Quedaron con el piloto del helicóptero para que los recogiera al día siguiente, y en cuanto el aparato despegó, apareció una pareja de ancianos. Al ver a Jackson, a Molly y a Sam, sus rostros se iluminaron.
– Una familia -dijo la mujer, y agarró el brazo de su compañero- Ves, Gregor, ¿qué te dije? ¡Una familia!
– No somos una familia -dijo Molly, y Jackson experimentó un sentimiento irracional de decepción. Aunque fuera un malentendido, lo había hecho sentir bien durante un instante.
Pero, por supuesto, Molly tenía razón. Si él estaba interesado en comprar esa propiedad tenía que hacer bien las cosas desde el principio.
– La señora Farr es el agente inmobiliario de la señora Copeland -les dijo-. Yo soy Jackson Baird, el posible comprador -sonrió a Sam, que estaba semiescondido detrás de Molly-. Y este es Sam, el sobrino de Molly. Él y su rana, Lionel, han venido a acompañarnos.
La mujer mayor respiró hondo y dijo:
– Aunque no sean una familia, estamos encantados de conocerlos. Soy Doreen Gray, el ama de llaves de la señora Copeland, y este es mi marido, Gregor. Vamos. Prepararé una taza de té y así nos conoceremos mejor.
Y eso marcó el ritmo del fin de semana. Doreen y Gregor no tenían concepto de la formalidad. Trataron a Jackson, Molly y Sam como si fueran invitados muy especiales. Incluso podrían haber sido familiares suyos por cómo los recibieron.
– ¿No ven a mucha gente, verdad? -preguntó Molly, y se sirvió el tercer pastelito.
– No, cariño, no vemos a mucha gente -le dijo Doreen-. Ha pasado mucho tiempo desde que los Copeland invitaban a las familias importantes de Australia a quedarse aquí. Tenemos diecinueve dormitorios, ¿puede creerlo? Y los teníamos todos llenos. Pero el señor y la señora Copeland fallecieron hace casi treinta años y la señorita Copelaud nunca fue muy sociable. Se mudó a Sidney hace diez años y este lugar ha estado casi abandonado.
– ¿Se ha venido abajo? -Jackson preguntó frunciendo el ceño, pero Doreen se puso muy seria y le ofreció otro pastel.
– Por supuesto que no. La señorita Copeland no lo permitiría. Tenemos más de tres mil cabezas de ganado. Hay más de una docena de hombres trabajando. Y una vez al mes viene una chica de la ciudad a limpiar la casa de arriba abajo. Si mañana mismo quisiera llenar todas la habitaciones, no encontraría nada a faltar.
– Estoy seguro de que no -contestó Jackson mirando a su alrededor. La cocina era grande y acogedora, con un gran fogón de leña que ocupaba toda la pared. Estaba reluciente. «A Cara le gustaría esta cocina», pensó. «No, no le gustaría», corrigió. ¿En qué estaba pensando? Cara no pondría un pie en la cocina a menos que la obligaran.
Pero le encantaría el resto del lugar. La casa era fabulosa. Las paredes de piedra estaban rodeadas por una amplia galería que ocupaba todo el perímetro de la casa. Todas las habitaciones tenían grandes ventanas. Y todo el lugar, tenía un atractivo especial.
Miró a Molly y vio que ella lo estaba mirando. Enseguida supo que estaba en clave de negocios.
– Es un lugar fantástico ¿verdad? Sabe, es la primera persona a quien se lo enseñamos.
– Lo sé.
– Y no será la última -se volvió hacia la señora Gray y sonrió-. Espero que haga estos pasteles cada vez que traiga a un posible comprador. Están deliciosos.
Era una manera delicada de decir que Jackson era el primero de la lista pero que había otras personas que estarían interesadas si él no compraba. Él sonrió.
– Pero tengo la primera opción de compra, ¿no?
– Creo que tiene la primera opción hasta el lunes.
– Muy generosa.
– Tratamos de complacer a nuestros clientes -ella le sonrió. Él se quedó mirándola. Era encantadora. Inteligente. Organizada. Guapa… Se fijó en el dedo anular de su mano izquierda, por si acaso, y al descubrir que estaba vacío, Sintió un enorme placer-. Al señor Jackson le gustaría ver la granja -le dijo a Gregor-, ¿Podría mostrársela?
