Leta se quedó de pie en la cima del precipicio de la alta montaña de la Isla Desvanecida. Sostenía un frasco de suero del sueño que había pedido prestado a su tío Wink,el Sandman [2]
Con éste, ella y Aidan podrían encerrarse en el reino de los sueños y Dolor no sería capaz de echarlos de él. Lo que Aidan planeaba era tan arriesgado…
No debería preocuparle. Ni siquiera debería ser capaz de preocuparse, pero cuando se quedó allí mirando como las olas del océano rompían contra las rocas se dio cuenta de que lo hacía. El dolor de Aidan hacía más que incendiar sus emociones y poderes, tocaba su corazón.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que experimentara la ternura. No quería perderlo otra vez. No quería perder a Aidan. Él no era sólo una tarea para ella.
Era mucho más.
Cómo podía serlo, ni siquiera podía empezar a entenderlo. Sólo se habían conocido en los sueños de él y durante un día humano. Aún así lo conocía a un nivel que desafiaba la lógica. Su alma lo sentía.
Y no quería dejarle ir, o peor, verle morir de la manera en que lo había hecho su familia. No podría pasar por eso otra vez.
Inclinando la cabeza hacia atrás, permitió que la salada brisa apaciguara la agitación en su interior. El peso del frasco caía en su mano igual que una enorme pieza de hierro. No quería cometer un error. Atrapar a Aidan en el mundo de los sueños quizás lo matase.
Ciertamente él era su mejor oportunidad para vencer a Dolor. Pero no estaba tan segura. Dolor podía ser astuto y, más que nada, era mortal. Aidan tenía valor, no había duda de ello. Desafortunadamente el valor no siempre ganaba la pelea.
– Dame fuerzas-.susurró ella a la gentil brisa que danzaba a su alrededor. En la parte de atrás de su mente, vio la matanza de su familia. Nada podría ensordar ese dolor. Nada.
Pero al menos ese dolor le mostraba que estaba viva. No estaba completamente vacía y desprovista de emociones.
Cerrando los ojos, intentó canalizarlas a la rabia. Aidan tenía razón. Esta era la única manera de arreglárselas con esta situación. Y aún así ante el mero pensamiento de Aidan, su rabia se desvanecía y una extraña sensación de paz la sobrecogía.
– ¿Leta?
Ella se volvió ante el sonido de la voz de M´Adoc detrás de ella. Estaba vestido con una floja camiseta y pantalones blancos. El pelo negro se le rizaba alrededor de la cara mientras se acercaba lentamente a ella.
– ¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó ella.
– Oí que le pediste a Wink el suero.
Ella asintió.
Había un profundo entendimiento en sus ojos azules cuando su mirada mantuvo cautiva la de ella.
– Es un valiente movimiento para hacer salir a Dolor. Altamente arriesgado.
Ella no quería que supiera de su incertidumbre. Como uno de los líderes de los dioses de los sueños, tenía el honor de hablarle a Zeus de algunos Dream-Hunter que quizás hubieran recuperado sus emociones. Eso era algo que ella no podía permitir.
– La victoria nunca va al cobarde.
Él inclinó la cabeza respetuosamente ante ella como si estuviese de acuerdo con eso.
– De paso, debería advertirte que no estás sintiendo las emociones de Aidan.
Un escalofrío de extraña aprensión bajó por su columna.
– ¿Qué quieres decir?
Él se inclinó para hablarle suavemente al oído.
– La maldición de Zeus está despertando. Cada año regresan más y más de nuestras emociones.
Leta palideció ante su revelación y las ramificaciones de ello.
– ¿Él lo sabe?
M´Adoc negó con la cabeza.
– Y nosotros no podemos dejar que lo sepa. Caería sobre nosotros como la lluvia con cada trueno que tiene.
La agonía se vertió a través de ella cuando recordó la última vez que Zeus había ido tras ellos. Su visión todavía estaba manchada de sangre vertida ese día y por aquellos que siguieron cuando Zeus ordenó que fuesen golpeados y despojados de sus emociones.
Había sido una dura época para todos.
– Pensé que parte de tu trabajo era reportarlo.
Su mirada era dura. Fría y determinada.
– No traiciono a mi familia.
