Alex observaba los preparativos desde las escaleras de la mansión. Todos parecían nerviosos. Emma era la única que permanecía tranquila.
Se casaban al día siguiente y estaba ocupada hablando por teléfono con alguien en París, asegurándose de que todo estuviera listo para una reunión que tenía allí la empresa. Su interlocutor dijo algo que la hizo reír y su sonrisa iluminó el vestíbulo.
Hacía mucho que esa casa no estaba tan llena de vida, no desde que muriera su madre. A su padre no le gustaban las fiestas, pero ella las organizaba de todas formas. Recordaba sus discusiones. Creía que esa casa necesitaba una mujer en ella y sintió un calor especial en su interior cuando pensó en que Emma iba a quedarse allí una temporada.
Ella levantó los ojos en ese instante y lo sonrió mientras seguía hablando en francés.
Su propio teléfono móvil sonó en ese momento.
– Diga -saludó.
– Hola, soy Nathaniel.
– ¿Dónde estás?
– Acabo de llegar. Te veo en un minuto.
– Muy bien, hasta ahora.
Colgó y fue en busca de la señora Nash. Casi tropezó con Katie.
– ¿Puedes ayudarme a convencer a Emma para se bañe ya?
– Está hablando por teléfono -contestó él.
– Sí, ése es el problema. Que no puedo hacer que cuelgue.
– No puedo ayudarte, tengo que solucionar otra cosa.
Fue a la cocina, era un auténtico caos. Docenas de cocineros se afanaban allí por preparar el banquete. Vio a la señora Nash, pero no se atrevió a acercarse y salió de allí.
Se encontró de nuevo con Katie.
– ¡El peluquero estará aquí en menos de una hora!
Desesperado, volvió al vestíbulo y le arrancó a Emma el teléfono de las manos.
– ¡Eh! -exclamó ella.
– Tú, a la bañera -ordenó.
– ¡Alex!
– Déjalo para luego, tengo que organizar el tráfico en la parte de atrás de la casa. La furgoneta de la carnicería está atascada y con los solomillos dentro.
– ¡Primo! -exclamó Nathaniel tras él.
– Hola.
Nathaniel no le hizo caso y se acercó a Katie.
– Tú debes de ser Emma.
– No, soy Katie.
– ¡Ah! -repuso Nathaniel, mirando de reojo a Alex.
– ¿Qué pasa? -preguntó Katie.
– Yo soy Emma -dijo, dándole la mano-. Sólo he oído cosas buenas de ti.
– Eres más bonita de lo que me había imaginado. Y una mentirosa encantadora.
– ¿Podrías hacer algo por mí? -le preguntó ella con voz dulce.
– Por ti, cualquier cosa.
– Convence a Alex para que me devuelva el teléfono.
Alex la agarró por los hombros y llevó hasta la escalera.
– Al baño.
Después se dirigió a su primo.
– Y tú, quítale las manos de encima a mi prometida.
– Es preciosa -le dijo.
Después del ensayo de la ceremonia y de la cena en Cavendish, volvieron a casa, y Alex salió a la terraza para respirar aire fresco.
– No es demasiado tarde para echarse atrás -le dijo Nathaniel, saliendo con dos copas de whisky.
– No voy a hacerlo.
En el peor de los casos, ganaría una fortuna. En el mejor de los casos… Tomó el whisky que le ofrecía su primo y se lo bebió de un trago. En el mejor de los casos, Emma a lo mejor decidía darle una oportunidad a su matrimonio.
– La hermana es más guapa -le dijo Nathaniel.
Alex se incorporó y fulminó a su primo con la mirada.
– ¿Cómo?
Nathaniel se rió.
– Creo que Emma es preciosa -le dijo Alex.
– Y yo creo que te estás enamorando de tu futura esposa.
– Sólo digo lo que es obvio.
– ¿Que ella es preciosa?
– Así es.
No podía creerse que hubiera pensado en un principio que Katie era la más guapa de las dos. Ahora pensaba que no había color entre ellas. Emma era una de esas mujeres que parecían más bellas cuanto más las conocía. Tenía una sonrisa maravillosa y brillante y un resplandor interior que nadie podía imitar.
– ¿Pero, recuerdas que tiene una razón para aceptar esto, verdad?
– Conozco todos los motivos de Emma para hacer esto, sí.
– Alex…
– Déjalo ya, Nathaniel.
– Sólo digo que…
– Pues deja de hacerlo. Mi esposa no está conspirando contra nosotros.
– Todo el mundo está conspirando contra nosotros.
– Estás loco -le dijo Alex.
– Se casa contigo por dinero.
– Porque yo la he forzado a hacerlo.
– Sólo digo que tengas cuidado.
– Ocúpate de tus asuntos.
Nathaniel sonrió misteriosamente.
– ¿Qué pasa?
– Es irónico que te hayas enamorado de ella.
– No es verdad -repuso Alex.
Pero era cierto y no tenía sentido seguir discutiendo. Aunque estuviera enamorado de ella, podía pensar con claridad. Iba a casarse con Emma al día siguiente y sabía que era lo que tenía que hacer.
