CAPÍTULO 4

Antes de que Leta pudiera moverse para protegerlo, Aidan rodó y se puso en pie para enfrentarse al dios. La ira que se agitaba a través de él era tan potente que realmente la hizo jadear cuando la golpeó como una hostil sacudida de electricidad. Leta echó la cabeza hacia atrás cuando la rasgó como un ácido. Nunca en toda la eternidad había sentido algo como esto. Era caliente y llameante.

Dolor se lanzó sobre Aidan, que bloqueó el puñetazo con el brazo, y después le dio un cabezazo al dios. Antes de que Dolor pudiera recuperar el equilibrio, Aidan le dio un golpe de tijera en las costillas. Con un giro, el dios cayó al suelo.

Ella sabía que sólo había sido la arrogancia de Dolor la que había permitido que lo tomara por sorpresa. No había esperado que Aidan luchara contra él.

Pero eso había pasado.

Dolor lanzó un rayo divino a la cabeza de Aidan. Éste lo esquivó, y luego volteó para arrancar a Dolor del suelo para golpearlo de nuevo. Pero esta vez Dolor lo vio venir. Colgó a Aidan en una pared de acero que apareció de ninguna parte.

Leta manifestó sus dos látigos, uno para cada mano. Los chasqueó vivamente para capturar los brazos de Dolor. Este siseó de dolor antes de rodearla con sus antebrazos y tirar.

Ella no cedió aunque se sentía como si le hubiera arrancado los brazos de sus articulaciones.

– Déjalo en paz.

Dolor se rió de ella.

– Eres una tonta al protegerlo.

– Entonces soy una tonta. -Intentó desenroscar los látigos de los brazos de él, pero Dolor la mantuvo firmemente en su lugar.

Aidan sacudió la cabeza para aclarársela. Realmente podía saborear la sangre en su boca. Había una cualidad real en esta lucha, aunque sabía que era un sueño. Se limpió la sangre de la cara y frunció el ceño al estudiarla.

¿Lo era?

Observó a Leta lanzar al hombre más grande contra una pared un instante antes de que éste se girara y la golpeara haciendo que cayera al suelo. Aidan corrió hacia el hombre y lo atrapó por la cintura con el hombro antes de que pudiera atacarla.

– No la toques.

El hombre se rió al hundir las manos en el cabello de Aidan y tirar con fuerza.

Aidan gruñó ante la agonía, pero no fue el tirón de su pelo lo que le dolió tanto, sino las imágenes que aparecieron en su cabeza. Imágenes de Heather en la cama con Donnie. El sentimiento perdido que había tenido la mañana que lo habían atacado a la vez e intentado destruirlo.

Gritó mientras su corazón se astillaba por ese momento en el tiempo cuando todas sus vanas ilusiones de amor y familia habían sido destrozadas.

De repente Leta estaba ahí, apartando al hombre de él.

– Detenlo, Dolor. ¡Ahora!

Dolor se giró hacia ella con una sonrisa. La atrapó en sus brazos.

– ¿Escuchas al bebé llorando?

Ella gritó de horror.

Aidan intentó empujar al dios a un lado, pero éste se negó a soltar a Leta.

– ¡Vete al infierno, imbécil! -Manifestó una espada en la mano y se la clavó a Dolor directamente en el corazón.

Soltando a Leta de su agarre, Dolor retrocedió tambaleándose. Sus ojos negros estaban muy abiertos con incredulidad mientras se desintegraba en mil pedazos brillantes. Cayeron lentamente al suelo antes de que un feroz viento se los llevara.

Leta todavía seguía gritando como si estuviera atrapada en el medio de una pesadilla de la que no se podía despertar. Se tiró del cabello como si no pudiera soportar las imágenes que tenía en la cabeza.

Aidan la cogió entre sus brazos para sujetarla más cerca.

– Shh -susurró mientras ella temblaba en sus brazos.

Lágrimas se escapaban de sus ojos.

– ¡Haz que pare! Por favor, Dios, haz que se vayan lejos. No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo… no puedo…

Él hizo una mueca de dolor al escuchar las mismas súplicas agónicas que él había farfullado en incontables días de amargura. Esto hizo que la sujetara más cerca, y lo tocó a un nivel inimaginable. Cualquiera que fuera su pasado, obviamente era tan malo como el suyo propio.

– Te tengo, Leta -susurró, frotando gentilmente el mentón contra su húmeda mejilla-. No dejaré que te haga daño. -No sabía por qué había hecho esa promesa, pero incluso más sorprendente que las palabras era el hecho de que lo decía en serio.

