Capítulo 8

La inesperada llamada de Michael no ayudó a que el humor de Molly mejorara.

«Es extraño», pensó Molly. Hasta el viernes había pensado en Michael una docena de veces al día. Y de pronto, era como si hubiera dejado de existir. Y no era Michael el que la alteraba.

Jackson los había acompañado a buscar un taxi en el aeropuerto.

– Hasta mañana -le había dicho y, como despedida, le cubrió los labios con un dedo-. Que duermas bien.

El roce de su dedo permanecía en su memoria. Llamaron a la puerta y se dirigió a abrir. Aquella noche parecía mágica, y sospechaba que podía suceder cualquier cosa.

Pero no era Jackson. Angela estaba en la puerta, tal y como le había prometido. Parecía que estaba indignada.

– ¿Quieres echarle un vistazo a esto? -le preguntó a Molly mostrando un periódico-. Oh, y yo que tenía unos planes maravillosos.

– Yo… ¿Qué? -Molly dejó pasar a su amiga.

– Ese hombre no es lo que parece. Me había hecho ilusiones. Ya estaba planeando la boda, la luna de miel con limusinas y mansiones… ¡y mira! Resulta que está comprometido.

– Um… ¿Guy está Comprometido? -todo le parecía una locura.

– No. No me gustaría que Guy encontrara a otra. ¡Ese hombre! ¿Sabes lo que se puso para la fiesta de los años veinte? Un traje de chaqueta, cuando yo me esforcé tanto para encontrar un vestido. Y ni siquiera se puso zapatos blancos.

– ¿Ahora qué? -Angela ondeaba el periódico como si fuera una bandera y Molly no podía leer nada-. Si no estabas planeando tu boda, ¿qué boda planeabas?

– La tuya, por supuesto. Con Jackson Baird -se quejó Angela-. Pero resulta que está con una mujer que se llama Cara…

«No debería importarme», pensó Molly, y en cierto modo no le importaba. Se sentía confusa.

– ¿Me dejas verlo? -dijo al fin, y Angela la miró asombrada. Su rostro seguía colorado, como si estuviera indignada, pero al ver que Molly no reaccionaba como ella había esperado, comenzó a preocuparse. Se suponía que aquello era una broma… pero no tenía nada de gracia.

Todo era más serio de lo que creía.

– Página tres -dijo Angela.

Y Molly leyó la noticia.

Se rumorea que Jackson Baird ha pasado el fin de semana mirando una de las mejores granjas de New South Wales, con intención de comprarla para instalar su base en Australia. Baird, conocido por habitar en áticos lujosos, está buscando una finca en el campo para compartirla con Cara Lyons, famosa modelo internacional amante de los caballos. Los mantendremos informados. No se pierdan esta sección.

– Idiota -dijo Angela, pero la indignación había desaparecido.

– No hay motivos para llamarlo idiota. Tiene perfecto derecho a compartir su propiedad con quien quiera.

– ¡Pero no a decírnoslo!

– No es asunto nuestro.

– No. Pero… Pareces… diferente -comentó Angela-. ¿Te has acercado a ese hombre?

– Oh… sí.

– ¿Te ha besado?

– Puede que lo haya hecho -al ver la expresión de Angela, sonrió-. Bueno, ¿y por qué no? Imagino que habrá besado a miles de mujeres.

– ¿Y algo tan insignificante cómo otra mujer no debería interponerse en su camino?

– Supongo que no.

– Estás chiflada.

– Soy una mujer de negocios -dijo Molly-. No sé qué pretendes. Cualquier relación entre nosotros está fuera de duda.

– Pero él te ha besado -Angela respiró hondo-. Molly, me moriría por que me besara un hombre como ese.

– Estoy casi segura de que no.

– Yo estoy segura de que sí.

La firmeza del tono de Angela hizo que Molly se sorprendiera.

– ¿Tienes problemas con Guy?

– Nada que una pequeña aventura con Jackson Baird no pueda solucionar -dijo Angela con amargura-. ¿Y tú también lo besaste?

– No es asunto tuyo.

