Capítulo 1

Los días eran muy cálidos, pero, gracias a ella, las noches de Jake Lowell eran aún más calientes. Le gustaba la mezcla de anticipación y deseo que le corría por las venas mientras miraba en el Sidewalk Café, buscándola.

Agarró con fuerza el vaso de agua helada. La condensación le dejó la mano fría y húmeda, lo que suponía un fuerte contraste con el calor que reinaba en la ciudad de Nueva York, con el infierno que ardía en su interior. Nada podía apagar la llama que ella había encendido.

Se movió un poco en el asiento para tratar de encontrar una postura más cómoda para su espalda contra el duro metal del asiento, una que no le ejerciera presión sobre el hombro izquierdo y la herida que, finalmente, había empezado a sanar. Cuando volvió a moverse, el dolor le sacudió por dentro. Maldita silla. Aquel tipo de cafés al aire libre, con los asientos de hierro forjado, no eran muy de su gusto, sino del de su hermana. Sin embargo, desde que había ido allí por primera vez y había visto a la sensual camarera, no lo había molestado tanto aquel lugar.

Jake miró a su alrededor, pero no podía ver por ninguna parte a la mujer que protagonizaba sus fantasías. Miró el reloj. Como siempre, Rina, su hermana, ya llegaba quince minutos tarde. Después de una infancia en la que habían tenido que compartir el cuarto de baño, se había acostumbrado a esperarla. De hecho, si alguna vez se presentaba a tiempo, se quedaría completamente asombrado. Sin embargo, con el tipo que le había disparado vagando por las calles, la tardanza de Rina, aunque fuera típica en ella, le provocaba cierto nerviosismo.

Miró la calle solitaria una vez más y luego contempló de nuevo el restaurante y el bar casi vacíos. Se recordó que aquella escoria estaba viviendo una vida casi limpia y que su hermana estaba a salvo. Entonces, decidió que abandonaría la terraza del local y entraría dentro para esperar a Rina delante de la televisión y así poder ver el partido de los Yankees.

En aquel momento la vio. Una visión con unos pantalones vaqueros blancos y una camiseta negra de anchas hombreras, con un delantal anudado alrededor de la cintura. Estaba de pie al lado de la barra del bar, con una botella de agua en la mano. El cabello, de color rojizo, estaba recogido en una coleta, aunque unos ligeros mechones se habían resistido a tal confinamiento y le enmarcaban un rostro delicado y angelical. Más que deseo o lujuria, era la pureza de su rostro lo que atraía a Jake a aquel lugar una y otra vez con la esperanza de verla.

Después de leer un pedido que llevaba apuntado en su libreta, se la guardó en el bolsillo mientras el camarero se disponía a preparar las bebidas. Jake se levantó y atravesó las puertas de cristal que llevaban al interior del restaurante. Vio cómo ella se apoyaba contra la pared y miraba a su alrededor, buscando algo que Jake desconocía. Entonces, echó la cabeza hacia atrás y se pasó la botella por la frente, por las mejillas y, por fin, la deslizó suavemente sobre su largo cuello.

Al ver cómo la botella se movía sobre su piel, Jake ahogó un gruñido. Estaba arqueando la espalda, dejando que sus senos se pegaran aún más a la camiseta. Unos firmes pezones torturaban tanto la tela como al propio Jake. Él sabía que debería sentirse como un voyeur, pero los sensuales y seductores movimientos de la joven parecían haber sido presentados sólo para sus ojos.

Aunque era una desconocida, a Jake le parecía como si la conociera muy íntimamente, aunque no todo lo que él quería. Tenía los ojos completamente cerrados, los hombros relajados… A medida que el frío plástico le rozaba la piel, emitía unos suspiros que parecían hacerse eco dentro de Jake. A pesar de que no era consciente de ello, aquella mujer había despertado tanto su curiosidad como su imaginación.

