Capítulo 1

Emma McKinley debería haberse sentido nerviosa al llegar a las oficinas del Hotel Garrison, pero ya no tenía fuerzas, se había quedado sin emociones.

Todo había empezado con la muerte repentina de su padre. Después había descubierto las grandes deudas de los hoteles McKinley. Y más tarde se había enterado de que le habían ofrecido a su hermana el intentar salvar el negocio familiar.

Ya sólo le quedaba su arrojo, y estaba decidida a mostrárselo a Alex Garrison, el director general de los hoteles Garrison.

Se colocó su bolso bajo el brazo y se encaminó hacia su despacho, dejando que sus zapatos de tacón anunciaran su llegada en el suelo de mármol. Era la primera vez que estaba allí, hasta ese instante, no había tenido motivos para visitar a la competencia de su familia, pero encontró rápidamente el despacho principal.

Ignoró las miradas de curiosidad del personal administrativo y siguió andando. Nadie parecía querer detenerla. El señor Garrison no la esperaba, pero Emma pensaba que tenía todo el derecho del mundo a enfrentarse con él.

No podía creer que, sólo unas semanas después del funeral, hubiera intentado aprovecharse de su hermana pequeña, Katie, con amenazas y escandalosas proposiciones.

Emma respiró profundamente. Parecía que, después de todo, aún le quedaban emociones.

– Perdone, señora -le dijo alguien cuando llegó a una elegante parte de la oficina.

Emma no contestó. No miró a la mujer que le había hablado ni dejó de caminar. Estaba a cinco metros de la puerta del despacho de Garrison. Cuatro metros.

– Señora -repitió la secretaria en voz más alta. Ya estaba a sólo dos metros de la puerta.

– No puede…

Emma posó su mano en el pomo de la puerta.

– No puede entrar ahí.

Pero ella ya había abierto la puerta. Cuatro hombres con trajes oscuros y sentados alrededor de una mesa se giraron para mirarla. Dos tenían el pelo canoso y la miraban con reprobación. Otro de los hombres era más joven y rubio. Contenía una sonrisa, pero sus brillantes ojos azules no la engañaban, parecía estar agradecido por la interrupción. El cuarto caballero se puso en pie de inmediato. Era moreno y tenía los ojos oscuros y anchos hombros. Parecía preparado para echarla de allí sin pensárselo dos veces.

– Lo lamento mucho, señor Garrison -se disculpó la secretaria entrando tras Emma-. Intenté…

– No es culpa tuya, Simone -replicó sin dejar de mirar a Emma-. ¿Puedo ayudarla en algo?

Emma apenas podía contener su enfado. Se concentró en Alex Garrison.

– ¿Creía que iba a dejar que se saliera con la suya? -le preguntó.

– Como puede ver, estamos reunidos -contestó Alex con frialdad.

– Me importa muy poco si…

– Si quiere reservar cita para hablar conmigo…

– No, gracias.

– Entonces, tengo que pedirle que se vaya.

– ¿Sabe quién soy?

– No.

– Mentiroso.

– Voy a llamar a los de seguridad -dijo Simone.

Alex levantó las cejas y la miró con curiosidad. Parecía que de verdad no sabía quién era. Emma no podía creerlo. Era cierto que Katie era la cara más conocida de la empresa. pero aun así…

– ¿Necesitamos a los de seguridad? -le preguntó Alex.

– Soy Emma McKinley.

Alex se quedó muy sorprendido. Durante unos segundos, no supo qué decir. Después, se dirigió a los otros hombres.

– Si me disculpan, señores, creo que debería dedicarle cinco minutos a la señorita McKinley.

Los hombres comenzaron a levantarse, pero Alex levantó la mano.

– No se muevan, creo que atenderé a la señorita McKinley en la sala de conferencias.

Alex señaló una puerta con la mano para que ella pasara delante de él. Cruzaron otra habitación y entraron a otra sala. Era enorme y estaba dominada por una enorme mesa ovalada. Estaba rodeada por una veintena de sillas, todas de piel granate. Los grandes ventanales proporcionaban una estupenda vista de Manhattan. Oyó la puerta cerrarse y se giró para mirarlo.

– Espero que pueda ser breve -le dijo él mientras se acercaba a Emma.

De cerca era aún más impresionante. Su espalda era ancha y su torso fuerte y musculoso. Tenía una barbilla cuadrada y los ojos de color gris oscuro.

Emma tenía la sensación de que muy poca gente le llevaba la contraria y vivía para contarlo.

– No va a casarse con Katie -le dijo ella sin andarse con rodeos.

