– Necesito que te quedes un tiempo con Archie. Te juro que no será mucho tiempo, Laura. Yo tengo que encontrar un sitio donde vivir. Roger… no quiere al niño. Pero sí a mí, y hasta que pueda encontrar un sitio donde escondernos los dos y estar a salvo…
– ¿Puedes sentarte un momento? Sabes que me quedaré con el niño y te ayudaré en todo lo que pueda. Eres una burra si creías que me lo tenías que preguntar. ¿Pero por qué no me dijiste que tenías problemas?
Deb no dijo nada.
– Oh, Dios, ¿Te hizo ese cerdo esa herida en el cuello?
– Estoy bien, Laura.
– No lo estás. Y no quiero que vayas a ninguna parte. Tú y Archie os quedaréis conmigo y…
– No.
Deb había vuelto a salir al oxidado coche azul y no dejaba de llevar bolsas con pañales, comida, ropa, un cochecito, un parque, una cesta llena de juguetes… Cada vez que Deb salía, miraba la calle como si esperara que alguien la siguiera. Cada vez que volvía, estaba más pálida y nerviosa.
– No irás a ninguna parte -repitió Laura con más firmeza.
– No puedo quedarme. Me niego a meteros a ti y a papá en esto, y la casa de mi familia sería el primer lugar donde Roger me buscaría. También tengo que pensar en Archie, aunque honestamente no creo que Roger venga a por él. Ahí fue cuando todo se estropeó, cuando yo me quedé embarazada. El no quiere al niño y difícilmente podría perseguirme si fuera cargado con un bebé. Oh, Dios, espero que Archie esté a salvo aquí…
– No te preocupes por eso ahora. El niño estará perfectamente conmigo. Le echaré aceite hirviendo al que le ponga un dedo encima a mi sobrino.
Deb sonrió débilmente y luego le dio un abrazo.
– Siempre me gustó ese lado violento en ti. ¡No sabes cuánto te he echado de menos! Y siento mucho aparecer en tu puerta con este problema…
– No son problemas. Eres mi hermana y te quiero, boba. Deja que te ayude, por favor. Llamaremos a la policía y a un abogado…
– Ya he estado en la policía y en los abogados. He rellenado los papeles del divorcio y hay una orden para que no se acerque a mí. Pero para Roger sólo son papeles. No se puede detener a un hombre con el genio descontrolado con unos papeles. Lo sé.
– Deb…
– Cuida bien a Archie por mí, porque no podría soportar que me echara de menos. Prometo que volveré a por él lo antes posible.
– Deb…
Pero Deb se marchó, rápida como un rayo. Cuando se cerró la puerta, el vestíbulo se quedó muy silencioso, y Laura se encontró mirando los montones de bolsas y parafernalia que había dejado. No podía asimilarlo todo. Su hermana había sido denigrada. Tenía tanto miedo de ese cerdo con el que se había casado que estaba huyendo y escondiéndose. Laura intentó absorber la información, creerla, pero le parecía una pesadilla.
Eso no podía estar sucediendo. Las mujeres Stanley nunca habían tenido vidas melodramáticas. Deb era preciosa, dulce, generosa y amable con todo el mundo. Nadie podía hacerle daño. Laura se pasó una mano temblorosa por el pelo, dándose cuenta de repente de todo lo que no le había preguntado. No tenía modo de ponerse en contacto con Deb ni forma de saber dónde estaba o si tenía bastante dinero.
– ¿Laura?
Levantó la cabeza, atontada, y vio a Will con un vaso en la mano.
– He calentado un poco de coñac. Sé que no te gusta, pero quiero que bebas un poco.
Ella lo hizo. Le quemó la garganta, pero no le ayudó.
– Will… no he podido detenerla.
– Lo sé. Nadie podría haberlo hecho.
– Pero estaba asustada.
– Lo he visto.
– No sabía que Roger fuera tan cerdo. Pero imaginé que algo iba mal. Cuando hablábamos por teléfono no parecía la misma. ¡Debí haber hecho algo!
– Sabes que no hay modo de ayudar a alguien que no quiere admitir un problema.
Laura gesticuló violentamente.
– Voy a matarlo con mis manos. Si ese asqueroso aparece… No puedo soportar no saber dónde va Deb o si está a salvo.