¿Cómo sabría? ¿Serían sus labios tan húmedos, tan frescos como la menta o sabrían dulces, como las bebidas que ella servía? En el cénit de la pasión, ¿miraría frente a frente a su amante o cerraría los ojos como muestra de expectación y placer? Con sólo imaginarse que hacía el amor con ella, el cuerpo de Jake se tensaba de la necesidad y sentía fuego en el alma…

Pocas cosas despertaban su interés aparte del incidente que había tenido como resultado la muerte de Frank Dickinson, su mejor amigo y también detective, y que él resultara herido, lo que había hecho que decidiera darle un nuevo rumbo a su vida. Sin embargo, el deseo le lamía la piel, más cálidamente y con más fuerza que la bala que se la había rasgado.

Las luces de neón del bar se reflejaban en las gotas de agua sobre la piel de ella. Jake quería saborear aquella cálida humedad, absorberla con su cuerpo. El mismo sudaba de un modo que no tenía nada que ver con el calor que reinaba en el exterior del local.

De repente, ella se irguió y dejó la botella sobre la barra antes de contemplar los confines del pequeño restaurante. Jake contuvo el aliento, aunque ella no miró en su dirección. Entonces, la joven agarró una servilleta y se enjugó la reluciente piel del pecho, bajo el amplio escote de la camiseta.

De repente, sin previo aviso, se volvió y miró en la dirección en la que estaba Jake. Al cruzar su mirada con la de él, abrió mucho los ojos, muy sorprendida. Tal y como le había parecido a Jake, no se había dado cuenta de que alguien la estaba observando. Sin embargo, cuando la sorpresa fue desapareciendo, ella lo miró con cierto interés.

Jake reconoció aquella mirada porque ella también lo cautivaba. La atracción mutua había sido muy fuerte desde el principio y, a lo largo de aquellas semanas, se había ido haciendo cada vez más fuerte.

Su hermana había alimentado aquel interés, eligiendo aquel café como su lugar de reunión.

Ella siempre había estado allí, aunque siempre había atendido otras mesas que no eran la suya. Jake no sabía por qué ella no se había acercado, sino sólo por qué él había preferido guardar las distancias. Había aprendido que la fantasía siempre superaba a la sucia realidad.

No obstante, la corriente de atracción que existía entre ellos nunca había estado tan cargada como aquella noche. Era una electricidad tan potente que el cuerpo de Jake vibraba de necesidad mientras su mente fantaseaba con una miríada de posibilidades.

Ella le mantenía la mirada, como si estuviera esperando que él hiciera el siguiente movimiento. Sin romper el contacto visual, Jake levantó el vaso a modo de saludo. Había esperado que ella se diera la vuelta o que rechazara aquella sutil insinuación. Sin embargo, la joven no hizo ninguna de las dos cosas. Le mantuvo la mirada con una pasión y una curiosidad descarada que Jake nunca habría esperado… hasta que el camarero llegó con las bebidas que ella le había pedido e interrumpió así su muda conversación.

Ella lo miró una vez más antes de dejar la servilleta y proseguir con su trabajo. No obstante, el rubor de sus mejillas no desapareció, como testimonio de lo que había ocurrido entre ellos.

– ¡Dios mío, Jake! ¡Lo siento!

La voz de su hermana lo sacó de la bruma de sensualidad en la que había estado sumido hasta entonces. Vio que su hermana había aparecido sana y salva y regresó a su mesa para volver a sentarse en la incómoda silla. Aunque se sentía algo distraído, trató de concentrarse en su hermana.

– Sé que llego tarde -dijo Rina, tan elegante como siempre-, pero es que Norton odia el calor -añadió, refiriéndose a su perro de raza sharpei.

– El dinero te ha cambiado, Rina -replicó Jake, riéndose.

La mascota que habían tenido de niños había sido un chucho que había aparecido, lleno de la suciedad y el polvo del Bronx, delante de la puerta del edificio donde vivían.

Rina, una secretaria experta en temas legales, se había casado con su jefe. Jake había tenido sus dudas con respecto a aquel matrimonio. ¿Quién no cuestionaría a un tipo que se hacía la manicura todas las semanas? Sin embargo, él había resultado ser lo mejor que le había podido pasar a su hermana. Desgraciadamente había muerto, aunque a Jake lo consolaba que su hermana hubiera conocido la felicidad, a pesar de disfrutarla tan brevemente.

