Capítulo Siete

– Will, te aseguro que no podría ser más feliz -Laura apartó las cortinas y miró a la calle por décima vez-. Estoy encantada de que mi hermana esté bien y se haya recuperado. ¡Y hace dos meses que no ve a Archie! Estoy deseando verlos juntos de nuevo.

– Sé que te sientes feliz por tu hermana. Pareces algo… inquieta.

Laura no dejaba de moverse de un lado a otro. Y Will notó que tampoco había soltado al bebé en las dos horas anteriores.

– ¡No estoy inquieta! ¡Sólo estoy deseando verla!

– Lo entiendo -dijo Will, dejando el tema.

Todo el día había tenido una extraña sensación, pero quizás Laura estuviera tan feliz como decía.

Will miró todo lo que había en el vestíbulo. La cuna, el parque, pañales, ropa, y la cesta llena de juguetes. Todo esperaba la llegada de Deb.

No quedaba nada excepto los utensilios que el bebé aún necesitaba.

Will se había ocupado de todo durante las últimas semanas. Deb no vivía en un albergue de mujeres, sino que se había instalado en un dúplex en St. Louis, con un nuevo ordenador y todo lo necesario para comenzar un negocio de contabilidad desde su casa. Se estaban solucionando los últimos papeleos de su divorcio. Aunque había una orden contra su marido para que no se acercara a ella, Will imaginó que no haría daño tener a un guardaespaldas para asegurarse de que el imbécil se comportaba.

El dinero resolvió muchos problemas. Pero Will no estaba seguro de que pudiera solucionar el problema que tendría Laura cuando la separaran del bebé.

Por supuesto, ella no dejaba de decir que no había ningún problema.

– ¡Está aquí! -gritó Laura corriendo desde la ventana a la puerta.

Deb entró, y durante los siguientes veinte minutos no dejaron de hablar entre ellas. Will le quitó a Deb el abrigo, dijo un par de palabras a las que ninguna prestó atención y vio a las hermanas reírse y abrazarse, interrumpirse continuamente y hablando como locas.

Deb no perdió un instante en abrazar a su bebé. Will se fijó en ella. Seguía muy flaca, pero su piel tenía mejor color, sus hombros no estaban hundidos y había vida en sus ojos.

Una vez Deb abrazó al bebé, Laura no volvió a mirar a Archie. Naturalmente, estaba ocupada charlando por los codos con su hermana, pero Will se preocupó. Durante dos meses y medio no había apartado los ojos del niño. Y de repente fue como si no existiera.

Entonces Archie soltó un chillido.

Will suspiró.

– ¿Qué tal si las dos vais a tomar un café mientras yo hago los honores?

– ¿Los honores? -preguntó Deb confundida.

Will le quitó al pequeño.

– No te preocupes. Soy un profesional en esto de cambiarle. En seguida volvemos.

Deb pareció sorprendida.

– ¿Estás seguro de que está mojado?

– Totalmente.

El estudio estaba ordenado de nuevo, aunque aún quedaban algunas cosas. Will se ocupó de cambiarlo con rapidez. En cuanto el niño se quedó desnudo, se acurrucó e intentó morderse el pie, pero Will conocía bien el truco.

– ¿Te das cuenta de que es la última vez que tengo que hacer esto? Te estás poniendo muy gordo para seguir haciendo eso. Y demasiado grande. ¡Pero si te está creciendo pelo!

Will examinó la cabeza del bebé.

– Bueno, sólo hay tres. No creo que tu madre tenga que comprarte aún cepillos, pero al menos hay alguna esperanza. ¿Quién lo habría imaginado?

El bebé en seguida estuvo limpio y cambiado. Will se apartó y lo miró.

– Ya no me verás más. Nunca te gusté, ¿verdad? Imagino que siempre supiste que no tenía experiencia con estas cosas. Créeme, yo tengo sentimientos confusos hacia ti. De hecho, si crees que voy a echarte de menos…

Así fue. Pero Will no supo cuánto hasta ese instante. Había estado pensando en los sentimientos de Laura, no en los sus suyos. Archie sopló pompas de saliva. El bebé casi le había costado perder a Laura, casi había destrozado su vida amorosa…

Le levantó de nuevo con un nudo en la garganta.

– De acuerdo. Te echaré un poco de menos. Pero tú eres duro, como yo. Y piensa en lo mucho que te necesita tu madre. Si viene algún tipo malo, tú la defenderás, ¿me oyes? Sólo deja que sepan desde el principio lo problemático que puedes ser.