– Ya nos enteraremos -le dijo Will con voz reconfortante-. En esto no vas a discutir conmigo de dinero, ¿verdad? Porque podemos hacer muchas cosas por tu hermana. Podemos intentar averiguar qué ayuda legal ha recibido hasta ahora y localizar al hombre. Si ella está viajando con tarjetas de crédito, podemos usar un detective privado para encontrarla y también hay muchas formas de protegerla. Formas legales y financieras, igual que contratar a una agencia de seguridad.
Ella lo miró a los ojos. En algún momento durante el ciclón, Will también intentó hablar con su hermana, pero se quedó callado. Quizás intuyó que su hermana no podría escuchar a un extraño en ese momento, y menos a un hombre. Era típico de Will no haberse entrometido, pero no se había perdido detalle. No era el tipo de hombre que le daba la espalda a los problemas, sino que adoraba los problemas y los retos.
– Deja que lo haga, Laura. No quiero oírte hablar de orgullo y de dinero con un problema así.
– No lo oirás. Esto es para mi hermana, no para mí. Oh, Will, ¿no podemos contratar a una docena de matones?
– No se me había ocurrido… matones. ¿Qué tal si bebes un poco más de coñac? Sé que es difícil pensar cuándo estás tan disgustada, pero si intentas calmarte un poco…
– No quiero calmarme. No quiero pensar con lógica. Quiero matones. Necesitamos una docena o dos. Para que ese cerdo no pueda encontrarla a ella ni al bebé…
El bebé. Se había olvidado completamente de él. Laura abrió mucho los ojos, y entonces le dio a Will el vaso y se fue corriendo al salón.
Archibald Merle Gerard Thompson estaba echado en el suelo junto al árbol de navidad.
Aunque tenía el corazón acelerado, Laura se arrodilló despacio, sintiéndose de pronto llena de satisfacción.
Era un nombre muy grande para un niñito tan pequeño. Deb siempre había tenido un extraño sentido del humor, pero el humor no tenía nada que ver con su extraña elección de nombres. Laura sabía que Deb había querido darle al bebé una sensación de raíces, así que había buscado un montón de nombres de abuelos y los había unido.
Pero el bebé no parecía un Archie. No se parecía a nadie de la familia… ni a nadie del universo. Era él mismo. Su pequeña carita estaba roja de miedo, pero había dejado de llorar y parecía hipnotizado con las luces de colores del árbol.
A Laura se le puso un nudo en la garganta. Nunca había tenido cerca un bebé y no sabía qué hacer, cómo darle de comer o cambiarlo. Pero amarlo no iba a ser ningún problema.
Con torpeza, le bajó la cremallera del saco en el que iba metido y le sacó. Él la miró. Tenía ojos azules. Ese azul que era más suave que el cielo y tan puro como la inocencia. Su cuerpo en miniatura era robusto y rellenito, y como un milagro, encajó perfectamente en la curva de su brazo.
Durante un momento Laura se quedó tan absorta en el bebé, que no se dio cuenta de que Will había vuelto y estaba de pie a su lado.
– Hay un parque en el vestíbulo. ¿Quieres que lo instale aquí? ¿Y llevo el resto de sus cosas al estudio?
Laura lo miró.
– Gracias -murmuró.
Era típico de Will ofrecer ayuda práctica, pero no había nada en su cara que mostrara que estuviera alterado por lo que había pasado.
Pero tenía que estar perturbado. Incluso en el momento más apasionado, nunca se olvidaba del control de natalidad, y nunca había expresado el menor deseo de tener un bebé, y mucho menos de que de pronto apareciera en su vida el bebé de un extraño.
Instintivamente, Laura apretó al pequeñín. Ella no había vacilado ni por un instante en ayudar a su hermana. Will no había puesto ninguna pega, y además todo lo que había hecho y dicho demostraba que lo entendía. Laura no tenía opción, Deb era su hermana y tenía problemas.
Pero la libertad e intimidad de su relación estaba a punto de desaparecer. Ninguno pudo imaginar que eso sucedería, y sólo sería algo temporal.
Pero Laura no sabía cómo se lo tomaría Will.
– ¡Feliz Navidad, Daniel!
Como Laura estaba ocupada en la cocina, Will hizo de anfitrión y abrió la puerta. El padre de Laura era de mejillas rojizas y sonriente, pero tenía artritis y problemas para andar. Will sabía exactamente de quién había heredado Laura su gran orgullo. Es hombre nunca pedía ayuda, pero Will rápidamente le quitó el regalo pesado de sus manos y le hizo entrar.
– Feliz Navidad a ti también. Es estupendo verte, Will -Daniel dejó su sombrero en el perchero-. No tengo que preguntar dónde está Laura. ¿Es bastante grande el pavo?
