EL PISO de Teresa se encontraba en un estado razonable, aunque era demasiado grande para una persona. Tan pronto como entraron a la sala de estar, Luke se fijó en la fotografía de un hombre mayor.
– Antonio, mi marido -dijo Teresa con orgullo-. Vivimos muchos años aquí; pero ahora que ya no está, el piso se nos ha quedado grande a Tiberius y a mí -añadió con tristeza. Tiberius resultó ser un imponente gato negro que los miraba con soberana indiferencia desde el alféizar de la ventana-. Por favor, cámbienos más abajo. Estoy demasiado vieja para subir y bajar escaleras y a Tiberius no le gustan las alturas.
– En ese caso, podría mudarse a mi piso y yo me quedo con el suyo -sugirió Luke al instante.
Los demás inquilinos aprobaron bulliciosamente la idea y acompañaron a Luke a su apartamento.
– Signora Teresa, mañana podremos hacer la mudanza. Y tendremos que decorarlo.
– Ah, no. Así está muy bien -la anciana se apresuró a decir-. Eso me saldría muy caro.
– Caro para mí, pero no para usted -objetó Luke-. Y ya que es tan pequeño, el precio del alquiler será más bajo.
– ¿Pagaré menos? -preguntó, extasiada-. Si es así, Tiberius podrá comer pescado todos los días.
La anciana estaba tan contenta que insistió en invitar a todo el mundo a su piso y, como los vecinos de la Residenza siempre estaban en ánimo de fiesta, todo el mundo subió con ella.
Luke se convirtió en el héroe del día. Minnie, que lo miraba con cinismo, sólo pudo maravillarse de la facilidad con que se estaba ganando a todo el mundo. Aunque su truco con Teresa había sido muy hábil, no solucionaba los daños del inmueble, pero ellos no parecían darse cuenta. Luke se acercó a ella.
– ¿Le complace ver que me estoy comportando como un buen propietario?
– No se preocupe por mí. Es a ellos a quienes tiene que complacer.
– La verdad es que el infierno se congelará antes de que usted me reconozca alguna buena cualidad.
– Soy un dragón, ¿no lo recuerda? Buenas noches.
– ¿No se quedará? -preguntó, escandalizado.
– Tengo que trabajar.
– No le hará bien para el dolor de cabeza.
– ¿Cómo sabe que me duele la cabeza?
– Por el modo en que cierra los ojos. Estoy en lo cierto, ¿no es así?
– Sí, pero es una molestia pasajera.
– Dolerá más si no hace nada por calmarla. Hoy no se trabaja. Venga conmigo.
– ¿Para qué?
– Vamos a tomar un café, conversar civilizadamente y celebrar nuestra tregua.
Mientras bajaban al patio, el ruido se apagó tras ellos y la joven experimentó una grata sensación de paz y quietud. Le extrañaba disfrutar de ese momento con Luke junto a ella y, sin embargo, era agradable.
Cuando salieron a la calle, Minerva inhaló una gran bocanada de aire fresco con la cara vuelta al cielo y una expresión de éxtasis.
– Supongo que parezco una loca -dijo cuando al abrir los ojos vio que Luke la observaba.
– No, aunque me parece que debería hacer esto más a menudo ¿Mejor ahora?
– Sí, el aire estaba muy cargado allá arriba.
Pasearon sin rumbo por las calles con sus trattorias todavía abiertas cuyas luces brillaban sobre el empedrado de la calzada. En una esquina, Luke entró en una farmacia abierta las veinticuatro horas del día.
– Para su cabeza -dijo cuando volvió junto a ella-. En caso de que no sea tan fuerte como dice.
– A veces no lo soy -convino ella-. A veces lo único que deseo es tumbarme en la cama y dormir.
– Acaba de cometer un fallo. Nunca hay que admitir una debilidad ante el adversario. Podría utilizar esta información para socavar su terreno.
