CAPÍTULO 4

MINNIE fue a la cocina para ayudar a Netta a preparar café.

– Parecías sentirte bien junto a Luke.

– Sencillamente cumplía con mi obligación. Una simple formalidad.

– ¿Cómo puedes ser formal con él? Es un hombre.

– Como tantos que hay en la fiesta.

– No, ellos no son como él. Son chicos débiles con aspecto de hombres, pero no dan la talla. Luke sí que lo es. Él puede devolverte a la vida. ¿Por qué dejaste que se marchara?

– ¿Se ha ido?

– ¿Es que lo ves por ahí? Seguro que se ha escabullido con una mujer y han encontrado un lugar tranquilo para…

– Me lo imagino -la interrumpió Minnie rápidamente-. Supongo que tiene todo el derecho a concederse un placer.

– Debería concedérselo contigo. Y tú con él -afirmó obstinadamente.

– Netta, lo he conocido esta mañana.

– ¿Y qué? Yo conocí a Tomaso un día antes de quitarle la ropa. ¡Y fue glorioso! Por cierto que resultó ser un inútil para todo, pero me dejó embarazada de inmediato y tuvimos que casarnos.

– Razón de más para permanecer virgen.

– ¿Qué mujer quiere marchitarse antes de tiempo, como una planta sin agua y sin sol?

Minutos más tarde, Minnie salió del piso con una botella de agua mineral. Necesitaba calmar una sensación de ansiedad poco habitual en ella y el aire fresco le hizo bien.

«Quizá Netta tenga razón. Me estoy convirtiendo en una mujer mustia, aunque no siempre fue así», pensó con tristeza.

Hubo un tiempo en que Gianni y ella sólo vivían para la pasión. Cada noche era una abrasadora delicia y cada amanecer, una revelación. Un tiempo en el que el mayor bien de la vida era el cuerpo de Gianni, su calor y su aroma masculino. Pero ese tiempo había concluido. Minnie había llegado a convencerse de que la muerte de Gianni había apagado todo su deseo y solía reírse de los intentos de Netta por hacerle cambiar de actitud.

Sin embargo, en ese momento fue incapaz de reír.

De pronto, oyó un ruido cercano, desde uno de los pasillos que comunicaban la escalera interior con los pisos exteriores.

«¡El signor Cayman está disfrutando su noche!», pensó con ironía. Sin embargo, no parecía ser el quejido de una pareja en la agonía del deleite físico; más bien sonaba como un ronquido.

Minerva se aventuró por el pasillo.

Y allí estaba Luke. Sentado en el suelo contra la pared y profundamente dormido.

Minnie se arrodilló junto a él y, a la tenue luz de la lámpara del techo, pudo contemplar su rostro, relajado por primera vez. La boca que había visto convertida en una dura línea en ese momento se había suavizado. Su atractiva forma invitaba al placer. Al placer de una mujer besando esos labios abultados.

«Netta es culpable de lo que estoy sintiendo. No tenía que haber hablado de él y de mí del modo en que lo hizo», pensó irritada consigo misma por permitirse fantasías como aquélla.

Estuvo a punto de marcharse, pero su conciencia la retuvo. No podía permitir que otras personas lo vieran durmiendo en el suelo. Así que tras zarandearlo varias veces, al fin logró que abriera los ojos.

– Se ha quedado dormido como un bebé.

– Oh, Dios. ¿Alguien se ha dado cuenta de mi ausencia?

– ¿Tendría alguna importancia?

– Claro que sí. La fiesta está llena de jóvenes capaces de estar de juerga toda la noche y volver a empezar sin dormir. Cuando era más joven también podía hacerlo, pero que me cuelguen si llegan a enterarse de que ahora no soy capaz.

Con una sonrisa, Minerva le pasó la botella de agua y Luke bebió un largo trago.

– ¿Mejor?

– Sí, gracias. ¿Qué ha sucedido con mi desperdiciada juventud?

– Se la gastó -dijo en tono comprensivo.

– Me imagino que así fue.

– Aunque me pregunto cómo. Apostaría que hasta anoche nunca había visto el interior de una celda.

– No hace falta insultar. Cuando era joven también tuve mis momentos heroicos -dijo con voz adormilada-. Bueno, iré a despedirme de Netta y volveré al hotel.

