Jake no había realizado labores de vigilancia desde hacía mucho tiempo. Después de pasarse toda una tarde vigilando un restaurante sin nada que recompensara sus esfuerzos, se sentía dolorido y frustrado. La única razón de que aquel lugar permaneciera abierto era que todavía no se hubiera podido relacionar las drogas con el restaurante. Cuando se efectuó el registro, no se encontró nada. Ramírez era un tipo muy hábil y se habría quedado limpio cuando se hubiera enterado de la sobredosis de aquellos chicos, aunque Jake estaba seguro de que era demasiado arrogante como para no volver a retomar las riendas de su negocio tarde o temprano.
En teoría, las drogas podrían haber procedido de cualquier parte. No había nada que conectara el reciente acontecimiento con Ramírez, al menos de momento. Estaban esperando el informe de Toxicología.
De camino a casa, Jake pasó por casa de la familia de Frank para hacerles una visita. Cuando su compañero estaba vivo, el tiempo que pasaba en aquella casa le recordaba siempre el fracaso de su matrimonio y todo lo bueno que él nunca había disfrutado. Desde la muerte del progenitor, las visitas eran muy difíciles y todo lo que Jake sentía era culpabilidad.
Aquella noche, toda su atención estaba centrada en Brianne. Ella no sólo lo atraía sexualmente, sino que también lo hacía sentirse muy bien, algo que necesitaba desesperadamente después del día que había tenido. Mientras estuvo vigilando, se había devanado los sesos para pensar en un lugar al que Brianne y él pudieran ir. Quería que salieran de aquel apartamento y volvieran al mundo real, aunque también deseaba que la salida fuera memorable para Brianne.
Después de pasarse todo el día pensando, no se le había ocurrido nada. Ella regresaría muy pronto a casa y él no tendría ningún lugar que sugerirle. Tendría que ser después de su sesión de fisioterapia, por supuesto. Se lo había prometido y pensaba mantener su palabra.
Atravesó el apartamento con Norton pisándole los talones. Después de los paseos diarios y de que fuera él quien lo alimentara, el animal había empezado a confiar más en él, aunque seguía prefiriendo a Brianne. Jake, por su parte, tenía tanto tiempo libre que disfrutaba también con la silenciosa compañía del can.
Se sentó en el sofá para esperar a Brianne. El deseo y la necesidad se le iban abriendo paso por las venas. Estaba tan impaciente que tomó una de las revistas que su hermana acumulaba en la mesita de café y empezó a hojearla. Unas fotos de la ciudad de Nueva York por la noche captaron su atención. El artículo se titulaba Las sensuales noches de la ciudad.
Aquella noche, la primera que compartiría con Brianne, sería eso y mucho más. Una foto en particular le llamó la atención. Presentaba a dos amantes que compartían un helado. Las lenguas de ambos lamían la crema, pero estaban tan juntas que sugerían mucho más…
Pensó en la dulce boca de Brianne, cubierta de helado, y en cómo la lengua lamería el lateral del cucurucho… Sólo con aquello, su cuerpo experimentó la sacudida del deseo. Llegó a la conclusión de que si una simple foto de revista podía excitarlo, estaba muy mal. Sin embargo, Jake sabía perfectamente que no era la revista, sino Brianne.
Helado… Jake cerró la revista porque ya no necesitaba distraerse con vagas ideas. Gracias a aquel artículo ya sabía cuál era el lugar especial al que podría llevar a Brianne. Seguramente los postres de aquella clase habían sido tan escasos en su casa como la pizza. Decidió que aquello cambiaría aquella noche. Juntos, podrían compartir una sensual noche de la ciudad muy íntima.
Como si hubiera conjurado a Brianne con el pensamiento, oyó que las puertas del ascensor se abrían y que ella entraba en el apartamento. Al verla, dedujo que, por su ropa, había estado trabajando en el hospital aunque, por todos los paquetes que llevaba bajo el brazo, también había estado de compras.
– Era increíble el calor que hacía en el metro -murmuró, mientras dejaba que los paquetes cayeran al suelo y exhalaba un suspiro de alivio.
