Capítulo 5

Hunter se hallaba en la cocina de Molly y le había pedido que le diera un respiro porque las relaciones de pareja no eran ni habían sido nunca lo suyo. No podía creer que hubiera hablado de aquello tan claramente, pero lo había hecho.

Ella apoyó la mano sobre la encimera, con una expresión a medio camino entre la incredulidad y lo que Hunter quiso tomar por esperanza.

Esperanza por ellos dos.

Ella lo observó atentamente.

– ¿Eso estamos haciendo? ¿Forjar una relación de pareja? Porque debo decirte que, si es así, me he perdido.

Él dejó escapar un gruñido.

– ¿Puedo sentarme? -no podía contestar a su pregunta hasta que se lo hubiera contado todo. Luego ella tendría que decidir si lo suyo era posible o no. Y la historia que debía contarle era larga.

Molly le indicó una silla de hierro forjado que había junto a la mesa y Hunter se sentó a horcajadas.

Ella acercó otra silla y se sentó cansinamente a su lado.

Hunter aprovechó aquellos segundos para calmar sus emociones, porque rara vez hablaba de su pasado.

– Yo crecí en hogares de acogida -dijo por fin.

Los ojos de Molly se suavizaron.

– No lo sabía.

Hunter se puso rígido y esperó la dosis de piedad que las mujeres solían ofrecerle cuando se enteraban de aquello. Odiaba aquella piedad porque significaba que sentían lástima por él.

Molly lo miró a los ojos y comenzó a tamborilear con los dedos sobre la mesa.

– Me pregunto si eso es mejor que el que te manden a un internado cuando el padrastro de turno está dispuesto a pagar la factura.

Él se rió, agradecido por su ingeniosa respuesta. Había intuido que Molly era especial. Ahora lo sabía con certeza.

– Entonces, ¿fue muy duro? -preguntó ella.

– No tanto -mintió Hunter-. Sobre todo, en el último sitio. ¿Conoces a mi amigo Ty, el que trabaja en el Night Owl?

Ella asintió con la cabeza.

– Nos presentaste la última vez que fui a tomar una copa con mis amigos después del trabajo.

– Es como mi hermano. Su madre me acogió y me trató como si fuera de la familia. Hizo lo mismo con otra chica de acogida que había en la casa -se detuvo un instante, consciente de que su comprensión y el vínculo que los unía acabaría allí-. Se llamaba Lilly Dumont.

– ¿La sobrina de Marc? -Molly entornó los ojos-. ¿La que murió?

– La que presuntamente murió -contestó él, puntualizando como mejor podía hacerlo hasta que fuera capaz de contarle la verdad. Se inclinó hacia delante y explicó-: En el pueblo casi todo el mundo conoce esa historia, pero tú no creciste aquí. Y obviamente Dumont se ha callado algunas piezas claves si nunca te ha mencionado mi nombre.

Molly se echó hacia atrás con los hombros rígidos.

– Estoy segura de que tendrá sus razones. Pero, ya que no está aquí, ¿por qué no me pones tú al corriente? -sugirió con sarcasmo apenas disimulado.

Ya empezaba a tratarlo como a un enemigo.

Hunter se agarró al frío hierro del respaldo de la silla. Su única esperanza de conquistarla era recurrir a la verdad.

– Ya sabrás que el hermano de Dumont y su cuñada murieron en accidente de tráfico.

Molly asintió.

– Dejaron una finca enorme y millones de dólares en un fondo fiduciario a nombre de Lilly, y nombraron a Marc su tutor.

Hasta ese punto, sus versiones concordaban, aunque Hunter intuía que eso estaba a punto de cambiar.

– Lilly era una chiquilla asustada cuando vino a vivir con su tío. Acababa de perder a sus padres y quería que Dumont cuidara de ella y la quisiera. Pensaba que él lo haría, pero resultó que sólo la quería por su dinero.

Recordaba la versión que Lilly le había contado de los hechos una noche, ya muy tarde, cuando estaban los tres en un viejo columpio que colgaba de un árbol del jardín trasero de la casa de Ty.

Miró a Molly. Su expresión seguía siendo recelosa y escéptica.

Decidió continuar.