Su corazón se iluminó ante sus palabras. Ella sabía mejor que nadie lo que significaba eso. Él le había probado ya esas palabras.
– ¿Puedo confiar en lo que siento?
Él afirmó con el más sutil asentimiento de cabeza.
– Pero recuerda, no lo muestres. Más vidas que las nuestras propias están sobre la línea en este asunto. Yo soy uno de los tres elegidos para reportar a todo el que empiece a sentir y si Zeus descubre que le he fallado en esto no tendrá piedad de mí.
Como si ella fuese tan fría,lástima que otros no fueran tan fiables.
– No temas, hermano. Nunca te traicionaré.
– Lo se. Es por lo que he venido a hablar contigo. Quiero que sepas que todo lo que sientes es tuyo. No quiero que te metas en problemas por ello.
– Gracias.
Inclinó la cabeza ante ella antes de volverse y desvanecerse.
Leta se quedó allí, girando el pequeño frasco de suero púrpura entre sus palmas. Así que lo que había estado compartiendo con Aidan no había sido una farsa. No había extraído sus emociones.
Eran su determinación. Su compasión.
Su corazón.
Agradecida por este hecho, sonrió. Besando la botella en su mano, destelló de regreso a la cabaña donde Aidan sentado ante el fuego que debía haber prendido en el hogar después de que ella se marchara.
Había algo extraño en él. Estaba sombrío, pero había algo debajo que no había estado allí antes.
– ¿Estás bien?
Él asintió sin mirarla.
– Mañana es Nochebuena.
– Lo sé.- Ella miró alrededor de la habitación que no tenía nada para marcar la llegada de la celebración humana que había visto en el Hall de los Espejos.
– ¿Deberíamos conseguirte un árbol?
Él bufó como si el simple pensamiento lo ofendiese.
– Cuando era niño, mi madre solía hacernos ver esas películas de 1950. Un Villancico de Navidad, y después que murió, mi tío ponía cada año a Bill Murray en “Scrooged” mientras decorábamos el árbol-. ¿Conoces la historia?
Ella negó con la cabeza cuando se sentó a su lado.
Él se volvió para poder quedarse mirando el crepitante fuego.
– Básicamente la historia es sobre un avaro llamado Scrooge. Al principio, era duro e inflexible. Odiaba la navidad y se negaba a celebrarla.
– Scrooge se tomó la tarea de ser completamente egoísta y en respuesta decía, ¡Bah,Tonterías! Entonces durante la noche, Scrooge era visitado por tres fantasmas,el de las Navidades pasadas, el de las presentes, y el de las navidades futuras y le mostraron los errores de su conducta. Por la mañana, se despierta refrescado y seguro de su nueva y reafirmada vida de buena voluntad. Le tira monedas a los huérfanos de la calle y les da regalos y comida a la familia de su empleado, Bob Cratchit-. Él le dedicó una dura, acerada, mirada.-Pero sabes, incluso cuando niño había algo en esas películas que siempre me fastidiaba.
– ¿Y qué era?
– Por qué Scrooge era Scrooge. Nunca explicaron realmente para mi satisfacción que lo había hecho tan miserable. Pero la pequeña quemada historia navideña permaneció conmigo, y toda mi vida quise ser el hombre en el que Scrooge se había convertido,siempre dando a aquellos que lo necesitaban. ¿Sabías que, en el transcurso de un año, doné sobre un millón de dólares anónimamente a la caridad? Mi madre me enseñó que nadie debía anunciar sus buenas obras. Las haces por que te importa y nunca debía aceptar ninguna clase de beneficio de esos actos. Los menospreciaban.
Leta sonrió ante eso. Había mucho de verdad en la declaración de su madre.
– Puedo entender sus sentimientos.
Él asintió.
– Yo también estoy de acuerdo. Pero algo de lo que me di cuenta con mi hermano es que no puedes tirar las perlas antes que el cerdo. Creo que por eso mi madre insistió en que diera anónimamente. Al instante en que alguien ve que eres amable y das, inmediatamente sacan ventaja de ello. Parecen confundir bondad con debilidad y dar con estupidez.
– ¿Cómo crees?
Él suspiró.
