Lacey necesitaba un baño caliente para aliviar las partes del cuerpo que se había magullado al tirarse al suelo. Todavía temblorosa, condujo lentamente a casa de Ty después de que el vigilante del centro comercial, que llegó poco después del incidente, les tomara declaración. Dejó las llaves que le había dado Ty en una bandeja, sobre la estantería de la entrada, apoyó las bolsas contra la pared y se fue derecha al cuarto de baño. Ni cinco minutos después, la bañera estaba llena de burbujas del gel que había comprado en el centro comercial.
Se metió en el agua caliente, hundiéndose entre las burbujas con la cabeza apoyada contra la pared de fría porcelana y dejó que su tensión se fuera disipando. Acababa de cerrar los ojos, sin embargo, cuando oyó cerrarse de golpe la puerta de entrada y la voz de Ty llamándola.
– ¡Estoy aquí! -respondió. Dio por sentado que Ty le hablaría desde el otro lado de la puerta, pero de todos modos miró hacia abajo y vio con satisfacción que las burbujas la cubrían lo suficiente.
Sin llamar a la puerta ni avisar, Ty abrió de par en par.
– Me he enterado de lo que ha pasado en el centro comercial -dijo atropelladamente.
– Ha sido un accidente -ella permaneció inmóvil, consciente de que, si levantaba un brazo para taparse, se arriesgaba a remover aún más las burbujas.
– Pero ¿estás bien?
Ella asintió con la cabeza.
– Gracias por preocuparte, pero estoy bien. Cansada y un poco dolorida, pero bien.
Ty se quedó en la puerta y deslizó la mirada sobre su cuerpo. Sus ojos parecieron oscurecerse como si de pronto se diera cuenta de que la había sorprendido en la bañera. Desnuda.
Lacey, naturalmente, era muy consciente de la situación. Su cuerpo estaba apenas cubierto, pero de todos modos se sentía completamente desnuda bajo la mirada de Ty. Sus pechos parecieron hacerse más pesados, sus pezones se erizaron y endurecieron y entre sus piernas brotó un delicioso cosquilleo que fue haciéndose más intenso a medida que se prolongaba la mirada ardiente de Ty.
Tragó saliva.
– Ty…
– ¿Sí? -preguntó él con voz ronca.
– Ahora que ya sabes que estoy bien…
– Sí. Me voy -dio un paso atrás. Luego otro y cerró la puerta con fuerza tras él.
Con el corazón desbocado, consciente del deseo que se había despertado en ella, Lacey respiró hondo y hundió la cabeza por completo bajo el agua jabonosa.
Ty se apoyó contra la puerta del cuarto de baño y respiró profundamente, pero nada consiguió calmar el latido apresurado de su corazón. Lilly estaba desnuda al otro lado de aquella puerta, con el cuerpo cubierto únicamente por burbujas. El había entrevisto su piel desnuda, lo suficiente como para que la boca se hiciera agua y el sexo se le tensara de deseo. No sabía si podría resistirse mucho más a la tentación si seguían viviendo bajo el mismo techo.
Su teléfono móvil sonó y él lo abrió, aliviado.
– Sí.
– Soy Hunter.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Ty.
– Me han adelantado de pronto la fecha del juicio de un caso en el que estoy trabajando. Lo que significa que voy a estar todo el día liado estas próximas semanas. Odio decirle a Lilly que no puedo ocuparme de su situación ahora mismo, pero me va a ser imposible hacerlo.
Ty se pasó una mano por el pelo.
– ¿Es normal que hayan adelantado el juicio? -¿o acaso Dumont había decidido mover los hilos para que Hunter estuviera demasiado ocupado para representar a Lilly?
– Hay cambios de fecha constantemente. Forma parte del proceso. Pero suelen ser aplazamientos o suspensiones -masculló Hunter-. De todos modos, voy un paso por delante de ti. Le he preguntado a Anna Marie y me ha dicho que la noticia le llegó esta mañana por los canales habituales.
Ty frunció el ceño. El no estaba tan seguro. ¿Podía sobornarse a Anna Marie?, se preguntaba. Con las credenciales de su familia en el pueblo, lo dudaba. Aun así, no haría ningún daño investigar un poco, y eso era precisamente lo que se le daba mejor.
