Lo intentó con todas sus fuerzas, pero no perdía. Una multitud rodeó la mesa de dados y estallaba en gritos y aplausos cada vez que los tiraba.
Alex estaba detrás de ella y le frotaba los hombros.
– Con una apuesta como ésa, podremos salvar la fundación o comprar un nuevo hotel.
– No necesitamos otro hotel. Esto se está poniendo feo. Maxim me mira mal. ¿Qué tengo que hacer para perder?
– Sacar un siete -susurró él.
Emma sopló sobre los dados y él le rió el gesto teatral, lo que le ganó un codazo en las costillas.
– ¡Eh! Necesito un poco de apoyo.
– ¡Vamos, siete, siete! -murmuró él-. Pero si lo haces perderás doscientos mil dólares.
– ¡No es mi dinero!
Tiró los dados, rebotaron al final de la mesa, todo sucedió a camara lenta. Cuando pararon, Emma vio que había conseguido un seis y un uno. Estaba encantada.
– Deja de sonreír -le dijo él al oído mientras el público se quejaba.
Ocultó la cara en el torso de Alex para que nadie la viera sonreír. El aprovechó para rodearla con sus brazos y acariciarle la espalda. Se había prometido no reaccionar a su sensualidad, pero todo su cuerpo se estremecía bajo el contacto.
– No te preocupes -dijo él en voz alta-. Sólo es dinero y es por una buena causa.
Alex no la soltaba, y a Emma no le extrañó, tenían a un montón de gente mirándolos. Sabía que ese abrazo los beneficiaba así que, durante un segundo, dejó que su cuerpo se relajara entre sus brazos. Había sido una noche muy estresante.
El le acarició el pelo y le besó la cabeza. Era demasiado agradable, tanto que supo que tenía que separarse. Cuando lo hizo, él siguió agarrándole la cintura, y ella no intentó separarse.
Katie y David llegaron en ese instante.
– ¿Qué tal? -le preguntó Katie.
– Acaba de perder todo mi dinero -repuso Alex.
– Bueno, va a una buena causa -añadió Emma.
– Has perdido treinta mil dólares.
A ella se le había olvidado que era tanto dinero, pero lo miró y supo que no le importaba.
– Aprovéchate de las exenciones tributarias y deja de quejarte -repuso ella, intentando apartarse.
Pero él la sujetaba con fuerza. Ella volvió a intentarlo sin suerte, y Alex la sonrió inocentemente.
– Damas y caballeros, si quieren dejar de jugar unos instantes, les espera una sorpresa en los jardines -anunció Maxim.
– Los jardines son preciosos -apuntó Emma-. Vamos a verlos.
– Gracias a la generosidad de un donante -añadió Maxim-. Este año rifaremos un Mercedes descapotable. Compruebe su invitación y el número que aparece en ella. Es su número de la suerte.
Emma tomó a su hermana del brazo y fue hacia los jardines. Quería concentrarse en cualquier cosa que no fuera Alex.
– ¿Está bien David? Parece un poco callado.
– A lo mejor pensó que iba a ganar.
– ¿Cuánto has perdido?
– Unos dos mil. La verdad es que no sé qué le pasa. ¡Eh! ¡Mira qué coche!
– No está nada mal.
Maxim comenzó a anunciar el sorteo del coche.
– Y el ganador de este precioso Mercedes descapotable es… El número siete, tres, dos.
– Es el mío -le susurró Alex al oído-. Ahora vuelvo.
– ¡Ha ganado! -exclamó Emma.
– Veo que tenemos un ganador -comentó Maxim al ver a Alex subiendo al escenario-. El señor Garrison es el ganador de esta noche y uno de los donantes más importantes de la fundación.
– Parece que alguien me ha traído suerte esta noche -comentó Alex-. Me encantaría probar esta preciosidad pero no va a poder ser. Muchas gracias, pero lo dono a la fundación de nuevo para su subasta de septiembre.
Todo el público presente aplaudió, y Maxim abrazó a Alex. Emma se sintió orgullosa. Fuera puro teatro o no, Alex acababa de donar un montón de dinero.
– Quería comentar algo más -dijo él en el micrófono-. Hablaba en serio cuando he dicho que alguien me está dando suerte esta noche. Creo que todo he de atribuírselo a una dama muy especial que me acompaña hoy. A Emma -añadió, mirando en su dirección.
