Capítulo 3

Brianne se acercó a los ventanales que ofrecían una vista perfecta del East River. Norton la siguió, con sus placas de identificación tintineándole en el cuello.

Los rayos del sol entraban con fuerza a través del grueso cristal, caldeándola a ella y a la habitación, aunque, personalmente, ya no necesitaba más calor. Gracias a Jake, no había una parte de su ser que no estuviera ardiendo. Jake… Un nombre muy sensual para un hombre muy sensual. Un hombre sensual, soltero y sin compromiso. A pesar de todo, era consciente de que había muchas cosas que desconocía sobre él. Se preguntó qué haría para ganarse la vida e incluso lo que le gustaría para desayunar.

Básicamente, le interesaba todo sobre él, pero decidió que no iba a preguntar. Era mejor no hacerlo. Jake la excitaba mucho, pero debía hacer todo lo posible por mantener su relación dentro de un marco estrictamente profesional, aunque sabía que no sería fácil. El hombre, aquel apartamento, la química que había entre ellos… Todo ello pertenecía al mundo de las fantasías. Sin embargo, las fantasías no se hacían realidad. Aquello era algo que sabía de primera mano.

Había querido tener unos padres cariñosos y preocupados por sus hijos y había conseguido unos viajeros incansables, más interesados en peligrosas aventuras que en sus hijos. Había querido tener seguridad y la oportunidad de llevar una vida normal y, en vez de todo eso, se había encontrado con la responsabilidad de un hermano al que adoraba y del que debía ocuparse emocional y financieramente.

Por eso, sabía que las fantasías eran necesarias para aliviar las responsabilidades de la vida, pero que nunca se hacían realidad.

El deseo que sentía por Jake se mantendría en el reino de los sueños imposibles. No había lugar posible para ellos en la vida real. Cuanto menos supiera de Jake Lowell, mejor. Ya era bastante peligroso aceptar aquel trabajo. No tenía ni idea de cómo podría vivir con él todo el verano.

La fisioterapia era un tratamiento que ponía en un contacto muy íntimo a paciente y profesional. Masajear aquellos músculos, estar cerca de un hombre que excitaba de tal modo sus sentidos… Brianne no sabía por qué la afectaba de ese modo, pero sabía que no auguraba buenas consecuencias para su intención de permanecer libre, de ser la profesional que anhelaba ser.

– Estoy listo.

De repente, aquella voz la sacó de sus pensamientos. Tal vez él estuviera listo, pero ella no. Brianne se volvió para mirarlo. Si hubiera ido vestido de otro modo, tal vez hubiera podido soportarlo, pero llevaba puesta una camisa rasgada, como siempre, de un color azul marino que resaltaba sus ojos, y unos pantalones cortos que no cubrían más de lo que había tapado la toalla antes.

Al verlo, el corazón de Brianne empezó a latir rítmicamente. Entonces suspiró y decidió que había llegado el momento de aclararlo todo entre ellos.

– Estás listo… ¡Qué interesante! Rina me hizo creer que serías un paciente difícil. De hecho, dijo que me costaría mucho hacerte trabajar, que te resistirías a la terapia.

– Y tenía razón. A lo que me refería es a que estoy listo para hablar -replicó, mientras se acomodaba en el sofá de terciopelo. Con aquella ropa tan informal y barba de un día, parecía estar completamente fuera de lugar en aquel salón-. Ven a sentarte también.

Brianne obedeció, aunque no se sentó tan cerca como él le había sugerido. No obstante, a pesar de la distancia, sentía la poderosa presencia de Jake. Se recordó que debía actuar como una profesional y trató de no mirar la atractiva piel que se adivinaba bajo los bordes de la camisa.

– Dime una cosa, Jake.

– Dilo otra vez.

– ¿El qué?

– Mi nombre… -susurró él, inclinándose sobre ella hasta que estuvo demasiado cerca-. Jake… Dilo otra vez.

Brianne sintió que no hubiera podido apartarse de él aunque hubiera querido y, que Dios la ayudara, tampoco quería hacerlo. Entendía perfectamente lo que él sentía porque ella experimentaba exactamente lo mismo cada vez que Jake decía su nombre.

– Jake… -murmuró.

Los ojos de Jake se turbaron un poco más a medida que se acercaba a ella, bebiéndose la distancia. El excitante aroma a menta la rodeó, tentándola, turbándola.

