Ty se paseaba de un lado a otro por la sala de espera del hospital. Aunque era un familiar directo, los médicos necesitaban tiempo para atender a su madre, que, gracias a los sanitarios de emergencias, había recuperado la consciencia de camino al hospital. Había sufrido, con toda probabilidad, un ataque al corazón, al menos según el doctor Sanford, pero dado que Sanford era psiquiatra, Ty no estaba del todo convencido. Necesitaba saber que su madre se recuperaría.
Se frotó los ojos y miró el reloj. Supuso que Lilly llegaría en cualquier momento, lo cual aliviaría uno de sus temores.
Levantó la mirada a tiempo para ver al doctor Sanford salir del cuarto donde habían llevado a su madre.
– ¿Qué está pasando?
– La han estabilizado -dijo Sanford, poniéndole una mano en el hombro-. Está fuera de peligro, pero tiene que quedarse ingresada para que la mantengan en observación.
Ty asintió con la cabeza.
– ¿Puedo verla?
– Dentro de un rato -le prometió Sanford-.A mí tampoco me dejan pasar, por si eso te molesta -Sanford hablaba con la comprensión de alguien más mayor, de un hombre con hijos propios.
Ty intentó no poner mala cara, ni mostrar el malestar que le causaba la conversación.
– Le agradezco que diga eso, pero me alegra que estuviera con mi madre cuando… ya sabe.
El doctor Sanford asintió.
– Saldré en cuanto pueda decirte algo.
Mientras Sanford volvía a cruzar las puertas de la otra sala, Ty salió al aire fresco del otoño, abrió su teléfono móvil y lo encendió. Había intentado mantenerlo encendido dentro del hospital, aunque fuera en el modo de vibración, pero una enfermera lo había pillado y le había hecho apagarlo.
Miró el teléfono y vio que Derek había llamado más de una vez. Marcó su número.
– ¿Qué ocurre? -preguntó en cuanto su ayudante contestó.
– La policía ha venido a interrogarme. Parece que Dumont los llamó y denunció que había un individuo sospechoso frente a su casa -Derek hizo una pausa y luego añadió-: Creo que tiene algún amigo dentro del cuerpo, porque me están haciendo perder mucho tiempo.
– ¿Me estás diciendo que aún no te has ido a recoger a Lilly?
– No, pero apuesto a que Dumont sí.
– Voy para allá -Ty cerró el teléfono y entró a decirle al doctor Sanford que volvería en cuanto pudiera y que le mantuviera informado de los progresos de su madre por teléfono.
Luego se dirigió a casa de su madre, donde había dejado sola a Lilly.
Lacey se paseaba por el salón y de cuando en cuando miraba por la ventana por si veía el coche de Derek. Derek le había prometido a Ty que estaría allí en quince minutos. Habían pasado casi veinte desde que Ty se había ido al hospital, que sólo estaba a cinco de allí. La casa de su tío Marc se hallaba a diez minutos en coche. Derek ya debería haber llegado. Cinco minutos más y ella agarraría las llaves del coche que había sobre la encimera de la cocina y se iría al hospital en el coche de Flo.
Dio unos golpecitos en el suelo con el pie y después, incapaz de estarse quieta sin hacer nada, llamó a Digger, que saltó del sofá y corrió hacia ella meneando la cola.
– Vamos, pequeña. Tienes que irte a la cocina -Lacey se dirigió a la cocina, encerró allí a la perra por su propia seguridad y tomó las llaves del coche de Flo.
Dio una última palmada en la cabeza a Digger, recogió su bolso, abrió la puerta de la calle y se encontró cara a cara con su tío Marc. El miedo se alojó de golpe en su garganta. Intentó cerrar la puerta, pero su pie se lo impidió.
– Márchate -empujó de nuevo la puerta, pero él era más fuerte.
– Lilly, tenemos que hablar. Necesito hablar contigo. Es importante.
Ella sacudió la cabeza.
