Capítulo 9

El silencio se apoderó de la habitación y parecía eterno. «Tierra, trágame», suplicó Molly.

«,Cómo he terminado a solas con él?»

– Gracias por la casita -consiguió decir Molly-. Pero no hace falta que te quedes.

– Al contrario, hace mucha falta. Vamos a ir a comer juntos, y todavía no hemos terminado de montarla.

– Puedo montarla yo sola -tragó saliva, y dijo con dignidad-. Gracias por regalársela a Sam. Estoy segura de que le va a encantar.

– ¿Ya ti no?

– Sí -dijo ella-. La has puesto delante de la televisión. Perfecto. Me encanta mirar a las ranas en lugar de la televisión.

– Ya lo sabía -sonrió-. Pareces esa clase de mujer.

– No tienes ni idea de qué clase de mujer soy.

– Ahí es donde te equivocas -le dijo- Porque lo tengo todo estudiado.

– No quiero oírlo.

– Eres el tipo de mujer que lo dejó todo cuando su sobrino se quedó huérfano. Dejaste la vida que amabas y viniste a una ciudad que odias, para aguantar al cretino de tu primo y…

– Por mi sobrino -dijo ella-. Y mira que buena tutora soy… me he quedado dormida. Anoche bebí demasiado y ni siquiera he podido llevar a Sam al colegio. Los servicios sociales estarían encantados conmigo.

– ¿Cuántas veces te has emborrachado desde que Sam se quedó huérfano?

– Solo anoche.

– Entonces, deja de sentirte culpable. Todos sabemos que anoche tenías una buena excusa. No hace falta ser Einstein para imaginarse lo que pasó. Vino Angela a contarte que había roto su compromiso con Guy. Estuviste haciéndole compañía -esbozó una sonrisa-. Criticando a los hombres en general -la miró a los ojos-. Y después, Angela sale huyendo, dejándote sola, y tú haces todo lo posible para arreglar su relación. Su chico se marcha a comprar todas las flores de la ciudad…

– ¿Crees que lo hará?

– Si no lo hace, es tonto. Le has dado la clave para salvar su relación y, teniendo en cuenta que Angela te ha traicionado, diría que has sido muy generosa -sonrió se acercó al aparador-. Es una lástima que se haya dejado las llaves.

¡Las llaves! Molly miró hacia el aparador. ¡Guy se había dejado las llaves!

– Tú lo sabías y lo dejaste marchar!

– Digamos que no me parece bien que Angela sea perdonada sin más.

Molly intentó fruncir el ceño, pero no lo consiguió. El estaba sonriendo y su sonrisa era suficiente para desarmarla. Se derretía solo con mirarlo.

– Qué tontería -dijo ella sin pensar-. No es con Angela con quien estoy enfadada. El canalla eres tú.

– ¿Yo soy el canalla? -Jackson arqueó las cejas-. ¿Cómo voy a ser un canalla? Voy a comprarte una granja, he salvado tu trabajo y te he traído una casa para las ranas.

Molly respiró hondo y buscó las palabras adecuadas. Al final dijo:

– Me has besado.

Ya estaba. Lo había dicho.

– Te he besado -Jackson dejó de sonreír y la miró de arriba abajo.

– Sí.

– ¿Besarte me convierte en un canalla?

– Cuando estás comprometido con otra mujer, sí.

«Maldita sea, ha visto el periódico», pensó Jackson.

¿Debía negárselo? Su intuición le decía que debía hacerlo, pero entonces… ¿no había acordado con Cara que nunca se expondrían al peligro del amor? Quizá fuera más seguro permitir que Molly pensara que estaba comprometido con otra mujer.

– ¿Te refieres a Cara?

– ¿A quién más podría referirme? ¿Cuántas mujeres hay en tu vida?

– ¿Crees que he sido infiel?

«Ya está», pensó Molly. Los valores morales de aquel hombre no se parecían en nada a los de ella.

– Apenas hemos tenido relación -dijo él.

– No.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Ninguno.

– ¿Y por qué estás enfadada?

– Digamos que me da pena Cara -otra vez un largo silencio.

