– AMABA a Gianni -dijo suavemente-. Con todo mi corazón. Estábamos muy unidos, de todas las formas en que un hombre y una mujer pueden estarlo. Nos reíamos de las mismas cosas, veíamos el mundo con una misma mirada y todo era perfecto cuando hacíamos el amor. Pero el último año las cosas comenzaron a estropearse. Mi carrera de pronto había despegado y tuve que dedicarle mucho más tiempo. A él nunca le había importado, pero empezó a irritarse por mis continuas ausencias. Incluso cuando estaba aquí tenía que continuar con mi trabajo. Gianni se resintió y empezaron las discusiones.
– Comprendo -murmuró Luke.
– Al final, parecía que no sabíamos hacer otra cosa más que reñir -prosiguió la joven-. Tras una de esas peleas, acordamos hacernos un espacio sólo para nosotros; un acuerdo que intenté respetar. Un día decidimos pasar la mañana en la cocina preparando una comida muy apetitosa que disfrutaríamos juntos. Pensábamos que algo tan sencillo como eso ayudaría a solucionar nuestros problemas. Pero a última hora me llamaron para que representara a un cliente en un caso de urgencia.
»Tuvimos una horrible pelea. Gianni dijo que si me marchaba sería el fin de lo nuestro y que no me volvería a ver en la vida. Le dije que me parecía muy bien porque ya estaba harta de él. Entonces salí apresuradamente para llegar a tiempo a la reunión con mi cliente. Él me siguió a la puerta y me llamó a voces, luego bajó la escalera y salió corriendo a la calle. Yo oí que me llamaba, pero estaba tan furiosa que ni siquiera me volví a mirarlo. Así que no supe cómo sucedió, solamente oí un ruido como un golpe sordo, el chirrido espantoso de los frenos de un vehículo y los gritos de la gente en la calle.
Minerva se detuvo, estremecida. Luke la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí.
– Continúa -dijo en tono sombrío.
– Me volví sólo cuando oí el terrible impacto. Gianni estaba tendido en el suelo y la sangre manaba de su cabeza. Un camión lo había embestido cuando intentaba cruzar la calle. Me precipité hacia él. Con los ojos cerrados, yacía tan quieto que ni siquiera me permití pensar que podría estar muerto. Tenía muchas cosas que decirle y él tenía que escucharme. Así que me arrodillé y lo estreché entre mis brazos diciéndole que lo sentía, que no había querido herirlo con mis palabras, que lo amaba. Le grité una y otra vez que lo amaba, pero él no podía oírme.
Las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas.
– Minnie… -murmuró Luke al tiempo que la ceñía contra su cuerpo, con los labios sobre sus cabellos.
– Yo lo amaba -sollozo-. Nunca tuve intención de decir las horribles palabras que le grité al marcharme, incluso pensaba pedirle perdón cuando volviera a casa. Pero cuando intenté decírselo, él ya no podía oírme. Lo último que oyó de mí fue que estaba harta de él. Y eso fue lo último… lo último…
Minnie se derrumbó con un gemido angustiado y anegada en llanto.
– Minnie -susurró Luke-. Minnie…
– Eso fue lo último que Gianni oyó. Le dije una y otra vez que lo sentía, pero él no podía oírme. Estaba muerto y ahora nunca sabrá…
Minerva volvió a gemir y luego estalló en sollozos tan violentos que Luke temió que sufriera un colapso. Entonces la acunó entre sus brazos maldiciendo su propia impotencia. Sentía el dolor de Minerva como su propia agonía.
– No fue culpa tuya -dijo a sabiendas que sus palabras eran inútiles.
Todo lo que podía hacer era abrazarla con la esperanza de que el calor de su cuerpo le transmitiera algún consuelo. Sin decir palabra, dejó reposar la mejilla contra sus cabellos esperando que amainara la tormenta. Poco a poco, los sollozos se convirtieron en un suave quejido.
– Fue por mi culpa -repitió cuando al fin pudo hablar.
– ¿Por qué dices eso?
– Si me hubiera vuelto a casa cuando me llamó desde la escalera, nada habría sucedido. Podría haber impedido lo que iba a ocurrir y él todavía estaría vivo.