Creía que era un poco exagerado, pero decidió seguirle la corriente y le sonrió con calidez, intentando parecer enamorada. El le devolvió la sonrisa. Los ojos le brillaban.
– Emma, ¿me harías el honor de…? -le dijo con voz entrecortada-. ¿Te casarías conmigo?
Se quedó helada y se le cayó el alma a los pies. Tras un segundo de sepulcral silencio, todo el mundo comenzó a aplaudir. Todos la miraban.
Creía que era peor que lo de la pantalla del estadio porque allí mucha gente la conocía. Katie le dio un codazo y se dio cuenta de que Alex esperaba su respuesta. Vio cómo se sacaba una cajita de terciopelo del bolsillo. Lo había planeado todo.
– Emma, di algo -le susurro su hermana.
– No puedo…
– Pero acordamos hacerlo… Venga, vete hasta el escenario.
No podía moverse. Sus pies no le respondían.
– Emma… -le dijo Alex con suavidad.
– Bancarrota -le susurró Katie.
Era la palabra mágica, la que le hizo andar de nuevo. Despacio, se acercó a él con una dulce y falsa sonrisa en la boca. Cuando llegó al escenario, Alex le tomó la mano con galantería.
– ¿Te casarás conmigo? -repitió él mientras abría la cajita.
Ni siquiera miró el anillo, quería que ese momento pasara cuanto antes.
– Sí. Sí, me casaré contigo.
«Y después te mataré por esto», pensó.
Estaba segura de que él sabía exactamente cómo se sentía. Tomó el anillo y se lo puso. Después, mientras la multitud gritaba y aplaudía, él se inclinó sobre ella.
No podía creer que fuera a hacerlo, pero lo hizo. Intentó apartarse, pero él la abrazó y le susurró una orden al oído.
– Bésame.
Se dio cuenta de que no tenía otra opción. Cientos de personas los miraban y había mucho dinero en juego. Levantó la cabeza y lo vio sonreír. Decidió darle un beso rápido y ligero, pero en cuanto sus labios hicieron contacto, se despertó de repente un deseo que llevaba veinticuatro horas reprimiendo.
Los labios de Alex eran cálidos, firmes y dulces. Tenía que separarse, pero él la agarraba con fuerza. Estallaban fuegos artificiales en su cabeza, tan brillantes como los fiases de los fotógrafos que capturaban el momento. Se dejó llevar y relajó entre sus brazos, cerrando los ojos y abriéndose completamente a él.
Despacio, él aflojó los brazos y se retiró. La gente aplaudía entusiasmada, y Emma se dio cuenta de que iba a ser mucho más dificil de lo que pensaba cumplir su parte del acuerdo e intentar pensar en aquello como algo estrictamente profesional.
Alex no podía creerse lo fácil que había sido todo. Maxim había estado encantado de participar en la trama. A cambio de una importante donación para la fundación, lo arreglaron todo para que él se llevara el premio de la rifa, teniendo así oportunidad de declararse.
Acababa de dejar a Emma en su dúplex y llamó a Ryan desde la limusina.
– Tiene mi anillo en el dedo -anunció Alex en cuanto su socio descolgó.
– ¿Fue todo bien?
– Bueno, dijo que sí.
Eso era, al fin y al cabo, lo importante, lo que había que destacar de la velada, aunque el beso tampoco se había quedado corto. Le había sorprendido y había despertado un deseo en su interior que no esperaba sentir. Pero tenía que concentrarse en el anillo, que le aseguraba un acuerdo comercial excepcional.
– No sólo soy ya un niño bueno, sino que además soy un romántico.
Sabía que a Gunter le encantaría la buena publicidad, pero a él no le hacía ninguna gracia tener que ser célibe durante un tiempo.
– Bueno, me alegro de que hayas sido tú y no yo -repuso Ryan, riendo.
Sabía que el acuerdo le cortaba las alas. Alex oyó a alguien hablando al lado de Ryan.
– ¿No estás solo?
– ¿Tú qué crees?
Alex maldijo entre dientes.
– Piensa en los beneficios que sacas de esto y aguanta -le dijo Ryan.
– En eso estoy pensando.
Pero tampoco podía quitarse de la cabeza el beso de Emma. Le encantaba parecer dura y fría, pero sus labios la contradecían. Y había estado bellísima con su brillante vestido, mostrando gran parte de su suave y cremosa piel.