– ¿Piensas venir a comer así? -dijo Jackson señalando el albornoz.

Molly lo miró con desafío.

– ¡No!

– Entonces, sugiero que vayas a vestirte mientras yo termino la casita.

– No quiero…

– ¿Ir a comer conmigo? Lo entiendo -dijo en tono educado y distante-. Pero no tenemos elección. Así que sugiero que te bajes del caballo, adoptes la pose de mujer de negocios y vengas a comer. Ahora.

Y sin decir nada más, se centró de nuevo en el montaje de la casita.

Molly lo dejó solo. Se dirigió a su habitación y cerró dando un portazo. Jackson colocó las patas de la casita y comenzó a apretar los tornillos. Era un trabajo difícil necesitaba concentración.

Y concentración era justo lo que no tenía.

¿Había comenzado una relación al besar a Molly? ¿Qué había pasado?

Molly era una mujer bella y deseable. Habían compartido un día maravilloso y, en aquel momento, besarla le había parecido lo adecuado. Tan sencillo como eso.

Solo que no era así.

«Nadie me había hecho sentir así», pensó él. ¿Cómo?

Como si ella necesitara que la defendieran y él quisiera defenderla. Como si él quisiera presenciar cómo saltaban las ranas dentro de la casita, siempre y cuando, Molly estuviera a su lado.

Como si quisiera besarla de nuevo…

Ese era el problema.

Pero desde lo de Diane, las relaciones afectivas no formaban parte de su vida. Excepto su relación con Cara. La relación que mantenía con su hermanastra era diferente. Ella comprendía por qué Jackson había prometido no volver a enamorarse… pero Cara estaba en Suiza, viviendo su propia vida.

Pero si alguien tocaba a Molly…

La idea lo sobresaltó. Si alguien le hacía daño a Molly… No. No solo tenía que hacerle daño.

No era el sentimiento de protección lo que lo corroía por dentro. Era la idea de que otro hombre… la mirara con deseo. Porque ella era…

No conseguía encajar la pata de la casita y blasfemó.

«Monta la maldita casa, ve a comer con ella, y sal de aquí», se ordenó. «Tienes que aclararte, y estar junto a esta mujer…»

Estaba muy confuso. Lo único que sabía era que no podía mentir. Ni siquiera a sí mismo.

¿Y Molly?

Estaba poniéndose el traje más serio que tenía. Negro, negro y más negro. Sin maquillaje. Ni una pizca.

¿Qué estaba haciendo? Se vistió y después se miró en el espejo durante largo rato.

– Cualquiera diría que tienes miedo de Jackson Baird -dijo mirándose al espejo-. Y tendría razón.

Faltaba muy poco para terminar la casita, pero no les quedaba tiempo.

– Creo que necesito otro tipo de destornillador -confesó Jackson-. Parece que estas instrucciones están escritas en swahili -al ver que Molly vestía de chaqueta negra, pantalones negros y zapatos negros, frunció el ceño-. Además, esperaba que hubiera alguien para ayudarme a ponerla en su sitio, y tú tienes pinta de que solo puedes levantar un ataúd -la miró de arriba abajo con desaprobación-. He visto enterradores que parecen más animados que tú.

– Me he puesto el traje de hacer negocios.

– Y el hecho de que necesite ayuda para colocar esto sobre las patas…

– Todavía no has terminado de atornillar las patas -señaló ella-. Además, tengo que pensar dónde vamos a ponerla. No puede quedarse delante del televisor;

– ¿Y qué tal delante del bar? ¿Sería un problema?

Ella esbozó una sonrisa. Le dolía la cabeza por haber bebido la noche anterior. Estaba confusa y cansada, y en lo último que quería pensar era en el bar. O en su contenido.

– Solo si Angela rompe con otro novio -dijo compungida, y él sonrió.

– Entonces, ¿no es una gran bebedora, señorita Farr?

– El bar apenas se ha tocado desde que mi cuñado murió -le dijo, y deseó no haberlo hecho porque él la miró con lástima. No necesitaba la compasión de aquel hombre.

