Capítulo 11

Antes incluso de que Jake saliera del hospital, Brianne se dio cuenta de que el único modo de salir de aquella situación era que ella se enfrentara a sus temores. Sólo entonces, sabría si era capaz de aceptar la vida de Jake. Sólo entonces sabría si tenía el valor suficiente para acercarse a él y pedirle que lo suyo fuera para siempre.

Una hora después de que él se marchara, Brianne se dirigió a la habitación de Marina Brown. El policía que montaba guardia a la puerta se contentó con examinar su tarjeta de identificación con los registros del hospital. El hecho de que mencionara el nombre de Jake Lowell también le facilitó el acceso.

– Hola -le dijo a la joven, que estaba tumbada en posición fetal en la cama.

– Hola. ¿Eres también de los servicios sociales?

– No, yo soy… Me llamo Brianne Nelson y necesito tu ayuda.

Brianne se imaginó que si sabía la historia de Marina y descubría cómo la joven había conseguido las drogas del restaurante, tal vez ella podría tratar de hacer lo mismo. Le resultaría difícil, ya que primero tendría que deshacerse de su guardaespaldas, pero se las arreglaría para hacerlo. Llevaba años trabajando en aquel hospital y se lo conocía como la palma de la mano. Si era capaz de conseguir drogas, podría demostrar que se distribuían en el restaurante, algo que Jake y la policía no habían conseguido demostrar aún. Después de eso, podrían relacionar a Ramírez con aquel lugar y lo meterían en la cárcel.

No creía que fuera más lista que los mejores policías de Nueva York, pero sentía la necesidad de recuperar su vida y su futuro. Ramírez le había robado su libertad, mientras que el comportamiento de Jake, a pesar de ser con las mejores intenciones, le había arrebatado el control. Entre ambos le habían devuelto los peores temores de la infancia. Brianne debía derrotarlos.

Quince minutos más tarde, después de una sincera charla con la joven y de hacerle la promesa de que la visitaría a la mañana siguiente, sabía más o menos lo que debía hacer. No conocía cuál era el término exacto que le proporcionaría las drogas, pero lo averiguaría.

Se frotó las palmas de las manos y se volvió a mirar a la puerta de la habitación de Marina. La joven había perdido a su novio, pero ella se negaba a verse en la misma situación. No consentiría que le ocurriera nada a Jake.


– Has implicado a un civil en este asunto, Lowell -le dijo muy enojado el teniente Thompson.

– No intencionadamente, señor -replicó Jake.

Thompson estaba furioso y lo demostró dando una buena patada a una papelera metálica. Jake no podía culparlo por querer su cabeza. Él mismo sentía que se lo merecía por no sincerarse con Brianne en el momento en que se dio cuenta de que Ramírez la estaba siguiendo.

Tenía que reconocer que Brianne era la mujer más fuerte que había conocido nunca. Había superado su pasado y había criado a su hermano ella sola. Además, aquella misma mañana le había demostrado que era perfectamente capaz de controlar su ansiedad. Un par de días antes, Jake no había podido imaginarse cómo reaccionaría cuando se enterara de que Ramírez la estaba vigilando. Por eso, entonces le había parecido que la mejor opción para protegerla era ocultarle lo que estaba ocurriendo.

Además, había otra razón para permanecer en silencio, una que no quería admitir. La verdad era que no había querido darle a Brianne la oportunidad de abandonarlo. Todavía no lo había hecho, pero podría hacerlo. Y era algo que no estaba dispuesto a admitir.

– Además, has interrogado a una testigo mientras oficialmente estás relegado del servicio -prosiguió Thompson.

– No la interrogué, señor. Sólo tuvimos una amigable conversación.

– Sí, claro. ¿Y el hombro?

– Me duele un poco.

– No me importa si te duele o no. ¿Está operativo?

– Casi. ¿Ha jugado alguna vez al fútbol, teniente? -añadió, haciendo un gesto de dolor al ver que el teniente estaba mirando otra vez la papelera.

