Capítulo Tres

– El pequeñín al fin está dormido -Laura entró en el salón y se dirigió directamente a Will-. No sé que habría hecho hoy sin ti.

– Yo no he hecho nada.

– Has hecho desaparecer cinco montañas de platos sucios. ¿Le llamas a eso nada? No sé por qué pierdes el tiempo en el laboratorio, haciendo esas cosas de científico, cuando deberías ganarte la vida como mago.

Will sonrió y la hizo un gesto para que se sentara a su lado. No tuvo que pedírselo dos veces. Laura se acurrucó junto a él. Will había echado las cortinas y apagado las luces. El fuego moribundo silbaba en la chimenea. Por primera vez en todo el día la casa estaba tranquila y silenciosa. Era exactamente la clase de velada íntima que los dos necesitaban.

– Me gusta tu padre.

– Yo lo adoro, pero siempre me está regañando por armar demasiado jaleo y líos. ¿Qué serían unas navidades sin jaleo? Y un bebé en la casa hace las fiestas más especiales, pero yo no tenía ni idea de cuánto tiempo y energía requería.

– Lo sé. Un bebé es un cambio impresionante y repentino en tu vida, incluso aunque las circunstancias sólo sean temporales.

Laura lo miró. Había estado todo el día intentando adivinar sus pensamientos y sentimientos hacia el niño, pero le había resultado imposible. Horas antes, Laura oyó el grito ahogado de Will desde el estudio y fue corriendo. Will se había tomado bien lo que le hizo el bebé y todos se rieron. Pero aunque ese día le había ayudado mucho con la casa, Laura había notado que mantenía una cuidadosa distancia para evitar el contacto con Archie.

Muchos hombres tenían miedo de los bebés. Y no había ninguna razón lógica por la que Will se sintiera instantáneamente unido al niño como le había sucedido a ella. Pero esperaba que sucediera. Ninguno había pedido esa repentina sorpresa en sus vidas, pero si Will tenía la posibilidad de estar cerca de un bebé, podría perder algo de su miedo hacia los niños y las familias.

Will le enroscó un dedo en un mechón de pelo.

– ¿Has pensado en tu trabajo? ¿Qué vas a hacer con el niño el lunes por la mañana?

– La verdad es que no he tenido mucho tiempo para pensar en nada. Todo ha sucedido muy deprisa.

El cansancio estaba empezando a apoderarse de ella. Apenas había dormido la noche anterior y había pasado todo el día trabajando sin parar.

– Creo que intentaré llevármelo al trabajo, al menos hasta que encuentre otra solución. No puedo dejar mi puesto.

– Si quieres sí.

– Will no te atrevas a ofrecerte a mantenerme mientras yo me quedo en casa jugando a las mamas. Mi madre no educó a sus hijas para que fueran princesas en torres de marfil.

Will le dio un pequeño tirón al mechón de pelo.

– No es un crimen necesitar temporalmente algo de ayuda económica. Se te acaba de volver todo tu mundo del revés, por el amor de Dios.

– Eso es. Archie es sólo temporal. Tardé seis años en ascender en Creighton. No tendría sentido dejarlo, especialmente cuando realmente necesito ese sueldo para cuidarlo… y para ayudar a mi hermana si puedo.

– Entonces imagino que estarás pensando en una canguro o una niñera. ¿Vas a amenazarme violentamente si me ofrezco a ayudar en eso? Necesitas a alguien deprisa. Me parece una tontería que no me dejes llamar a unas cuantas puertas para agilizarlo todo cuando es algo que podría hacer fácilmente.

Ella levantó la cabeza.

– ¿Me estás llamando tonta?

– Creo que te vendría bien librarte de una buena dosis de orgullo, y aún así tendrías más que nadie que haya conocido.

– Dios mío. ¿Es eso otro insulto? Me estás provocando.

– Lo sé.

Incluso en la oscuridad, él no tuvo problemas para encontrar su boca. Laura sabía como el mejor regalo de todos.

Ella le devolvió el beso. No había estado a solas con él en todo el día. Apenas lo había visto a solas durante un minuto desde que su hermana apareció la noche anterior.

Sus lenguas se encontraron. Laura le acarició la espalda una y otra vez. Un beso llevó a otro. La boca de Will era como seda húmeda. La necesidad surgió con furia entre ellos. Will sabía todo lo que ella podía darle. Y ella sabía que no había límite para lo que pudiera recibir.

