Brianne entró en el decorado vestíbulo del lujoso edificio del East Side de Manhattan. Un portero uniformado la recibió a la entrada y la saludó con una simpática sonrisa.
– Hola, señorita Nelson.
Brianne se detuvo, sorprendida de que el hombre la recordara. Sólo lo había visto en una ocasión, cuando visitó a Rina a principios de aquella semana.
– Hola, Harry -respondió, leyendo el nombre al mismo tiempo en la insignia que el hombre llevaba puesta.
Él inclinó la cabeza y la acompañó hasta el ascensor privado que llegaba exclusivamente al ático. Entonces, apretó el botón para que se iluminara inmediatamente la flecha de subida.
Mientras esperaba, Brianne miró a su alrededor. Había cristal y cromo por todas partes, mostrándole su reflejo desde todos los ángulos posibles. Tenía que admitir que el impacto que el lujoso vestíbulo causaba en ella no había disminuido por ser la segunda vez que acudía allí.
– Se acostumbrará, señorita.
Las inesperadas palabras del portero le dijeron a Brianne que tenía un aspecto tan atónito como se sentía.
– Lo dudo -murmuró.
No después de vivir con lo básico durante tanto tiempo. Sin embargo, no tenía elección. Viviría en aquel lugar a lo largo del verano.
Sin previo aviso, las puertas del ascensor se abrieron. Brianne entró inmediatamente y las puertas se cerraron suavemente, dejándola a solas con sus turbadores pensamientos.
Nunca había creído que pudieran comprarla, pero aquello había sido antes de que una mujer llamada Rina le hiciera una oferta a la que Brianne no pudo resistirse. A cambio de ser la fisioterapeuta de su hermano por las tardes, Brianne ganaría dinero más que suficiente para tener por fin una vida propia. Podría pagar el exclusivo internado de Marc y, como los gastos de la Universidad estarían sufragados por medio de becas, sus días de penurias económicas habrían llegado a su fin. Incluso había conseguido empezar a pagar su deuda gracias a la segunda parte de la oferta de Rina: una de las habitaciones del ático completamente gratis para todo el verano.
Al pensar que se iba a mudar con Rina y su hermano, que eran virtualmente unos desconocidos, las viejas ansiedades de Brianne volvieron a resurgir, aunque las batalló con la habilidad innata que había adquirido a lo largo de los años. Aunque todavía no conocía al hermano de Rina, la simpatía que había demostrado esta última había servido para tranquilizarla. No había razón para volver a caer en los viejos patrones creados por el peligroso y errático estilo de vida de sus padres. Ya no.
Tenía una preocupación más importante: el novio de Rina. Brianne esperaba de todo corazón no encontrarse con el hombre de sus fantasías durante su estancia en la casa. Estaba segura de que si Rina había sospechado la atracción que había surgido entre ellos, se encargaría personalmente de mantenerlos separados. Aunque le dolía, sabía que era lo mejor para ella misma, para su hermano, por tantas razones…
El ascensor se detuvo suavemente y las puertas se abrieron. Estaba directamente en la entrada y se quedó atónita por lo grande que era aquel ático. Aparentemente, Rina lo compartía con su hermano, lo que le iría muy bien para sus sesiones de fisioterapia de por las tardes.
El lujo era increíble. Arañas de cristal, enormes ventanales, suelos de mármol… De repente, Brianne se sintió abrumada por la enormidad de su decisión. Sin embargo, igual que se había dicho antes, si una rica viuda, tal y como Rina se había denominado, quería gastarse el dinero facilitándole la vida a su hermano, Brianne sólo podía congratularse por su suerte y trabajar mucho.
Miró a su alrededor mientras se estiraba los leggins que se había puesto para ir a conocer al hermano de Rina. En vez de vestirse para impresionarle, había tratado de conseguir el efecto opuesto para demostrar que sólo quería trabajar y que estaba lista para comenzar. No obstante, al ver el ambiente, se preguntó si se habría equivocado. Fuera como fuera, era demasiado tarde para poder rectificar.
Rina había descrito a su hermano como «muy difícil y poco dispuesto a proseguir con la terapia». Brianne trató de calmarse. Tiempo atrás había aprendido a ocultar sus inseguridades y a aprovechar al máximo cualquier oportunidad.
– ¿Hola? -dijo.