– El cariño y la amabilidad que le había demostrado no eran en realidad más que un modo de manipularla para apoderarse de su herencia. Fue un giro muy cruel del destino. Lilly se puso furiosa, se volvió rebelde… y Marc se volvió vengativo. Al ver que no podía controlar a Lilly maltratándola, hizo que la metieran en un hogar de acogida para asustarla y doblegarla. Fue el miedo a volver a casa de su tío lo que causó su «muerte».

– No -Molly sacudió la cabeza.

Hunter casi podía ver cómo la negativa a creerle embargaba a Molly en oleadas mientras ella se mecía en la silla.

– Marc me dijo que Lilly fue difícil desde el principio. Que se negaba a aceptar la autoridad o el hecho de que sus padres hubieran muerto. No podía controlarla y no tuvo más remedio que ceder su custodia al estado.

Hunter apretó con fuerza la mandíbula, aunque no le sorprendieron ni aquella versión retorcida de los hechos, ni el que Molly se la hubiera creído.

– Tú misma has dicho que no conoces muy bien a Dumont, así que no puedes descartar sin más lo que acabo de contarte.

Molly se levantó.

– Puedo y voy a hacerlo. Marc me dijo que Lilly era salvaje e incontrolable. Él era soltero y no sabía nada de niños. Estaba casi desquiciado cuando la mandó al hogar de acogida. Después, se sintió fatal por haber tomado esa decisión y quiso recuperarla y empezar de nuevo, pero ella le robó el coche y…

– No tiene pruebas -dijo Hunter-. No tiene pruebas de que Lilly le robara nada. Lo único que sabe es que su coche acabó en la laguna del barranco y que no se encontró ningún cuerpo.

Molly seguía de pie, a su lado. Con los ojos muy abiertos, luchaba visiblemente por no aceptar su historia, seguramente porque ello perturbaría la frágil tranquilidad que había empezado a encontrar en casa. Una tranquilidad con la que probablemente llevaba soñando toda una vida, pensó Hunter, que la comprendía mejor de lo que ella creía.

– Piensa como abogada, Molly. Eres demasiado lista para creer las palabras de Dumont a pies juntillas -dijo.

Ella se frotó la frente con la mano.

– Necesito tiempo. Un par de días para investigar todo esto -dijo ella sin mirarlo a los ojos.

Hunter se levantó lentamente de la silla.

– No hace fatal que te vayas muy lejos a investigar. Puedes preguntar directamente a la fuente.

Molly se apartó la mano de la cara.

– ¿Qué quieres decir?

Hunter respiró hondo para infundirse ánimos.

– Lilly está viva. Cualquier pregunta que tengas, puedes hacérsela a ella.

En lugar de poner cara de incredulidad, Molly se limitó a sacudir la cabeza.

– Te estás pasando, Hunter. Puede que no te guste Marc, pero inventar que Lilly Dumont ha resucitado no va a servirte de nada. Sé que esto tiene que ver con ese dinero. Y legalmente no puedes impedir que Marc lo reclame.

– Tienes razón. No puedo. Pero Lilly sí.

– Hablas en serio -Molly volvió a sentarse-. ¿Está viva? -él asintió con la cabeza-. ¿Tú la has visto?

– Con mis propios ojos. Ahora se llama de otro modo, pero está vivita y coleando -decidió no mencionar que él había participado en el plan desde el principio.

– Vaya -dijo Molly-.Vaya.

Hunter puso la mano en la silla, tras ella, con cuidado de no tocarla a pesar de lo mucho que lo deseaba.

– ¿Vas a decirle a Dumont que se olvide del dinero?

Ella volvió a pasarse las manos por los ojos.

– Le diré lo que me has dicho. Es lo único que puedo hacer.

– ¿Quieres que te traiga algo? ¿Agua? ¿Una aspirina?

Molly sacudió la cabeza.

– No, nada. Sólo necesito estar sola, ¿sabes?

Él asintió. Molly tenía muchas cosas en las que pensar, gracias a él. Incluido el hecho de que le importaba… si ella decidía creerlo.

Molly bajó con él el largo tramo de escaleras.

– Menuda cita sorpresa -dijo cuando él asió el pomo de la puerta para salir.

Hunter no estaba satisfecho de sí mismo, pero esa noche habían salido a la luz muchas cosas, al menos por su parte. Lo que Molly decidiera hacer con esa información era cosa suya.

– Sabes perfectamente que siempre he querido conocerte mejor. Te he pedido salir otras veces -se sintió impelido a recordarle.

