AL DÍA siguiente, la secretaria de Minerva llamó al signor Cayman para citarlo formalmente en el despacho. Luke se puso un traje gris, una camisa blanca y corbata de color rojo oscuro.
Más tarde, al ver la lujosa y amplia estancia, el gran ventanal y las paredes cubiertas con estanterías llenas de textos jurídicos, se alegró de su aspecto.
Minnie también llevaba un sobrio traje gris y blusa blanca. Luke pensó en gastarle una broma sobre la semejanza de la vestimenta, pero desistió al ver su cara. Estaba pálida, muy poco maquillada y con el pelo tirante hacia atrás.
– No hacía falta tanta formalidad -observó Luke.
– No sé a qué se refiere.
– ¿No lo sabes? Bueno, no tiene importancia.
– Signor Cayman, si nos atenemos al asunto que nos interesa, creo que avanzaremos más rápidamente.
Su tono impersonal era el de una mujer dueña sí misma que mantenía la situación bajo control. Aunque bajo esa serenidad Luke percibió una tensión que le hizo observarla más atentamente y descubrir unos ojos sombríos y atormentados.
– Lo siento -dijo, sin poderlo evitar.
– No hace falta disculparse si nos atenemos estrictamente a los negocios.
– Me refería a las cosas que dije la otra noche. No tenía derecho. No era asunto mío.
– Perdóneme -dijo ella rápidamente y salió de la habitación.
La secretaria le llevó un café y Luke lo bebió mientras contemplaba la hermosa vista de Roma desde la amplia ventana.
Minnie regresó minutos más tarde, totalmente repuesta.
– Le ruego que me disculpe. Había olvidado que tenía que hacer una llamada urgente.
– No hay problema.
Luego se sentó tras su mesa de trabajo y le indicó una silla frente a ella.
– Entiendo que ha inspeccionado la finca a fondo y ha comprobado por sí mismo que hay que hacer varias reparaciones.
– Así es -repuso Luke al tiempo que abría su cartera-, aunque tal vez no compartamos el mismo criterio al respecto. Creo que hacer reparaciones como las que usted propone no son más que soluciones de parche. Hay que renovar la finca entera. No se trata sólo de trozos de yeso que se desprenden de las paredes sino de estructuras de madera podrida que hay que cambiar por completo.
– Sus inquilinos estarán muy contentos.
– Minnie…
– Creo que signora sería más apropiado -lo interrumpió al tiempo que desviaba la vista a la pantalla del ordenador.
Luke sintió que empezaba a perder la paciencia. Muy bien. ¡Si ella quería jugar duro, él estaba de acuerdo!
– Muy bien, signora, permítame explicarle mi punto de vista. Actualmente mis inquilinos están pagando la mitad de la renta que corresponde a esa zona, razón por la que posiblemente mi predecesor tuvo problemas financieros.
– El Trastevere no es un barrio acomodado.
– Permítame decirle que, según mis averiguaciones, ha crecido mucho en los últimos años. Las personas que no podían permitirse rentas caras en el resto de Roma empezaron a trasladarse a ese sector y elevaron su categoría. Y eso trajo como consecuencia que tanto los precios del suelo como de las viviendas a estrenar y las de alquiler, subieran considerablemente. Hoy por hoy, el Trastevere es un barrio de moda.
– Veo dónde quiere llegar. Una promotora inmobiliaria le ha hecho una oferta y proyecta vender la finca. Olvídelo. Su predecesor intentó hacer lo mismo, pero yo lo obligué a desistir probando ante los tribunales que los vecinos de la Residenza están protegidos legalmente. No pueden ser expulsados hasta que se cumpla un plazo de diez años. Eso desanimó a los promotores inmobiliarios, aunque algunos intentaron emplear tácticas intimidatorias. Es posible que hayan deseado no haberlo hecho, como podrá comprobar si intenta desafiarme.
– ¿Me permite hablar? -disparó Luke-. Deseo hacerme cargo personalmente de todas las obras que requiera la Residenza con la ayuda de la comunidad de vecinos. Y respecto a tácticas intimidatorias, si eso es lo que piensa de mí, no sé por qué nos tomamos la molestia de hablar. ¡Así que váyase al diablo por pensar algo así! -exclamó al tiempo que arrojaba los documentos sobre la mesa y luego se acercaba a la ventana a grandes zancadas.
Y allí se quedó, fingiendo mirar la ciudad sin ver nada. Todo lo que podía percibir era el torbellino de su propia mente. No le importaba tanto la opinión de Minerva sobre él como esa actitud despectiva que lo sumía en el desaliento.
– Le pido disculpas -dijo Minnie a sus espaldas-. No debí haber hablado con tanta aspereza. Debo confesarle que no me gusta que me tomen por sorpresa y usted siempre me sorprende. Entonces voy al ataque directo.
