Capítulo Cinco

La señora Apple le abrió la puerta, secándose las manos en un trapo de la cocina.

– Espero que no le importe que lo haya llamado -dijo rápidamente.

– Hizo lo correcto.

Will podía oír de fondo al bebé llorando y sonido de agua. Se sacudió la nieve de los zapatos y se quitó la cazadora.

– No quiero que la señora Stanley se enfade conmigo. Después de todo es mi jefa, y no me gustaba la idea de llamarlo a sus espaldas.

– Laura no se enfadará con usted, porque ninguno de los dos mencionaremos lo de esta llamada. Ha sido una coincidencia que yo pasara por aquí esta tarde, y los dos contaremos esa historia, ¿de acuerdo? -le guiñó un ojo a su cómplice, le quitó el paño de las manos y le puso su abrigo del perchero de la entrada.

– Podría quedarme -se ofreció, sintiéndose culpable-. No hay razón por la que aún no pueda cuidar al bebé. Es por ella por quien estoy preocupada. Y ahora usted tendrá que cuidarlos a los dos y…

– Soy un tipo duro. Confíe en mí. No se preocupe por nada.

Will consiguió que se pusiera el abrigo y la empujó suavemente hacia la puerta.

– He preparado sopa de pollo.

– Eso es un detalle, gracias.

– Y también zumo de naranja natural.

– Gracias también. Y que pase un buen día, señora Apple; esta noche la llamaré para contarle cómo va todo.

Sonrió, le cerró con firmeza la puerta y suspiró.

Will se quitó los zapatos y rápidamente se dirigió hacia el lugar donde se oía al bebé, fijándose de camino en el estado de la casa, que era un caos.

El árbol aún estaba en el salón aunque las navidades habrían terminado hacía dos semanas. Técnicamente, con el árbol y todo recogido, habría espacio para moverse. Pero en el sofá había montañas de ropa limpia que nadie había tenido tiempo de doblar. Por todas partes había juguetes del bebé y zapatos, igual que mantas, baberos y muchas más cosas.

La cocina estaba peor. Los biberones eran lo único que estaba limpio y colocado. Pero el lavaplatos estaba abierto y sin vaciar. El mostrador lleno de migas y la mesa con la comida puesta, como si nadie hubiera tenido tiempo de comer ni de recogerlo.

Luego entró en el cuarto de baño y los encontró a los dos. Will estaba en la bañera, riendo y salpicando agua.

La mujer que amaba estaba hecha un desastre. Los rizos despeinados, ojeras, la piel blanca como un fantasma. Tenía el rostro tenso de cansancio y nervios. Laura giró la cabeza y lo miró.

Will se aclaró la garganta.

– Hola.

– ¡Will!

– No quería asustarte. Pero esta tarde no conseguía llegar a nada en el laboratorio y decidí dejarlo y venir a verte. ¿Has vuelto pronto del trabajo?

– ¡Maldición! ¿Te contó la señora Apple que he vuelto a casa enferma?

Will fingió una mirada de sorpresa.

– ¿Enferma? Justo antes de marcharse la señora Apple mencionó que estabas indispuesta, y por tu voz se ve que estás algo resfriada.

– ¡No estoy enferma! ¡No he tenido tiempo para ponerme enferma! ¡Me niego a ponerme enferma! No estoy agotada por hacer demasiadas cosas. Todo el mundo puede enfriarse y…

– Claro que sí -dijo Will inclinándose y dándole un beso.

Sus labios deliberadamente rozaron su frente. Estaba ardiendo.

– Estoy bien -repitió Laura gruñona.

– Lo veo. Y estás preciosa -dijo animado-. ¿Pero podré convencerte para que me dejes ocuparme de Archie? Hasta ahora no he tenido tiempo de… bañarlo. Pero a lo mejor te da miedo que se me ahogue…

El ceño de Laura desapareció.

– ¿Quieres hacerlo? -preguntó vacilante-. A Archie le encanta el agua. Me temo que te mojaría entero.

Ésa era realmente la razón por la que él se había ofrecido a ayudar. Laura estaba empapada, y Will temía que se pusiera peor.

– No me importa. Tengo por ahí una sudadera que podré ponerme luego. Pero si no confías en que lo haga bien…

– ¡Claro que confío en ti, Will! Y en realidad es muy divertido, porque él disfruta del baño.

Will no supo si era divertido. Pero el pequeño monstruo sí se portaba bien en el baño, lo que Will descubrió varias veces durante los tres días siguientes. No sabía si sería peligroso saturar de agua a un bebé, pero Archie dejaba de llorar al instante y empezaba a reír y soplar burbujas.

– Creo que eres un retroceso genético a la era de los delfines -le dijo al niño el martes por la tarde.

