El rojo resplandor atravesó el aire y tocó las arrugas y los pliegues de la cara de Henry Shaw, mientras sus amados Appaloosas [1] lo llamaban como una cálida brisa primaveral. Él introdujo una vieja cinta en el casette y lo puso a funcionar, entonces la voz profunda y ronca por el whisky de Johnny Cash llenó el pequeño cobertizo. Antes de que Johnny hubiera encontrado la religión, había sido un juerguista incorregible. Un bala perdida, y a Henry le gustaba eso. Después Johnny encontró a Jesús y a June, y su carrera se había deslizado al infierno como una pelota en una canasta. La vida no siempre salía como se planeaba. Dios, las mujeres y la enfermedad siempre se entrometían. Y Henry odiaba todo lo que se entrometía en sus planes.
Odiaba no tener el mando.
Se sirvió un bourbon y se asomó a la pequeña ventana por encima del banco de trabajo. El sol poniente parecía flotar encima del Monte Shaw, bautizado después de que los antepasados de Henry se instalaran en el fértil valle que había debajo. Las sombras afiladas y grises rodeaban el valle hacia el Lago Mary, llamado así por la tatarabuela de Henry, Mary Shaw.
Más de lo que Henry odiaba a Dios y a la enfermedad y no estar al mando, odiaba la frialdad de los médicos. Habían escarbado y pinchado hasta encontrar algo malo, y ninguno de ellos le había dicho ni una maldita cosa de las que quería oír. En cada ocasión había esperado que estuvieran equivocados pero al fin y al cabo no lo estaban.
Henry empapó aceite de linaza en algunos trapos viejos de algodón y los incrustó en una caja de cartón. Siempre había tenido la intención de tener un gran número de nietos a esas alturas, pero sólo quedaba él. Era el último Shaw. El último en una larga familia vieja y respetada. Los Shaws estaban a punto de extinguirse, y eso le devoraba las entrañas. No habría nadie de su sangre después de que él se fuera… nadie excepto Nick.
Se sentó en una vieja silla de oficina y llevó el bourbon a sus labios. Era el primero en admitir que lo había agraviado de niño. Pero durante varios años, había tratado de compensar a su hijo. Pero Nick era un hombre terco e inclemente. Lo mismo que había sido un niño atrevido e insolente.
Si Henry tuviese más tiempo, estaba seguro de que él y su hijo habrían llegado a algún tipo de comprensión. Pero ya no tenía tiempo, y Nick no lo hacía fácil. De hecho, Nick lo hacía condenadamente difícil.
Recordó a la madre de Nick, Benita Allegrezza, dando golpes en su puerta, afirmando que Henry había concebido al bebé de pelo negro que llevaba en los brazos. Henry había desviado su atención de la oscura mirada de Benita a los grandes ojos azules de su esposa, Ruth, que estaba de pie a su lado.
Lo había negado como al demonio. Por supuesto, sabía que en realidad había una buena probabilidad de que lo que afirmaba Benita fuera cierto, pero él había negado incluso la posibilidad. Aun si Henry no hubiera estado casado, nunca hubiera elegido tener un niño con una mujer vasca. Esa gente era demasiado morena, demasiado volátil y demasiado religiosa para su gusto. Quería bebés blancos, de pelo rubio. No quería que sus hijos se confundieran con “espaldas mojadas”. Oh, sabía que los vascos no eran mejicanos, pero para él todos eran iguales.
Si no hubiera sido por el hermano de Benita, Josu, nadie hubiera sabido de su lío con la joven viuda. Pero ese bastardo amante de las ovejas había tratado de chantajearle para que reconociera a Nick como hijo suyo. Pensó que Josu alardeaba cuando el hombre se plantó en su puerta y amenazó con decir a toda la gente del pueblo que Henry se había aprovechado de su afligida hermana y la había dejado preñada. Había ignorado la amenaza, pero Josu no alardeaba. De nuevo Henry negó su paternidad.
Sin embargo, cuando Nick tenía cinco años, parecía tanto un Shaw que ya nadie creía a Henry. Ni siquiera Ruth. Ella se había divorciado de él y se había llevado la mitad de su dinero.
Pero entonces, él todavía tenía tiempo. Estaba al final de los treinta. Todavía era un hombre joven.
Henry cogió una 357 y metió seis balas en el cilindro. Después de Ruth, encontró a su segunda esposa, Gwen. Si bien Gwen era una pobre madre soltera de dudosa ascendencia, se había casado con ella por varias razones. Obviamente no era estéril, y tenía sospechas de que Ruth lo era, y además era tan bella que dolía. Ella y su hija habían estado tan agradecidas que habían sido fáciles de moldear para lo que él quería. Pero sin embargo, su hijastra lo había decepcionado amargamente, y la única cosa que quería de Gwen, no se la había dado. Después de años de matrimonio, no le había dado un heredero legítimo.
Henry hizo girar el cilindro acariciando el revólver con su mano. Con la punta de la pistola, empujó la caja de trapos de linaza más cerca de la caldera. No quería que nadie limpiara el desorden después de que se fuera. La canción que había estado esperando oír sonó en el altavoz, y subió el volumen de la cinta mientras Johnny cantaba algo sobre caer en un anillo ardiente de fuego.
Sus ojos se pusieron un poco brumosos cuando pensó en su vida y en la gente que dejaba atrás. Era una verdadera lástima no estar allí para ver la expresión de sus caras cuando descubrieran lo que había hecho.