En aquel momento, Norton se despertó y se acercó para saludarla moviendo la cola.
– ¿Quieres que te ayude a llevar todos esos paquetes a tu habitación?
– ¡Vaya! No me había dado cuenta de que estabas ahí -comentó, antes de ponerse a recoger precipitadamente las bolsas.
– ¿Tengo que sentirme insultado porque te hayas olvidado? Teníamos planes para esta noche. Primero la fisioterapia y luego pensé que podríamos salir a dar un paseo.
– No se me había olvidado -susurró ella, sonrojándose vivamente-. Es que… Bueno, déjame que lleve todo esto a mi habitación.
Sin esperar a que él le respondiera, Brianne avanzó por el pasillo con las bolsas, entre las que había una de Victoria’s Secret golpeándole las piernas.
Jake sonrió, aunque aquel gesto desapareció rápidamente en cuanto se dio cuenta de la razón del comportamiento de Brianne y comprendió lo que podría haber en aquella bolsa. Victoria's Secret era una tienda que vendía ropa interior femenina. Seda, encaje, raso… Todas sus prendas estaban diseñadas para hacer que un hombre normal se muriera de deseo.
Jake no estaba seguro de ser muy normal, pero no por eso dejaba de ser un hombre. Sólo pensar que iba a ver a Brianne con aquella lencería tan seductora era suficiente para excitarlo. La mera posibilidad de que ella hubiera comprado aquellas prendas con él en mente… En ese caso, no habría nada que pudiera cortar su pasión.
Sin embargo, cuarenta y cinco minutos más tarde la tortuosa terapia a la que ella lo había sometido se había encargado de ello. Sentía un intenso dolor en el hombro, lo que hacía que la ligera molestia que sentía a diario fuera, en comparación, como las suaves caricias de una mujer.
Había estado trabajando con un fisioterapeuta durante dos semanas desde la agresión, debía reconocer que el modo en que Brianne trabajaba era diferente y más intenso. Había estado en lo cierto al decirle que un poco de fisioterapia no sería suficiente. Jake había comprendido que necesitaba a Brianne si quería recuperar la completa movilidad del brazo.
Mientras esperaba que Brianne regresara de la cocina con hielo para aliviarle el dolor del hombro, se dio cuenta de que la necesitaba para mucho más que sólo la rehabilitación. Ansiaba conocer más cosas sobre ella y eso suponía un deseo que iba más allá de lo físico.
Jake había crecido en una familia feliz. Les había faltado dinero para extras, pero nunca habían carecido de cariño. Sus padres habían sido novios desde el instituto y el amor que compartían llenaba el apartamento en el que vivían. Incluso el hecho de que se mudaran a Florida no había disminuido el vínculo que existía entre ellos y sus hijos. Jake no podía evitar preguntarse cómo habría sido la infancia para Brianne.
Le había dicho que había criado a su hermano después de la muerte de sus padres, pero ¿cómo habría sido su vida antes de tener que cargar con aquella responsabilidad?
Como sabía que ella se iba a marchar al final del verano, se sentía libre para explorar todas las facetas de su vida y de su deseo. No habría rupturas dolorosas cuando llegara septiembre. Sin embargo, una pequeña parte de él se preguntaba si un espacio de tiempo tan breve sería suficiente para satisfacerlo.
Decidió no pensar más en aquel punto ya que no merecía la pena obsesionarse por cosas que uno no podía controlar. De todos modos, ya no estaba en posición de poder cambiar el acuerdo, dado que incluso, aunque Brianne fuera a quedarse, su propia vida estaba inmersa en un proceso tal de cambio que no podía ni pensar en nada que no fuera una aventura. Además, Brianne tampoco quería algo más duradero. No obstante, le quedaba todo el verano. Debería ser más que suficiente.
Antes de los ejercicios de Jake, Brianne se había cambiado la ropa del hospital y se había tomado el tiempo suficiente para arreglarse. Por primera vez en mucho tiempo, se había mirado al espejo y había visto el reflejo de una hermosa mujer, una mujer con sentimientos y necesidades propias.