– ¿Pero no sería maravilloso…? -suspiró, y decidió cambiar de táctica-. ¿Conseguiste la venta?

– Conseguí la venta.

– Y Trevor, ¿lo sabe?

– Lo llamé antes de salir de la granja.

– Estará encantado. Pero… ¿Volverás a verlo?

– ¿A quién? ¿A Trévor?

– Sabes muy bien a quién me refiero.

– Mañana. Para comer.

– Oh, Molly.

– Con la propietaria de la granja. Y, según esto, quizá con una mujer llamada Cara -Molly miró la foto de Cara en el periódico y pensó, «Guau ¿Cómo voy a competir con alguien así?»

No podría. Así de sencillo.

– Oh. Bueno, siempre puedes empezar a partir de ahí.

– Él se marcha el martes a Estados Unidos…, eso es pasado mañana.

– Pues date prisa.

– ¿Quieres dejar el tema?

– Pero lo has besado.

– Creo que ni el matrimonio impediría que Jackson besara a otras mujeres -dijo Molly-. Ese hombre es tremendamente…

– ¿Tremendamente?

– Tremendamente atractivo -ya lo había dicho. Se sentó frente a Angela y continuó-. Ayuda.

– ¿Ayuda?

– Necesito ayuda. Estoy en un lío.

– En un lío -dijo Angela-. ¿En qué tipo de lío?

– Me he comportado como una estúpida.

– ¿Por?

– Porque creo que me he enamorado -se sinceró con su amiga-. Lo sé. Estoy completamente chiflada. Y tengo tan pocas posibilidades de atraer a ese hombre como de volar, pero es lo que hay.

– Oh, Molly.

– Y ni siquiera es un hombre sensato, como Guy. No tiene nada que ver conmigo. El es…

– Sabes, ser sensato no es tan maravilloso -interrumpió Angela-. Creo que ser insensato es mucho más interesante.

– No cuando él está comprometido con otra persona.

– No sabemos qué tipo de compromiso tienes.

– Van a comprar una granja juntos.

– Eso sí.

– ¿Se te ocurre algo?

– Estoy pensando. Desde luego, con tu estupendo Jackson y mi aburrido Guy, pienso tanto que voy a estallar. ¿Por qué no nos enseñan estas cosas en la escuela de venta inmobiliaria? Cómo evitar a los contables y atrapar a los clientes ricos.

– Atrapar a clientes ricos que no estén comprometidos. Eso es imposible.

– Podemos intentarlo -miró a Molly-. Tú puedes intentarlo. Mañana.

– Sí claro. Mañana lo veré sabiendo que está comprometido con otra mujer. ¿Crees que debo intentar que se enamore locamente de mí?

– No puede estar tan comprometido si te besó -pero Angela no parecía convencida.

– Lo suficiente como para comprar una granja a medias. Y no te olvides de que yo tampoco estoy libre y sin compromiso. Tengo que cargar con un niño pequeño.

– ¿Estás enamorada?

– Sí, Lo estoy.

– Chica, tienes un problema peor que el mío. O igual.

– Angela miró el anillo de diamantes que llevaba y se lo quitó. Lo dejó sobre la mesa y lo miró con odio-. Ahora somos dos con problemas. Hablemos de solidaridad. Si tú estás triste, yo también. Guy es el hombre más aburrido de la tierra y no pienso volver a ponerme ese anillo hasta que no haga algo extravagante.

– ¿Como qué?

– Como… como besarme como si me quisiera de verdad. Como llevar tirantes que no hagan juego con la corbata. Como no atarse los zapatos tal y como, le enseñó su abuela. O no invertir todo el dinero que gana en fondos seguros, o cambiar su aburrido coche por una luna de miel en las Bahamas. No sé. ¡Cualquier cosa! Con tal que no sea previsible.

– Eso no va a suceder -le dijo Molly.

– Lo que necesitamos es algo para gente desesperada -dijo Angela. Se puso en pie y tiró sus llaves sobre el aparador-. Me voy al supermercado, y voy andando porque creo que lo que voy a comprar sobrepasará el limite legal de bebidas alcohólicas.