– Oh, querida… -el granjero se puso serio,
– ¿Hay algún problema?
– No puedo acompañarle -dijo Gregor-. Mis piernas ya no pueden conmigo.
– No me refería a ir caminando. Imagino que habrá algún vehículo,
– El Jeep lo están utilizando. Si hubiéramos sabido que venían… Pero la señorita Copeland nos llamó anoche para decirnos que estaban de camino.
– Hay una bicicleta -dijo Doreen-. Pero solo puede ir uno. También están los caballos, pero la cadera de Gregor no lo soportaría.
Molly se percató de que les dolía admitir que estaban haciéndose mayores y que necesitaban ayuda. Gregor tenía cara de angustia,
– Puedo ir yo solo -dijo Jackson con amabilidad-. La señorita Farr… -miró a Molly de reojo y decidió dejarse de formalidades. Molly me ha proporcionado unos mapas estupendos, y si tienen un caballo, puedo montarlo.
– Pero podría caerse -dijo Doreen-. Hay madrigueras por todos sitios y quién sabe qué más. Querrá verlo todo, y la única manera de hacerlo es a caballo, pero…
– No puede ir solo -añadió su marido. Se volvió hacia Molly y ella notó lo mucho que le costaba preguntarle-. ¿A menos que usted sepa montar?
– Sí, sé montar -dijo ella, y recibió otra mirada de asombro por parte de Jackson. Una sorpresa detrás de otra. Ella dudó un instante. Sam estaba a su lado y su inseguridad era evidente-. Pero Sam no.
– Nosotros cuidaremos de Sam -sonrió Doreen ofreciendo una sencilla solución-. Será un placer -después le dijo a Sam-. Estoy preparando paviova para la cena. ¿Has preparado una alguna vez?
– No, yo…
– ¿Te gustaría aprender? Necesito ayuda para escoger las fresas que van por encima.
– Y estamos criando un ternero -añadió Gregor-. Hay que darle biberón, y me da la sensación de que tú eres capaz de hacerlo.
– ¿Y dijiste que tenías una rana en esa caja? -preguntó Doreen-. Después de terminar todas nuestras tareas, Gregor y yo te llevaremos a un sitio donde hay miles de ranas. Y renacuajos.
Sam asintió con timidez y la tensión que inundaba la habitación se evaporó mágicamente.
– ¿De verdad que sabes montar? -preguntó Jackson tuteándola-. ¿O quieres decir que puedes sentarte en un jamelgo de picadero?
– Compruébalo -contestó ella, y se dirigió a Gregor ignorando a Jackson. Se merecía que lo excluyera-. Según mis informes, tienen buenos caballos.
– Estarán juguetones -advirtió Gregor-. Nadie los ha montado desde hace mucho tiempo.
– Cuanto más juguetones, mejor -dijo él-. No puedo esperar.
– Les llevará casi todo el día visitar la granja -añadió Doreen-. Les prepararé un picnic. Hace un día precioso -sonrió-. Todo arreglado. Pasarán un bonito día viendo el terreno y Sam se divertirá con nosotros. ¿No es maravilloso?
Jackson observó cómo Molly ayudaba a ensillar a los caballos, y enseguida supo que no bromeaba cuando dijo que sabía montar a caballo. Su yegua era muy nerviosa, pero Molly la sujetaba con firmeza. Igual que Jackson sujetaba al caballo que le habían prestado. Después, cuando Gregor los dejó marchar y la yegua comenzó a moverse de un lado a otro, Molly se volvió riéndose hacia Jackson.
– No se tranquilizarán hasta que no hayan galopado un rato, y estos prados parecen seguros. Te echo una carrera hasta la valla del fondo -antes de que él pudiera contestar, Molly se alejaba galopando y su risa dejaba claro que estaba disfrutando.
Era una bonita imagen. Jackson tardó un poco en centrarse en su caballo, y para entonces, ella ya le llevaba mucha ventaja y se había parado para esperarlo.
– ¿Por qué has tardado tanto?
– Pensé que las mujeres de negocios siempre dejaban ganar a sus clientes -se quejó él, y recibió otra preciosa carcajada.
– Upas. De una cosa estoy segura. Si el resto de la propiedad es tan bueno como esta parte, se venderá sola.
