Capítulo 5

Media hora más tarde, Gregor se alegró al ver que Molly y Jackson se dirigían caminando hacia la casa. Estaban empapados y el caballo estaba situado entre ambos. La yegua había llegado antes, y al verla, Gregor se había asustado. No se lo había dicho a Doreen para no preocuparla, pero había estado a punto de sacar la bicicleta, a pesar de tener mal la cadera, y de ir a buscarlos para averiguar si estaban bien.

Sin embargo, parecía que ambos estaban bien. Caminaban con tranquilidad y Molly iba riéndose.

– ¿Lo hemos asustado? -preguntó Molly.

– No, señorita. Bueno, un poco sí. No me gustó ver que la yegua venía sin usted. Pensé que se había caído en algún bache.

– No ha pasado nada de eso. Solo que no la até bien.

– Nos paramos para rescatar a un cachorro de canguro que se había caído al río -añadió Jackson, sin dejar de mirar a Molly. Lo tenía fascinado. Seguía pareciéndole maravillosa. Estaba empapada y llena de arena. «Cara se moriría si la viera así», pensó de repente. Cara y cualquier otra mujer de su círculo de amigos. Pero a Molly parecía no importarle.

– ¿Sam no estaba preocupado? -preguntó ella, y el hombre negó con la cabeza.

– No se lo he dicho. No hay que dar malas noticias antes de que sea necesario.

– Muy astuto.

– ¿Y el canguro?

– Intentó cruzar el río por donde había un montón de ramas, pero era muy inestable.

– Diablos. Ya sé dónde ha sucedido eso -asintió Gregor-. Ha ocurrido otras veces. Una vez perdí a un ternero de esa manera. Las ramas y troncos se amontonan en ese recodo del río -hizo una mueca-. Hay que mirarlo cada día -dijo, y se puso serio.

Molly sabía lo que estaba pensando. Si Jackson compraba aquel lugar, Gregor no se atrevería a ofrecerse como capataz de la granja. Pero tampoco intentaba quitarse la responsabilidad. Se abrazó a sí mismo y confesó:

– Esta mañana no he hecho la ronda, y debía haberla hecho.

– ¿Es el único hombre que trabaja en la finca a jornada completa? -preguntó Jackson despacio, y Molly notó que Gregor se ponía aún más serio. «Ya está. Jackson va a sugerirle que se retire», pensó ella.

– Sí -Gregor tomó las riendas del caballo y Molly vio que se ponía tenso. Esperaba lo inevitable.

Pero no sucedió.

– Según las escrituras hay dos casas pequeñas en la propiedad -Jackson seguía con el ceño fruncido-. ¿Supongo que Doreen y usted viven en una?

– Sí. En la casa de los guardeses.

– ¿Y la otra?

– Está vacía.

– ¿Pero se podría vivir en ella?

– Oh, sí, señor -dijo Gregor-. Es un bonito lugar con vistas a la zona sur del río. Ha pasado mucho tiempo desde que el capataz de la granja vivió allí.

– Este lugar tiene un capataz -dijo Jackson-. Es usted. Pero necesita más. Un lugar como este no puede prosperar con trabajos temporales. Necesita trabajo continuo. Lo que necesita es un hombre joven al que pueda enseñar poco a poco, mientras usted va delegando en él. O una pareja. ¿Que le parecería enseñarles?

– Quiere decir, ¿enseñarles y luego marcharme?

– No me refiero a nada de eso -dijo Jackson-. Si compro este lugar, necesitaré todo los conocimientos posibles acerca de este sitio, y perder a las personas que más saben sería ridículo. Aquí habrá trabajo para usted y para Doreen siempre que quieran, e incluso si se retiran me gustaría que se quedaran como consejeros.

Era como si hubiera salido el sol.

– ¿Lo dice de verdad? -Gregor preguntó con incredulidad.

– Todavía no he comprado el lugar -le advirtió Jackson-. Pero, sí. Si lo compro, será verdad.