– Pero nunca has insistido, hasta ahora, cuando tenías otras intenciones.

– No ha sido por interés propio.

Molly frunció los labios.

– Sí, eso resulta interesante. Obviamente, se trata de los intereses de Lilly.

– Ahora se hace llamar Lacey.

– ¿Y eres el abogado de Lacey? Porque los fondos fiduciarios y las herencias no son tu especialidad -la voz de Molly sonaba ajena y profesional, señal segura de que se había replegado completamente sobre sí misma.

Hunter dejó escapar un gruñido. Lilly no lo había contratado oficialmente, pero Hunter daba por sentado que sólo contaba con él.

– Puede que tenga que pedir ayudar, pero sí, soy su abogado.

Ella puso los brazos en jarras.

– Lo cual nos sitúa en lados opuestos, en caso de que Marc decida llevar esto adelante.

Hunter levantó una ceja al oírla.

– No tiene nada en que apoyarse. Confío en que consideres este asunto desde todos los puntos de vista, antes de tomar ese camino.

– Discutiré todas las posibilidades con mi cliente -respondió ella con crispación.

Parecía tan dolida, tan traicionada, que Hunter se sintió compelido a dar un paso hacia ella. Quería disculparse, pero mostrar debilidad podía hacer que ella pensara que su caso también lo era.

Sola en el pequeño recibidor, Molly parecía muy cercana y, para ser ella, muy vulnerable. Hunter alargó el brazo y le levantó la cabeza.

– Molly…

Ella se humedeció los labios con la lengua. Hunter deseaba besarla y sabía que no podía.

– ¿Sí? -preguntó ella en un susurro.

– Ya que vas a hablar con tu cliente, tal vez quieras preguntarle a quién culpa de la muerte de Lilly. Y qué hizo después al respecto -ella no contestó-. Nos veremos mañana -dijo Hunter, y bajó la mano antes de que pudiera poner en práctica su deseo.

Nunca se había sentido más lejos de Molly que en ese momento. Era una enorme ironía. Justo cuando sus sentimientos hacia Lilly se aclaraban y lo liberaban potencialmente para poder entregarse a una auténtica relación de pareja, era el regreso de Lilly lo que le impedía acercarse a Molly.

Ella se dio la vuelta sin contestar y subió las escaleras de regreso a su apartamento. Mientras avanzaba, se oía el eco de sus pasos.

Hunter salió a la calle.

Anna Marie había entrado por fin. Aunque Hunter se alegró de no tener que detenerse a charlar, era consciente de que probablemente ella habría intentado escuchar su conversación con Molly. Esperaba que se le hubieran gastado las pilas del audífono, o que el truco del vaso pegado a la pared no hubiera funcionado. Si no, todo el mundo se enteraría de su cita frustrada con Molly. Y su reputación como semental se habría ido al traste a las nueve de la mañana del día siguiente.


Molly cerró su puerta y se apoyó contra la pared, exhausta y nerviosa al mismo tiempo. Siempre había sentido debilidad por Hunter y había disfrutado de la tensión sexual que acompañaba sus contiendas verbales. En la facultad de Derecho, no había salido con él porque tenía un propósito que cumplir.

No tenía tiempo para una auténtica vida social porque estaba empeñada en esforzarse con denuedo, concentrada en sus estudios para convertirse en una abogada independiente. A diferencia de su madre, que necesitaba un hombre para justificar su existencia y mantenerse a flote económicamente, Molly se proponía ser independiente. Por desgracia, lo había conseguido a costa de no tener ninguna relación de pareja.

Pero ahora que se había mudado a Hawken's Cove en un esfuerzo por renovar los vínculos con su familia, había empezado a abrirse a la posibilidad de tener una vida social, y una vida sexual.

Con Hunter. Los muros de él eran, sin embargo, tan altos como los de ella. Aunque la había invitado repetidamente a salir, nunca había insistido. Ahora Molly creía entender por qué. Hogares de acogida. Se estremeció. La reserva de Hunter por fin cobraba sentido para ella. No creía que nadie que se hubiera criado como él estuviera dispuesto a exponerse a un rechazo.