– Ni siquiera quiero saber la razón por la que me mentiste -dijo el teniente, frunciendo el ceño.

– Desde que murió Frank…

– Te he dicho que no quiero saberlo, al menos no hasta que termine todo esto y Ramírez esté entre rejas. Ahora, ve al despacho del médico y dile que te dé el alta.

Jake asintió, sabiendo que no le quedaba elección si quería poder capturar a Ramírez.

– ¿Me lo has contado todo ahora? -añadió el teniente.

– Sí, señor.

Todo, excepto que Brianne era mucho más que su fisioterapeuta. Si el teniente sabía que su relación con ella era tan personal, se pondría más furioso de lo que ya estaba.

Aquella mañana, Brianne lo había aceptado tal como era. Ninguna mujer lo había hecho nunca, ni siquiera con la que se había casado. Jake nunca habría esperado aquel regalo de Brianne, al menos a la luz de su pasado y mucho menos después de que ella descubriera su traición.

– Quiero hablar con esa Brianne Nelson.

Jake abrió la boca para oponerse, pero la volvió a cerrar. Su instinto lo empujaba a protegerla, pero ya había entrado en ese juego una vez antes y le había salido mal. No sabía si ella pensaba dejarlo cuando acabara todo aquello ni lo que él pensaba hacer al respecto. Sin embargo, decidió que, de momento, sólo podría ocuparse del presente. Además, Brianne podría defenderse muy bien durante aquella charla con el teniente.

– Acaba de trabajar a las cinco. La traeré a partir de esa hora.

– Pensé que tú sólo eras su paciente -comentó el teniente, frunciendo el ceño-. Haré que vaya otro oficial a recogerla y que la traiga aquí. Tú no tienes que comportarte como si fueras su guardaespaldas.

Jake decidió no enfrentarse con Thompson y no prestar atención a aquel comentario.

– Como he estado por ahí, haciendo preguntas y complicándole la vida, Ramírez quiere vérselas conmigo tanto como yo con él. Creo que podríamos tenderle una trampa conmigo como blanco…

En aquel momento, el teléfono empezó a sonar.

– Thompson -rugió el teniente. A continuación, se quedó en silencio durante un rato hasta que el oficial colgó el teléfono.

– ¿Qué es lo que ocurre?

– Ya tenemos el vínculo que une las drogas con el restaurante. Parece que podemos cerrar ese lugar.

– En ese caso, vayamos hacia allá. Me encantaría estrecharle la mano a la persona que lo ha conseguido.

– Voy yo, no tú, Jake. Tú vas a ir a que te hagan un examen físico, pero no te preocupes. Voy a felicitar a tu novia -comentó el teniente, con una sonrisa en los labios.

– ¿Cómo?

– Aparentemente, Brianne Nelson se deshizo de su guardaespaldas, el que tú dijiste que era tan bueno, y fue al restaurante. Allí, dio con la petición clave y consiguió las drogas. Entonces, llamó a la policía. No me gusta que haya un civil implicado en este asunto, pero nos ha hecho la mitad del trabajo.

El teniente parecía muy contento, pero Jake estaba aterrorizado. Brianne se había puesto en peligro. Si algo le hubiera ocurrido… Si hubiera perdido la oportunidad de decirle que la amaba…

La amaba… ¿Por qué no se había dado cuenta antes de sus sentimientos?

– Tu novia tiene talento.

– No es mi novia -replicó. Nunca antes había compartido su vida privada, así que iba a tratar de proteger a Brianne, a pesar de que resultaba evidente que ella no lo necesitaba.

Sin embargo, él sí. La amaba. Lo que resultaba tan difícil de admitir consigo mismo. Lo peor de todo sería hacerlo ante ella y ver si ella, de todos modos, decidía marcharse. Eso si estaba viva y bien.

– ¿Está…?