Aquella unión de opuestos había funcionado bien para Rina, pero no para su hermano. El matrimonio de Jake había terminado con un amargo divorcio porque su esposa no se había dado cuenta de que casarse con un policía implicaba vivir con el sueldo de un policía y ajustarse a un horario completamente errático. Después de cinco años, Jake todavía sufría, no porque siguiera amando a su esposa, sino porque había puesto todo lo posible en aquella clase de vida. A pesar de todo, se alegraba de que el matrimonio de su hermana hubiera tenido más éxito que el suyo.

– El dinero no me ha cambiado. Bueno, al menos no mucho. Al menos yo misma lo saco a pasear. Podría pagar a alguien para que lo hiciera, pero se despedirían después de un día.

– ¿Se trata de una raza que requiere muchos cuidados?

– Podríamos decir eso.

A Jake le costaba mucho mantener la conversación. Ella estaba trabajando en el interior del restaurante, donde habían empezado a sentarse más clientes. A pesar del calor, los servía a todos con una radiante sonrisa y, de vez en cuando, miraba de soslayo hasta donde estaba sentado Jake… ¿Sería para asegurarse de que no se había marchado? Eso era lo que a él le hubiera gustado pensar.

Jake no podía recordar la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer a la que no conocía. Desde su divorcio, había mantenido algunas relaciones, aunque ninguna de ellas había sido seria. No obstante, en aquel caso, el juego sensual que estaban manteniendo lo intrigaba, pero no estaba dispuesto a conocerla para que así se destruyera la fantasía. Ninguna mujer era lo que parecía ser. Su matrimonio se lo había enseñado.

Jake sabía que las apariencias, en la mayoría de los casos, resultaban engañosas. Las mujeres no eran siempre lo que parecían. Aquella atractiva camarera lo atraía mucho más de lo que lo había hecho nunca su ex esposa. Aquello en sí mismo sería razón más que suficiente para mantenerse alejado de ella, pero, además, tenía un caso en el que centrarse.

Rina agitó una mano delante de sus ojos y sonrió. Evidentemente, sabía que la atención de su hermano no había estado centrada en sus palabras sino en una camarera que lo estaba fascinando. Considerando que él había insistido en reunirse en aquel bar, a aquella hora y en el mismo día durante las últimas semanas, Jake sabía que sus intenciones resultaban completamente transparentes.

– Como te estaba diciendo -le recordó-, tuve que sacar a Norton a dar su paseo antes de reunirme contigo y él no quería salir. Por supuesto está entrenado para obedecer, pero me ha costado un triunfo sacarlo a la calle. El pobre animal odia pisar el cemento recalentado de las aceras. Menudo número debíamos presentar. Yo, literalmente, tirando de él a lo largo de Park Avenue, mientras él trataba de llevarme de vuelta a casa. ¿Te lo imaginas?

– Ese perro es un malcriado -musitó.

En aquel momento, Jake miró por encima del hombro de su hermana y trató de buscar a la mujer de sus fantasías, pero vio que había desaparecido. Una desilusión de una fuerza sólo comparable a la de su deseo de antes se apoderó de él.

– Regresará -dijo Rina, golpeándole cariñosamente la mano-. Y Norton no es ningún malcriado, sino que sólo es muy especial sobre lo que le gusta y quién le gusta…

– Y quién no -replicó Jake, recordando que el perro de su hermana le había estropeado unas zapatillas deportivas nuevas la primera vez que se vieron.

– Bueno, sea lo que sea, era el perro de Robert y yo soy todo lo que le queda.

– ¿Cómo estás?

Rina había decidido no acompañar a su marido en su viaje de negocios y él había muerto en un accidente de coche mientras regresaba a casa precipitadamente para evitar tener que pasar la noche fuera. Ella se había visto consumida por el dolor y la pena, por lo que Jake había dado prioridad a todo lo que significaba animar a su hermana. Eso incluía reunirse con ella para tomar una copa varias veces por semana, a pesar de que ya había transcurrido casi un año. Rina había mejorado mucho y Jake se alegraba de que su misión hubiera sido un éxito, aunque también le hubiera acarreado una obsesión con una mujer a la que no conocía.