Cuando intentó ponerse en pie, las piernas no resistieron y se desplomó. Lejos de reanimarlo, el breve descanso lo había arrastrado a las profundidades del sueño y su cuerpo no respondería hasta haber dormido unas buenas horas.

– No va a lograr dar un solo paso en la calle. Tengo una idea mejor. Quédese aquí un momento.

Luke volvió a quedarse dormido y sólo despertó al sentir que ella le zarandeaba el hombro con energía.

– Vamos -ordenó.

Luke tuvo la vaga percepción de haber bajado un tramo de escaleras y atravesado un pasillo hasta llegar ante la puerta de un piso. Tras sacar una llave del bolsillo, Minnie abrió la puerta y entraron en una estancia casi vacía.

– Este apartamento está vacío temporalmente porque el inquilino se ha marchado. Comparado con su habitación en el Contini, no cabe duda de que lo encontrará venido a menos.

– Con tal de que tenga una cama, será suficiente -murmuró.

– Hay una cama, pero no está hecha.

Minerva se apresuró a sacar sábanas, mantas y almohadas de un armario. Cuando luego se acercó a él, vio que se tambaleaba y lo sostuvo con fuerza.

– ¡Eh, quieto ahí! -dijo mientras lo llevaba junto al lecho-. Bueno, ahora puede tenderse.

– Gracias -murmuró Luke entre dientes, y se dejó caer con tanta rapidez que la arrastró consigo.

– Suélteme.

– ¿Mmm?

Otra vez se había dormido como un tronco, totalmente ajeno a ella. Sin embargo, el calor de su cuerpo envolvió a Minnie de modo alarmante hasta casi hacerle perder el control de sí misma. Durante unos segundos, sintió la tentación de quedarse allí, abrazada a Luke. Hacía tantos años que no se encontraba en los brazos de un hombre que no era fácil separarse de él. Pero no, no podía permitirse esa debilidad.

Con todas sus fuerzas se apartó unos centímetros y le propinó un puñetazo en la mandíbula. Como por arte de magia, Luke relajó los brazos y al fin ella pudo liberarse.

– Lo siento.

– ¿Mmm?

Minerva lo cubrió con una manta y salió silenciosamente.


Luke despertó al amanecer. Se encontraba en un lugar extraño. Situada en una esquina de la pequeña habitación estaba la estrecha cama donde había dormido. El resto del mobiliario consistía en una cómoda, una silla y una lámpara. Y nada más.

Tras levantarse, Luke abrió la puerta que conducía a la sala de estar, escasamente amueblada también. Sólo había un sofá, una mesa y dos sillas. El apartamento acababa en una pequeña cocina y un cuarto de baño.

Luke intentó poner en orden sus confusos pensamientos. Si sólo pudiera recordar con precisión… Aunque le pareció que la noche anterior había estrechado a una mujer contra su cuerpo y ella se había retirado con premura. ¿Quién era? No era Olympia, que solía visitar sus sueños. No, era más pequeña, con un cuerpo menos grácil que el de Olympia y con un poderoso derechazo, razón por la que sentía la mandíbula dolorida.

Luke se giró al oír el ruido de la puerta que se abría. Era la signora Manfredi, que en ese instante lo miraba con una descarada sonrisa.

Casi no la reconoció vestida con vaqueros y una camiseta.

– Así que ya se ha levantado -dijo de buen humor-. Es la tercera vez que vengo a verlo y dormía como un tronco. ¿Se encuentra mejor?

– Sí -respondió con cautela al tiempo que se llevaba la mano a la mandíbula.

Para su alivio, ella se echó a reír.

– Lo siento.

– ¿Fue usted?

– Otra mujer tomaría la pregunta como un insulto. ¿Es que las féminas lo aporrean tan a menudo que no puede recordar cuál de ellas lo ha hecho?

– Creo que usted es la primera. ¿Dónde vi el cuarto de baño?

– No lo busque. Todo está desconectado. Suba a mi casa y le prepararé el desayuno.

Luke pudo contemplar el patio a la luz del día y apreciar el esfuerzo de los inquilinos por sacarle el mejor partido posible. A juzgar por sus ladrillos oscuros y la escalera de metal adosada a las paredes interiores, podría haber sido un lugar bastante triste. Pero los vecinos de la finca habían combatido la fealdad con flores. Las había de todas clases y colores, aunque las que más abundaban eran los geranios. Blancos, púrpura y rojos, aparecían por todas partes, sobre las barandillas, colgando de macetas, en el alféizar de las ventanas… La sola visión de las flores contribuía a levantar el ánimo.

