Capítulo Seis

El pollo se estaba quemando. Vestido sólo con los vaqueros, ya que no había tenido tiempo para ponerse nada más desde que se levantó, Will sacó la fuente del horno y la dejó en la encimera.

Miró alrededor de la cocina. La ensalada estaba preparada, pero aún no había preparado las judías y tenía la sensación de que debió haberlo hecho antes. El resultado sería una cena nutritiva, pero sería difícil que todos los platos calientes estuvieran listos al mismo tiempo. Las patatas tardaban mucho. ¿Cómo pudo haberlo sabido? ¿Nacían las mujeres sabiendo esos pequeño trucos?

– ¿Estás bien? Si quieres voy a ayudarte -le dijo Laura.

– Tú estás ocupada con Archie. Yo estoy bien. Dentro de unos minutos estará lista la cena.

Posiblemente esa promesa era algo optimista. Will se dio cuenta de que se le había olvidado también algo elemental como poner la mesa.

Empezó a trabajar silbando por la cocina. No podía recordar la última vez que había silbado haciendo algo. Brevemente pensó si había echado de menos esos días su laboratorio, su trabajo, su casa…

Le alivió darse cuenta de que sí. Añoraba su laboratorio y unas horas de trabajo duro. Lo había dejado todo sin vacilar mientras Laura estaba enferma. Echaba de menos la dura concentración de su trabajo, pero cuando pensaba en volver a su casa, de repente se sentía… solo.

Impaciente, trató de olvidarse de esa sensación. Obviamente necesitaba volver a su casa y continuar con su vida ordenada de nuevo. Laura no lo necesitaba ya. Esa tarde, ella le había demostrado sin duda que había vuelto a su nivel peligroso de normalidad.

Recordando su juego amoroso de esa tarde, empezó a silbar de nuevo. Tras romper dos trozos de rollo de cocina para usar de servilletas, puso a calentar las judías y se apoyó unos instantes en la puerta de la cocina.

De pronto dejó de silbar, su sonrisa se desvaneció y se quedó muy serio y pensativo.

El salón sólo estaba iluminado por una lámpara de tono azulado y suave. Esa luz pastel caía sobre Laura mientras le daba al bebé el biberón.

Después de haber hecho el amor, Will se ocupó del bebé para que ella pudiera darse una ducha rápida. Laura se había puesto un albornoz color marfil, pero sus pies seguían desnudos. Los dedos de los pies se movían a la vez que la mecedora de madera. Tenía el pelo seco y alborotado alrededor de la cara, y los brazos sujetando al bebé.

Will se frotó la nuca. Los dos parecían un cuadro. Durante un segundo, en su mente apareció la imagen de un bebé diferente. El suyo y el de Laura. Su bebé.

Considerando todo el tiempo que Will había tenido un miedo estúpido a los bebés, no sabía por qué esa imagen permanecía en su cabeza, cálida y atrayente. Pero su sonrisa desapareció y fue reemplazada por cierto malestar.

Archie no era su bebé, y no tenía nada que ver con las dudas enterradas en la cabeza de Will sobre el futuro de su relación con Laura. En ese momento tenía una excelente excusa para volver a enterrar esas dudas y preguntas. No era el momento apropiado.

Laura tenía un grave problema.

Estaba sujetando al bebé como si fuera suyo. Will había visto esa mirada antes, había visto lo mucho que se había entregado y aficionado al niño. Nunca le había dicho nada porque no sabía cuál era el modo natural de una mujer cariñosa de responder a un bebé. Pero en ese momento recordaba la ansiedad después de la llamada telefónica de su hermana, la mirada triste en sus ojos, el modo en que se retorció los dedos…

Laura levantó la cabeza, lo vio y sonrió.

– Casi he terminado. El pequeñín tenía mucha hambre.

– Ya lo veo.

Will miró a la cocina, soltó una palabrota y corrió al fuego para apagar las judías. Pero volvió de nuevo a la puerta para hablar con Laura.

– Olvidé preguntártelo… Cuando hablaste con tu hermana, ¿dijo por casualidad cuándo vendría a buscar a Archie?

De pronto, Laura abrazó con más fuerza al bebé. Will lo vio. Pero no supo si Laura se dio cuenta.

– No. Sólo dijo que sería pronto. Lo antes que pueda. Dice que lo echa mucho de menos.

– El bebé sólo es prestado.

Laura levantó la barbilla.

– Lo sé.

– Si le tomas demasiado cariño, sólo te dolerá más cuando tu hermana venga a por él.

– No le tengo demasiado cariño.

– ¿No?

– Por el amor de Dios, Will. Archie ha sido separado de su madre, la única seguridad que ha conocido. Necesita ser amado. Necesita toda la atención y el amor que yo pueda darle. Sus necesidades son lo único importante.