No necesitaba nada de él.

– ¿No has pensado en quitarlo? ¿En redecorar el apartamento para que sea más tu casa y la de Sam y deje de ser la de sus padres?

– La casita de las ranas hará que sea así.

– No. Todas las fotos que hay aquí son de los padres de Sam y de la vida que llevaba el niño antes del accidente. Todo lo que hay son cosas personales. En este lugar no hay nada de Molly Farr.

– Es la casa de Sam.

– También es tu casa.

– Sam necesita recordar a sus padres -se mordió el labio inferior-. Los recuerdos se desvanecen fácilmente.

– Es lo normal -dijo él. Se acercó a una estantería que estaba llena de trofeos de todo tipo-. Aquí hay un montón de cosas de tu familia, pero ¿dónde están tus cosas?

– Yo no cuento.

– Claro que cuentas -frunció el ceño-. Para Sam, eres muy importante. Cuando eras una niña, ¿qué cosas ganabas?

– No muchas.

– ¿Carreras de montar en vaca?

– No creo -dijo ella entre risas.

– Entonces, ¿qué?

– Nada -lo miró a los ojos fijamente-. Vamos a llegar tarde a comer.

– No. Tenemos tiempo. ¿Qué?

– Yo no…

– Tiene que haber algo… ¿Algún recuerdo de la niñez que signifique mucho para ti? Algo que hayas conseguido.

Ella suspiró y pensó en sus palabras.

– Supongo que… los nudos.

– ¿Nudos?

– Cuando era pequeña entré en los boy scouts -le dijo-. Mi primera prueba fue aprender a hacer nudos, y me terminó gustando.

– ¿Y qué pasó?

– No quieres saberlo.

– Claro que sí. Cuéntamelo.

«¿Y por qué no?», pensó ella. Al fin y al cabo, aquel hombre era un cliente y era su obligación que estuviera contento.

– Espera un momento -le dijo. Instantes más tarde, apareció con unos cuantos nudos enmarcados en el salón.

Había hecho todo tipo de nudos. Todos con cariño y dedicación. Molly había empezado a hacer nudos cuando tenía nueve años, y el último nudo lo había hecho dos semanas antes de que su hermana muriera.

Los nudos formaban parte de la antigua Molly. Se los entregó a Jackson en silencio… y no comprendía por qué se sentía como si le estuviera entregando una parte de sí misma. Él los agarró y los miró durante largo rato.

– Son fantásticos -le dijo, y ella se sonrojó.

– Sí, pero son parte del pasado.

– Son parte de ti, y Sam debería verlos -agarró uno de ellos y lo colocó detrás de los trofeos de la estantería-. Deberías colgarlos. Tendrías que dedicarles una pared.

Ella negó con la cabeza.

– No quiero cambiar la vida de Sam.

– La vida de Sam ha cambiado.

– Pero no quiero que cambie más.

Jackson la miró durante un momento y, después, sonrió.

– Eres toda una mujer.

– Sí. Y tú eres todo un hombre. Pero tenemos que iros a comer.

– Eso es cierto -dijo él despacio, pero por su forma de hablar ella supo que no era en comer en lo que estaba pensando.

Hannah Copeland era una mujer menuda. Era mayor tenía artritis, pero sus ojos brillaban con inteligencia se reunió con ellos en uno de los mejores restaurantes de Sidney, en el que los empleados la trataban como si fuera la propietaria del lugar.

– Estamos en mi restaurante habitual -les dijo-. Vengo aquí todos los lunes. Es mi manera de contribuir a mejorar la economía mundial.

– Muy generosa -dijo Molly, y ella se rió.

– Eso es lo que yo pienso, querida -miró a Jackson. -¿Y usted? Si es tan rico como creo. ¿Qué hace para contribuir al avance del mundo?

– Comprar granjas de precio elevado -dijo él, y el rostro de Hannah se iluminó.

– Muy bien. Pero yo no creo en el dinero estancado. Mantendrá mi granja en activo, tal y como debe ser. Espero que no la quiera solo para evadir impuestos.

