Fue una noche mágica. Comieron hasta saciarse y, después, se acercaron a la orilla para que Sam chapoteara. Molly y Jackson lo agarraron de las manos y juntos saltaron las olas hasta quedar agotados.
Y mojados.
– ¿Por qué no nos hemos puesto el bañador? -preguntó Molly-. Míranos. Sam, estás empapado.
– Hablando de nadar… Sam, ¿qué te parece si mañana probamos a nadar de verdad? -le preguntó Jackson-. Estaré encantado de enseñarte.
Molly contuvo la respiración mientras esperaba la respuesta del pequeño.
– Estaría muy bien… -dijo Sam.
Molly suspiró aliviada. Dio un grito de alegría e hizo una pirueta en la orilla, girando y girando mientras que Sam y Jackson la miraban como si hubiera perdido la cabeza.
– Sabes, no se parece a ninguna mujer de negocios de las que he conocido antes -le dijo Jackson a Sam, y el niño asintió.
– En realidad, no es una mujer de negocios. Es solo mi tía Molly.
Molly se acercó a él, lo tomó en brazos y dio vueltas y vueltas hasta que los dos quedaron mareados y cayeron al agua. Entonces, levantaron la vista y… encontraron a Jackson con una expresión muy rara en el rostro. Una que Molly no pudo interpretar.
– ¿Qué? -dijo ella, y él esbozó una sonrisa.
– Nada. Solo estaba pensando.
– No me digas. ¿Pensabas que soy poco adecuada para venderte la granja?
– Nada de eso -dijo él-. En realidad, estaba pensando que si lo intentamos, te apuesto que podríamos hacer el castillo de arena más grande del mundo. ¿Qué os parece si hacemos una rana, aquí en la playa?
– ¿Una rana? -Sam estaba sentado en las rodillas de su tía y se reía cada vez que una ola los mojaba-. ¿Cómo vas a hacer una rana?
– De arena. Mira. Y ayúdame. Hace tiempo estuve metido en muchas empresas de construcción. ¿Qué os parece si nos llamamos Molly, Sam & Jackson Construction Company Ltd, y comenzamos a construir ahora mismo?
Y eso hicieron. Una hora más tarde tenían una rana enorme sentada en la arena.
– Parece como si quisiera comernos para desayunar -dijo Molly-. Oh, Jackson, es maravilloso.
«No solo la rana es maravillosa», pensó ella con alegría. Toda la noche era maravillosa. Sam estaba a su lado y se recostó sobre su brazo. Estaba muerto de sueño, pero aun así seguía sonriendo.
– ¿Cómo vamos a llamarla? -murmuró, y Molly lo abrazó con más fuerza.
– ¿Qué te parece Lionel II? -sugirió, y Jackson se echó a reír.
– Perfecto. Aquí tenemos el comienzo de una dinastía de ranas llamadas Lionel.
– Y el señor Baird… -fue todo lo que Sam pudo decir. Se le cerraban los ojos, pero hizo un esfuerzo y terminó la frase-. ¿Mañana me enseñará a nadar?
– Mañana te enseñaré a nadar -le dijo Jackson, y le acarició el rostro. El niño cerró los ojos-. Ahora, duérmete. Tu tía y yo recogeremos y después te llevaremos a la cama.
Pero Sam ya no estaba escuchando. Se había quedado dormido.
Todo era mágico.
– En Escocia, esto se llama el crepúsculo -dijo Molly, observando al niño que dormía a su lado. Ella también tenía sueño. Estaba cansada y feliz al mismo tiempo. Feliz, como hacía años que no estaba.
– ¿El crepúsculo?-Jackson dejó de recoger para hacer la pregunta.
– Es el momento mágico que surge entre el final de un día de trabajo y la hora de descansar -le dijo-. Es cuando el mundo se detiene para respirar y espera. No se sabe a qué espera, pero durante el crepúsculo puede suceder cualquier cosa. Está lleno de promesas para el día siguiente, y el siguiente.