No había dejado de tocarla siempre que había tenido ocasión. Pero eso había sido un error, porque hacía que pensara en su cuerpo y en sus labios en vez de en el dinero. Yno podía seguir por ese camino, eso nunca debía pasar.
Oyó a una mujer reír al lado de Ryan.
– Anímate -le dijo su socio.
– Ya… -repuso Alex, colgando el teléfono.
Se temía que estaba a punto de enfrentarse a un matrimonio que iba a parecerle muy largo.
La mañana del lunes fue muy dura para Emma, igual que había sido la anterior.
Se maldecía por haberse dejado engatusar para participar en ese engaño con Alex. El acuerdo le había parecido demasiado bueno para ser verdad y había una razón para ello, era más duro de lo que había parecido en un principio. El arreglo les solucionaba muchas cosas económicamente, pero teniendo que pagar a cambio un alto precio personal.
Odiaba ser el centro de atención, pero se estaba dando cuenta de que iba a tener que soportarlo durante unos cuantos meses. Desesperada, salió de su despacho y bajó hasta el balneario del hotel por la escalera trasera.
– Emma -la llamó su hermana.
– Estoy aquí -repuso ella desde su escondite tras una palmera.
_¿Qué estás haciendo?
– ¿Tú qué crees?
– No tengo ni idea.
– Me estoy escondiendo.
– ¿De quién?
– De Philippe.
– Seguro que sus relaciones públicas le hacen practicar.
– ¿Por qué? Si te quedas aquí la humedad va a estropear tu ordenador portátil.
– Organiza bodas y está loco. Me persigue.
Katie se acercó a su hermana y bajó la voz.
– ¿Te está persiguiendo un organizador de bodas loco?
– Sí, y no es el único. Me persiguen al menos una docena de organizadores, pero Philippe es el más persistente.
– ¿Por qué no llamas a seguridad?
– Porque se enterarían las revistas del corazón y me ridiculizarían en sus portadas.
– ¿También hay periodistas por aquí?
Emma suspiró y se apartó su pelo húmedo de la cara.
– Sí. Están por todas partes.
– A mí no me ha molestado nadie.
– Eso es porque anoche Alex Garrison no protagonizó un espectáculo bochornoso a tu costa.
Katie se sentó al lado de su hermana en la tumbona.
– Tienes que admitir que, si hubiera sido real, habría sido muy romántico.
Emma no estaba dispuesta a hacerlo. Le había parecido ostentoso y hortera. Creía que nunca se casaría con un hombre que pensara que declararse en público era romántico.
– Bueno, no era real -repuso mientras cerraba el ordenador.
– Ya lo sé -contestó Katie, suspirando.
– Así que deja de mirarme así. Alex estaba actuando.
– Es muy buen actor.
Katie no pudo evitar reír.
– ¿Mademoiselle McKinley? -preguntó alguien tras ellas con voz nasal.
No podía creerlo.
– ¡Katie! Te han seguido.
– Lo siento.
– ¡Vaya!
– Mademoiselle McKinley -repitió Philippe Gagnon, llegando a su lado-. ¡Ah! ¡Ahí está!
A Katie casi le dio la risa al ver al hombre delgado y nervioso que apareció de repente.
– ¡Hay tanto que tenemos que hacer! -anunció el hombre.
Era verdad. Lo primero que quería hacer Emma era huir a las Bahamas. Su hermana se levantó y saludó al hombre.
– Soy Katie McKinley, la hermana de la novia.
– Enchanté, mademoiselle -le dijo, besándole la mano con galantería-. Soy Philippe Gagnon. He estudiado en la Sorbona y servido banquetes como chef para presidentes y príncipes.
Katie miró a su hermana.
– ¿Has oído eso, Emma? Ha cocinado para presidentes y príncipes -repitió Katie con sorna.
– Ahora que estoy aquí, me encargaré de todo -dijo Philippe.
– No, no va a… -repuso Emma, incorporándose.
– ¡Emma! -la advirtió Katie con una mirada.
– Ya sé que es un momento muy estresante para usted, mademoiselle. Yo me encargo de hacer que desaparezcan los cocineros del vestíbulo, no tienen la categoría necesaria. Después puedo hablar con los periodistas y comentarles algún detalle, sólo para satisfacer su curiosidad y tenerlos entretenidos un tiempo.
Emma lo miró con curiosidad y se lo pensó mejor.
