CUANDO Minerva entró precipitadamente en la comisaría, el joven agente la miró con admiración.
– Buona notte. Siempre es un placer verla por aquí, signora.
– Ten cuidado, Rico -le advirtió Minerva-. Esa observación puede ser interpretada como un recordatorio de que mis familiares siempre se buscan problemas con la policía. Y eso se llama hostigamiento.
– No, sólo decía que siempre que la veo está más bonita que la vez anterior.
Minnie se echó a reír. Le agradaba Rico, un joven ingenuo, recién llegado del campo y todavía abrumado por su designación a Roma. Todo lo miraba con los ojos muy abiertos, incluso a ella.
– ¿Siempre?
– Bueno, cada vez que uno de sus parientes se busca un lío. No sé cómo una abogada tan importante como usted puede estar emparentada con tantos delincuentes.
– Basta -dijo con severidad-. Puede que algunos sean un poco rebeldes, pero nunca violentos.
– Me atrevería a decir que el signor Charlie ha intervenido en una pelea a juzgar por su aspecto. Su camisa está desgarrada y con manchas de sangre. Y el tipo que lo acompaña se encuentra en peor estado. Es grande y con una cara desagradable. Un mal hombre. No tiene documentación. Ni carné de identidad ni pasaporte.
– Bueno, no siempre llevamos el pasaporte en el bolsillo.
– Pero ese hombre habla italiano con acento. Creo que es inglés -cuchicheó, horrorizado.
– Mi madre también lo era -replicó Minnie, tajante-. No es un delito que merezca la horca.
– Pero no tiene documentación y se niega a decirnos dónde vive, así que es posible que duerma en la calle. Está muy borracho.
– ¿Y se peleó con Charlie?
– No, creo que estaban en el mismo bando, aunque es difícil asegurarlo porque su hermano también está muy ebrio.
– ¿Dónde se encuentra?
– En una celda con el otro. Creo que le tiene miedo. No dirá una palabra en su contra.
– ¿Y ese tipo tiene nombre?
– Se niega a dar su nombre, aunque Charlie lo llama Lucio. La acompañaré a la celda.
Minerva conocía el camino, acostumbrada como estaba a sacar a un pariente del calabozo de la comisaría cuando alguna vez se veía envuelto en un lío. Incluso así, se quedó espantada al ver el aspecto sucio y magullado de su joven cuñado, sentado contra la pared y dormitando.
Rico había olvidado la llave de la celda, así que tuvo que regresar a buscarla. Minnie se quedó mirando a Charlie y al otro hombre que, efectivamente, estaba en peor estado. Era como si hubiese peleado con diez hombres a la vez. Alto, atlético, con la barba crecida, parecía ser lo suficientemente fuerte para enfrentarse a cualquier cantidad de adversarios. Al igual que su cuñado, su camisa estaba desgarrada y tenía la cara magullada y un corte en una ceja. Aunque, a diferencia de Charlie, no parecía abrumado por lo sucedido.
Así que ése era Lucio, un hombre habituado a utilizar la fuerza de sus puños para conseguir lo que quería. Minerva se estremeció de repugnancia.
Charlie despertó a medias. Tras frotarse los ojos, se inclinó con las manos entre las rodillas y bajó la cabeza con un gesto de desaliento. Lucio se sentó junto a él y, con una mano en el hombro, lo zarandeó con suavidad. Charlie dijo algo que ella no pudo oír y Lucio respondió en voz baja, aunque Minnie notó que le hablaba en un tono comedido. Y entonces sonrió. Un gesto que sorprendió a Minerva. Era una sonrisa maliciosa, burlona y amable que conmovió al chico.
Rico volvió con la llave.
– Lo dejaré salir y podrán hablar en la sala de reuniones, lejos de ese otro.
Al oír el sonido de la llave en la cerradura, los hombres alzaron la vista.
– Signor Manfredi, su hermana se encuentra aquí. Y también su abogada -anunció tras abrir la puerta de la celda. Y luego añadió con la intención de mostrarse ingenioso-: Han venido juntas.