Molly tenía razón. Cuanto más veía Jackson, más le gustaba.
– No eres mal jinete -le dijo ella.
– Gracias -dijo él-. Si no supiera que los halagos son buenos para los negocios…
– ¿No te he dicho que esto no es cuestión de negocio? La propiedad se venderá sola, sin necesidad de hacer cumplidos para conseguir un comprador de buen humor.
– Ya lo has conseguido -dijo él. Su humor mejoraba -minuto a minuto. Ella hacía que él se sintiera libre de las restricciones que normalmente sentía que lo rodeaban. «Esas restricciones son mi elección», se dijo él. Su vida. Su trabajo. Cara. Todas las había elegido él. Pero no era malo tomarse un descanso-. ¿Dónde aprendiste a montar? -preguntó él mientras se dirigían hacia las colinas.
– En el lomo de una vaca lechera.
– ¿Bromeas?
– No. Mis padres dirigían una pequeña agencia de noticias rural. Yo sentía celo de los niños que tenían granjas, así que cuando ellos ensillaban a sus caballos, yo hacía lo mismo con Strawberry. Strawberry era nuestra vaca.
– No me digas. ¿Ibas al colegio montada en ella?
– Bueno, no. No podía montarla cuando mi padre estaba mirando. Al montarla dejaba de dar leche.
– Ya me imagino -cada vez estaba más asombrado. La imagen de Molly subida en una vaca invadió su cabeza y trató de borrarla de inmediato. Conseguía ponerlo nervioso.
– El próximo tramo es el malo -dijo ella dirigiéndose a una zona pantanosa- Supongo que es aquí donde están las sanguijuelas. ¿Quieres parar y mirar de cerca? Si es así, yo te esperaré en la próxima colina.
– ¿Tienes miedo de unas pocas sanguijuelas?
– Sí -dijo ella con firmeza-. A pesar de mi lata de sal. Pero tú puedes ir. Pisa donde ningún hombre ha pisado antes. Después de todo, ¿no es esa la fama que tienes?
– ¿Ah, sí? -preguntó él, sorprendido de que ella lo hubiera tomado en serio y lo mirara de arriba abajo. Estaba poniéndose nervioso.
– Dicen que eres implacable, y que en los negocios no hay nada que te detenga.
– Tú también eres una mujer de negocios.
– Así es.
– ¿Pero tienes límites?
– Imagino que igual que tú.
– Como las sanguijuelas.
– Como tú digas -ella sonrió y el ambiente se relajó un poco-. ¿Eso quiere decir que no vas a atravesar el pantano como un verdadero héroe?
– Puedo ver todo lo que necesito ver desde aquí arriba -dijo él con dignidad, y el sonido de la risa de Molly lo perturbó de nuevo.
El pantano era la peor parte de toda la finca. El resto era mágico. Lo rodearon y tomaron rumbo al prado que lindaba con las dunas y el ganado recorría los pastizales. Parecían los animales más felices que Jackson había visto nunca, y pensó, «Y por qué no sería muy feliz si estas tierras me pertenecieran».
Llegaron hasta la arena sin decir ni una palabra. Ambos se encontraban relajados en silencio. Jackson se dirigió a la orilla y comenzó a galopar. Molly lo siguió. Cabalgaron uno al lado del otro, con el agua de las olas mojándoles los pies y las gotas saladas humedeciéndoles el rostro. Cuando por fin se detuvieron, Molly estaba sofocada, pero riéndose de pura felicidad.
– Ha sido maravilloso.
– No aprendiste a hacer eso con una vaca.
– Al final, conseguí un caballo -admitió.
– Entonces, ¿qué diablos estás haciendo en la ciudad?
– Trabajo en la ciudad.
– Tienes todo el aspecto de ser una mujer de campo.
– Vaya, gracias. Pensé que había ocultado mejor mis orígenes.
– Nosotros también tuvimos una granja -le dijo él-. Cuando yo era un niño. Mi madre tenía unas tierras al norte de Perth y yo pasaba todo el tiempo que podía allí. Y uno no pasa un montón de años en una granja sin aprender a diferenciar a una urbanita de una… -¡vaya! ¿Adónde los llevaría esa conversación? «Los negocios. Baird, céntrate en los negocios»-. De una mujer de campo -admitió. Y al ver la expresión pensativa de su rostro, se quedó dudando. ¿Estaría ella sintiendo lo mismo que él? ¿Qué pasaría si él…? «Los negocios!»- Desde los acantilados veremos toda la zona -dijo Jackson, y se echó a un lado-. Será un buen sitio para comer.