– ¿Lo hará? -preguntó riéndose sin alegría.
– Bueno, puede que no lo haga ahora.
– No olvide que también conozco una de sus debilidades. Es un hombre que lo pasa muy mal si no duerme lo suficiente. Pero no se preocupe, no se lo diré a nadie. Sólo utilizaré la información para socavar su terreno, cuando sea necesario.
Ambos se echaron a reír. En ese momento, la batalla estaba lejos. Minerva decidió que empezaría a luchar al día siguiente.
Luke la condujo a una terraza, pidió café para ambos y le entregó la cajita de calmantes.
– Gracias, no tomaré nada por el momento. Me siento mucho mejor.
Minutos después, Luke se quedó contemplándola mientras ella tomaba su café.
– Todo el mundo se apoya en usted, ¿no es verdad? -preguntó repentinamente.
– ¿Qué?
– La noche que nos conocimos, usted fue a sacar a Charlie de la comisaría. Y no ha sido el único. ¿O me equivoco?
– Es cierto. Pero todas han sido infracciones leves. Cosas de la familia.
– Pero no son su familia. Se han apegado a usted y la cargan con todos sus problemas.
– ¿Y por qué no? Soy la mujer fuerte y me gusta serlo.
– De acuerdo, le gusta. Pero hasta el más fuerte a veces necesita un descanso. ¿Alguno piensa en usted alguna vez?
– Sí, Netta. Ha sido mejor que mi propia madre.
Minerva sabía lo que Luke quería decir. Aparentemente, Netta era la matriarca de la familia, aunque la joven lo era de hecho, y precisamente por serlo, a veces se sentía aislada. Intentó recordar cuándo había sido la última vez que había paseado por las calles del Trastevere como en ese momento y no lo logró.
De pronto, Minerva notó que alguien los observaba. Luke también lo vio.
– ¡Hola!
Cuando el chico se acercó a ellos, Minerva notó que llevaba un perrito en los brazos.
– ¿Es él…?
– Sí, es mi amigo. Me alegro de ver que ambos estáis bien.
– Y yo también me alegro de que usted se encuentre bien -dijo con formal cortesía-. Quiero darle las gracias por lo que hizo por nosotros la otra noche.
– Afortunadamente el incidente tuvo un final feliz.
– Pero fue arrestado. Seguro que le hicieron pagar una multa. Verá, yo tengo un poco de dinero de mis ahorros…
– No hace falta, todo está solucionado. No tienes de qué preocuparte -repuso Luke con amabilidad-. Aunque no deberías estar en la calle a estas horas.
En ese momento, se abrió una ventana en una de las viviendas sobre la terraza en que se encontraban.
– Giacomo, sube a casa de inmediato -gritó una mujer.
– Sí, Mamma. Él también quería darle las gracias.
Luke acarició la cabeza del cachorrito y luego el chico se marchó corriendo.
– ¿Por qué me mira así? -preguntó Luke.
– Creo que lo juzgué mal. Nunca me lo habría imaginado en un hombre como usted.
Minerva lo dijo por la amabilidad con que había tratado al chico más que por haber comprobado que la historia del perrito era cierta.
Luke le adivinó el pensamiento.
– Es porque tengo hermanos menores.
– ¿Usted lee la mente?
– Bueno, en este caso es fácil porque para usted soy el demonio en persona y le sorprende cualquier cosa que no calce con su prejuicio -comentó. Ella se echó a reír y Luke le tomó la mano-. Supongo que llegará el día en que no estaremos en frentes opuestos. Cuando eso suceda, me gustaría hablar ciertas cosas con usted.
No fue fácil responder porque los ojos de Luke estaban fijos en su mano y no en su rostro, aunque al parecer él no esperaba una respuesta. Tras apretar los dedos de la joven, Luke los llevó un instante a su mejilla y luego le soltó la mano.
Más tarde, continuaron paseando lentamente. La luna estaba en lo alto y ella se sentía invadida de una paz muy parecida a la felicidad.