En ese momento los llamó Deb. Los siguientes minutos fueron de total confusión. Todos llevaron cosas al coche de Deb. Cenaría ese día con su padre, pero no pudieron convencerla para que se quedara más. Obviamente conducir de noche mientras Archie dormía era lo más fácil.

Por fin se fue. El aire era frío. Laura se giró a Will y le pasó un brazo por la cintura.

– Tenía buen aspecto.

– Sí.

– Aún no está bien del todo. Pero lo estará. Lo he visto en su cara. Realmente está solucionando su vida.

– Eso me ha parecido a mí también.

Ella seguía acurrucada a él cuando entraron.

– Has hecho mucho, Will. Por ella. Por nosotras.

– Bueno… nunca he conocido a nadie que no necesite ayuda a veces. Y ver su aspecto mejorado ha sido la mejor recompensa.

Laura soltó una risita.

– Apenas podía apartar las manos de Archie. Se le iluminaron los ojos cuando lo vio. Necesitaban estar juntos de nuevo. Creo que le dará a mi hermana más motivos para recuperar fuerzas. A ella no le gustaba estar separada de Archie.

Will notó que no había dicho una palabra sobre sus sentimientos. Y la suave felicidad en su rostro era real.

– No sé si te has dado cuenta, Laura, pero ha sido un día largo. ¿Te apetece relajarte en un baño caliente?

– Hmm, mucho.

A él también, ya que quería a Laura apartada de él durante unos minutos. Había planeado una sorpresa para esa noche, algo para apartar su cabeza de la ausencia del bebé. Una vez Laura cerró la puerta del cuarto de baño, Will fue corriendo al dormitorio.

Después de abrir la cama, puso una enorme toalla encima y sacó el aceite de masaje que había escondido en su cazadora. El vino tinto ya estaba abierto y preparado en la cocina, y sólo había que servirlo. Will tardó un poco en terminar de prepararlo todo. Apagó la luz de arriba y encendió la lámpara de la mesilla.

Entonces se enderezó y lo miró todo. Estaba preparado. Suspiró satisfecho.

Casi en ese instante, oyó los sollozos de Laura.


Laura tenía un paño húmedo apretado a los ojos cuando sintió el aire frío al abrirse la puerta. Entre lágrimas, vio que una enorme toalla roja iba hacia ella.

– Estoy bien -dijo rápidamente.

– ¿Sí? ¿Qué tal si sales y hablamos de ello?

– Estoy bien, de verdad. Estoy feliz. Muy feliz.

– Claro que sí. Anda, levántate.

Era imposible negar las lágrimas en sus ojos.

– No sé qué me pasa. Esto es estúpido. Sólo estaba dándome un baño, relajándome, todo iba bien. Pero…

– Cuéntamelo.

– Entonces me acordé -se levantó y aunque Will la envolvió en la toalla, empezó a temblar-. Me acordé de que olvidé decirle a Deb lo de los golpes en la espalda, ya sabes, que hay que dárselos fuerte para que eructe -siguió llorando-. Y si se va a dormir sin eructar, se despierta llorando. Y ella no sabrá la razón.

Will le quitó la toalla y empezó a ponerle un albornoz.

– Creo que Deb es lo suficiente lista para adivinarlo sola. Lo que me está matando es que tú no imaginaras lo mucho que lo ibas a echar de menos.

– ¡No lo echo de menos!

– De acuerdo.

– Tendría que ser la mayor egoísta del mundo para echarlo de menos.

– Eres la persona menos egoísta que nunca he conocido -comentó Will, pero Laura no lo estaba escuchando.

– Es el bebé de mi hermana, por el amor de Dios. Ella es su madre. Y tú no conoces a Deb tan bien como yo, pero ella es maravillosa con los niños. No creo que nadie en el mundo pueda ser mejor madre que ella, y estar separada de Archie ha debido matarla. De hecho, por eso estoy tan contenta de que estén juntos de nuevo.

– Me alegra que estés contenta.

Will le cerró el albornoz y la llevó al salón.

– Has sido una boba al pensar que nunca lo ibas a echar de menos.

– ¡No lo echo de menos! ¡Quiero que esté con su madre!

– De acuerdo.

Will se sentó en la mecedora y la sentó en su regazo. Le apoyó la mejilla en el hombro y ella siguió llorando con fuerza.

– Me temo que soy una egoísta -confesó.

– No digas tonterías o me enfadaré. Tú no eres egoísta.

– Pero lo soy. Lo digo en serio. Porque la verdad es que he estado asustada.

– ¿Asustada de qué?

– De perderte. Me siento feliz por mi hermana y estoy aliviada de que todo se haya solucionado, y volveré a ayudarla siempre que lo necesite. Pero también me alegro de que todo vaya terminando porque nuestras vidas podrán volver a la normalidad. Y yo quiero que nuestras vidas vuelvan a ser como eran.