Algo acerca de compartir este momento atravesó su propio dolor. Por primera vez en dos años, se sintió de nuevo humano, y ni siquiera sabía por qué.

Ella aspiró un aliento entrecortado.

– Volverá.

– No lo hará. Lo maté.

– No -dijo ella, sus ojos brillando por las lágrimas-, no lo hiciste. No puedes detener a Dolor. Volverá y ahora sabe… -Su voz se cortó como si incluso estuviera demasiado temerosa de terminar la frase.

– Shh -repitió mientras la sujetaba más cerca y dejaba que la calidez de su cuerpo se filtrara en la frialdad que lo había agarrado durante todo este tiempo. No había reconfortado a nadie en años. Literalmente. La última persona con la que se había sentado toda la noche había sido su sobrino. Ronald acababa de romper con su primera prometida, por lo que los dos habían salido a beber. Aunque se suponía que Aidan tenía que estar estudiando un guión para el que se había estado preparando, se había tomado toda la noche para aliviar el dolor de Ronald.

¿Y qué le había dado eso?

Ronald finalmente se había aliado con Donnie y vuelto en contra de Aidan, incluso después de todo lo que este había hecho por él a lo largo de los años: pagar su colegio privado y universidad, pagar el caro viaje de graduación del colegio a Florida a él y a su mejor amigo, le había dado un trabajo, comprado un coche, una casa… Nada había sido suficiente. Y esto después de que Ronald le contara lo mal que lo había tratado su padre al crecer.

Ahora no sabía si Ronald alguna vez había dicho la verdad o si no habían sido nada más que mentiras destinadas a ganarse la compasión de Aidan, para poder obtener más dinero de él.

Y al final, nada de lo que Aidan había hecho para ayudar al chico había importado. Como su padre, Ronald había exigido que Aidan le diera todo lo que quería, sin importar si lo merecía o no.

Su corazón golpeando, Aidan hizo el descubrimiento más espeluznante sobre sí mismo.

Todavía le importaba.

A pesar de todo lo que la escoria le había hecho pasar. A pesar de lo cuidadosamente que se había sellado del mundo, le importaba Leta. No quería que la lastimaran, y estaba condenadamente seguro de que no la quería herida por haber intentado ayudarlo.

En ese momento, se odió por la debilidad de sentir.

¿Cuánto podía soportar un humano?

Pero estaba allí. Ese dolor interno que sólo quería cuidar las heridas de Leta y asegurarse de que estaba bien. Apretando los dientes, presionó los labios contra su suave y dulce cabello y la llevó fuera de la nieve, a una playa arenosa donde el sol brillaba reluciente por encima de ellos.

Con ella todavía acurrucada contra su pecho, se puso de rodillas en la arena y la colocó delante. Le acunó la cara con las manos y le limpió las húmedas lágrimas que todavía le bajaban rodando por las mejillas.

– Está bien, Leta. Te tengo.

Leta se sorbió las lágrimas mientras miraba fijamente esos ojos que eran tan verdes y tormentosos como el mar profundo. Por una vez no estaban llenos de hostilidad. Estaban abiertos y preocupados, y eso literalmente la dejó sin aliento.

Levantó la mano para colocarla en su mejilla, donde la barba de varios días de sus patillas le rascaba la mano. Su fragancia masculina le llenó los sentidos… había pasado tanto tiempo desde que había saboreado la pasión. Desde que había sido sujetada por un hombre que no estuviera emparentado con ella. Y en ese momento, el dolor de su propio pasado la abrumó con sufrimiento.

Ahogándose en la cruda agonía de su interior, se apoyó contra él y colocó la cabeza bajo su barbilla, contra su pecho. No le gustaba estar en este sueño. Ya no quería estos sentimientos. No tenerlos era mucho mejor que lo que sentía ahora. Si sólo los pudiera desterrar para siempre.

– ¿Cómo te las arreglas con todo eso? -susurró contra el pecho de Aidan.

– No pienses en ello.

– ¿Eso funciona?

– A veces.

– ¿Y cuando no lo hace?

Él se encogió de hombros.

– Hay cerveza y whisky barato, pero incluso eso no hace nada más que añadir un dolor de cabeza a lo que ya te aflige. Tarde o temprano se te pasa la borrachera y todo vuelve a empezar.

Esa no era la respuesta que Leta quería de él.

– Odio llorar.

Los ojos de Aidan la quemaron con su intenso calor.