Emma se repitió infinidad de veces que no era una boda real. Aun así, le dolía sentir la ausencia de su padre. Aunque fuera un matrimonio de conveniencia, él tenía que haber estado allí para llevarla al altar.
Hacía buen tiempo y la ceremonia sería en el jardín. La orquesta comenzó a interpretar la marcha nupcial, y Katie caminó por el pasillo hasta la pérgola. Todo estaba espectaculai; cubierto de bellas flores.
Emma llevaba el pelo recogido y la tiara de diamantes de la familia. Quedaba muy elegante con su vestido de época.
Era su turno. Respiró profundamente y comenzó a andar entre los sonrientes invitados. Ella también sonreía, pero no podía mirarlos a los ojos. Tampoco quería mirar a Alex, así que clavó la vista en las flores de la pérgola. No podía dejar de pensar en su padre.
Cuando llegó a su puesto, tenía los ojos humedecidos por la emoción. Estaba llena de recuerdos y remordimientos.
Alex estaba guapísimo con su esmoquin. Tomó sus manos entre las de él y le preguntó sin palabras si estaba bien. Ella sonrió. Sólo quería que todo aquello pasara y poder seguir con su vida normal, O casi normal.
El también la sonrió y el pastor comenzó a hablarles de las obligaciones y los votos del matrimonio. Cada vez estaba más incómoda. Estaba deseando que llegara la parte de los anillos y pudieran acabar cuanto antes.
Cuando llegaron a los votos, la profunda voz de Alex la envolvió. Sintió un cosquilleo en su interior cuando le prometió amarla y respetarla para siempre.
Sabía que no era real. No dejaba de repetírselo en su interior, pero cuando le tocó el turno a ella, algo cambió en su interior. Después, Alex colocó en su dedo la alianza y Emma sintió sobre sus hombros el peso de muchas generaciones. De verdad o no, se acaba de convertir en una Garrinson.
El pastor los declaró marido y mujer. Los invitados aplaudieron espontáneamente y él se inclinó para besarla.
– Sólo para que no haya ninguna duda -le susurró al oído-. Me he casado con la más bella.
Se abrazaron y, durante un segundo, ella se dejó llevar por el momento y quiso pensar que todo era cierto. Pero entonces oyó los helicópteros en la lejanía y recordó que todo era por el bien de los paparazzis.
Alex la miraba, sonriente. La besó de nuevo, esa vez en la frente, y se dieron la mano para dar sus primeros pasos como marido y mujer. Sonó la música de nuevo y todos se acercaron a felicitarlos.
De vuelta en la terraza, Katie llegó para darle un abrazo. Después se dispusieron a saludar a una fila interminable de embajadores, políticos y empresarios.
– Lo has hecho fenomenal -le dijo Alex dos horas más tarde mientras paseaban por el jardín.
Ya estaba atardeciendo. Todo el mundo bebía champán y los aromas del banquete lo llenaban todo.
– Me muero de ganas de ir corriendo a cualquier mesa y confesarlo todo.
– No creo que sea buena idea.
– ¿Temes que empañe el apellido Garrison?
– Me temo que pensarían que estás loca, y yo tendría que decirles que simplemente estás borracha. Las cosas se pondrían muy feas.
– No he bebido nada.
– Vaya, entonces supongo que la mentira sería aún mayor.
– ¿Es que no te sientes culpable?
– Lo que creo es que lo que hagamos no es asunto suyo.
– Bueno, los has invitado a nuestra boda.
– Para que se diviertan, no para que juzguen mi vida.
– Son tus amigos y tu familia.
– Tú eres ahora mi familia.
Su respuesta hizo que se le encogiera el corazón.
– No digas eso.
El le tomó la mano y le besó todos y cada uno de los nudillos.
– No, Alex…
– Emma. Ahora estamos solo tú y yo y tomaremos las decisiones que nos parezcan.
– ¿Y qué pasa con Katie, con Ryan y con Nathaniel?
– ¿Siempre me vas a llevar la contraria? -preguntó él, suspirando.
– ¿Te sorprende?
La señora Nash se les acercó en ese instante.
– Os necesitan en la mesa central -les dijo.
– Creo que Nathaniel ha preparado un brindis excepcional -comentó.
Emma sintió que no iba a poder soportar más sonrisas y felicitaciones.
– Pero él sabe la verdad, ¿no?
– No le he dicho nada.
– Entonces su brindis será sincero…
– Dirá que yo soy muy afortunado y que tú eres preciosa. Las dos cosas son verdad. Créetelo, Emma.
Pero ella seguía convencida de que Katie era la más bonita de las dos. A pesar de estar con David, todos los hombres la miraban, incluso Nathaniel, aunque él lo hacía con el ceño fruncido. No sabía por qué.
Se acercaron a su mesa en el banquete.
– Tienes una actitud muy negativa -le dijo él al oído.
– Y tú muy pocos principios.
– Emma, Emma -susurró mientras le acariciaba los hombros-. No me falles ahora.
Terminaron los brindis y tomaron la tarta. El banquete fue maravilloso, y Emma seguía viva.
