– YO DIGO que te equivocas. Lo confundes con otra persona.
– El hombre que conocí se llamaba Gianni Manfredi y su esposa era Minerva, una letrada que ejercía en Roma.
Luke apuró de un trago su copa de coñac con la sensación de estar sufriendo un terremoto interior.
– Me niego a creerlo. Ella lo adoraba y aún lo ama.
– Bueno, el tipo se las ingenió para pasarle gato por liebre. La mujer se llama Elsa Alessio y su hijo, Sandro. La dejó embarazada cuando vino a Nápoles un verano. Entonces él tenía dieciocho años y nunca se habló de matrimonio. Elsa era una mujer divorciada, mayor que él y tenía dinero suficiente para ella y el niño. Por la forma en que Gianni se refería a aquella experiencia sentimental, nunca estuvieron enamorados. Simplemente fue una aventura de verano, y tras el nacimiento del bebé mantuvieron una relación amistosa.
– Vaya…
– A menudo venía a Nápoles. Entonces iba a verlos y luego regresaba a Roma. Cuando se casó, nunca dejó de visitar a Elsa con el propósito de darle dinero y ver a su hijo.
– Creí que dijiste que podía mantenerse sola.
– Bueno, no tenía necesidad de casarse con él, pero un hombre decente se ocupa de la manutención de su hijo.
– Bastardo -dijo Luke en voz baja.
– ¿Por qué? Gianni amaba a su esposa y lo que sucedió antes del matrimonio no era asunto de ella.
– Pero nunca se lo dijo.
– Desde luego que no. ¿Para qué herirla? Pero conocí a un amigo suyo que me contó que Gianni solía presumir de sus visitas a la madre de su hijo.
– Presumir, ¿cómo?
– ¿Qué crees tú?
– Tal vez tú puedas explicarlo, hijo mío -dijo Hope desde un rincón de la sala.
Franco se sobresaltó.
– Mamma, no sabía que estabas aquí.
– Evidente, de lo contrario no estarías diciendo tonterías. Minnie ha sido una invitada en esta casa. ¿Cómo te atreves a propagar esas historias?
– No lo he inventado, Mamma. Es cierto.
– ¿Y cuánto de eso en realidad es cierto? Tal vez lo único cierto es que hay un niño de por medio.
– Se jactaba de que podía disponer de Elsa cuando le apetecía.
– ¿Y tú sabes con certeza que decía la verdad? ¿Es que alguien puede creer todo lo que habla un mozalbete presumido? Escucha hijo, no quiero oírte hablar una palabra más sobre el asunto. Los rumores hacen daño a laspersonas y por ningún motivo quisiera que alguien hiciera sufrir a Minnie. Por favor, prométeme que te olvidarás de esto y no volverás a repetir una sola palabra.
– De acuerdo, Mamma. Lo prometo.
– Será mejor que mantengas tu promesa o te retorceré el pescuezo -amenazó Luke.
– Lo juro.
Franco besó a su madre y se marchó sin mirar a su hermano, que luego se acercó a la ventana y se quedó mirando a la terraza pensativamente.
– No puede ser cierto, ¿verdad? -preguntó a su madre tras una larga pausa.
– Bueno, los nombres son correctos. Puede que lo del niño sea lo único cierto en esta historia.
– Bastardo -repitió Luke-. Y ella piensa que es maravilloso.
– ¿Por qué te enfadas? ¿No te parece que esto soluciona tu problema?
– ¿Cómo?
– Buscabas una forma de alejar a Gianni de su corazón. Ahora la tienes. Basta con decirle que el marido que idolatraba la engañó.
– La aventura sucedió antes de conocer a Minnie, así que no veo dónde está la traición.
– Siguió visitándola cuando venía a Nápoles.
– Como haría cualquier hombre decente que no abandona a su hijo. Gianni guardó silencio para no herir a Minnie, porque era la única mujer que quería de verdad. Se necesitaría algo más para destruirlo ante sus ojos.
– Pero siguió durmiendo con esa mujer -indicó Hope-. Ahí está la traición. Cuéntaselo a Minnie y procura hacerque acepte la verdad. Entonces tendrás el camino libre.
Sin decir palabra, Luke se volvió a mirarla.