– Entonces haz lo mismo que yo. Convierte tus lágrimas en ira. Llorar sólo te pondrá enferma. Pero la ira… la ira te infunde. Te da fuerzas. Se arrastra por tu cuerpo hasta que te ves obligado a actuar. No hay disminución de fuerza, ninguna sollozante visión borrosa. Te aclara la cabeza y centra tus acciones. Sobre todo, te hace más poderoso.

– ¿Es eso por lo que permaneces cabreado?

– Absolutamente.

Y su ira era lo suficientemente fuerte como para alimentarlos a ambos. Pero aún así, ella no lo entendía. Su propia rabia siempre se había elevado rápidamente y luego desaparecía. Más que eso, sus lágrimas siempre habían negado su ira. En el segundo que sus lágrimas empezaban, cualquier rabia que tenía se evaporaba bajo ellas.

– ¿Cómo aprendiste a dejar de llorar?

La expresión de Aidan era severa.

– Cerré mi corazón con fuerza y aprendí a dejar que los demás no me importaran, sólo yo. No te pueden hacer llorar cuando no te importan una mierda, ellos o sus opiniones. Sólo puedes ser herido por aquellos a los que amas.

– Y por el dios del dolor -susurró Leta-. Él sabe lo que nos debilita. Mira lo que me ha hecho a mí.

– Es porque te conoce y sabe dónde golpear. -Aidan negó con la cabeza-. Él no sabe nada sobre mí. Ya no hay nada que pueda emplear para herirme. Dejé marchar todo excepto mi rabia.

Por eso Aidan había podido luchar contra Dolor aunque era un hombre mortal.

Pero ella no sabía cómo sujetarse a la ira. Cada vez que pensaba en su hija o su marido, eso la ponía de rodillas. Habían sido inocentes de todo crimen, excepto pertenecerle, y habían sido ejecutados fríamente por Dolor y su gente. Eso era por lo que ella estaba aquí.

No morirían más inocentes.

Nunca.

Nadie merecía el dolor que ella sentía. Nadie. Y moriría antes de permitir que Dolor destruyera a otra persona de esta manera. Arrebatarles lo que más amaban, ¿y para qué? ¿Por el rencor de un dios porque otro le había gastado una broma y carecía de sentido del humor? Era cruel y estaba mal.

– Enséñame tu rabia, Aidan. Muéstrame cómo agarrarme a ella sin importar lo que pase.

Él asintió crudamente antes de dejar caer las manos de su cara.

– Deja marchar el dolor. Si hay algo de bondad en tu interior, mátala. Ahora, recuerda que la única persona que te importa en la vida eres tú. A nadie nunca le importarás. A nadie. La única persona que puede protegerte eres tú. Deja que todos los demás se vayan al infierno. De hecho, apúralos hacia allí.

Leta no podía creer lo que le estaba diciendo. Parecía fácil, si ella estuviera lo suficientemente loca, ¿pero cómo lo soportaba Aidan?

– ¿Cómo eres capaz de estar aquí?

– Recuerda que cuando te golpearon, no hubo nadie a tu lado para suavizar el golpe. Nadie para ayudarte a que te lamieras las heridas o protegerte.

Pero en su caso, eso no había sido cierto. M'Adoc había estado a su lado, intentando proteger a su familia. Así era como había sido capturado y después torturado. Podría haber sido capaz de escapar y salvarse. En lugar de eso, había elegido ir a avisarla y quedarse con ella cuando Dolor y sus subordinados habían atacado.

Y también casi lo habían matado.

– ¿Y si no estaba sola? -preguntó, su voz sólo un susurro.

– Entonces imagínatelos tomando al que estuvo a tu lado. Imagina la sangre de tu defensor en tus manos mientras lo apuñalan en el corazón.

Era suficiente para hacer que Leta quisiera gritar y dejarse llevar por la rabia de la que él le hablaba.

Aidan tenía razón. Si podía, Dolor mataría a M'Adoc en un instante.

– No sé cómo vencer a Dolor -le confesó Leta-. Lo mejor que pude hacer la última vez que luchamos fue congelarlo y hacerlo esclavo de la invocación de un humano. Pensé que haciendo eso nadie sería tan estúpido como para liberarlo. Ahora que lo han hecho… No sé cómo devolverlo al éxtasis hasta después de que complete su tarea.

– ¿Y esa es?

– Matarte… y no dejaré que eso suceda.

Aidan se alegraba de que esto fuera un sueño. De otra manera, podría haber pensado que estaba loco. Pero mientras las púrpuras olas batían contra la playa cristalina, sabía que estaba a salvo. Aquí no había realidad. Sólo estaban él y Leta.