– Estoy segura -dijo ella-. Vamos, MacDuff, guía el camino.
Pero la tensión no disminuyó.
«Yo no reaccionaba de esta manera con las mujeres», pensó él mientras se terminaba uno de los sándwiches que Doreen les había preparado. Molly lo había abandonado en la manta de picnic. Se había alejado un poco para que él pudiera admirar el paisaje espectacular. Debería estar concentrándose en él en lugar de pensar tanto en ella.
Maldita sea, él nunca era así con las mujeres. No le hacía falta ser así. Siempre había tenido a una mujer a su lado, desde que tuvo su primera cita, a los quince años. La combinación de dinero, poder y atractivo, era algo a lo que pocas mujeres podían resistirse. Y después del último desastre…
«Ten cuidado», se dijo, pero después pensó: «Quizá una pequeña aventura no me haga daño». Molly no era una adolescente. El brillo de sus ojos le indicaba que era consciente de sus cualidades y que lo admiraba. No era tonta. No se haría una idea equivocada como…
¡Guau!
– Hay un poco de vino aquí -dijo Jackson para dejar de pensar en ello. Ella estaba a unos metros de distancia, sentada en la rama de un árbol bajo. En la lejanía se veían los pastos y el agua del río deslizándose hasta el mar. El sol le daba en la cara y su mirada transmitía tranquilidad.
«Cómo podía describirla. Es como si estuviera hambrienta», pensó él. «Pero no de comida, sino de vida». Parecía querer absorber cada minuto de ese momento, y que durara toda una vida.
– No necesito vino -dijo ella-. No necesito nada -añadió sin cambiar la expresión de su rostro.
– ¿Por qué trabajas en la ciudad? -preguntó Jackson con curiosidad-. Es evidente que te encanta estar en el campo.
– La casa de Sam está en la ciudad.
– ¿Te mudaste allí cuando murieron sus padres?
– ¿Tú no lo habrías hecho?
La pregunta lo desconcertó. ¿Lo habría hecho? No estaba seguro. Como hijo privilegiado de una familia adinerada nunca había tenido que hacer el tipo de sacrificio que Molly estaba haciendo.
– Los niños se adaptan enseguida a los cambios -contestó-. Imagino que estabas viviendo en el campo cuando ocurrió el accidente. ¿No podía haberse ido Sam a vivir contigo?
– Lo intenté -dijo ella-. Fue un desastre -¿Debía contarle toda la historia de Michael? De ninguna manera. Había cometido el error de amar a un cretino y darse cuenta de ello había significado una tragedia. No podía vivir en el mismo pueblo que Michael-. Los padres de Sam vivían en un lujoso apartamento de la ciudad y él va a un colegio allí. Necesitaba que todo siguiera igual en su vida, así que me mudé.
– ¿Pero no es…
– ¿Te has fijado en la capacidad productiva de estos pastos? -preguntó ella cambiando de tema-. Es impresionante. Nunca había visto cifras similares en campos no dedicados a la industria lechera, y eso es sin añadir nutrientes a los pastizales… algo que no se ha hecho desde hace años. Si quisiera invertir en superfosfato…
– Invertiré en superfosfato.
– ¿Quieres decir que vas a comprar la tierra? -preguntó ella con los ojos entornados.
– Si compro, invertiré en superfosfato.
– Es una gran compra.
Silencio. Entre los arbustos, un martín pescador comenzó a emitir su escandalosa risa. Desde donde estaban sentados, se podía oír el ruido de las olas, y el susurro de la brisa entre los árboles. El lugar era mágico.
– Este sitio se vendería en menos de dos minutos si saliera al mercado.
– No hay muchos compradores con el dinero necesario para comprar este sitio.
– Yo conozco, al menos, cinco -dijo ella-. ¿Quieres que te los nombre? Si decides no comprar, contactaré con ellos en segundos. Ellos no saben que está a la venta, si no estarían llamando a nuestra puerta.
Él sonrió compungido.
– Sabes presionar muy bien.