– Entonces, Doreen y yo tenemos que conseguir que lo compre -dijo Gregor, y suspiró aliviado-. Entre y vea lo que ha cocinado Doreen. Quizá eso lo ayude a tomar la decisión.

El sol también había salido para Molly. Era como si le hubiera puesto una prueba y Jackson la hubiera pasado con muy buena nota.

Si Jackson necesitaba que lo convencieran, Doreen tenía los medios para hacerlo.

Paviova. Brazo gitano. Pastelitos calientes. Molly se detuvo junto a la puerta de la cocina y se asombró al ver el abundante despliegue de comida.

– Mira lo que hemos hecho -dijo Sam sonriendo-. La señora Gray es la mejor cocinera del mundo.

– Ya veo que es cierto -dijo Molly, y miró a Jackson de reojo. Si existía un buen sistema de venta, era ese. Había pasado mucho tiempo desde la comida, el baño les había abierto el apetito, y el aroma que invadía la cocina era…

– Fantástico -dijo Jackson, y sonrió primero a Doreen y después a Sam-. ¿Has ayudado a hacer todo esto?

A Molly le parecía cada vez más agradable. Pero iba demasiado rápido, y en la dirección equivocada. Ese hombre era un cliente. Nada más.

– He enrollado el brazo de gitano -dijo Sam-. Y he puesto la masa de los pastelitos en la bandeja del horno yo solo -después se calló un instante y los miró-. ¿Habéis estado nadando?

– Sí -dijo Molly, y miró a Jackson como advirtiéndole.

Sam se puso serio.

– ¿Sin mí?

– A ti no te gusta nadar -había intentado que nadara una vez y había sido un desastre.

– Pero… a lo mejor, con el señor Baird… -dijo Sam.

Así que Sam estaba atrapado por el carisma de ese hombre. ¡Era un territorio peligroso tanto para Sam como para Molly!

– El señor Baird tiene trabajo que lo mantiene ocupado, Sam.

– ¿Señor Baird? -Sam miró a Jackson con ojos de suplica. «Nadar no será divertido sin usted», le decía con la mirada.

Jackson sonrió y dijo:

– Por supuesto que te llevaré a nadar. Pero no hasta que hayamos terminado con lo que tenemos delante -se sentó y se acercó el plato de pastelitos-. No he comido un pastelito de estos desde que tenía seis años. Señora Gray, es usted una joya.

– Pruébelos -dijo la mujer, sonriendo, y por algún inexplicable motivo, Molly sintió ganas de llorar. Se sentía como un ángel de la guarda llevando a ese hombre hasta la granja que sería su casa. Y permitiendo que Jackson se acercara a Sam, y a ella.

La idea hizo que se le entrecortara la respiración. Jackson levantó la vista del plato de pasteles y la miró. Sosteniéndole la mirada…

– Hemos encontrado una amiga para Lionel -anunció Sam, sin percibir el flujo emocional que se había establecido entre Jackson y Molly.

Molly intentó retirar la mirada, pero no pudo. Era como un imán.

– Para… ¿Para Lionel?

– Mi rana -dijo Sam con paciencia. Y Molly asintió. Por supuesto, sabía quién era Lionel.

«Es solo que me he distraído momentáneamente», pensó. Jackson estaba comiéndose un pastel mientras la miraba. Llevaba la camisa desabrochada hasta el cuarto botón y se le veía el vello oscuro del pecho. Su mirada era indescifrable, como si él tampoco supiera lo que estaba sucediendo… y al verlo…

«Lionel. Claro. Lionel, concéntrate en la rana!», pensó Molly.

– ¿Has encontrado una amiga para Lionel? -se sirvió un pedazo de brazo de gitano para disimular su confusión, le dio un mordisco y se atragantó. Jackson sonrió, se puso en pie y se acercó a ella para darle un golpecito en la espalda.

¡Si supiera lo mucho que la incomodaba su cercana presencia!