El ático ocupaba toda la última planta del edificio y nadie podía entrar en el vestíbulo privado sin una llave de acceso. Brianne nunca había estado en un lugar tan elegante como aquél. Ni tan vacío. Considerando que el portero le había dicho que la estaban esperando, no podía entender dónde estaban los dos hermanos.
– ¿Hay alguien aquí?
Como respuesta, el regordete perro que había conocido en su primera visita fue a saludarla, moviendo el rabo por la excitación. Brianne sabía que no tenía nada que temer.
– Menudo perro guardián estás tú hecho -dijo la joven, tras agacharse frente al animal para rascarle detrás de las orejas-. Eres muy mono. ¿Hay alguien en casa, Norton? -añadió, tras consultar el nombre en la placa que llevaba al cuello. Como respuesta, el animal le lamió la mano-. Tienes la lengua negra. ¡Qué interesante!
– ¿Rina? ¿Por qué has vuelto? -exclamó una voz de hombre desde algún lugar del apartamento-. Pensé que ya ibas de camino al aeropuerto. No me dijiste que ese maldito perro le lame a uno las piernas cuando se sale de la ducha…
La voz se interrumpió abruptamente. Brianne se enderezó y, al levantar los ojos, sintió que le daba un vuelco el corazón. El hombre de sus fantasías estaba delante de ella… y no estaba vestido. A menos que se considerara que una pequeña toalla que llevaba alrededor de la cintura y otra alrededor de los hombros fueran dignas de llamarse ropa. Las partes que quedaban al descubierto eran espectaculares. Tenía la piel muy bronceada, a excepción de la piel más blanca que se adivinaba por debajo de la toalla que cubría partes en las que ella ni siquiera quería pensar.
Decidió rápidamente que sí, que quería hacer mucho más que pensar en ellas. Aquellos pensamientos ilícitos iban aumentando con la misma rapidez que los latidos de su corazón. Entonces, trató de tomar oxígeno rápidamente y se obligó a encontrar la atónita mirada que él le estaba dirigiendo.
– Usted no es Rina.
Mientras Brianne negaba con la cabeza, no pudo evitar pensar si se sentiría desilusionado. El curvó los labios para esbozar la sonrisa más increíble que había visto. «Respira», se ordenó Brianne, en silencio.
– No creí que usted pudiera ser ella. La limusina la recogió hace un rato para llevarla al aeropuerto.
Brianne contempló una vez más la toalla que le ceñía las caderas. Tenía que enfrentarse a aquella situación. Apretó los puños. Cuando aceptó la proposición de Rina, se había convencido de que nunca se encontraría con él. Había estado segura de que Rina no lo permitiría. Y, de repente, se lo encontraba en el ático. Si vivía en el ático también, lo vería con más frecuencia de la que deseaba. Al admirar de nuevo el amplio pecho, bronceado y musculado, Brianne sintió que se mareaba.
En aquel momento, él dio un paso al frente. El limpio aroma del jabón se mezclaba con un masculino aftershave, que la iba envolviendo poco a poco. Brianne no pudo soportarlo más, al menos si quería mantener la dignidad.
– No se mueva -le ordenó-. No dé un paso más.
– Vaya, si habla. Y yo que creía que era muda.
– Muy gracioso…
– ¿Y por qué no puedo acercarme más? -le preguntó él, cruzando los brazos sobre el pecho.
Brianne deseó que no hiciera gestos que atrajeran más su atención hacia el físico espectacular de aquel hombre. Gracias a las muchas noches que se había pasado fantaseando con él sentía que su propio cuerpo estaba al límite. No importaba que nunca se hubieran conocido hasta aquel momento. Era el hombre que se había llevado a su casa, a su cama, todas las noches…
Inmediatamente, decidió que no habría cantidad de dinero que le hiciera aceptar aquel trabajo. Entonces, como si Norton le hubiera leído el pensamiento, colocó la cabeza sobre el suelo y la miró con ojos suplicantes. Sin embargo, en aquel momento, el hombre de sus fantasías le frotó suavemente la barbilla y le hizo levantar el rostro hasta que sus miradas se encontraron, lo que la hizo olvidarse del perro.
– Parece que está a punto de desmayarse.
El calor que irradiaba su cuerpo era potente. La necesidad de acercarse a él y dejar que su húmeda piel se uniera a la suya era fuerte. Demasiado fuerte…
– Le he dicho que no se acerque…
– Y yo le he preguntado que por qué no puedo hacerlo. Y no me ha respondido.