Aquellas necesidades incluían a Jake. Comprobar sus habilidades, levantarle los brazos, sentir cómo los músculos de él se expandían y se contraían bajo las yemas de sus dedos, la había excitado más allá de lo que nunca hubiera creído posible, más allá de lo que nunca había sentido antes…
Desde la puerta del gimnasio estaba contemplando a Jake con el hielo en la mano. Él se estaba recostando sobre el respaldo de la silla con muestras evidentes de dolor, lo que hizo que ella se sintiera culpable por habérselo causado. Sin embargo, sabía que, a la larga, Jake se lo agradecería.
Recordó que él había admitido que había estado realizando fisioterapia antes, pero, sin ánimo de mostrarse arrogante o presuntuosa, sabía que ella podría llevarlo más allá que su antiguo fisioterapeuta. Se preguntó por qué habría hecho que Rina creyera que no se había esforzado tanto para recuperarse, aunque enseguida se recordó que no debía implicarse demasiado.
Entonces, ahogó una risa amarga. ¿A quién estaba tratando de engañar? Pensaba acostarse con él. Brianne Nelson no se dejaba llevar por aventuras de una noche que no significaban nada. Todo lo que compartiera con Jake sería intenso y memorable, aunque tuviera que dejarlo cuando terminara el verano.
Quería saberlo todo sobre él y así sería, aunque conocerlo no cambiaría lo que sentía por él. Sabía que corría el peligro de enamorarse de él. Sin embargo, tanto si era así como si no, tendría que ejercer el mismo control sobre sí misma que había ejercido en el pasado. Sabiendo que la vida de Jake sólo podría causarle sufrimiento y dolor, lo único que tendría que hacer era marcharse cuando hubiera terminado el verano. Si mantenía en mente cuál era su profesión y el hecho de que él hubiera afirmado que no estaba buscando una relación permanente, no tendría ningún problema para mantener la perspectiva sobre su relación. Al menos, eso esperaba.
– Venga -dijo, entrando por fin en el gimnasio-. Vamos a colocarte esto en el hombro. Esto hará que los músculos se te contraigan y que disminuya el dolor.
– Ahhh -susurró él, aliviado.
– Bueno, entonces, ¿qué tenías preparado para después de la sesión? -le preguntó. Esperaba que el cambio de tema lo ayudara a olvidarse de su sufrimiento.
Pensó en la ropa interior que llevaba puesta. Durante la sesión se había puesto unas mallas elásticas que le facilitaban los movimientos y que, además, resaltaban la longitud de sus piernas y el trasero, tal y como ella había deseado. Bajo las mallas, llevaba una preciosa ropa interior, muy sexy, y sentía que, con cada movimiento, la seda y el encaje se deslizaban sobre su piel. Había elegido un conjunto malva, realizado en un precioso encaje de delicadas flores. Entre éstas, un encaje completamente transparente permitía que se le viera la piel… Mucha piel.
Se preguntó lo que Jake pensaría de ello y cuánto tardaría en poder opinar y sintió que el cuerpo le temblaba con deliciosa anticipación.
– ¡Oye! Soy yo el que tiene el hielo encima del hombro. ¿También tienes frío?
– Claro -mintió-. Acuérdate de que yo tuve que ir a sacar el hielo del congelador.
– ¿Tienes tanto frío que no te apetece un helado?
– El frío me quita las ganas de tomar un helado. ¿Por qué?
– ¿Y cuál es tu sabor favorito?
– Bueno, en realidad, he de reconocer que me gustan todos los sabores -respondió ella. En aquel momento, el estómago le empezó a protestar para recordarle que, para cenar, sólo se había tomado un sándwich en la cafetería del hospital-. Especialmente ahora.
– ¿Has cenado?
– No mucho -dijo. En realidad, había estado demasiado nerviosa pensando en el tiempo que iban a pasar juntos como para poder cenar-, pero lo del helado me parece una idea estupenda. ¿Qué habías pensado?