– Ya sé lo que significa para ti hablar. Atropellarme y huir, o provocar un incendio. Gracias, pero no -su corazón volvió a acelerarse y sintió náuseas con sólo mirarlo.
– No fui yo.
– ¿Hay alguien más que quiera mi fondo fiduciario hasta el punto de meterme en un hogar de acogida para asustarme y que volviera suplicando tu ayuda y te cediera mi herencia? ¿Hay alguien más que vaya a heredar si yo muero? -Lacey comenzó a dar patadas a su pie, que seguía sujetando la puerta.
¿Dónde demonios estaba Derek?, se preguntaba, aterrorizada.
Él apoyó el brazo contra el quicio de la puerta.
– Lilly, por favor, escúchame. Da la impresión de que quiero que mueras y entiendo por qué crees que estoy detrás de lo ocurrido, pero no fui yo. Puedo explicártelo. Déjame entrar…
– ¿Para que puedas matarme en la casa y no en la calle?
Él negó con la cabeza.
– Siempre fuiste terca -masculló-. Está bien, hablaremos aquí.
Antes de que pudiera decir otra palabra, un coche apareció derrapando por la calle. Su tío se volvió y un estruendo resonó alrededor de Lacey semejante al petardeo de un coche.
– ¿Qué era…?
Su tío se convulsionó y al caer de espaldas hacia ella estuvo a punto de derribarla.
– ¿Tío Marc? -preguntó Lacey.
Entonces vio la sangre.
Lacey gritó y levantó la vista del cuerpo de su tío. Vio abrirse la puerta del coche. No esperó a ver quién salía de él. Incapaz de encerrarse en la casa porque el cuerpo de su tío bloqueaba la puerta, pasó encima de él y corrió dentro.
Digger ladraba desde dentro de la cocina y Lacey corrió hacia ella y estuvo a punto de tropezar en sus prisas por llegar hasta la perra. Al fondo de la cocina había una puerta que daba al jardín trasero. Justo cuando abría la puerta para dejar salir a Digger, oyó pasos dentro de la casa. Fuera sería un blanco fácil, pero dentro tenía una oportunidad y lo sabía.
Más allá del cuartito donde antes había estado su cama solía haber una despensa con puerta que Lacey había usado como armario cuando vivía allí. No era del todo un armario, pero había espacio suficiente para que se agazapara dentro y el intruso no la viera. En cuestión de segundos, se metió en el cuartito, saltó tras el sofá y se deslizó dentro del pequeño armario.
Si aquel individuo la había visto o no, estaba por ver.
Lacey odiaba los espacios pequeños y oscuros porque le recordaban los lugares sórdidos donde había dormido en sus primeros días en Nueva York. Los bichos, las ratas, los olores fétidos. Se estremeció, se abrazó las rodillas y esperó.
Más allá de la puerta sonaban golpes. Quienquiera que hubiera disparado a su tío la estaba buscando. Temblando, Lacey se abrazó con más fuerza las piernas. Se llevó la mano al colgante de su cuello, pensó en el hombre que se lo había regalado y rezó por que al sujeto de allá fuera no se le ocurriera buscarla allí.
Mientras permanecía agazapada, recordó de nuevo los viejos tiempos. Esta vez, se acordó de su primer apartamento en Nueva York. El de la cerradura rota. Llevaba a rastras la cómoda hasta la puerta para impedir que el borracho de al lado cumpliera su promesa de hacerle una visita nocturna. Se sentaba agazapada en la cama y lo oía merodear por su apartamento dando golpes. Sólo cuando perdía la consciencia y se hacía el silencio, ella era capaz de conciliar el sueño un par de horas cada noche.
El mismo miedo y el mismo asco la llenaban ahora, sólo que eran peores, porque en vez de un borracho que le decía groserías, fuera había un hombre con una pistola que quería matarla. Y ella no sabía por qué.
El ruido de pasos se hizo más intenso. Obviamente, aquel individuo había salido de la cocina, y Lacey comprendió que se estaba acercando al sofá que bloqueaba su escondite.