– En realidad, era precisamente de eso de lo que quería hablarte. De cómo estoy. Voy a tomarme unas vacaciones. Una amiga me ha invitado a pasar el verano con ella en Italia y yo necesito un descanso. Necesito marcharme y…

– Creo que es una idea estupenda -dijo Jake, sin dudarlo. Aparte del evidente beneficio de las vacaciones, Rina estaría fuera del país hasta que Ramírez estuviera entre rejas-. Cualquier cosa que te saque de ese mausoleo que es tu apartamento me parece estupendo.

– Me alegro de que pienses así, pero necesito que te quedes allí mientras yo esté fuera para que cuides de Norton y, antes de que digas que no, piensa en el jacuzzi y en la piscina. Te vendrán estupendamente para tu rehabilitación.

– No necesito terapia física. Estoy haciendo algunos ejercicios que me recomendó el fisioterapeuta y ya tengo el hombro bien.

– Pues eso no es lo que dice el departamento.

Por mucho que quisiera a Rina, no podía confesarle que había estado haciendo unas exhaustivas sesiones de rehabilitación. Su generosidad y preocupación bien intencionada por su hermano la llevaba a meterse demasiado en su vida. No podía correr el riesgo de que informara al departamento de que estaría en plena forma antes de lo esperado.

– El departamento no tiene nada que decir en este asunto a menos que yo elija volver.

Ya no estaba seguro de que quisiera hacerlo. Sufrir una herida de bala que le dañara el hombro no tenía nada que ver con aquella incertidumbre, sino las circunstancias que habían rodeado al episodio.

Louis Ramírez, que había estado vendiendo drogas en los campus universitarios y tenía acceso a los traficantes más importantes, había estado listo para su detención. Como detective del departamento de narcóticos, Jake había invertido todo su tiempo y su energía en aquel tipo. Había visto a demasiados colegas en el depósito de cadáveres, a demasiados jóvenes adictos a las drogas por su causa. Jake había jurado que lo metería en la cárcel y que haría lo posible por que fuera durante mucho tiempo. Había confiado en un soplón, aunque se había arrepentido de ello en el momento en que se disparó la primera bala y se dio cuenta de que sus compañeros y él habían caído víctimas de una encerrona.

A pesar de todo, había logrado salirse con la suya. Después de que las continuas ráfagas de balas le hubieran arrebatado la vida a Frank y hubieran herido a Jake, Ramírez había ingresado en la cárcel y se hubiera quedado allí si un oficial novato no hubiera cometido la torpeza de no leerle sus derechos. Ramírez había conseguido salir por un tecnicismo. No era la primera vez que Jake veía cómo un delincuente quedaba libre inmediatamente, pero fue la gota que colmó el vaso. Se sintió asqueado, desilusionado al ver cómo su trabajo quedaba en nada por el sistema jurídico de los Estados Unidos.

El detective que Ramírez había asesinado era un buen hombre, padre y esposo. Jake habría preferido llevarse él aquella bala mortal. Él no tenía una familia a su cargo. Sus visitas y llamadas de teléfono a la familia de Frank fueron un pobre sustituto para lo que ellos habían perdido.

– Odio el sistema y ya he tenido más que suficiente con la misma rutina de siempre -añadió.

– ¿Vas a echarlo todo por la borda porque Frank haya muerto? -preguntó Rina, incrédula.

– Voy a reconducir mis energías -mintió. No quería disgustar a Rina diciéndole que planeaba atrapar al asesino de Frank él solo.

Jake no podía acusar a Ramírez de ninguno de los delitos por los que ya había sido juzgado, pero, sin duda, este último seguía vendiendo drogas. Jake estaba seguro de que cometería un error. Entre las pesquisas que él estaba realizando y la información oficial que sus dos compañeros detectives seguían proporcionándole, Jake no tenía ninguna duda de que atraparía a Ramírez. Sólo era cuestión de tiempo. Sin embargo, sabía que no tendría tanta libertad para seguir sus pistas si estaba controlado por sus superiores y los nuevos casos que sin duda le asignarían si volvía a su puesto.