– Lamento mucho lo del otro día -Luke se arriesgó a decir-. Créame que no la espiaba. Fue una casualidad.
– Lo sé. Pero a veces no me gusta que me miren.
– Pienso que eso le sucede la mayor parte del tiempo -insinuó con calma.
En ese momento sonó el teléfono y Minerva habló casi diez minutos.
– ¿Podría decirle a su secretaria que no pase más llamadas hasta que hayamos terminado? -sugirió cuando ella hubo cortado la comunicación.
– No puedo. Tengo un asunto importante esta mañana.
– Y así aprovecha la oportunidad para escapar de mí, ¿verdad?
Antes de que ella pudiera responder, el teléfono volvió a sonar.
Sin pensarlo dos veces, Luke se abalanzó sobre el auricular, lo levantó un segundo y luego lo colocó de golpe en su sitio. A continuación, aferró a Minerva de la mano y salió con ella precipitadamente de la habitación.
– ¿Pero qué pretende hacer? -exclamó, indignada.
– Llevarla a un lugar donde no pueda escapar -respondió sin soltarle la mano.
Cuando salieron al otro despacho, la mirada curiosa de la secretaria obligó a Minerva a mostrarse alegre.
– Por favor, encárgate de los mensajes hasta mi vuelta -alcanzó a decir.
– ¿Y cuándo será eso?
– No tengo ni idea -se las arregló para responder antes de que la puerta se cerrara a sus espaldas.
– Una sabia respuesta -dijo Luke en tono irónico.
– ¿Qué clase de hombre es usted? -inquirió cuando bajaban en el ascensor.
– Un hombre poco inclinado a que lo desorienten. Un hombre que cree en la acción directa.
– ¿Así que intenta convertirme en su prisionera? ¿Y dónde me va a encerrar? ¿En un calabozo?
– Espere y verá -dijo con una repentina sonrisa.
Al ver su expresión sonriente, Minerva sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Aunque la actitud imprevisible de Luke era exasperante, en ese momento sentía una gran curiosidad por saber qué pensaba hacer con ella.
Hicieron el trayecto al «calabozo» en una de las calesas que recorrían las calles de Roma.
– Al lago de los jardines de la Villa Borghese -indicó Luke al cochero mientras los dos se acomodaban en el asiento.
– ¿Me va a arrojar al lago?
– No me tiente -repuso, sin soltarle la mano.
Al final de la Via Veneto, el cochero entró en los jardines y muy pronto los caballos trotaron bajo las tupidas ramas de los árboles que ocultaban el sol hasta que al fin llegaron al lago con sus aguas resplandecientes bajo la cálida luz estival.
Tras bajar del carruaje, Luke la condujo a un lugar donde alquilaban botes.
De pronto, Minerva se estremeció al tiempo que intentaba librarse de la mano de Luke.
– Aquí no, Luke.
– Sí, aquí -replicó con firmeza y sin soltarla-. Vamos a dar un paseo en bote. Nos relajaremos, hablaremos y nos olvidaremos de todo, salvo de que hoy hace un día precioso.
– Pero…
– ¡Silencio! Le dije que no hay escapatoria y va en serio. Signora avvocato, hoy hará lo que se le dice, aunque sea por una vez en su vida.
Minerva se instaló en la proa y no dejó de mirarlo mientras Luke remaba hacia el centro del lago.
– Tenía razón -bromeó-. No hay escapatoria.
– Siento haber estado tan agresivo.
– No importa, tenía que suceder. Supongo que me puse muy tonta.
– Siempre me parece descubrir una nueva persona en usted. A veces veo una mujer en ánimo festivo, otras, una mujer muy maternal y a veces, como hoy, una dura letrada.
– Ya me había visto actuar como abogada.
– Pero no como hoy. Mantenía una actitud agresiva, como si tuviera que combatir contra el mundo. ¿O sólo contra mí?
– No. Contra el mundo.
– Mantiene una lucha en su interior que nadie conoce, ¿verdad?
Ella asintió.
– ¿O tal vez Gianni lo sabe?
Luke no ignoraba que era una pregunta arriesgada, pero en lugar de saltar fuera de la embarcación, ella negó con la cabeza.
– En vida de Gianni no hubo necesidad de pelear.
– Signora…
– Minnie -lo corrigió.
– Minnie, ¿me harías el favor de soltarte el pelo?
La joven se echó a reír e hizo lo que él le pedía.
– ¿Así está mejor?
Luke contempló los rubios cabellos que le enmarcaban el rostro.
– Mucho mejor. Ahora sí que te pareces a la verdadera Minnie.
– No sabes nada de ella.
– Es cierto, porque es muy cambiante y siempre me confunde.