– Sería una manera muy cara de evadir impuestos -le dijo Jackson, y la ayudó a sentarse con cuidado.

– Hoy en día nunca se sabe -se acomodo en la silla y miró a sus invitados-. No está de luto, ¿verdad, querida? -le preguntó a Molly.

– Está trabajando -dijo Jackson.

– ¿Y no mezcla el trabajo con el placer?

– Nunca -contestó Molly.

– ¿Lo pasaron bien en mi granja? -preguntó Hannah, y Molly sonrió. Al menos, eso era fácil de contestar.

– Muy bien, gracias.

– Doreen me dijo que los tres se llevan fenomenal. Usted, Jackson y el niño.

– No tenemos ninguna relación -dijo Molly-. Solo conozco a Jackson desde el viernes.

– ¿Pero se caen bien?

– Nos caemos bien -dijo Jackson, y Molly se contuvo para no protestar. De acuerdo, durante la comida, y por la venta, se llevarían bien.

El camarero les tomó nota y, al poco rato, les sirvió los aperitivos. Hannah continuó haciéndole preguntas a Jackson, y Molly se alegró porque así podía saborear la comida.

– ¿Está comprometido? -le preguntó, y Jackson frunció el ceño.

– ¿Dónde ha oído eso?

– Leo los periódicos, querido. Hábleme de «su» Cara.

– No es «mi» Cara.

– Entonces ¿no está comprometido?

– No -dijo él, y Molly soltó el cuchillo.

– ¡Estás bromeando! -exclamó ella.

– No estoy bromeando -dijo él, y sonrió.

– Yo pensaba…

– Cara y yo somos felices como estamos -le dijo a Hannah. La mujer pestañeó y se comió una gamba.

– No apruebo esa clase de relaciones -dijo ella-. Me gusta el matrimonio.

– En mi mundo, los matrimonios no suelen durar mucho tiempo.

– Las promesas duran -dijo Hannah-. Si son de verdad. ¿Le ha hecho promesas a Cara?

– Creo que mis relaciones son asunto mío -dijo Jackson al cabo de un momento.

– Quiero que mi granja acabe en buenas manos.

– Lo comprendo.

– No me hace falta vender.

– Eso también lo comprendo.

«Uy», pensó Molly, «adiós a la comisión de Trevor. Si estuviera aquí le daría un ataque al corazón».

– Señora Copeland -dijo ella con cuidado-, me dijo que solo había dos condiciones.

– ¿Yo dije eso? -la señora se metió otra gamba en la soca y los miró-. Entonces he cambiado de opinión. No firmaré el contrato hoy.

– ¿Puedo preguntarle por qué no? -preguntó Jackson con cortesía. «Está claro que él no tiene que enfrentarse Trevor», pensó Molly.

– Quiero conocer a Cara -dijo Hannah.

– Soy yo quien va a comprar la granja, no Cara -dijo Jackson.

– Pero ella vivirá allí, ¿no?

– Sí. En algún momento.

– Y en el periódico pone que es Cara la que está interesada en los caballos. Mis caballos. Mis caballos van incluidos en la venta y yo quiero saber quién va a comprarlos.

– Me parece bien -dijo Jackson-. Pero pasarán tres semanas antes de que yo regrese.

– ¿Y traerá a Cara con usted?

– Si puedo.

– Averígüelo -dijo la mujer mayor-. Estas relaciones modernas… -miró a Molly y le preguntó-. ¿Usted está comprometida? ¿O casada?

– Um… no.

– ¿No mantiene ninguna relación de esas… modernas?

– No.

– Pero tiene un sobrino. Doreen me ha hablado de él. -hizo una pausa, y después dijo-. Entonces, necesitará un hombre. El niño necesita un padre.

Molly esbozó una sonrisa.

– Creo que podemos arreglárnosla sin uno. Los hombres son imposibles.

– Es cierto -pero Hannah no sonrió y no apartó la vista de Molly-. Yo nunca me casé. No veía la gracia. Nunca conocí a un hombre que me robara el corazón. ¿Ha conocido alguno de esos?

– Yo… no.