Con el rabillo del ojo, Minerva vio que Lucio, estupefacto, lanzaba una brusca mirada a Charlie y luego a ella. Le pareció ver en esa mirada una cierta agresividad y también una interrogación mientras la recorría de arriba abajo con tanta atención que a ella le pareció casi insultante. Sin embargo, Minerva se equivocaba en ese punto. Luke estaba muy lejos de pensar en nada sino en que aquello no podía ser posible.
¿Manfredi? ¿Abogada? ¿Ésa era la signora Manfredi? ¿Esa delicada criatura rubia era el dragón?
Y él, que había hecho planes para doblegarla, se encontraba en una celda con un aspecto lastimoso y borracho. Y lo peor de todo, dependiente de ella.
Charlie intentó abrazarla.
– Aléjate de mí, rufián -lo rechazó con firmeza-. Pareces salido de una alcantarilla y hueles como si te hubieras bebido una bodega entera. Supongo que pretendes contar conmigo para que te saque de aquí, ¿verdad?
– A mí y a mi amigo.
– Seguro que tu amigo querrá arreglárselas por su cuenta.
– No, le he dicho que tú lo ayudarías. Me salvó la vida, Minnie. ¿No abandonarás a su suerte a un hombre pobre y solo que no cuenta con la ayuda de nadie, verdad?
– Si no te callas también te dejaré abandonado a tu suerte.
– Los llevaré a la sala de reuniones -dijo Rico.
– No, gracias. Hablaré aquí con los dos.
– ¿Aquí? ¿Y con ése también? -preguntó, espantado.
– No me inspira temor -replicó, irritada-. Tal vez él debiera tener miedo de mí. ¿Cómo se ha atrevido a hacerle esto a mi hermano?
– Mire -replicó Luke, en tono aburrido-. Pague la fianza de su hermano o haga lo que le parezca oportuno y márchese de aquí. Puedo arreglármelas solo.
– ¡Lucio, no! -exclamó Charlie-. Minnie, tienes que ocuparte de él. Es mi amigo.
– Es bastante mayor que tú y debió haber tenido más criterio.
– Tiene razón, todo ha sido culpa mía. Y ahora, márchese -dijo Luke.
Entonces se prometió que cuando volviera a verla estaría bañado, afeitado y vestido como un señor respetable. Con un poco de suerte ni siquiera lo reconocería.
– ¿Qué has querido decir con eso de que te salvó la vida? -inquirió Minerva, sin hacer caso de la orden de Luke.
Considerando el estado en que se encontraba, Charlie se lanzó en una explicación más o menos fidedigna de los hechos. Varias veces sacó a colación la palabra cachorrito y, finalmente, Minerva llegó a la conclusión de que el extranjero se había interpuesto entre él y sus adversarios, en abrumadora mayoría. Aunque tal vez los hechos no hubieran sido tan dramáticos como Charlie los describía.
– ¿Eso fue lo que sucedió? -preguntó a Luke en un tono más amable.
– Más o menos. Ni a Charlie ni a mí nos gusta que intimiden a un niño… O a un animalito -añadió tras una breve pausa.
– ¿Y qué le pasó al niño?
– Agarró a su perro y echó a correr a toda prisa. La pelea continuó hasta que alguien llamó a la policía, al parecer.
– Bueno, me alegro de que estuviera con Charlie, signor…
– Llámeme Lucio -dijo rápidamente.
– No podré representarlo si no me dice su nombre completo.
– No le he pedido que lo haga… Puedo permitirme un abogado -añadió, presa de una súbita inspiración.
– Lo haré como prueba de gratitud -repuso ella. Luke gimió mentalmente mientras imploraba al cielo que lo salvara de esa mujer que tenía respuesta para todo-. Como dijo Charlie, no puedo dejarlo abandonado. Pero debe hablarme con franqueza. ¿Dónde vive?
– En ninguna parte -contestó rápidamente en tanto imaginaba su explosión de risa si le decía el nombre del hotel.
– ¿Duerme en la calle?
– Así es.
– Esto dificulta mi trabajo, tanto como la falta de documentación. ¿No tiene carné de identidad?
– Tengo.
– ¿Dónde?