Molly pensó que no decía más que tonterías. Miró a Sam… Estaba acurrucado contra su cuerpo. Quería tanto a ese niño…
El crepúsculo, ese instante mágico, era un momento de recuperación para Sam.
¿Y para ella?
Sin duda, también para ella.
Levantó la vista y descubrió que Jackson la estaba mirando. La expresión de sus ojos hizo que se quedara sin respiración.
– Será mejor que regresemos a la casa -murmuró ella con voz temblorosa. El la miraba como si no pudiera creer lo que estaba viendo.
Jackson se arrodilló y acarició el pelo de Sam.
– Pobrecillo. Es tan injusto que haya perdido tantas cosas.
– Lo es -dijo ella forzando una sonrisa-. Pero ha tenido un día maravilloso… Gracias a ti.
– Y gracias a ti. Ahora está a salvo. La época de máxima tristeza pertenece al pasado. Saldrá adelante.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo he observado esta noche. Se ha dejado llevar. Con confianza. Enfrentándose al mundo y descubriendo que, después de todo, no es un lugar tan malo.
– Eso espero.
– Estoy seguro de ello -y como si estuviera poseído por una fuerza imparable, le acarició la cara, desde la frente hasta la barbilla.
Ella no se movió. Se quedó quieta como una piedra, deseando que pasara.
Era el crepúsculo. El momento mágico. Lo que pasó en aquel instante, solo pertenecía a ese momento.
– Molly…
El no sabía qué decir, y cuando encontró las palabras, eran las inadecuadas.
– Eres preciosa:
Ella sonrió.
– Bueno, imagino que ese es un gran cumplido, viniendo de ti.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que te han fotografiado con algunas de las mujeres más bellas del mundo.
– Tú eres igual de bella.
– ¿Si? -consiguió mantener la sonrisa y se esforzó por bromear-. Gregor no estaría de acuerdo. Tengo arena entre los dedos de mis pies, señor Baird. ¡Arena!
Él se rió y permaneció arrodillado junto a ella, mirándola. Molly tenía demasiadas responsabilidades y él podía ayudarla.
– ¿Necesitas algo? -le preguntó, y Molly frunció el ceño.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir… -dudó un instante. Quizá no fuera lo adecuado, pero tenía que decírselo-. Quiero decir si necesitas dinero.
Molly se puso muy seria. Aquel era un momento maravilloso… ¿cómo se atrevía a estropearlo hablando de dinero?
– No, muchas gracias, pero ya nos has ayudado bastante. Nos has dedicado el día de hoy, y mañana vas a dedicárselo a Sam -dudó un momento-. ¿Vas a cumplir tu promesa de enseñarle a nadar?
– Cumpliré mi promesa.
– Entonces, ya está bien -sonrió-. Es suficiente. Gracias.
– ¿Y después de eso? ¿Dejarás que os ayude?
– Te vas al extranjero -le recordó-. Allí no nos serás de mucha ayuda.
– Pero económicamente podría ayudaros.
– Ya te lo he dicho, no necesito dinero.
– Entonces, ¿qué necesitas?
Aquel hombre era completamente insensible. ¿Que qué necesitaba? Vaya pregunta. Cada vez estaba más convencida de que lo que necesitaba era al hombre que estaba arrodillado frente a ella.
Pero él no podía saberlo. No debía saber lo vulnerable que era Molly.
– Necesito amigos -murmuró-. No puedo ser más específica, pero es lo que necesito… y Sam también necesita amigos. Alguien que esté ahí para nosotros -sonrió con tristeza- No alguien que viaja alrededor del mundo y solo está en Australia un mes al año.
Amigos. Él podía ser su amigo. Aunque solo fuera durante un mes…
– Entonces ¿a lo mejor puedo veros otra vez? ¿Cuando esté en el país?
– A Sam le gustaría -lo miró a los ojos como retándolo-. Pero no contaremos con ello. Le prometiste a Sam que lo llevarías a nadar y eso es importante… Pero más importante es que cumplas tu promesa. Le dijiste que traerías las ranas aquí… Eso también es importante. Pero aparte de eso… por favor, no hagas promesas que no pueda cumplir, señor Baird.
– Jackson.