– Mentirosa -dijo Hannah-. Puedo verlo en su cara. Se puede leer todo en un rostro como ese.

– ¿De veras?

– De veras. Algún hombre la ha tratado como si fuera basura. ¿Estoy en lo cierto?

– Hey, yo ni siquiera voy a comprarle la granja -le dijo Molly.

– ¿Así que métase en sus asuntos? -sonrió la mujer mayor-. Cuando una se hace vieja como yo y no tiene familia, el mundo es asunto suyo. Tiene un buen corazón, jovencita -la miró de cerca-. Este hombre que está aquí no habrá estado jugando con él, ¿verdad?

– ¡No! -exclamó Molly. En ese momento todo el comedor estaba en silencio y su voz se oyó en toda la sala. La gente se volvió para mirarla y ella se sonrojó-. ¿Cree que podemos volver a hablar de negocios?

– No -dijo Hannah con animación-. Esta no es una comida de negocios. Es una comida para conocemos.

– Para que conozca a Jackson -lo corrigió Molly, y Hannah suspiró y sonrió.

– Puede. Todavía no he tomado una decisión.

– ¿Te está entrando miedo?

Después del primer plato, Hannah se excusó para ir al lavabo y dejó a Molly y a Jackson en la mesa. Para su sorpresa, Jackson había decidido colaborar con el interrogatorio y contestó a las preguntas que le hizo Hannah acerca de su pasado. Después, Molly se percató de que él había conseguido volver las tornas y Hannah terminó hablando de sí misma. El amor que sentía por la granja era evidente.

– No. No me está entrando miedo -dijo él-. Cuanto más oigo hablar de la granja, más la deseo.

– Sabes, me sorprendería si Hannah la deja del todo. Puede que Doreen y Gregor no sean los únicos ancianos que tengas allí.

– ¿Crees que Hannah irá a visitarla?

– Si es bien recibida…

Jackson se quedó en silencio. La expresión de su rostro era impasible. ¿Estaba pensando que a Cara no le gustaría? Molly no lo sabía.

Se estremeció. Al verla, Jackson le preguntó.

– ¿Tienes frío?

– No -se encogió de hombros-. No es nada.

– ¿Te preocupa algo?

– No -pero el hecho de que él estuviera preocupado la hizo estremecerse de nuevo. Se sentía triste. Y sola.

– Molly… -él le tendió la mano sobre la mesa y ella la miró. Era un gesto de consuelo…, nada más. Debería aceptarla.

Pero no podía. Continuó mirándole la mano. El la miró a los ojos, pero solo vio un mensaje que no quería leer, o no se atrevía a hacerlo. Retiró la mano despacio y, con cuidado, ella entrelazó las suyas bajo la mesa.

– Gracias, pero no -dijo ella, pero él no sabía qué era lo que rechazaba.

La tensión se quebró al oír un grito.

– ¡Molly! -el grito provenía desde el otro lado del restaurante. Molly se volvió al ver que Hannah regresaba hacia la mesa y que Angela la llamaba desde la puerta. La mitad del restaurante se había vuelto para mirarla.

Angela llevaba la misma minifalda que por la mañana y los mismos zapatos de tacón, pero además se había puesto la chaqueta de rayas de Guy para protegerse del frío. Su melena rizada estaba alborotada y parecía que acabara de salir de la cama.

Por favor…

«Esto nunca llegará a ser una buena venta», pensó Molly con desesperación, y cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, Jackson y Hannah miraban alucinados a la chica que les gritaba desde la puerta.

– ¡Molly, no sabes lo que ha pasado!


– No me lo digas. Un tiburón se ha comido tu armario ropero y has perdido todos los cepillos de pelo que tenias -dijo Molly-. Angela, por el amor de Dios…

– ¿Dónde está Guy? -Angela no estaba escuchándola-. Diablos, me lo he dejado atrás -se volvió y lo llamó a gritos-. Guy, ¡están aquí!

Por fortuna, Guy iba bien vestido, aunque le faltaba la chaqueta. Pero no parecía el mismo Guy que había visto hacía dos horas. Tenía una amplia sonrisa en el rostro.