Ya se debiera el cambio de fecha a causas legítimas o no, Hunter iba a estar muy ocupado con aquel caso, y Ty optó por no preocuparlo más aún preguntándole si Anna Marie era de fiar.
– No te preocupes -le dijo-. Se lo diré a Lilly, pero estoy seguro de que dirá que no hay prisa.
– Bueno, puedo adelantarte algo de lo que puedes ocuparte sin mí. Los padres de Lilly hicieron la escritura del fondo fiduciario y el testamento con el bufete de abogados Dunne & Dunne, de Albany. Paul Dunne es el fideicomisario.
Ty frunció el ceño.
– ¿No es el hermano de Anna Marie?
– Sí. ¿Crees que hay alguna relación?
– No sé qué creer -masculló Ty.
– Pareces cabreado. ¿Qué está pasando por ahí? -preguntó Hunter.
Ty se alejó para que Lilly no lo oyera, entró en su dormitorio y cerró la puerta.
– No puedo soportarlo -se dejó caer en la cama-. No puedo seguir viviendo bajo el mismo techo con ella ni un minuto más o haré algo de lo que me arrepentiré.
Hunter rompió a reír.
– ¿Eso es lo que te molesta?
– Me alegro de que la frustración sexual te haga tanta gracia.
– Antes de que volviera Lilly veías a Gloria con frecuencia, así que no creo que sea sólo frustración. Tal vez debas explorar otras posibilidades -sugirió Hunter.
¿Y exponerse a sufrir cuando Lilly retomara su vida?
– No, gracias. Tengo que dejarte -dijo.
– A mí puedes evitarme, pero a Lilly no -contestó su amigo-. Y, por cierto, no olvides darle mi mensaje y preguntarle si quiere que la ponga en contacto con un abogado especialista en herencias.
– Lo haré. Una cosa más.
– ¿Sí?
– Tal vez quieras ver qué tal está tu amiga Molly -Ty estaba tan preocupado con su propia frustración que había olvidado hablarle del incidente del centro comercial, de modo que procedió a contárselo-. La policía no tiene pistas, salvo que Lilly y Molly vieron un coche oscuro con matrícula de otro estado.
– ¿Les ha pasado algo?
– Las dos están bien, pero…
Ty oyó un clic y se encontró sujetando un teléfono mudo. Se echó a reír, consciente de que Hunter ya estaba marcando el número de Molly Gifford, una mujer que, por la razón que fuera, no quería saber nada de él.
En lo que concernía a las mujeres, ambos tenían últimamente mucho en común y, como decía el antiguo refrán, desgracia compartida, menos sentida.
Pero Hunter no le había dado tiempo a explicarle con detalle lo ocurrido, incluido el hecho de que aquel presunto accidente le daba muy mala espina. Había llamado a Derek por el camino, al salir de casa de su madre. Derek, que había estado vigilando a Dumont, aseguraba que éste no había salido de casa durante el tiempo que Lilly y Molly habían permanecido en el centro comercial. Lo único que ofrecía su información era una coartada para Dumont. Pero ello no significaba que el tío de Lacey no hubiera contratado a alguien para que le hiciera el trabajo sucio.
Por segunda vez en una semana, Hunter se descubrió llamando a la puerta de Molly, sólo que esta vez tenía un buen motivo. Quería ver con sus propios ojos que estaba bien.
¿Qué clase de imbécil estaba a punto de arrollar a dos mujeres en un aparcamiento?, se preguntaba. Al ver que ella no contestaba, volvió a llamar más fuerte.
– Podrías ser un poco más considerado con los vecinos -dijo Anna Marie, asomada a su puerta-. ¿Por qué armas tanto jaleo?
– Espero no haberte estropeado la cena -refunfuñó Hunter.
– Estaba echando una cabezadita antes de irme a la cama y me has despertado. Me gusta dormir un rato a esta hora y quedarme despierta luego para ver el programa de Johnny Carson.
– Ahora es el programa de Jay Leño -le recordó él.
– Bueno, yo prefería a Johnny.
– ¿Molly está en casa? -preguntó él.
Anna Marie movió la cabeza de un lado a otro.
– Ya no. Vino antes y estaba muy nerviosa porque habían estado a punto de atropellada en el centro comercial. Seguro que por eso has venido.
– Sí -y no le sorprendió que la principal fuente de habladurías del pueblo también se hubiera enterado.