– Hay una heladería que se llama Peppermint Park en la esquina de la calle Sesenta y seis con la Primera. Tienen un surtido muy variado. Además, Rina lo recomienda especialmente.
– Mmm…
Brianne se pasó la lengua por los labios y notó que los ojos de Jake seguían el movimiento. Evidentemente, tenía el poder de atraerlo. Habían acordado que irían muy lentos, muy despacio… ¿Tendría Brianne el descaro de acelerar el ritmo? El Cielo sabía que deseaba mucho más que comida y conversación con aquel hombre. Sus besos sólo habían sido un preludio, pero ella quería mucho más.
Jake apartó la mirada de los labios de Brianne. Sabía que si seguía mirándola, nunca conseguirían salir a tomar ese helado.
– ¿Sabes una cosa? Con el helado pasaba más o menos igual que con la pizza. Si teníamos dinero de sobra, lo comprábamos, pero generalmente lo reservábamos para ocasiones especiales, como los cumpleaños, los finales de curso de Marc… Lo siento -añadió, sacudiendo la cabeza con un gesto avergonzado-. No quiero que mi vida suene como una tragedia en la que no hago más que apiadarme de mí misma. Créeme si te digo que, teniendo en cuenta todo lo demás, yo creo que fue bastante buena.
– Nadie en su sano juicio sentiría pena por ti -dijo él, extendiendo una mano para agarrar la de ella-, pero me alegro mucho de haber escogido bien. Quería llevarte a algún lugar que te resultara memorable, un lugar especial…
Afortunadamente, Brianne ya había reconocido que podría enamorarse de él y había levantado sus defensas para que eso no ocurriera. Si no, la expresión de preocupación de Jake, sus generosos y tiernos gestos serían capaces de robarle el corazón. Trató de no escuchar una vocecita que, desde el interior de su cabeza, se reía con ganas de los patéticos intentos de Brianne de ocultar los sentimientos que estaba empezando a experimentar por Jake Lowell.
Jake estaba sentado en un banco de madera, con Brianne a su lado y Norton a los pies de ella. La joven había insistido en sacar también al perro.
Ver lo feliz que podía hacer a Brianne, y al perro de Rina, le provocaba una cálida sensación en el pecho que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Miró a Brianne y vio cómo ella lamía los laterales del barquillo con su deliciosa lengua.
Era como en la fotografía. Dos amantes compartiendo algo íntimo, mucho más que un helado. Sin saberlo, Brianne estaba representando la imagen de aquella fotografía tan erótica, sólo que en su caso no era el rostro de una mujer desconocida. En realidad, no era sólo su fantasía. Era suya durante todas y cada una de las noches de aquel largo y cálido verano. Ya la había probado, conocía el sabor de su boca y cómo respondían sus labios bajo los de él…
Tuvo que apretar los puños para no dejarse llevar por sus deseos. Todavía no. Tomó un bocado de su helado de chocolate, pero la dulce crema no le proporcionó la satisfacción que tenía en mente.
– ¿Puedo preguntarte algo? -le dijo Brianne.
– Claro.
– Bueno, es más bien una pregunta profesional y, en realidad, es una tontería, pero me estaba preguntando cómo sabe una persona si la están siguiendo -comentó ella. Enseguida se sonrojó y se puso a mirar el helado-. ¿Ves? Ya te dije que era una tontería.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Hoy fui de compras y vi a un hombre mirándome -contestó ella, encogiéndose de hombros.
– Nena, eres muy hermosa. No debe extrañarte que los hombres te miren.
– Gracias -susurró Brianne, sonrojándose de nuevo-. Sin embargo, te aseguro que ese tipo era diferente. Es decir, lo hacía de un modo diferente. Yo estaba en la Quinta Avenida y él no parecía el ejemplo del típico hombre de negocios que sale a comer a mediodía. Tenía el pelo muy corto y una mirada… Además, volví a verlo, o al menos eso creí yo, a través de la ventana de una cafetería, aunque desapareció enseguida. Pensé…
El helado había empezado a derretirse por encima del cucurucho y a humedecer la servilleta que lo rodeaba. Jake, olvidándose de todos sus pensamientos eróticos por el momento, se lo quitó de la mano y lo tiró a la papelera, para luego hacer lo mismo con el suyo.