– Sí, está bien, hablando con nuestros compañeros. Sin embargo, si no es tu novia, ¿por qué parece que te va a dar un ataque si no consigues salir de aquí? Sabía que había más en toda esta historia. De nuevo me estás ocultando información, Lowell, y no me gusta. Bueno, volviendo al caso, creo que, con un poco de suerte, habrá algún empleado que esté harto de Ramírez. Así podremos meterlo rápidamente entre rejas.

– Eso si no atrapa a Brianne primero -replicó Jake, mientras se disponía a salir por la puerta.

– ¡Quieto!

– Dese prisa, teniente. Por mucho que yo lo respete, tengo que marcharme de aquí.

– Si quieres volver a este departamento, vas a ir a hacerte ese examen físico. Ahora mismo.

En aquel momento, la insatisfacción que Jake sentía por su trabajo y sus intenciones futuras cristalizaron en un solo pensamiento: Brianne. Jake no sólo se había sentido a disgusto con su profesión, sino con la totalidad de su vida.

Se acababa de dar cuenta de que el solitario estilo de vida de un policía y el deber frustrado eran las principales causas de su frustración, junto con el horario imprevisible y las comidas frías mientras se dejaba la piel tratando de arrestar a tipejos como Ramírez. Había tenido que ser Brianne quien le mostrara la luz.

Jake se volvió a su superior, un hombre al que respetaba y que le había enseñado todo lo que sabía, incluso el valor de la amistad. A Jake le habría gustado sentarse con él y darle suavemente la noticia, pero no tenía tiempo.

– Lo siento, teniente, no pienso hacerme ese examen físico.

Al diablo con el departamento. Lo único que le importaba era Brianne.

El teniente entornó los ojos y paralizó a Jake con la mirada.

– No pienso volver a perder el caso contra Ramírez porque uno de mis hombres haya puesto sus atributos antes del cerebro y lo haya estropeado todo.

– En eso estamos de acuerdo -replicó Jake.

El teniente dio un manotazo encima de la mesa y miró a Jake con el rostro lleno de frustración, aunque también había cierta dosis de comprensión.

– Ya no soy uno de sus hombres.

Thompson lanzó un exabrupto, pero debió de darse cuenta de que Jake hablaba en serio porque no trató de convencerlo.

– Ahora, vayámonos. Aunque te advierto que este asunto todavía no ha terminado, Lowell.

Jake asintió. Sabía que le debía al teniente una explicación, pero primero tenía que ir a ver a Brianne. ¿Cómo había podido ir al restaurante para intentar desenmascararlo? ¿En qué diablos había estado pensando?

Para cuando Thompson hubo aparcado su coche frente al restaurante, Jake estaba muy nervioso. Agarró la palanca que abría la puerta casi antes de que el coche estuviera detenido.

– Supongo que todavía vas a tratar de que me crea que no es tu novia.

Jake no le prestó ninguna atención. Saltó del coche y fue a buscar a Brianne.


– Fue más fácil de lo que yo había creído que sería -le decía Brianne al policía uniformado que la estaba mirando, aunque sin escucharla. Por suerte, ella ya le había contado su historia al detective Duke, que inmediatamente había llamado a otro hombre llamado teniente Thompson. Brianne tenía la sensación de que Jake no tardaría en llegar y que estaría furioso con ella.

Se levantó el cabello por la parte de atrás. El calor resultaba agobiante en el interior del coche patrulla donde estaba sentada, cerca del restaurante. Había llamado a la policía desde una cabina que había, en la esquina, después de que, tras pedir un plato denominado Jardín del Edén, le hubieran dado drogas. La descripción del plato había sido muy simple: un ramillete de verduras, tomates, judías y flores. Después de haber recibido el ramo de amapolas, le había parecido que debía utilizar la palabra «ramillete» y había estado en lo cierto. A cambio, le habían dado una bolsa con pequeñas pastillas de colores.

La policía estaba esperando que el juez los autorizara a hacer un registro para así poder cerrar aquel lugar para siempre. ¿Tendrían la suerte de que alguno de los empleados mencionara a Ramírez? Brianne así lo esperaba. La habilidad de aquel hombre para encontrarla la ponía muy nerviosa.