– Llevo mucho tiempo sintiendo curiosidad…

– Yo también -admitió ella.

Efectivamente, la curiosidad era la única razón por la que permitiría aquel beso inevitable. Jake la tocó debajo de la barbilla, ligeramente, para colocarle la cabeza al tiempo que su boca se posaba sobre la de ella. Fuerte y seguro, aunque dulce a la vez, aquel beso fue todo lo que ella había soñado. Cuando Jake le trazó la línea de los labios con la lengua, humedeciéndolos antes de deslizarse entre ellos, Brianne sintió que todo el cuerpo le temblaba de placer. El pulso le latía con fuerza en el pecho, entre las piernas, dando forma al deseo que había surgido entre ellos a través de un café lleno de gente.

El aliento de Jake era cálido y fresco, su boca ardiente y apasionada, igual que la de ella. Un suspiro de placer se le escapó a Brianne de la garganta, lo que él tomó como una señal de permiso para profundizar el beso.

Sin embargo, en ella provocó una reacción opuesta. A Brianne la hizo salir de las brumas del deseo y regresar a la realidad. Se recordó que eran una fisioterapeuta y su cliente y se obligó a empujarlo de los hombros para que se apartara.

Desgraciadamente, el movimiento se prolongó un poco más de lo que había planeado cuando notó la firmeza de los músculos que había bajo la tela de algodón. Brianne tardó un dulce minuto en romper el contacto.

– No podemos hacer esto.

– ¿El qué? ¿Conocernos?

– Eso ha sido mucho más que conocernos… ¿Estás diciendo que has cambiado de opinión sobre tu rehabilitación? -le preguntó, al comprender el significado de sus palabras.

– Me gusta tu estrategia. Me besas y me bajas las defensas -dijo él, con una ligera sonrisa en los labios-. ¿Estás tratando de aprovecharte de mí?

– Tú me has besado primero -le recordó Brianne.

– Tú no me has detenido.

– Bueno, digamos que nos hemos desfogado y que ahora podemos seguir hacia delante.

– ¿Para que tú te puedas mudar aquí? -replicó Jake-. Me acaba de llamar Rina y me ha explicado dónde vas a pasar el verano.

– Ya veo que tampoco sabías esa parte…

– No.

– Creo que esto se llama manipulación.

– Descaradamente, pero Rina es así. Mi hermana siempre lo hace todo con las mejores intenciones, pero no siempre piensa bien las cosas. Es una romántica…

– Resulta agradable ver que hay personas que siguen siéndolo.

– Mis padres son un ejemplo. Están jubilados, viven en Florida y se vuelven locos mutuamente. Rina es otro. Ella es la secretaria que se casó con su acaudalado jefe. A sus ojos, todo es posible.

– ¿Y se extiende el romanticismo de tu hermana a conseguir que tú aceptes hacer fisioterapia haciéndome que me mude aquí?

– Supongo que sí -admitió él, con una encantadora sonrisa.

Brianne bajó los ojos y vio que, de nuevo, Norton estaba tumbado a sus pies, mirándola con adoración. Dos atractivos machos en un apartamento. ¿Cómo iba a sobrevivir?

– Muy bien, Jake. Dime exactamente qué terreno pisamos en el asunto de la terapia física. Evidentemente, te resistes y has hecho sufrir mucho a tu hermana al respecto…

– Claro que sí. ¿Tienes hermanos o hermanas?

– Sí, un hermano.

– Entonces, ya sabes que los hermanos se hacen sufrir mucho mutuamente.

No, Brianne no lo sabía. En realidad, ella había sido para Marc más una madre que una hermana y, por lo tanto, nunca había experimentado la clásica rivalidad fraternal. Había estado demasiado ocupada trabajando.

– Marc es mucho más joven que yo. Nuestra relación era… es diferente. Sin embargo, no he venido para hablar de mi hermano. Rina me contrató para una razón y quiero saber si tú vas a dejarme realizar mi trabajo o no. Quiero saber lo que puedo esperar de ti.

Jake forzó una sonrisa. Ni siquiera él mismo tenía idea de lo que esperar. Aquel beso lo había sorprendido. Nunca había planeado ser tan descarado y, mucho menos, había esperado que ella le devolviera el beso. Ni que supiera mucho mejor de lo que nunca había imaginado.

– Si Rina te contrató, no te puedo echar a la calle.

– ¡Vaya, gracias! Pero la cuestión es saber si vas a cooperar.