El apartamento de Minnie se encontraba frente al que acababan de dejar, aunque un piso más arriba. En tanto el primero parecía una caja de zapatos, diseñado para una persona, el de ella, bonito y acogedor, era para dos e incluso tres habitantes.

Tras entregarle unas toallas, Minerva lo guió al cuarto de baño.

– En cuanto se haya duchado, serviré el desayuno.

La joven todavía estaba en la cocina cuando Luke salió del baño. Entonces aprovechó la oportunidad para echar un vistazo a su hogar. Toda la información que pudiera obtener sobre ella sería útil en la batalla venidera.

Mientras contemplaba la estancia, algo deteriorada pero deliciosa, Luke reparó en una estantería en la que había un florero con un ramillete que parecía recién puesto junto a la fotografía de un joven. El hombre se parecía a Charlie, aunque mayor que él. Luke concluyó que era Gianni.

– Era mi marido -dijo Minerva, a su lado.

De boca generosa y sonriente, los ojos brillantes y maliciosos, Gianni tenía el mismo aire encantadoramente irresponsable de Charlie.

– No se puede negar que es un Manfredi -observó Luke.

– Sí, es una tribu de locos. Pero yo los quiero. Gianni solía decir que podría haberme casado con cualquiera de ellos porque lo importante era pertenecer a la familia, aunque sabía que era único y especial para mí, como ningún otro hombre podría serlo. Déjela en su sitio, por favor.

Al ver que Luke vacilaba, Minnie le sacó la fotografía de las manos y la colocó en la estantería.

– Lo siento, no intentaba fisgonear.

– Sé que no lo hacía. Lo que pasa es que me es difícil hablar de él.

– ¿Después de cuatro años?

– Así es. Siéntese a desayunar.

Aunque sonreía con amabilidad, Luke supo que incuestionablemente se había cerrado una puerta.

Minerva le sirvió unos huevos hechos a la perfección acompañados de un café delicioso. Y él se sintió en el paraíso.

– He visto a muchas personas desplomarse al final de una fiesta, pero nunca a causa de un zumo de naranja -comentó al tiempo que se sentaba frente a él-. Está claro que no puede competir con Charlie.

– ¿Es cierto que le pusieron el nombre por el emperador Carlomagno?

– Sí. Dicen que descienden de la antigua realeza.

– ¿De verdad lo creen? Porque, si mal no recuerdo, todo eso sucedió hace doce siglos.

– ¿Y qué? Por lo demás, ¿a quién le importa, si eso les hace felices?

– Se supone que un abogado debe velar por la verdad.

– Se equivoca, un abogado se ocupa de los hechos. Es muy diferente. En todo caso, eso queda para los tribunales. En la vida real es mucho mejor elaborar una fantasía bonita y gratificante.

– Usted no se parece en nada a los abogados que he conocido. Mantiene un despacho en la Via Veneto, la parte más cara de la ciudad y, sin embargo, vive en un barrio que dista mucho de ser acomodado. Tal vez debería subirle el alquiler.

– ¿Cómo se atreve?

– Cálmese, era una broma. Quise hacer el papel de Scrooge, un cruel villano inglés.

– No tiene que explicármelo. Soy mitad inglesa, por parte de madre. Mi padre era italiano. Nací y viví aquí hasta los ocho años, cuando él falleció. Entonces mi madre volvió a Inglaterra y yo me crié allí.

Luke la miró fijamente.

– Es increíble. Lo suyo es como el reflejo de mi propia experiencia. Soy completamente inglés de nacimiento. Fui adoptado cuando fallecieron mis progenitores. Pero mis padres adoptivos se divorciaron y más tarde mi madre se casó con Toni Rinucci, un italiano de Nápoles. Desde entonces he vivido en esa ciudad.

– ¿Y por qué tiene un nombre inglés?

– Porque los Rinucci son una familia ítalo-británica. La madre de Pietro, mi hermano adoptivo, era inglesa y él suele llamarme «el inglés» como un insulto.

