Capítulo 10

Eran las nueve de la noche y Molly aún no se había recuperado de la desastrosa comida de negocios. Sam se había dormido, pero protestando.

– ¿Cómo podemos tener una casa para las ranas tan estupenda y no terminarla? -preguntó-. Las ranas solo van a estar aquí tres semanas más y, al paso que vamos, cuando les terminemos la casa, tendrán que marcharse.

– La terminaremos antes -dijo Molly, y miró asustada las instrucciones de montaje-. Llamaré al acuario -le dijo a Sam mientras lo acostaba-. Enviarán a alguien para que lo haga.

– El señor Baird dijo que él la arreglaría.

– Sí, bueno, deja que te diga algo. ¿Te has fijado en lo atractivo que es el señor Baird?

– Un… no.

– Confía en mí. Es muy atractivo. Y es hora de que tengas en cuenta algunos consejos, jovencito. Nunca te fíes de las personas atractivas.

– ¿Ni de las chicas?

– De las chicas tampoco. -pero sobre todo de los hombres», pensó Molly.

– Yo pensé que vendría -dijo Sam medio dormido-. Me da pena que sea tan atractivo como para no cumplir las promesas.

«Y a mí también», pensó Molly cuando regresó al salón. «Y si no tuviera responsabilidades, me iría a buscar otra tarrina de helado de Tía María». Miró a las ranas de Sam y estas la miraron con interés desde la pequeña caja.

– De acuerdo, de acuerdo. No sirvo para construir, pero soy muy buena vendiendo casas. Cuando me vaya a la cama os soltaré en el baño. Pero tenéis que prometerme que no os acercaréis al váter. Aunque no creo que la vida sea tan mala.

Sonó el timbre y ella se sobresaltó.

«Será Trevor que viene a matarme», pensó, y abrió la puerta dando un suspiro.

– He venido a montar la casita -le dijo Jackson, y entró sin más.

– ¿Qué?

– He venido a montar la casita, tal y como prometí.

Ella lo miró pensativa mientras él dejaba la caja de herramientas en el suelo y se arremangaba el jersey.

– Sabes… después de lo que pasó durante la comida… pensé que las promesas ya no contaban.

– No te lo prometía ti -dijo él con brusquedad-. Se lo prometí a Sam. Y ahora he traído la herramienta adecuada -Molly miró la caja que había dejado en el suelo.

– Bonito atuendo -dijo él, y Molly se sonrojó. Llevaba unos pantalones de chándal de color rosa y un jersey a juego. Ambas prendas eran bastante viejas.

– No bromees.

– Es mejor que la ropa de funeral.

Ella lo fulminó con la mirada y decidió centrarse en la caja de herramientas.

– ¿Sabes cómo utilizar todo eso?

– Por supuesto.

Pero había algo en su manera de decirlo que indicaba que no era así.

– No sé por qué no me lo creo.

– Hey…

– ¿Qué es esto? -preguntó ella, y levantó una de las herramientas.

– Una fresadora.

– ¿Y para qué sirve?

– Para fresar, por supuesto -sonrió-. Cualquier cosa que necesites fresar, aquí estoy yo.

«Ya, claro», pensó Molly. «Maldito sea, ¿cómo puede hacer que me ponga tan nerviosa y después hacerme reír?» Contuvo una carcajada y trató de ponerse seria.

– Es la caja de herramientas más grande que he visto nunca.

– Sabía que te impresionaría -le dijo Jackson-. Por eso la he comprado.

– ¿Has comprado esa caja de herramientas solo para esta noche?

– Tenernos muchas cosas que hacer esta noche.

«Está guapísimo», pensó Molly llevaba unos vaqueros desgastados y un jersey de cachemir que hacían que no pareciera un millonario. «Esta noche podría ser cualquiera», pensó ella. ¿El novio de alguien? ¿El amante de alguien?

No lo era. Era Jackson Baird, su cliente, y sería mejor que recordara que tenía un compromiso con una tal Cara.