De pronto Laura oyó un débil sonido. Lo ignoró. Siguió absorta en el roce de Will, su aroma, el sonido de su respiración ronca y grave.

El sonido se oyó de nuevo. Un sollozo. Cada vez más alto.

Archie.

Will se quedó quieto al mismo tiempo que ella. Un baño en el ártico no podría haber enfriado a Laura más deprisa. La única madre que tenía el bebé en ese momento era ella.

Will no protestó cuando ella se levantó y se marchó. El bebé la necesitaba, y seguro que Will lo entendía.


– ¿Cuál fue la razón para dejar su último empleo, señor Redling?

– Tuvimos que mudarnos. Mi padre estaba enfermo, tuvo un accidente, y somos la única familia que tiene. Madison es mi hogar natal, y espero encontrar aquí un trabajo.

Laura sonrió al joven de rostro agradable.

– ¿Sabe que no ofrecemos lo mismo que estaba ganando en Chicago?

– Lo entiendo. Pero no nos costará tanto vivir en una ciudad más pequeña. Y necesito el trabajo.

Laura sabía que él necesitaba el trabajo. El pobre estaba sudando tanto que apenas se le mantenían las gafas en su sitio. Su buena voluntad era obviamente sincera, pero en Creighton había mucho trabajo en el despacho del interventor. Laura no estaba segura de que el señor Redling aguantara mucho con el salario que ella podía ofrecerle. Juzgar la personalidad era parte del trabajo de Laura como directora de personal. Se suponía que se le daba bien.

– Señor Redling…

Él esperó a que ella siguiera, pero a Laura se le había olvidado lo que iba a decir. Dio unas palmaditas a Archie, que estaba empezando a protestar, y se levantó de la silla para poder caminar con el bebé en brazos.

Por desgracia, su diminuto despacho sólo permitía dar seis pasos de un lado a otro. El señor Redling se apartó para que ella pudiera tener sitio, pero sinceramente, la presencia de un bebé en su entrevista de trabajo pareció desconcertarlo. El teléfono sonó, más o menos la décima interrupción en la hora anterior, y entonces la cabeza de June asomó por la puerta.

– No olvides que tienes esa reunión dentro de diez minutos.

– Gracias, June. Lo sé.

Otra mentira. Se había olvidado por completo de esa reunión. Se había olvidado de lo que pensaba preguntarle al señor Redling, y si la presionaban, no estaba segura de recordar su propio nombre. En la última semana había descubierto que la oficina no era lugar para un bebé. Y además, a su jefe James Simaker se le estaba agotando la paciencia.

Y el señor Redling seguía ahí sentado con esa expresión esperanzada, y ella tenía la mente en blanco.

Se cambió el bebé al otro hombro y le ofreció una mano al señor Redling.

– He disfrutado mucho hablando con usted. Estoy impresionada con sus conocimientos y creo que encajaría bien el puesto. ¿Qué tal si los dos nos tomamos un par de días para pensarlo? Le llamaré el lunes por teléfono.

El señor Redling pareció sorprendido, pero no triste, de que la entrevista hubiera terminado. Laura se sentía aliviada de haber conseguido adoptar una actitud profesional… hasta que el bebé de pronto le vomitó en la blusa. Tuvo que correr para librarse del señor Redling, limpiarse la blusa, cambiar al bebé, calentar un biberón en el microondas del comedor y llegar a tiempo a la reunión.

A las tres estaba de vuelta en su despacho. Archie dormía felizmente en su cochecito.

En la última semana Laura se había leído tres libros sobre bebés de arriba a abajo. Todos decían que los recién nacidos dormían continuamente. Mentira. Ésa era la primera vez que Archie dormía ese día, y Laura se moría de envidia. Si no conseguía pronto dormir una noche entera, se volvería loca. Tenía un horrible dolor de cabeza cuando la llamaron por teléfono.

– Estoy intentando localizar a la mujer más sexy de Madison, Wisconsin.

Ella cerró los ojos, se relajó en su sillón y disfrutó de la primera sonrisa en todo el día.

– Ya la tienes, Montana. Y espero que tu día sea mejor que el mío.

– Pareces cansada.

– Bah, sólo un día de mucho trabajo. Estoy muy bien.

Se tocó la nariz, preguntándose si le iría a crecer como a Pinocho. Nunca antes había mentido a Will. El problema era que él había sido estupendo toda esa semana.