Minnie rió con deleite.

– Gianni solía decir: «Como eres medio inglesa no comprenderás» y yo le arrojaba algo a la cabeza.

– ¿Y no le gusta?

Ella negó enérgicamente con la cabeza.

– Siempre he querido pensar que soy italiana. Regresé a este país en cuanto pude y supe de inmediato que había llegado a mi verdadero hogar. Más tarde, conocí a Gianni y nos casamos poco tiempo después. Vivimos diez años juntos hasta que falleció -concluyó con rapidez. De inmediato fue a la cocina a preparar más café. Luke guardó silencio mientras pensaba en el súbito cambio que se había operado en ella. Tras unos minutos, Minnie volvió a la mesa, aparentemente repuesta-. Así que ya sabe por qué vivo aquí. Quiero mucho a esta familia. Netta es una madre para mí, y los hermanos de Gianni han sido como mis hermanos. Nunca me marcharé de esta casa.

– ¿Pero en estos años no ha sentido la necesidad de un cambio? No me refiero a la vivienda, sino a un cambio emocional hacia la próxima etapa de su vida.

Ella frunció el ceño como si intentase comprender el significado de esas palabras.

– No -dijo finalmente-. Fui feliz con Gianni. Era un hombre maravilloso y nos amábamos. ¿Por qué habría de querer cambiar? Después de tanta felicidad, ¿cuál es la próxima etapa?

– Pero eso se acabó -lijo él con suavidad-. Terminó hace cuatro años.

Ella sacudió la cabeza.

– Cuando dos personas se han amado tan plenamente como Gianni y yo, la muerte no acaba con la relación. Él estará conmigo mientras yo viva. No puedo verlo, pero todavía está aquí, en nuestro hogar. Ésta es mi próxima etapa.

– Pero usted es demasiado joven para mantenerse en un estado de viudedad permanente -explotó Luke.

– ¿Y quién es usted para decirlo? -inquirió con un toque de rabia-. Gianni siempre me fue fiel. ¿Por qué no podría serlo yo con él?

– Porque, por desgracia, él está muerto. ¿No puede haber más de un hombre en su vida?

– Desde luego, aunque sólo si yo deseo que lo haya.

Y con serena firmeza, Minerva dio por finalizado el tema.

– Gracias por el desayuno. Me marcho.

– Fijemos un día para enseñarle la finca y ver las reparaciones que hay que hacer.

– Ya me envió una lista exhaustiva.

– Sí, pero la realidad es peor. ¿Mañana le viene bien? Dispongo de la tarde libre.

– Me temo que no -mintió Luke-. Primero tengo que organizar mi agenda, pero me pondré en contacto con su secretaria -añadió. A juzgar por la mirada irónica de la joven, Luke comprendió que no la había engañado. Entonces la miró fijamente y en sus ojos Minerva leyó claramente que no iba a ser tan fácil doblegarlo-. ¿Me puede dejar la llave del apartamento donde dormí anoche? Quiero volver a verlo. Gracias.


Los días siguientes la agenda de Minerva estuvo tan llena que tuvo poco tiempo para reflexionar sobre el hecho de que Luke aún no se había comunicado con ella.

Para evitar las miradas curiosas de los inquilinos, empezó a llegar tarde por la noche. Sabía que estaban muy agitados ante la perspectiva de que realmente podría ayudarlos. El hecho de saber que el asunto se había atascado los dejaría muy desilusionados.

Tampoco podía decirles que parte de ella se alegraba de no ver a Luke. Nunca había hablado de su marido con extraños y, sin embargo, había contado cosas a ese hombre que ni siquiera habría confiado a la familia de Gianni.

Entonces tuvo que viajar a Milán a visitar a un cliente y se quedó una semana en la ciudad. En ese tiempo, su secretaria le informó que no había ninguna llamada de Luke.

La noche anterior a su regreso a Roma, decidió que ya era suficiente y llamó al hotel Contini.

– Lo siento, signora, pero el signor Cayman se marchó esta mañana -le informó el recepcionista.

Minerva voló a Roma maldiciéndose a sí misma. Él había vuelto a Nápoles y su oportunidad se había esfumado.

Cuando entró en el patio, Netta y sus chicos corrieron a abrazarla.

– Querida, eres un genio -exclamó su suegra al tiempo que la estrechaba entre sus brazos.

