Capítulo 11

– Déjame decirlo -insistió Alex, incorporándose en su enorme cama con dosel.

– No, por favor -respondió Emma.

– Pero es verdad.

Hacía horas que se había dado cuenta de que estaba enamorado de su mujer. De una forma apasionada y loca.

Ella le colocó un dedo sobre los labios.

– Lo prometiste.

– Seguro que puedo hacer que tú también lo digas -repuso él, besándole el dedo.

Ella negó con la cabeza, pero Alex sabía que podía conseguirlo. Una caricia, un beso y un mordisco en los lugares apropiados y podía conseguir todos los secretos de Emma.

Le acarició el muslo.

– No hagas eso -le dijo Emma.

– Entonces, dilo.

– Así no vale.

– Todo vale en la guerra y en el…

– ¡Alex! -lo interrumpió ella.

– Sólo estoy bromeando -le dijo él, besándole la punta de la nariz.

– Pues no me gusta -repuso ella sin poder reprimir una sonrisa.

El teléfono sonó en la mesita de noche.

– ¿Qué hora es? -gruñó ella, cubriéndose los oídos.

– Cerca de la una -repuso él-. ¿Diga?

– ¿Dónde demonios estabas? -le gritó Nathaniel al otro lado de la línea.

– Cenando y después en la playa. ¿Por qué?

– Porque estás ha punto de perder quinientos millones de dólares, por eso.

Alex se sentó rápidamente, pensando de nuevo como un hombre de negocios.

– ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde estás?

– David es lo que ha ocurrido. Y aún estoy en Nueva York.

– ¿David?

Emma también se sentó.

– ¿Qué pasa con David? ¿Está Katie bien? -preguntó, alarmada.

Alex levantó un dedo para hacerla callar.

– David, ese canalla zalamero, está intentando vender el hotel de la isla de Kayven -le dijo Nathaniel-. Por favor, primo, dime que ya eres el director de los hoteles McKinley. Dime que ya se han firmado todos los papeles. Dime que Katie y Emma ya no tienen el control de la compañía.

Alex miró a Emma.

– ¿Qué pasa? -le preguntó ella.

– ¿Alex? -insistió Nathaniel.

– Los abogados están preparando los documentos ahora mismo.

– ¿Me estás diciendo que no hay nada firmado?

– Sólo el préstamo para la empresa McKinley.

– ¡Maldición!

– ¿Qué es lo que está pasando? -le preguntó Alex.

– David aduce que tiene un poder notarial firmado por esas dos mujeres.

Pero eso no tenía ningún sentido.

– Espera -repuso Alex, tapando el teléfono.

Emma lo miraba con impaciencia y confusión.

– Nathaniel me está diciendo que David Cranston tiene un poder notarial.

– ¿Para qué? -preguntó ella.

– Has firmado algún documento para él?

– No -contestó ella-. ¡Espera! Sí firmamos algo, una autorización para redecorar un hostal en Knaresborough, pero no es nada importante. Es un sitio muy pequeño.

Alex volvió su atención al teléfono.

– Me dice Emma que sólo tiene autorización para redecorar un hostal.

– Pues no está redecorando. Y no se trata de un hostal. El hombre tiene autorización para vender cualquiera de las propiedades de los McKinley. Está en negociaciones con Murdoch, de Dream Lodge. Y su comisión en la venta es obscena.

– ¿Cómo sabes…? No, no me contestes -dijo Alex mirando de nuevo a Emma-. ¿Leíste con cuidado el documento?

Emma abrió mucho los ojos y palideció.

– ¿Lo leíste?

– Ya habíamos hablado de ello. Y con lo de la boda y todo eso… Tuve mucho trabajo los últimos días y había mucho que firmar.

Alex soltó una palabrota que la dejó temblando.

– Sí -le dijo Nathaniel-. Ya estás reaccionando. Métete ahora mismo en un avión y vuelve.

Pero aún persistía la fuerte tormenta tropical.

– ¿Puedes ralentizar las cosas?

– Ya he paralizado a todo su equipo legal, haciendo que declaren que existe un conflicto de intereses. Ahora tiene que encontrar nuevos abogados. No sabes cuánto me ha costado.

– ¿Has hablado con Katie?

– Por supuesto.

– ¿No puede parar todo eso?

– No sin Emma.

Alex cerró los ojos y rezó para que dejara de llover.

– Iremos tan pronto como nos sea posible.

– ¡Venid ahora mismo! -ordenó Nathaniel antes de colgar.

Emma lo miraba con atención.

– Alex…

– David está intentando vender este hotel -le dijo, mirándola a los ojos.

– ¿Por qué?