Aún así, sentía curiosidad sobre por qué su subconsciente crearía todo esto.

– Dijiste que mi hermano lo conjuró para matarme.

Ella asintió.

– ¿Lo hizo desde la prisión? -Tenía tanto sentido como todo lo demás.

– Debió hacerlo. ¿Puedes pensar en alguien más que te quiera muerto hasta el punto de dar su alma por ello?

Aidan soltó una risa amarga.

– La lista de aquellos que me odian es larga, pero aquellos que lo quieren hasta ese extremo es mucho más corta. Tienes razón. Donnie destaca entre los que más me odian.

Ella asintió.

Aidan permaneció sentado en silencio pensando en la tragedia de su pasado. Después de la muerte de sus padres, él y Donnie habían terminado siendo criados por su tío alcohólico. Como padre soltero, el hombre había dejado mucho que desear, y básicamente Aidan y Donnie siempre habían bromeado diciendo que los habían criado los lobos.

Todo lo que habían tenido era el uno al otro. Todavía no podía creer lo que algo tan insignificante como la envidia le había hecho a su hermano. Cómo podía atrapar a un tipo que una vez aceptó puñetazos en su lugar y convertirlo en un usuario de sangre fría dispuesto a hacer cualquier cosa para herirlo. No tenía sentido.

Y ahora esto…

No le extrañaba que sus sueños fueran tan locos. Todavía estaba tambaleándose por la traición y obviamente su subconsciente continuaba intentando conciliarlo todo.

Esos pensamientos le recordaron a sus primeros años en Hollywood.

– Una de las primeras películas en las que aparecí era una de zombis. Recuerdo que en la película, si matabas al que controlaba el zombi, también te cargabas a éste. ¿Funcionaría esto de la misma forma?

Leta lo miró con el ceño fruncido.

– ¿Estás dispuesto a matar a tu propio hermano?

Él ni siquiera vaciló con su respuesta.

– La sangre dejó de unirnos en el instante que vino por mi garganta. Si esta cosa me está acosando por culpa de él, entonces estoy más que preparado para rajarle la garganta y reírme mientras se desangra hasta morir a mis pies. Dame el cuchillo y permanece al margen.

Leta dejó escapar un lento aliento ante la hostilidad en su tono. Debería estar horrorizada por su brutalidad, pero aún así entendía el sentimiento.

– Desafortunadamente, eso no funciona en este caso. Dolor no es un zombi. Es un viejo dios que sólo se mantiene bajo control por una maldición que le puse.

– ¿No puedes volver a ponerlo en éxtasis?

Ella negó con la cabeza.

– No mientras tú estés vivo. La maldición más fuerte que pude encontrar sólo funcionaría mientras la invocación no sucediera.

Él la observó estrechando la mirada.

– ¿A quién demonios se le ocurrió esta brillante maldición?

– Fue la mejor que pude lograr estando en un apuro -dijo ella defensivamente.

Aidan puso los ojos en blanco.

– Con ese tipo de habilidades de valoración crítica, deberías considerar probar el cargo de político.

Antes de que Leta pudiera responder, un fuerte gruñido desgarró el aire. Leta apretó los dientes con disgusto al reconocer el sonido.

– ¿Qué demonios es eso? -preguntó Aidan.

– Timor.

– Espero que el viejo Tim sea un ex novio.

Cómo lo desearía ella.

– No. Es la personificación del miedo humano.

– Oh, genial -dijo Aidan en tono jovial-. Justo lo que quería añadir a mi sueño. ¿Deberíamos invitarlo a tomar el té?

Aunque ella encontraba su sarcasmo entretenido, todavía no era capaz de hacerla reír o sonreír dada su situación, que iba empeorando.

– Aidan, esto no es un sueño. Quiero decir, sí, estamos en un estado de sueño, pero cuando te despiertes, no va a querer decir que Dolor no será real. Es real, y tiene la intención de matarte.

Él se separó de ella.

– Bien. Que venga. Seré el último que quede en pie.

– La bravuconería no derrota a un dios.

– ¿Entonces qué lo hace?

Ella realmente desearía que no le hubiera hecho esa pregunta en particular.

– No lo sé. Cada uno de nosotros tiene algo que nos vuelve débiles, y que permite que alguien nos mate. Pero no estamos muy dispuestos a dejar que otra gente sepa cuáles son esas debilidades.

– Y tampoco lo hago yo. No tengo intención de que nadie ni nada me derribe.