Temblando, contuvo el aliento al oír que los pasos se aproximaban.
Y se aproximaban.
Esperó a que la puerta se abriera con un chirrido para cerrar los ojos; después lanzó una patada con la esperanza de golpear dolorosamente cualquier parte del cuerpo de aquel extraño, y soltó un grito.
La patada en la espinilla pilló a Ty desprevenido. Inhaló bruscamente.
– ¡Lilly! -exclamó.
Ella no lo reconoció. Tenía los ojos dilatados y desenfocados, y parecía lista para salir corriendo del armario y derribarlo. A Ty le dolía la pierna y no estaba dispuesto a recibir un golpe en el estómago o en la entrepierna.
– ¡Lilly! -repitió y, agarrándola por los hombros, la zarandeó hasta que abrió los ojos y los fijó en él.
– ¿Ty? Ty. Oh, Dios mío -se arrojó en sus brazos, trémula, y comenzó a sollozar histéricamente-. Creía que eras él. Cuando abriste la puerta, creí que eras él.
– Sss -él pasó la mano por su pelo. Temblaba tanto como ella.
– ¡Tío Marc! -Lacey se apartó de él y corrió hacia la puerta de la calle.
Ty la agarró de la mano y tiró de ella.
– Está vivo. Lo comprobé al llegar. La policía y la ambulancia vienen de camino.
– ¿Y el otro? ¿Adonde ha ido? ¿El tipo que disparó al tío Marc? -Lacey sintió una náusea al recordar lo sucedido, pero consiguió dominarse.
Ty exhaló un largo suspiro.
– Derek ha llegado al mismo tiempo que yo. Ese tipo acababa de salir por la puerta trasera. Seguramente nos oyó llegar, se asustó y huyó.
– No entiendo cómo sabías que tenías que volver -ella se limpió las lágrimas de la cara con las manos.
– Derek consiguió hablar conmigo por el móvil cuando estaba en el hospital. Dumont llamó a la policía y los informó de que había un individuo sospechoso vigilando su casa. Está claro que era una treta para entretener a Derek y poder venir a buscarte.
Ty recordaba aún el pánico que había sentido al recibir la llamada, pero eso no era nada comparado con el miedo visceral que había experimentado al llegar allí y ver a Dumont tendido en medio de un charco de sangre, con la puerta de la calle abierta y sin rastro de Lilly.
– Ha escapado -Derek entró desde la cocina. Respiraba trabajosamente. La frustración estaba grabada en" su rostro-. El muy canalla cruzó los setos de atrás antes de que yo pudiera salir siquiera.
– ¿Dónde está Digger? -preguntó Lilly, asustada-. ¿Dónde está mi perra?
– A salvo en la cocina -le aseguró Derek.
Ella se dejó caer en brazos de Ty, aliviada.
– ¿Conseguiste ver a ese tipo o su coche? -le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
– No, no lo vi. Creo que el coche era un sedán marrón oscuro. Es lo único que vi antes de que disparara al tío Marc.
Ty asintió con la cabeza.
– Yo me fijé en un coche del mismo color que había aparcado delante de la casa de los vecinos, pero nada más. ¿Tú, Derek?
– Lo mismo.
La frustración de Ty crecía por momentos: habían perdido su última pista para averiguar quién era aquel tipo.
Lilly lo agarró de pronto de la mano y tiró de él hacia la puerta de la calle.
Derek los siguió.
Ella se agachó junto a su tío, que yacía boca abajo, con una bala en la espalda. No se movía.
Ty comprobó el pulso de su cuello una vez más.
– Casi no tiene pulso, pero está vivo.
Se oyeron de pronto las sirenas, que sonaban más cerca por momentos.
Lilly se inclinó para acercar la cara a la de su tío.
– ¿Tío Marc? -dijo.
Ty le puso una mano en la espalda, que estaba húmeda por el sudor y el miedo.
– Está inconsciente.