– ¿Puede deshacerse de toda la gente que está merodeando por el vestíbulo?
– ¡Por supuesto! -le dijo él-. Estese tranquila. Yo me encargo de todo.
Estaba dispuesta a contratarlo si podía proteger su intimidad.
La señora Nash dejó de mala gana una jarra de zumo en la mesa de la piscina, al lado de donde estaba Alex tumbado. El levantó la vista y dejó de leer el informe estratégico para la empresa McKinley.
No sabía qué había hecho para molestarla, pero sabía que pasaba algo. No podía interpretar su gesto y decidió preguntarle directamente.
– ¿Qué es lo que pasa?
– Nada. Bueno, sí, acabo de enterarme de que se casa.
– Así es -confirmó él.
No podía creerse que estuviera molesta porque no se lo había dicho personalmente. Pero no tenía tiempo para juegos. Tenía que seguir estudiando el plan estratégico antes de darse un baño en la piscina, ducharse e ir a las oficinas de Dream Lodge antes de las ocho.
Quería hablar con Murdoch antes de que él tuviera ocasión de hacer a Emma su oferta.
Finalmente, la señora Nash desembuchó.
– ¿Con una mujer que nunca he conocido? -le preguntó.
– La conoció la semana pasada.
– No es verdad. Estuvo en casa la semana pasada, pero nunca me la han presentado.
Tenía razón, debía haberlo hecho y se daba cuenta del problema. Lo corregiría en cuanto tuviera ocasión.
– Ya se la…
– Por lo visto acaba de heredar unas propiedades -lo interrumpió ella-. Propiedades hoteleras.
– Así es -repuso él, impacientándose. Estaba demasiado cansado para tener que justificar su vida personal.
– Debería avergonzarse de sí mismo, jovencito.
– ¡Eh! ¿Ya no soy el señor Garrison?
– Conquistando a esa pobre joven de esa manera…
Alex se incorporó en su asiento.
– ¡Espere un minuto!
– ¿Le mandó el ramo de flores habitual? ¿La llevó a cenar a Tradori? ¿Ha reservado ya su suite favorita en el hotel Manhattan?
– ¡Vaya!
No sabía cómo podía saber todo eso. Sobre todo lo de la suite.
– He sido completamente sincero con Emma.
– ¡Seguro que sí! La pobre mujer no sabe ni lo que hace. ¡Acaba de perder a su padre!
No tenía derecho a hablarle así, no le parecía justo.
– Sí que sabe lo que hace -repuso, poniéndose de pie.
– Alex, le quiero mucho. Es como un hijo para mí. Se parece más a él de lo que quiere admitir.
– No he hecho nada malo. No me parezco. Sé lo que estoy haciendo, señora Nash.
– Conozco sus debilidades.
– Yo también.
Y sabía que nunca engañaría a una mujer para robar sus propiedades. Podía tergiversar las cosas para conseguir mejores oportunidades en un negocio o mentir abiertamente para conseguir fusionar dos cadenas de hoteles, pero eso no quería decir que fuese un mentiroso.
No creía que tuviera que justificar sus acciones, pero algo en la mirada de esa mujer le recordó a cuando era un niño. No podía soportar decepcionarla.
En un segundo, decidió contarle la verdad.
– Emma sabe por qué me caso con ella.
– ¿Sabe que es por los hoteles? -repuso la mujer, sorprendida.
Alex asintió.
– Así es. Le he ofrecido solucionar su situación financiera y ha aceptado. Ahora, si me perdona, tengo una importante reunión de negocios.
Se quitó la camiseta y las sandalias y fue hacia la piscina. Ella lo seguía de cerca.
– ¿Un matrimonio de conveniencia, señor Garrison?
– Sí, señora Nash. Un matrimonio de conveniencia.
– Bueno, los dos sabemos adónde lleva eso.
– A un incremento de nuestros bienes capitales y de los beneficios netos.
– A la miseria y a una muerte fría y solitaria.
Alex se quedó parado y se colocó al borde de la piscina, mirando el agua cristalina.
– Yo no soy como mi padre.
– Se parece más a él de lo quiere admitir.
– No me parezco. Sé lo que estoy haciendo, señora Nash.
– Con todo respeto, señor Garrison, no tiene ni idea.
Su comentario era de todo menos respetuoso, pero se mordió los labios para no contestar. Respiro profundamente y saltó al agua.