Brianne se dio cuenta por primera vez de que tenía los ojos de un profundo color azul, tan oscuro que hubieran podido pasar por negros. Trató de encontrar una respuesta que no la dejara completamente humillada, pero no encontró ninguna. No podía decirle la verdad.
Al ver que ella permanecía en silencio, él soltó un gruñido y bajó la mano.
– De acuerdo. Volvamos a empezar. Yo no sabía que Rina estaba esperando compañía. ¡Qué diablos! Ni siquiera sabía que Rina y usted se conocieran.
– Nos conocimos la semana pasada -respondió Brianne por fin-. En realidad, no es exactamente Rina la que me está esperando, sino su hermano.
– ¿De verdad? -preguntó él, muy sorprendido.
– Supongo que sí. Rina dijo que lo informaría de que yo iba a venir. Me llamo Brianne Nelson -contestó ella, extendiendo la mano. Para ello tuvo que armarse de valor, considerando que él llevaba sólo una toalla y nada más.
– Brianne… Es muy hermoso. Te va muy bien.
– Gracias.
– Bueno, dime, ¿por qué crees que el hermano de Rina te está esperando?
Brianne entornó los ojos. ¿No le habría mencionado Rina que había contratado a alguien para que se ocupara de la terapia de su hermano? ¿Acaso era su relación tan superficial que no hablaban de cosas importantes? Aquella imagen no concordaba con la que se había hecho de Rina. Le había parecido una persona decente y cariñosa. Por mucho que le hubiera gustado sentir antipatía por la otra mujer, no podía.
– Soy terapeuta -dijo, optando por dar explicaciones mínimas. No le gustaba el modo en que aquel hombre la estaba mirando.
– Pensé que eras una camarera.
De repente, se sintió en desventaja, algo que no le gustó.
– ¿Sabes una cosa? Esta conversación está un poco descompensada. Tú sabes mi nombre y mis ocupaciones, pero yo no sé nada sobre ti.
– Sabes que tengo un aspecto muy fresco cuando salgo de la ducha -replicó él, con una sonrisa-. Y eso es mucho más de lo que yo sé sobre ti -añadió, mirándola directamente a los ojos.
– No es a eso a lo que me refería.
– Lo siento -exclamó él, mientras se reía y sacudía la cabeza-. Volvamos a empezar.
– Eso ya lo hemos probado -susurró ella, cruzándose de brazos, más que nada para cubrir la reacción que su tórrida mirada le había provocado en los pechos.
– Entonces, volvamos a hacerlo hasta que nos salga bien.
Extendió la mano. En los ojos de él, Brianne vio un desafío en toda regla, como si supiera lo mucho que su tacto podría afectarla, y la estuviera retando a estrecharle la mano. Sin embargo, ella había aprendido a no arredrarse nunca ante un desafío. Por eso, se armó de valor y tomó la mano que él le ofrecía.
– Jake Lowell -añadió-. Encantado de conocerte.
Aunque Brianne se había preparado para todo, la unión entre ellos fue fuerte y firme. Entonces, Brianne comprendió lo que él acababa de decirle y dio un paso atrás, atónita.
– ¿Jake Lowell? ¿Me estás diciendo que tú eres el que necesita terapia? ¿Que tú eres el hermano de Rina?
– Efectivamente. Soy el hermano de Rina en carne y hueso -contestó él, con una amplia sonrisa en los labios.
La mirada de Brianne volvió a bajar a la toalla, sujeta de un modo tan precario que parecía a punto de abrirse al más ligero movimiento. No tenía ninguna duda de que lo que había bajo esa toalla era tan increíble como el resto de él y tragó saliva.
No era el novio de Rina. Era el hombre de las fantasías de Brianne, que era a la vez su terapeuta en carne y hueso…
– ¿Y tú eres el regalo sorpresa que Rina me dijo que me dejaría mientras estuviera fuera?
– ¿Fuera? -preguntó ella. Entonces, recordó que minutos antes él había mencionado algo sobre el aeropuerto y una limusina y sintió que se le secaba la boca.
– A Europa para pasar el verano.
– Estás de broma, ¿verdad?
Él negó con la cabeza, con un aspecto más divertido del que a ella le hubiera gustado.