– ¿Qué fue lo que pensaste?
– Que estaba volviendo a ocurrir…
– ¿Qué era lo que estaba volviendo a ocurrir? -insistió Jake, colocando una mano sobre las de Brianne, gesto que ella agradeció mucho.
– Cuando mis padres murieron, yo lo pasé muy mal. En realidad, todo empezó mucho antes. Mis padres no eran los típicos que siempre están en casa. Mi padre era corredor de bolsa y le había ido muy bien en algunos mercados. Tenía ahorros y, como a los dos les gustaba vivir al límite, el dinero lo dedicaban a deportes de riesgo… Afortunadamente, los vecinos nos querían mucho y dormíamos muchas veces en su casa cuando no se sabía con seguridad cuándo iban a regresar mis padres. Fue entonces cuando comenzó todo.
– ¿Cuando empezó qué?
– Mis ataques de ansiedad. Yo era una niña muy nerviosa.
– A mí me parece que es comprensible. Debes de haberlo superado bien porque, si tú no me lo hubieras dicho, nunca me lo habría imaginado.
– Bueno, tuve la suerte de tener una buena psicóloga en el colegio y, a medida que fui creciendo, aprendí técnicas para controlar el estrés. Las cosas se tranquilizaron durante un tiempo hasta que ocurrió lo del accidente…
Es sorprendente lo que uno puede conseguir cuando la vida lo obliga a crecer con rapidez.
– ¿Qué accidente?
– Te dije que yo había criado a mi hermano, ¿te acuerdas? Mis padres murieron en un accidente de avioneta. Mi padre pilotaba el avión.
– Lo siento…
– Fue lo que ellos eligieron. Literalmente. Decidieron volar durante una tormenta, a pesar de que las Autoridades Aeroportuarias les advirtieron que no era aconsejable… Entonces, mis ataques de pánico empeoraron y tuve que pedir ayuda. Necesitaba estar bien para poder cuidar de Marc. Y así lo hice. Hace mucho tiempo desde la última vez que experimenté verdadera ansiedad.
– Hasta hoy.
– Sí, hasta hoy.
– En ese caso, tal vez deberíamos prestar más atención a ese tema -dijo Jake. Él ya lo estaba haciendo. Tenía una extraña sensación. No podía asegurar todavía de lo que se trataba, ni lo que ocurría.
– Lo dudo. En realidad, sólo necesitaba contárselo a alguien para poder darme cuenta de lo ridículo que es lo que estaba pensando.
– Las sensaciones nunca son ridículas y, a menudo, están basadas en hechos.
– Puede ser, pero en mi caso creo que probablemente estoy reaccionando de un modo exagerado. Probablemente está relacionado contigo.
– ¿Cómo es eso?
– Hacía mucho tiempo que no había tenido un ataque de ansiedad, ¿verdad? Entonces, te conozco a ti y nos sentimos atraídos de un modo inmediato y descubro que tú eres como ellos. Antes de que me dé cuenta, tengo otro ataque de ansiedad.
– ¿Que soy como quién?
– Como mis padres. Ellos vivían para correr riesgos y eso es lo que tú haces en tu trabajo -explicó ella, extendiendo una mano para tocarlo en el hombro.
– La diferencia es que yo corro riesgos para hacer mi trabajo, pero no son riesgos innecesarios. Además, yo no hago mi trabajo como una manera de correr riesgos. Tus padres corrían riesgos para divertirse. Yo no.
– Pero los tres os ponéis conscientemente en peligro.
Jake no podía negar lo evidente, así que optó por guardar silencio. Brianne lo estaba comparando con sus padres, dos personas a las que evidentemente había querido mucho, pero que la habían defraudado del peor modo posible. Él acababa de conocerla y se habían embarcado en una aventura de verano. Nada más. Entonces, ¿por qué lo molestaba tanto aquella analogía?