Además, él mismo necesitaba tiempo sin la presión y las restricciones de su trabajo para descubrir cuál era la dirección que quería tomar en la vida, para decidir a qué se debía la inquietud que llevaba cierto tiempo experimentando. Por tanto, como sabía que su teniente se le echaría encima si supiera que estaba casi listo, había decidido que una prolongada recuperación le proporcionaba la excusa perfecta.

– ¿Podemos cambiar de tema? -le preguntó a su hermana.

– Como tú quieras. Deja que los músculos se te atrofien hasta que no puedas hacerlos funcionar. Entonces, cuando quieras regresar…

– Rina…

– De acuerdo, de acuerdo, cambiemos de tema. Entonces, ¿te quedarás en mi apartamento mientras yo esté fuera?

– ¿Y no podrías dejar al perro en una perrera?

– A Norton no le gustan las perreras. Se pone muy nervioso. Si tú no te quedas para cuidarlo, tendré que cancelar mi viaje.

– De acuerdo -musitó Jake, resignándose a cuidar el perro y el ático de su hermana durante el verano. De hecho, no tenía importancia alguna donde viviera, mientras tuviera la libertad de ir y venir para proseguir su investigación. Además, si Rina se marchaba de la ciudad, no tendría a nadie que coartara sus movimientos-. Necesitas unas vacaciones y, si necesitas mi ayuda para poder marcharte, puedes hacerlo, aunque ello signifique que yo tenga que sacar a pasear a ese patético perro.

– ¡Gracias! -exclamó su hermana.

Antes de que Jake pudiera parpadear, Rina se levantó y rodeó la mesa. Tenía el rostro iluminado de un modo que él no había visto desde que su marido falleció. Entonces, le rodeó el cuello con un brazo y le besó en la mejilla.

– Gracias. No te puedes imaginar lo deprimente que ha sido para mí estar sola en ese ático. Este viaje me ayudará a dejar atrás todos mis recuerdos.

– Eso es lo que yo quiero. Ahora, ¿te importa soltarme antes de que la humedad nos pegue?

Rina se echó a reír y volvió a sentarse en la silla.

– Bueno, ahora que nos hemos ocupado de mi vida, es hora de que lo hagamos con la tuya, hermano.

– Ya sabía yo que esta tregua no podía durar. Haré un trato contigo, Rina. Vete a Italia y diviértete. Regresa feliz y entonces nos ocuparemos de mi vida.

Para entonces, Jake esperaba volver a tener a Ramírez en la cárcel. Sin embargo, sabía perfectamente que Rina no se refería al trabajo.

– No lo sé -dijo ella, mirando por encima del hombro-. Si esperas demasiado tiempo, alguien podría quitártela. Por lo que sabes, ya podría estar comprometida.

– No lleva anillo -replicó él, para lamentarse inmediatamente, en el momento en que las palabras le salieron por la boca.

– Entonces, haz algo al respecto -lo desafió su hermana.

Jake quiso responder a aquel desafío, como lo había hecho a menudo cuando eran niños, pero no podía. Después de su ex mujer, la única mujer que consideraría eran las seguras, las que no amenazaban ni su cordura ni su corazón. Considerando la fuerte atracción que aquella mujer ejercía sobre él, a Jake le daba la sensación de que aquélla era capaz de hacer eso y mucho más. Con el caso Ramírez pendiendo sobre su cabeza, no tenía tiempo de distracciones. Y ella era, con toda seguridad, una distracción.


Llegaba tarde. Brianne Nelson bajó corriendo la calle en dirección al Sidewalk Café. Necesitaba aquel segundo trabajo y el dinero que significaba, pero en lo único que podía pensar era en él. ¿Estaría allí, como lo había estado la noche anterior y dos noches antes? ¿Estaría esperando o se habría cansado y se habría marchado a casa? ¿Estaría solo o, como siempre, con aquella hermosa mujer? La noche anterior, Brianne había visto cómo aquella mujer lo besaba…

El corazón de Brianne latía a un ritmo de vértigo, debido más a la anticipación y a la excitación que por sus deseos de llegar rápidamente a su trabajo. Había creído que no saldría nunca del hospital. Su último cliente, el señor Johnson, se había entretenido en rayos X y, para cuando llegó a fisioterapia, habían pasado más de cuarenta y cinco minutos de su cita. Después de su segundo ataque de apoplejía, el hombre necesitaba tanto la rehabilitación como Brianne el dinero que su trabajo como camarera le proporcionaba. Por eso, no había podido pasarle con otro terapeuta, lo que significaba que llegaba tarde al café.