– El señor Gray me llevó a la balsa que está detrás de la casa -le dijo Sam-. El señor Gray dice que Lionel es una rana de San Antonio, y que es un chico. Así que buscamos y buscamos y ¡encontramos una rana chica! ¡Una rana de San Antonio hembra! El señor Gray dice que será mejor que nos quedemos a su amiga hasta que Lionel se encuentre mejor, para que no esté solo, y que después deberíamos traer aquí a los dos. Para que puedan tener renacuajos y vivir felices.

– Eso es… -de nuevo, Molly sentía ganas de llorar. ¡Ese hombre! ¡Ese lugar! ¡Todo el conjunto!-. Eso es maravilloso. Pero…

– ¿Pero qué?

– Pero no creo que vayas a volver por aquí -dijo ella con amabilidad, y vio que su sobrino se ponía cabezota.

– Claro que volveré. El señor y la señora Gray son mis amigos, y el señor Baird va a comprar la granja, y también es mi amigo.

– Sam…

– Te diré una cosa -dijo Jackson, que estaba observando la conversación con interés-. Si tú no vuelves por aquí, ¿qué te parece si hacemos un viaje especial para liberar al señor y la señora Rana?

Molly se quedó boquiabierta.

– ¿Harías un viaje especial para liberar a dos ranas?

– Son unas ranas especiales -dijo Jackson-. ¿Y no Sabias que la población de ranas está en peligro de extinción en todo el mundo? Cualquier esfuerzo que se pueda hacer para ayudar a que crezca la población…

– Sabes, corres mucho peligro de perder tu reputación -contestó ella, y él la miró con expresión burlona.

– ¿De qué… de mujeriego?

Ella frunció el ceño y lo miró de arriba abajo.

– No, de ejecutivo despiadado.

Jackson seguía riéndose.

– Entonces, puedo seguir siendo un mujeriego.

– Puedes ser lo que quieras ser -Molly se puso en pie. Había algo que no comprendía bien y aquella mirada le parecía peligrosa. ¿Un mujeriego? Sí y sí. Tenía que proteger su dignidad, y su salud mental, a toda costa-. Voy a darme un baño -le dijo.

El se puso en pie y sonrió.

– Yo también.

– Supongo que habrá dos baños -dijo Molly.

– Hay cuatro -dijo Doreen, y Molly sonrió.

– Hasta luego, entonces -puso una de sus mejores sonrisas. Una mujer de negocios despachando a un cliente con educación-. Y creo que deberías pasar un rato con Gregor antes de cenar para ver la situación económica de la granja.

– Pensé que les gustaría hacer una barbacoa en la playa para cenar -dijo Doreen-. Con la tarde tan bonita que ha hecho.

– Estoy segura de que el señor Baird estará demasiado ocupado…

– ¿Demasiado ocupado para hacer una barbacoa en la playa? -interrumpió Jackson, y miró a Molly como retándola-. Nunca. ¿Quedamos aquí dentro de dos horas, señorita Farr? -le preguntó después de mirar el reloj.

Era como si estuviera invitándola a salir. Su mirada era retadora, algo burlona, y ella tuvo que esforzarse para mantenerse serena.

– De acuerdo.

– No pareces muy emocionada.

– Estoy emocionada -dijo entre dientes-. Estoy tan emocionada que apenas puedo hablar.

– Muy bien -él se acercó y le acarició la mejilla con el dedo-. Siga emocionada, señorita Farr. Hasta la cena.

Sí, claro. ¿Qué más se suponía que tenía que hacer?

Molly se metió en la bañera con espuma. Sam no tenía intención de abandonar la cocina, había decidido que los Gray eran lo más cercano al paraíso que él conocía, y para ellos, Sam era una buena compañía. «Para Sam y los Gray ha sido amor a primera vista», pensó Molly. Se quitó una pompa de jabón de la punta de la nariz y pensó en sí misma.

Para ella, ¿también había sido amor a primera vista? Imposible. ¿En qué estaba pensando? Solo conocía a aquel hombre desde hacía dos días.