– Minnie, pensamientos como ése pueden atentar contra tu cordura.
– Lo sé. Cuando a veces sueño con lo que ocurrió, creo que voy a enloquecer de dolor. Las escenas se repiten una y otra vez. En el sueño voy corriendo escaleras abajo, pero me vuelvo cuando Gianni me llama y él está vivo y a salvo. Entonces despierto y compruebo que no es verdad, que todo fue un sueño y vuelvo a enloquecer de pesar.
Minnie apretaba los brazos de Luke con tanta fuerza que él hizo una mueca de dolor, aunque por nada del mundo se habría movido un centímetro.
– Siempre pienso que si tuviera el poder de volver el tiempo atrás y detenerlo en el momento adecuado… -susurró.
– Lo sé, lo sé.
– Por más que lo intento, el tiempo no se detiene y yo no puedo hacer nada.
– Por desgracia, es así. El fin es lo más difícil de aceptar. No podemos hacer nada, por más que lo intentemos.
– Sí, y el recuerdo es una tortura.
– ¿Qué dice tu familia? Estoy seguro de que ninguno de ellos te culpa de la desgracia.
– No lo saben. Nadie lo sabe.
– ¡Oh, Dios! -susurró, conmovido por su soledad.
– Nadie nos oyó discutir esa mañana. Unos vecinos vieron que Gianni bajaba corriendo detrás de mí y que salía a la calle, pero no se enteraron de que habíamos peleado. Pensaron que intentaba alcanzarme porque se me había olvidado algo, o porque quería darme un beso de despedida. Nunca me he sentido capaz de contarle la verdad a Netta; no por mí, sino por no agravar más su pesar. Ya es suficiente con que piense que fue un accidente.
– Y de hecho fue un accidente.
– No, no lo fue -rebatió en un tono de amarga auto condena-. Sucedió porque yo estaba enfadada. Fui cruel y…
– ¡Basta ya! -dijo Luke con vehemencia-. No hables así. No eres culpable. Fue uno de esos golpes terribles que se abaten sobre nosotros sin aviso. A él lo destruyó, y si sigues así, puede que te destruya a ti también.
– Sí -convino Minerva-. A veces miro a Netta y me pregunto qué diría si supiera la verdad. Es tan buena conmigo que a veces siento la tentación de decirle que no lo merezco.
– Sí que lo mereces. Mereces bondad, amor y todo lo que es bueno. ¿Cómo puedo convencerte?
Minnie guardó silencio largo tiempo y luego simplemente repitió`.
– Él nunca lo sabrá. He intentado decírselo tantas veces… Antes del funeral lo vi en el ataúd y le dije que lo amaba y que lamentaba tanto nuestra discusión de esa mañana, pero fue inútil. No era él. Estaba frío y su piel era como la cera y en él no pude reconocer a mi Gianni porque se había ido a algún lugar donde yo no podía seguirlo.
En ese momento un recuerdo asaltó a Luke.
– Esa mañana cuando te vi en el cementerio inclinada junto a su lápida…
– Vamos a visitarlo en días señalados, como aniversarios, su cumpleaños o el día de su muerte. Preferiría ir sola, pero Netta insiste en acudir con toda la familia.
– Recuerdo que cuando ellos se alejaron te volviste a mirar la lápida y vi tu rostro. Todo lo que me has contado estaba allí, sólo que entonces yo no lo comprendí.
– Me di cuenta de que me habías visto con la verdad escrita en la cara y te odié por eso.
– No me odies. No, por favor -rogó.
– ¿Cómo podría hacerlo? Te he confiado algo que no sabe nadie más en el mundo, y todavía no comprendo por qué.
Su tono era el de una niña pequeña y confundida.
– Porque en el fondo de tu corazón sabes que puedes confiar en mí. Soy tu amigo y no te fallaré. Estoy aquí para cuidarte.
– Se supone que soy yo la que tengo que cuidar de ti -dijo al tiempo que cambiaba de posición para mirarlo de frente.
Su rostro todavía estaba desencajado por la angustia y las lágrimas no cesaban de fluir sin que se diera cuenta. Luke le pasó los dedos por las mejillas.