Jake se alegró de que la mujer profesional estuviera al mando de la situación, aunque, muy dentro de él, sabía que todo aquello era una mentira. Prefería a la mujer tierna, cálida que había dentro de Brianne. Sin embargo, la primera era más segura y él tenía que jugar así. De aquel modo, la relación entre ambos sería menos íntima e impediría que ella pudiera averiguar que había avanzado más en la rehabilitación de lo que Rina y ella creían.

– Estoy seguro de que se me puede persuadir y de que tú estás perfectamente capacitada para llevar a cabo la tarea.

– ¿Entonces, así, de repente, estás dispuesto a considerar la terapia?

– Estoy dispuesto a dejarte que intentes persuadirme.

– ¿Y a qué se debe el cambio?

– No hay cambio alguno. Todavía no he accedido a nada.

– Pero lo harás.

– ¿Tan segura estás de ti misma y de tus habilidades?

– Por supuesto. La única pregunta es a qué se debe el cambio.

– ¿Quieres que te diga la verdad o qué es lo que quieres oír?

Jake tenía la impresión de que la respuesta sería «ambas cosas». Brianne quería saber que la única razón por la que él consideraría la rehabilitación era para estar cerca de ella, aunque prefería que mintiera para no tener que afrontar la verdad.

– Estoy dispuesto a considerar la terapia por ti -añadió. Ella suspiró con fuerza-. Igual que sé que tú no vas a dejar este trabajo por mí.

– Eres un poco arrogante -murmuró ella, con una sonrisa.

– ¿Y eso es bueno?

– Claro que lo es. Significa que puedes realizar ejercicios muy duros -replicó Brianne.

No se sentía intimidada por la atracción que había entre ellos aun después del beso que habían compartido. Jake pensó que, en aquel caso, le había ganado la partida. Tenía agallas, algo que no se encontraba frecuentemente en una mujer. La fuerza de Brianne le contagiaría a él y los ayudaría a ambos si iban a vivir juntos en aquel apartamento.

– Puedo aceptar cualquier cosa que tú me ofrezcas, nena. Sólo dime lo que tienes en mente.

– Tal vez te arrepientas de haber preguntado. La fisioterapia implica fortalecer y ejercitar los músculos por medio de masajes y de otros medios. La terapia con el agua también funciona muy bien. La resistencia al agua es una gran ayuda. Si se añade el hidromasaje, entonces la potencia de los chorros de agua hace maravillas para ejercitar el músculo.

– Potencia de los chorros, ¿eh?

Al oír el modo en que pronunciaba aquellas palabras, Brianne se sonrojó.

– Cada terapeuta toma un enfoque diferente, pero hay muchas posibilidades.

Jake se preguntó si ella se los estaba imaginando desnudos en el jacuzzi, con el agua haciendo remolinos alrededor de sus cuerpos. Se preguntó si Brianne sabía lo mucho que dos personas se podían divertir con los chorros de agua que había mencionado.

– Todo suena muy interesante, especialmente eso de la potencia de los chorros -comentó él, mientras movía provocativamente las cejas.

– He de decirte que yo reservo la terapia del agua para pacientes que cooperan más -replicó ella, observándolo con cautela.

Tal y como probablemente había sido intención de Brianne, el cuerpo de Jake empezó a agitarse a un ritmo constante, un ritmo que sólo podrían igualar esos chorros de agua que ella había mencionado. Contuvo el aliento y se obligó a pensar como el policía que todavía era. Primero, y lo más importante, necesitaba información sobre el horario de ella para poder planear mejor el suyo y saber cuándo podría estar solo en la casa y cuándo podría salir a trabajar en el caso de Ramírez sin que ella se lo dijera a su hermana.

– Bueno, entonces, ¿cuándo vas a empezar a convencerme? Te advierto que, con los incentivos adecuados, puedo llegar a cooperar muchísimo. Además, aprendo muy rápido… y puedo ser aún mejor maestro…

Jake observó cómo Brianne luchaba por mantener la compostura y se congratuló por ello. Si conseguía mantenerla fuera de control, sería él quien llevaría las riendas de la situación, algo que era fundamental. Le habría resultado muy fácil dejarlo todo, incluso a la familia de Frank y a Ramírez, en favor de Brianne. Aquel pensamiento le turbaba.

– Tranquilo, muchacho. Empezaremos tan pronto como yo tenga el informe, el diagnóstico y las recetas de tu médico, algo que será probablemente la semana que viene.