– En el hotel -se le escapó sin pensar.
– Pero acaba de decir que duerme en la calle.
– Mire, no sé lo que digo. No estoy en mi mejor momento, como puede ver -dijo al tiempo que maldecía la agudeza de la mujer.
– Signor, como sea que se llame. No creo que esté tan ebrio como intenta parecer y no me gustan los clientes que me hacen perder el tiempo. Así que le ruego que me diga el nombre de su hotel.
– Contini.
Ella lo miró de arriba abajo, sin perder detalle de su aspecto desastrado.
– De acuerdo, un comediante. Muy divertido. ¿Y ahora me va a decir dónde se hospeda?
– Ya se lo he dicho. Y no puedo hacer nada más para que me crea.
– ¿En el hotel más caro de Roma? Con ese aspecto ni usted se lo creería.
– Debe saber que no salí del hotel con este aspecto. Dejé mis pertenencias en la habitación por temor a los ladrones -explicó al tiempo que se examinaba-. Aunque con esta facha ningún ladrón se molestaría en acercarse a mí.
– Si dice la verdad, y todavía no estoy segura de creerlo, necesito saber su nombre.
– Luke Cayman -respondió, con un hondo suspiro.
Minnie se quedó paralizada un instante.
– ¿Es una broma? -preguntó finalmente.
– ¿Por qué habría de serlo?
– Me parece haber oído ese nombre anteriormente.
– No creo -replicó Luke, deliberadamente.
Ambos intercambiaron una mirada con la misma exasperación e incredulidad.
Los ojos de Charlie iban del uno a la otra, totalmente desconcertado. De pronto, su mirada se tornó inexpresiva y tomó aire profundamente, muy pálido.
Sin tardar un segundo, Minnie llamó a Rico, que llegó corriendo.
– Vamos, saca a Charlie de aquí lo antes posible, no se encuentra bien -ordenó. Rico guió a Charlie por el pasillo hasta el cuarto de baño. Cuando estuvieron solos, Minerva se volvió a Luke-. Y ahora aclaremos esta situación. No creo que usted sea Luke Cayman.
– ¿Por qué? ¿Porque no calzo con su imagen preconcebida? Usted tampoco calza con la mía, aunque estoy dispuesto a ser tolerante.
– Usted piensa que esto es muy divertido…
– No, ésta no es la forma que habría elegido para presentarme ante usted. Hasta me atrevería a decir que con un poco de maña podría dejarme encerrado largos años.
– Es lo último que haría.
– Muy virtuosa.
– ¡De virtuosa, nada! Con usted en la cárcel, no habría la menor esperanza de mejorar la Residenza. Tenga por seguro que haré lo imposible para que lo dejen en libertad.
Charlie volvió junto a ellos, todavía pálido aunque algo mejor.
– He decidido no contratar sus servicios. Me sentiré más seguro si me abandona a mi suerte -declaró Luke.
– ¡No! -explotó Charlie-. Minnie es una buena abogada, ella resolverá tus problemas.
– Sólo porque planea causarme más problemas -repuso Luke, con una sonrisa burlona.
– Lo trataré igual que haría con cualquier otro cliente -declaró Minnie con frialdad.
– ¿Lo ves? Con toda sinceridad, Lucio, ella es la mejor. Suelen llamarla «matagigantes» porque puede medirse con cualquiera y siempre resulta vencedora. Deberías ver la batalla que está preparando contra ese monstruo propietario de la Residenza. Dice que tendrá una muerte horrible -comentó con entusiasmo.
– ¿Legal o literalmente?
– Como sea -dijo Minnie mirándolo directamente.
– ¿Y ese monstruo tiene nombre?
– No, Minnie se refiere a él como la encarnación del demonio.
– Basta ya de tonterías -intervino ella, con severidad-. Ambos deberéis presentaros ante el tribunal en unas pocas horas y no podréis hacerlo con ese aspecto. Charlie, haré que te traigan ropa limpia. ¿Cómo puedo conseguir ropa para usted además del carné de identidad, señor Cayman?
– Llamaré al hotel, aunque no quiero que sepan dónde estoy -respondió Luke, a regañadientes.