– Tenemos que cuidar el uno del otro -dijo cariñosamente.
– ¿Quieres que te traiga algo antes de que te duermas? -preguntó Minnie al tiempo que intentaba incorporarse.
– No. Los calmantes empiezan a hacer su efecto. Pero, ¿y tú? Creo que no te encuentras muy bien.
– Estoy bien, de veras. Siento haber hecho esta escena.
– No has hecho ninguna escena. Arruinarás toda tu vida si no somos capaces de aliviar el dolor que te corroe.
– Nunca podré aliviarlo. Siempre estará allí y tendré que vivir con él.
– ¿Cómo? ¿Bajo el peso de la culpa? Minnie, no puedes pasar la vida expiando por algo que no fue responsabilidad tuya.
– ¿Por qué no? Le arrebataron la vida por mi causa. ¿Qué derecho tengo a la vida?
– ¿O a la felicidad? ¿O al amor? -inquirió él, airado-. Su vida fue su vida y desgraciadamente se acabó. No puedes prolongarla sacrificando el resto de la tuya.
Minerva sacudió la cabeza e intentó alejarse, pero Luke la retuvo.
– Minnie…
– Déjame ir. No debí habértelo contado.
– Hiciste bien, porque soy la única persona que puede ayudarte a permitir que la luz del día penetre en la oscuridad de tu noche. Confía en mí, Minnie.
Su tono imperativo también encerraba un ruego, porque algo le decía que habían llegado a un punto crítico y todo dependía de lo que ocurriera en ese momento. Minnie se había acercado a él, pero en ese momento se alejaba y él sabía que no debía permitir que eso ocurriera.
El cuerpo de la joven repentinamente perdió su rigidez, como si el deseo de luchar la hubiera abandonado, y Luke volvió a atraerla hacia sí.
– Quédate aquí -ordenó-. No hace falta que me traigas nada, así que quédate conmigo.
– De acuerdo -dijo Minnie con voz apagada-. Sólo unos minutos.
Se tendió junto a él y Luke sintió que su cuerpo se relajaba, como si acabara de encontrar algo largamente esperado. Momentos más tarde, se quedó dormida.
Durante unos minutos, Luke escuchó su respiración acompasada y casi se atrevió a esperar que por fin hubiera encontrado un poco de paz. Deseó poder ver su rostro; pero le bastaba que estuviera allí, tranquila y segura en sus brazos.
Casi hubiera reído al pensar en las veces que había deseado tener a Minerva en su cama, su cuerpo contra el suyo. Y cuando al fin se cumplía su deseo, estaba más lejos de él que nunca. Sin embargo, había conseguido algo infinitamente más dulce, precioso y pleno de esperanzas.
El brazo bueno empezó a dolerle bajo el cuerpo de Minnie, pero nada le habría hecho moverse y cambiar de posición. Así que permaneció como estaba hasta que lentamente se quedó dormido. En la madrugada, Luke despertó de repente. El brazo estaba insensible y ella no se había movido un centímetro.
La primera visión que Minerva tuvo al despertar fue la ventana de su habitación, como siempre. Pero cuando fue capaz de recobrar la memoria, se dio cuenta de que se encontraba en el lugar equivocado. Tendría que estar durmiendo en el cuarto de invitados.
Sólo entonces fue consciente del cuerpo de Luke contra el suyo y pudo sentir su calor a través de la colcha que los separaba. El brazo bueno reposaba bajo el cuerpo de ella y el malo la cubría en un gesto protector.
Minnie se alzó con cuidado y cuando se volvió hacia él descubrió que la miraba con ojos soñolientos, tal como lo había visto antes de quedarse dormida.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó Luke.
– Sí, estoy bien -dijo y se dio cuenta de que era verdad-. Cielo santo, ¿ésta es la hora?
Eran las siete de la mañana. A regañadientes se levantó de la cama y salió de la habitación. Entonces notó que estaba completamente vestida. Los recuerdos de la noche anterior de pronto asaltaron su mente.