– Vale, Jackson. Pero, por favor…
– ¿Que te deje en paz? ¿Es eso lo que me estás pidiendo?
– No lo sé -dijo Molly, pero lo supo enseguida. Aquel hombre tenía la capacidad de hacer que su mundo se tambaleara, y durante los últimos seis meses, su vida ya había sido bastante inestable. Solo había una manera de contestarle-. Sí.
Se miraron durante largo rato.
«No me lo pide por Sam», pensó Jackson. «Me lo pide por ella. No nos ofrezcas lo que no nos puedes dar. No juegues con nosotros. No nos rompas el corazón. Maldita sea».
Y ella lo miraba como si él tuviera la capacidad de hacer todo eso. Lo amedrentaba. Deseaba hacerle todo tipo de promesas. Promesas que ella sabía que él no podrí mantener.
Pero Molly seguía mirándolo. El sol se había ocultado tras el horizonte y el color rosado del cielo se reflejaba en la arena, y en los ojos de Molly. Era tan guapa.
Jackson no pudo evitarlo. «Solo una vez más», pensó. Se acercó para tomar el rostro de Molly entre sus manos y la besó.
¿Y por qué no? El niño estaba dormido junto a ellos en la manta. No había nadie más que ellos. ¿Y qué había de malo en un beso?
Nada, pero el beso era como una promesa… Una promesa hecha en el momento adecuado.
Hubo un segundo beso. El primero fue un beso de victoria…, de cariño, alegría y felicidad. El segundo era algo más. No era un beso suave entre un hombre y una mujer que compartían un motivo de alegría. Era un beso que hacía que un hombre y una mujer estuvieran unidos para siempre.
Ambos sintieron algo que nunca habían sentido antes. Se besaron de manera apasionada. Estaban sobre la arena, junto a un niño dormido. Las olas llegaban a la orilla y la luna comenzaba a asomar en el horizonte, dejando una estela plateada sobre el agua.
Jackson acarició el cuerpo de Molly para sentir la suavidad de su piel y saboreó el interior de su boca.
Y Molly, después de la sorpresa inicial, supo que era allí donde quería estar el resto de su vida. Que estaba preparada para darle a aquel hombre todo lo que le pidiera. Porque, en cierto modo, ya le había entregado su corazón.
Era tan fuerte y masculino. Al sentir las caricias de sus manos, se estremeció. Y cuando él le acarició la curva de los pechos, gimió de placer.
Ella metió la mano bajo su camisa para sentir la desnudez de su piel, los pezones, los músculos de su pecho, y su cuerpo tenso de deseo. De deseo por ella.
Aquello no podía durar. Molly sabía que no estaba a la altura de Jackson Baird. Pero, por el momento, él la estaba besando y ella no deseaba nada más. Solo quería que los sentimientos que invadían a ambos siguieran su curso…
Nada podía estropear aquel momento.
Jackson sujetó el rostro de Molly una vez más, y pensó que la dulzura de aquella mujer iba a apoderarse de él. Su alegría, su amor por la vida, su risa… incluso su eficiencia. Todo. Todo estaba contenido en ese beso, y él nunca había sentido nada tan maravilloso en su vida. Ella no se parecía a ninguna otra mujer que él hubiera conocido ante.
Era Molly…
La deseaba. Notó que su cuerpo estaba tenso de deseo y gruñó para contenerse. Algunas cosas no eran posibles. Allí no. Ni en ese momento. Aunque había llevado preservativos, había un niño delante.
Sam se movió y suspiró en sueños. No mucho, pero lo suficiente como para romper el hechizo y que ambos volvieran a la realidad.
Y con la realidad, llegó la confusión. Ambos se miraron a la luz de la luma, sin saber qué decir. Ninguno comprendía lo que había sucedido. Solo sabían que la vida había cambiado de algún modo.
La luna ya estaba en lo alto del cielo y brillaba con fuerza. Ambos sabían que estaban en un momento crítico y que podía suceder cualquier cosa.
Pero al final, ganó el sentido común. Como siempre.