– Podría decir lo mismo de ti. A veces eres un recluso, a veces un hombre con ánimo festivo y a veces un despiadado magnate. Entonces es lógico que intente adaptarme a esas personalidades.
– ¿Y qué soy ahora?
– El hombre de las cavernas. El que me ha arrastrado a un lugar del que no podría escapar.
– A menos que quieras saltar al agua. No sé si el lago es muy profundo, pero sé que el agua está muy sucia.
Minerva dejó escapar una risita que a él le pareció deliciosa y que acabó en una dulce sonrisa.
– ¡Qué extraño! -exclamó de pronto. Son exactamente sus mismas palabras.
– ¿A quién te refieres? -preguntó Luke con inquietud, como si ya hubiera anticipado la respuesta.
– A Gianni. Aquí fue donde me propuso matrimonio -comentó con los ojos fijos en el agua.
Luke sufrió tal conmoción que no pudo evitar que un remo se soltara de su mano.
– No te asustes -dijo ella al tiempo que se lo pasaba.
– ¿Por eso no querías venir al lago?
– Por eso.
– Oh, Dios, y yo te obligué. No sabes cómo lo siento.
– No te preocupes. Me alegra que me hayas traído. Nunca había vuelto desde que Gianni partió. Era como una muralla que se alzaba ante mí y que me sentía incapaz de saltar. Tú me has ayudado a superarlo.
La tensión desapareció de repente y su expresión se tornó apacible.
Ella tenía su propio mundo que sólo compartía con Gianni y nadie más podía tocarlo. Entonces Luke maldijo la mala suerte que lo había impulsado a ir al lago. Justamente al lugar donde había pensado alejarla del fantasma de su marido.
Luke remó en silencio bajo el sol inclemente hasta que la chaqueta empezó a incomodarlo.
– Tu traje no es lo más apropiado para un ejercicio como éste. ¿Por qué no te quitas la chaqueta? -sugirió amablemente. Con gran alivio, Luke se la sacó de inmediato. Minnie la dobló cuidadosamente y la puso junto a ella-. Y si te quitas la corbata podrás abrir el cuello de la camisa. Aunque menos formal, así estarás más cómodo.
– Gracias.
– De nada -respondió la joven con una sonrisa.
Fue una bendición abrir los botones superiores de la camisa y sentir el aire fresco en el cuerpo. Aunque de inmediato se dio cuenta de que estaba empapado. La camisa se le pegaba al cuerpo al tiempo que realzaba los músculos del torso. Si hubiese estado con otra mujer, no le habría importado impresionarla con su atlética estructura; pero con Minnie se sentía incómodo, incluso avergonzado.
Tras lanzarle una mirada, Luke comprobó con alivio que ella parecía no darse cuenta. Estaba reclinada contra la proa, con la cara vuelta al sol y una suave sonrisa en los labios. Luke la contempló embelesado y deseó quedarse así para siempre.
Sentía que su cuerpo vibraba y el corazón le empezó a latir apresuradamente al recordar la noche de la fiesta, cuando lo llevó a la cama y más tarde ella tuvo que luchar para liberarse de su abrazo.
En realidad no recordaba el puñetazo, pero la sensación del cuerpo femenino estrechamente unido al suyo volvió a apoderarse de él en ese momento. Y el hecho de saber que no podía llegar a ella no hizo más que intensificar esas sensaciones hasta la desesperación.
– ¿Aceptaste la proposición de Gianni de inmediato? -preguntó con el objeto de alejar los pensamientos que bullían en su mente.
– Estaba tan enamorada que lo único que pude hacer fue abrir y cerrar la boca como un pez fuera del agua -respondió en un tono soñador y una sonrisa en los labios.
– ¿Y qué dijo él?
– «Si no me dices que sí, te arrojaré al agua». Y yo le dije que sí. Más tarde me contó que habría deseado no haberlo hecho de esa manera porque nunca sabría si me había casado con él por amor o por evitar caer al agua -respondió con una risita-. ¿Por qué me miras así? -preguntó, tras una breve pausa.
– ¿Ves a Gianni en muchos lugares?
Minerva consideró la pregunta con seriedad.
– No lo veo, lo siento dentro de mí, especialmente en los lugares donde estuvimos juntos. A menudo veníamos a este lago y recordábamos el día que me propuso matrimonio.
Luke deseó preguntarle si Gianni se encontraba allí en ese momento, pero se tragó las palabras. ¿Para qué torturarse más?
– Debo regresar a la oficina -suspiró Minerva, minutos después.
– Quedémonos un rato más en el lago. Luego iremos a comer y al infierno con el trabajo.
– No puedo -dijo ella, a su pesar-. Esta tarde debo recibir a unos clientes.
– Posterga la reunión.