No quería dejar aquel trabajo, sobre todo desde que el hombre de sus sueños estaba esperando. Iba tres veces a la semana con el mismo tipo de atuendo: un par de vaqueros y una camisa que, evidentemente, había creado él mismo con un par de tijeras y un buen tirón. La camisa recortada dejaba al descubierto una piel bronceada, cubierta de vello oscuro… Y los antebrazos… Brianne nunca había visto unos músculos tan bien tonificados. Aquel desconocido había excitado su interés y alimentado sus fantasías.

A medida que se fue acercando a la entrada del café, fue aminorando la marcha. Contempló con atención las mesas que cubrían la acera y examinó cuidadosamente a los hombres que había sentados en el exterior. A pesar de que muchos tenían el cabello tan oscuro como él, ninguno hacía que se le acelerara más el corazón, ni le producía una líquida sensación de deseo como respuesta a su atractiva sonrisa.

Cuando se percató de su ausencia, trató de no desilusionarse y se recordó que el hombre que ocupaba sus fantasías ya tenía pareja. El hecho de que se encontrara con la misma mujer tantas veces a la semana hablaba de devoción y compromiso… con otra. Precisamente por eso le había pedido a Jimmy que dejara que Kellie se ocupara de las mesas del exterior. A pesar del mucho interés que tenía por él, sabía que aquel desconocido sólo podría ser una fantasía para ella.

– Llegas tarde -le gritó Jimmy, en cuanto pasó por delante de la barra.

– Lo siento.

– Espera un momento. Alguien quiere…

Antes de que Jimmy pudiera terminar la frase, se metió en el pequeño cuarto de baño. Jimmy era su jefe, pero se había ido convirtiendo poco a poco en su amigo. Brianne sabía lo afortunada que era de que Jimmy soportara que, a menudo, ella llegara tarde a trabajar. Como ella, Jimmy había perdido a sus padres cuando era muy joven y también había tenido que criar a una hermana. Sin embargo, por suerte para él, no había tenido la presión añadida de tener por hermano un genio que se merecía estudiar en un carísimo internado privado y que, después, asistiría a la Universidad.

Era una pena que los padres de Brianne no hubieran pensado en ella o en su hermano cuando salieron a volar en un pequeño avión con un tiempo infernal sobre el que se les había prevenido. Era una pena que hubieran invertido su dinero en el placer y no en proporcionar seguridad a sus hijos.

Brianne se echó a temblar y apartó los pensamientos de sus egoístas padres. Ella había sido el único medio de sustento de su hermano desde hacía tanto tiempo que aquello ya no tenía ninguna importancia.

Se metió la ropa bajo el brazo y fue a lavarse las manos para quitarse la suciedad del metro de Nueva York. Mientras lo hacía, se preguntó si él aparecería más tarde. Sólo aquel pensamiento le daría fuerzas para continuar aunque sus pies le estuvieran suplicando un descanso. Aquel desconocido le daba la adrenalina que necesitaba para seguir moviéndose. Sólo con saber que él estaría allí, observándola, haciendo que se sintiera sexy y deseable, cuando no tenía tiempo para serlo, le bastaba.

Tras secarse las manos, se dio la vuelta en dirección a los retretes y, antes de que pudiera parpadear, se chocó con una clienta.

– Lo siento -musitó.

– Ha sido culpa mía.

En aquel momento, Brianne se dio cuenta de que estaba cara a cara con la mujer que solía sentarse con el hombre de sus fantasías. Su cabello oscuro iba cortado a capas, a la última moda. Su peinado contrastaba perfectamente con su ligero maquillaje y su moderno atuendo.

Efectivamente, no parecía que aquella mujer se pasara el día masajeando el cuerpo de otras personas.