Jake la miró y vio que se había recostado contra el sofá. Parecía más relajada que antes, por lo que él llegó a la conclusión de que ella se acababa de otorgar tiempo antes de enfrentarse con él y con su desgana para comenzar la terapia, antes de tener que convencerlo del único modo en que él lo permitiría: mediante un juego de seducción. Mientras Brianne viviera allí, tenía la intención de controlar la situación.

Evidentemente, ella había comprendido sus intenciones y esperaba conseguir un tiempo para poder adaptarse a la situación mientras el médico respondía a sus peticiones. Desgraciadamente para ella, el expediente estaba en su dormitorio. Hacía semanas que lo tenía y simplemente no lo había mostrado antes porque un íntimo amigo suyo lo había estado ayudando en privado.

– Lo siento, pero no dispones de ese tiempo, nena.

– No me llames así.

– ¿Es que te ofende?

– No, me excita -contestó Brianne. Jake la contempló atónito, lo que hizo querella se echara a reír-. Lo siento, pero no voy a consentir que lleves siempre las de ganar.

Jake respiró profundamente, forzándose a no concentrarse en lo que ella acababa de decir y a no pensar en el hecho de que ella pudiera estar realmente excitada en aquel momento y con él.

– Tengo el expediente en mi dormitorio.

Tal y como había esperado, aquellas palabras disminuyeron la intensidad de su sonrisa.

– Necesito instalarme.

– ¿Cuánto tiempo?

– No mucho. Llevo toda la semana pasada haciendo preparativos.

– ¿Puedo ayudarte a trasladar tus cosas?

– Si puedes hacerlo, entonces es que no me necesitas.

– Estoy seguro de que podrás encontrarme alguna utilidad.

– Eso no pienso ni tocarlo -replicó ella, riéndose. Aquel sonido hizo que Jake se sintiera más vivo de lo que lo había estado desde la muerte de su amigo-. Jimmy, el dueño del café, me puede ayudar.

Jake asintió, tratando de no prestar atención a unos inesperados y poco bienvenidos celos que sintió al oír el nombre de otro hombre en los labios de Brianne. Decidió cambiar de tema.

– Supongo que Rina te mencionó que hay un gimnasio privado, una piscina en el tejado y un jacuzzi, ¿no?

– Sí, claro, aunque, si quieres, podríamos realizar la terapia en el hospital y así utilizar las instalaciones que tienen allí.

– Me estaba refiriendo a que utilizaras la piscina y el jacuzzi en tu tiempo libre, no para la terapia.

– Es cierto, me olvidaba de que todavía no has accedido a nada.

– Exactamente.

– ¿Te importa decirme por qué no? -le preguntó ella. Jake, inmediatamente, desvió la mirada-. Ya veo que sí -añadió, con cierta desilusión en el rostro, que, sorprendentemente, turbó a Jake.

– Siento curiosidad. ¿Cuál fue exactamente el trato que hiciste con Rina?

– Simplemente que debía darte sesiones privadas de fisioterapia.

– ¿Cuándo, Brianne? ¿Con qué frecuencia?

– Trabajo en el hospital durante el día, así que tus sesiones serían por la tarde.

Las tardes de Jake estaban dominadas por la rutina: la cena, ver la televisión y marcharse a la cama. De repente, se imaginó unas sensuales oportunidades con una mujer que le interesaba profundamente, tanto física como intelectualmente.

– ¿Cuántas noches a la semana?

– Al menos cinco.

– Rina es una negrera -comentó él, entre risas-. Estoy seguro de que podemos pensar en algo que sea más cómodo para ti. Después de todo, también trabajas durante el día.

– No. He hecho un trato y pienso trabajar las horas por las que se me paga -replicó Brianne, mirándolo con sus ojos verdes llenos de astucia-. No vas a librarte tan fácilmente, ¿sabes?

Como sabía lo que le convenía, Jake se tomó aquella advertencia muy en serio.


Brianne estaba disfrutando de unos días de calma. No podía mudarse al ático hasta que hubiera recogido todas sus cosas y tampoco podía empezar a trabajar con Jake hasta que no hubiera satisfecho sus obligaciones para con Jimmy. No podía abandonar a su jefe y amigo sin un intervalo de tiempo adecuado.