– Es mi trabajo -dijo con una sonrisa.
– ¿Vender granjas?
Molly dejó de sonreír.
– Sí.
– Pero ahora vendes propiedades en la ciudad. ¿Eso te gusta?
– Por supuesto que sí.
– No lo creo. Eres una mujer que has nacido y crecido en el campo. Hasta yo me doy cuenta de ello.
– Bueno, ¿y tu?-preguntó ella tratando de cambiar el rumbo de la conversación-. Pasaste gran parte de tu infancia en una granja. ¿Por qué estás pensando en comprar este lugar? ¿Quieres regresar a tus raíces?
– Podría decirse que sí.
– Por lo que sé, pasas mucho tiempo en el extranjero.
– Hasta ahora.
– Así que estás pensando en asentarle aquí -la idea le resultaba atractiva. Ese hombre y ese lugar parecían hechos el uno para el otro. El se apoyó contra una roca y los rayos del sol acariciaron su rostro mientras contemplaba los pastos y el mar. Parecía tranquilo. Como un hombre que regresa a casa.
– Quizá -dijo él al fin.
– ¿Estás pensando en casarte?
Se puso muy serio.
– ¿Por qué lo preguntas?
– No lo sé -Molly se encogió de hombros. Después de todo, no era asunto suyo-. Imagino que cuando un hombre piensa en asentase…
– Y a la señora Gray le gustaría tener una familia aquí…
– Además -ella sonrió-. Espero que la complazca. Al fin y al cabo, es muy importante mantener a los empleados contentos.
– ¿Teniendo una familia? De ninguna manera. Ni siquiera por los Gray. Quizá, te pida prestado a Sam de vez en cuando.
– A él le gustaría.
– Entonces, a pesar de que vivís en la ciudad, ¿Sam no está contento?
Ya estaban otra vez hablando de la vida de Molly, y no deberían. El era un cliente, y ella sabía que no debía mezclar los negocios con el placer. Tenía que mantenerlos completamente separados.
Pero era tan tentador hablar de Sam. Ella se preocupaba mucho por él, y la mirada de los ojos grises de Jackson indicaba que él estaba realmente interesado.
– No -suspiró ella-. No es feliz. Supongo que no puedo esperar que lo sea… sus padres murieron hace apenas seis meses. Pero… -se calló y se mordió el labio inferior. A él no podía importarle de verdad.
Pero parecía que sí le interesaba.
– ¿Cómo se hizo las moraduras que tiene en la mejilla?
– Se enfrenta al mundo.
– ¿Puedes explicármelo mejor?
Aunque no fuera algo sensato, Molly sentía muchas ganas de contarle sus preocupaciones a Jackson.
– El es demasiado pequeño -dijo ella-. Es el más bajito de la clase, pero no se achanta por ello. Siempre se defiende, pase lo que pase. Si un chico más grande lo empuja, Sam le devuelve el empujón, sin pensar en las consecuencias… y siempre sale perdiendo. La escuela no es muy buena, pero no puedo permitirme cambiarlo a otro colegio.
– ¿Problemas económicos?
– Mi hermana y su marido no creían en los seguros. Y vivían a todo trapo. Dejaron muchas deudas.
– Ya veo. El niño es mucha responsabilidad.
– Eso es.
Ambos se quedaron en silencio otra vez. Pero era diferente No había tensión en el ambiente. Era como si ambos supieran lo que el otro estaba pensando.
«Parece un amigo», pensó Molly. Era como si le hubiera ofrecido la amistad en un lugar extraño, pero era amistad, al fin y al cabo. Había percibido preocupación.
en su tono de voz, y tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Aquel hombre tenía la capacidad de afectarla. ¿Y por qué? Porque era grande, atractivo, amable y… ¡Y millonario… o multimillonario Como tal, estaba fuera de su grupo. Incluso como amigo. Los hombres como Jackson no eran amigos. Si eran algo, eran problemas. Molly se levantó para recoger las cosas de picnic…
– Es hora de que nos vayamos. Todavía queda mucho por ver.
– Es cierto -pero Jackson no dejaba de mirarla, pensativo.
– Pues ayúdame -dijo ella-. No va a caber todo en mi alforja.
– ¿Pero no eres mi sirviente? -preguntó él en tono de broma, y Molly se sonrojó.