Epílogo

Rina estiró los pies en su asiento de primera clase. Se quitó unas sandalias de diseño, que, en realidad, no había necesitado comprarse, y levantó la copa de agua mineral que la azafata le había servido antes de despegar. Mientras tomaba un sorbo, se preguntó por qué el agua del grifo era algo que los ricos siempre desdeñaban, junto con la honradez y la franqueza. Gracias a Dios, ya iba de camino a casa.

Ante la perspectiva de regresar a Nueva York, y al mausoleo de apartamento que allí poseía, tenía sentimientos encontrados. Aunque nunca lo había querido admitir, su hermano tenía razón. El ático era un palacio y sólo había sido su hogar cuando Robert estaba vivo. Después de su muerte, el apartamento era tan frío como el cadáver de su marido.

Rina se echó a temblar, pero se negó a esconderse de la verdad, después de todo, aquél había sido un viaje de descubrimiento y de renovación. Entonces, sacó una hoja de papel del bolso y se puso a escribir.


Número 1: poner el ático en una agencia inmobiliaria.


La satisfacción reemplazó el vacío que antes había sentido. Sintió que acababa de dar un paso para su nueva vida.

Igual que su hermano lo había hecho, gracias a ella. Cuando había contratado a Brianne Nelson como fisioterapeuta de Jake, había esperado darles a ambos un verano de diversión. Sexo y alegría. Porque Rina estuviera de luto, Jake no tenía por qué estarlo también. Sólo una estatua no hubiera notado la tensión sexual que había entre ambos, aunque ninguno de los dos tenía agallas para dar el primer paso. Esperaba que estuvieran juntos mucho tiempo. Desde el accidente de Robert, no se atrevía a decir para siempre. Sólo el destino sabía cuánto tiempo podrían compartir dos enamorados y precisamente por eso estaba muy agradecida de que su plan hubiera funcionado. Los dos estaban esperando a que Rina regresara para casarse.

En cuanto a ella misma, Rina había estado pensando mucho. El dinero que Robert le había dejado la mantendría de sobra durante el resto de su vida, pero… ¿la haría también feliz?

Como Robert había preferido que ella no trabajara, ella había cumplido con sus deseos. Al principio, le había gustado, pero poco a poco el aburrimiento había hecho presa en ella. Como no necesitaba trabajar, había pensado en empezar una nueva carrera. Antes de casarse, siempre había querido escribir, pero como los artículos ocasionales para las revistas no ayudaban a pagar las facturas, nunca había intentado hacerlo. Robert había tratado aquel deseo como un capricho pasajero…

Ella había adorado a su marido, pero se preguntaba qué clase de futuro habrían tenido cuando él se hubiera dado cuenta de que Rina estaba aburrida de no hacer nada. Un fuerte sentimiento de culpa se apoderó de ella por aquel pensamiento traidor al reconocer que el matrimonio no había sido tan ideal para ella como había pretendido que era, pero sabía que todo aquello era cierto. Por mucho que Robert la había amado, nunca la había comprendido. ¿Cómo podía haberlo hecho cuando procedían de dos mundos tan diferentes?

Rina pasó la hoja de papel y empezó a tomar notas. El bolígrafo se movía con rapidez por encima de la página.


Pregunta: ¿Qué querían los hombres?

Respuesta: Una mujer.

Pregunta: ¿Qué clase de mujer?


En resumen, Rina se preguntó lo que excitaba a un hombre. La emoción se apoderó de ella al comprobar que tenía el inicio de su primera historia. Sin embargo, primero tendría que investigar…

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