No estaba enamorada. ¡No lo estaba! Era cierto que era muy atractivo, y encantador, pero pertenecía a la jet set y había salido con más mujeres bellas de las que ella podía imaginar.

Pero era un hombre amable. Y la gente podía cambiar. Solo porque hubiera salido con algunas de las mujeres más bellas del mundo no significaba que tuviera que casarse con una de ellas.

«Espera un segundo», se dijo Molly. «¿De qué estás hablando?»

¿Casarse?

«Creo que vivo en un mundo de pompas de jabón», pensó, y sonrió. Se tapó la nariz y metió la cabeza bajo el agua. «No salgas hasta que hayas recuperado el sentido común», se dijo, solo para salir treinta segundos más tarde.

«No seas estúpida. El es peligroso», se advirtió. «Puede ser divertido, y ya sabes que necesitas divertirte un poco. Después de la tragedia de Sarah y Michael… La vida ha sido demasiado triste», le decía otra parte de su ser. «¿Y si te rompe el corazón?», le preguntaba la parte más prudente. «Solo puede romperte el corazón si se lo entregas. Y tú no eres tonta. Disfruta de esta oportunidad, Molly Farr, y después continúa con tu vida».

Sabía que había una línea muy fina entre permitirse disfrutar de su compañía, relajarse y divertirse, y después marcharse con el corazón intacto. Pero debía hacerlo. Aquel hombre era un cliente.

– Sí, y a partir de ahora solo tienes que pensar en los negocios -murmuró-. Un beso no significa que haya una relación.

Pero un beso sí que podía hacer que se interesara por él y, sin duda, aquel hombre le interesaba.

¿Y Jackson? Estaba sentado con Gregor haciendo números, pero solo se concentraba a medias en lo que estaba haciendo. Algo inusual en él. «Los números no están mal. Nada mal», pensó. Sabía que podría hacer lo que él quería con aquella granja, pero si Gregor hubiera tratado de engañarlo, a lo mejor lo habría conseguido.

¿Por qué no podía dejar de pensar en Molly y concentrarse en lo que estaba haciendo?

Era una buena pregunta. Sin duda, Molly era atractiva. Y tenía una risa preciosa… pero él había estado con algunas de las mujeres más bellas del mundo y, al lado de ellas, Molly no tenía nada.

¿O no era así? Ella tenía algo especial y, cuando la besó, ese algo lo volvió loco.

Pero ya se había vuelto loco antes. Y no estaba dispuesto a permitir que le sucediera otra vez. Tenía la vida que quería y, en ella, no había cabida para una mujer amante de las ranas y su sobrino. Ellos necesitarían cosas que él no tenía intención, ni posibilidad, de ofrecerles.

– ¿Señor Gray? ¿Señor Baird? -Sam estaba junto a la puerta con la caja de la rana en la mano. Ambos hombres lo miraron.

– ¿Sí? -dijo Gregor con una sonrisa. Una sonrisa que hizo que Sam se relajara y entrara en la habitación. Habló con el señor Gray, pero mirando de reojo a Jackson.

– Si el señor Baird compra la granja, ¿mantendrá a salvo a las ranas que hay aquí?

– Por supuesto que lo haré -dijo Jackson, y Sam lo miró dubitativo.

– La señora Gray dice que el lugar más bonito de la granja es la balsa de las ranas… pero también dice que la última persona que la señora Copeland creía que iba a comprar la granja, quería hacer una balsa mucho más grande. Vinieron los topógrafos y todo, y la señora Copeland se enfadó tanto que decidió no vender. La señora Gray dice que se alivió tanto que se puso a llorar -miró a Jackson fijamente-. Pero eso ocurrió hace cinco años, así que la señora Gray y yo queremos saber si…

«Así que Hannah ha pensado otras veces en vender este lugar», pensó Jackson. El hecho de que hubieran pasado cinco años desde que intentó venderla significaba que no tenía mucha prisa. ¿Y lo de agrandar la balsa? Tenía sentido. La balsa de la casa era pequeña, y si el verano era muy cálido tendrían que bombear el agua desde otro lugar más profundo. Y eso sería caro.