– Tómese una aspirina antes de dormir -sugirió Luke cuando la dejó en la puerta de su casa.
Minerva negó con la cabeza.
– Ya no las necesito. El dolor se esfumó como por encanto.
– Buenas noches, entonces -dijo Luke mientras le apretaba la mano antes de marcharse.
Pasados unos días, Luke hizo que trasladaran los muebles de Teresa a su apartamento.
Más tarde, con la ayuda de algunos vecinos, subió los suyos al piso que Teresa acababa de abandonar. Cuando la tarea hubo concluido, los hombres compartieron una cerveza alegremente.
Entonces le tocó el turno a Luke de celebrar una fiesta en su nuevo hogar. Alegre y bulliciosa, fue una de las mejores que se habían organizado en la Residenza.
Minnie trabajó hasta tarde, así que llegó a última hora para compartir un vaso de vino y la alegría de Teresa.
– Vas a echarlo de menos, porque fue el hogar que compartiste con Antonio -comentó.
La anciana negó con la cabeza.
– Mi hogar con Antonio está aquí -declaró al tiempo que se llevaba una mano al corazón-. Y siempre estará aquí. Los ladrillos y el cemento no significan nada. Uno debe estar preparado para lo que la vida pueda ofrecerle en adelante.
Una mágica quietud se apoderó de Minerva. Le pareció oír susurros distantes llegados de lugares misteriosos, como si fuesen mensajes sólo para ella.
Entonces giró la cabeza y vio que Luke se encontraba muy cerca.
– Siento que no haya podido llegar más temprano.
– Lo intenté. Mire, le he traído un regalo con motivo de la fiesta de estreno de su casa.
Era un libro sobre el Trastevere, lleno de historias y bellas fotografías del pintoresco barrio romano.
Cuando Luke le dio las gracias, Minnie le respondió con una breve sonrisa y se marchó corriendo a casa, ansiosa por encontrarse en soledad.
Tras cerrar la puerta, pudo oír la misma música mágica que la había dejado en trance y las palabras de Teresa, que le habían llegado al alma. Con una copa de vino en la mano, sacó la fotografía de Gianni del estante y se hizo un ovillo en el sofá esperando el momento en que él se haría presente.
Había hecho muchas veces la invocación con éxito. Muy relajada, fijó la mirada en el rostro de Gianni hasta que se tornó vaga, casi desenfocada. Gradualmente, el entorno se hizo borroso. Y entonces sintió su «presencia».
– No sé lo que me sucede -suspiró-. Estoy confundida y no comprendo la razón.
Gianni habló en su mente:
– ¿Es por él?
– En parte. Todo esto es una diversión para él, pero para los inquilinos de la Residenza no es ningún juego.
– ¿Y si ellos resultaran beneficiados a pesar de tus dudas?
– ¿Es posible? Aquí pasa algo que no entiendo.
– Puede que realmente sea muy simple y Netta esté en lo cierto.
– No -dijo ella rápidamente.
– Carissima, ¿por qué estás tan enfadada?
– Porque él me los está arrebatando -confesó con un suspiro-. Mi familia, mis amigos. Las personas que me miraban a mí ahora lo miran a él. Desde que te perdí, ellos son todo lo que tengo y todo lo que quiero.
Entonces se hizo el silencio. Minerva esperó largo rato a oír algo más. Pero no sucedió nada.
«Carissima, ¿por qué estás tan enfadada?» Minerva recordó la pregunta que a veces Gianni le hacía. A lo largo de su vida en común, ella solía mostrarse bastante temperamental. Gianni, en cambio, siempre había sido un hombre tranquilo, relajado, de buen talante, que sabía esperar hasta que pasaba la tormenta.
De pronto se sintió sola y cansada. Entonces abrazó la fotografía de Gianni y pensó en Teresa, que llevaba a Antonio dondequiera que fuese.