– Mi hermano me envió a mi sobrino para un trabajo cuando Roland estaba todavía en el instituto. Donnie me dijo que no podía proporcionarle la enseñanza en el colegio privado de Roland y me preguntó si Roland podía trabajar para mí a tiempo parcial mientras iba al colegio. Igual que un tonto, estuve de acuerdo, y incluso aunque no había hecho demasiado dinero por aquel entonces, empecé a pagarle las clases. Seis años después, Donnie vino a decirme que se iba a divorciar y que su esposa le estaba sacando todo. Había perdido su casa, su coche, todo. Me dijo que no quería una limosna, pero quería saber si tenía algún trabajo que pudiera hacer.
– Así que le diste empleo.
Su cara abandonó toda emoción a excepción de la dura línea de sus labios. Incluso así, ella podía sentir la amargura ardiendo dentro de su corazón.
– Sip. Le pagué bastante por ser mi manager. Dios sabe, no quería a mi propio hermano en la calle. Y durante aproximadamente un año, todo fue fantástico.
– ¿Hasta?
– Empecé a darme cuenta que el dinero estaba desapareciendo. Misteriosos cargos que no tenían explicación. Peor, ninguno de ellos hacía su trabajo. Siempre tenían alguna excusa de por qué estaban a punto de conseguir lo que yo necesitaba que hicieran o porqué no estaba hecho todavía. Una y otra vez, entraba en la oficina para encontrar a Roland dormido en mi silla,al menos en los días que realmente aparecía por el trabajo. Era increible. Les dije que si no se enderezaban, iba a despedirlos.
– ¿Y que dijeron?
Curvó el labio antes de burlarse en un tono seco.
– No puedes despedirme. Si lo haces, te arruinaré. Conozco a todos tus fans, todos tus amigos, y todos tus socios. Soy intocable, hah, hah.
Aidan maldijo cuando habló nuevamente en un tono normal.
– Al principio pensé que como poco era un chiste y como mucho una vaga amenaza,hasta que miré a mi alrededor y me di cuenta que realmente se habían congraciado con todo el mundo en mi vida. Metódicamente. Uno por uno. Los persiguieron a todos. Aquellos que les ofrecían su Amistad caían de acuerdo con su viciosa locura, cortaban y pateaban hasta el límite. Entonces en una muestra de poder justo antes de Navidad, volvieron seis solidamente contra mí, cortando a uno de ellos echándolo completamente de mi vida, y entonces fue cuando se volvieron realmente descarados.
– ¿Cómo así?
– Dame cinco millones de dólares o te quitaremos todo lo que tienes. Para cuando vayamos a por ti, cada fan y amigo que has tenido te odiarán y nunca pagaran otra vez un centavo para ver otra película de las tuyas.Estarás arruinado.
Él dejó escapar un ligero y enfadado suspiro.
– Ese fue el regalo de navidad de mi hermano. Después de que yo le hubiese comprado a él y a su hijo un coche para cada uno, una casa para cada uno, les pagué más de lo que su hábil nivel les permitía. Todavía no era suficiente para ellos. Tenían que tener más porque yo lo tenía y ellos no. Por supuesto yo era el único que trabajaba veinte horas al día durante meses sin la fecha definitiva, atendiendo funciones publicitarias, entrevistas, y dejándome el culo leyendo y aprendiendo guiones cuando estaba en casa mientras ellos trasnochaban, jugaban a juegos online, y después dormían hasta el mediodía o más tarde. Gastando dinero en mujeres, bebidas y caros jueguetes. Gee. No puedo imaginar porqué tenían tan poco, ¿huh? Como mi madre solía decir sobre Donnie, un día de trabajo duro lo mataría.
Ella se inclinó contra su brazo, queriendo confortarlo.
– Lo siento mucho, Aidan.
– No lo hagas. Debería haberlo sabido. Scrooge tenía razón. No puedes dejar que las personas sepan nada de ti. No puedes darte libremente a ellos, por que nunca tienen bastante. Siempre quieren más de lo que cualquier humano puede darles. Si les dejas, te succionarán el alma directamente del cuerpo. La verdadera regla de oro es si les das una pulgada, tomarán una milla.-él sacudió amargamente-. Hubo una película el año pasado en la que estuve llamada 300. Era acerca de la antígua batalla de las Termópilas…
Ella frunció el ceño cuando mencionó una referencia que ella comprendía completamente.