– Mira, lo único que estoy tratando de decirte es que te estoy muy agradecida por haberme escuchado. Efectivamente, sentí pánico, pero ahora que he hablado al respecto puedo olvidarme de ese tipo y de su asqueroso tatuaje.
– ¿Llevaba un tatuaje? -preguntó Jake, poniéndose inmediatamente en estado de alerta.
– Sí. No sé por qué he pensado en eso en estos instantes. Ese tipo iba vestido con una camiseta de hombreras blanca y tenía una flecha torcida en el brazo derecho. Aquí -añadió, señalándose al bíceps de su propio brazo. Entonces se echó a temblar-. Los tatuajes siempre me han dado asco.
– ¿Dices que se trataba de una flecha torcida?
– Sí. Así -contestó ella, dibujándose la flecha encima de la mano.
Jake sintió que la furia y el desprecio le corrían por las venas. La ansiedad de Brianne estaba bien fundada. La flecha que ella había descrito era la misma que había aparecido en las pastillas que había encontrado… la misma que Ramírez llevaba en el brazo derecho.
No quiso decirle nada para evitar que se preocupara más. El deseo que sentía de tomarla entre sus brazos y de protegerla de todo mal era enorme. Si ella se enteraba de que aquel tipo estaba también relacionado con Jake y su trabajo, podría marcharse del ático. Si regresaba a su apartamento, sería mucho más vulnerable para Ramírez y a él le resultaría imposible protegerla. Sin embargo, si se quedaba en el ático, estaría segura, al menos por las tardes.
A lo largo del día, Jake podría protegerla también. Lo primero que haría a la mañana siguiente sería llamar a un compañero y pedirle que le pusiera alguien que la vigilara durante el día. Gracias a Dios, Rina estaba en Italia y tanto Frank como él tenían amigos a los que no les importaría hacer aquel trabajo extra. Mientras tanto, él se dedicaría a tratar de encontrar el paradero de Ramírez. Por el momento, lo único que podía hacer era tranquilizarla.
– Hay muchos hombres que llevan tatuajes. Creo que es mejor que sigamos tu sugerencia y nos olvidemos del tema, pero si vuelves a verlo…
– Lo informaré enseguida, señor detective -bromeó ella, saludándole al estilo militar-, pero, como probablemente yo estoy en lo cierto, creo que nos podemos olvidar del tema.
Jake se dio cuenta entonces de que ella tenía un poco de chocolate en los labios, que parecía estar desafiándolo para que se inclinara sobre ella y se lo limpiara con su propia lengua. En vez de eso, prefirió hacerlo con la yema del dedo, saboreando la suavidad de sus labios y notando enseguida la cortina de deseo que se corrió en los ojos de Brianne.
– ¿Sabes lo que me gustaría hacer? -susurró ella.
– ¿El qué?
– Me gustaría ir a casa.
– ¿Para qué?
– Llévame a casa y hazme olvidar, Jake…
Él no trató de simular que no había entendido lo que ella le estaba pidiendo. Sin dejar de mirarla, hizo que Brianne se levantara para poder hacer lo que ella le había pedido. La llevaría a casa.
Brianne mantuvo el paso con Jake, dado que su ansia por llegar al apartamento era tanta como la de él. Una vez que había puesto voz a sus temores, se había dado cuenta de lo ridículos que eran. A pesar de todo, la reconfortaba que él la hubiera creído, no como solían hacer sus padres.
Aquella conversación le había dado perspectiva. No la estaba siguiendo nadie. Todo había sido producto de su imaginación, probablemente acicateada por la proximidad de Jake. Además, en el caso de que el desconocido hubiera estado definitivamente siguiéndola, Jake lo sabía y estaba de su parte. El curso de defensa personal que el hospital había dado a sus empleadas después de una oleada de violaciones que se habían producido años atrás le había proporcionado los conocimientos necesarios para saber defenderse. Estaría bien.