– Lo siento -murmuró Jackson, y se separó de ella. Era lo que Molly necesitaba para recuperar la compostura, olvidar la confusión que sentía y sustituirla por la rabia.
– Apenas me has seducido -contestó, y se puso en pie tomando a Sam en brazos-. Solo ha sido un beso… y yo también te he besado.
«Un beso no significa nada. Eso es lo que quiere decir», pensó Jackson dando un suspiro. «Tiene razón. Hay muchas otros factores que hacen que esto no sea posible».
Tenía planeado su futuro. Solos, su hermanastra y él, contra el mundo…
– Pásame a Sam -le retiró al niño de los brazos y miró a Molly mientras esta recogía las cesta de picnic. Ella no lo miraba.
Quizá no podía.
– ¿Es hora de irse a casa? -dijo él. Molly cerró la cesta. Estaba enfadada, pero Jackson no podía discernir si estaba enfadada con él o consigo misma.
– Sí -dijo ella-. Es hora de irse a casa.
– Ha sido una noche maravillosa.
– Aparte de estos últimos minutos -murmuró ella-. ¡Han sido una estupidez!
¿Una estupidez?
Jackson permanecía despierto pensando en esas palabras. Una estupidez.
Ella tenía razón. Porque pertenecían a mundos diferentes.
¿Por qué? ¿Por qué iba a ser imposible?
Porque ella no comprendía.
¿No comprendía el qué?
No lo comprendía a él.
«Debía haber tenido más cuidado y no permitir que la relación llegara tan lejos», se dijo Jackson en la oscuridad.
De pronto, la imagen de sus padres apareció en su cabeza. Él tenía unos cuatro años y ya percibía la extraña relación que mantenían sus padres. No había duda alguna de que se amaban, pero desde lo que él recordaba, parecía que siempre habían intentado destrozarse el uno al otro.
Así que su relación se caracterizaba por las continuas discusiones. De pronto, se deseaban con locura y el amor los mantenía unidos durante un día. Quizá, ni siquiera durante tanto tiempo. Después, volvían a discutir, con Jackson atrapado en medio de los dos.
Lo habían utilizado como un arma.
– Es a mí a quien más quieres, ¿verdad, Jackson? -le preguntaba su madre, y su padre lo agarraba de la mano y trataba de llevárselo.
– El niño quiere estar conmigo.
El niño no quería estar en ningún sitio, y al niño que se había convertido en hombre le pasaba lo mismo. Si eso era el amor, él no quería saber nada al respecto.
«No es fácil recuperarse de una cosa así», pensó Jackson. ¿Cómo podía admitir que él podría amar de esa manera? No era un sentimiento maravilloso. Hacía que uno se expusiera al dolor. Ya había sufrido bastante con Diane.
Se había convertido en un hombre solitario y eso le gustaba. Su padre se marchó de casa cuando Jackson tenía diez años y su madre, para castigarlo, tuvo una aventura y se quedó embarazada de Cara… y, al sentir que eso no era suficiente, estrello su coche a propósito contra un árbol. Todo por amor…
«El amor puede irse a freír espárragos», pensó Jackson. Cuidaría de Cara y de nadie más. No quería depender emocionalmente de nadie. Nunca.
– El señor Baird es muy simpático -murmuró Sam medio dormido mientras Molly lo metía en la cama. El pequeño alzó los brazos para darle un beso de buenas noches. No era algo muy habitual, así que Molly se sentó en la cama y lo abrazó también.
– Sí, Sam, es muy simpático.
– Te ha besado.
Así que Sam no estaba profundamente dormido. No tenía sentido negárselo.
– Sí.
– ¿Crees que le gustas lo suficiente como para casarse contigo?
– Hey -se sorprendió Molly-. Solo lo conocemos desde ayer.
– Pero es simpático.
– Es muy simpático. Pero ese hombre es millonario, Sam. Los hombres como él no se fijan en gente como nosotros.
– ¿Por qué no?
– Se casará con alguien de su propia clase social.
– Eso es una tontería -estaba quedándose dormido, pero hacía un gran esfuerzo por hablar-. ¿Y qué es una clase social?