– ¿Qué vas a comprar?

– Licor irlandés, helado de Tía María y un paquete gigante de Tim Tams -le dijo-. Eso hará que olvidemos a los hombres. Ya verás.

Molly abrió un ojo y lo cerró de nuevo. «Ha sido un error», pensó, «no tenía que haberlo hecho».

– ¿Molly? -era Sam. Estaba inclinado sobre ella, abriéndole un párpado-. ¿Estás ahí?

– No -contestó ella, y se rió.

– Sí que estás. Angela estaba dormida en el salón. También me dijo que no estaba allí, pero sí que estaba. Y no habéis fregado los platos. Hay un cartón de helado vacío, y creo que no es justo porque yo no he tomado nada, pero no os terminasteis los Tim Tams, así que me he comido siete para desayunar. Y ahora, vamos a llegar tarde.

«Oh, cielos», Molly miró el reloj’. «¡Qué tarde! Sam debería estar en el colegio».

Pero era la primera vez que se levantaba tarde en los seis meses que llevaba cuidando de él. Quizá no era para tanto. Miró a su sobrino y le dijo:

– Sam, ¿tú crees que podrías estudiar mucho y llegar a ser neurocirujano aunque yo declare esta mañana como día festivo?

Sam se quedo pensativo y sonrió.

– ¿Y por qué es día festivo? -preguntó.

– Es el Día Internacional de la Rana -improvisó Molly, y la risa del pequeño invadió la habitación.

– Qué tonta.

– Sí, y también corro el riesgo de que me despidan. Aunque haya hecho la mejor venta del mundo -se sentó y se frotó los ojos-. Lo siento, bonito. ¿Llevas mucho tiempo levantado?

– El señor Baird me despertó.

– ¿El señor Baird?

– Llamaron al timbre y fui a abrir -le dijo-. Está aquí, y ha traído una casa para las ranas. En piezas. Tenemos que montarla. Está en el salón. Angela estaba allí, pero cuando hice pasar al señor Baird, dijo: ¡Córcholis! Y se fue a mi habitación. Está en mi cama, tapada con las mantas hasta la cabeza. ¿Crees que el señor Baird me dará otra clase de natación?

– Lo dudo -la tentación de irse con Angela era muy fuerte-. Um… el señor Baird, ¿está aquí todavía?

– Claro que sí. Con su regalo. Las patas de la casita para ranas están en el suelo del salón y yo lo he ayudado a leer las instrucciones. Queremos saber dónde podemos ponerla, porque el señor Baird dice que una vez montada es más difícil moverla. Así que me dijo que era mejor que te despertara, aunque tuvieras resaca -miró a su tía fijamente-. Eso es lo que dijo. ¿Tienes resaca?

– No. ¡Sí! -Molly miraba a su sobrino como si fuera un bicho raro-. ¿Está ahí fuera?

– Sí.

– Dile que se marche.

– Dímelo tú -Molly descubrió que Jackson estaba en la puerta con una amplia sonrisa-. ¿Pero no sé por qué quieres que me vaya?

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Esa no es una manera educada de saludar a un invitado. Y menos a un invitado que ha traído un regalo.

– ¿Qué regalo?

– Ya te lo he dicho. Ha traído una casa para las ranas -le explicó Sam-. Es un estanque enorme, pero no vamos a llenarlo de agua hasta arriba. Tiene una cascada, y rocas para que las ranas se tumben. Pero no podemos ponerle las patas. Guy dice que parece que estemos construyendo el Taj Mahal.

– ¿Guy?

¿Qué diablos hace aquí el novio de Angela?»

– Hola -Guy la saludó desde detrás de Jackson, y Molly se quedó boquiabierta.

– Guy…

– Ese soy yo -el hombre esbozó una sonrisa.

– ¿Angela sabe que estás aquí?