– No, Netta, soy una estúpida.

– Tonterías. Esperábamos tu llegada para decirte que estamos orgullosos de ti. Fue un golpe maestro. Todo el mundo lo comenta.

– ¿Alguien me puede decir qué he hecho para que se me califique de genio?

Nadie dijo una palabra. Uno de los jóvenes tomó la maleta de Minnie y todos subieron la escalera hasta llegar a la segunda planta. Entonces se abrió la puerta del apartamento que había estado vacío y apareció un hombre que la miró con sarcasmo.

– ¿Qué… qué está haciendo aquí? -preguntó Minnie arrastrando las palabras.

– Vivo en esta casa -le informó Luke-. Me he mudado a este apartamento, aunque debo decir que su estado es deplorable. Lo primero que haré mañana será quejarme a mi casero.


Las reuniones de la comunidad de vecinos siempre se celebraban en casa de Netta. En esa ocasión había una atmósfera expectante.

Netta ofreció café y bizcochos a los inquilinos, que daban por sentado que sabía algo.

– Desde que Minnie llegó de Milán la he visto muy poco. Ha pasado en su oficina desde la mañana hasta la noche, así que no hemos tenido oportunidad de conversar -explicó Netta.

– Seguramente ha hablado con él en privado. Es posible que ella lo motivara a venirse a la Residenza -comentó un vecino.

Netta guardó silencio porque sospechaba que Minnie no había tenido nada que ver en la decisión del signor Cayman.

Por fin se abrió la puerta y Minerva entró apresuradamente con una gran cantidad de documentos bajo el brazo. Para desilusión de los vecinos, llegó sola.

– Prestad atención -dijo, crispada-. Tenemos mucho que conversar esta noche. Las cosas han cambiado, pero podemos tornarlas a nuestro favor.

Minerva se calló al ver que se abría la puerta.

– Siento llegar tarde -se excusó Luke. -¿Qué hace aquí?

– Pensé que hoy se celebraba la junta de vecinos. ¿Me he equivocado?

Una bulliciosa bienvenida de los asistentes ahogó la pregunta.

– Sí, hoy es la reunión, aunque creo que su presencia aquí no es conveniente.

– Pero yo soy un inquilino -dijo en tono ofendido-. ¿Es que no tengo los mismos derechos que los demás? Minerva inspiró profundamente.

– También es el propietario de la finca.

– Entonces tengo que asistir a la reunión para que me diga lo que piensa de mí -replicó con una sonrisa.

Signor Cayman, si ha leído mis cartas, sabe muy bien lo que piensan los vecinos de usted.

– Pero usted le escribió al propietario y yo estoy aquí como inquilino. Tengo varias sugerencias para tratar con el dudoso personaje dueño de la propiedad. Verá, conozco sus puntos débiles. No hay nada como una información confidencial.

Todo el mundo se echó a reír. Minnie sabía lo que ese hombre tramaba. Fingía un tono amistoso sólo para influir sobre los inquilinos. Pero ella no estaba dispuesta a permitirlo.

– Tiene toda la razón -replicó con una fría sonrisa, como para darle a entender que la batalla había comenzado-. Aunque yo poseo información realmente valiosa acerca de este inmueble y de lo que necesita. Sin esos datos, usted no sabe nada. Y si realmente quiere estar informado, signore, sugiero que ahora mismo empecemos a inspeccionarlo.

– Pero el signor Cayman ya lo ha hecho. Fue a mi casa esta mañana y a la de Giuseppe por la tarde. Se mostró muy interesado y prometió que se haría cargo del asunto -intervino Enrico Tallini.

Lentamente, Minnie dejó escapar una gran bocanada de aire.

– Excelente noticia -dijo con la esperanza de que no se notara su confusión.

– ¿Y yo? -preguntó una señora mayor-. ¿Cuándo irá a ver mi casa?

– Ésta es la signora Teresa Danto. Vive en la última planta, en un piso demasiado grande para ella. Necesita algo más pequeño y más abajo, para no tener que subir tantas escaleras.

– Entonces tendría que ir a verlo ahora mismo -dijo Luke al tiempo que ofrecía el brazo a Teresa.

La asamblea rompió en vítores y todos abandonaron la estancia detrás de Luke y la anciana.

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