Poco a poco, la finca iba quedando silenciosa y las luces empezaban a apagarse. Luke miraba por la ventana esperando el momento en que no hubiera nadie en la escalera. Luego bajó silenciosamente a la casa de Minnie. Le preocupaba la tristeza que había visto en su rostro antes de marcharse.
Una ventana de la sala de estar daba directamente a la escalera y las cortinas se encontraban un poco descorridas. Luke se detuvo a mirar.
Minerva estaba hecha un ovillo en el sofá junto a una pequeña lámpara que iluminaba suavemente la estancia. Entonces notó que sus labios se movían y que tenía los ojos fijos en la fotografía que mantenía en el regazo.
Con la respiración contenida, Luke se quedó inmóvil, incapaz de creer lo que veía.
Sin embargo, tuvo que creerlo cuando ella estrechó la fotografía de Gianni contra su pecho.
Minerva había encontrado consuelo, aunque no en él. Entonces optó por alejarse. Allí no había lugar para él.
Como parte del amueblado de su nuevo hogar, Luke compró un par de estanterías para montar por sí mismo y pronto cayó en la cuenta de que no tenía talento para el bricolaje. Cuando intentaba manipular un destornillador, se hizo un corte en los dedos. Como no había esparadrapo en la casa tuvo que envolverse la mano en un pañuelo e ir a la farmacia que quedaba al final de la calle.
Al bajar la escalera, vio a una mujer vestida rigurosamente de negro y por un momento tuvo la seguridad de que era Minnie. Luke la llamó un par de veces, pero la mujer no lo oyó y en unos segundos desapareció de su vista.
Tras comprar una caja de esparadrapo, Luce volvió a la casa por un estrecho callejón que desembocaba en una calle aledaña a la Residenza. El callejón pasaba por la parte trasera de una iglesia desde donde se podía ver el cementerio. Era un lugar pequeño y apacible cubierto de césped y lápidas de piedra. Mientras lo contemplaba, Minerva salió de la iglesia. Iba con la familia Manfredi en pleno. Los hermanos marchaban en procesión, con Netta y Minnie a la cabeza.
Luke permaneció inmóvil, casi oculto entre los árboles.
A juzgar por la ropa oscura que llevaban se trataba de un día muy especial, tal vez el cumpleaños de Gianni o el aniversario de su fallecimiento.
Luke se preguntó qué significaría para ella en la actualidad, tras cuatro años de ausencia. ¿Sufriría por él como recuerdo o como marido? ¿Todavía estaría vivo para ella?
La procesión se acercó a una lápida un tanto separada de las otras. Netta y algunos hermanos lloraban, pero Luke tenía la mirada puesta en Minerva. Todos se inclinaron a depositar su ramo de flores sobre la lápida.
En ese momento, Luke supo que debía marcharse, pero algo lo retuvo allí.
Minerva permanecía entre ellos, arrodillada ante la tumba de su marido, pálida y serena.
Más tarde, empezaron a alejarse lentamente. Minnie hizo una pausa y se volvió para echar una última mirada. Sus ojos estaban cargados de angustia y desolación. En esa mirada, Luke pudo ver todo lo que le habría gustado negar. Al fin pudo comprender que la alegría de su vida estaba sepultada junto a su marido. Luke se llevó las manos a los ojos, incapaz de soportar esa visión.
Cuando alzó la cabeza, vio que Minerva lo miraba fijamente con una expresión de indignación. Seguro que pensaba que deliberadamente había ido a espiarla. Entonces, ella le dio la espalda y se dirigió a la iglesia.
Luke se alejó apresuradamente hacia la Residenza. Necesitaba un momento de reflexión en soledad. Ante sus ojos, Minerva se había convertido en otra persona. La había conocido como una mujer dura, divertida, fría y controlada. La otra noche, había sido testigo de su dulce melancolía abrazada a la fotografía de Gianni. Sin embargo, la mujer del cementerio, asolada por el dolor, le pareció diferente y terrible.