– Es como lo de Cenicienta y el príncipe -le dijo Molly, alborotándole el cabello y quitándole las gafas-. Tenía que ser muy incómodo ser la Cenicienta.
– ¿Por qué?
– Porque ella tendría que haberle estado agradecida durante el resto de su vida y no le habría gustado.
– A lo mejor, la Cenicienta podría haber encontrado un trabajo, como muchas mujeres casadas Como tú -se rió-. La Cenicienta podía haber vendido palacios para ganarse la vida.
– Sí, claro. Y además vendería zapatos de cristal. Te estás dejando dominar por tus intereses comerciales, chico -le dio un beso-. Ahora, a dormir, jovencito.
– ¿Pero… qué pasa contigo y el señor Baird?
– Sabes, hay tantas posibilidades de que bese a tu rana Lionel y se convierta en un atractivo príncipe, como de que bese a Jackson Baird y él me proponga matrimonio.
A Sam le gustó la respuesta. Se rió y se volvió hacia la caja donde guardaba la rana.
– A Lionel puede que le gustara que lo besaras.
– Después de que el señor Gray se preocupara de buscar a una señora Lionel para él -Molly se puso en pie y sonrió-. La señora Lionel puede que tenga algo que decir sobre que yo le de un beso.
– Eres muy divertida.
– No -Molly dejó de sonreír tapó a Sam-. Solo soy sensata. Alguien tiene que serlo.
– ¿Señora Copeland?
Después de pasar parte de la noche sin dormir, Molly se despertó temprano para llamar a la señora Copeland. Hannah contestó al primer timbrazo.
– Sí, querida. Estaba esperando que me llamara.
– Molly había hablado con ella el viernes por la noche, así que la anciana sabía que la llamaría otra vez-. Entonces, ¿a él le gusta mi granja?
– Quiere comprarla.
– Oh, me alegro. Eso está muy bien, querida. ¿Tres millones le parece mucho?
– Es un precio muy razonable. Para ser honesta, podría pedir más. Si quisiera parcelar la tierra…
– No, querida. No quiero parcelarla.
– Es solo que el lugar vale mucho más. ¿Está segura de que quiere vender?
– Al comprador adecuado… sí, estoy segura.
– ¿Y cree que Jackson Baird es el comprador adecuado?
Se hizo un silencio en el otro lado de la línea, como si la señora estuviera valorando si debía decírselo. Al final, decidió ser sincera.
– Mi madre era amiga de la abuela de Jackson Baird -le dijo-. Ella estaba muy preocupada por Jackson. ¿Le han ido bien las cosas, querida?
– Yo… sí. Supongo que se puede decir que le han ido muy bien.
– ¿No está casado?
– Um… no.
– No esperaba que lo estuviera después de los padres que tuvo -hizo una pausa-. Pero mi madre y su abuela se preocupaban mucho por él, y yo sé que aprobarían que yo haga esto.
– Señora Copeland, no creo que el señor Baird necesite ningún favor -dijo Molly-. Es un hombre extremadamente rico. Usted me dijo el viernes que si él estaba interesado me contaría cuáles son sus condiciones.
– Sí.
– ¿Los Gray son una de ellas?
– ¿Lo ha adivinado? -se percibía placer en su voz-. Por supuesto. No me gustaría que Gregor y Doreen tuvieran que mudarse.
– Estoy segura de que Jackson lo aceptará.
– Y yo confío en usted. Tiene una voz preciosa. ¿La señora Gray dice que tiene un niño pequeño?
– ¿Doreen la ha llamado?
– Ayer.
– ¿No le importa que haya traído a Sam?
– Por supuesto que no me importa, querida. Ese lugar necesita niños. Espero que a pesar del ejemplo que le dieron sus padres, el señor Baird encuentre una esposa. ¿Usted cree que es el tipo de hombre que quiere casarse?
Molly no sabía qué contestar.
– No se lo he preguntado -dijo con sinceridad-. No me diga que quiere poner eso como condición para venderle la granja.