La noche anterior, había salido rápidamente del ático porque necesitaba espacio, aire fresco. Si no hubiera salido de aquel apartamento, podría haber sucumbido a sus encantos de seducción. Tal vez se hubiera visto tentada a robar otro beso… Le daba la sensación de que él no la habría detenido. Y de que ella no se habría sentido satisfecha con solo uno.

Se acurrucó en su cama, mientras la luz de la mañana empezaba a entrar por la ventana y sacó los papeles que Jake le había dado. Muchas de las respuestas que no quería saber estaban ante sus ojos. Si leía aquellos documentos, lo conocería como hombre. Se haría más real, más de carne y hueso de lo que ya era para ella.

Sin embargo, no le quedaba elección. No había querido pensar en el hecho de que tendría que estudiar sus informes médicos antes de comenzar la terapia, pero no podía hacer nada al respecto.

Abrió la carpeta y lo primero que vio la llenó de sorpresa, desilusión y preocupación. Era policía, detective, y había resultado herido en acto de servicio y necesitaba rehabilitación para poder regresar a su trabajo. Con la fisioterapia, le estaría dando la oportunidad de retomar su carrera y de volver a ponerse en peligro otra vez. Aparentemente, su vida estaba destinada a cruzarse con las de las personas que habitualmente corrían muchos riesgos en las suyas. Suspiró. Al menos tenía una razón muy concreta para no relacionarse con Jake a otro nivel que no fuera el profesional.

Si la posibilidad de que ella se fuera a marchar a California al final del verano no era motivo suficiente para no comenzar ninguna relación con él, a eso se añadía el hecho de que tenía una profesión de alto riesgo. Brianne había construido su presente y establecido un futuro del modo en que le gustaba vivir. No iba a consentir que nadie volviera a arrebatarle aquella estabilidad, aunque fuera un hombre que la excitaba de un modo que ella deseaba desesperadamente explorar.

Tras dejar los papeles encima de la cama, se dirigió a la ducha para así poder tranquilizarse. Se desnudó, abrió el grifo del agua y entró en la cabina. El agua caliente le cayó con fuerza sobre su ya sensible piel. Besar a Jake la había excitado, por lo que necesitaba aquella casi dolorosa sensación contra su carne para mitigar la necesidad que él había inspirado.

Sin embargo, a medida que el agua caliente le fue cayendo sobre la piel, en vez de apagar el deseo que se había despertado en ella lo encendió aún más. Sentía los pechos henchidos, los pezones erguidos y la tierna piel de entre las piernas a punto de estallar. Trató de decirse que el modo en el que la sangre le corría por la piel era la respuesta a saber que era libre, que estaba reaccionando ante la atracción de tener de nuevo una vida.

Cuando el verano terminara y con ello la temporada que debía pasar con Jake, se mudaría al oeste y volvería a empezar. Podría tener un único trabajo y disfrutar de la libertad de regresar a casa después del trabajo y poder disponer de su tiempo libre como quisiera sin tener que salir de nuevo a trabajar.

Sin embargo, Brianne sabía perfectamente que se estaba engañando sobre las causas de su excitación. Estaba respondiendo a Jake, a sus insinuaciones y a la tensión sexual que vibraba entre ellos.

Rápidamente, decidió cortar el agua, ya que sabía que la ducha no estaba haciendo nada más que aumentar su estado de excitación. Ningún hombre había ejercido aquel efecto sobre ella y nada podía apagar el deseo que ardía en su interior.

Salió de la ducha y agarró la toalla que había dejado colgada detrás de la puerta. El vapor llenaba el cuarto de baño y la había puesto más caliente que antes, si aquello era posible. Colocó el pie sobre el borde de la bañera para poder secarse la pierna y fue subiendo poco a poco hacia el muslo, pensando en Jake, en su lesión, en su dolor y los deseos que ella sentía por calmarlo.

Y lo haría, con ligeros movimientos de los dedos sobre la piel de él. ¿Qué le impediría bajar un poco más, deslizar las manos desde su varonil torso hasta los pezones, que se habrían endurecido esperando sus caricias?

¿Qué podría evitar que siguiera bajando un poco más, dibujando su firme abdomen, pasar más allá de la cinturilla de sus pantalones hasta que se encontrara con el poderoso músculo, que, rígido y firme, la estaría esperando?

¿Y qué podría detener a Jake de hacer lo mismo con ella, de deslizar sus fuertes dedos entre las piernas de Brianne, de introducir los dedos entre los sensibles pliegues de su carne y aliviar el ardor que los embargaba con sus caricias…?