– ¿Dónde el Rey Leónidas y su banda de trescientos guerreros detuvieron a la armada Persa?
Él parecía sorprendido por su pregunta.
– ¿Conoces la historia?
Ella sonrió reprendiéndolo.
– Soy un dios Griego, Aidan. Por supuesto que conozco la historia.
Había una luz en sus ojos que decía que decía que todavía le costaba aceptar quien y que era ella.
– Sip… de todos modos, me llamó la atención la historia de la batalla, y al contrario que tú, no soy lo bastante afortunado par ser un testigo ocular de aquello. Cuando la ví, descubrí que fueron traicionados por un propio soldado espartano.
– Ephialtes.
Aidan asintió.
– Él quería dinero, así que por eso, vendió a sus propios compatriotas y soldados y le habló a los Persas acerca del pequeño paso de cabras que les permitiría matar a todos los hombres de Leónidas. Hombres que habían protegido su espalda en batalla. Hombre con familias que alimentar. Hombres que luchaban para proteger su propia patria y familia e hijos que él había dejado atrás igual que ellos. Una familia que sufriría bajo la ocupación persa. Pero nada de eso le importaba al codicioso y egoísta bastardo. Todo lo que quería era más y al resto del mundo que lo maldijeran. Me horroricé cuando me enteré de eso. No podía entenderlo entonces y todavía no puedo entender como alguien podría hacer tal cosa.
Desafortunadamente, ella lo entendía. Había visto a las personas hacer eso una y otra vez a lo largo de la historia.
– Simple. Siempre hay algún lametable humano que quiere lo que otras personas tienen y no quieren tener que trabajar para ganarlo.
– Exactamente, y la parte que me mata es lo lejos que están dispuestos a llegar y como se sienten tan justificados en su robo. Si hubiese aplicado la mitad del esfuerzo en ganar el dinero que gastan intentando robarlo, serían más ricos que yo.
Leta no podía estar más de acuerdo. Las personas así siempre la enfadaron.
– La familiaridad cría el desprecio. Por mantenerlos cerca, se dan cuenta que sólo eres tan humano como ellos. Ahí es cuando se asienta la locura. No pueden entender por que tú tienes más que ellos cuando eres un simple humano al igual que ellos. Entonces te odian por eso.
– Sí, ¿Pero por qué?
Leta suspiró.
– Realmente no lo sé. Los humanos son capaces de tanta creatividad y bondad al mismo tiempo que son destructivos y crueles. Es como si los de tu clase necesitaran de la adversidad para conseguir algo.
– No, no lo somos. Eso es sólo una mentira que la gente se dice a si misma para sentirse mejor acerca de toda la gente que les golpea en los dientes cuando es casi tan fácil ayudar a un hombre a levantarse como patearlo hacia el suelo. Eso es por lo que me he retirado de este mundo. No quiero tener que mirar mi espalda todo el tiempo y estoy cansado de intentar imaginarme si la lealtad que alguien profesa es real y verdadera, o sólo otra mentira que se desmoronará en el instante en el que prueben los celos.
– Yo soy incapaz de sentir celos.
– ¿Lo eres?
Ella le cogió del mentón y le obligó a encontrar su mirada.
– En serio, Aidan. En mi mundo, los celos son un hombre, Phthonos. Está en el tribunal de Afrodita y nunca ha echado raíces en mi corazón.
Él tiró de ella para darle un beso tan condenadamente dulce que literalmente hizo que se le curvaran los dedos. Ese beso era el más increible que había conocido y su conocimiento no podía hacer sino que se doliera.
Como si él sintiera su temor, Aidan se puso rígido un instante antes de apartarse de ella.
– Acaba de ocurrírseme algo. ¿Qué pasará contigo cuando esto termine?
Leta apartó la mirada, incapaz de responder esa pregunta. El dolor era insoportable.
Aidan maldijo antes de que respondiera por ella.
– Te irás, ¿No es verdad? Quiero decir, tú eres realmente una diosa. No puedo exactamente retenerte, ¿verdad?
– ¿Lo querrías?
Él se levantó de golpe del sofá de modo que pudiera andar de un lado a otro delante de ella. Todo su cuerpo estaba tenso mientras se movía, y mostraba cada definido músculo en ese magro y duro cuerpo. Ella podía sentir su confusión.