– Enorme -Will le quitó su abrigo-. Será mejor que te avise. Laura ha amenazado a cualquiera que se acerque a la cocina.
Daniel se rió.
– La verdad es que mi hija adora la Navidad y todo ese galimatías. ¿Dónde está mi nieto?
– Durmiendo junto al árbol.
Will vio a Daniel colocarse el bastón y dirigirse directamente hacia la puerta del salón, desde donde se quedó mirando al niño.
Laura llamó a su padre esa mañana para contarle lo del bebé, aunque le ofreció una versión algo distinta de lo ocurrido. Daniel sólo sabía que Deb iba a divorciarse y a mudarse; y que Laura se había ofrecido a cuidar al niño hasta que ella se instalara.
A Will no le gustó la mentirijilla. Entendía el razonamiento de Laura. Debido a la salud precaria de su padre ella quería evitarle todos los disgustos posibles. Pero Daniel seguía siendo un hombre, y no era débil mentalmente sólo por serlo físicamente. Tenía derecho a saber lo que le había sucedido a su hija y derecho a actuar. De todos modos Will no discutió con Laura. No tuvieron tiempo para discutir, ni hablar ni hacer nada durante toda la noche excepto ocuparse del bebé.
– Daniel, ¿te apetece beber algo?
– No me importaría un poco de jerez -Daniel suspiró-. No, no me lo traigas. Mi hija me mataría si tomo algo de alcohol. Se me puede subir a la cabeza y además tengo que darle el beso de feliz Navidad.
Will se quedó detrás cuando Daniel se dirigió a la cocina, pero pudo oír el sonido de voces y risas. Normalmente oía saludos, abrazos, Laura riñendo a su padre, él tomándole el pelo, conversaciones familiares… Nunca se había sentido cómodo uniéndose a ellos. Daniel siempre le había aceptado bien en la vida de su hija y nunca le había hecho preguntas incómodas o embarazosas. Pero Will nunca podía olvidarse de la sensación de no ser aceptado.
El bebé lloriqueó.
Will levantó la cabeza, primero hacia el niño y luego a la cocina, imaginando que Laura o Daniel saldrían al momento. Pero ninguno pareció oír al bebé.
Metiéndose las manos en los bolsillos, se acercó al parque. Archie. Vaya nombre ridículo para una criatura de cara arrugada y roja con extraños ojos azules que parecían desenfocados… excepto en ese momento. El bebé giró la cabeza y lo miró, directamente a él… y soltó otro gemido.
Estaba claro que él no le gustaba.
Will no le había puesto al niño un dedo encima desde que había llegado, así que no sabía por qué estaba enemistado con él. Pero lo estaba. Cuando Will aparecía, el bebé lloraba. Quizás el mequetrefe hubiera adivinado que sentía cierta inquietud y malestar hacia los bebés. Su propia madre lo abandonó a él cuando era como Archie. Y aunque esa historia no tenía nada que ver con Archie, estar cerca de un bebé le recordaba todos esos años que a él no lo quisieron, no perteneció a ningún sitio ni a nadie.
Los lloros eran cada vez más altos, pero Laura no salía de la cocina. Ni tampoco Daniel.
Vacilante, se inclinó y acarició el estómago del bebé, consiguiendo más chillidos. No podía tener hambre. Laura le había dado el biberón hacía menos de una hora.
Imaginó que debía llevárselo a Laura. No podía hacer daño al monstruito simplemente tomándolo en brazos, ¿verdad? Y así sabría lo que le pasaba. Cada vez que el enano lloró durante la noche, Laura le levantó y lo supo.
Lo levantó e inmediatamente se dio cuenta de que estaba mojado. Muy mojado. No podía sujetarlo a un metro de distancia porque Laura había dicho algo de que era necesario que le sujetaran la cabeza. Así que lo hizo, pero se dirigió a la cocina a la velocidad del rayo. Archie dejó de llorar en cuanto él empezó a correr. De hecho, el niño empezó a reírse.
En cuanto llegó a la puerta, hizo intención de llamar a Laura, pero vaciló. No era tan simple. Toda la cocina era un caos de ruido y confusión. Laura estaba parloteando con su padre. Los cazos en el fuego estaban borboteando. Daniel tenía las manos ocupadas sacando platos y fuentes del frigorífico. Salía humo del horno, donde Laura estaba inclinada pinchando el pavo.
Le parecía muy egoísta interrumpirlos cuando los dos estaban tan ocupados. ¿Pero cómo sabría qué hacer con el niño?