– La casita no debería llevarnos mucho tiempo -dijo ella.

– Con esta herramienta no. Pero después tenemos que colgar tus cuadros.

– ¿Mis cuadros?

– Los de nudos. No voy a regresar a los Estados Unidos hasta que no vea tus nudos colgados en la pared. He decidido que ya llevas demasiado tiempo dejando que te pisoteen.

– No dejo que me pisoteen.

– Sí que te dejas. Te quedas quieta y permites que las cosas pasen. Por ejemplo, ¿has intentado llevar a juicio a ese tal Michael para que te devuelva el dinero que pusiste en la casa?

– Michael es abogado -le dijo ella-. Me arrasaría en una batalla legal. Y yo tendría que pagarlos costes y no.

– Eso es con lo que él cuenta. ¿Y si te presto a mi abogado Roger Francis? Puede ser lo bastante competente como para ganar a Michael.

– No me gusta…

– ¿No te gusta Roger Francis? -Jackson sonrió-. A mí tampoco, pero es un hombre listo. Estoy dispuesto a apostar que se enfrentaría a Michael convencido de que va a ganar. La oferta está hecha.

– ¿Por qué haces esto? -preguntó ella.

– Me supera. Anda, ayúdame a montar las patas.

Pero la pregunta seguía sin contestar.

Aquella noche trabajaron juntos montando la casita de las ranas, llenándola de agua y colocándola junto al bar. Después, Molly observó cómo Jackson soltaba a las ranitas en su nueva casa.

«Maldito seas», pensó ella al darse cuenta de que se le formaba un nudo en la garganta al verlo. Tenía las dos ranas en la palma de la mano y las trataba con mucho cuidado. «Jackson es el príncipe de las ranas», pensó ella. Con los dos animalitos en la mano, parecía que hubiera dejado de ser un despiadado hombre de negocios para convertirse en alguien…

Alguien al que ella podría amar con todo su corazón.

Se mordió el labio inferior. Jackson la miró y, al ver la expresión de su cara, le preguntó:

– ¿Qué?

– Nada -las ranas no saltaban de su mano. «Yo tampoco lo haría si fuera rana», pensó ella.

Con la otra mano, Jackson acariciaba el lomo de las ranitas. Molly lo observó y se estremeció. La escena era tremendamente erótica.

¡Debería darse una ducha de agua fría! Miró a Jackson, y él hizo como si no la hubiera visto. Después, se acercó y trasladó a las ranas desde la mano de Jackson a una de las rocas del acuario. Sus dedos se rozaron en el proceso. Ambos permanecieron uno al lado del otro, mirando el acuario.

– Um… Ya te puedes ir -dijo Molly.

– No hasta que hayamos colgado los nudos -él seguía mirando las ranas.

– Están preparadas para la vida -Molly sonrió y miró a Jackson-. Aunque Guy tiene razón. Te has gastado el dinero y… Es una tontería. Cuando las liberemos quedará vacía… y Sam…

– Las echará de menos -él terminó la frase por ella-. Quería hablar de eso contigo.

– ¿Ah, sí?

– Sí -sonrió él-. Hay un folleto en el lateral de la caja de la casita que pone: «Asociación para la Recuperación de Anfibios». ¿Sabías que las ranas sin hogar pueden quedarse en familias de acogida hasta que puedan ser liberadas?

– ¿Bromeas?

– No. Cualquiera puede acogerlas, siempre y cuando esté dispuesto a cazar unos cuantos mosquitos para cuidar de ellas.

– ¿Quieres decir que Sam y yo podemos ser una familia de acogida?

– Ahora ya tenéis la casita para meterlas.

– A Sam le encantaría -dijo ella.

– Lo sé -dijo él, y trató de restarle importancia. Molly sintió que se enamoraba un poco más de él.

¡Pero tenía que mantener la pose de mujer de negocios! Lo único que deseaba era tomarlo entre sus brazos y besarlo. Conseguir que él la deseara…

No podía hacer eso. Él iba a marcharse. Y tenía a otra mujer llamada Cara…

– ¿Has averiguado todo eso para Sam? -dijo ella.