Llegó el momento de bailar el primer vals juntos, y Alex aprovechó la ocasión para tenerla cerca.
– Ya queda menos -le dijo al oído.
Ella se relajó entre sus brazos. Tenía mucho que agradecerle. A lo mejor no la quería, pero ella había traído alegría y color a su vida y a su casa.
Todos los miraban, pero Alex se concentró en la bella y sensual mujer que tenía frente a él. La besó en la frente y no lo hizo por las fotos. Había estado genial ese día. No habían dejado de sorprenderle la gracia y el encanto con los que departía con todo el mundo.
– ¿Vamos a pasar aquí la noche? -le preguntó ella con voz cansada.
– No, Chuck nos llevará en helicóptero hasta el aeropuerto.
– ¿Desde tu jardín al aeropuerto? -preguntó, riendo-. No voy a quejarme.
– ¿No?
– No, esta noche no. Puedes mimarme tanto como quieras.
– Eso está hecho -repuso él, riendo. Terminó la canción y empezó otra. Katie y Nathaniel se unieron a ellos en la pista de baile.
Alex miró a David, tenía el ceño fruncido. Se alegraba de la situación, así podría pensar en lo que estaba haciendo, aprovechándose de su novia para no hacer nada en el trabajo.
Nathaniel se acercó a ellos.
– ¿Me permite? -le preguntó a Emma con cortesía.
Automáticamente la estrechó con más fuerza. No quería dejar de bailar con ella, pero no podía negarse.
– Por supuesto -repuso, soltando a Emma.
Después se giró para comenzar a bailar con Katie.
– Una fiesta estupenda -le dijo ella.
– Gracias.
– ¿Podría celebrar mi boda aquí?
– Claro.
– Bueno, ¿qué es lo que pasa con tu primo?
– ¿Qué quieres decir?
– Es muy curioso.
– ¿Te ha preguntado por Emma?
– ¿Estás celoso? -preguntó ella con una sonrisa.
– No digas tonterías -repuso él mientras miraba de nuevo a Emma y a Nathaniel.
– Eres tan absurdo como ella.
– ¿Perdón?
– No podéis dejar de miraros y tocaros.
– ¿Qué dices?
Se preguntó si Emma le había contado que habían hecho el amor.
– Ríndete, Alex. No engañas a nadie.
No entendía sus palabras. A lo mejor sabía más de la cuenta. Pero no podía saber cómo se sentía si ni siquiera él lo entendía.
– Bueno, no tuvo importancia. Lo que pasó en el barco sólo fue…
– ¿Qué es lo que pasó en el barco?
– Eh… Tuvimos una pelea.
– Os peleáis cada dos por tres. Eso no es noticia -repuso Katie con suspicacia-. ¿Qué es lo que pasó en el barco?
– Nada.
Pudo ver en sus ojos el momento en el que se dio cuenta de lo que hablaba.
– ¡Dios mío!
– No es nada.
– ¿Y no me lo ha contado? Voy a matarla.
– ¡No! -repuso, agarrándola con fuerza-. No digas nada.
– Pero ¿por qué no me ha dicho nada? No lo entiendo. Sólo hay una razón para que no lo hiciera.
– Porque se arrepiente.
Katie sacudió la cabeza.
– No, no puede ser eso.
Alex la llevó bailando hasta donde estaban Emma y Nathaniel.
– No, no me dejes con él de nuevo.
– Es el padrino, tienes que estar con él. Y no le digas a Emma nada de lo del crucero. Fue un error. Los dos cometimos un error.
Ella abrió la boca para protestar, pero no dijo nada.
Cambiaron de nuevo de pareja.
– ¡Vaya! De nuevo tengo entre mis brazos a la encantadora Katie -dijo Nathaniel-. ¿Por dónde íbamos?
– Deja que te ahorre un poco de tiempo -repuso ella-. No. No es asunto tuyo, Y nunca.
Nathaniel sonrió y la atrajo hacia sí.
– No deberías hacer promesas que no puedes cumplir.
Emma se quedó muy sorprendida al oírlos.
– ¿De qué hablaban? -le preguntó a Alex.
– Creo que a Nathaniel no le gusta David.
– Bueno, a ti tampoco.
– Porque se está aprovechando de tu hermana.
– Tiene experiencia en su trabajo y es un director de proyectos muy respetado.
– Entonces, ¿por qué acepta trabajar para Katie en vez de valerse por sí mismo?
– Estoy demasiado cansada para tener esta discusión.
Alex se sintió fatal.
– Lo siento.
– Por cierto, ¿cuándo sale el vuelo para Kayven?
– Podemos ir cuando queramos.
– ¿Es que aún no has comprado los billetes?
– No los necesitamos, tengo un avión.
– ¡Claro! ¡Qué tonta! Hoy tampoco voy a quejarme por eso -repuso ella, apoyando la mejilla sobre su torso.
El le acarició la espalda con ternura.
– La verdad es que me gusta mucho tu actitud de hoy.
– No te acostumbres, sólo necesito dormir un poco para poder recuperarme.