Para entonces conocía cada raja de las baldosas del cuarto de baño rojo de Laura, y lo hacía todo por rutina. Cuatro toallas a mano por lo menos, sujetar la cabeza al bebé, y una esponja para lavarlo.

– Después de esto vas a dormirte un ratito, ¿verdad? No me mires así. Ya sé que no tiene sentido intentar razonar contigo, así que intentaré sobornarte. Si duermes bien, te prepararé uno de esos biberones de cereales y arroz. ¿Qué te parece?

Will oyó sonar el teléfono. Imaginó que Laura respondería. Él no podía apartar los ojos de Archie ni un instante mientras estuviera en el agua. No sabia cómo se las arreglaban las madres primerizas, pero durante los últimos días su imaginación y determinación habían sido puestos al límite.

Y por otro lado, la cantidad de biberones y ropa sucia que acumulaba un bebé en cuestión de horas era sorprendente. La proporción era de una lavadora para los adultos y seis para el bebé. ¿Dónde estaba la lógica? El niño era más pequeño que un jamón. No dejaba de usar continuamente peleles nuevos y también había que estar cambiando continuamente la sábana bajera de su cuna.

Pero todo eso no le importaba, porque se sentía bien.

Muy bien.

Por primera vez desde que se encontraron con el problema de Archie, había podido hacer algo por Laura. Ayudarla. Y no había duda de que Laura realmente lo necesitaba.

– ¿Will? -le dijo Laura desde la puerta.

Will notó su tono extraño.

– ¿Ocurre algo? ¿Quién ha llamado?

– Mi hermana.

Will no pudo levantar la cabeza hasta que sacó al niño de la bañera y lo envolvió en las toallas. Entonces la miró.

A diferencia de tres días antes, tenía color en la cara. El brillo febril en su mirada había desaparecido, igual que su mal genio. Volvía a ser su antigua Laura, vestida con una enorme sudadera de Mickey Mouse y mallas negras. Pero algo iba mal. Will sabía lo mucho que había estado esperando una llamada de su hermana. Su expresión era de alivio, pero tenía las manos agarradas con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.

– ¿Está bien Deb?

– Sí, a salvo y viviendo en un albergue para mujeres. No ha querido darme el número de teléfono ni la dirección… Imagino que es algo que se hace allí por razones de seguridad. Yo le he dicho que Archie está de maravilla.

Laura estaba aliviada, de eso no había duda, pero había algo que la tenía alterada.

– Deb debió llamarte antes. Tenía que saber lo preocupada que estarías.

– Ya… bueno… -Laura se pasó una mano por el pelo-. Le hablé del abogado que has contratado, le di él número y la dirección y le conté todos los asuntos legales que has solucionado. Parecía dispuesta a arreglarlo. Cuando la vimos en Navidad me asustó mucho. Pensé que iba a desmoronarse. Pero ahora parece que está bien… ¡Oh! Me dijo que te diera las gracias y que en cuanto pueda te lo pagará todo.

– Nada de eso. Yo no me ofrecí a ayudar porque esperara que me lo devolviera.

Con el niño bien envuelto en sus brazos, se dirigió al estudio. Laura lo iba siguiendo.

– Le dije que lo olvidara, que estaba perdiendo el tiempo intentando discutir sobre tu dinero. Pero en cuanto pueda sé que intentará pagarte algo. Deb tiene mucho orgullo.

– Qué raro, viniendo de tu familia.

Puso a Archie boca abajo en su cunita y los dos esperaron. Suponiendo que Archie hubiera accedido a su plan, querría chuparse un dedo o el chupete. Esa vez fue el dedo gordo de la mano. Laura le echó una manta encima y Will apagó la luz.

– Así que finalmente llamó y te dijo que está bien. ¿Entonces qué te preocupa?

– ¿He dicho que me preocupe algo?

– No tienes que hacerlo. Te vas a hacer un nudo en los dedos. Vamos, obviamente tienes algo más en la cabeza.

Laura no se dio cuenta de que Will la llevó al dormitorio. Era parte de la rutina que él había creado durante su enfermedad. Cuando Archie se dormía, la llevaba un rato para que se echara.

– No entiendo cómo se metió mi hermana en ese lío -Laura se echó en la cama-. Deb tiene un buen corazón, pero nunca ha sido tonta. Los novios que tuvo de joven fueron todos buenos chicos. No entiendo cómo pudo enamorarse de un elemento así.

– Imagino que no se portaría mal al principio. Ese tipo de personas suelen ser estupendas al comienzo de una relación.

Había un montón de almohadas junto al cabecero. Will se colocó un par de ellas y se tumbó a su lado.

Laura se giró inmediatamente hacia él.