Al atardecer, Luke fue a su apartamento. Las luces estaban encendidas, pero había corrido las cortinas.
– Minnie -llamó mientras golpeaba la puerta-. Minnie, abra por favor. Debo verla.
La puerta se abrió unos centímetros.
– Váyase.
– Me iré cuando hayamos hablado. Por favor. Déjame entrar -pidió, tuteándola sin darse cuenta-. He venido a pedirte que me perdones.
Muy a su pesar, ella retrocedió para dejarlo pasar. Parecía que la breve intimidad de la otra noche nunca hubiera existido. En ese momento era su enemiga, aunque no a causa de los problemas de la Residenza.
– ¿Crees que con disculparte vas a borrar el hecho de que me estabas espiando?
– No es cierto. Fui a la farmacia y decidí volver a casa por esa calle. Fue una simple casualidad. Debes creerme.
Ella se volvió hacia él y Luke pudo ver su rostro pálido y amenazador.
– De acuerdo, te creo -dijo con fatiga-. Pero esto no te incumbe y no deseo hablar de ello.
– ¿Hablas alguna vez con alguien?
Ella se encogió de hombros.
– Realmente, no. Algunas veces hablo con Netta.
– ¿No crees que deberías hacerlo? -preguntó con suavidad.
– ¿Para qué? -replicó con vehemencia-. ¿Por qué no puedo tener algo de intimidad? Los recuerdos de mi relación con Gianni me pertenecen. ¿Es que no puedes comprenderlo? Es algo sólo entre Gianni y yo.
– Excepto que no hay ningún Gianni -replicó con repentina aspereza-. Ahora sólo es un recuerdo. O quizá nada más que una fantasía.
– ¿Y qué importa? Me hizo feliz en el pasado y continúa haciéndolo. Una felicidad que no muchas personas han experimentado en su vida. Y quiero conservarla.
– Pero no puedes conservarla, Minnie. Se ha ido, aunque prefieras volver la espalda a la vida antes que admitirlo.
– ¿A quién le importa la vida si posees algo mejor?
– No hay nada mejor.
– Algunos ignoran lo que significa estar tan unido a una persona que es como si ambos fueran un solo ser. Una vez que la has tenido, no la pierdes jamás. Así que no puedes dejar que se marche. ¿Por qué deberías persuadirme de lo contrario?
– ¿Es que no ves que eres demasiado joven para vivir con un fantasma? -repuso, en un tono casi de ruego.
– Lo único que veo es que no tienes derecho a interferir en mi vida. Lo que haga o deje de hacer no tiene nada que ver contigo.
– No puedes impedir que desee evitar que arrojes tu vida por la borda.
– Puedo hacer con ella lo que quiera -replicó, frustrada por su falta de comprensión-. Mira, eres un buen hombre…
– Sé sincera. Eso no es lo que en realidad piensas de mí.
– ¡De acuerdo, no! Creo que eres muy suficiente, entrometido, condescendiente, arrogante… Un hombre que se divierte haciendo juegos mentales conmigo. No me agradas. Eres demasiado seguro de ti mismo. ¿Te parezco suficientemente sincera ahora?
– Está muy bien para empezar.
– Entonces márchate y déjame sola, por favor.
– ¿Para qué? ¿Para mantener otra charla con un hombre que ya no existe? -inquirió con dureza-. ¿A cuál de vosotros desagrado más? ¿A él o a ti?
– A ambos.
– ¿Y haces todo lo que él te dice? -gritó.
– ¡Vete de aquí!
Luke nunca había tenido intención de pronunciar esas palabras, pero la obstinación de Minerva había hecho surgir en su interior algo cruel y peligroso que le obligó a marcharse dando un portazo.
Entonces salió apresuradamente de la Residenza y pasó el resto de la noche paseando por las calles del Trastevere, sumido en negros pensamientos.