Will le acarició el pelo. Laura siguió hablando.

– Lo digo en serio, Will. Tú has sido paciente y maravilloso… pero han pasado semanas desde que no pasamos tiempo a solas. Cada vez que intentábamos hacer algo, el bebé interrumpía nuestros planes. A mí me molestaba eso, y seguro que a ti también. Ahora quiero que las cosas vuelvan a ser como antes.

Laura estaba cada vez más relajada, agotada de llorar y adormecida por el suave balanceo de la mecedora. Will la oyó suspirar y sintió que acurrucaba la cara en su cuello. Se quedaría dormida en pocos minutos. Estaba agotada de ese dramático día.

Pero él se dio cuenta de que no podrían volver a ser como eran antes. Ninguno de los dos.


Will llegaría en cualquier momento. Laura levantó la cabeza para ponerse un pendiente al mismo tiempo que metía los pies en unos zapatos de tacón altísimos. Lo bastante altos para romperse el cuello cuando corrió por la habitación buscando el cepillo.

Will siempre había sido al que se le ocurrían las ideas románticas. Esa noche era su turno. Se había puesto ropa interior sexy de seda, perfume, medias con costuras y un vestido negro con un gran escote.

Will había estado muy callado la semana anterior. Demasiado. Laura sabía lo mucho que él valoraba en su relación la libertad de hacer lo que quisieran a cada momento. El bebé lo había puesto todo patas arriba.

Y a ella también. Laura se pasó el cepillo por el pelo. Ella era la amante de Will. Entonces Archie apareció en sus vidas y ella se convirtió en una refunfuñona y una llorica, siempre agotada. Nada que ver con la mujer relajada y despreocupada de la que él se enamoró, a la que entendía. Y difícilmente la amante que necesitaba.

Bueno, pues eso se iba a arreglar.

Entonces oyó el timbre.

Fue a la puerta lo más rápido que le permitieron sus tacones altos y la abrió.

– Hola -dijo Will.

Estaba despeinado. Se inclinó para besarla. Sus labios estaban fríos y la expresión en sus ojos era extraña.

Laura tragó saliva. Parecía que Will no había captado su indirecta sobre una «cena especial». Llevaba pantalones vaqueros, botas viejas y un jersey de lana. Y esa mirada en sus ojos… Pasó junto a ella como si estuviera en otro mundo.

– ¿Will? ¿Estás bien?

Él se giró rápidamente y sonrió.

– Claro.

Pero Laura se preocupó. El no pareció notar que ella estaba arreglada para seducir a un monje. Ni siquiera notó que tenía el pelo bien peinado, algo anormal. Pero sí notó su perfume, porque volvió a acercarse y le dio un besito en el cuello.

– Estás buscándote problemas con ese perfume.

Cierto. Así era. Y aunque Will tenía más talento en gestos extravagantes y románticos, ella había quedado muy satisfecha con lo que había preparado. Pero nada estaba sucediendo como había planeado.

Will dejó su cazadora en el perchero y se quitó los zapatos.

Laura tenía un delicioso vino enfriándose en un cubo con hielo, pero él se sirvió una cerveza antes de que ella pudiera ofrecérselo. En el salón puso velas olorosas y fragantes, pero él encendió la luz en cuanto entró. Todo en la cocina estaba preparado. Ella se había imaginado que le serviría como a un sultán. Pero fue Will el que miró en el horno, metió un tenedor en la carne para comprobar si estaba hecha y sirvió el arroz, no en los cuencos de cristal tallado de su madre, sino en unos normales.

Y entonces no comió. Ni tampoco pudo ella. No había una razón especial para pensar que algo iba mal. Will estaba ayudando como hacía siempre. Si no había notado todo lo que había preparado Laura, no era por ser desconsiderado. Tenía derecho a estar distraído. Pero había estado así toda la semana, y Laura temía que ya no sintiera lo mismo por ella, y temía perderlo. Y el nudo en su garganta siguió aumentando hasta que le resultó completamente imposible tragar nada.

Will finalmente bajó también su tenedor.

– ¿Quieres dar un paseo?

– Un paseo -repitió Laura.

Sinceramente, su plan original había sido acurrucarse con él después de cenar. La opción de un paseo nunca había pasado por su cabeza, y menos en una noche fría y negra.

– Ninguno de los dos parece tener mucho hambre. Y hay algo de lo que me gustaría hablarte.

– Bien… vale. Vamos a dar un paseo.