Nada, absolutamente nada. La respuesta le llegó inmediatamente. La respiración de Brianne se hizo más agitada y se dio cuenta de que estaba reproduciendo todos aquellos gestos con sus propias manos. Supo que nada podría detener lo que estaba a punto de ocurrir. Conocer a Jake había alentado la llama que se había prendido justo en el momento en que habían cruzado la primera mirada ilícita. La sensual voz de Jake, sus seductoras caricias, habían avivado el fuego.

Nada podría detener ya su fantasía, nada podría detenerlos…

El placer se adueñó de ella y la sacudió por dentro. Y el nombre de Jake apareció en sus labios.


Después de un largo día en el hospital, Brianne se dirigió al restaurante para decir adiós a Jimmy una vez más. Le había prometido concederle dos semanas de antelación, pero cuando había llegado para darle los detalles, él la había despedido prácticamente en aquel momento. Jimmy sabía cuánto dinero estaba en juego y no quería que ella perdiera aquella oportunidad. Comprendía perfectamente la libertad que el dinero de Rina podría otorgarle.

Brianne recogió las pocas cosas que todavía guardaba en el café, las metió en una bolsa y se volvió para hablar con Jimmy.

– No me gusta tener que dejarte tan repentinamente.

– Cielo, por mucho que yo te aprecie, te aseguro que no hay escasez de camareras en la ciudad de Nueva York.

– ¿Estás diciendo que no me vas a echar de menos cuando me haya ido? -preguntó ella, fingiendo sentirse ofendida.

– Eres una mujer muy entregada a tus obligaciones y muy leal, pero casi nunca llegas a tiempo. Además, te costó mucho tiempo y tres juegos de platos aprender. De hecho, ¿puedes volver a recordarme por qué te contraté? -añadió Jimmy, con una sonrisa en los labios, mientras le guiñaba un ojo.

– ¡Oye! ¡Que no fui tan mala! -replicó ella, lanzándole un trapo a la cara.

Brianne le estaba muy agradecida por su amistad y apoyo. Sin embargo, a pesar del evidente atractivo del rubio Jimmy, nunca se había sentido atraída por él, al menos no del mismo modo en que Jake lo había hecho. Aunque la había invitado a salir, siempre había respetado los límites de la amistad y había aceptado sus «noes» casi inmediatamente. Como tenían tantas cosas en común, él se había convertido en su mejor amigo.

– Bueno, ahora en serio -dijo Jimmy-. Si ese tipo te acosa o te molesta de alguna manera, no dejes de llamarme.

– Gracias -contestó ella, sabiendo que cualquier avance que Jake hiciera hacia ella no sería mal recibido, aunque sabía que sería mejor rechazarlo-, pero estaré bien. Y tú deja los cigarrillos. Te aseguro que te matarán si alguna mujer no lo hace antes -añadió, después de colgarse su bolsa al hombro.

– Iré a tu apartamento bien temprano para ayudarte a trasladarte -replicó él, sin darse por aludido.

– Eres un amor, Jimmy.

– Eso es lo que dicen todas. Por cierto, no estás enfadada conmigo por ayudar a esa mujer a preparar todo este lío, ¿verdad?

– ¿Cómo puedo estar enfadada cuando me has sacado de un agujero bien profundo? Por fin veo la luz del sol. Te estoy muy agradecida, aunque debes reconocer que tienes la boca algo grande -añadió ella, con una dulce sonrisa.

– ¿Te mantendrás en contacto?

– Claro. Dile a Kellie que la llamaré.

Sabía que, después de pasar tanto tiempo con Jake, necesitaría que tanto Jimmy como Kellie le dieran consejo. También tenía a sus amigas del hospital, especialmente a Sharon, otra terapeuta en la que siempre podía confiar. No obstante, estaba segura de que quería mantener el tema de Jake tan privado como fuera posible.

– Cuídate mucho, Brianne.

Rodeó la barra del bar y abrazó a su mejor amigo. Entonces, salió a la calle. El aire era húmedo y las aceras despedían un calor casi insoportable, pero Brianne tenía la sensación de que sus noches iban a ser aún más calurosas.


La comisaría tenía un olor familiar, viejo y polvoriento, que se completaba con la visión de los suelos de linóleo y las paredes descascarilladas. Aquél había sido su lugar de trabajo durante muchos años. Se había alistado en la policía al salir de la academia y nunca se había arrepentido de ello. Hasta aquel momento.