No sabía de dónde había sacado el valor para acudir al restaurante. Lo importante era que había tenido éxito.

Como no parecía policía, los empleados del restaurante no habían sospechado nada.

Quería que aquella situación con Ramírez terminara porque no quería que Jake corriera ningún riesgo. Lo amaba. Para evitar que él estuviera en la línea de fuego, se había interpuesto entre él y Ramírez. Sabía que se pondría furioso, pero al menos estaban más cerca de quitarse a Ramírez de sus vidas. El caso entonces habría terminado, aunque sabía que para Jake habría otro, y luego otro más…

¿Podría ella vivir así el resto de su vida, preguntándose cada día si volvería sano y salvo a casa? ¿Desearía él que su relación, o su aventura, se convirtiera en algo más duradero?

De repente, alguien tocó en el cristal de la ventanilla, lo que sobresaltó profundamente a Brianne.

– Soy Lowell. Abre.

Brianne se mordió el labio inferior y miró al policía que había sentado al volante. Aparentemente, reconoció la voz de Jake porque abrió las puertas y salió del coche. A los pocos minutos, éstas volvieron a abrirse y Brianne se encontró cara a cara con Jake.

Por su gesto, se veía que estaba furioso. Entonces, levantó las manos y, sin decir nada, le acarició las mejillas.

– ¿Jake?

Él respondió del modo que ella menos hubiera esperado. La besó de un modo apasionado, caliente… Le introdujo la lengua entre los labios en un magistral acto de posesión, tan potente, que Brianne sintió que el deseo se le despertaba en la entrepierna.

– Necesitaba saber que estabas viva y bien.

– Lo estoy.

– Lo sé. Ahora creo que voy a estrangularte. ¿En qué diablos estabas pensando? -le gritó. La furia que Brianne había esperado se vertió por fin sobre ella. La joven se quedó atónita. Aquélla era la primera vez que Jake le gritaba-. ¿Es que no tienes nada que decir?

– Lo he hecho bien, ¿verdad?

– Podrían haberte matado. ¿Por qué no me llamaste a mí en vez de avisar a la policía?

– Porque tenía miedo de que el abogado de Ramírez dijera que las pruebas que yo había conseguido no eran válidas -respondió ella, omitiendo el hecho de que, en parte, había actuado de aquella manera para evitar que Jake corriera riesgo alguno-. Ahora mismo, tú estás de baja. No quería que pudieran tener nada a lo que aferrarse y que Ramírez volviera a librarse de la cárcel. Te estaba protegiendo a ti y a tu caso. Después, quise llamarte, pero el policía no me lo permitió. Me dijeron que ellos se ocuparían a partir de entonces del tema y me metieron en este coche patrulla.

– Primero vas a ir a hacer tu declaración y luego tú y yo nos vamos a ir a casa.

– Ya le he dicho todo lo que sabía a un oficial.

– El teniente Thompson quiere hablar contigo. Además, tendrás que hacer una declaración oficial en la comisaría. Después, nos vamos a ir al ático y tú no vas a salir de allí hasta que Ramírez no esté entre rejas.

– Eso es un poco exagerado, ¿no te parece?

– No querrás ponerme a prueba aquí mismo, ¿verdad, Brianne? -le espetó Jake. Ella notó su ira y su miedo. Entonces, colocó un brazo sobre el respaldo del coche y se inclinó sobre ella-. Vas a hacer exactamente lo que yo te diga y me vas a dejar que te lleve a casa.

– Siento haberte asustado.

– ¿Tienes idea de lo que podría haberte ocurrido si Ramírez te hubiera atrapado?

– Pero no lo hizo -respondió ella, temblando ligeramente.

– Podría haberlo hecho.

– Jake…

En aquel momento, una poderosa voz retumbó en el exterior del coche mientras que una mano golpeaba sobre el techo del coche patrulla.

– ¡Haz el favor de salir de ahí, Lowell!