Y ella tampoco estaba segura de poder seguir adelante. Desde niña, había soñado con tener una relación con su madre. Anhelaba tener una madre que se interesara por su vida, por sus amigos y sus estudios. Alguien con quien hablar de chicos y de los tiempos difíciles. Por desgracia, su madre estaba demasiado concentrada en sí misma como para preocuparse mucho por Molly, que había sido un error de su primer matrimonio. Su padre era un rico viticultor californiano de quien Molly había oído hablar pero al que en realidad no conocía. Y tenía otra familia.

Sin embargo, desde que conocía a Marc, la actitud de su madre hacia ella había cambiado, se había hecho más cálida y tierna. Molly no quería arriesgarse a perder eso. Y sabía que Marc se sentiría traicionado si ella empezaba algo con Hunter. Perdería el principio de su nueva relación con su familia.

Lo cual la hizo pensar otra vez en el cenagal en el que se hallaba de pronto metida. Ciertamente, la historia de Marc acerca de su pasado con su sobrina tenía lagunas. El nombre de Hunter nunca había salido a relucir, ni tampoco el de Tyler Benson. Sin embargo, ambos parecían haber desempeñado un papel importante en aquella época. Molly se mordió el labio inferior mientras se preguntaba cómo reaccionaría Marc si lo interrogaba.

Luego estaba Hunter, quien por fin se había decidido a dar un paso adelante y le había llevado la cena (un surtido de platos especiales, nada menos) y que, sin embargo, tenía segundas intenciones. Pretendía recabar información acerca de Marc y hacerle saber que Lilly estaba viva.

Molly se preguntaba dónde había estado Lilly durante aquellos diez años. Y por qué reaparecía ahora, justo a tiempo para impedir que su tío reclamara su fortuna.

Molly se irguió y se dirigió al teléfono para llamar a su madre y a Marc; quería ver si podía pasar a verlos esa misma noche. Porque no obtendría ninguna respuesta a menos que hiciera las preguntas adecuadas.


El sol del atardecer traspasaba las persianas del apartamento de Ty, pero ni siquiera su luz brillante aliviaba la sensación de Lacey de hallarse encerrada. Odiaba estar confinada. Llevaba tanto tiempo viviendo sola, que estaba acostumbrada a ir y venir a su antojo. Había pasado los tres días anteriores sentada por allí, esperando a que Ty volviera del trabajo. Salía con la perra, sí, y daba frecuentes paseos con ella por detrás del edificio donde vivía Ty, pero estaba más aislada que nunca. Hallarse ociosa no era precisamente su idea de divertirse, pero había hecho una promesa. A cambio, Ty y Hunter le habían asegurado que sólo sería temporal.

No querían que la gente del pueblo la reconociera y que se viera obligada a explicar su presencia tan pronto. Las explicaciones no tardarían en llegar. Hunter decía haber hablado con la abogada y futura hijastra de su tío. Había informado a Molly de que Lilly estaba viva y se encontraba bien, y había dejado a elección de aquella mujer que, al parecer, era amiga suya, el informar o no a Marc Dumont. Lacey sabía que Hunter tendría muy pronto noticias de la reacción de su tío, pero aun así, mientras aguardaba, estaba ansiosa y con los nervios a flor de piel.

Echaba de menos su trabajo y su rutina. Para mantenerse ocupada, se había pasado los días anteriores limpiando el piso de soltero de Ty que, obviamente, hacía siglos que nadie limpiaba. El primer día, había limpiado el polvo, pasado el aspirador, fregado el montón de platos acumulado en el fregadero y ordenado la casa. Saltaba a la vista que Ty nunca recogía sus cosas. El segundo día, Lilly ordenó los armarios, y esa mañana había empezado a recoger otra vez.

No lo hubiera creído posible, pero lo cierto era que aquel desastroso piso de soltero le parecía enternecedor, como el propio Ty. Ignoraba si había alguna mujer en la vida de Ty (y no quería pensar en ello en ese momento), pero se preguntaba si habría alguna que se pasara por allí a recoger cuando ella no estaba. Nadie había llamado desde su llegada. Ninguna mujer, al menos, aunque Ty había recibido muchas llamadas de clientes dejándole mensajes.

Lacey recogió el chándal de Ty, que estaba junto a su cama, y lo puso en el cesto de la ropa sucia; después siguió con lo que ya se había vuelto su rutina cotidiana. Normalmente, cuando limpiaba, era para ganarse la vida y solía hacerlo de manera distante y metódica. Había llegado a dedicarse a aquello por accidente y un golpe de suerte, pero su trabajo le iba como anillo al dedo: siempre había encontrado consuelo en el orden.