Pero lo habían retado y Sam estaba mirándolo.

– ¿Crees que la señora Copeland no querrá que compre esta granja si quiero agrandar la balsa?

– La señora Gray dice que las ranas se morirían. Dice que una excavadora sacaría todos los juncos y que, sin juncos, las ranas no podrían criar.

– ¿Tú crees que yo debería comprar la granja? -le preguntó Jackson.

– Sí. La señora Gray cree que usted sería bueno. Pero los dos estamos preocupados por las ranas.

– ¿Entonces?

– Entonces, tiene que prometernos que comprará la granja y cuidará de las ranas.

Y así, Jackson tomó una decisión. Sin importarle la situación económica. Ni si aquello tenía sentido o no.

– De acuerdo -dijo-. Lo haré.

– ¡Dice que va a comprar la granja! -Molly todavía estaba dentro de la bañera, pero Sam no podía esperar para darle la noticia. Entró en el baño gritando-. ¡Va a salvar a las ranas y a vivir aquí para siempre!

– ¿Ha dicho eso? -Molly se sentó y agarró la toalla. La espuma del baño le cubría lo justo. Por suerte, Sam no la veía como una mujer, sino como su tía Molly.

– Sí.

– ¿Estás seguro?

– Me lo ha prometido -Sam estaba en la puerta con la caja de la rana en la mano. De pronto, elevó el tono de voz-. Señor Baird, dígale a mi tía Molly que va a comprar la granja.

– ¡No! ¡Sam, no! -exclamó Molly, e intentó decirle que cerrara la puerta, pero era demasiado tarde. Jackson apareció detrás de Sam, y ambos la miraron con distintos grados de interés.

Jackson trataba de ver más allá de la espuma del jabón y sus ojos brillaban divertidos. Pero su voz, cuando habló, era muy seria.

– Señorita Farr, me gustaría informarla de que voy a comprar la granja -le dijo.

Molly respiró hondo y agarró la toalla con más fuerza. Trató de concentrarse en el negocio.

– ¿Lo dices en serio?

– ¿Por qué no iba a decirlo en serio?

– ¿Aceptas el precio que piden por ella?

– Sí. Quieres ponerte en pie y que nos estrechemos las manos.

– Ni lo sueñes -dijo ella mirándolo fijamente-. ¿Te das cuenta de que todavía no conozco las condiciones de la señora Copeland?

– Yo tampoco y, por supuesto, dependerá de ello, pero me da la sensación de que solo son ranas.

– ¿Sabes de qué está hablando? -le preguntó Molly a Sam.

– Sé que a la señora Copeland le gustan las ranas -le dijo Sam-. Y el señor Baird ha dicho que las salvará.

¡Por el amor de Dios! Molly intentaba mantener la situación bajo control y ¡ellos estaban hablando de ranas! Ella trataba de hablar de negocios, a pesar de estar dentro de una bañera llena de espuma.

– Vale. Pero supongamos que hay otras condiciones. Tengo que averiguarlo -miró a Jackson una vez más. Sin duda, estaba en desventaja. ¡No era más que una agente inmobiliaria desnuda en una bañera!

– ¿Y a qué esperas? -preguntó Jackson, se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta-. Sentada en una bañera cuando podrías estar cerrando un trato…

– ¡Márchate!

– ¿Que me marche? -arqueó las cejas-. ¿Quieres que le cuente a Trevor que cuando te pedí que firmáramos el contrato me dijiste que me marchara?

– No tengo el contrato aquí en el baño.

– ¿Estás segura de que no lo estás escondiendo ahí?

Eso era demasiado. Ese hombre no tenía vergüenza.

– Estaría empapado -contestó ella, y él sonrió. Agarró a Sam por el hombro y ambos la miraron riéndose.