Will vaciló. Lo que ella había dicho era lógico y razonable, pero su tono había sido cortante y defensivo. Había estado muy tozuda cuando estuvo enferma, pero fue debido a la fiebre y la gripe. Estuvo furiosa por estar enferma, pero no enfadada con él.

Will no podía recordar que Laura se hubiera enfadado con él alguna vez. Habían tenido algunas discusiones sobre su dinero, pero nada serio. Él nunca había hecho nada para enfadarla. Pero estaba muy claro que no le gustaba que le hicieran preguntas sobre el bebé.

Will volvió a intentarlo pero con más cuidado.

– Entiendo que te sientas responsable de Archie. Pero estás dedicándole mucho tiempo…

– ¿Tiempo que no te he dado a ti?

– Laura, no me refería a eso…

Laura dejó el biberón en una mesa, se puso el bebé en el hombro y empezó a darle palmaditas en la espalda.

– Te molesta, ¿verdad? Nunca has dicho que quisieras hijos. Y de repente estás atrapado y descubriendo exactamente cuánto tiempo requiere un bebé. Pero antes o después, esto saldría a la luz. Will, yo no puedo estar toda la vida fingiendo que querer hijos y una familia no es importante para mí.

– Yo siempre supe que la familia te importaba mucho.

Laura se levantó, sin dejar de dar golpecitos a Archie, pero obviamente demasiado nerviosa para seguir en la mecedora.

– No, creo que no lo sabes. Pienso que los dos nos lo hemos pasado de maravilla siendo egoístas, abrazados como si nada más en la vida existiera. Eso es jugar al amor. No creo que ninguno pudiera haber aguantado mucho tiempo así.

Will sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies y él no pudiera encontrar el fondo. Laura no había dicho exactamente que todo había terminado entre ellos, pero Will tendría que ser tonto para no darse cuenta de lo que significaban sus palabras.

Estaba dispuesto a enfrentarse a todas las sensaciones desagradables que tenía sobre la familia y los hijos. Antes o después. Simplemente siempre había tenido miedo de tener un hijo sin estar antes seguro de que no era un mal padre como los suyos. Posiblemente nadie en la vida obtenía esas garantías.

– Laura, no estábamos hablando de nosotros. Estábamos hablando de ti y de Archie, de que no te unas demasiado al niño y luego sufras…

El bebé lo interrumpió con un sonoro eructo.

– Voy a sufrir, Will, si sigo enamorándome más y más de ti, y jugar a amar es lo único que tú siempre has tenido en la cabeza.

Eso le dolió mucho.

– Nunca he jugado contigo.

– No creo que fuera intencionado, pero si somos sinceros, siempre me incomodó tu actitud hacia el dinero -levantó la barbilla y lo miró a los ojos-. Nunca estaba segura si estabas o no jugando. Hacías cosas muy románticas y generosas, Will, pero siempre tenía miedo de que intentaras comprar mi afecto, o que intentaras comprar cosas en lugar de sentimientos.

Diablos, ¿cómo se había deteriorado eso tanto? Laura no dejaba de decir insensateces. ¿De pronto hablaban de dinero?

– Nunca intenté comprar tu afecto.

– ¿Estás seguro de eso en el fondo de tu corazón?

– Mira, no es el momento de discutir. El bebé está despierto…

– Está bien.

Bueno, pues él no lo estaba. Tener un bebé en la habitación lo cambiaba todo. Si tenían que discutir, Will quería estar a solas, donde pudiera tocarla y abrazarla, donde pudiera hacerla razonar mostrándole lo reales y fuertes que eran ciertas cosas entre ellos. Nada de eso podría suceder con Archie soplando pompas de saliva en su hombro. Con el bebé ahí, Will no podía ni pensar.

– La cena debe estar quemándose… Ya tiene que estar lista.

– No tengo hambre.

– Bueno, necesitas comer y recuperar tus fuerzas.

Pero Will había perdido el apetito también y no quería seguir oyéndola. Se fue al vestíbulo, se puso los zapatos y la cazadora.

– De todos modos iba a marcharme después de cenar. Han pasado días desde que no voy a mi casa. Tú ya estás bien y yo tengo un montón de trabajo.

– Montana -dijo ella furiosa-, estás huyendo.


No había un alma en el edificio a las siete de la tarde. Los laboratorios estaban oscuros. La única luz en el lugar era la de su despacho.

Durante tres días, Will había estado trabajando como una mula, quedándose hasta muy tarde por la noche en lugar de volver a casa. Repantingado en la silla, con los pies sobre la mesa, se puso a pensar en las mujeres que había habido en su vida.