Leta admiraba eso de él, especialmente dado que era humano.

– Quiero que te agarres con fuerza a ese coraje, Aidan. Puede que sea lo único que salve tu vida.

Y con eso tiró de él hacia sí y lo besó.

Aidan se quedó sin aliento ante la olvidada sensación de una mujer en sus brazos. Sabía a éxtasis y mujer. A malvadas delicias. Y que Dios lo ayudara, quería más de ella.

Con el corazón martilleándole, profundizó el beso mientras la apretaba más contra sí.

Leta no podía pensar con claridad mientras su lengua bailaba con la de Aidan. Habían pasado siglos desde la última vez que había besado a un hombre. Siglos desde que se había sentido tan obligada a tocar a un hombre, a no ser que le estuviera lanzando un puñetazo.

El deseo de Aidan prendió fuego a sus propias emociones atadas. Pero más que eso, liberó la parte largamente enterrada de ella que echaba de menos a su familia. Cerrando los ojos, recordó a su marido y ese milagroso sentimiento de pertenecer. De amar a alguien y ser amado por ellos.

Lo echaba tanto de menos. Lo ansiaba todavía más. Nadie debería tener que pasar la eternidad sólo, aislado de todo el mundo, desprovisto de emociones. Lo que Zeus le había echo a su clase era deplorable.

De nuevo, escuchó el grito de Timor al otro lado del mar que salpicaba contra las arenas cristalinas. Dolor estaba intentando usarlo para romper la barrera del mundo del sueño para poder luchar con ellos en el plano mortal, donde eran más débiles. Necesitaba despertar a Aidan y hacer que entendiera la amenaza que ellos suponían para él.

– Te veré en el otro lado -susurró antes de apartarlo y obligarlo a despertarse.

Aidan se despertó de golpe. Con el corazón golpeando, levantó el brazo de su rostro para intentar orientarse. Su película todavía estaba sonando de fondo mientras los troncos saltaban y se recolocaban a su alrededor.

Fue entonces cuando vio a Leta a sus pies.

Ella abrió los ojos parpadeando como si también se estuviera despertando.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? -le exigió Aidan.

Leta empezó a responder, sólo para darse cuenta de que si se lo contaba, la echaría fuera. Nunca la creería en este dominio.

Querido Zeus, ¿cómo lo iba a convencer alguna vez de la verdad?

– Aidan… -titubeó al intentar pensar en algo razonable que decirle.

– Leta… -se burló-. Te dije que te marcharas de aquí.

– Sé que lo hiciste. Es sólo que quería verte durante unos minutos, y estabas dormido. No quería molestarte.

– ¿Así que dormiste a mis pies como un cachorro? No es por ofender, pero eso es condenadamente escalofriante. Y lo próximo que sabré, es que estarás probándote mi ropa y durmiendo en mi cama.

Ella se burló al empujarse para ponerse en pie.

– No eres Brad Pitt.

– Tienes razón. Soy el hombre que lo sacó de una patada del puesto número uno de actor más guapo, tres años seguidos.

Leta puso los ojos en blanco.

– Es bastante ego el que tienes ahí.

– Sí, lo es, y se refuerza constantemente por mujeres dispuestas a hacer cualquier cosa para llamar mi atención. -La recorrió con una fría mirada-. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar?

Ella torció la cara hacia él.

– No dejes que ese beso se te suba a la cabeza. Simplemente tenía curiosidad.

– Sí, nena, eso es lo que todas… -Aidan se congeló cuando sus palabras atravesaron su ira-. ¿Qué beso?

La cara de Leta palideció.

– ¿Hubo un beso?

– En mis sueños. ¿Cómo supiste eso?

Ella se volvió repentinamente inquieta.

– Suposición afortunada.

– Sí, claro. La única persona que es peor actor que tú es mi antiguo compañero de cuarto cuando estaba borracho. ¿Cómo supiste lo de mi beso en sueños?

Leta tragó mientras trataba de decidir qué contarle. Pero seguía volviendo a la única verdad…

– No vas a creerme.

– Inténtalo.

¿Qué demonios? Lo peor que podía hacer Aidan era echarla, y había intentado hacer eso desde el momento que había llegado. No era como si pudiera morir en la tormenta. En cuanto a eso, la tormenta sólo existía porque ella la había creado, para darle una razón para invitarla.

– Muy bien. Soy un Oneroi.

Las facciones de Aidan no cambiaron mientras parecía aceptarlo.

– ¿Un honor qué?