Molly sintió algo en su interior que no había sentido hacía mucho tiempo.

Sam se apoyaba en el hombre que tenía detrás, y el pequeño parecía disfrutar de la mano que tenía sobre el hombro y de la intimidad de su tía en el baño. «Este hombre es lo que Sam necesita», pensó Molly. «Este hombre es lo que yo necesito…»

– La espuma se está deshaciendo -dijo Jackson-. Seguro que has usado jabón. La espuma siempre desaparece cuando uno usa jabón.

Molly lo miró indignada y agarró la toalla con más fuerza.

– Sam, llévate al señor Baird de aquí y cierra la puerta cuando salgas.

– Aquí estamos bien -dijo Sam. Sonrió y su tía se quejó.

– Sam, no te atrevas a convertirte en otro hombre malvado. Dependo de ti.

– Por eso nos quedamos aquí -dijo Jackson-. Porque dependes de nosotros.

– No dependo de vosotros.

– ¿Has oído eso, Sam? Habla así con el hombre al que piensa venderle la granja.

– Marchaos -Molly estaba atrapada entre la risa y la desesperación. Y algo más. Jackson la hacía experimentar un sentimiento desconocido. Su manera de agarrar a Sam. Su manera de hacerla reír…-. Marchaos -dijo de nuevo, y miró a Jackson fijamente. Con la mirada se transmitieron un mensaje. ¿Un mensaje? No. Era más que eso. Se estaba formando un lazo entre ellos. Un lazo fuerte, cálido y…-.Fuera -dijo otra vez. Pero esa vez quería decir algo más. No solo quería que salieran del baño.

Ese hombre comenzaba a asustarla.

¿Y Jackson?

Continuó mirándola durante un rato y, poco a poco, el brillo de diversión desapareció de su mirada. Asintió, y era como si hubiera tomado una decisión…

– De acuerdo -dijo él-. Sabemos cuándo no nos quieren -se volvió y se alejó por el pasillo sin mirar atrás.

Cuando Molly terminó de vestirse y de peinarse, ya casi había recuperado el control. Casi. Molly estaba nerviosa y se le notaba. Se peinó con el secador, pero no podía concentrarse, así que tuvo que mojárselo otra vez. Era eso o ir a la cena con el pelo como si fuera una fregona. A pesar de todo, no consiguió controlar sus rizos.

No importaba.

No. Se puso unos vaqueros y una blusa limpia, después cambió de opinión y se puso una falda, y luego, otra vez los vaqueros. Cuando terminó, estaba muy desconcertada y Sam no paraba de hacerle preguntas.

– ¿Por qué tardas tanto? ¿No sabes que el señor Baird nos está esperando?

Precisamente, tardaba tanto porque el señor Baird los estaba esperando. Se peinó los rizos por última vez y se dirigió a la cocina. Sam caminaba dando saltitos a su lado.

Porque, sí, el señor Baird los estaba esperando.

Para desgracia de Molly, Gregor y Doreen no tenían intención de unirse a la barbacoa.

– Gregor odia la arena -les dijo Doreen, mirando a su marido con afecto-. Pensaba que después de vivir cuarenta años cerca de la playa se acabaría acostumbrando.

– Nunca me acostumbraré a la arena -dijo Gregor-. Esa porquería se mete por todos sitios. ¡Uno la encuentra hasta entre los dedos de los pies!

– ¿No le gusta tener arena entre los dedos? -preguntó Sam fijándose en las botas que Gregor llevaba bien atadas.

– ¿No me digas que a ti sí? -preguntó Gregor-. ¡Bueno, sobre gustos no hay nada escrito! Por eso Doreen ha preparado una cesta con comida para que os la toméis en la arena mientras yo ceno en la mesa de la cocina como un caballero.

Estaba claro. Iban a cenar en la playa solos. Molly, Jackson y Sam.

El lugar era mágico. En cualquier otra situación a Molly le habría encantado. El sol estaba ocultándose tras las montañas y la arena todavía estaba caliente. Gregor había bajado antes que ellos para encender una hoguera.