– Tiene razón. ¿Puedo entrar en su habitación?
– Sí. Traje la tarjeta que abre la puerta -dijo mientras la sacaba del bolsillo trasero del pantalón y le daba el código-. Está en la tercera planta.
– No puedo creer lo que estoy haciendo -murmuró ella.
– Intente olvidar que soy la encarnación del demonio.
Charlie paseó la mirada del uno al otro, totalmente desconcertado.
– Explíqueselo a Charlie cuando me haya marchado -dijo Minerva al tiempo que Rico le abría la puerta de la celda.
Más tarde y bufando de rabia, cruzó el Ponte Sisto en dirección al hotel Contini.
Durante años había estado furiosa. El antiguo propietario de la Residenza era un malvado que siempre se había opuesto a gastar dinero en reparar la finca. Cuando Minerva había hecho caer sobre él todo el peso de la ley, siempre había encontrado la manera de escapar mañosamente. Y más tarde, justo cuando pensaba que lo tenía acorralado, el infame había cedido la propiedad a Luke Cayman; así que ella había tenido que volver a empezar. Minerva no sabía si estaba más enfadada con él o con Luke Cayman. Y en ese momento, el mero hecho de tener que defender al enemigo era suficiente para hacerla explotar.
Empezaba a amanecer y la ciudad se cubría de un fino manto de niebla. En la distancia, distinguió el inmenso y lujoso palazzo, convertido en el hotel Contini. Apenas podía creer que el rufián que había dejado en la celda realmente se hospedara allí.
Afortunadamente, el recepcionista dormitaba y Minerva fue directamente a los ascensores. En la tercera planta encontró la habitación de Luke sin dificultad.
«Una estancia hecha para un hombre rico que decidió visitar los barrios pobres sólo para divertirse», pensó con irritación. Y mientras tanto, sus inquilinos vivían en una finca que se caía a pedazos.
Durante un instante, pensó en marcharse y dejar que se las arreglara solo. Sin embargo, su ética profesional ganó la batalla. Haría su trabajo.
Minerva eligió un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata de seda azul marino. Luego sacó de un cajón calcetines y ropa interior.
Tras meter la ropa en un bolso de viaje que encontró en el armario, abrió la caja fuerte, sacó el billetero y buscó el carné de identidad. Sí, estaba ahí junto a la fotografía de la joven más encantadora que alguna vez hubiera visto. Era maravillosamente alta, pensó Minerva fascinada, y su hermosa melena oscura caía hasta la cintura, lo que le confería un aire exótico y misterioso.
– ¿Quién eres? ¿Su esposa? ¿Su novia? ¿Su chica? Quienquiera que seas, no tienes derecho a ser tan hermosa -gruñó mientras guardaba la foto en el billetero, que metió en su bolso.
En ese momento, las campanas de San Pedro dieron las siete y se dio cuenta de que empezaba a amanecer con bastante rapidez.
Tenía que llamar a Netta pero, tras buscar en el bolso, se dio cuenta de que había dejado el móvil en casa. Sería una indiscreción utilizar el teléfono de la habitación, así que finalmente se decidió por el móvil de Luke y marcó el número de su suegra.
– ¿Netta? Ese chico tonto anoche bebió demasiado, se metió en una riña callejera y ahora está en la comisaría. No te preocupes. Lo sacaré de allí.
– Prométemelo, Minnie.
– No temas, sabes que no es la primera vez que lo hago. En todo caso, necesito que vayas allí con ropa limpia para que esté presentable en el tribunal. Le pondrán una multa y cuando lo lleves a casa podrás hacer que se arrepienta de haber nacido. Hasta pronto.
El teléfono empezó a sonar justo cuando iba a apagarlo.
– ¿Pronto?
Fue un acto reflejo y cuando la palabra salió de su boca se dio cuenta de lo que había hecho.
– ¿Scusi? -dijo una sorprendida voz de mujer-. ¿Es el número de Luke Cayman? ¿O tal vez me he equivocado?