– Sí. Llámame señor Maravilloso -bromeó-. En realidad, el chico de la tienda donde compré el acuario me habló de la asociación. Y me dio el folleto. Así que cuidar de las ranas puede ser una experiencia interesante.

«Es justo lo que Sam necesita», pensó Molly. Una causa por la que luchar.

– Gracias -no era mucho, y ella lo sabía, pero no se atrevía a decir nada más. Hubo un largo silencio. Él la estaba observando. Molly sabía que debía decir algo más, pero no podía dejar de pensar en que ese hombre se marcharía al día siguiente y que ella solo lo vería una vez más en su vida-, Será mejor que colguemos los nudos -dijo al fin, tratando de hablar con normalidad.

– Así es -dijo él sin dejar de mirarla.

– No hace falta que lo hagas -dijo ella, pero él no contestó. Se acercó a la caja de herramientas, sacó los clavos y el martillo y se dirigió a la pared del fondo.

No tenían nada más que decirse, ¿verdad?

Una hora más tarde, la pared estaba llena de nudos. Y quedaba preciosa.

– ¿Este para qué sirve? -preguntó Jackson.

– Para atar las masas para pescar langostas -contestó ella-. Se pueden atar en los extremos o por el seno.

– Ya. ¡Sabes un montón! -dejó el martillo y sonrió-. Perfecto. Ahora la casa ya no está estancada en el pasado. Se mueve hacia el futuro. Podrás hablar de los nudos con cualquier persona que venga -le dedicó una sonrisa. Y ella sintió que la acariciaba, sin tocarla-. Sam y tú estaréis bien, con las ranas y los nudos.

– Yo… sí -Jackson tenía razón. Ella debía haber hecho eso antes. La casa era un hogar.

Casi.

«Un hogar es el lugar donde está tu corazón», pensó Molly. ¿Y dónde estaba el de ella?

– ¿Te apetece un café antes de marcharte? -él la miraba de manera extraña y ella quería que dejara de hacerlo.

– No, gracias.

– ¿A qué hora sale tu vuelo mañana?

– Temprano.

– Oh.

– Será mejor que me vaya.

– Sí.

Estaban muy cerca. Demasiado cerca. Ella podía estirar la mano y tocarlo… ¿Y después qué? ¿Una aventura de una noche? ¿Para que Jackson volviera a serle infiel a Cara?

Ella no era el tipo de mujer que buscaba aventuras de una noche. Miró a Jackson y vio que él también la miraba. Enseguida supo lo que él estaba pensando. Deseaba lo mismo que ella estaba deseando.

– Molly…

– No -una palabra más y habría caído entre sus brazos. El no le había pedido nada. Pero al mirarla, se lo pedía sin palabras…-. Márchate.

El la miró un instante y asintió. Como si hubiera tomado una difícil decisión.

– Quizá sea lo mejor.

– Sí -dijo ella-. Después de todo, está Cara.

– Sí.

– Así que ni siquiera deberías estar aquí. O es que a Cara no le importa que pases la noche con otra mujer?

Jackson se quedó pensativo. Después sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó.

– Aquí es donde puedes encontrar a Roger Francis -le dijo, y de pronto, su tono era formal. De negocios-. Está esperando tu llamada. Espero que cuando yo regrese hayas comenzado los procedimientos legales contra tu Michael.

– No es mi Michael.

– Bueno, contra tu dinero -él sonrió y la sujetó por la barbilla para que lo mirara-. Lo siento, Molly.

– ¿Lo sientes? -respiró hondo-. ¿Por qué?

– Creo que ya lo sabes -se encogió de hombros y soltó una carcajada-. Siento no poder ofrecerte nada más.

Y se inclinó para besarla, en la boca. Le dio un beso apasionado que no requería preguntas ni respuestas.

Era un beso de despedida.

Después, se marchó, alejándose por el pasillo sin mirar atrás.

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