– Parece que alguien no está muy contento contigo.

– Eso es más o menos lo que yo siento por ti en estos momentos.

– ¡He dicho que salgas!

– Te llaman…

Jake asintió, abrió la puerta del coche y saltó al exterior. Antes de que ella pudiera salir, cerró de un portazo.

Brianne pensó que no importaba. Podría utilizar el tiempo para ver cómo podría neutralizar la furia de Jake. Se sentía muy mal por haberlo asustado, aunque se negaba a sentirse como si hubiera hecho algo malo. Había colocado en lo alto de su lista de prioridades a Jake, muy por encima de su miedo. Si volvían a darle opción, Brianne volvería a hacer exactamente lo mismo.


Después de un par de horas agotadoras en la comisaría, Jake se llevó a Brianne a casa. La policía había confiscado las drogas, más de lo que nunca hubieran creído conseguir de un golpe, y habían arrestado a los empleados del restaurante para poder interrogarlos en comisaría. Tanto Thompson como Jake estaban seguros de que alguno de ellos traicionaría a Ramírez. Gracias a Brianne, estaban muy cerca de arrestar a aquel canalla.

Sin embargo, Jake estaba furioso con ella por el riesgo que había corrido. Quería que ella entendiera perfectamente el peligro al que se había expuesto. Para ser una mujer con tantos miedos infantiles, había hecho algo verdaderamente sorprendente, aunque si se paraba a pensar en el modo en que había dirigido su vida, se daba cuenta de que no debería haberse sorprendido.

Cuando entraron en la cocina, Norton entró corriendo con ellos. Estaba tan contento de ver a Brianne que se convirtió en su sombra perpetua.

– Menos mal que el portero se ocupó de sacarlo a pasear -musitó Jake, que no estaba de humor para tener que sacar al perro.

– Veo que sigues enfadado conmigo -comentó Brianne, tras dejar el bolso encima de la mesa.

– ¿Y por qué iba a estarlo?

– Se me ocurren unas cuantas razones.

– A mí también. En primer lugar, tuve que dejar que Vickers y Duke se ocuparan de los interrogatorios.

– Yo oí que el teniente Thompson decía que sin un examen físico no va a permitir que te vuelvas a acercar a este caso.

– Bueno, de eso tengo la culpa sólo yo.

– Si quieres, yo puedo decirles los progresos que estás haciendo y que creo que podrías pasar el examen físico.

– ¿Tú crees? -preguntó Jake, sabiendo que las sesiones de fisioterapia habían sido mínimas.

– Hablemos claro, Jake. Tienes el hombro mejor de lo que yo sospechaba. No te hacen falta sesiones diarias. Si les digo eso, puedo hacer que vuelvas más rápidamente a tu trabajo, y lo haría sin pararme a pensar lo que a mí me parece que te pongas todos los días en peligro.

– Te lo agradezco mucho, pero no.

– Como quieras.

El ático de Rina era muy espacioso, pero, en aquellos momentos, la cocina parecía demasiado pequeña para poder acogerlos a los dos. De nuevo, había una fuerte corriente sexual entre ellos. Brianne dio un paso hacia él. Jake no se movió, pero se notaba que aquello lo incomodaba.

– No te enfades conmigo, Jake. No me ocurrió nada y sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Tenía un plan y un spray de defensa…

– ¡Que te habría servido de mucho si te hubieras tenido que enfrentar a un traficante que ha matado a un policía! -exclamó él, en tono muy airado-. ¿Quieres hacerme un favor? -añadió, al cabo de unos segundos-. Permanece en silencio, porque cada vez que hablas, empeoras las cosas.

– ¡Mira quién habla! Tú eres el que quiere convertirse en un blanco humano para capturar a Ramírez. ¿Y te enfadas porque yo haya hecho lo mismo?