– Bueno, eso es cierto. Al principio fue muy dulce con ella. La trataba como a una reina. Era como si todo lo que ella hacía fuera importante para él, lo que se ponía, lo que llevaba, lo que pensaba -suspiró-. Ella no podía ni elegir un par de zapatos sin pedirle consejo. Intenté decirle una vez que él estaba ahogándola. Deb me dijo que era tonta.

– Y aún lo eres por sentirte culpable.

– ¿Culpable?

Will le acarició suavemente la frente.

– Aquí tienes un signo de culpabilidad muy marcado. No te lo puedes sacar de la cabeza, ¿verdad? Piensas que debiste hacer algo para sacar a tu hermana de esa situación.

Laura no se apartó de su mano.

– Me preocupa que puedas leer mi mente, Montana.

– A mí me gustaría poder hacerlo más a menudo… No sé qué fue mal con tu hermana. Y no tengo respuestas para decirte qué vio en ese hombre. Pero sé que cuando tuvo que pedir ayuda apareció en tu puerta. Ella confía en ti. Sabía que estarías aquí para ella. Sus acciones deberían decirte algo sobre la fuerza de la relación que tenéis las dos. Si no acudió antes a ti no fue por tu culpa.

Laura pareció necesitar tiempo para pensar en eso. Tardó un rato, pero su ceño desapareció gradualmente. Y entonces fue ella la que empezó a acariciarle la mejilla.

– ¿Montana?

– ¿Qué?

– ¿Cómo consigues continuamente que me sienta mejor?

– ¿Lo hago?

– Sí. Y otra cosa, no sé por qué no me has matado durante los últimos días. Alguna gente podría protestar ante un asesinato, pero yo lo habría entendido. Mi familia siempre huye cuando estoy enferma. Todo el mundo sabe que me vuelvo gruñona y excéntrica.

– Tienes mucha razón. Ha sido tan divertido vivir contigo como con un monstruo de dos cabezas.

Laura sonrió y lo besó.

– Quítate la sudadera, Montana.

– No estoy seguro de que estés lista. Anoche tenías fiebre y…

– ¿Quieres que te la arranque yo?

Ante tal amenaza, Will obedeció. Cuando la sudadera cayó al suelo, él la ayudó a participar en el repentino ataque de su propio cuerpo. Luego le quitó a ella las mallas y la sudadera, ayudándola por si aún estaba demasiado débil.

– Esto no está funcionando -dijo Laura.

– ¿No?

Los dos estaban desnudos. Para él iba de maravilla.

– Ésta es mi seducción, Montana, no la tuya. Ahora sujétate al cabecero y no te sueltes.

– Piedad…

– No te molestes en suplicar. No habrá piedad para ti.

Volvió a besarlo con violencia. Al mismo tiempo, con una fuerza sorprendente, le subió las manos por encima de su cabeza y se las rodeó alrededor de los barrotes metálicos.

Empezó a tocarle todo el cuerpo, al principio con timidez y luego más descaradamente, mirándolo a los ojos.

Podría haber hecho carrera como torturadora. Fuera, el cielo se había oscurecido y las frías luces invernales entraban por la ventana. No había nada romántico en el ambiente… excepto ella. La débil luz brillaba en su pelo. Laura se detuvo, miró alrededor y entonces tomó un bote de polvos de talco de su mesilla.

Sentada a horcajadas encima de él, se echó grandes cantidades de talco en las manos. Cayó por todas partes. Will asociaba ese olor con los bebés, no con el romance. Pero las manos de Laura se quedaron resbaladizas y suaves. Insoportablemente resbaladizas. Lo miró a los ojos mientras deliberadamente le extendía el polvo arriba y abajo por su pecho y bajaba por su ombligo. Se tomó su tiempo tocando su parte más vulnerable.

Los nudillos de Will estaban blancos agarrándose a los barrotes. Estaba haciendo un gran esfuerzo por no tocarla… pero no pudo seguir aguantando. Sus manos se soltaron. Laura había terminado con ese juego.

Entonces la besó y la puso delante de él. El polvo se quedó pegado a sus pieles sudadas y resbaladizas. Las almohadas habían caído al suelo y las sábanas estaban hechas un lío.

Will le estaba sujetando la cara cuando ella gritó, subiendo por la poderosa ola. Se tensó y lo miró, apretando las manos en su espalda.

– Te amo, Will. Te amo, te amo…

La furia en su voz era suave como la seda, su susurro tan femenino que él perdió el poco control que le quedaba.

Y luego se quedaron abrazados un rato. La frente de Laura estaba empapada, los ojos cerrados. Siguieron así hasta que volvieron a respirar con normalidad.

Y entonces cayeron uno al lado del otro, abrazándose y acariciándose despacio, íntimamente. Los ojos de Will se cerraron, y también los de Laura.

Desde la otra habitación, se oyeron de pronto unos gemidos.

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