– ¿Quién te ha disparado? -le preguntó Lilly a su tío-. ¿Quién quiere matarte? ¿Me estabas diciendo la verdad cuando dijiste que no estabas detrás de los intentos contra mi vida? ¿Decías la verdad? -no podía evitar exigir respuestas a las preguntas que la atormentaban.
Ty la aparto de su tío en el momento en que los sanitarios aparecieron corriendo por el césped de delante de la casa y les hicieron retirarse para ponerse manos a la obra.
Unos segundos después llegó la policía. Los sanitarios metieron a Dumont en la ambulancia y lo trasladaron al mismo hospital en el que había ingresado la madre de Ty. Aunque Ty estaba ansioso por volver con Flo, pasó una hora respondiendo preguntas en el cuarto de estar de su madre. Lilly contestó a todo lo que pudo, y Ty y Derek hicieron lo que pudieron para ayudar. Por fin, el policía al mando se quedó sin preguntas, al menos de momento.
– Tenemos que ir al hospital -dijo Lilly finalmente, todavía temblando.
El agente, que había estado tomando notas, cerró su cuaderno.
– Necesitaré que se pasen por jefatura para declarar, pero ya pueden irse.
– No habría hecho falta que declarásemos si uno de sus hombres no me hubiera hecho perder el tiempo y hubiera dado a Dumont ocasión de llegar hasta Lilly y dejar que le pegaran un tiro -masculló Derek-. Tengo licencia y él lo sabía desde el instante en que le mostré mi placa. Debería haberme dejado marchar.
El policía, que conocía a Ty y Derek, asintió con la cabeza, comprensivo.
– Investigaremos lo que ocurrió. Se lo prometo. Entre tanto, sugiero que no pierdan de vista a Lilly hasta que sigamos cualquier pista que encuentre el equipo de investigación -señaló el resto de la casa y a los técnicos forenses que estaban buscando huellas dactilares, entrevistando a los vecinos y recogiendo cualquier posible pista.
Ty sintió que la culpa lo inundaba por haber dejado sola a Lilly. Pero, con su madre en el hospital y Derek de camino, en su momento le había parecido seguro marcharse.
– No voy a volver a perderla de vista -dijo, y, tomándola de la mano, la atrajo con fuerza hacia sí-.Voy a sacarla de aquí ahora mismo -Lacey no debía pasar más tiempo en aquella casa, llena de recuerdos angustiosos.
– Derek, ¿puedes llevarte a la perra? -preguntó Lilly-. No quiero dejarla aquí, con todos estos extraños entrando y saliendo.
La casa había sido declarada escenario de un delito de sangre, algo que pondría enferma a la madre de Ty, así que Ty no pensaba decírselo aún. Cuando se pusiera mejor, se lo contaría todo. Y Flo se pondría mejor. Se recuperaría. Ty tenía que convencerse de ello.
– Claro. Ya no tengo que ocuparme de Dumont.
– Exacto. La policía lo estará vigilando en el hospital hasta que atrapen a quien le disparó -dijo Ty.
– ¿Quién querría matarlo? -preguntó Lilly-. ¿Y quién iría a por mí, si no es el tío Marc?
Ty sacudió la cabeza. Había estado barajando posibilidades desde que había oído la versión de Lilly de lo sucedido.
– ¿Dijo que no estaba detrás de los ataques y que sabía quién era el culpable?
Ella asintió con la cabeza.
– Yo estaba petrificada y no quise dejarlo entrar. Pero, después de que le dispararan, pareció que había venido a advertirme, no a hacerme daño.
Ty se frotó los ojos con el dorso de las manos.
– Vámonos al hospital, a ver qué tal está mi madre. Puede que también haya noticias sobre tu tío.
– Y no te preocupes por el perro -dijo Derek, entrando en la habitación con Digger de la correa. La perra lo seguía alegremente. Ty se echó a reír.
– Parece que tienes una nueva amiguita -dijo. Sabía perfectamente cuánto le gustaba a Digger conocer gente nueva.
