Capítulo Cuatro

Al fin…

Desde hacía una semana, Will dudaba que volviera a estar a solas con Laura.

La noche de la limusina, se quedó dormida mientras le dio el masaje, y las dos noches siguientes, se quedó frita en el sofá justo después de cenar. Will no se quejaba. Laura necesitaba descansar y gracias a Dios, el enano había dormido tres noches seguidas sin despertarse. Finalmente Laura había podido recuperar el sueño perdido. Y esa noche el niño estaba con la niñera, en casa de Laura a diez kilómetros de distancia.

El restaurante se llamaba Joe's. El lugar aislado daba a un lago y a un campo de golf privado. Desde su ventana, el paisaje parecía una tarta llena de nata. En la mesa había un centro con una orquídea junto a una botella a medio terminar de Pinot Noir.

En la esquina una pianista con manos suaves susurraba canciones de amor. Iba vestida con un ceñido traje negro y su pelo era largo y pelirrojo. Y su gran delantera podría satisfacer las fantasías de cualquier hombre.

Will la vio. Pero la mujer sentada frente a él era la única fantasía que él quería.

Su fuerte reacción hormonal a Laura era preocupante, ya que en ese momento llevaba un vestido sencillo y discreto color crema. Tenía un par de peinetas en el pelo para ordenar un poco sus salvajes rizos castaños, un poco de colorete y rímel.

No había nada en su aspecto para hacer que un hombre se sintiera peligroso… pero él se sentía así con ella. Imaginó que bajo el vestido llevaría seda roja, porque ella tenía un vicio secreto con la ropa interior descarada. A Will le preocupaba que otros hombres hubieran visto eso y esos ojos sinceros arder de pasión… Le preocupaba que otros hombres hubieran adivinado que esa boca rosa sin artificio podía tentar a un hombre hasta hacerle perder el sentido del tiempo y el espacio, porque estaban en medio de un restaurante y él estaba en peligro de perder el control.

– Creo que ha pasado demasiado tiempo desde que tomaste costillas -observó Will.

– ¿Has llegado a esa conclusión porque me he tirado sobre mi plato como un lobo hambriento? -Laura sonrió-. No está bien hacer dieta continuamente. Adoro esto. Y ceder al pecado es más tentador porque no he disfrutado de una comida o cena sin interrumpir desde hace un siglo. O al menos dos semanas. No puedo entender cómo el bebé sabe cada vez que yo me siento a comer.

– A Archie no le gusta que dejes de prestarle atención. Por suerte esta noche no tendrás que preocuparte de él.

– ¿Will?

– ¿Hmm?

Will vio al camarero dejar un plato de mousse de chocolate frente a Laura. No sabía dónde lo metería después de una cena de cinco platos, pero estaba deseando ver cómo lo intentaba.

Esperó hasta que el camarero se marchó.

– Me preocupaba haber herido tus sentimientos por no haber elegido una de las niñeras que me mandaste. Te molestaste mucho para prepararme las entrevistas con esas niñeras. Y eran estupendas, como dijiste.

– No pasa nada -dijo Will rápidamente-. Obviamente tenías que elegir a alguien en quien confiaras y con quien te sintieras cómoda.

– Exacto. Y lo que realmente quería era a mi madre.

– ¿A tu madre?

– Sé que te parecerá una tontería. Han pasado diez años desde que perdí a mi madre, y tú no tuviste oportunidad de conocerla, Will. Pero le hubiera encantado un nuevo bebé en la familia. Lo habría mimado y consentido terriblemente. Y la señora Apple es abuela. Incluso habla como mi madre hacía. Y no importa lo profesionales que fueran las otras, Archie sólo habría sido un trabajo para ellas.

– Laura, no tienes que darme explicaciones. Me pareció bien tu decisión… el helado de tu mousse se está derritiendo.

Ella bajó la mirada.

– Es cierto. Pero no debería. Realmente no debería tomármelo. Esto se irá directamente a mis cartucheras, ¿lo sabes?

Will apoyó la barbilla en la mano y la vio devorar el postre como había hecho con toda la comida.

Lo de la niñera no debió molestarlo. Pero le molestó un poco.

Él quiso ayudarla, y ella no necesitó su ayuda. La gente nunca le había necesitado. Will sabía qué hacer y cómo reaccionar cuando veía que los demás lo buscaban por su dinero. Se sentía cómodo. Pero Laura no quería su dinero, y era dificilísimo intentar hacer algo por ella.

Ninguno de sus padres lo quiso ni lo necesitó. Will había aprendido a palos que a menos que tuviera una función en la vida, la gente le escupía.

Laura dejó su cuchara y suspiró.

– Estaba delicioso.

Will levantó la cabeza para buscar al camarero y pedirle otro postre igual. Pero Laura le sujetó la muñeca para que no pudiera levantar la mano.