– No honor. Own-nuh-roy. Es un dios del sueño, y estoy aquí para protegerte.

Él ni siquiera parpadeó ante sus palabras. Simplemente la observó con una expresión vacía mientras continuaba tumbado en el sofá sin moverse.

Finalmente, aspiró profundamente.

– ¿Por qué estoy teniendo este mal recuerdo de Terminator…? Mi nombre es Kyle Rhis. Ven conmigo si quieres vivir.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

– Esto no es una broma, Aidan.

Él saltó del sofá y se movió para situarse sobre ella. Ahora era imposible no darse cuenta del desdén e incredulidad que se derramaban de cada parte de él.

– No, no lo es, y no te encuentro en absoluto divertida.

– ¿Entonces cómo supe acerca del beso que tú y yo compartimos en tus sueños?

– Fueron ilusiones que te hiciste.

Ella negó con la cabeza.

– Te dije en tu sueño y te lo vuelvo a repetir… la bravuconería no vencerá a un dios. Si realmente quieres ser el último hombre que quede en pie, vas a tener que confiar en mí a tu espalda.

Aidan se tambaleó ante sus palabras.

No. No era posible. Aún así recordó ese momento de sus sueños cuando le había dicho eso a Leta. Claramente. Normalmente sus sueños se desvanecían cuando se despertaba. Pero en su mente recordaba cada parte de los últimos minutos.

No era posible. Ella no podía haber estado allí. No podía.

– ¿Cuánta cerveza bebí? -susurró, pasándose la mano por el cabello-. ¿Estoy en coma?

Ella negó con la cabeza.

– Estás vivo y despierto. Plenamente consciente.

Sí, claro.

– No -dijo Aidan, todavía negando con la cabeza hacia ella-. No puede ser. Esto está todo equivocado. estás toda equivocada. Cosas como esta no pasan en la vida real. -Se sentía como si hubiera sido atrapado dentro de una de sus películas.

En un guión, aceptaría esto.

En la vida real…

¡Tonterías!

Ella estiró la mano hacia él, pero Aidan rápidamente se apartó.

– Aidan, escúchame. Todo lo que te dije es cierto. Tienes que confiar en mí.

– Uh-huh. Si eres un dios pruébalo. Haz que deje de nevar.

Ella le lanzó una mirada molesta.

– Trucos de mago barato para entretener a humanos están por debajo de nosotros. Pero ya que insistes. -Chasqueó los dedos e instantáneamente la nieve paró.

Aidan sintió que se quedaba boquiabierto al ver que literalmente las nubes se apartaban para mostrar un día brillante y soleado… justo como en sus sueños. El ondulado paisaje era completamente blanco, como si estuviera totalmente limpio.

Aún así su mente no lo aceptaba. Esto simplemente no podía pasar.

– Bonita coincidencia. Ahora sal de una jodida vez de mi casa.

– No puedo -dijo ella con los dientes apretados-. Necesito tu ira para luchar contra Dolor. Si te dejo, te cortará como un cuchillo caliente sobre la mantequilla.

– Ya le golpeé el trasero.

– En un sueño, Aidan. ¿Alguna vez trataste de manifestar una espada con tus pensamientos en el mundo real? No sucede, ¿verdad?

Aidan odiaba admitir que tenía un argumento válido. Pero aún así, no cambiaba el hecho de que esto era una locura.

– ¿Cómo sé que no me estás mintiendo? -preguntó-. Muéstrame algo contra lo que no pueda discutir.

Ella extendió los brazos, y tan pronto como lo hizo, una espada apareció en su mano derecha. Giró la hoja y le ofreció la empuñadura.

– Pruébala por ti mismo.

Lo hizo, y la sentía lo suficientemente real. Afilada, pesada. De ninguna manera podía haber tenido algo como eso escondido en su cuerpo sin que él no lo supiera.

Por mucho que odiara admitirlo, estaba empezando a parecer que Leta decía la verdad, y que de alguna manera lo imposible era posible.

Bajó la espada.

– ¿Cómo puede ser esto?

– Siempre hemos estado aquí. A veces viviendo entre todos vosotros, a veces sólo como inocuos observadores de vuestras vidas. Yo soy una de los que se ofrecieron voluntarios para proteger a la humanidad.

– ¿Y por qué harías eso?

Él vio un destello de dolor en sus ojos antes de responderle.