Laura estaba cada vez más preocupada, y no sabía si tendría valor para oír lo que tenía que decirle, y también estaba el pequeño problema práctico de helarse con esa ropa.

Posiblemente Will sí se había fijado en su escote después de todo, porque fue al dormitorio y le sacó un jersey para que se lo pusiera sobre el vestido. Se lo puso, pero el efecto tenía que ser ridículo, y más aún cuando Will le dio un anorak. La falda era larga, y como no había modo posible de que pudiera andar con esos tacones, se puso unas botas.

Will le dio un beso en la mejilla, aparentemente dándole las gracias por parecer una vagabunda. Por suerte, fuera no había ningún vecino para notar su atuendo. Las calles estaban vacías. Todo el mundo estaba metido en sus casas agradables y calentitas… excepto ellos. La noche era helada, pero no había viento exceptuando el vaho de su respiración.

Recorrieron la manzana, con Will llevando el paso con tanta rapidez que evitaba cualquier posibilidad de conversar. Pero entonces, de pronto, disminuyó la marcha, y suavemente le dio un apretón en la mano enfundada en un guante.

– Necesito tu ayuda con algo.

– Por el amor de Dios, Will. La tienes.

– Hay algo que quiero decir, Laura. Algo que quiero pedirte. Pero tengo más miedo que en toda mi vida, de hacerlo mal.

– Montana, soy yo. No hay nada que puedas decirme que esté mal. Pensé que lo sabías.

– Bueno, esto es diferente… -respiró profundamente y se metió una mano en el bolsillo del vaquero, volvió a sacarla y le mostró una cajita de terciopelo negro-. Espero que quieras esto tanto como yo quiero dártelo.

Ella se quitó un guante y abrió la cajita. Will le había regalado antes todo tipo de joyas, pero nada como eso. Era un anillo de oro sencillo, sin adornos. Laura levantó la mirada.

– Me enfadé mucho cuando me acusaste de intentar comprar tu afecto, Laura, pero creo que tenías razón. Sentía que tenía que darte cosas para conquistarte. De niño nadie me quería a menos que fuera útil en algo. Durante mucho tiempo llegué a asociar la seguridad con el dinero. Pero el dinero no tiene nada que ver con la seguridad que realmente es importante, ¿verdad?

– No -susurró Laura.

– Imaginé que no creerías que yo realmente había cambiado a menos que te lo demostrara. Admito que me costó mucho darte un simple anillo de oro. Por mí te habría llevado a pasar un fin de semana en Turquía, con arena caliente, luz de luna y una cena lujosa, antes de atreverme a hacerte la pregunta. Pero de este modo esperaba que me creyeras. Así lo sabrías. No intento ocultar o fingir que no tengo nada que ofrecerte aparte de mí.

Laura le echó los brazos al cuello.

– Yo me he enamorado de ti. No de los regalos ni de las cosas, Montana.

– Ya, bueno, parece que yo he tardado mucho en darme cuenta de eso. Demasiado. Siempre había pensado que no era un hombre familiar y no estaba hecho para el matrimonio y los hijos. Mis padres no lo fueron, y yo no quería hacerle eso a una mujer, a una familia, dejar que se dieran cuenta de que era incapaz de echar raíces -Will se aclaró la garganta-. Y cuando llegó Archie, me asusté. Imaginé que de ningún modo podría llegar a ser un padre adecuado y una persona hogareña… Pero nunca he encontrado una paz igual como durante los dos meses que ese monstruo estuvo con nosotros, viniendo a tu casa, viviendo como lo haría una verdadera familia. La noche que Archie se marchó, cuando tú dijiste que querías que todo fuera como antes… me asustaste. Porque yo quiero más, Laura. Lo quiero todo. Y lo quiero contigo.

Laura le tocó la mejilla.

– Yo no te dije exactamente toda la verdad. Estaba intentando decirte lo mucho que te amo, Will, y lo mucho que significas para mí. Y justo entonces, estaba segura de que Archie te había dejado harto de bebés para siempre.

– Podría haberlo hecho… si yo no hubiera pensado que nuestros hijos serían mucho peores que él.

– No lo dudes. Sólo de pensar en que heredaran tu energía agotadora y fuerza mental…

– Y podrían tener tu orgullo, tu testarudez… Lo que los dos sabemos de primera mano, es lo retador que es tener una velada romántica con un bebé cerca. Sabríamos exactamente a qué nos enfrentaríamos -dijo abrazándola.

– Montana, tengo la sensación de que estás sugiriendo que hagamos un bebé.

– Estoy sugiriendo una casa llena.

Sus labios se unieron en un beso lleno de promesas y de amor.

– Ponme ese anillo, Montana. Y llévame a casa.

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