– Creo que eso es decisión de su hermana -repuso él, encogiéndose de hombros.

– Ni siquiera respeta la muerte de mi padre.

– Eso no mejora su situación financiera.

– Puedo solucionar yo sola nuestra situación financiera, gracias.

Al menos, eso esperaba. En el peor de los casos, conseguiría otra hipoteca sobre su casa en Martha’s Vineyard, una de las zonas más exclusivas del país.

Alex inclinó la cabeza a un lado antes de hablar.

– Puedo conseguirles un crédito en veinticuatro horas. ¿Puede arreglar su situación financiera así de rápido?

Ella no contestó. Él sabía de sobra que Emma no tenía capacidad para hacer algo así. Le llevaría semanas, o incluso meses, conseguir descifrar el laberinto de créditos, hipotecas y deudas creado por su padre.

Se le hizo un nudo en el estómago. No entendía por qué su padre había tenido que morir tan joven. Lo echaba muchísimo de menos. Pensaba que iba a poder contar con su compañía y consejos durante muchos años.

– ¿Señorita McKinley?

– Para empezar, ¿por qué está interesado en los hoteles McKinley?

La cadena Garrison tenía una docena de hoteles mucho más grandes que los de ella. Los hoteles McKinley eran más pequeños, pero exclusivos.

– No habla en serio, ¿verdad?

Emma asintió con la cabeza.

– Quiero expandirme, como todo el mundo. Y su empresa es mi oportunidad.

– ¿Y no le importa a quién pueda pisar para conseguirlo?

Ese hombre se había ganado a pulso su reputación. La prensa lo había alabado algo más durante los últimos meses, pero no engañaba a Emma. Era un comprador con mucha sangre fría que se aprovechaba de las desgracias de los demás.

El se acercó un paso más y se cruzó de brazos.

– Creo que Katie no se lo ha explicado bien. Yo soy el que está haciéndoles un favor.

Emma no aguantaba más, levantó la barbilla antes de contestarle.

– ¿Cómo? ¿Casándose con mi hermana y tomando los mandos de nuestra empresa?

– No, salvándola de la bancarrota. Son insolventes, señorita McKinley. Si no la adquirimos nosotros, entonces será otra cadena. Así funciona el mercado.

– No me hable como si fuera estúpida.

El le dedicó media sonrisa.

– Tal y como yo lo veo, es una situación con la que los dos ganamos.

– A mí me parece lo contrario.

– Eso es porque es idealista y poco práctica.

– Al menos yo tengo alma.

– La última vez que lo comprobé, el estado de Nueva York no pedía un alma como requisito para montar un negocio -repuso él.

– No va a casarse con usted.

– ¿Le ha explicado el acuerdo?

Katie ya le había contado todo. Alex quería su cadena de hoteles, pero se había gastado miles de dólares durante los últimos años intentando mejorar su imagen y no quería que la prensa lo acribillara por hacerse con la empresa de dos jóvenes que acababan de quedarse sin padre.

No quería mala publicidad. Por eso había propuesto casarse con Katie para disfrazar sus verdaderas intenciones.

– Ella me lo ha contado todo -contestó Emma.

– Entonces ya sabe que puede quedarse con la mitad de la compañía. Y tiene que darme las gracias por permitir que se quede con tanto.

– ¿Se da cuenta de que está comprando una esposa?

– Claro. Y estoy pagando mucho por ella.

Emma se quedó sin palabras.

– ¿Hemos terminado ya? -le preguntó él.

Ella suponía que sí. No sabía cómo salir de aquella. Podía amenazarlo, salir dando un portazo o jurar que nunca conseguiría hacerse con sus hoteles. Pero todo le pareció inútil en ese momento.

El se dio cuenta de que la había dejado sin salida.

– Nadie sufre con este acuerdo -le dijo-. La publicidad nos ayudará a los dos. A la prensa va a encantarle la fusión de dos importantes familias hoteleras. Le pasaremos la historia a mujeres periodistas, van a emocionarse con una historía tan romántica…

Emma se pasó las manos por el pelo.

– ¿Se está oyendo?

– ¿Qué quiere decir? -preguntó él, atónito.

– No le parece que es un plan un poco frío y calculador.

– Ya le he dicho que así nadie sale perdiendo

– ¿Y Katie? ¿Y David?

– ¿Quién es David?

– Su novio. Un joven dulce y cariñoso con el que lleva seis meses saliendo. El se quedaría humillado y con el corazón roto.