Se le hizo un nudo en el estómago al oír su pregunta.

«Porque su valor está a punto de subir hasta quinientos millones de dólares. Supongo que se me olvidó comentártelo antes de que accedieras a casarte conmigo», pensó él, angustiado.

Emma había entendido las palabras, pero no entendía el porqué.

David iba a redecorar el hostal de Knaresborough y, que ella supiera, no sabía nada del hotel de Kayven.

– ¿Por qué iba a hacer algo así? -repitió ella. Sabía que algo iba mal, pero no podía hacer encajar las piezas del puzzle.

– Porque quiere la enorme comisión que le ha prometido Murdoch -le dijo Alex, pasándose la mano por el pelo-. ¿Cómo no vio Katie que…?

– ¡Espera! -lo interrumpió Emma, dejando la cama y poniéndose un albornoz del hotel-. ¿Murdoch?

– Murdoch pagó a David para que encontrara la forma de venderle Kayven.

– ¿Tanto deseaba comprar este complejo hotelero? Era un hotel muy agradable, pero no era rentable.

Las tarifas eran altas y estaba vacío la mitad del tiempo. Nadie estaba enriqueciéndose con esa propiedad.

Alex comenzó a vestirse.

– Tenemos que ir al aeropuerto.

– ¿Con este tiempo?

– Mejorará tarde o temprano. En cuanto pare de llover nos vamos.

– Pero ¿qué te ha dicho Nathaniel? -le preguntó ella mientras empezaba a vestirse.

– Lo que acabo de contarte.

– No me has dicho nada.

– David os engañó a las dos para que firmarais un poder notarial que, de alguna forma, le permite vender Rayven. Nathaniel está intentando pararle los pies, pero tenemos que volver a la ciudad.

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

– Nada.

– ¿Ya lo han vendido?

– No.

– Porque si ya ha ocurrido, tampoco pasaría nada. No es el fin del mundo.

Alex se quedó helado.

– No pasaría nada. Sólo espero que haya conseguido un precio razonable.

Alex se giró para mirarla.

– Tu empleado, el novio de tu hermana, está intentando engañar a la empresa para la que trabaja y ¿tú dices que no pasa nada si al menos consigue un buen precio?

– Si tienes miedo de decirme que ya ha ocurrido…

– No tengo miedo. No ha ocurrido aún.

– Entonces, ¿por qué estás tan alterado y actúas de una manera tan extraña?

– No estoy actuando de manera extraña. Ahora no, antes sí.

Sus palabras la golpearon con fuerza. Se preguntó si todo habría sido una ilusión y el Alex simpático y tierno había desaparecido para siempre. No sabía si estaba enfadado con ella porque había cometido un error.

Pensó en Katie. Seguro que estaba destrozada. Fue hacia el teléfono.

– ¿Qué haces?

– Voy a llamar a mi hermana.

– No puedes hacerlo.

– Claro que sí -repuso ella, fulminándolo con la mirada.

– Emma…

– Déjame en paz.

– Tenemos que hablar -le dijo Alex.

– Podemos hacerlo en el avión.

– No, tenemos que hablar antes de que llames a tu hermana.

La mirada de Alex hizo que se echara a temblar.

– ¿Le ha pasado algo malo?

– No. Katie está bien.

– Entonces, ¿qué demonios ocurre?

Alex tragó saliva antes de hablar.

– Hay algo que no sabes sobre la isla de Rayven -le dijo, tomándole las manos entre las suyas-. El gobierno local va a instalar un muelle especial para cruceros en la isla.

– ¿En qué isla?

– En ésta. Por eso quiere Murdoch el hotel y por eso ha sobornado a David.

– Porque el valor se…

Emma no pudo terminar la frase. En un segundo lo entendió todo. Supo lo que le había pasado.

– ¡Alex!

– Sí, yo también lo quería -confesó él.

Ella se zafó de sus manos y fue hasta la cama.

– ¿Me has ocultado todo esto?

– Sí.

– Podía… Podía habérselo vendido a Murdoch…

Alex asintió.

– Y entonces no tendría por qué haberme casado contigo.

El asintió de nuevo.

– ¿Y no me lo dijiste? -preguntó ella, casi llorando.

– Se trataba de negocios.

– ¿Negocios?

– Tenía información e hice lo mejor para mi empresa.

De repente le faltaron las fuerzas para luchar. El había hecho en todo momento lo mejor para su empresa. No había dejado nunca de lado sus intereses.

– ¿Y tienes el valor de criticar a David?

– No soy como él. David es un delincuente.

– Sí -asintió Emma-. Conquistó a Katie para quitarle el hotel de Kayven.