– No te atrevas. Si me dejas tomar más calorías esta noche, te estrangularé con mis propias manos.

Él giró su palma y sus dedos se enlazaron.

– Vaya, me has asustado.

– Estoy segura -Laura hizo un gesto hacia la pista de baile-. ¿Te atreves a sacarme? Pero te advierto que hace falta valor, porque soy un desastre.

Estaban riéndose cuando salieron a la pista. Sólo había otras dos parejas.

Laura apoyó la cabeza en su hombro y le echó los brazos al cuello. Olió su aroma, picante y masculino. Sus pechos se rozaron suavemente. Sus muslos se pegaron al instante, y Laura notó lo fácilmente que él se había excitado.

Se balancearon con la música en un mundo privado de dos.

La tensión fue desapareciendo de la cabeza de Will, pero aún tenía algo que le preocupaba. Era… el bebé. Había visto el modo instintivo y cariñoso de Laura de comportarse con él. Ella nunca había mencionado querer un bebé, y tampoco había hablado de matrimonio. Laura nunca le había forzado en nada.

Will conocía sus propios defectos. Si alguien le presionaba, él daba media vuelta.

Nunca había esperado encontrar a alguien que lo significara todo para él, y lo que tenía con Laura era perfecto. En ese momento, ella era libre para estar con él, sin que nadie se entrometiera en su mundo. Él adoraba poder seducirla en lugares inesperados en momentos inesperados.

¿Casarse y arriesgarse a perder todo eso?

Will la abrazó con más fuerza. El cuerpo de Laura estaba caliente.

Esa noche harían el amor. En su casa. Necesitaban pasar tiempo a solas.

– ¿Señorita Laura Stanley?

Will oyó las palabras detrás de ellos. Los dos miraron al camarero.

Llevaba un teléfono inalámbrico.

– ¿Es usted la señorita Laura Stanley?

– Sí -dijo ella rápidamente-. ¿Ha ocurrido algo?

– No lo sé. Sólo hay una llamada para usted.

Ella respondió al teléfono. Will vio que abrió mucho los ojos y su sonrisa desapareció.

– Es la señora Apple. Tenemos que volver a casa. Archie tiene mucha fiebre y no deja de llorar.


– Tú y yo tenemos que hablar. Tienes una infección de oído. El médico ha dicho que a tu edad es normal. Y eso es duro, lo sé. Pero has asustado mucho a Laura. ¿Me has oído? No quiero que vuelvas a hacerlo.

Will giró la cabeza para asegurarse de que el niño lo escuchaba. Archie le miró desde su sillita y escupió el chupete, que botó por el mostrador de la cocina y cayó al suelo. Tenía que lavarlo, otra vez, antes de metérselo en la boca.

Will automáticamente lo recogió, lo lavó, lo secó y se lo puso. Se conocía la rutina de memoria. Luego siguió vaciando la bolsa de la compra. Caviar ruso, galletas saladas, uvas negras, queso francés, un exquisito vino tinto y una tarta de chocolate.

– ¿Will? ¿Estáis bien los dos? -preguntó Laura desde el cuarto de baño.

– ¡Claro! ¡Relájate! -Will bajó la voz-. Cree que no puedo ocuparme de ti, enano. Como si ocuparse de siete kilos fuera difícil.

Se secó las manos en un trapo, levantó la sillita con Archie dentro y se dirigió al salón. Crear una cuna para el niño era su siguiente tarea. La casa de Will no estaba equipada para algo así. Dos sillas bien pegadas contra el sofá harían una buena cuna improvisada, pero la tapicería del sofá era blanca. Necesitaba un protector.

Con el rabillo del ojo vio volar el chupete. Y al instante, el bebé arrugó la cara.

– Oh, no empieces otra vez. Si ella te vuelve a oír llorar volverá a preocuparse -a la velocidad de la luz, Will sacó al niño de su asiento y se lo apoyó en el hombro-. No hemos terminado esa charla sobre que aprendas a ser razonable. Necesitas mucho tiempo, lo entiendo. Debe ser frustrante ser tan indefenso. Lo entiendo también. Pero todo el mundo no puede girar a tu alrededor. Laura tiene que comer y dormir. Y tú no la dejas ni respirar. Y eso tiene que parar.

El niño soltó un eructo que habría enorgullecido a un adolescente. Will volvió a darle unas palmaditas en la espalda.

Laura estaba en la bañera de hidromasaje. El se la había llenado de sales, había puesto el Bolero de Ravel en el estéreo y había encendido velas para dar luz. No era un baño que debiera disfrutar sola.

De hecho, pensar en ella allí, desnuda y sola, estaba teniendo un fuerte efecto en su presión arterial. Pero Laura no había tenido un momento para ella sola desde que apareció Archie… Tenía a la regordeta señora Apple, pero también tenía un trabajo, la casa y una vida muy ocupada. Y el bebé la tenía agotada.