Alex se quedó callado. Durante un segundo, a Emma le pareció ver algo humano en sus ojos, pero no duró mucho.

– Ese tal David lo superará. Siempre puede casarse con ella más tarde, cuando ella valga más dinero aún.

Emma abrió la boca, pero no dijo nada.

– ¿Y tú? -le preguntó Alex, tuteándola.

– Estoy bastante disgustada -repuso ella. Aunque eso era obvio.

– No me importa tu estado emocional. ¿Tienes novio?

– No -repuso ella, algo confusa.

– Pues problema resuelto.

– ¿Qué?

– Cásate tú conmigo.

Emma tuvo que agarrarse a la silla que tenía más cerca.

– ¿Qué?

Alex se quedó mirándola como si no acabara de decirle que se casara con él.

– La verdad es que no importa con qué hermana sea. Elegí a Katie porque ella es…

– La guapa -terminó Emma.

Sabía que todo el mundo lo pensaba, pero le fastidió que también él se hubiera dado cuenta, le dolía su frialdad.

– Eso no es…

– Ni mi hermana ni yo vamos a casarnos con usted -lo interrumpió ella.

– Hay una tercera opción. Intenta conseguir un crédito. Vais a quedaros sin nada -lo amenazó él.

– La tercera opción es que consiga dar con una solución para nuestros problemas económicos. Y voy a ponerme a trabajar en ello de inmediato.

Alex le dedicó otra media sonrisa.

– Entonces, no daré por concluida mi oferta hasta dentro de veinticuatro horas.

Emma se giró y fue hacia la puerta. Su tempestuosa salida de la sala no era más que un farol, y los dos lo sabían. Sabía que nunca podría perdonarle por lo que estaba haciendo.

– No tiene por qué hacerlo, señor Garrison.

– Emma, dadas las circunstancias, será mejor que me llames Alex.

Ella no se giró para mirarlo, pero el sonido de su propio nombre en los labios de Alex había conseguido estremecerla.

Dos horas más tarde, Alex se reunía con los hermanos Rockwell y con Ryan Hayes.

– Supongo que has concretado todos los detalles con ella, ¿no? -le preguntó Ryan.

Alex cerró la carpeta que estaba leyendo y la dejó sobre la mesa con cuidado.

– No del todo.

– ¿Qué quieres decir con eso? -insistió Ryan.

Alex suspiró y se echó hacia atrás en su sillón. Se frotó las sienes con los dedos. Cada vez le parecía más ridícula la idea de Gunter.

– Lo que quiero decir es que aún no hemos concretado lo detalles.

– Pero te casas.

– Lo estoy intentando -repuso él.

Ryan le habló mientras lo señalaba con el dedo índice.

– No vas a tocar esos hoteles a menos que te cases con una de las hermanas McKinley. Alex, sabes que si no la prensa nos crucificará.

Alex apretó los dientes. Había pensado mucho en todo aquello. Si sólo dependiera de él, pediría un crédito y compraría la cadena de hoteles. Al fin y al cabo, era el mundo de los negocios.

Pero Ryan y Gunter eran dos de los principales accionistas de la empresa. Los dos pensaban que la mala reputación de Alex como hombre de negocios frío y calculador estaba dañando la empresa.

Por eso le estaban forzando a comportarse como un niño bueno, al menos en público. No podía discutir ni fruncir el ceño. Pensaba que sólo era cuestión de tiempo antes de que le pidieran que besara a los bebés que se encontrara por la calle y que ayudara a ancianitas a cruzar los semáforos.

– ¿Por qué no te casas tú con ella? -le preguntó a Ryan.

– Porque yo no soy el que tengo un problema de imagen pública. Además, tampoco soy el director general ni la cara de la cadena de hoteles Garrison. Los resultados del último trimestre han aumentado un quince por ciento.

– Puede deberse a cualquier otra cosa -repuso Alex. No estaba dispuesto a admitir que el espectacular incremento de los beneficios se debiera a su mejorada imagen exterior.

– Entonces, ¿de qué detalles estamos hablando? -preguntó Ryan.

– ¿Cómo?

– Sí, ¿qué detalles tienes aún que concretar con Katie?

– Ninguno. No se trata ahora de Katie, sino de Emma. Y ella está aún pensándoselo.

Alex no podía creerse que, en menos de cuarenta y ocho horas, le hubiera pedido a dos mujeres distintas que se casaran con él.

– Pensé que se lo habías pedido a la guapa -le comentó Ryan.

– La guapa dijo que no, así que se lo pedí a Emma. Ella no tiene novio.

– Ya me imagino.