– Luke, no puedo abandonar a las personas que me necesitan.
– Pero no hemos hablado de nada.
– Que te sirva de lección por ser un cavernícola.
Luke comprendió que con eso tenía que contentarse. Entonces remó hasta la orilla y la ayudó a bajar de la embarcación. Más tarde, una calesa los llevó a la Via Veneto. Minerva hizo una pausa en la puerta del edificio.
– Dejaremos los negocios para otro día.
Luke no quería hablar de negocios con ella. Quería besarla. Sin embargo, inclinó la cabeza a modo de cortés despedida y se marchó.
Unos cuantos minutos bajo el sol fueron suficientes para secarle la camisa. Entonces llamó al banco y acordó una cita para ese mismo día. Para hacer tiempo, decidió regalarse una excelente comida y sólo bebió agua mineral para mantener la cabeza despejada. En esos momentos actuaba como un hombre de negocios, así que tras la comida pasó más de una hora en el restaurante haciendo cálculos.
La reunión que mantuvo en el banco fue muy satisfactoria. Luke salió del edificio con la impresión de tener todo bajo control, lo que siempre le hacía sentirse mejor.
Sin embargo, se sentía inquieto, así que para calmar el desasosiego hizo todo el camino a pie hasta la Residenza. Llegó cuando empezaba a oscurecer y muy pronto se encendieron las farolas amarillas de la calle.
Algunos vecinos estaban sentados en la escalera del patio. Luke charló brevemente con ellos, deseoso de darse una ducha cuanto antes.
Cuando subía el último tramo de escaleras, se permitió echar una mirada a las ventanas de Minnie. Las luces estaban encendidas, señal de que se encontraba en casa.
Luke entró en su piso. De inmediato se quitó la ropa, entró en el cuarto de baño y encendió el termo del agua. Entonces se produjo la explosión.
Las impresiones se agolpaban en su cabeza sin orden ni concierto.
El ruido espantoso, el golpe en la cabeza al estrellarse contra la pared, llamas, la terrible impotencia de estar tendido en el suelo casi inconsciente, incapaz de moverse y salvarse…
Luke pudo oír a lo lejos unos fuertes golpes en la puerta hasta que lograron abrirla y varias personas entraron precipitadamente en el cuarto de baño. Luego lo arrastraron afuera y otros vecinos se encargaron de combatir las llamas. El dolor era horrible, aunque se mantenía consciente. Sólo era capaz de mover la cabeza de un lado a otro en un intento por comprender lo que estaba sucediendo.
Al sentir que iban a sacarlo del piso, pensó que no debían hacerlo porque estaba desnudo. Quiso decir algo, pero cuando abrió los ojos vio el rostro de Minnie sobre el suyo. La joven lo acunaba entre sus brazos mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas.
– ¡Oh, Dios! ¡Otra vez no! ¡Otra vez no! -exclamaba entre sollozos.
Entonces Luke se desvaneció y no supo más, hasta que horas más tarde despertó en la cama de un hospital.
Sentía un punzante dolor en el lado derecho y una sensación abrasadora en la cara que se tornaba insoportable en el brazo derecho.
Luke dejó escapar un gemido sofocado y de inmediato apareció la cara de una mujer ante sus ojos.
– Ha despertado. Muy bien. Los calmantes harán efecto de inmediato.
Luke agradeció esas palabras con una especie de gruñido.
– ¿Qué ha sucedido? -susurró.
– El termo del cuarto de baño explotó prácticamente en su cara y le dio de lleno en el cuerpo. Tiene suerte de estar vivo. Hay quemaduras leves en la cara y en el lado derecho del cuerpo, aunque el brazo está más afectado. No tema, se va a curar. Ya está fuera de peligro.
En ese momento, Luke pudo recordar. Acababa de desnudarse y antes de entrar en la ducha el mundo estalló a su alrededor. Luego, comprobó horrorizado que la mujer era una monja.
– ¡Oh, señor! Lo siento, hermana.
– Doctora -corrigió ella con firmeza.
– Doctora, espero no haber herido la sensibilidad de las hermanas.
– No se preocupe, joven -dijo con buen humor-. Aquí no nos asustamos fácilmente. Por lo demás, ingresó decentemente cubierto. Sus vecinos se ocuparon de ello.
– Menos mal -murmuró, agradecido.
Pero entonces otros recuerdos asaltaron su mente. Minnie. Estaba allí cuando lo arrastraron fuera del baño. Había estado desnudo entre sus brazos mientras ella lo acunaba llorando. «¡Oh, Dios, otra vez no!», había exclamado. Luke intentó pensar con lucidez. ¿Realmente había sucedido o sólo era producto de su afiebrada imaginación?
Los calmantes hicieron efecto y repentinamente se hizo la oscuridad en su mente.