– Porque no tengo nada más por lo que vivir. Me contaste la traición de tu hermano. Imagina tu propio padre llamando a sus perros de caza para que maten a tu hija pequeña y a tu marido. Imagina lo que es verlos morir, y que luego te lleven y te castiguen por algo que no hiciste. Que te despojen de tu dignidad y emociones porque tu padre estaba avergonzado por un estúpido e insignificante sueño que había tenido, y culpó a todos los que caminan en sueños por ello. Tú sientes tu dolor, Aidan. Yo siento el mío.

Él hizo una mueca de dolor ante el inimaginable horror que ella describía.

– ¿Por qué haría tal cosa?

– Porque era un dios y podía. No quería que hubiera otro dios del sueño en sus sueños, nunca jamás, gastándole una broma. Pensó que si nos sacaba todas las emociones, ya no seríamos creativos u obtendríamos placer en burlarnos de él o de cualquiera. Todo lo que importaba era su vida y su dignidad. Las nuestras no eran nada en comparación con las suyas.

Aidan sintió que un tic empezaba en su mandíbula cuando las palabras de ella penetraron.

– Así que los dioses griegos son tan mezquinos y egoístas como la humanidad. Estupendo.

– Y al igual que los humanos, no todos somos así. Algunos somos muy conscientes de nuestros poderes, y sabemos bien que no se debe abusar de ellos.

Tal vez. Pero a él le sonaba bastante mal. Aidan no podía comprender lo que ella debía haber soportado… si esto no era una vana ilusión creada por un tumor cerebral y si Leta no mentía. Hacía que su propia traición pareciera insignificante en contraste con el sueño de su padre, que había provocado que matara a su familia.

– ¿Por qué vendrías a ayudarme?

– Porque no mereces morir después de todo lo que has pasado. Tu hermano ya te ha quitado demasiado. Y tienes tanta rabia que espero que encontremos alguna manera de matar a Dolor y detenerlo para que nunca vuelva a dañar a otra persona. Alguien tiene que resistir contra él. Todo lo que puedo escuchar cuando pienso en él es la manera en que se rió con placer cuando le rogué que le perdonara la vida a mi hija. El bastardo en realidad sonrió al asfixiarla, mientras sus secuaces me sujetaban.

Aidan hizo una mueca de dolor cuando su corazón se apretó bajo el peso de lo que Leta había descrito.

Los ojos de ella lo quemaban con su propio sufrimiento.

– Quieres dañar a la gente que te hirió, Aidan… Ahora imagina mi necesidad de saborear su sangre.

Él se quedó quieto al intentar resolver todo esto. ¿Podía ser que todavía estuviera soñando?

– No. No lo estás -dijo ella en voz alta-. Esto no es un sueño. Te lo juro.

Aidan la miró frunciendo el ceño.

– ¿Cómo sabías lo que estaba pensando?

– Puedo escuchar tus pensamientos cuando me centro en ellos.

– Bien. Entonces sabes que creo que estás loca.

Ella sonrió ante eso.

– La verdad es que lo estoy. Perdí toda la cordura la noche que mi hija murió y no pude evitarlo. Todo lo que me queda en este mundo es la sed de venganza. Y el mero hecho de que todavía pueda sentirla, cuando no debería tener ninguna emoción, te dice cuán gravemente la necesito.

Él le tendió la mano.

– Entonces tenemos mucho en común.

Leta asintió antes de cogerle la mano en la suya. Esa simple acción le envió a Aidan un escalofrío por la espina dorsal, y no estaba seguro de la razón.

Ella le apretó la mano antes de hablar.

– Tenemos que encontrar alguna manera de detenerlo.

– No te preocupes. Lo haremos. Como dije, seré el último hombre que quede en pie.

Leta cerró los ojos mientras sus palabras le recorrían la mente. El último hombre que quede en pie. Recordaba un tiempo en el que también se había sentido de esa manera. Ahora todo lo que quería era devolverle el golpe a Dolor, y si tenía que caer para hacerlo, estaba más que dispuesta. No le importaba no sobrevivir siempre que él muriera con ella. Para eso, se arrastraría desnuda sobre cristales rotos.

De repente, Aidan empezó a reírse y la soltó.

Leta lo miró frunciendo el ceño.

– ¿Qué pasa?

– Morí dijo que estar aquí arriba solo algún día me volvería loco. Maldito si tenía razón. He perdido totalmente la cabeza.

Su humor fuera de lugar no era suficiente para aliviar el dolor en el interior de Leta.

– No, no lo has hecho. Te dije que era guardaespaldas, y lo soy. Vamos a superar esto juntos. Tú y yo.

Su risa murió instantáneamente mientras la fulminaba con la mirada.