El teléfono de Minnie sonó a las once en punto de la noche.
– He esperado hasta ahora para no interrumpir tu tra bajo -dijo Luke.
– A esta ahora podría estar durmiendo.
– No es cierto. A esta hora normalmente estábamos charlando y luego preparabas el chocolate. ¿Qué estás haciendo ahora?
– Estaba a punto de cerrar los libros e irme a la cama.
– Debiste haberte quedado aquí.
– No creo que hubiera sido una buena idea, Luke.
– Tienes razón -convino él, y Minnie supo que también recordaba la noche del último encuentro en el jardín.
– ¿Y tú qué tal estás?
– He acompañado a mamá al hospital para su revisión. Todo va bien. Y me han quitado las vendas.
– ¿Ha mejorado tu brazo?
– Bastante. Muy pronto estaré por ahí para volverte loca -dijo riendo. Minnie deseó preguntarle cuándo exactamente, pero no lo hizo-. Franco regresa a Los Ángeles este fin de semana. A propósito, a Hope le encantó la tarjeta que le enviaste.
– Quise agradecer su amabilidad y desearle lo mejor.
Cuado Minerva cortó la comunicación, la casa quedó en completo silencio. Entonces tomó la fotografía de Gianni y lo miró como solía hacerlo para invocar su presencia.
– ¿Qué voy a hacer ahora? Dímelo.
Los ojos del joven sonrieron como siempre, pero su mirada carecía de ese brillo que la invitaba a la amorosa conspiración que solían compartir.
– No sé qué hacer, estoy confundida. Nunca me había sucedido antes, ni siquiera contigo. Siempre supe lo que pensabas, pero ahora… -murmuró Minerva con los ojos cerrados.
Todo lo que pudo sentir fue la mano de Luke acariciando sus cabellos y el susurro de una promesa: «Estoy aquí».
Minnie abrió los ojos. El rostro de Gianni era el mismo de siempre. Pero allí sólo había una fotografía… y así sería para siempre. Entonces besó sus labios sobre el cristal y por primera vez notó que estaban fríos.
– Gracias por todo. Por todos estos años. Gracias, mi amor. Adiós.
Luego guardó la fotografía bajo llave en su escritorio.
Minnie veía a Netta diariamente y ella siempre la recibía con una sonrisa obstinada. Rehusaba admitir el fracaso de sus planes. Incluso una tarde la encontró examinando una revista especializada en vestidos de novia.
– Mira éste -dijo indicándole un elegante vestido con un velo blanco.
– No podría llevar ese traje blanco. Soy viuda.
– ¿Y qué? Tú te pondrás lo que quieras.
– Sólo si me fuera a casar, pero eso no va a suceder.
– Está escrito en tu destino. Y te casarás en la iglesia de Santa María del Trastevere.
– Veo que ya has elegido la iglesia y el vestido. Es una lástima que no haya un novio pero, ¿para qué preocuparse por un detalle insignificante?
– Eso te lo dejo a ti. En algo tendrás que colaborar.
Minerva la miró enfurecida, pero como Netta no le prestó atención decidió marcharse a su casa.
En la escalera se encontró con un hombre que miraba para todos lados, claramente perdido.
– ¿Puedo ayudarlo? -preguntó Minnie.
El hombre se volvió con una sonrisa que, sin saber por qué, le causó alarma.
Diez minutos más tarde, conocedora de lo peor, Minerva corrió escaleras abajo en busca de su coche y luego enfiló a Nápoles a toda prisa.
La familia había ido a despedir a Franco al aeropuerto y luego disfrutaron de una buena cena en la villa.
Más tarde, cuando los demás empezaron a recogerse y la casa quedó en silencio, Luke y Hope dieron un último paseo por el jardín.
– ¿Has pensado lo que vas a decirle a Minerva? -preguntó la madre.
– No tengo ni idea.
– Ya ha pasado casi una semana. No recuerdo haberte visto nunca tan indeciso.
– A veces pienso que le diré lo que sé, porque en el futuro no podría vivir con ese secreto. Pero luego pienso en el daño que le puede causar y entonces decido no decirle nada.
– ¿Aunque eso significara vivir con San Gianni el resto de tu vida? ¿Podrías hacerlo?