– ¿Y dices que yo soy el regalo sorpresa?
– Aparentemente.
– ¿Y qué diablos quieres decir con eso? -le espetó ella, sintiéndose furiosa y traicionada a la vez-. La terapia física no es un regalo sino una necesidad.
Aquello era algo que Rina había parecido entender. Había mostrado preocupación por la lesión de su hermano y había querido acelerar su recuperación a pesar de sus reticencias, algo que Brianne podía entender perfectamente. Su hermano, Marc, había sido un niño bastante frágil y con frecuencia había sufrido roturas en los huesos y a menudo habían tenido que contratar a un terapeuta para que lo ayudara a recuperarse. La presencia de aquellos profesionales había despertado su vocación y el deseo de trabajar con niños, de ahí que hubiera solicitado trabajo en el Rancho para Niños Especiales, un lugar en el que los niños podían curarse acompañados de sus familias.
– ¿Por qué diablos iba ella a querer meterse en ese tipo de juegos?
– Creo que puedo imaginármelo.
Entonces, hizo un gesto muy significativo, señalándolos a ambos, lo que provocó que Brianne se diera la vuelta inmediatamente y se dirigiera a la puerta. En el último momento, se volvió. No estaba dispuesta a marcharse sin dejar muy claros sus sentimientos.
– Déjame decirte algo. No me gusta que se aprovechen de mí. Me tomo mi trabajo y mis habilidades muy seriamente y no me interesa en absoluto verme implicada en un plan para emparejarme con nadie.
– Conociendo a Rina, podría ser muy bien un plan -dijo él, acercándose a ella, tanto, que Brianne podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
– Te agradecería mucho que dejaras de acercarte a mí.
– ¿Y cómo si no voy a demostrarte que estás equivocada? -le preguntó él. Entonces, empezó a tomarle el pulso en la base del cuello. Brianne estaba segura de que él podía sentir cómo latía a toda velocidad.
– ¿Equivocada sobre qué?
– Sobre qué te interesa -contestó él, con una nota de seducción en la voz.
– Estoy tan interesada como tú necesitas terapia.
– Entonces, eso significa que tenemos algo en común -replicó Jake. Entonces, se echó mano a la toalla que llevaba alrededor del cuello.
– ¿Qué vas a hacer?
– Demostrarte algo. ¿Ves esto?
Antes de que Brianne pudiera discutir u oponerse, Jake se levantó la toalla y le mostró unos hematomas que le cubrían el pecho.
– Estuve herido y mi movilidad es limitada -añadió, al tiempo que levantaba el brazo con evidentes gestos de dolor-, lo que significa que necesito la ayuda de un fisioterapeuta. Por lo que has dicho, eso significa que te necesito a ti y que tú, por lo que acabas de decir, estás interesada en mí.
Brianne abrió la boca y la volvió a cerrar. El corazón le latía a toda velocidad. No se podía creer cómo la afectaba saber que estaba herido. Quería reconfortarlo, curarlo, hacer que se sintiera mejor…
No quería apartar la mirada de los ligeros hematomas que le cubrían el pecho y el hombro, pero, de nuevo, no pudo evitar que los ojos le bajaran hasta la toalla. Como evidentemente hablaba en serio, Brianne se obligó a concentrarse en lo que se acababa de presentar ante ella. Además, necesitaba demasiado el dinero que le habían ofrecido como para marcharse.
Si realizaba su compromiso, podría mudarse al oeste aunque no le ofrecieran el puesto que tanto deseaba en el rancho. Trabajar con Jake suponía un desafío, pero ella nunca se había arredrado ante nada. ¿Qué importaba que la hubieran manipulado para aceptar aquel trabajo?
Poco a poco, consiguió empezar a tragarse su orgullo. No había sido él sino su hermana quien la había colocado en aquella situación. Sin embargo, los beneficios de aquella situación serían suyos a la larga y aquello era lo único que importaba. Todo continuaría como había planeado. Aceptaría aquel trabajo, se mudaría a aquel apartamento y rehabilitaría el hombro de Jake… ¡Dios santo! ¿En qué lío se había metido?
Jake la miró a los ojos, que ella tenía tan grandes como platos. Notó también que tenía los labios entreabiertos y sintió que el deseo de saborearlos nunca había sido más fuerte. No sabía lo que le sorprendía más, que su hermana hubiera mediado en todo aquello o la mujer que ella había escogido como su regalo. Resultaba sorprendente que Brianne hubiera resultado ser terapeuta.