– Perfecto. Sabía que los encontraríamos aquí. Un pajarito me había dicho que la señora Copeland es quien mantiene este restaurante a flote.

– Eres tan listo -Angela le dio un abrazo, y Guy la abrazó también. Molly no podía dejar de mirarlos.

– Hemos venido a recoger las llaves de Angela -dijo Guy, y Molly -pestañeó.

– Te dejaste las llaves en el aparador de casa de Molly -dijo Jackson, y Guy hizo una mueca.

– ¿No se os habrá ocurrido traerlas?

– Nosotros… er… no pensamos que vendríais hasta aquí. Señora Copelaud, permítame que le presente a Angela y a Guy. Angela también es agente inmobiliario y trabaja con Molly, y Guy es su… -dudó un instante.

– Prometido -Angela terminó la frase con orgullo y sin dejar de sonreír. Estiró la mano para mostrar su alianza de brillantes-. Nos separamos durante un rato, pero ya nos hemos comprometido de nuevo, y esta vez es para siempre. Puede que Guy olvidara mis llaves, pero no se olvidó de mi anillo.

Molly miró a Hannah de reojo y vío que estaba sonriendo a Angela.

– Por fin -dijo la mujer mayor-. Una relación como debe ser. No querrán comprar una granja, ¿verdad?

– ¿Por tres millones? -Guy sonrió y rodeó a su amada con el brazo-. Lo siento. No es posible.

– Saben, los agentes inmobiliarios llevan ropa de lo más extraña -dijo Hannah, y miró a Angela de arriba abajo-. Una se viste como para ir a un funeral, y la otra…

– De manera apasionada -dijo Angela, y se rio de nuevo-. Guy ha aparecido con un autobús -le dijo a Molly-.Un autobús entero -abrazó a su prometido y este se sonrojó-. Había una floristería al lado del colegio de Sam. Decía que en su coche no le cabían todas las flores y que los niños estaban subiendo al autobús para irse de excursión. Así que entregó un donativo para el programa de alfabetización, y prometió helado a todos los niños, con la condición de que se desviaran hasta mi casa. Dio a cada niño un ramo de rosas y estos se acercaron a mí.

– ¡Cielos! -Molly miró a Guy.

– Yo estaba en el rellano, discutiendo con el conductor del taxi, que estaba enfadado porque me había dejado el bolso en tu casa, y todos los niños aparecieron para entregarme las flores. Entonces, Guy se puso de rodillas y me pidió que me casara con él… y los niños comenzaron a aplaudir… ¿Qué podía hacer yo?

– Qué… qué bonito -dijo Molly, y Angela sonrió aún más.

– Lo es -se dirigió a Hannah y continuó-. Así que usted es la señora Copeland -le tendió la mano para saludarla-. ¿Cómo está? ¿Ha intentado inculcarles un poco de sentido común a estos dos?

– ¿Sentido común? -Hannah parecía desconcertada.

– Están hechos el uno para el otro -dijo Angela-. Pero él está comprometido con otra mujer…

– ¡Angela! -Molly se puso en pie, enojada.

– No está comprometido -dijo Hannah, y Molly pensó, «tierra trágame».

– ¿No lo está? -Angela miró a Jackson-. ¿Quieres decir que la mujer que aparece en el periódico no es tu prometida?

Jackson puso una irónica sonrisa… pero no dejó de mirar a Molly. ¿Qué había dicho Angela? «Están hechos el uno para el otro…»

– Um… no.

– Menos mal -dijo Angela-. Cásate con Molly.

– ¡Angela!

– Oh por el amor de Dios,…

Hannah estaba escuchando atentamente.

– ¿Crees que debería hacerlo?

– Sí -dijo Angie, y abrazó a Guy-. Ella debería ser tan feliz como yo.

– No se casará nunca con ella si sigue llevando ropa de funeral -dijo Hannah, y Molly respiró hondo.

– ¡Perdóneme!

Nadie le hizo caso.