– No, es su número. Ahora, si me permite explicarle…
– Querida, no hace falta que expliques nada -dijo la voz en un tono encantador-. Comprendo perfectamente bien. Debo disculparme por haber llamado tan temprano, pero no me di cuenta de la hora que es. Hazme el favor de decirle a Luke que llame a su madre cuando disponga de unos minutos.
– Sí… sí, se lo diré -tartamudeó Minnie-. Aunque me temo que… no podrá hacerlo de inmediato porque…
– Me parece muy bien -la interrumpió la madre alegremente-. Yo también fui joven una vez. Estoy segura de que eres muy atractiva.
– Pero…
– Ciao -dijo antes de colgar el teléfono.
Así que la madre de Luke pensaba que ella era su chica, que salía de entre las sábanas tras una noche de pasión y que estaba a punto de repetir el desenfreno.
Minerva casi se puso a chillar del disgusto que sentía. Tras desconectar el móvil, salió apresuradamente de la habitación.
En la comisaría, Minerva enseñó el carné de identidad de Luke antes de ir a la celda.
– Hay un solo cargo por embriaguez y desorden en la vía pública. Supongo que no tiene otros antecedentes penales.
– Ninguno -le aseguró Luke.
– En un par de horas tendrá que comparecer ante el juez de paz. Le pondrá una multa y el asunto habrá concluido.
Luke miró el contenido del bolso que le había llevado.
– Esta ropa me hará parecer un ciudadano honorable, un pilar de la comunidad.
Sus rasgos se habían suavizado y había un brillo malicioso en sus ojos. Repentinamente, Minnie recordó las palabras de su madre y tuvo la horrible sensación de que estaba a punto de enrojecer.
– Lo veré en el tribunal -dijo antes de marcharse con dignidad.
Netta volvió a casa con Minnie para prepararle el desayuno mientras ella se duchaba.
– Bendita seas -dijo Minnie más tarde, envuelta en un albornoz de algodón al tiempo que se sentaba ante un tazón de muesli y zumo de fruta-. No te preocupes. Charlie estará bien.
– Lo sé. Te harás cargo de mi hijo como lo has hecho otras veces. Y también del otro joven tan agradable.
– ¿Agradable? No sabes nada de él.
– Rico me permitió entrar a la celda y los tres estuvimos charlando un rato. Me alegro de que lo ayudes también.
– No te dejes engañar, Netta. No te preocupes por ese tipo.
– Desde luego que me preocupo por el hombre que le salvó la vida a mi hijo -replicó la madre, escandalizada.
– ¡Salvarle la vida! ¡Que me ahorquen! No le creo una palabra.
– Fue Charlie quien lo dijo.
– Yo no confiaría en Charlie ni en el otro personaje. Seguro que ignoras que es nuestro nuevo propietario. El enemigo.
– No es nuestro enemigo, cara. Me explicó cómo había llegado a ser el dueño de una finca que no deseaba.
– Eso no lo convertirá en un casero mejor.
– Me dijo que creyó haberte ofendido y que se sentía desolado…
– ¿De veras?
– Le aseguré que le estaría eternamente agradecida por lo de Charlie y añadí que las puertas de mi casa estaban abiertas para él.
– Bien puedes decirlo, ya que es el dueño de toda la propiedad.
– Entonces todo está bien. Entablaremos una relación amistosa, él se encargará de las reparaciones y…
– Y doblará el alquiler.
– Si te muestras agradable con él, conseguirás llegar a un acuerdo.
– Netta, escúchame. Ese hombre es muy listo. Te ha engatusado para conseguir lo que se propone. Eres como un trozo de masilla en sus manos.
– Tal vez hace veinte años… -suspiró Netta. Minnie se esforzó por no sonreír.
– No digas eso. Es una forma de rendirse ante él.
– Tú deberías hacerlo. Un hombre como ése fue hecho para que una mujer se rinda ante él. O muchas.
– Tendrían que ser mujeres muy necias. Me gustaría saber exactamente qué pasó anoche.
– ¿Por qué eres tan dura con ese pobre hombre?
– Voy a vestirme para marcharnos cuanto antes -se limitó a responder Minnie para evitar una larga explicación.