas de cerveza en el asiento trasero. Él se enderezó, apoyó su peso sobre un pie, y miró fijamente a Delaney. Clavó los ojos en ella durante largo rato, luego dijo – Ven aquí, princesa.
Hubo una época en la que se había sentido asustada y fascinada por él al mismo tiempo. Siempre había sido tan arrogante, tan seguro de sí mismo, y también tan prohibido. Pero ya no tenía miedo, y tal y como lo veía, tenía dos opciones: Confiar en él o confiar en los Finley. Ninguna opción era genial, pero a pesar de su sucia reputación, sabía que Nick no la obligaría a hacer nada que no quisiera. Y no estaba segura de poder decir lo mismo de Scooter y Wes-. Nos vemos chicos -dijo ella, entonces lentamente caminó hacia el peor de los chicos malos. El incremento de su pulso no tenía nada que ver con el miedo y todo con el tono ronco y suave de su voz.
– ¿Dónde está tu coche?
– Vine andando.
Él abrió la puerta del conductor-. Sube.
Ella miró hacia arriba a sus ojos color humo. Él no era ya un niño, sin ninguna duda-. ¿Dónde vamos?
Inclinó la cabeza hacia los Finley-. ¿Tiene importancia?
Probablemente la debería tener-. ¿No iras a llevarme a una encerrona para deshacerte de mí en el bosque?
– No esta noche. Estás a salvo.
Ella se puso la chaqueta en la espalda y se subió por el capó al asiento del copiloto con toda la dignidad posible. Nick encendió el Mustang, y en el salpicadero las luces brillaron intermitentemente volviendo a la vida. Dio marcha atrás en el parking y salió a la Quinta-. ¿Vas a decirme ahora donde vamos?- preguntó, la excitación cosquilleaba sus terminaciones nerviosas. No podía creer que estaba realmente sentada en el coche de Nick. No podía esperar a decírselo a Lisa. Era demasiado increíble.
– Te llevo de vuelta a tu casa.
– ¡No!- Se giró hacia él-. No puedes. No quiero volver allí. No puedo regresar aún.
Él la recorrió con la mirada, luego volvió su mirada a la carretera oscura ante él-. ¿Por qué no?
– Para y déjame salir, -dijo en lugar de contestar a su pregunta. ¿Cómo podía explicárselo a cualquiera, a Nick, que ya no podía respirar más allí? Sentía como si Henry tuviese un pie en su garganta, y no pudiese llevar aire a lo más profundo de sus pulmones. ¿Cómo podía explicarle a Nick que no esperaba más de su vida que liberarse de Henry, pero que ahora sabía que ese día nunca llegaría? ¿Cómo podía explicarle que ésta era su forma de contraatacar? Él probablemente se reiría de ella y pensaría que era una inmadura, como hacían Henry y su madre. Sabía que era ingenua, y lo odiaba. Sus ojos comenzaron a lagrimear, y se dio media vuelta. El pensamiento de llorar como un bebé delante de Nick la horrorizó-. Sólo déjame salir aquí.
En lugar de detenerse, hizo rodar el Mustang sobre la carretera que llevaba a la casa de Delaney. La calle delante de los focos delanteros del coche era como un tubo entintado, se ensombrecía en las copas de los pinos y relampagueaba en la línea del centro de la calzada.
– Si me llevas a casa, volveré a salir.
– ¿Estás llorando?
– No -mintió, forzándose a abrir los ojos, esperando que el viento los secara.
– ¿Qué hacías con los Finley?
Lo recorrió con la mirada, la cara de él estaba iluminada por las luces doradas de la consola-. Buscando algo que hacer.
– Esos dos tipos son malos.
– Puedo manejar a Scooter y Wes -se jactó, aunque no estaba tan segura.
– No digas estupideces -dijo y detuvo el Mustang al final del acceso que conducía a su casa-. Ahora, vete a tu casa, donde debes estar.
– No me digas donde debo estar -dijo mientras cogía la manilla y abría bruscamente la puerta. Estaba hasta las narices de que todo el mundo le dijera donde ir y qué hacer. Saltó del coche y dio un portazo tras ella. Con la cabeza alta, comenzó a caminar hacia el pueblo. Estaba demasiado enfadada para llorar.