– No lo sé, Leta. Realmente no lo sé. Pero tú eres la única persona que no he querido echar de aquí en realmente mucho tiempo.
Ella le sonrió.
– Bueno, no fue porque no lo intentaras.
– Sip, pero te traje de vuelta.
– Cierto…-ella se puso seria cuando consideró lo que tenían ante ellos.- Yo tampoco lo sé. Personalmente creo que deberíamos centrarnos en sobrevivir los próximos días y después veremos donde estamos… si todavía estamos enteros.
Él se detuvo antes de pasar su mano a través de su pelo rubio.
– ¿Qué no me estás diciendo acerca de a lo que nos enfrentamos?
Ella tiró la pequeña almohada de bajo de su brazo a su regazo.
– Nuestra única opción con Dolor quizás sea volver a ponerle a dormir otra vez.
– ¿Y?
– La última vez que lo hice mis heridas fueron tan graves que tuve que ponerme en éxtasis para curarme. Eso fue hace casi doscientos años.
Ninguna parte de él se movió a excepción de su mirada, la cual cayó al suelo frente a ella.
– Ya veo.
Su corazón se hizo trizas ante el completo significado de esas dos simples palabras.
– No, Aidan. No lo mires así.-Verlo dolido le hacía daño a ella-.Necesito tu rabia. Tu furia alimenta mis poderes y me hace fuerte. Cuanto más fuerte sea yo, menos será él capaz de herirnos a mí o a ti.
Él sonrió ante la ironía.
– Ninguna mujer me había pedido antes cólera.
Ella dejó la almohada a un lado antes de levantarse y cruzar la corta distancia entre ellos.
– No soy la típica mujer.
– En más de un sentido.-él le levantó la mano que contenía el frasco.-Así que, ¿Qué necesitamos?
– Necesitamos una cama.
Él arqueó una ceja ante eso.
– ¿De veras?
Ella se rió.
– Para eso. Ya sabes porqué. Necesitamos estar cómodos porque un chute de esto nos pondrá fuera de combate toda una noche… o más.
Él hizo un puchero.
– Le quitas toda la diversión al asunto.
Sus palabras la confundieron.
– ¿Luchar es divertido?
– Oh, sí. La adrenalina se sitúa aquí mismo por encima del sexo.
Uh-huh…
– Eso es una cosa de hombres, ¿no?
– Yo diría que sí, pero he conocido a bastantes mujeres que dicen que esto no es único a mi género. Me he encontrado a muchos maratonianos fuertes subidos a tacones altos.
Ella puso los ojos en blanco. Dando la vuelta, le tendió la mano.
– Vamos, soldado. Alimentemos tu necesidad.
Él deslizó su mirada ávidamente por su cuerpo.
– ¿Cuál?
– Salvemos tu vida, después nos preocuparemos por tu cuerpo.
Él dejó escapar un sonido de disgusto.
– Hay algunos placeres por los que se puede morir.
– Sí. Pero yo no quiero ser uno de ellos.
Él todavía estaba haciendo pucheros cuando tiró de él hacia el dormitorio. Leta lo hizo acostarse primero de modo que pudiera depositar tres gotas de suero sobre su lengua.
Aidan puso mala cara.
– Ack, es amargo.
– Lo sé.
Ella observó como empezaba a parpadear, intentando permanecer despierto.
– No luches. Te veré en el otro lado.
Sus ojos verdes encontraron los suyos.
– Más te vale. Confío en que estés allí, Leta. Te necesito allí.- y con eso, él se durmió.
Leta se tomó un momento para pasar su mirada sobre él. Realmente era hermoso. No queriendo nada más que salvarle, ella se tendió a su lado y descansó la cabeza sobre su hombro antes de beber el suero.
No sabía que los esperaba en el reino de los sueños, pero sería duro y frío.
Aún así, lo encararían juntos.
– No te traicionaré, Aidan.- Aún así mientras decía esas palabras, no estaba segura de si podría mantener esa promesa. La única cosa que había aprendido a lo largo de su vida era que las buenas intenciones eran a menudo las más letales.
Todo lo que esperaba era que Aidan no fuera su próximo arrepentimiento.