– En lo de que estoy enfadado, estás completamente en lo cierto. Si yo hubiera ido por Ramírez, habría estado cumpliendo con mi trabajo. Tú no tienes experiencia en este campo y encima te deshiciste de tu guardaespaldas…

Cuando se dio cuenta de que estaba gritando Jake dio un paso atrás. De repente, se chocó con la encimera y se vio prisionero entre los muebles de la cocina y el delicioso cuerpo de Brianne.

– Estás de baja -replicó ella, sin miedo alguno.

Por la actitud que ella mostraba, Jake sospechó que su estado de ánimo había cambiado. Se dio cuenta de que estaba disfrutando, tanto por haber colaborado para arrestar a Ramírez como por estar discutiendo con él.

Jake debía admitir que a él también le estaba gustando. Lo excitaba su fuerza tanto como su belleza. Sin embargo, seguía estando muy enfadado con ella y quería que Brianne comprendiera la gravedad de la situación. Con el restaurante cerrado, el traficante se sentiría acorralado y no tendría remordimiento alguno sobre quién era la víctima de sus zarpazos, especialmente con Jake, lo que significaba que Brianne debería tener mucho cuidado. El teniente había doblado la protección de la familia de Frank. Rina estaba a salvo en Italia, por lo que sólo quedaba Brianne. Ella tenía que aceptar estar en un segundo plano. No podría andar correteando por ahí en solitario.

El teléfono empezó a sonar, lo que impidió que Jake replicara a lo que Brianne le había dicho.

– Lowell -dijo, tras levantar el auricular. Era Vickers-. Te escucho, compañero.

– El cocinero ha delatado a Ramírez. Tenemos su declaración y la dirección de su nuevo laboratorio. Cuando estábamos preparados para ir a hacerle una visita, nos llamó el propio Ramírez. Nos ha dicho que se va a entregar él mismo.

– ¿Qué es lo que está intentando?

– Que tú no intervengas. Nos ha pedido que no te muevas de aquí. Dice que no se arriesgará a presentarse en la comisaría mientras tú andes por ahí, esperando poder dispararle por la espalda.

– Voy para allá enseguida -le dijo a Vickers. Tras colgar el teléfono, se volvió a Brianne-. Tengo que irme a la comisaría.

– ¿Se trata de Ramírez?

– Sí -respondió Jake. Durante un segundo, le pareció vislumbrar de nuevo el miedo en los ojos de Brianne.

– ¿Qué es lo que está pasando exactamente?

– Dame un minuto.

– De acuerdo.

Brianne se sentó en una silla mientras Jake salía de la cocina. Supuso que tenía que recoger algunas cosas de su cuarto. Mientras esperaba, empezó a morderse las uñas, algo que no había hecho nunca, mientras trataba de encontrar un modo de pedirle que le contara lo que estaba pasando o que se la llevara con él.

Cuando regresó, se había puesto unos vaqueros y una camiseta negra. Ella se levantó del asiento y lo agarró por el brazo.

– Tranquila. Volveré enseguida.

– ¿Dónde vas?

– Si te lo digo, ¿me prometes que no te moverás de aquí mientras yo esté fuera?

– ¿Cómo puedo prometerte nada cuando no sé lo que vas a decirme?

– Brianne, por favor, no me lo pongas más difícil. Yo te diré la verdad y tú me prometerás no salir de aquí -insistió él, suplicándole con sus hermosos ojos.

– Dime dónde vas y déjame que juzgue yo misma si puedo hacerte esa promesa o no.

– De acuerdo. Ramírez va a entregarse. Y yo voy a reunirme con él.

– ¿Estás diciéndome que vas a ir a la comisaría? Pensaba que se te había prohibido entrometerte en nada que tuviera que ver con este caso.

– ¡Maldita sea! No tengo tiempo para tantas explicaciones. Ramírez quiere que yo esté allí cuando se entregue. Ahora, prométeme que no te moverás de aquí mientras yo esté fuera.

– No -le espetó ella. No estaba dispuesta a dejarse intimidar y dejar que él se enfrentara solo a aquel peligro.

– No sé por qué ahora eres tan testaruda…

– Siempre lo he sido. Cuando amo a alguien, no lo abandono. Pregúntaselo a Marc.