– No suele vestirse de negro -explico Angela-. Suele estar preciosa. Solo que su hermana y su cuñado murieron y ella tiene que cuidar de su sobrino… que es un encanto, pero ella se siente responsable. Su prometido y ella estaban ahorrando para comprarse una casa, pero cuando Molly le dijo que tenía que cuidar de Sam, el cretino le dijo que cancelaba la boda. Y todo el dinero estaba a su nombre…, por eso, la primera norma para comprarse una casa es: no fiarse de nadie…, y no me pregunte por qué Molly se fijo de ese cretino, pero así fue, y ahora él tiene todo su dinero y ella no tiene nada. Y entonces… -tomó aire-. Aparece Jackson.

– Jackson -repitió Hannah, y Angela continuó.

– Esta loca por él -dijo, y Molly sintió ganas de esconderse bajo la mesa-. Y él la ha besado.

Está loca por él», Jackson recordó las palabras de Angela y miró a Molly.

– ¿Cuánta gente sabe que te he besado? -le preguntó, y Hannah se río y contestó por ella.

– Al menos, todo el restaurante -no lo decía en broma pero siguió hablando.

– Molly regresó radiante después del fin de semana. Es lo mejor que le ha sucedido después del odioso Michael. Y ahora, publican ese estúpido artículo en el periódico -miró a Jackson-. ¿Pero no estás comprometido?

– ¡No! Y no creo que el periódico dijera que estoy comprometido.

– Entonces, esa tal Cara…

– No es asunto vuestro -Jackson cerró los ojos un instante y después se puso en pie. Con decisión. Las cosas estaban fuera de control y necesitaba tiempo para pensar- Tengo que irme. Señora Copeland, si no está dispuesta a venderme la granja…

– Oh, sí que lo estoy -los ojos de Hannah brillaban con alegría-. Pero todavía no.

– No me gusta que jueguen conmigo -no miraba a Molly mientras hablaba.

– A mí tampoco, querido.

– Entonces, ¿qué?

– ¿Regresa dentro de tres semanas?

– Sí.

– Entonces, firmaré dentro de tres semanas -le dijo-. En la granja. Después de que haya conocido a Cara.

– Yo…

– Eso o nada -le dijo ella-. ¿Quiere comprar la granja, no es así?

Así era. Todos lo sabían. Por un lado, quería olvidarse de ese trato, alejarse de esas mujeres y de los sentimientos que no sabía cómo manejar. Por otro, sabía que la granja era maravillosa:

– De acuerdo -dijo al fin-. Pero negociaré a través de mi abogado y de nadie más.

Hannah asintió.

– Pero usted y Cara asistirán en persona dentro de tres semanas… y yo negociaré a través de la señorita Farr, y de nadie más.

– Yo no voy a regresar a la granja -dijo Molly, y todo el grupo centró su atención en ella. Todo el restaurante hizo lo mismo.

– Por supuesto que va a ir -le dijo Hannah.

– Además, está ese pequeño asunto de liberar la rana de Sam -dijo Angela-. ¿Qué mejor motivo para ir hasta allí?


– ¿Estás construyendo un Taj Mahal para las ranas y vas a liberarlas? -preguntó Guy.

– No crían en cautividad -dijo Molly.

– Y criar es importante -añadió Hannah-. Emparejarse. Las relaciones…

– ¿De las ranas? -Jackson estaba de pie mirándolos-. Ya veo. Es suficiente. Me marcho.

– Yo también -dijo Molly. Agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Ambos irán a la granja dentro de tres semanas, a partir del sábado? -preguntó Hannah. Molly y Jackson se detuvieron.

Hubo un largo silencio.

«Si no voy, me quedará sin trabajo», pensó Molly.

Y Jackson pensó que si él no iba se quedaría sin la granja que tanto deseaba.

– Sí -dijo Molly.

– De acuerdo -dijo Jackson.

– Excelente -les dijo Hannah-. Y ahora, sugiero que nos sentemos a tomar el postre. La tarta de limón que hacen aquí es deliciosa.

– Creo que ya he tenido bastante -contestó Jackson. Miró a Angela-. Bastante de todo -y se apresuró a salir por la puerta.

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