– ¿Dónde crees que vas?- la llamó.
Delaney le hizo un gesto y se sintió mejor. Libre. Continuó caminando y le oyó jurar justo antes de que el sonido de su voz fuera ahogado por completo por el chirrido de las llantas.
– Entra – gritó mientras paraba el coche al lado de ella.
– Vete al infierno.
– ¡Te dije que entraras!
– ¡Y yo te dije que te fueras al infierno!
El coche paró pero ella continuó caminando. No sabía dónde iba esta vez, pero no iba a volver a casa hasta que estuviera bien y preparada para hacerlo. No quería ir a la Universidad de Idaho. Y no quería tener una licenciatura en Empresariales. Y no quería pasar su vida en una mierda de pueblo donde no podía respirar.
Nick la agarró del brazo y la hizo girar. Los focos delanteros lo iluminaban desde atrás y se veía enorme e imponente-. Por el amor de Dios, ¿cuál es tu problema?-
Lo empujó y él agarró su otro brazo-. ¿Por qué te lo debería decir? A ti no te importa. Sólo quieres deshacerte de mí-. Las lágrimas anegaban sus pestañas, y se moría de vergüenza-. Y no te atrevas a llamarme bebé. Tengo dieciocho años.
Su mirada pasó de su frente a su boca-. Sé de sobra la edad que tienes.
Ella parpadeó y clavó los ojos en él a través de su vista nublada, en el arco de su labio superior, en su nariz recta y en sus ojos limpios. Meses de enojada frustración se derramaron, saliendo de ella como agua a través de un colador-. Soy lo suficientemente mayor para saber lo que quiero hacer con mi vida. Y no quiero ir a la universidad. No quiero trabajar en su negocio, y no quiero que nadie me diga lo que es más conveniente para mí-. Inspiró profundamente, luego continuó-. Quiero vivir a mi antojo. Quiero pensar primero en mí misma. Estoy cansada de tratar de ser perfecta, y quiero equivocarme como todos los demás-. Lo pensó un momento y luego dijo, – Quiero que todo el mundo pase de mí. Quiero experimentar la vida, mi vida. Quiero beberla. Pasear por el lado salvaje. Quiero darle un mordisco a mi vida.
Nick la puso de puntillas y miró sus ojos-. Y yo quiero darte un mordisco a ti – le dijo, luego bajó su boca a la de ella y suavemente mordió la parte carnosa de su labio inferior.
Durante largos segundos Delaney estuvo de pie perfectamente quieta, demasiado estupefacta para moverse. Con su cabeza atascada por una miríada de asombrosas sensaciones. Nick Allegrezza le había mordido suavemente un labio y su aliento estaba atrapado en sus pulmones. Su boca era caliente y firme, y la besó como un hombre que tenía toda una vida de experiencia. Sus manos envolvieron su cara, y él dejo resbalar los pulgares a lo largo de su mandíbula hasta su barbilla. Luego presionó hacia abajo hasta su boca abierta. Su lengua caliente penetró dentro y tocó la de ella, y él sabía a cerveza. Los escalofríos calientes aumentaron en su columna vertebral y Delany le besó como nunca había besado a nadie. Nadie nunca la había hecho tener la impresión de que su piel era demasiado tensa en su cabeza o sobre sus pechos. Nadie nunca la había hecho querer actuar primero y enfrentarse a las consecuencias más tarde. Ella colocó sus manos en la sólida pared de su pecho y chupó su lengua.
Y siempre en lo más profundo de su mente pensaba que todo aquello era increíble. Éste era Nick, el niño que había pasado tanto tiempo aterrorizándola y fascinándola. Nick, el hombre que la hacía sentirse ardiente y jadeante.
Él acabó el beso antes de que Delaney estuviese lista, y ella deslizó sus manos a los lados de su cuello.
– Vámonos de aquí, -dijo él y agarró su mano.
Esta vez no le preguntó adónde iban.
No le importaba.