Alex se puso tenso. Era cierto que Emma no era espectacular como su hermana, pero creía que no había razón para insultar.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Que es dura y da bastante miedo. Alex se puso de pie.

– Eres un cobarde -le dijo.

A él no le parecía que Emma diese miedo ni que fuera especialmente dura. Creía, simplemente, que se sentía frustrada y asustada. Situación de la que podía beneficiarse.

Ryan también se puso en pie.

– Cualquiera de las dos, Alex. O consigues que funcione o tenemos que dejar pasar la oportunidad.

Él no estaba tan seguro. Algunos hoteles de McKinley estaban en excelentes localizaciones, como el de la playa en la isla de Kayven. Sabía que el valor de esas propiedades se incrementaría en gran medida en cuanto se instalara allí un muelle para cruceros.

A lo mejor tenía que mejorar su oferta o encontrar algún otro punto débil, pero lo que tenía claro era que no iba a dejar pasar esa oportunidad.


– ¿Qué vamos a hacer? -le preguntó Katie.

Estaban en el restaurante del hotel McKinley en la Quinta Avenida de Nueva York.

– No lo sé -le contestó Emma con sinceridad-. Voy a llamar al banco mañana por la mañana.

– ¿Y qué les vas a contar?

– Intentaremos renegociar las hipotecas. A lo mejor podemos usar la propiedad de Martha’s Vineyard como garantía.

– Eso no va a funcionar.

Emma no contestó. Sabía que su hermana tenía razón. Ni la venta de esa casa conseguiría pagar una mínima parte de la gran deuda contraída por su padre.

Los últimos años habían sido duros para la empresa. Los costes habían subido y la ocupación había bajado. Su padre siempre se negaba a despedir a empleado. Y sus tres hoteles en puertos de esquí estaban siendo remodelados. Pero los dos últimos inviernos habían sido muy malos, había nevado muy poco.

Estaban metidas en un lío, y Alex Garrison lo sabía. Era un hombre inmoral, pero no era tonto.

– Voy a tener que casarme con él -repuso Katie con cara de derrotada.

– ¿Y David?

– Intentaré explicárselo.

Emma tomó un sorbo de su martini.

– Lo siento, cariño, pero voy a casarme con otro hombre, aunque sólo es por dinero -repuso Emma, imitando la voz de su hermana.

– No se lo diría así.

– No hay ninguna manera buena de decírselo. ¡Suena fatal!

– Bueno, entonces, ¿estás tú dispuesta a casarte con él?

Emma no contestó. La camarera se había acercado a servirles la comida.

– Al menos yo no tengo novio -murmuró después de que la camarera se fuera.

Katie se enderezó, había algo de esperanza en sus ojos.

– ¿Lo harás?

– No, no digo que vaya a hacerlo -repuso Emma, intentando aclararse-. No está bien. Me repugna la idea de rendirnos a ese hombre.

– Al menos podríamos mantener la mitad de la empresa…

Era verdad. Soñaba con poder contar con más tiempo o con tener a alguien que pudiera prestarles el dinero, pero no había solución, Y lo peor de todo era que su padre ya no estaba con ellas. Los tres habían sido un gran equipo.

– Emma, vamos a tener que hablar con el departamento legal. Tenemos que declararnos en bancarrota.

Emma suspiró. No, no estaba dispuesta a dejarse vencer, no iban a declararse en bancarrota. No cuando tenían una última oportunidad.

Decidió aceptar la oferta de Alex Garrison. Si no lo hacían, acabarían en la calle y todo el fruto del trabajo de su padre acabaría en nada.

Pensó que si después del acuerdo con Garrison contaban con unos buenos años, a lo mejor podrían intentar volver a comprar su parte de la cadena.

Además, Emma no tenía novio ni pensaba que fuera a tener ninguna relación seria pronto. No conocía a mucha gente, sólo a otros aburridos directores de hotel que no paraban de viajar de un sitio a otro.

Se convenció de que sólo era un matrimonio de conveniencia, un matrimonio sobre el papel y que no iba a reportarle grandes sacrificios. Pensó que se trataría de una boda con un juez de paz, un par de fotos para la prensa y no tendría que verlo mucho después de eso.

Miró a su hermana a los ojos y le dijo lo que había decidido antes de que pudiera cambiar de opinión.

– Tenemos que hablar con los del departamento legal para asegurarnos de que examinen la propuesta de Alex.

– ¿Vas a hacerlo? -preguntó Katie con los ojos como platos.

Emma se terminó el martini de un trago.

– Voy a hacerlo.

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