– Perdone, voy un poco retrasada -le dijo, tras consultar el reloj. Entonces, se dispuso a entrar en el retrete para cambiarse.

– ¿Podemos hablar primero?

– ¿Cómo dice? -preguntó Brianne, dándose la vuelta inmediatamente.

No tenían nada en común, nada de qué hablar… excepto de él. Brianne no había hecho nada, a pesar de que los pensamientos y las fantasías que había tejido sobre un hombre al que no conocía eran lo suficientemente atrevidos como para hacerla sonrojar, y eso que había visto muchos hombres medio desnudos a lo largo de sus sesiones. Sin embargo, ninguno de ellos se parecía a él en lo más mínimo. Era un hombre potente, masculino, que le daba la libertad de sentirse como una mujer, de flirtear sin temer nada, porque él estaba con otra mujer y ella demasiado ocupada…

– ¿Se encuentra bien? Espero que no vaya a desmayarse.

– Sí, estoy bien -dijo Brianne, muy avergonzada por sus pensamientos. Debía recordar que el hombre de sus fantasías tenía novia, y que ésta quería hablar con ella en aquellos instantes-. Estoy bien -añadió-. Gracias. Es sólo que voy muy retrasada. Mi jefe…

– Es un tipo estupendo. Dijo que podríamos charlar cuando llegara.

– No estoy tratando de ser grosera, pero tengo que ir a trabajar. De verdad. Jimmy es maravilloso, pero él no me puede compensar por las propinas que ya he perdido.

– Lo entiendo mucho mejor de lo que usted piensa. Vengo aquí a menudo.

– Lo sé -susurró Brianne, antes de que pudiera contenerse.

– Sí, bueno, no quiero que piense que soy una entrometida, que estaba escuchando deliberadamente, pero… -confesó la mujer, con una tímida sonrisa-. Bueno, sí, estaba escuchando deliberadamente. Anoche. Oí cómo le decía a Jimmy lo cansada que estaba y lo mucho que deseaba poder tomarse un respiro. Entonces, él le recordó que usted quiere mudarse con su hermano cuando él empiece en Stanford en el otoño.

– ¿Y quiere ponerme en el primer avión que vaya hacia allá? -le preguntó Brianne, con una pizca de sarcasmo.

– Sí. No -contestó la mujer, tras soltar una carcajada-. Bueno, creo que es mejor que me explique.

Brianne no estaba segura de que quisiera escuchar las palabras de la mujer. Si pensaba que Brianne, estaba tratando de cazar a su novio, sería capaz de hacerle creer que California era un lugar excelente. De hecho, así era. Supondría un nuevo comienzo para su hermano y para ella. Ejercer su profesión en un clima más cálido. Horas normales. Amigos. Una vida…

Suspiró. Había enviado currículos, pero hasta aquel momento no había tenido demasiada suerte. O la habían rechazado de plano o el sueldo que la ofrecían no se acercaba a lo que podía ganar en Nueva York. Brianne tenía que elegir muy bien si quería pagar los préstamos para el internado de Marc y sus propias deudas.

Dejando a un lado la realidad, Brianne tenía en mente el trabajo con el que siempre había soñado, un lugar en el que había solicitado trabajo y en el que todavía no le habían contestado. Si el Rancho para Niños Especiales le ofrecía un puesto, esperaba sinceramente poder aceptarlo. Trabajar con niños siempre había sido su sueño, pero no había podido cumplirlo porque el trabajo que había conseguido en el geriátrico le reportaba un sueldo muy bueno. Brianne no tenía mucha esperanza de que la oferta del Rancho llegara o que fuera mejor que lo que había recibido hasta el momento. Marc y ella estarían separados por primera vez en su vida, lo que probablemente era mejor para su hermano, pero aun así…

– ¿Me escucha?

– Sí -respondió Brianne, parpadeando-. Lo siento.

– Le diría que nos sentáramos y que habláramos, pero… -susurró la mujer, mirando a su alrededor. Entonces, sonrió-. Bueno, ya ve dónde nos encontramos. Sin embargo, me gustaría que me escuchara. Tengo una proposición que le garantizo que no podrá rechazar.

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