No podía decir, sin embargo, que lo encontrara allí, en casa de Ty. Porque, además de limpiar, en aquella casa descubría una intimidad de la que no podía sustraerse. Una intimidad en la que nunca pensaba cuando se hacía cargo de las casas de sus clientes.

Estaba aprendiendo cómo vivía Ty cotidianamente, la ropa que se ponía, la marca de calzoncillos que prefería… Sentía un cosquilleo en los dedos cuando tocaba sus cosas personales, y eso nunca le ocurría cuando trabajaba en Nueva York. Ty la hacía pensar en el pasado, en una época en la que se había sentido querida y a salvo. Y la hacía pensar en la intensa atracción sexual que no sentía por nadie más. Ni siquiera por Alex.

Tras llegar a aquella conclusión, Lacey resolvió que ya había pasado suficiente tiempo rodeada por Ty: por su olor, sus cosas, por él. Un corto paseo la ayudaría a despejarse. Llamó a Digger con un silbido y la perra se bajó de un salto del sofá donde se había acurrucado y, unos minutos después, Lacey se dirigió a la puerta con la perra a sus pies.

De pronto llamaron con fuerza y miró la puerta con aprensión. Ty usaba su llave y Hunter solía llamar por teléfono para avisarla de que iba a pasarse por allí. Miró por la pequeña mirilla y contuvo el aliento, sobresaltada.

– Tío Marc -dijo en voz baja. No estaba preparada para enfrentarse a él, pero se negaba a huir. Esos días habían quedado atrás.

Respiró hondo y abrió la puerta para verlo cara a cara.

– Lilly -dijo su tío con incredulidad.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza. Durante el silencio que siguió, pudo fijarse en su apariencia. Había envejecido. Su pelo se había vuelto de un gris plateado en las sienes y tenía arrugas, algunas leves y otras profundas, en la cara demacrada y enflaquecida.

Digger le olfateó los pies y metió la nariz bajo la pernera de su pantalón.

– ¿Te importaría apartar a ese perro? -su tío retrocedió para alejarse del animal, pero, cada vez que se movía, Digger iba tras él, reclamando su atención.

La aversión del tío Marc por la perra no decía mucho en favor de su carácter. Claro que Lacey siempre había sabido que no había nada bueno que decir.

Podía haber iniciado la conversación, pero una parte perversa de su ser no quería ponerle las cosas tan fáciles. Se quedó callada deliberadamente mientras lo veía removerse, inquieto.

Él la miró con expresión suplicante.

Lacey suspiró.

– Ven, Digger -al ver que la perra no se movía, Lacey tiró de la correa para apartarla y colocarla tras ella. Para impedir que siguiera husmeando e intentando acercarse a su tío, le impidió el paso con su cuerpo y con la puerta entreabierta del apartamento.

– Gracias, Lilly.

– Ahora me llamo Lacey -le dijo ella. Se sentía más poderosa en su nueva vida de lo que se había sentido nunca en la antigua.

La confusión hizo enrojecer a Marc Dumont.

– Bueno, te llames como te llames, estoy perplejo. Sencillamente, no puedo creerlo. Sé que Molly dijo que estabas viva, pero… -sacudió la cabeza, pálido-. Tenía que verlo con mis propios ojos.

– Lamento decepcionarte, pero es cierto. Aquí estoy, vivita y coleando -permaneció a propósito en la puerta, sin dejarlo pasar.

Él bajó la cabeza.

– Entiendo por qué crees que estoy decepcionado, pero no es cierto. Me alegro de que estés bien y me gustaría saber dónde has estado todos estos años.

– Eso no importa ahora -ella se agarró con fuerza el marco de la puerta. No estaba dispuesta a mantener con él una conversación educada y cortés.

– Me gustaría hablar contigo. ¿Puedo pasar? -preguntó él.

– Sólo si quieres que Digger se te suba en las rodillas. Es una perra muy sociable -repuso ella.

Él sacudió la cabeza, resignado.

– Está bien, hablaremos así.

Justo lo que ella esperaba, pensó Lacey mientras hacía un esfuerzo por no sonreír. No sentía ningún deseo de quedarse a solas con él. Le importaba poco que sus sentimientos fueran irracionales o se debieran a un rencor de la infancia. No iba a arriesgarse.