Laura se estaba asustando de lo maravilloso que había sido. Ella le había llevado a comprar una cuna y él no se había quejado. Le invitó a cenar y no pudo preparar nada porque estuvo ocupada con el bebé, y él terminó preparando la cena sin protestar. Y tres veces se habían encontrado medio desnudos en un momento de pasión y Archie se había despertado llorando.

Will era un hombre comprensivo, pero no era humano ser tan bueno. Laura no había oído una sola palabra de impaciencia, ni una queja. Le estaba infinitamente agradecida por su comprensión, pero sentía con cada poro de su cuerpo que Will podría sentirse excluido como una prioridad en su vida si ella no tenía mucho cuidado.

Y Laura se negaba a descuidar a Will. Hasta entonces, corriendo a la velocidad del sonido había conseguido más o menos hacerlo todo, y debía seguir así.

– La verdad es que llamo por una razón seria -dijo Will.

– ¡Oh, Dios mío! ¿Has averiguado algo nuevo sobre mi hermana?

– No. Debe estar viajando con dinero y no con tarjetas de crédito, porque hasta ahora no se ha encontrado ninguna pista. Pero tómate eso como una buena noticia, Laura. Si tenemos problemas para encontrarla es porque se esconde tan bien como su marido. Y tengo un abogado estudiando su caso, aunque tardará algún tiempo. No hay nada que podamos hacer hasta que tengamos respuestas más concretas.

Laura se frotó la frente.

– No sé cómo lo has organizado todo tan deprisa, pero gracias. Yo no sabría por dónde empezar para contratar al abogado y a los de seguridad… y no es sólo encontrarlos, sino saber qué preguntarles y todo lo demás.

– Tú tranquilízate, y verás como sacamos a tu hermana de sus problemas… Y hablando de otra cosa, he encontrado un par de niñeras para ti. Ya las he entrevistado y tienen excelentes referencias. Podrían ir a tu casa esta noche si quieres hablar con ellas.

Laura vaciló. No podía apreciar más el modo en que Will se ocupaba de todo, pero a veces olvidaba que a ella también le gustaba ocuparse de sus cosas.

– Bueno, verás… ya he quedado con una para que venga esta noche a una entrevista.

Will se quedó callado unos instantes.

– Bueno, es estupendo que tú también hayas encontrado a alguien. Pero, Laura, sé lo que piensas del dinero, y si tienes miedo de entrevistar a niñeras que están fuera de tus posibilidades…

– No. Esta mujer parece maravillosa. El dinero no tiene nada que ver.

– De acuerdo. Pero tener tres para entrevistar te dará más para comparar, ¿verdad? Bien, esta noche iré a buscarte al trabajo.

– No hace falta. Y tengo mi coche…

– Yo me ocuparé de tu coche. Creo que ya has tenido mucha presión últimamente y necesitas un descanso. Esto es una sorpresa. No le puedes decir que no a una sorpresa.


Ella nunca le podía decir que no a Will, pero movió la cabeza con disgusto cuando vio la resplandeciente limusina blanca aparcada fuera de la oficina.

No era la primera vez que Will tiraba dinero alquilándole una limusina, ni la primera vez que ella se asombraba por su costumbre impulsiva de gastar de forma escandalosa. Aún recordaba cuando fue a su apartamento. Will tenía todos los juguetes posibles. Una báscula parlante un toallero eléctrico para calentar las toallas, un estéreo que hacía que la Filarmónica de Nueva York pareciera tocar en vivo y un tren de juguete que recorría su enorme salón, con lucecitas y resoplando a través de montañas en miniatura.

Laura entendía que de pequeño no tuvo juguetes, y seguro que tampoco pensó nunca que de mayor tendría dinero. Un profesor en su duro colegio público se dio cuenta de la capacidad de Will para la ciencia. Will ganó suficientes becas para terminar sus estudios en la universidad y luego creó una empresa privada de investigación científica. Eso no duró mucho. No fue nunca el dinero lo que motivó a Will sino la sed de desafíos imposibles. Cuando empezó a patentar algunos de sus descubrimientos, el dinero le llovía. Y seguía siendo así. Will no dejaba de tener ideas que valían su peso en oro.