– No lo sé.
Habían llegado al pie de la escalinata que conducía a la puerta de la casa y Luke se detuvo a mirar unas luces que subían por la colina.
– ¿Qué sucede? -preguntó Hope.
– Me parece que se aproxima un vehículo. Y viene como un bólido -informó. Ambos se quedaron mirando las luces que se aproximaban a la villa-. ¿No es el coche de Minnie?
– Creo que sí -convino la madre sin poder ocultar el placer y la emoción en su voz.
El vehículo se detuvo bruscamente en el patio con un chirrido de frenos. Minnie bajó del coche y lo cerró de un portazo. Luego se acercó a Luke con los ojos anegados en llanto y una expresión que presagiaba el desastre.
– ¡Lo sabía! Nunca debí haber confiado en ti, pero me conmovió tu estado y bajé la guardia. Juro que nunca más en la vida me dejaré llevar por la compasión.
– Minnie, ¿quieres explicarme qué es todo esto, por favor? -preguntó cuando pudo recobrarse de la impresión.
– Te lo diré en dos palabras: ¡Eduardo Viccini! -disparó. El gesto desesperado con que Luke cerró los ojos y su gemido le dijeron a Minerva todo lo que necesitaba saber-. Conoces al hombre del que te hablo, ¿verdad?
– Sí, lo conozco. Y parece que tú también.
– Fue a verte esta tarde. Debiste haberle advertido que yo ignoraba la turbia jugada que ambos habéis tramado. Eres un mentiroso, un traidor y un hipócrita -exclamó sin parar de llorar.
– Minerva… -dijo Luke al tiempo que intentaba tomarle la mano.
– No te acerques -le advirtió ella con un gesto de rechazo-. Se suponía que yo tenía que ignorar que proyectabas traicionarnos a todos hasta que hubiera sido demasiado tarde, ¿verdad?
Dentro de la casa se produjeron discretos movimientos producidos por el resto de la familia, que se acercó sigilosamente a las ventanas para no perderse el altercado de la pareja. Los más interesados eran Pietro y Olympia que, tomados del brazo, contemplaban el último acto del drama que se desarrollaba en el patio bajo el cerco de luz que proyectaban las luces de la fachada. Hope había desaparecido discretamente entre las sombras.
– No te he traicionado. Ni a ti ni a nadie.
– Claro, se supone que vender la Residenza a una empresa de promoción inmobiliaria no es una traición.
– No lo he hecho.
– ¡No me mientas! -gritó-. Y ahora me vas a decir que nunca has oído hablar de Allerio Proprieta.
– He hecho algo más que oír hablar de esa empresa. La he creado yo. Yo soy Allerio Proprieta, con el respaldo financiero de Eduardo Viccini. Soy el jefe, pero necesito su financiación. Lo que estoy proyectando va a resultar muy costoso y no puedo hacerlo solo.
– Apostaría a que sí, empezando por echarnos a todos a la calle.
– No, te juro que no es así. Los que se quieran quedar pueden hacerlo. Tú misma has dicho que no puedo obligar a nadie a marcharse, y ni siquiera lo voy a intentar. Pero ofrecer una compensación a los inquilinos es otra cosa.
– Así que lo admites, ¿eh?
– No admito nada porque no he hecho nada incorrecto. Si alguien posee algo que a mí me interesa le ofreceré un precio justo. Esa persona es libre de rehusar, y si lo hace no habrá ningún problema. Y si acepta es porque también gana algo. A eso se le llama un intercambio justo.
– Algunos ya se están marchando. Debes de haberte esmerado para conseguirlo.
– ¿Te refieres a Mario, del número ocho? Le han ofrecido un buen trabajo en otro barrio de Roma y quiere vivir cerca de la empresa. Va a ganar un buen sueldo y necesita una casa más grande porque su mujer está embarazada.
– ¿Es una coincidencia que justo ahora le hayan ofrecido un buen trabajo?
– ¡De coincidencia nada! El puesto se lo debe a Viccini, que conoce a alguien que siempre busca personal con las habilidades de Mario. Ha conseguido el puesto de sus sueños. ¿Crees que se siente utilizado? Te puedo asegurar que no. Y además puedo citar una decena de casos de inquilinos que deseaban tener una casa propia pero carecían de fondos para pagar la entrada.