– Cometí muchos errores en el pasado -él alargó una mano hacia ella y luego la dejó caer-. Pero quiero que sepas que ya no bebo. No culpo al alcohol de lo mal que fueron las cosas entre nosotros, pero tampoco ayudó. Yo no sabía cómo hacer de tutor de una adolescente.

Ella entornó los ojos.

– Cualquier idiota se habría dado cuenta de que el maltrato no era el camino a seguir. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo querías mi dinero…

– Eso era lo que tú creías. Yo nunca lo dije expresamente.

– Puede que no me lo dijeras a la cara -ella frunció los labios-. ¿Estás diciendo que, si no hubiera vuelto, no pensabas reclamar mi herencia haciéndome declarar legalmente muerta? -sintió una náusea al recordarlo.

Él se encogió de hombros.

– El sentido práctico dictaba que alguien se hiciera cargo de ese dinero -al menos, no lo había negado-. Además, tus padres dejaron dicho que, si morías, el fondo fiduciario debía dividirse entre tu tío Robert y yo. Yo sólo estaba cumpliendo sus deseos.

Alargó de nuevo la mano hacia su brazo, pero esta vez no se retiró.

Lacey sintió el pálpito de su pulso en la garganta. Antes de que él pudiera tocarla, se puso fuera de su alcance.

La mirada de su tío se ensombreció.

Lacey se preguntó si realmente le importaba o si sólo era un excelente actor. Habría apostado a que se trataba de esto último.

– No he venido aquí a hablar del dinero -dijo él.

– Entonces, ¿a qué ha venido? -dijo Ty detrás de él, sorprendiéndolos a ambos.

Lacey no se había sentido tan aliviada en toda su vida. Se había enfrentado a su tío, pero la presencia de Ty era más que bienvenida.


Ty pasó junto a Dumont y se acercó a Lilly. No podía creer que Dumont hubiera tenido el valor de presentarse en su apartamento para enfrentarse a Lilly, y se alegraba de haber vuelto a casa temprano y haberlo sorprendido.

– ¿Estás bien? -preguntó con suavidad.

Ella asintió con la cabeza escuetamente.

Aliviado, Ty se volvió hacia Marc Dumont y rodeó con un brazo la cintura de Lilly. Detrás de él, sintió que Digger metía la nariz entre los dos hasta que consiguió sacar la cabeza entre las piernas de ambos.

Menuda defensora había resultado ser la perra, pensó con sorna. Aunque quería creer que Digger no habría dejado que nada le pasara a Lilly, sabía que la perra era más dada a la ternura que a la lucha. En cuanto a él, no había nada que deseara más que proteger a Lilly, pero ella había vuelto a defenderse sola. Aunque tenía que reconocer que le había parecido muy aliviada al verlo.

Ahora se apoyaba en él, y su piel era suave y maleable, y su fragancia dulce y tentadora. Ty pensó que estaba orgulloso de ella por no haber mostrado debilidad alguna ante Dumont.

Éste se aclaró la garganta.

– He venido a ver por mí mismo que Lilly… quiero decir Lacey… está bien -dijo.

– Ya lo ha hecho, así que puede irse -Ty dio un paso atrás con intención de cerrar la puerta, aunque le diera en las narices con ella.

– Espera. Hay una cosa más -Dumont metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un sobre rectangular-. Es una invitación. Dos, en realidad. Una para mi fiesta de compromiso, este viernes por la noche, y otra para mi boda el mes que viene.

Lacey aceptó la invitación con mano temblorosa. Estaba visiblemente impresionada y agarró la invitación con tanta fuerza que sus dedos se pusieron blancos.

– No espero que me contestes ahora. Sólo quiero que sepas que me alegro de que estés viva. Siento lo que pasó y esperó que aceptes mi invitación a empezar de nuevo.

– Me lo pensaré -dijo ella, sorprendiendo a Ty.

Por la expresión atónita de Dumont, Ty dedujo que a él también lo había sorprendido con la guardia baja.

– Que te lo pienses es lo único que te pido. Ni siquiera merezco eso. Pero voy a tener una nueva familia y a empezar de cero. Espero que entre nosotros también sea posible -Dumont fijó su mirada en Ty-. La disculpa y la invitación también te incluyen a ti -dijo con algo más de crispación.