– Sí, pero se ha encerrado en la habitación -le dijo-. Está enfadada conmigo porque no quiero ponerme zapatos blancos. Zapatos blancos, por favor. Entonces, cuando me puse a hablarle de la boda y le dije que mis hermanas tenían que ser las damas de honor, comenzó a decir no se qué de fugarse. No entendí ni una palabra. Se fue, y llevo buscándola todo el fin de semana. Sam dice que está aquí, pero que no quiere hablar conmigo. Molly, ¿por qué ha dejado el anillo de compromiso sobre la mesa del salón y no lo lleva puesto?

Aquello era demasiado para Molly.

– No lo sé. Marchaos. Todos -estaba cubierta con la sábana y el albornoz estaba demasiado lejos para ponérselo.

– Hemos tenido una buena noche, ¿no? -preguntó Jackson.

– Sobre todo tú -espetó ella-. Fuera de mi habitación. ¡Ahora mismo!

– No nos quiere -Jackson agarró a Sam por el hombro, y Molly sintió que le daba un vuelco el corazón- Sam, nos están rechazando.

– Al menos, ella no se ha quitado tu anillo -le dijo Guy apesadumbrado, y Jackson asintió.

– Eso sí. Supongo que podía haber sido peor. Molly, ¿dónde quieres que pongamos la casita para las ranas?

– ¡No quiero una casa para ranas! -gritó Molly.

– ¡Mol1y! -exclamó Sam asombrado.

– Claro que la quieres -dijo Jackson-. No puedes seguir utilizando el suelo del baño. Un día vais a pisar alguna. O… -sus ojos brillaban con diversión-. Puede que se metan en el váter. ¿Has pensado en eso? Sería una catástrofe medioambiental si llegaran a las alcantarillas.

«Si al menos dejara de reírse». Molly apretó los dientes.


– Lárgate o gritaré.

– ¿Por qué vas a gritar? -preguntó Sam. Molly estaba muy enojada. ¿Cómo iba a salir de aquella situación?

Pero Jackson cedió. Riéndose, agarró la mano de Sam y lo sacó de la habitación. Empujó a Guy para que hiciera lo mismo.

– Esperaremos en el salón mientras te preparas para recibir a la visita -le dijo-. Entretanto, Sam… a menos que quieras ver cómo tu tía sufre un ataque, algo que puede ser un poco arriesgado, te aconsejo que nos larguemos.

– ¿Largarnos?

– Deja que tu tía Molly se recupere.

– ¿Angie? -no hubo respuesta- ¡Angela! -Molly se había puesto el albornoz y peinado el cabello. Estaba un poco más respetable, pero necesitaba apoyo para entrar en el salón. La cena de la noche anterior había sido idea de Angela, así que ella tenía que ayudarla a enfrentarse a las consecuencias-. ¡Angie! -intentó abrir la puerta de la habitación y vio que estaba cerrada con pestillo-. Sal de ahí. Me niego a enfrentarme a esto yo sola -metió una horquilla en el agujero del pomo y abrió la puerta.

Pero Angela no estaba dentro. Solo había una cama vacía y una ventana abierta.

Molly se asomó por la ventana, a tiempo de ver a su amiga corriendo calle abajo. Llevaba la misma minifalda de la noche anterior e iba abrochándose la blusa por el camino.

– ¡No me hagas esto! -le gritó a Angela. En ese momento, un taxi se detuvo junto a Angela y esta se subió deprisa. Su amiga la había abandonado sin mirar atrás-. Oh, Angela, ¡traidora!

Entonces, se dirigió a la puerta del salón.

Socorro.

No tenía elección. Tendría que enfrentarse a la situación. Sola.

Le resultaba más fácil centrarse en Guy que pensar en Jackson. Jackson y Sam estaban mirando el plano de construcción, pero Guy estaba de pie, junto a la mesa de café, mirando el anillo de compromiso como si fuera el fin del mundo.

– Diablos -agarró el anillo y lo miró. Después, le preguntó a Molly-. ¿Angie está todavía ahí?

– Se ha marchado -contestó ella, negando con la cabeza. Guy suspiró. «Puede que sea un contable aburrido, pero me da pena», pensó Molly-. Quizá deberías ir a buscarla -le sugirió.