– Y tú les regalaste esos fondos, ¿verdad?
– No. No soy Santa Claus. Les hice un préstamo sin intereses y ahora están más felices que las alondras. Y si no me crees, no tienes más que preguntarles. Mira, Minnie, ellos no están tan vinculados a la Residenza como nosotros. Para algunos el piso es sólo un lugar para vivir y nada más. Si pueden encontrar una vivienda mejor, no dudan en mudarse. Yo sólo les facilito los trámites.
– ¿Y qué pasa con mi familia?
– Muchos quieren quedarse y otros se marcharán voluntariamente. Las obras comenzarán cuanto antes y pronto la Residenza se convertirá en un lugar seguro y agradable para vivir.
Minnie calló, llena de abatimiento y confusión.
– ¿Qué quisiste decir con eso de que ellos no están tan vinculados a la Residenza como nosotros? ¿Nosotros?
– Sí, porque me encanta la finca y pienso vivir allí. Pietro, que como sabes es mi vecino de al lado, se mudará a un apartamento más abajo. Pienso derribar los dos pisos y convertirlos en uno solo, bastante más amplio para que dos personas puedan vivir con comodidad.
– ¿Para… dos?
– Sí, tú y yo no podemos vivir en el tuyo. Es mejor comenzar una vida nueva en nuestra propia casa.
– Me parece que vas muy rápido. ¿Quién ha dicho que vamos a vivir juntos?
Luke inspiró profundamente.
– Me parece que es lo que normalmente hace la gente cuando se casa.
– ¿Y quién ha dicho que nos vamos a casar?
– Netta, Charlie, Tomaso… En fin, toda tu familia. Aunque ellos están de acuerdo porque lo dice Netta. Y ahora lo digo yo. Lo único que hace falta es que lo digas tú.
– ¡Espera un segundo! ¿Me estás proponiendo matrimonio sólo por complacer los deseos de Netta?
– ¿Por qué no? Tu suegra es como mi madre. Tarde o temprano hay que hacer lo que ella dice. Netta lo decidió el primer día, así que no podemos hacer otra cosa que ceder a sus deseos.
– ¿Y qué clase de proposición es ésta? ¿Es lo más romántico que se te ocurre?
– Bueno, confieso que no se me da bien hablar en público -dijo con un movimiento de cabeza que abarcaba a los que estaban en las ventanas disfrutando de la escena con una sonrisa.
– ¿Cómo te atreves? Eres un descarado.
– Hago lo que se me ha dicho. Sabes que tengo razón en cuanto a Netta. No me sorprendería nada que ya hubiera elegido tu traje de novia e incluso la iglesia. ¿Qué pasa?
Tras una exclamación sofocada, Minnie se había llevado las manos a la boca. La mágica exactitud de la predicción de Luke la había dejado sin aliento.
– Santa María del Trastevere -murmuró.
– ¿Es la iglesia donde celebraremos la boda?
– Es lo que dijo Netta.
– ¿Y ha fijado la fecha? Ven aquí -dijo con fiereza al tiempo que la atraía hacia sí.
Entonces el resto de la familia salió al porche a contemplar a la pareja que se besaba. Sólo Hope contenía la respiración a la espera de la cuestión que sabía que tenían que resolver.
– ¿Cómo pudiste creer que yo podría haber hecho trampa? -preguntó Luke cuando al fin se separaron.
– No lo sé. Cuando pensé que nos habías engañado fue como si el mundo se hubiera hundido a mis pies. Hasta entonces no sabía cuánto me importas. Luke, ¿no comprendes que lo más terrible que puede suceder es descubrir que la persona que amas y en la que confías te ha engañado?
– Sí -respondió Luke, suavemente-. Sí que lo comprendo… Hay algo que quiero decirte y escúchame bien, porque es importante.
– ¿Sí? -Minnie lo miró con los ojos resplandecientes.
– Una vez te dije que no haría el amor contigo si yo no era el hombre más importante en tu vida.
– Sí que eres el más importante en mi corazón, en toda mi vida.