Se había ganado el dinero y tenía todo el derecho a usarlo como quisiera. Pero desde el principio, lo que se había gastado con ella iba más allá de la indulgencia o la generosidad. Laura tenía miedo de que él tuviera algunos sentimientos confundidos entre el dinero y la seguridad. Pero ella lo había visto en su trabajo, tenía su propio laboratorio, y se suponía que debía dedicarse a dirigir a sus empleados. Más de una vez lo había encontrado con las mangas subidas, un café frío a su lado, inclinado sobre un microscopio sin tener idea de que llegaba dos horas tarde a una cita.

El dinero no era tan importante para Will como él creía. Pero cuando se empeñaba en gastarlo, no podía detenerlo ni una avalancha.

– ¿Te gusta el cochecito para el niño?

Will le quitó todo lo que llevaba en los brazos, excepto a Archie.

– Creo que estás loco.

– Dentro hay una cena de sopa de cangrejo. Y champán. Y música de Tchaikovski. Todo eso ha sido fácil… -Will abrió la puerta y la hizo entrar-. Conseguir una mini cuna para el enano fue más complicado.

Laura vio la cunita y los cinco tipos de chupetes, de todos los colores. Y la botella de champán recién abierta en un cubo de plata con hielo. El interior del coche ya estaba caliente. Will le hizo quitarse el abrigo y los zapatos y relajarse.

Una vez ataron a Archie en su sillita, ella se quitó el abrigo y se hundió en el suave asiento de piel, aunque relajarse fue un poco más difícil. Nadie la había mimado tanto como Will. Ella nunca había tenido semejantes lujos, y tendría que ser tonta para que no le gustaran esos mimos. Le encantaban.

– ¿Le has hecho pasar un mal día, amigo? -le preguntó Will a Archie, que se echó una pompa de saliva en respuesta-. Sí, eso imaginé.

Laura sonrió.

– Ha sido bueno.

Él la miró escéptico.

– No te creo, pero gracias a Dios le gusta el movimiento. Quizás nos deje cenar tranquilos -sirvió dos copas de champán, se sentó a su lado y el conductor arrancó-. Sólo tenemos un par de horas. Sé que tienes que volver para entrevistar a las niñeras. Pero me pareció un buen día para escapar de todo durante un rato.

– ¿Tuviste un día duro en el laboratorio?

– Terrible. Falló la electricidad en medio de un experimento. Dos empleados se pusieron malos y el teléfono sonaba cada vez que yo me sentaba para concentrarme en algo serio.

– Te diría que lo lamento -le dio un tirón de la corbata-, pero sé perfectamente que son tus días favoritos.

– ¿Cómo es que ya no puedo engañarte? -le acarició el cuello-. Eh, ¿qué es eso?

– ¿El qué?

– Ese músculo tenso en tu cuello. Es como si tuvieras alambres dentro.

Will le quitó la copa y la puso en la mesita.

– Estoy bien, de verdad.

– Vuélvete e inclina la cabeza.

– Will, estoy bien de verdad, y aquí no hay sitio para…

– Claro que sí.

Rápidamente, la tuvo sentada entre sus piernas con la cabeza apoyada en sus rodillas.

Laura debió imaginar que tenía los músculos agarrotados por la tensión de la semana anterior. Pero no sabía lo cansada que estaba… hasta que sus manos le empezaron a dar masajes.

El bebé se había quedado dormido. El interior cálido y las ventanas oscuras no permitían ver el paisaje invernal y gris. Laura empezó a sentir los huesos líquidos.

Nunca entendió cómo conseguía Will hacerle sentir que los dos formaban un mundo juntos. Pero se sentía a salvo con él.

A Laura se le cerraron los párpados. La presión y la tensión del día fueron desapareciendo. Will siguió acariciándole los hombros y luego bajó despacio por la espalda.

Eso era exactamente lo que les había faltado esa semana pasada. No era el masaje en la espalda lo importante, sino estar juntos. Todo había sido muy confuso y caótico los días anteriores. Necesitaba hablar con Will, comprobar cuáles eran sus sentimientos ante los cambios repentinos en sus vidas. Sabía que ese tipo de comunicación con Will era peligroso, porque tendía a ocultar sus sentimientos.

Quería hablar con él. Necesitaba hablar con él.

Pero no había dormido bien ni una noche desde hacía una semana. Suspiró. Sentía que se hundía suavemente. Había mucha sensualidad en las manos de Will, mucha ternura…

Y eso fue lo último que recordó.

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