Claramente, Will necesitaba encargarse de la situación. E imaginó que en su propia casa, tendría el control.

El bebé soltó un grito. Alarmado, Will volvió a darle palmaditas.

– No empieces. Ella se está bañando y yo me estoy ocupando de que nada la moleste. Eso te incluye a ti.

Archie se retorció, levantó las piernas, respiró profundamente y entonces soltó un terrible berrido.

– ¿Will? -preguntó Laura.

– ¡Está bien! -le gritó Will alegremente, empezando a caminar de un lado a otro por el salón-. Sé que no te gusto. Me echaste un vistazo y decidiste que no podías soportarme, pero esto es una tregua, amigo. No estás mojado. No tienes hambre. ¿Entonces qué quieres?

Aparentemente el niño quería… que Will corriera. De un lado a otro, rodeando los sillones, entre la mesita, por el pasillo y de vuelta. Así, el niño pareció olvidarse de sus lágrimas. Su cuerpo se relajó acurrucado contra el hombro de Will. De repente soltó un sonido que fue como una risita, y afectó de modo extraño a Will. No decía que le gustara el niño ni una locura semejante, pero… pero el bebé parecía feliz. Esas risitas parecían una clara indicación de que el enano se sentía feliz y seguro… con él.

En la décima vuelta por la casa, Will tuvo que detenerse para respirar.

Archie soltó un bramido.

Will cerró los ojos, volvió a abrirlos y empezó a correr de nuevo.


Laura quitó el tapón de la bañera y apagó el hidromasaje. Se levantó y se secó con una toalla esponjosa, sintiéndose una mujer nueva.

El agua caliente había sido tan relajante que al principio casi se quedó dormida. Pero cuando la tensión y el cansancio fueron desapareciendo de su cuerpo, se encontró sonriendo bajo la luz de las velas… y luego canturreando con el ritmo del Bolero.

Will le había preparado ese pequeño paraíso. El pobre pensaba que nunca tendría que pagar las consecuencias por sus acciones. Pero se equivocaba completamente.

Encendió la luz y se inclinó para apagar las velas. La habitación se cargó de aroma a vainilla y almendra. Gracias a las sales de baño tenía la piel suave como la seda. Se miró al espejo empañado. Tenía los rizos alborotados, el rostro sonrosado del calor y los ojos… Se acercó más al espejo. Siempre había pensado que tenía unos ojos marrones normales, pero en ese momento tenían un brillo pícaro.

En la encimera del lavabo había un camisón muy sexy, de seda negra y provocativo. Se lo puso y lo dejó deslizar por su cuerpo.

Por supuesto, el bebé tendría que estar dormido antes de que ella realizara los planes que tenía en la cabeza. Will no escaparía esa noche.

Lo había estado pidiendo al apoyarla, al no perder la paciencia. Y esa noche lo tendría.

El aire frío acarició su piel cuando abrió la puerta del cuarto de baño. Se estremeció y sonrió. No se oía ni un ruido. Archie no estaba llorando. Se estaban llevando bien. Laura sabía que si Will pasaba tiempo a solas con el bebé, al final le gustaría.

– ¿Will?

Ajustó la postura, metiendo el estómago y sacando el pecho… y se olvidó de parecer seductora mientras caminaba descalza hasta la cocina. Había mil artilugios en la cocina, pero ellos no estaban.

Miró en el salón. Al principio tampoco los vio. Dio media vuelta para dirigirse al dormitorio y entonces oyó un suspiro.

Se inclinó sobre el respaldo del sofá… y ahí estaban. Will estaba tumbado de espaldas, apretado entre el respaldo y las sillas que había puesto para que no se cayera el bebé. Archie no podría caerse. Estaba dormido, tumbado boca abajo sobre el pecho de Will, seguro y protegido con los brazos de Will a su alrededor.

Ninguno de los dos parecía dispuesto a abrir los ojos. Laura se apoyó en los codos y puso la barbilla en las manos, sin prisa por marcharse. Era cierto que tenía otros planes para esa noche y que realmente necesitaba pasar tiempo a solas con él.

Pero ése era el Will de quien se había enamorado. Muchas veces se había preocupado por sus diferencias en el valor de las cosas. Superficialmente, Will vivía para el presente, parecía que no se cansaba de acumular cosas y estaba muy seguro de que el dinero le importaba.

Pero ése era su Will… el hombre que conquistó su corazón desde el principio, incluso roncando y abrazando al bebé. Él no podía saber que estaba haciendo eso. Will no parecía saber que en lo más hondo tenía el instinto de cuidar y amar. Necesitaba amar.

Y amaba.

Los dos se enfriarían sin una manta. Laura dio media vuelta y fue a buscar una. Por primera vez desde que Archie apareció en sus vidas, se sentía tranquila. Todo saldría bien. No podría haber una oportunidad mejor para que Will experimentara la alegría de lo que era realmente una familia.

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