Fueron muchas. Docenas. La mayoría más bellas que Laura. Ninguna le dio tantos dolores de cabeza por su dinero. De hecho, algunas sólo lo quisieron por eso. Pero todas fueron mujeres razonables nada inclinadas a discutir. Compañía agradable, sin complicaciones ni sorpresas.

Podría llamar a cualquiera de esas mujeres. En cualquier momento. La acusación de Laura de que había huido era irrisoria. Él nunca había huido de nada difícil en toda su vida. Era sólo que no le gustaba que lo presionaran. Lo habían hecho muchas veces de niño, forzándolo a vivir con otras personas, tan necesitado de seguridad que se aferraba a cualquier cosa. En ese momento tenía seguridad. Tenía dinero. Y nadie iba a presionarlo de nuevo.

De pronto, empezó a gruñirle el estómago. Oh, otra vez no.

Había echado las galletas después del desayuno y el almuerzo. Normalmente él tenía un estómago de hierro que no le daba problemas. Pero había una razón por la que tenía problemas reteniendo la comida.

Había pillado la gripe de Laura.

No tenía nada que ver con la ansiedad de haberla perdido a ella.

Pero esa vez, dejó de dolerle y se le asentó el estómago. Estaba bien de nuevo. Su gripe le había durado menos que la de Laura.

Encontraría otra mujer.

Sería rubia o pelirroja, pero nada de morenas. Tendría ojos verdes o azules, cualquier cosa que no fuera ese dulce color chocolate. Sería algo codiciosa, para que él pudiera mimarla cuando quisiera. Le gustarían las joyas y no las sudaderas de Mickey Mouse. Y tendría cerebro para no presionar a un hombre.

Se hundió más en su sillón y cerró los ojos, decidido a imaginarse a esa mujer.

Esperó, pero no vio nada. Sólo apareció ella. Llevaba calcetines grandes, y esas mallas ceñidas que le marcaban el trasero, y tenía el pelo castaño hecho una maraña de suaves rizos. Su boca tenía una de esas sonrisas que le volvían loco. En esa imagen mental, tenía el corazón en la mirada, justo como cuando la dejó… y Will sabía que él tenía razón en que ella se estaba uniendo demasiado al bebé, pero las vacas volarían antes de que Laura lo escuchara.

La amaba.

Ella siempre tendría sus momentos irracionales. Siempre habría veces en que no lo escucharía…

Era espantoso darse cuenta de que conocía sus defectos. Pero también los amaba.

No le serviría de nada encontrar a otra. Laura era la que le corroía las entrañas, clavada como una aguja a su corazón. La echaba tanto de menos que sentía como si le hubieran arrancado un trozo del alma. Y nada hacia que desapareciera esa horrible sensación de vacío.


Laura había medio esperado que las puertas del laboratorio estuvieran cerradas, pero entró sin problema. Su estómago revuelto sí le estaba causando algunos. Llegó al oscuro vestíbulo con una mano en la tripa, temiendo vomitar en cualquier momento.

El coche de Will estaba en el aparcamiento. La luz solitaria de su despacho brillaba en la noche nevada. Así que estaba ahí. Y como no había respondido al teléfono en su casa durante dos días, Laura imaginó que el mejor modo de encontrarlo sería ir allí.

Quería encontrarlo.

La señora Apple se quedaría a pasar la noche con Archie, así que Laura no tenía que preocuparse de la hora. Dejó su abrigo en una silla en el vestíbulo, respiró profundamente, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y avanzó.

Había una luz de seguridad encendida en todas partes, así que podía ver. Los pasillos parecían fantasmales, pero Laura conocía bien el camino. No era la primera vez que había encontrado a Will en su despacho. Pero todas las demás veces había sabido con seguridad que él quería verla.

Desde su puerta abierta salía un rectángulo de luz amarilla. Lo vio, pero no oyó ningún sonido saliendo de dentro. Sin hacer ruido avanzó.

Él no la vio. No inmediatamente. Pero ella sí a él, y de repente se olvidó de sus nervios y sus náuseas.

Estaba repantigado en su sillón como si hubiera perdido a su mejor amigo. Se había quitado la bata del laboratorio y la había echado sobre una silla, pero parecía que llevara una semana durmiendo con su camisa azul. Tenía barba de tres días, el pelo enmarañado y grandes ojeras. Se le veía sin energía.

– ¿Will?

Estaba mirando por la ventana, pero volvió la cabeza al momento. Laura temió que no quisiera verla, que estuviera furioso. Pero sus ojos la traspasaron con intensidad.

– Ha sido muy difícil encontrarte. No quería molestarte en el trabajo, pero no he dejado de llamar a tu casa y no te localizaba…

Laura se calló. Empezar con esa conversación intrascendente no solucionaría nada. El orgullo era el problema. Respiró profundamente y volvió a empezar.

– Will… tienes todo el derecho a estar furioso conmigo.