Su mirada se dirigió a Laura. Tenía las mejillas sonrosadas por el calor y un montón de rizos pegados a la frente. Su pelo a menudo estaba así después de hacer el amor. Había dejado los zapatos en alguna parte, y estaba corriendo por la cocina con los pies enfundados en medias. Su traje era del color rojo navideño, con falda corta y un blusón encima de una tela suave.
A Will se le quedó la boca seca. No se había puesto el colgante del zafiro, aunque sí llevaba unos pequeños pendientes de oro que él le había regalado. Pero él sospechaba que sólo los llevaba porque él mintió y le dijo que eran falsos y no de oro auténtico. Era una testaruda. Si le dejara, él la habría llenado de joyas.
Seguía deseándola desde que la noche anterior fueron interrumpidos. Pero él sabía que ella no había esperado esa crisis familiar, conocía su amor hacia su hermana y su padre y no había duda de cuáles debían ser sus prioridades. Era sólo que verla agachada con la suave falda ceñida a sus preciosas nalgas…
Archie le dio un tortazo en la cara. El acto no fue deliberado. El bracito se movió a ciegas y le dio casualmente, directamente en la nariz.
Eso le recordó que aún seguía mojado. Se dirigió al estudio. No había una habitación en esa casita que fuera lo suficientemente grande para respirar en ella, pero el estudio era lo más pequeño. Sólo cabía una televisión, una mesa y un viejo sofá. La primera vez que hicieron el amor fue en ese sofá, pero en ese momento ni siquiera se veía la tapicería. Las cosas del bebé estaban por todas partes.
Archie volvió a llorar. Will lo dejó encima de una manta mientras rápidamente buscaba los pañales y ropas. Archie lloró más alto.
– Confía en mí, sabré hacerlo… Bueno, ¿quieres ponerte esta cursilada blanca con el payaso o el pijama verde con el futbolista?
Parecía que el mequetrefe no iba a tomar ninguna decisión. De hecho empezó a soplar pompas de saliva por la boca. Alarmado, Will empezó a quitarle el pijama húmedo. El niño dejó de armar jaleo en cuanto estuvo medio desnudo. Will le quitó el pañal mojado y ya no supo qué hacer.
– Podrías ayudar un poco. Esto de los pañales no es nuevo para ti y tu madre no nos dio un manual a los demás. Imagino que hay que limpiarte de algún modo, ¿verdad? Y luego otro pañal limpio. ¿Te parece eso bien?
Más pompas de saliva. Ése era el único modo en que se comunicaba el enano. Will sintió que se le empezaba a empapar la frente de sudor. A él se le daban de maravilla los ordenadores, laboratorios y fórmulas. Pero eso era diferente.
Pareció tardar una eternidad en encontrar donde dejar el pañal mojado, encontrar un paquete de toallitas húmedas y juntar la ropa limpia y un montón de pañales nuevos.
Cuando él estuvo listo, el niño no. El bebé había levantado las piernas y había dejado de llorar completamente al encontrarse desnudo y se estaba metiendo un dedo del pie en la boca.
Perplejo, Will se arrodilló y esperó. ¿Quién sabía? Quizás si le interrumpía ese ritual podría afectar permanentemente a su desarrollo.
Pero esperar no servía de nada. El niño parecía dispuesto a chuparse el pie indefinidamente. Así que Will se enderezó y empezó a ocuparse de la toallita pegajosa.
Momentáneamente se quedó distraído por la anatomía en miniatura de Archie. La anatomía masculina no le era desconocida, pero era interesante verla en esa forma encogida. De hecho, el pequeño diablo parecía excesivamente dotado comparado con el resto. Will se quedó de pronto boquiabierto. Santo Cielo, el bebé tenía una erección. ¡Una erección a su edad!
– Voy a darte un consejo. Si no controlas tus hormonas a las seis semanas de vida, tendrás muchos problemas en esta vida. Responsabilidades sexuales. Y personalmente creo que la gente debería tener mucho más cuidado para no traer al mundo bebés que no quieren. Es horrible para el pequeño, créeme. Lo sé.
A Will le pareció un buen consejo. Y sorprendentemente, el bebé pareció estar escuchándolo, porque dejó de chuparse el dedo y lo miró con seriedad.
– ¿Estás preparado ya para el pañal?
Will no lo vio llegar. Nunca imaginó el método que elegiría el niño para responderle. Él estaba inclinado sobre el bebé, buscando uno de los pañales cuando el pequeño monstruo le meó en toda la cara.