Ty se limitó a asentir con la cabeza. No tenía intención de dar ninguna satisfacción a aquel hombre. Suponía que eso hacía de Lilly mejor persona que él. Pero no le importaba.

Durante el silencio que siguió, Dumont dio media vuelta y se alejó.

– Es un canalla -masculló Ty mientras cerraba la puerta tras ellos.

Lilly asintió con la cabeza.

– ¿Cómo puede esperar que olvide que me hizo meter en un hogar de acogida a los diecisiete años? -preguntó con voz trémula.

Y Ty sabía que meterla en un hogar de acogida era una de las cosas menos desagradables que le había hecho Dumont. Ninguno de ellos olvidaría nunca el vuelco que había dado su vida como resultado de aquello.

– Eso al menos tuvo una cosa buena. Me conociste a mí -dijo, intentando bromear.

– Y mi vida nunca volvió a ser la misma -Lilly se volvió hacia él con una sonrisa en los labios-. Parece que otra vez has llegado en el momento justo -lo miraba con sus grandes ojos, menos vulnerables que cuando era más joven, pero igual de atrayentes.

– Me he pasado toda la tarde buscando cosas en el Departamento de Vehículos a Motor -el Departamento estaba informatizado, pero no por ello era menos burocrático.

Ty había estado buscando a un marido desaparecido y haciendo indagaciones acerca de un alias que su mujer creía podía usar en varios estados. Si no hubiera estado ya hastiado de la vida, sus casos de personas desaparecidas y esposas infieles le habrían desengañado agriamente acerca del amor. Tenía, no obstante, sentimientos encontrados en general y desconfiaba del daño que Lilly podía infligirle a su corazón… nuevamente.

El suyo era un caso de manual: un caso de miedo al abandono y al rechazo, causado por un padre en el que no se podía confiar que se había largado, y un sentimiento visceral de que Lilly haría lo mismo.

– Menos mal que me estaba aburriendo y se me ocurrió darte una sorpresa y volver a casa temprano para hacerte compañía.

En realidad, un trabajo que apenas debería haberle llevado tiempo se había alargado durante horas porque estaba preocupado preguntándose qué estaría haciendo Lilly en su casa, a sabiendas de que no podía encontrar mucho más que hacer allí que sacar brillo a los muebles.

– A mi tío le has dado una sorpresa, desde luego. Deberías haber visto su cara cuando ha oído tu voz. Se ha puesto completamente pálido.

Ty había querido distraerla mientras aguardaban la reacción de su tío. Tenía pensado sacarla del agobiante apartamento y hacerla sonreír. Aún quería hacerlo. Pero primero tenía que ocuparse de su tío. Por así decirlo.

– Dame un segundo -se sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de Derek-. Soy Ty -dijo cuando el otro respondió-. Necesito que me hagas un favor. Llama a nuestro amigo Frank, de Glen's Falls. Pídele que se ocupe de los casos que tenemos abiertos. Necesito que te ocupes de algo urgente -Frank Mosca era dueño de una agencia de detectives privados de la ciudad de al lado. Su negocio era más grande que el de Ty y tendría personal de sobra.

– Lo que tú digas, jefe.

– Quiero que vigiles a Marc Dumont. Mañana, tarde y noche. Pídele a Frank a uno de sus hombres si lo necesitas. Quiero saber qué anda tramando ese tipo.

– Una misión de vigilancia. Me pondré enseguida con ello. De todos modos, prefiero estar por ahí que ocupándome del papeleo.

– Todo forma parte del juego. Tienes que acostumbrarte a ambas cosas -Ty, sin embargo, estaba de acuerdo con Derek. En el fondo, prefería andar por ahí a estar sentado tras una mesa. Pero hasta que encontraran a alguien que disfrutara de los aspectos más rutinarios de su trabajo, Derek tendría que ocuparse de ellos.

– Quizá pueda convencer a uno de los hombres de Frank para que venga a trabajar con nosotros -Derek se echó a reír.

– Nada de robar a la competencia. Llámame a la menor señal de que pasa algo raro -Ty cerró el teléfono y se volvió hacia Lilly.

– Ya lo estás haciendo otra vez. Me estás protegiendo.

Él sintió que le ardía la cara.