– Entre los vivos, pero yo quería ahuyentar su fantasma…
– Luke…
– Déjame acabar. Quería alejarte del fantasma de Gianni, pero me he dado cuenta de mi actitud egoísta. Tenía celos de él. Quise quitarte los más dulces recuerdos porque a mí me convenía. Intenta perdonarme y no te desprendas de tu fantasma, mi amor. Ámalo como él lo merece.
Los ojos de todos los espectadores estaban fijos en Luke, así que nadie notó la sonrisa de orgullo maternal en los labios de Hope.
Minerva lo miró atentamente.
– ¿Tienes algo más que decir? -preguntó ella.
– Nada más.
– ¿No me vas a hablar de Elsa Alessio?
Luke la miró conmocionado.
– ¿Qué sabes de eso?
– Todo. Sólo te puedo decir que Gianni fue un buen padre y que yo fui el amor de su vida.
– ¿Te lo contó… todo?
– Por supuesto. Nunca me habría engañado. Me contó todo lo que yo necesitaba saber -añadió en un tono ambiguo.
– Comprendo…
Luke estaba a punto de preguntarle si creía que Gianni le había sido fiel cuando visitaba a la madre de su hijo. Sin embargo, repentinamente decidió que nunca en su vida haría esa pregunta y que nunca comentaría con ella las presuntas jactancias de Gianni respecto a Elsa.
– ¿Irías a vivir a Roma por mí? -preguntó Minnie maravillada.
– Puedo trasladar mis negocios a Roma, incluso creo que voy a disfrutar el desafío de explorar nuevos territorios. Sin embargo, tú no puedes dejar Roma porque ahí es donde ejerces tu profesión.
– ¿Y no pensarás que no te atiendo lo suficiente por mi trabajo?
– Jamás, lo juro.
Minnie le rodeó la cara con las manos.
– Cuando pensé que te había perdido fue como el fin del mundo para mí. Te quiero. Sin ti nada puede existir.
– No lo digas hasta estar completamente segura.
– Estoy totalmente segura. Una vez pensé que nunca podría volver a amar a otro hombre, pero fue porque te esperaba a ti.
Mientras se besaban apasionadamente, pudieron oír murmullos de aprobación desde las sombras que los rodeaban.
– Mi familia está disfrutando esta escena romántica. Los Rinucci son como los Manfredi. El amor y el matrimonio les conciernen a todos -murmuró al oído de la joven.
– Luke, hay algo que quiero decirte.
– ¿Qué es, mi amor?
– Ayer me despedí para siempre de Gianni. Y él lo comprendió.
Bastante tiempo después todavía se comentaba el encuentro de Netta Manfredi y Hope Rinucci como el de dos reinas, tras la visita oficial de los Rinucci a Roma.
Ambas inspeccionaron los pisos que se iban a convertir en uno solo y dieron su aprobación.
– Hijo, desde el principio supe que nunca le ibas a decir a Minerva lo que sabías -comentó Hope mientras probaban un delicioso bizcocho casero en el salón de Netta-. La amas demasiado para herirla, aunque no estaba segura de que tú también lo supieras. Te conozco más de lo que tú te conoces a ti mismo.
– Aunque creo que todavía puede sorprenderte -observó Toni, que se había acercado a ellos-. Cuéntale, Luke.
– Hace años Toni me ofreció la posibilidad de convertirme en un Rinucci. Hace una hora le pregunté si el ofrecimiento seguía en pie.
– Y yo le dije que sí -declaró Toni.
Hope abrazó a su hijo con los ojos llenos de lágrimas.
El día de la boda, Minerva llevó el elegante traje de novia con su blanco velo que Netta había visto en la revista y se casó en Santa María del Trastevere.
Y tras la ceremonia, pasearon en calesa por las calles aledañas a la Residenza aclamados por los vecinos del barrio. Hasta que por fin llegaron a la finca, donde los esperaban los familiares y los inquilinos para dar comienzo a la celebración del banquete nupcial.
Cuando los novios cruzaron el arco del patio, totalmente decorado con flores blancas, una lluvia de pétalos cayó sobre ellos mientras contemplaban maravillados el espectáculo.
Y las que iniciaron los vítores de alegría, las que más rieron y lloraron, fueron Hope y Netta, las reinas de los Manfredi y de los Rinucci.