– El plato principal es una pieza de ternera que he enterrado entre las brasas, y también hay algunas patatas -les dijo-. Sáquenlas cuando tengan hambre.

¿O comeos el resto de la comida? Sin duda, podían hacer eso. Los aperitivos habrían bastado para saciar el hambre del más hambriento de los comensales. Doreen lo había preparado todo. Cuando abrieron la cesta sobre la manta de picnic, vieron que había langostinos, vieiras, y ostras. También, salchichas envueltas en hojaldre, sándwiches, espárragos, pollo y aguacate, salmón ahumado…

Y pasteles…

– Todo esto después del desayuno, la comida y el té de la merienda… Los Gray deben pensar que nos morimos de hambre el resto de los días -dijo Molly, y Jackson sonrió y se comió un langostino.

– ¿Quién se queja? ¿Quieres una salchicha, Sam? ¿Limonada? ¿Champán, señorita Farr?

– Hay cuatro tipos de vino -Molly estaba boquiabierta-. ¿Cómo han hecho todo esto?

– La señora Gray hizo algunas llamadas mientras estabais fuera -dijo Sam-. Le trajeron las cosas.

– Vais a tener que llevarme a casa en carretilla si me como todo esto -Molly negó con la cabeza al ver que Jackson le ofrecía vino-. Tomará limonada, gracias.

– ¿No tendrás miedo de perder el control? -bromeó él, y ella se sonrojo.

– No. Pero tengo cuidado.

– ¿Por la reputación que tengo?

– Dudo que intentes poner en práctica tus artes de seducción con Sam aquí -dijo Molly.

– ¿Qué es la seducción? -preguntó Sam.

– Conseguir que las mujeres te besen cuando no quieren hacerlo -dijo Molly sin pararse a pensar, y Jackson soltó una carcajada.

– Eso significa que a tu tía Molly le gustaría besarme, pero ella cree que es demasiado decente.

– ¿Por eso se ha cambiado tres veces de ropa antes de decidir qué iba a ponerse esta noche? -preguntó Sam con interés Molly se rió medio avergonzada.

– Pásame una salchicha -le pidió a Sam-. Estoy perdiendo un tiempo valiosísimo hablando de cosas estúpidas como besarse.

– Creía que a las chicas les gustaban los besos -Sam miraba a Jackson y a Molly tratando de comprender algo-. ¿Eso quiere decir que no queréis besaros?

– ¿Qué? ¿Besar al señor Baird? ¿Por qué iba a querer besar al señor Baird?

Sam se quedó pensativo hasta que encontró una respuesta.

– Bueno, yo no querría, pero seguro que hay gente que sí.

– Besar es peligroso. Lo has leído en tus cuentos. Jackson podría convertirse en rana.

– O en príncipe.

– En príncipe no -dijo Molly-: Los millonarios no se convierten en príncipes. Siempre se convierten en ranas. Son las normas»

– A nosotros nos gustan las ranas.

– ¿Una rana llamada Jackson? No creo. Y además, sería un sapo.

– Muchas gracias -dijo Jackson con frialdad.

– De nada -Molly le dedicó una dulce sonrisa.

– Sam, sugiero que nos callemos y que cenemos. Si no, nos quedaremos con hambre.

– ¿Con todo esto?

– El té de la merienda era escaso -dijo Molly-. Tengo un hambre canina.

Sam dejó el tema de los besos y se rió. La risa del pequeño hacía que el lugar pareciera aún más mágico. Se había reído muy pocas veces desde que sus padres murieron y, allí estaba, comiéndose una salchicha, enterrando los pies en la arena y apoyando la espalda sobre Jackson. Era como si perteneciera a ese lugar.

– Yo también -dijo el pequeño mientras se comía el cuarto hojaldre de salchichas-. Señor Baird, ¿tiene un hambre canina?

– Más que eso -dijo Jackson con aplomo- Tengo un hambre de lobo.

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