– La última vez que una mujer me dijo eso, me sirvió en un plato mi propio corazón cortado en trozos. ¿Qué órgano me vas a arrancar?

– Ninguno, Aidan. Voy a dejarte tal y como te encontré. Estarás aquí, en tu cabaña, más fuerte que nunca.

– ¿Por qué no te creo?

– Porque la gente siempre está dispuesta a creer lo negativo sobre lo positivo. Es más fácil para ti pensar que soy corrupta y malvada, de lo que es verme por lo que realmente soy. Nadie quiere creer que alguna gente está dispuesta a ayudar a otros por su buen corazón, porque no pueden soportar ver a alguien sufrir. Tan poca gente es altruista, que no pueden entender o concebir que alguien más en el mundo pueda poner el bien de otro por encima del propio.

Aidan se congeló cuando esas palabras penetraron su desconfianza. Estaba haciendo exactamente lo que todos le habían hecho a él.

Asumiendo lo peor incluso cuando ella no había hecho nada para justificarlo.

El mundo había querido creer que era frío con su familia, que había hecho algo para justificar su crueldad, porque era mucho menos atemorizante que la verdad. Nadie quería pensar que podían dar todo sobre sí mismos a otro, sólo para que el recipiente se volviera en su contra como un perro rabioso, por ninguna razón lógica.

Si aceptaban la verdad -que Aidan era inocente en todo esto, que su único crimen había sido el hecho de ser demasiado generoso, abierto y amable hacia alguien que no merecía su confianza- entonces los dejaba vulnerables e interrogativos hacia todos los que los rodeaban. Pero en sus corazones, todos sabían la verdad. En algún punto de su vida, todo el mundo había sido traicionado así. Sin ton ni son.

Sólo era deficiencia humana en alguna gente que era usuaria y abusadora.

Como su madre solía decir, es la gente la que no tiene entrenamiento doméstico.

Pero como Leta le había señalado, no todo el mundo era usuario. Aidan nunca había traicionado a nadie. Nunca se había propuesto destruir o hacer daño a otro ser humano. No era propio de él llevarle más miseria a alguien.

Únicamente él había sido leal y digno de confianza en su mundo. Quizás, simplemente quizás, después de todo no estaba solo.

Con la garganta apretada, fulminó a Leta con la mirada.

– Todavía no estoy seguro de que esto no sea una alucinación provocada por intoxicación de monóxido de carbono de mi horno o calentador, pero en el caso de que no lo sea, voy a confiar en ti, Leta. No te atrevas a defraudarme.

– No te preocupes. Si te defraudo, ambos moriremos y nuestro dolor terminará.

– ¿Y si ganamos?

La luz bromista en sus ojos se murió.

– Supongo que viviremos para seguir sufriendo un poco más.

Él rió amargamente.

– No es un gran incentivo para luchar, ¿verdad?

– En realidad no -dijo ella, su mirada suavizándose-. Pero no es propio de mí tumbarme y morir.

– De mí tampoco. -Aidan miró fuera de la ventana al mundo que parecía tan brillante comparado con la anterior tormenta. Si sólo se pudiera quedar de esa manera.

– Así que dime… ¿qué hacemos ahora?

– Vamos a ver a un viejo amigo mío, sobre un serio repelente de dolor.

– ¿Hacen semejante cosa?

Leta se encogió de hombros.

– Vamos a averiguarlo. Y mientras estamos en ello, vamos a ver exactamente lo que Dolor necesita para cruzar a este plano.

Eso tenía sentido.

– Si cruza hasta aquí, ¿cuánta fuerza tendrá?

– ¿Recuerdas las plagas de Egipto?

– Sí. También estaba en esa película.

Ella ignoró su comentario ácido.

– Ese era él practicando y divirtiéndose. Si no lo detenemos, soltará a todos sus compañeros de juegos y ellos extenderán total sufrimiento y tormento por todo el mundo.

– Genial. No puedo esperar. -Dejó escapar un cansado aliento antes de hablar otra vez-. ¿Y qué hay de los otros dioses? ¿Nos ayudarán?

Ella le dio un golpecito en la mejilla casi de forma juguetona.

– Eso, amigo mío, es lo que vamos a averiguar. Abróchate, Buttercup. Este viaje puede ser agitado.

El único problema era que él estaba acostumbrado a eso. Cuando las cosas iban sin problemas era cuando tenía miedo.

Pero incluso mientras ese pensamiento pasaba por su cabeza, fue seguido por la comprensión de que las cosas no iban a estar agitadas.

Iban a ser mortales.

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