– Apesta -dijo Derek con el ceño fruncido-. ¿Alguna vez has pensado darle caramelos de menta? Me ha lamido la cara cuando estaba poniéndole la correa y te juro por Dios que casi me desmayo.
Lilly sonrió.
– Es parte de su encanto. Cuida bien de ella y gracias otra vez.
Habían echado a andar hacia la puerta cuando Ty se volvió hacia Derek.
– Le gusta dormir con uno -le dijo-. Y prefiere ponerse encima.
– Qué bien -masculló Derek.
Y Lilly se rió por primera vez desde hacía horas.
Ty había llamado a Hunter para contarle el incidente en casa de su madre. Hunter había llamado a Molly, consciente de que querría estar presente cuando Dumont llegara al hospital. Había prometido encontrarse con ella en cuanto acabara su reunión. Ella le había dicho que no había prisa, que estaba bien.
Y estaba bien. Al menos, en lo que concernía a su vida. En cuanto había colgado a Hunter, había llamado a su madre.
– No soporto los hospitales, la verdad -había dicho Francie.
Asqueada, Molly había colgado el teléfono y se había ido derecha al hospital, sola.
Molly había percibido cierta distancia en la voz de su madre. Llevaba notándola un tiempo, desde la fiesta en que Francie había descubierto que Lilly estaba viva y que heredaría el fondo fiduciario que, de otro modo, habría sido de Marc y, en virtud de su boda con él, también suyo.
Molly confiaba en que las cosas salieran de otro modo esta vez, sobre todo porque su madre no había puesto aún fin a su relación con Marc. Pero, tras su negativa a ir al hospital, tuvo que afrontar la verdad. Francie sólo estaba ganando tiempo, esperando a tener a la vista a otro ricachón soltero o, al menos, hasta que tuviera idea de dónde podía encontrar uno. Conociéndola, su siguiente paso sería hacer un crucero o un viaje por Europa para cazar una nueva víctima. No tendría escrúpulos en dejar a Molly atrás. De hecho, Molly tendría suerte si se despedía de ella. A fin de cuentas, ya había recorrido antes aquel camino.
Adiós a la familia. Adiós al cariño de su madre y a la posibilidad de que reconociera pasados errores. Adiós a la idea de que Francie había cambiado.
Molly pasó por las puertas automáticas del hospital y se acercó al mostrador de recepción.
– Vengo a ver a Marc Dumont -le dijo a la mujer de aspecto cansado sentada ante ella.
– ¿Es usted familiar directo?
Molly tragó saliva.
– No.
La mujer miró los papeles que había encima de su mesa.
– El señor Dumont no puede recibir visitas aún. Siéntese y la avisaremos cuando pueda verlo.
Molly asintió con la cabeza.
– Comprendo. Gracias -se volvió y se dirigió a una silla vacía en la que esperar.
Cuanto más tiempo pasaba sentada, más incómoda se sentía, y se removía de un lado a otro, incapaz de estarse quieta. Aquél no era sitio para ella. No era pariente de Marc y probablemente nunca lo sería. Pero Dumont se había portado muy bien con ella y Molly quería asegurarse de que se pondría bien.
Comenzó a dar golpecitos con el pie en el suelo. Tamborileó con los dedos sobre el brazo de la silla. Y esperó.
– ¿Molly?
Levantó la vista y vio a Ty y Lacey delante de ella. Se levantó.
– No os he visto entrar.
– Estabas distraída -dijo Lacey.
– Sí. Este sitio no es muy agradable. ¿Estás bien? Hunter me ha contado lo que pasó. No puedo creer que dispararan a Marc delante de ti. ¿Por qué fue a verte? -preguntó Molly, que todavía desconocía partes importantes de la historia.
Lacey se encogió de hombros.
– No llegamos tan lejos. ¿Hay alguna noticia?
– Aún no.
– Tengo que entrar a ver a mi madre -dijo Ty.
– Voy contigo -Lacey tocó el hombro de Molly-. Lo siento.