– No me dejará entrar en su apartamento. Estaba convencido de que estaba en casa, pero no ha abierto la puerta en todo el fin de semana.

– Sabes, Guy, puede que tengas ventaja -le enseñó las llaves que Angie se había dejado en el aparador-. Estas son sus llaves.

– ¿Sus llaves? -preguntó Guy.

– Son las llaves de su coche y las de su casa. Se las ha dejado aquí -trató de sonreír- Así que, tiene un problema. Su bolso también está aquí. Y ha tomado un taxi. No tendrá dinero para pagar y no podrá entrar en su casa. Guy, si pensabas tratar de recuperarla, ahora es el momento.

Guy se quedó pensativo, y Jackson estaba mirándolos.

– No lo entiendo.

Molly sonrió.

– Guy, ¿tienes que entender cómo ser un héroe?

Silencio. Al final, agarró el anillo de compromiso. Después, miró a Jackson y a Sam.

– Si podéis pasar sin mi ayuda…

– Nos las arreglaremos sin ti -dijo Jackson, y miró a Molly con curiosidad-. Sin llaves y sin dinero. Angie necesita más ayuda que nosotros.

– ¿Guy? -Molly lo llamó con suavidad y él se detuvo para mirarla.

– Si quieres un consejo, deja de pensar en las damas de honor, cómprate un par de zapatos blancos y, de camino, para en la floristería.

– ¿Quieres decir que le compre un ramo de flores?

– No, Sam, no me refiero a un ramo. Lo que Angela quiere es una declaración. Tienes que comprarle un coche lleno de flores. O un camión, por ejemplo.

– ¿Qué…? ¿Por qué?

Ella suspiró.

– Guy, se ha dejado su chaqueta aquí y hace frío. Estará sentada en la entrada, sintiéndose sola y lamentándose -«¿que estoy haciendo?», pensó Molly. Aquella debía de ser la mejor acción de toda su vida adulta. Angie la había metido en ese lio. No se merecía su ayuda.

Sin embargo…

– Lo que necesita es un héroe montado en caballo blanco -le dijo-. O que le regales suficientes flores como para cubrirse con ellas.

– Me parece un poco excesivo -dijo él, y Molly sintió ganas de atizarle con una pata de la casita para ranas.

– Perfecto. Sigue así de aburrido. Verás a dónde te lleva.

– ¿De verdad crees que eso funcionaría?

– De verdad.

Guy suspiró.

– Entonces, lo haré.

– Perfecto. Oh, y… ¿Guy?

– Intenta que parezca que ha sido idea tuya… y si alguien de los aquí presentes le dice que no ha sido así…

– Um… vale.

Molly sonrió y abrió la puerta para que se marchara.

– Ve por ella, chico. James Bond al rescate.

– ¿Señor Bond…? -Jackson se puso en pie y sonrió a Guy-. Sam va vestido de uniforme -dijo-. ¿Eso significa que deberías estar en el colegio, Sam?

– Así es -dijo el niño-. Pero no importa si llego tarde porque le he prometido a Molly que aún puedo ser neurocirujano y Molly me dijo que es el Día Internacional de la Rana.

– ¿El Día Internacional de la Rana? Muy original. Pero, Sam, para ser neurocirujano hay que estudiar mucho. Tienes todo preparado para ir al colegio?

– Sí -admitió Sam-. Pero no hemos terminado la casa de las ranas.

– Yo la terminaré. Guy, ¿qué te parece si llevas a Sam al colegio antes de ir a rescatar a tu damisela?

– Pero…

– Molly te ha dado la clave para el rescate. Le debes un favor.

Guy cedió enseguida.

– Claro. Por supuesto que puedo. Vamos, Sam.

– Estupendo -Jackson sonrió y abrió la puerta-. Hasta luego, entonces. Conduce con cuidado. Marchaos a rescatar damiselas en apuros. ¿Qué mejor manera de enfrentarse al mundo?

Guy y Sam desaparecieron por el pasillo. Jackson cerró la puerta y se volvió para mirar a Molly.

Загрузка...