A medida que se iba encontrando con sus compañeros, los saludaba con una ligera inclinación de la cabeza.

Entonces, Jake entró en la sala de su escuadrón y colocó una silla al lado de un escritorio de metal.

– Hola, Duke.

– Jake, compañero, ¿cómo estás? -le dijo Duke Russell, su buen amigo y compañero, tras ponerse de pie para darle una fuerte palmada en la espalda.

– Tirando -susurró él, conteniéndose para no hacer un gesto de dolor-. ¿Hay alguna noticia sobre Ramírez? -añadió. Duke y Steve Vickers eran los que le estaban suministrando la información.

– ¿Podemos mantener esto entre nosotros?

– ¿Acaso no ha sido siempre así?

– Sí. Nada ha cambiado. Como te he dicho antes, Ramírez abandonó el tribunal y, según todos los indicios, está llevando una vida limpia, aunque algo desaseada.

– ¡Maldita sea! -exclamó Jake, tras meterse en la boca un caramelo de menta de una cajita que Duke tenía encima de la mesa-. Es imposible que Ramírez esté limpio para siempre. Su novia afirma que no lo ha visto.

– Estás de baja y ya te dije que Vickers se ocuparía de esa tipa cuando saliera a patrullar. Se supone que tú debes estar coordinando este asunto desde casa. ¿Por qué diablos has tenido que ir a hablar con la novia de Ramírez? El teniente pedirá tu cabeza si se entera.

– ¿Y qué diablos me puede hacer? ¿Expulsarme del cuerpo? -le espetó Jake. Aquello no le importaba, ya que él mismo estaba pensando en dejarlo. Lo único que no iba a dejar era aquel caso mientras Ramírez estuviera andando por las calles, libre para vender drogas a los niños y matar a hombres buenos.

– ¡Lowell!

Aquel rugido retumbó por toda la sala. El mal humor del teniente intimidaba a muchos de los oficiales más jóvenes, pero no a Jake. Al teniente Thompson no le gustaba el estilo de Jake, pero mientras no cruzara la línea, el teniente le daba vía libre. Cada uno respetaba las fronteras del otro.

Sin embargo, la herida de Jake había puesto a prueba a los dos hombres. Thompson quería volver a disponer de su detective y Jake quería tomarse su tiempo. Eran terrenos completamente opuestos, sin posibilidad de reconciliarse.

De repente, Jake se dio cuenta de que Brianne iba a facilitarle mucho aquella labor. Había creído al principio que ella no le causaría más que problemas, pero la joven acababa de darle un medio de mantener a Thompson contento y de así poder concederse más tiempo. No le había dicho al teniente que estaba haciendo fisioterapia porque Thompson conocía a Alfonse, su fisioterapeuta, y éste no sabría mentir si el policía lo interrogaba. Sin embargo, si alguien hablaba con Brianne, ella no tendría más que contar la verdad… que Jake era una persona muy difícil y que avanzaba muy lentamente.

Jake se levantó de la silla y se dio la vuelta.

– Buenas tardes, teniente.

– Creo que te dije que no quería volver a verte por aquí a menos que empezaras la rehabilitación.

– No podrá decir nunca que no obedezco sus órdenes, teniente.

– Ya me gustaría poder decir eso.

– No estoy de broma. Me he buscado mi propia fisioterapeuta, aunque tardaré un tiempo en volver a estar en forma.

Thompson entornó los ojos. Sus sospechas eran evidentes.

– No te voy a preguntar lo que te ha hecho cambiar de opinión. Y espero que tú, Duke, no estés contándole secretos del departamento.

– No, aunque no es que Jake sea un desconocido -replicó Duke.

– Ahora lo es. Al menos, hasta que recupere su forma física y vuelva a aparecer por aquí. Jake se echó a reír.

– Me encanta que habléis de mí como si yo no estuviera en esta sala -dijo.

– Cállate la boca, Lowell -le espetó su teniente. Al oír aquello, Jake se encogió de hombros y se dirigió a la puerta-. ¿Dónde vas?

– A algún sitio en el que no me oiga hablar, teniente -replicó Jake, aunque con la debida cantidad de respeto en su tono de voz. A pesar de todo, sentía simpatía por su superior.

– Te oigo hasta en sueños -musitó Thompson.