– No te preocupes. Idos. Yo estoy bien.
Lacey le dio un rápido abrazo y se alejó con Ty.
Molly suspiró. Siguió con la mirada a la pareja hasta que desaparecieron tras las puertas de la sala de urgencias y luego paseó la mirada por la sala de espera, atestada de gente. La mayoría de las personas que había allí estaba acompañada. De un amigo, de un familiar. De alguien a quien querían. Ella no.
Mientras esperaba noticias de Marc, se dio cuenta de algo muy profundo. Había pasado demasiado tiempo defendiendo a Marc y no se había dedicado a averiguar la verdad, y al final había acabado como más temía.
Sola.
Como siempre había estado y como sabía que estaría durante mucho tiempo aún.
Ty apretó la mano de Lilly al entrar en la habitación donde dormía su madre. Ese día, poco antes, Lilly le había necesitado, pero ahora era él quien la necesitaba a ella. Al acercar una silla a la cama de su madre, Ty recordó la última vez que la había visto tan frágil y enferma.
Había llegado a casa de la universidad, después de que ella sufriera su primer infarto y fuera operada, y Flo estaba dormida en una habitación esterilizada, muy parecida a aquélla, enganchada a máquinas semejantes a aquéllas. Ty le había echado un vistazo y se había dado cuenta de que era todo lo que tenía en el mundo y de que quizá la perdiera.
En ese momento se sentía igual. Porque, pese al regreso de Lilly, pese a que se querían, no se habían prometido nada, ni había entre ellos compromiso alguno. Sabía que se tomarían las cosas como fueran surgiendo, día a día, hasta que se resolviera el asunto de la herencia de Lilly, pero después de eso… quién sabía.
La única constante en su vida era la mujer cuya frágil mano sujetaba.
– ¿Ty? -él levantó la mirada. El doctor Sanford se acercó a él. A su lado iba otro hombre al que Ty no conocía-. Éste es el doctor Millar. Nuestro nuevo cardiólogo. Hay ciertas cosas que quisiera explicarte.
Ty escuchó al joven médico y cirujano, que le explicó que un angiograma había mostrado que su madre necesitaba una operación inmediata para reabrir sus arterias cerradas. Siguieron más términos técnicos, pero unos instantes después Ty se halló firmando un consentimiento y su madre era sacada de la habitación en camilla.
Lilly puso una mano sobre su hombro.
– Se pondrá bien. El propio doctor lo ha dicho.
El miró sus ojos tranquilizadores.
– ¿Sí? Casi no recuerdo la conversación.
Ella sonrió.
– Por eso yo he escuchado atentamente cada palabra. La operación no durará más de una hora y enseguida la traerán a reanimación y podrás verla -Lilly le rodeó el cuello con los brazos y apretó la mejilla contra la suya-. Entonces la verás con tus propios ojos, ¿de acuerdo?
El tomó su mano.
– Me alegra que estés aquí.
– Yo sentí lo mismo cuando abriste la puerta de ese armario y me encontraste. ¿Cómo sabías dónde estaría?
El se echó hacia atrás y se apoyó contra ella.
– Porque yo mismo te enseñé ese escondite y no se me ocurría otro sitio donde hubieras podido meterte -y se había resistido a creer que le había ocurrido algo, pese a haber visto el cuerpo ensangrentado de su tío en la puerta de entrada.
El silencio los rodeó hasta que Ty no pudo soportarlo ni un minuto más. Necesitaba distraerse mientras esperaban a que comenzara la operación, y a que acabara.
Miró su reloj.
– Tenemos mucho tiempo por delante. Deberíamos ir a ver qué tal está tu tío y qué ha encontrado la policía, si es que ha encontrado algo.
Lilly se irguió.
– Parece un buen plan.
Pero la enfermera que montaba guardia en el mostrador de recepción no tenía noticias nuevas sobre Dumont. Ni siquiera el hecho de que Lilly fuera pariente consanguínea sirvió para que los informara. Así que se sentaron a esperar junto a Molly.