Jake abrió los ojos de par en par, pero no dijo nada. Brianne se negó a retirar o corregir las palabras que acababa de decir, ya que no las había dicho sin pensar. Le habían salido del corazón y decirlas en voz alta confirmaba de alguna manera sus sentimientos.

– Llévame contigo.

– No. Una vez más, Brianne, prométeme que no saldrás de aquí. Yo, por mi parte, te prometo que regresaré pronto.

– Querría hacerlo, pero no puedo. Te pido que me entiendas.

– Espero que seas tú la que me entienda a mí. No me puedo arriesgar a que te ocurra algo, como le pasó a Frank.

Antes de que Brianne pudiera reaccionar, Jake se sacó un par de esposas. Le colocó una de ellas en la muñeca y la otra en la silla.

– ¿Cómo has podido ser capaz de hacerme esto?

– No me has dejado elección. Ya has demostrado de lo que eres capaz si se te da un pequeño margen.

Entonces, recogió sus llaves y le encendió el pequeño televisor que había en la cocina para entregarle después el mando a distancia. Salió y regresó un segundo más tarde con una revista, que le colocó encima de la mesa.

– Lo siento, pero no me has dejado otra opción.

– Dile eso a alguien que le importe.

Brianne observó cómo se marchaba. No le importaba que sintiera lo que había hecho o que se hubiera disculpado. Sabía que si le hubiera prometido lo que él quería, habría estado mintiendo. Tiró con fuerza de las esposas pero el cierre era firme. Furiosa, agarró la revista y empezó a hojearla sin prestarle en realidad atención a lo que veía. A medida que fueron pasando los minutos, Brianne se fue dando cuenta de que él no iba a regresar, por lo que no le quedó más remedio que resignarse.

Por la dirección que aparecía en la primera página, sabía que la revista era de Rina. En la televisión sólo había talk shows sin interés alguno, por lo que decidió concentrarse en la lectura.

Empezó a pasar las páginas una vez más y sólo se detuvo cuando encontró un artículo que se titulaba Las sensuales noches de la ciudad. Las frases que aparecían impresas la hicieron reír, pero cuando vio las fotos, se tomó el tiempo suficiente para mirarlas detenidamente. En la primera de ellas, vio una pareja que estaba compartiendo un helado… Sin poder evitarlo, Brianne recordó la noche en que Jake la había llevado a la heladería.

Al pensar en aquella noche, no era el sexo lo más memorable, a pesar de que había sido estupendo. Ni el helado, que había sido delicioso. Lo que más destacaba había sido el hecho de lo mucho que Jake se había esforzado en elegir un lugar que significara algo para ella, en cómo la había escuchado cuando Brianne le explicó sus temores de que alguien la estuviera siguiendo. Tal vez no hubiera sido del todo sincero con ella, pero al menos no la había menospreciado.

Porque sentía algo por ella. No era que aquello lo exculpara por haberla esposado a aquella silla, pero si sus razones habían sido las mismas que las de Brianne cuando fue al restaurante, tal vez…

Cariño. Amor. ¿Un futuro? Aquello era todo lo que quería. No podía consentir que él se alejara de su vida sin presentar batalla. En aquel momento, se dio cuenta de que podría vivir con la arriesgada vida de Jake porque, simplemente, no quería vivir sin él.

Estudió las fotografías de la revista. Eran muy interesantes, eróticas imágenes de éxtasis. Sin previo aviso, Norton levantó la cabeza y, empezó a ladrar. Rápidamente, salió de la cocina.

– ¡Menudo traidor Jake! Te aseguro que vas a pagármelas por esto.

Oyó que unos pasos avanzaban en dirección a la cocina.

– Ven a quitarme estas esposas, ¿quieres?

– Será un placer.

Brianne se dio la vuelta y pudo poner rostro a aquella voz, la voz con acento que no podía pertenecer a otra persona que no fuera Louis Ramírez.

Загрузка...