Sin embargo, no le cabía la menor duda de que, fuera cual fuera la ocupación de Brianne, Rina habría encontrado algún modo de unirlos. Simplemente había dado la coincidencia de que Brianne era la mujer perfecta para sus actuales necesidades. Si no dejaba de mirar la toalla que le ceñía la cintura con tanta curiosidad, algunas de aquellas necesidades iban a materializarse… y muy pronto.
Ya se había acercado lo suficiente a ella como para poder oler el aroma a fresas que tenía en el cabello. Era un olor limpio, fresco y, a pesar de todo, despertaba en él una necesidad tan fuerte, tan intensa… Para ser un hombre que tenía un terrible matrimonio y un desagradable divorcio a las espaldas, que trataba de mantener una vida libre de ataduras emocionales, su interés por Brianne Nelson era excesivo.
Efectivamente, no había esperado encontrarla allí. Su único consuelo era que ella se sentía tan sorprendida como él. No se podía negar la química que había entre ellos, pero la atracción era algo fácil y lo que vibraba entre ellos no lo era. Había algo más que deseo entre ellos.
Le daba la impresión de que ella también lo sentía porque en aquellos ojos también adivinaba cautela. Había pensado que Brianne se marcharía corriendo si se le daba la oportunidad. De hecho, era lo que debería hacer. Tenerla allí era una distracción que no se podía permitir.
Necesitaba tener la mente muy clara para el trabajo que tenía entre manos. Capturar a Ramírez tenía que tener prioridad sobre todo lo demás. Se lo debía a Frank y a toda su familia. No les podría devolver a su esposo y padre, pero se aseguraría de que nadie más volviera a perder a un ser querido por una basura como Louis Ramírez.
– ¿Estás listo para hablar de tu rehabilitación o estás tratando de hacérmelo pasar igual de mal que a tu hermana?
La voz de Brianne le devolvió a la realidad. Parecía haber levantado de nuevo sus defensas y tomado su decisión. Rina la había contratado para realizar un trabajo y, por su actitud, parecía completamente decidida a hacerlo.
Sin embargo, rehabilitación era lo último que Jake quería en aquellos momentos. Rina, evidentemente, le había dicho que se había resistido a la rehabilitación, que era precisamente lo que él quería que todos pensaran, incluida la propia Brianne. La seguridad de todo el mundo, la de la familia de Frank, la de Rina, incluso la suya propia, radicaba en pillar desprevenido a Ramírez. Hasta que consiguiera arrestar a Ramírez, necesitaba que todo el mundo siguiera pensando que era un estúpido obstinado. Por eso, no podía permitir que Brianne Nelson, fisioterapeuta y objeto de su deseo, amenazara su «lenta recuperación». No podía consentir que le fuera contando a Rina historias sobre su asombrosa recuperación.
– ¿Sabes qué? -le preguntó ella-. Antes de que sigamos hablando, ¿te importaría ponerte algo de ropa?
– Si insistes -contestó Jake, con una sonrisa en los labios.
– Insisto. Creo que eso nos ayudaría a establecer la relación entre cliente y profesional.
Quería mantener su relación a un nivel profesional, o tal vez quería que así pareciera. Fuera como fuera, no importaba. Jake sabía tan bien como Brianne que las cosas entre ellos nunca podrían ser puramente profesionales. Nada ni nadie le había interesado tanto aparte de Ramírez. Necesitaba la distancia que ella estaba tratando de poner entre ellos para evitar que aquella atracción pusiera su caso en peligro, algo que podría ocurrir muy fácilmente.
Norton se había tumbado en el suelo, a los pies de Brianne. Evidentemente, el perro era mucho más listo de lo que él había pensado.
– Me lo llevaré conmigo. Vamos, muchacho.
Norton levantó la cabeza y luego la volvió a colocar entre las patas delanteras. Jake gruñó. Se había pasado la mayor parte de la mañana tratando de sacar al animal de la depresión en la que había caído después de que Rina se marchara y no había conseguido nada. Jake miró al perro, feliz al lado de Brianne, y luego al hermoso rostro de la joven. Tenía que admitir que Norton tenía buen gusto y, al menos, había dejado de llorar.