Lo había llevado a su casa para cuidarlo y resultó que él había cuidado de ella. Luke había hecho lo que nadie más podía hacer: había sacado a la luz el secreto que tanto la angustiaba y le había comunicado una sensación de paz y fortaleza que no había experimentado durante cuatro años.
Pero había sido más que eso. Minerva había dormido como un bebé en sus brazos, sin sueños, y esa mañana se sentía fuerte y bien. Había empezado el proceso de su curación y la maravillaba que fuera gracias a Luke. Y más maravilloso aún era que él la había mantenido entre sus brazos toda la noche sin hacer nada que no hubiera hecho un hermano. Se había dormido profundamente, pero el instinto le decía que en sus brazos encontraría seguridad y protección.
«No intentó hacer el amor conmigo. Eso es lo mejor de todo, aunque nadie lo comprendería», pensó con una sonrisa. Luke había dicho: «Arruinarás toda tu vida si no somos capaces de aliviar el dolor que te corroe». ¡Nosotros! No tú, sino nosotros, los dos actuando unidos como amigos y aliados.
Minnie pudo sentir a sus espaldas que Luke se acercaba a ella.
– Lo siento. Lo mantuve aplastado toda la noche, ¿no es así? -dijo cariñosamente al ver que él movía el brazo con mucho tiento.
– No te preocupes. Volveré a recuperarlo cualquiera de estos días.
Se echaron a reír al unísono y la calidez que Minnie sintió en ese instante fue muy diferente a la excitación sensual que se apoderaba de ella al besarlo.
Era la cálida sensación de seguridad que hacía mucho tiempo que no sentía.
– Ojalá no tuvieras que salir hoy -dijo Luke mientras desayunaban.
– A mí también me gustaría quedarme. Pero hoy tengo un juicio importante. Debo defender a un hombre en un pleito que nunca debió haberse entablado. La parte contraria lo hizo con el propósito de medir fuerzas con él. Esperan amedrentarlo para sacarle dinero y yo no lo voy a permitir.
– ¿Así que vas a la batalla?
– Sí. Y puede que aquí no sea una buena compañía, así que…
– Minnie, no tienes que disculparte. Está bien -dijo Luke rápidamente-. Has prometido defender a ese hombre y debes dar lo mejor de ti misma.
Minnie le sonrió con alivio.
Luke aprovechó la ausencia de Minerva para hacer unas llamadas urgentes al banco y a un hombre llamado Eduardo Viccini que fue a verlo esa misma tarde. Pasaron varias horas en la sala de estar examinando documentos y posibles tácticas de actuación.
Luke había esperado que Minerva regresara tarde, pero llegó cuando el visitante se acababa de marchar. Respiró aliviado. No estaba preparado para un encuentro entre Minerva y Viccini.
La joven entró en la sala con una sonrisa y una pesada bolsa de comestibles que dejó caer en el sofá. Luego ella hizo lo mismo y se puso a rebotar con regocijo de arriba abajo en el asiento.
– Pareces una escolar en vacaciones -comentó Luke con una sonrisa.
– Y así es como me siento. ¡Libre! ¡Libre!
– El juicio no puede haber acabado tan rápidamente.
– Sí que terminó. La otra parte se echó atrás. Te dije que sólo intentaban amedrentar a mi cliente.
– Enhorabuena. ¿Eso significa que te tomarás un descanso?
– Debería estudiar unos documentos, pero sí que me puedo relajar un poco.
– Entonces vamos a celebrar tu libertad. Iré a comprar unas pizzas y vino. Hoy no se cocina, se descansa.
– ¿Y veremos en la tele uno de esos estúpidos concursos de preguntas y respuestas?
– Mientras más tonto, mejor.
Cuando Luke regresó con la compra, la joven había cambiado su severo traje por un vaquero y un jersey. Sí, era la Minnie que él prefería.
Fue una velada maravillosa. Tras la cena, ella lo entretuvo contándole vívidas anécdotas sobre sus adversarios en el juicio de esa mañana.
Luke rió de buena gana.
– Debiste haber sido actriz. Tienes un don especial para ello.
– Ese don es muy necesario en el ejercicio de la profesión de abogado -comentó ella.