– No lo estoy -dijo muy despacio.

– Pues deberías. Lo siento. Has hecho mucho por mí, me ayudaste cuando estuve enferma sin quejarte ni una vez, y luego yo me eché sobre ti. No era el momento apropiado para hablar de eso como tú dijiste y…

– Quizás sí huí, como dijiste tú… No volveré a huir de ti. Si quieres hablar te escucharé.

Quizás él estuviera dispuesto a escuchar, pero de pronto Laura perdió todo el interés en hablar. Dio un paso hacia él, y Will levantó los brazos. Y cuando ella se echó sobre su regazo, Will la abrazó.

– No me gustó discutir contigo, Montana. Por el amor de Dios, no vuelvas a dejarme hacerlo.

– Puede que sea poco realista pensar que nunca volveremos a pelearnos.

– Olvida eso. No quiero ser realista. Ahora no.

Le sujetó la cara entre las manos y lo besó. No podía expresarle con palabras lo asustada que había estado de perderlo. Así que se lo dijo desde su corazón.

Un beso no podía empezar a explicar nada, así que le dio otro. Su barba le arañaba la mejilla. Y su boca estaba seca. Pero sus labios eran suaves y Will respondió salvaje, como si llevara almacenando el combustible en su interior durante días.

Will le metió las manos bajo el jersey rojo, pero no hubo nada sexual en ese primer contacto. Fue como si estuviera buscando la textura y el calor de su piel.

Laura empezó a desabrocharle los botones de la camisa mientras intentaba sentarse en sus rodillas.

– Laura…

– Sshh…

Ella no debió forzarlo. Fue un error que no volvería a cometer. Él era lo que más le importaba. No sabía cómo se solucionaría su futuro… y no le importaba. Aprovecharía todos los momentos que pudiera con él. Nada era igual.

Will se apartó, pero sólo para repartir besos por su cuello y su pelo.

– Creo que nos mataremos en esta silla.

– Tendremos que arreglárnoslas.

Laura no apartó las manos de su cuerpo. Finalmente le abrió la camisa.

– Hay un sofá ahí…

Will la levantó en brazos. La silla crujió y sus manos se posaron bajo su trasero. Ella tenía los brazos en su cuello.

– Te amo, Montana -dijo con pasión-. Te amo tanto que no puedo soportarlo. Y voy a intentar amarte a ti tanto que tú no puedas soportarlo tampoco.

Él empezó a responder, pero el sonido que salió de su garganta fue sólo un gemido. La dejó en el viejo sofá de cuero y él se tumbó también. Le quitó el jersey, y resultó que ella no llevaba sujetador. El cuero estaba frío contra su espalda, pero el fuego en las manos de Will la calentó deprisa. Sus palmas la acariciaron sin cesar.

Los pezones le dolieron ante la suave invasión de la lengua. Laura recorrió cada parte de su cuerpo con las manos, desde las costillas hasta el ombligo.

– No llevas braguitas -observó Will.

– Lo olvidé.

– No creo que lo olvidaras. Creo que sabías exactamente lo que me pasaría si descubría que no tenías nada bajo los vaqueros.

– Posiblemente…

Will se rió.

– ¿Vas a ayudarme a quitarte los vaqueros?

– No.

– ¿Vas a ayudarme a quitarme los míos?

– No. Ahora no tengo tiempo, Will. Pregúntamelo dentro de un rato.

Pero Will no quería esperar, así que resolvió el problema de los dos vaqueros con facilidad. Montana era un hombre creativo y competente. Incluso recordó que tenía protección en su cartera… Pero no, en ese momento Laura no quería pensar en bebés ni en si alguna vez estaría preparado para aceptar ese riesgo.

El amor era un riesgo. Y los dos estaban deseando aceptarlo y arriesgarse a mostrarse vulnerables y desnudos el uno frente al otro. Era una necesidad sincera y tan fuerte que a Laura le daba algo de miedo lo mucho que lo quería dentro de ella, reclamándola, tomándola. Pero también necesitaba darle a él lo mismo.

El fuego se encendió, quemándoles la piel, provocando besos descontrolados.

– Te amo -susurró Will-. Te amo -repitió de nuevo mientras su cuerpo entraba, uniéndose completamente al de ella.

Will nunca antes le había dicho esas palabras. Laura siempre se había dicho que no importaba porque ella sabía cómo la trataba, cómo era con ella y que había amor en su corazón. Pero descubrió que sí le importaba. Porque el amor en su voz fue como una flecha directa a su corazón, y las emociones surgieron de ella descontroladas.

Lo que lo asustara antes, había dejado de existir. Will no parecía ya asustado.

Encajaban como una llave en una cerradura. Con un amor tan fuerte, el futuro se solucionaría.

Laura quería creer eso desesperadamente.

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