– Hago lo que me sale naturalmente. Mi trabajo consiste en sospechar. Sobre todo, de ese bastardo -masculló-. Y especialmente si de pronto cambia por completo y se comporta como un viejo arrepentido y no como el indeseable que todos sabemos que es.

Lilly sonrió.

– Bueno, me gusta verte en acción -le sonrió. Sus labios se curvaron en un mohín sensual. Su boca parecía suplicar un beso.

Ty dio un paso adelante. Los años se disiparon, el deseo por ella parecía de pronto tan tangible como había sido antaño. La luz de sus ojos le decía que el sentimiento era mutuo. Algo tan fuerte y duradero no podía negarse, a pesar de que, por motivos obvios para ambos, debían mantenerse alejados.

Ty, sin embargo, no lo hizo. Desde el instante en que había vuelto a poner sus ojos en Lilly, había sabido que estaba perdido. ¿Y por qué molestarse en luchar contra lo que deseaba tan ardientemente?

Dejó a un lado las consecuencias para ocuparse de ellas más tarde, bajó la cabeza y dejó que sus labios tocaran los de Lilly por primera vez. La vieja chispa saltó y ardió entre ellos. La besó, rozando sus labios adelante y atrás, con una fricción y una humedad cada vez mayores. El juego de su boca, los movimientos ávidos de la de Lilly, le tentaron a seguir adelante.

Deslizó la lengua dentro de su boca y se llenó los sentidos de ella. Lilly dejó escapar un suave ronroneo gutural y el cuerpo de Ty se tensó, lleno de ansia y de deseo. Dulce y acogedora, femenina y sensual, Lilly se apretó contra él, cumpliendo de ese modo todos los sueños que Ty había tenido. Y algunos que no había tenido.

De pronto, Digger empezó a ladrar y a saltar sobre las patas traseras, suplicando su atención. Aquél no era el mejor modo de volver en sí, pero bastó para ello.

Ty se apartó bruscamente, todavía aturdido, pero mucho más consciente de lo que sucedía a su alrededor.

– Hacía…

– Mucho tiempo que estaba pendiente -dijo ella antes de que él pudiera ordenar sus ideas.

– Sí, eso es -aunque Ty dudaba que él hubiera elegido esas palabras.

Aquello había sido probablemente un error. Y Ty no tenía que esforzarse mucho por buscar el porqué. Ella tenía a un tipo llamado Alex en Nueva York y una vida que no lo incluía a él. Sí, él había sido consciente de todo aquello, pero en el calor del momento no le había importado.

Y debería.

Lilly se rió, pero su risa sonó como un temblor.

Ty estaba convencido de que ella también se arrepentía.

– Tienes que admitir que hacía diez años que los dos teníamos curiosidad por saber cómo habría sido ese beso. Y ahora ya lo sabemos -se volvió y se puso a colocar una manta que ya estaba doblada sobre el sofá. Era evidente que intentaba no mirarlo a los ojos.

O sea que, en el fondo, estaba de acuerdo con él. Aquella idea no hizo que Ty se sintiera mejor.

– Estoy pensando en aceptar las invitaciones del tío Marc -Lilly miró hacia atrás mientras ahuecaba un cojín.

Él agrandó los ojos.

– Estarás de broma.

Ella negó con la cabeza.

– He venido aquí a enfrentarme con el pasado y a pasar página. Tengo que sopesar hasta qué punto es sincero.

– Creía que estábamos de acuerdo en que es un hipócrita -dijo Ty. Deseaba que Lilly pasara página tan poco como deseaba que se acercara a su tío o a cualquier otro pariente de los que nunca habían movido un dedo para ayudarla cuando era pequeña.

Ella levantó el cojín y lo sostuvo contra su pecho.

– Y así es. Seguimos estando de acuerdo en eso. Pero tengo que ir, por mis padres y por mí misma.

– No vas a ir sola.

Una sonrisa de alivio se extendió por el bello rostro de Lilly.

– Esperaba que dijeras eso. Entonces, ¿tenemos una cita? -sus mejillas se sonrojaron en cuanto aquellas palabras escaparon de su boca.

Ty pensó que a Alex, o como se llamara, no le gustaría aquella forma de expresarlo. Pero no hizo ningún comentario al respecto, ni se tomó en serio la palabra «cita». Lilly lo necesitaba de nuevo, nada más. A pesar de que aquel beso hubiera sido todo cuanto él había imaginado y mucho más aún.

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