– ¿Te importa si se queda contigo? -le preguntó.
– Claro que no -respondió ella, agachándose para acariciar la cabeza del can-. Creo que nos hemos hecho amigos, ¿verdad, muchacho?
Con un prolongado suspiro, Norton se tumbó de espaldas para que ella pudiera rascarle la barriga y otras partes que Jake prefería no ver.
– Pelota -susurró, haciendo un gesto de desaprobación con los ojos-. Bueno, siéntete como en tu casa -añadió, indicándole a Brianne el salón.
– Gracias.
Jake se volvió y se dirigió al dormitorio principal, que Rina había insistido en que utilizara como si fuera suyo. Le ardía el cuerpo y sabía, sin lugar a dudas, que la mirada de Brianne seguía atentamente su retirada.
Se cambió de ropa sin ocurrírsele modo alguno de evitar la rehabilitación. Entonces, el teléfono empezó a sonar.
– ¿Sí? -dijo, tras levantar el auricular. Era Rina.
– Escucha, hay problemas con las reservas y no puedo entretenerme mucho, pero quería saber si…
– Sí. Brianne está aquí. Y tú no deberías haberte metido en esto, Rina.
– Tú y yo pasamos demasiado tiempo en aquel café como para que supiera que tenía que hacerlo. El destino no nos envía muchos regalos y, cuando uno llega, no se puede rechazar. El tiempo que Robert y yo compartimos fue muy breve y yo quiero que tú tengas mucho más que eso. Lo único que he hecho ha sido darte una oportunidad. No te puedes enfadar conmigo por sonsacarle a su jefe un poco de información. Te la ha enviado el cielo, Jake. La necesitas.
– ¿Y no te parece que soy yo el que debe decidir lo que necesito o no?
– ¡Huy, lo siento! Me están llamando. Tal vez hayan encontrado a alguien con el que pueda cambiar el asiento. Ya sabes que no puedo soportar la ventana porque me da claustrofobia, por no mencionar que no puedo levantarme tan frecuentemente para ir al aseo como me gusta hacerlo en un vuelo tan largo. Antes de irme, ¿te he dicho que Brianne se va a instalar en la habitación de invitados que hay en el vestíbulo de atrás? Así no tiene que pagar el alquiler y es mucho más conveniente para tus ejercicios. Además, sé que necesita… Bueno -añadió, cuando la megafonía del aeropuerto se lo permitió-, lo siento Jake, tengo que dejarte. Te llamaré desde Italia. Te quiero.
Tras colgar el teléfono, Jake se sentó en la cama, tratando de asimilar la información que su hermana le había dado. Su solitaria existencia estaba a punto de verse interrumpida. Cuando acababa de sacar a Rina del país y ponerla a salvo, tenía a otra mujer a su cargo. Al menos, aquélla no era un pariente ni tenía una relación conocida con Jake, lo que la colocaba a salvo de una posible venganza de Ramírez. Aquello lo reconfortó en cierto modo.
Sin embargo, no se podía relajar completamente porque todavía tenía que ocuparse de Brianne y de la atracción que había entre ellos. Sabía que, aunque no hubiera existido la excusa de la fisioterapia, Rina habría encontrado un modo de llevar a cabo su plan de igual forma.
Brianne había dejado su apartamento. Evidentemente, había aceptado aquel trabajo de buena fe y estaba allí para quedarse. No había nada que Jake pudiera hacer al respecto. No podía despedirla ni dejarla en la calle. Además, por mucho que la deseara, ella no encajaba en los planes que tenía para aquel verano. Su presencia impediría que él pudiera entrar y salir como quisiera y comprometía su libertad y sus planes para cazar a Ramírez. Cuando se mudara allí con él…
De repente, comprendió que la mujer que llevaba meses deseando estaba a punto de convertirse en su compañera de piso. Ni siquiera una ducha fría podría aplacar el ardor que aquel pensamiento le inspiraba. Se había pasado demasiadas noches dando vueltas en la cama, pensando en ella, anhelando acariciar a una mujer que sólo existía en sus fantasías. Casi sin darse cuenta, sus pensamientos se habían convertido en una realidad tangible… Brianne era mucho más que una cara, que un anhelo. Tanto si le gustaba como si no, ella era su fisioterapeuta personal e iba a ir a vivir con él durante el verano. Además, lo estaba esperando en el salón.