Más tarde, se dedicaron a ver los peores concursos de preguntas y respuestas que ofrecía la televisión.
Ninguno de los dos había mencionado la intimidad compartida la noche anterior, pero cuando Luke le puso la mano en el brazo, con toda naturalidad ella se estiró con las piernas en un brazo del sofá y la cabeza apoyada en un muslo de Luke.
– Te has equivocado en una respuesta -dijo mientras mordía una manzana, atenta a las respuestas de los concursantes en las que ellos también participaban.
– No me he equivocado -replicó él acaloradamente-. Había tres opciones.
– Y has elegido la incorrecta.
– Dejémoslo ya -dijo Luke-. Oye, ¿cómo llevabas eso de ser medio inglesa cuando eras pequeña? -preguntó de improviso, tras una pausa.
– No muy bien. Creo que mis padres no eran felices en su matrimonio. Mi madre era una persona bastante tensa y severa y, hasta donde puedo recordar, mi padre era muy italiano emocionalmente, con un corazón muy cálido. Él no se preocupaba por los detalles y eso enfurecía a mamá. Supongo que tenía razón, porque toda la carga recaía sobre ella. Pero entonces, yo no era capaz de comprenderlo. Sólo veía que mi padre era maravilloso y que ella reprobaba todo lo que yo consideraba agradable en él. Falleció cuando yo tenía ocho años y ella regresó conmigo a Inglaterra en cuanto pudo hacerlo. Sin embargo, allí nunca me sentí bien. Mi corazón ya era italiano y odiaba el modo en que mi madre intentaba hacer de mí una chica inglesa. No me permitía hablar ni leer libros en italiano, aunque yo siempre lo hacía. Solía sacarlos de la biblioteca y los metía de contrabando en casa. Sí, era terriblemente obstinada.
– ¡No me digas!
– No te hagas el gracioso. De todos modos, aún no me has visto en mi peor momento.
– ¡Que el cielo me asista! Bueno, continúa con la historia mientras todavía estoy a salvo.
– Afortunadamente, mi madre se volvió a casar cuando yo tenía dieciocho años. En realidad era una molestia para ella, así que pude venirme a Italia sin mayores impedimentos. De hecho…
Una irónica sonrisa de pronto torció sus labios.
– ¿Qué hiciste? -preguntó, fascinado.
– No quiero decírtelo, es muy vergonzoso -admitió.
– No creo que hicieras nada vergonzoso.
– ¿Y el chantaje no es algo espantoso?
– ¿Chantaje?
– Bueno, creo que soborno sería el término más adecuado. Verás, mi padrastro era un hombre acaudalado y me hizo saber que si me esfumaba él estaría dispuesto a mostrarse generoso. Yo sabía que necesitaría una ayuda antes de poder valerme por mí misma…
Luke se echó a reír.
– ¿Cuánto dinero le sacaste?
– Digamos que la cantidad sirvió para pagar mi formación profesional.
– ¡Bien por ti!
– Sí, estaba muy complacida conmigo misma, aunque de un modo insufrible.
– De eso, nada. Fuiste muy lista. Si alguna vez te cansas de los tribunales, te haré participar en mis negocios. Piénsalo, en los negocios necesitamos un buen abogado.
– Si es así, debo confesarte que devolví ese dinero.
– ¡Minnie, por favor! ¡Justo cuando empezaba a admirar tu astucia! Lo acabas de estropear -dijo en tono reprobatorio.
– Lo sé, incluso casi me arrepentí. Al fin y al cabo ambos habíamos ganado algo. Yo me había alejado de ellos y desde entonces nunca les causé problemas. Sin embargo, cuando empecé a ganar dinero, devolví a mi padrastro lo que me había dado. Tenía que hacerlo, aunque eso me dejó irritada conmigo misma.
Luke hizo una pausa. En su interior se libraba una batalla. Percibía que el fantasma rondaba bajo la superficie de la conciencia de ambos y no se sentía dispuesto a invitarlo a entrar. Sin embargo, sabía que debía hacerlo en beneficio de Minerva.
– ¿Y cuál fue la opinión de Gianni? -preguntó al fin.