Entonces, Jake se echó a reír y volvió a salir al vestíbulo.

Una vez allí, se detuvo un momento para analizar lo que sabía hasta entonces. El canalla de Ramírez estaba moviéndose dentro de los límites de la legalidad hasta que se imaginara que ya no estaba bajo vigilancia policial. Aunque podría ser que el teniente Thompson no supiera que Jake andaba husmeando, al menos sabía ya que estaba cooperando con el tema de la fisioterapia y sabía que no sería demasiado duro con él si se enteraba de que estaba husmeando donde no debía. Además, con su terapeuta a domicilio en el hospital de nueve a cinco, Jake tenía todo el día libre para progresar en la investigación.

Y las noches libres para Brianne.


Brianne se tropezó con el cordón de su zapato y se detuvo ante el edificio que albergaba el lujoso apartamento de Rina. Jimmy la había ayudado a trasladarse el día anterior y, para su sorpresa, casi no había visto a Jake. Le había mostrado su habitación, le había dicho que se sintiera como en su casa y luego la había dejado a solas para que se instalara con la excusa de que tenía una cita. Brianne agradecía el aprecio y el respeto que él le había demostrado para que se aclimatara a su nueva residencia. Cuando Jake estaba presente, el apartamento se hacía más pequeño y parecía no haber suficiente aire para respirar.

Mientras se arrodillaba para atarse el zapato, una húmeda brisa empezó a soplar en la noche, similar a la que la noche anterior le había impedido dormir. Como el aire acondicionado del apartamento era frío e incómodo había esperado que el aire más familiar de la calle la ayudara a relajarse. Sin embargo, había seguido dando vueltas en la cama a causa de un calor que no tenía nada que ver con que Norton estuviera tumbado a su lado o con la temperatura exterior.

Se tomó más tiempo del necesario para evitar tener que regresar a su «casa», pero al final no le quedó elección. Se incorporó y, tras estirarse el uniforme verde del hospital, respiró profundamente para tomar fuerzas y enfrentarse a Jake. Deliberadamente no se había cambiado después de trabajar esperando que, cuanto más profesional pareciera, más profesionalmente se comportaría. Incluso si Jake volvía a empezar con sus juegos de seducción, pensaba mantener las distancias. Sabía que le costaría mucho, pero lucharía por ello.

Era consciente de que si cedía a los poderes de seducción de Jake, si sucumbía a un hombre que valoraba tanto el peligro y el riesgo, no podría ser nada más que para un breve romance y Brianne no se dejaba llevar por relaciones sin sentido alguno. Había aprendido hacía mucho tiempo que con ellas no se conseguía aliviar la soledad y, dada la fuerza de la atracción que había entre Jake y ella, dejarse llevar por el deseo sólo podría romperle el corazón.


Brianne Nelson. «Un bello nombre para una bella dama», pensó Louis, un nombre que no le había costado mucho sacarle a las camareras del elegante café al que le gustaba acudir al detective Lowell. A Louis Ramírez no le sorprendía que un hombre como Lowell hubiera desarrollado un cierto interés por una mujer como aquélla. Cualquier hombre bien plantado se volvería para mirarla. Y allí estaba, agachada, anudándose el cordón de los zapatos, dándole una buena visión de su esbelta cintura y de su redondeado trasero. Era una pena que sintiera cierto interés por el detective.

Aquel maldito policía se creía muy listo, pero él lo había derrotado. Lowell no había sido lo suficientemente listo como para saber reconocer una trampa. Había resultado herido y no había podido sacar fuerzas para leerle sus derechos ni hacer que pasara mucho tiempo en la cárcel. A Louis le encantaba la evidente frustración del policía sobre el hecho de que nadie de la ciudad de Nueva York pudiera decir que él no era un hombre limpio. Sin embargo, hablar con su novia había sido llevar las cosas demasiado lejos. Demasiado personal.

Pensó que lo de demasiado personal podría ir en ambas direcciones. Observó cómo Brianne Nelson entraba en el edificio y se identificaba en el mostrador de seguridad. Menudo sitio para que viviera un policía.

Tras dar una última calada a su cigarrillo, lo tiró al suelo y lo apagó con el pie. Lowell era un maldito estúpido si creía que el dinero lo mantendría a salvo. Cuando llegara el momento adecuado, ningún portero o guardia de seguridad podría impedirle la entrada a Louis Ramírez.

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