– No. No soy una casamentera. Pero sí me gustaría que mi granja pasase a manos de alguien que la quiera como yo la quise -hizo otra pausa-. Me gustaría conocer a Jackson. En persona.
– Estoy segura de que podemos hacer algo al respecto.
– Y también quiero conocerla a usted. ¿Lo traerá a comer conmigo el lunes?
– Creo que a mi jefe…
– No. Usted.
Molly se lo pensó bien. De acuerdo. Era lo que tenía que pagar para conseguir una venta.
– Hablaré con Jackson ahora. ¿Puedo llevar el contrato a la comida?
– Traiga lo que usted quiera -sonrió la mujer-. Pero no haga ningún otro plan para la tarde. Me gustan las sobremesas largas.
– Molly se dio una ducha y se reunió con Jackson para desayunar.
– Buenos días. ¿Qué tal has dormido? -le preguntó con formalidad.
– Bien, gracias. ¿Y tú?
– Estupendamente -mintió ella.
– ¿Dónde está Sam?
– Desayunó al amanecer con el señor Gray. Al parecer tenían tareas por hacer. El croar de las ranas antes de que salga el sol es maravilloso. Gregor le ha contado que hay diez especies diferentes para escuchar.
– Fantástico.
– Es fantástico -estaba cotorreando como una tonta-. He llamado a la señora Copeland.
– Cielos, has estado muy ocupada.
– Estar ocupada es parte de mi trabajo.
– Por supuesto.
– ¿No quieres oír lo que ha dicho? -se sirvió un poco de zumo de naranja, con tanta prisa que tiró la mitad. Estaba actuando como una adolescente.
– Claro que quiero oír lo que te ha dicho -se sentó en una silla y esperó a que ella se recuperara.
– Dice que te venderá la granja siempre que Doreen y Gregor se queden aquí. Y si el lunes, cuando quedes a comer con ella, le pareces un hombre simpático.
– ¿Un hombre simpático? -arqueó las cejas.
– No fue muy explícita -se encogió de hombros-. Parece ser que el dinero no es lo que más le importa. Tengo la sensación de que si no le caes bien, o incluso, de que si yo no le caigo bien, no venderá. Así que nos toca a nosotros averiguar lo que considera simpático -ella ya lo había hecho.
– Sabes que pide menos de lo que vale.
– Así no es como se comporta un comprador ansioso -se concentró en el zumo de naranja. No quería que ese hombre fuera amable. Quería que fuera el ejecutivo implacable que se suponía que era.
Entonces, Sam los llamó desde la ventana y entró para verlos. Molly se alegró de que los interrumpieran.
– ¡Hemos oído once tipos de ranas diferentes! El señor Gray dice que a él le cuesta notar la diferencia, pero que en la biblioteca tiene una grabación que nos ayudará a diferenciarlas. También dice que es hora de comer algo y que podemos ir a nadar. ¿Podemos ir a nadar, señor Baird?
Jackson miró a Molly y sonrió. Una vez más estaba descolocada, y permaneció descolocada durante todo el día.
Pasaron el día entero con Jackson. Molly lo observó mientras nadaba con su sobrino. Vio cómo le enseñaba a nadar con paciencia, como si tuviera todo el tiempo del mundo y fuera lo más importante para él.
Se fijó en cómo se reía de manera triunfal cuando Sam consiguió flotar sin ayuda, y en cómo miraba hacia la playa para verla. El mensaje que transmitía era de puro deleite. El podía haber sido un niño también.
¿Dónde estaba el ejecutivo despiadado?
Lo observó mientras secaba a Sam y mientras llevaba al pequeño hasta la granja. También, lo observó mientras se comía otro enorme plato de lo que Doreen había preparado; cómo bromeaba con Gregor y…
Y cómo había conseguido encandilar a todos. El encanto de Jackson los tenía cautivados.
«Hay una faceta de Jackson que no conozco», pensó desesperada. «Tiene que haberla. Él no se ha ganado esa reputación por nada. Así que ten cuidado…»
Pero su corazón no tenía ningún miedo, y no se comportaba de manera nada sensata.
Su corazón estaba perdidamente enamorado de Jackson Baird.