Emma nunca se había sentido tan mal. A lo mejor tenía que seguir casada con él una temporada, pero eso no quería decir que tuviera que volver a hablar con él.

– ¿Quién eres tú para criticarlo cuando has hecho lo mismo? -le dijo, saliendo de la habitación y de su vida para siempre.


A Emma se le olvidaron los problemas que tenía con Alex en cuanto vio la cara de su hermana.

Eran las seis de la tarde cuando llegaron a las oficinas de McKinley.

– ¡Cariño! -exclamó, abrazando a Katie. Alex y su primo comenzaron a hablar en voz baja en cuanto llegaron.

– ¡Te he metido en un lío terrible! -exclamó Katie entre sollozos.

– No es culpa tuya -le dijo su hermana-. Sólo eres culpable de confiar demasiado. A las dos nos han engañado unos delincuentes.

– Tenía que haberme dado cuenta…

– ¿De qué? -repuso Emma sin dejar de mirar a Alex-. ¿De que un hombre puede hacerte el amor y al minuto siguiente traicionarte por la espalda?

Emma tampoco se había dado cuenta de lo que ocurría, pero se prometió que no volvería a pasarle.

– Lo importante ahora es arreglar las cosas -le dijo, mirando a Katie.

– Sí. Las dos tenemos que firmar una revocación del poder notarial. Los abogados…

Alex se acercó en ese instante.

– Los abogados ya lo han preparado y nos están esperando.

– ¿Y después? -le preguntó Emma a Nathaniel.

– Después hacemos copias certificadas y se las entregamos a un policía. Este se las dará a Murdoch y a David mañana por la mañana.

– ¿Y ya está?

– Así es.

– ¿Ves? -le dijo Emma a su hermana-. Todo va a salir bien -añadió, abrazándola de nuevo.

Nathaniel y Alex las dejaron solas.

– Soy una tonta -le dijo Katie.

– No es verdad.

Katie había cometido un error que pronto podrían resolver. Emma en cambio le había entregado a Alex la mitad de sus propiedades y no había marcha atrás.

– Hemos dejado de ganar millones por mi culpa -le dijo Emma.

– Bueno, los negocios son así.

– ¿Estás defendiendo a Alex?

– Podía haber ofrecido un préstamo y no dejarnos formar parte de la empresa.

– También podía habernos dicho la verdad.

Se dio cuenta de que Katie no sabía lo que iba a pasar en Kayven. No sabía hasta qué punto Alex la había herido, haciéndole incluso pensar que estaba enamorado de ella. Ella le había entregado su corazón y él lo había despedazado.

A las ocho y media de la mañana, Alex esperaba ansioso a que llegara el policía. No podía más.

– ¡No lo aguanto! -le dijo a Ryan-. Voy a llevar los documentos en mano.

– Espera, Alex. No creo que sea buena idea. No queremos que nuestros abogados pierdan el tiempo teniendo que defenderte por un par de lesiones.

– David no estará allí.

– Pero Murdoch sí.

– Sólo quiero verle la cara, no voy a pegarle. Le dije que yo era con quién tenía que hablar, y me ha ignorado. Es algo personal.

– ¿No es Emma la que hace que sea algo personal? Por cierto, ¿qué tal la luna de miel?

– Muy corta.

– No hiciste ninguna llamada desde el hotel. A nadie. ¿Fue todo bien?

– Eso ya no importa ahora que sabe lo de Kayven. Intentó no pensar en ella. Estaba dolida, pero creía que lo superaría. El tenía lo que quería, un anillo en su dedo y la mitad de McKinley.

Tomó su maletín y se levantó. Tenía que recuperar la mejor propiedad de la empresa.

– ¿Estás bien? -le preguntó Emma a su hermana en la cocina del dúplex.

– ¿Y tú?

Se habían pasado casi toda la noche hablando, y Emma le había contado su luna de miel.

Cerró los ojos y suspiró. Pensaba que Alex, Narthaniel y Ryan estarían riéndose a su costa.

Sentía que la había utilizado, fingiendo interés por ella. Creía que nunca la había deseado, sólo quería controlarla por el bien de sus negocios.

– Ni siquiera puedo divorciarme de él, perderíamos una fortuna.

– Entonces nos iremos a algún sitio. Serán unas vacaciones muy largas.

Emma asintió. Había acordado vivir con Alex y que él la exhibiera como un accesorio más, pero no lo habían firmado. Estaba muy dolida. Había empezado a creerse la vida que Alex le había ofrecido, aunque fuera de manera temporal.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Había llegado a creer que la quería, que podía ser para siempre, y ella se había enamorado perdidamente de él.

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