Podría liberar su mente y concentrarse en lo mucho que deseaba a Jake. Aparentemente, él sentía lo mismo, porque no la soltó durante todo el trayecto de vuelta al apartamento y creaban un constante estado de excitación y una corriente eléctrica que hacía que saltaran chispas entre ellos.
Sólo rompió aquel vínculo físico cuando llegaron al edificio del apartamento. Dejó que ella lo precediera en el ascensor. Mientras estuvieron subiendo, los nervios y la excitación dominaban sus emociones. Estaba a punto de entrar en un territorio completamente desconocido y la adrenalina se abría camino por sus venas a la velocidad del rayo.
Se preguntó si aquello sería lo que sus padres habían sentido cada vez que empezaban una nueva aventura o viaje. Nunca había comprendido a sus padres antes, pero mientras salía de la atmósfera cargada de erotismo del ascensor y entraba en el ático, Brianne estuvo a punto de hacerlo.
Jake era nuevo y excitante. Sólo pensar en él le daba energía y le estimulaba el cuerpo de un modo muy erótico. Sin embargo, a pesar de que disfrutaba con cada sensación que él invocaba en ella, también la temía. Él tenía el poder de deshacer todo lo que ella había conseguido desde la muerte de sus padres, dejándola expuesta a una persona que no iba a ella con promesas de seguridad y que no tenía en mente un compromiso duradero.
No obstante, al contrario que sus padres, Jake sólo estaba de paso en su vida. Conocía perfectamente en lo que se estaba metiendo y, por lo tanto, no podría resultar herida… ¿O sí?
– Ya hemos llegado -susurró Jake, entrometiéndose en sus pensamientos-. ¿Dónde?
Brianne comprendió que, con aquella palabra, le estaba preguntando dónde quería hacer el amor. Al mirar a su alrededor, sintió que el deseo líquido se iba acumulando en la parte baja de su vientre y que el corazón empezaba a latirle a toda velocidad.
No estaba segura de dónde querría ir. Los elegantes muebles, el suelo de mármol… El ático, que al principio le había parecido un paraíso, de repente era un lugar frío y agobiante. Como no sabía cómo responder a la pregunta de Jake, simplemente se encogió de hombros, esperando que él tuviera la respuesta que a ella se le escapaba.
– Bueno, yo duermo en la habitación de mi hermana y realmente preferiría no… bueno, ya sabes a lo que me refiero.
– Sí, claro, pero mi dormitorio no parece mío. Es demasiado…
– ¿Frío e incómodo?
– Exactamente -respondió Brianne, encantada de ver que a Jake el ático tampoco le resultaba relajante y acogedor.
– Si te soy sincero, no sé en qué estaba pensando Rina. Este lugar no va con su personalidad…
– Eso me había parecido. Rina resulta una persona muy cercana. Tú dijiste que a su marido le gustaba el lujo. Tal vez tu hermana sólo estaba tratando de complacerlo al decorar su casa de esta manera. Tal vez era la presencia de su esposo lo que convertía este lugar en un hogar para ella. Y viceversa. Bueno, no me hagas caso… No sé por qué estoy diciendo todo esto.
– Seguramente tienes toda la razón. Eres una mujer muy perspicaz… Y yo no puedo aguantar sin tocarte ni un segundo más -añadió, en voz muy baja, mientras le colocaba las manos sobre los hombros-. Dado que nuestros dormitorios están descartados, se me ocurre otro lugar.
– Espero que no esté relacionado con ese sofá blanco, que, justamente, está delante de las ventanas -comentó ella, riéndose-. ¿Qué se te ha ocurrido?
– Nuestra habitación…
– ¿El gimnasio?
– Sí. Allí hay espejos en vez de ventanas…
– La vista será muy diferente…
– Y con ángulos diferentes… ¿Te parece bien?
Brianne deseaba con toda el alma dar aquel paso. Tras armarse de valor, se puso de puntillas y le dio la respuesta que él no podría malinterpretar: un apasionado beso en los labios, que le indicaba claramente que le parecía estupendamente. Cualquier vista, cualquier ángulo, cualquier cosa que él deseara…