– Unos veinte minutos después volvió a salir y no ha vuelto desde entonces. Hoy no has tenido suerte. A no ser que quieras pasar el rato conmigo hasta que vuelva Molly.
– Gracias, de todos modos -Hunter se dio la vuelta y se dispuso a bajar del porche.
– ¿No quieres saber dónde ha ido? -dijo Anna Marie tras él, y añadió sin esperar respuesta-: La oí hablar por teléfono y dijo que iba a ir a cenar con su madre.
Hunter se detuvo en el césped del jardín delantero. Tuvo que refrenarse para no preguntarle si había obtenido aquella información aplicando un vaso a la pared.
– La llamaré luego.
– Siempre puedes pasarte por el Palace de Saratoga. Ahí es donde ha ido. Con su madre y Marc Dumont -prosiguió Anna Marie-. Oí decir a Molly que era su restaurante de lujo favorito.
Anna Marie había oído bien. El Palace era propiedad de un chef que se había trasladado recientemente desde Manhattan para abrir un lujoso establecimiento en el centro de Saratoga.
Era aquél un lugar que alguien con el pasado de Hunter no frecuentaba fácilmente. Hunter, de todos modos, no tenía derecho a entrometerse en la reunión familiar de Molly.
– Creo que hablaré con ella mañana -dijo, poniendo así fin a las esperanzas de Anna Marie de obtener nuevos cotilleos que airear.
– Como quieras -ella retrocedió.
– Espera, Anna Marie -dijo Hunter antes de que entrara en la casa.
– ¿Sí?
– El caso Barber -dijo él, refiriéndose al caso cuya vista se había adelantado. El que de modo tan convenientemente iba a impedirle ayudar a Lilly.
– ¿Qué pasa con él? Ya te dije que el juez Mercer pidió personalmente el cambio.
– ¿Es posible que alguien presionara al juez para que lo adelantara?
Anna Marie se encogió de hombros.
– No creo, porque la fecha original coincide con el inicio de sus vacaciones.
– Unas vacaciones muy repentinas.
– ¿Conoces a la señora Mercer? Incluso yo, si me dijera que saltara, preguntaría que hasta dónde -se estremeció exageradamente-. Es una de las personas más mandonas que he conocido. Quería irse de vacaciones y el juez lo ha arreglado todo para que fuera la semana que ella quería. Sin hacer preguntas.
Hunter, en cambio, tenía numerosas preguntas. Por desgracia tenía también un caso para el que prepararse, lo cual significaba que Ty tendría que hacer averiguaciones por su cuenta.
– Deberías entrar. Hace frío aquí fuera.
– Yo soy de sangre caliente -la mujer sonrió.
Hunter se echó a reír y volvió a su coche. Unos minutos después llamaría a Ty desde el móvil, pero en ese momento estaba pensando en Molly. Si se había sentido lo bastante bien como para ir al Palace, debía de estar, todo lo más, algo impresionada por el incidente, razonó, aliviado.
Llamó a Ty, le puso al corriente y arrancó el coche. Mientras conducía hacia su casa, se descubrió preguntándose si a Molly le gustaba aquel restaurante nuevo, tan ostentoso, o si sólo se había dejado llevar por la elección de su madre. En cuanto a Dumont, no le sorprendía que el viejo intentara complacer a su futura esposa. El Palace era uno de esos sitios que la gentuza como Dumont quería ver y en los que quería ser vista. Pudiera permitírselo o no.
Lacey oyó a Ty pasearse por la casa durante las primeras horas de la noche. Lo oyó hablar por teléfono con Derek, que al parecer estaba vigilando a su tío, aunque Lacey ignoraba con qué fin. Ella tampoco se había dejado engañar por su fachada de buen hombre, pero lo ocurrido en el centro comercial había sido un accidente. Su tío era un cruel, pero ¿atropellada? Lacey sacudió la cabeza, incapaz de creer aquella teoría.
Aunque no estaba tan cansada como para irse a dormir, decidió quedarse en su cuarto hasta que el ardor que había surgido entre Ty y ella se enfriara. No podía impedir que su cuerpo reaccionara ante él, pero necesitaba desconectar su mente. El problema era que no podía.
Cuando estaba con Ty, se acordaba de la muchacha que se había montado en un autobús hacia Nueva York sin idea de lo que la esperaba allí. Se sentía más osada y aventurera. Más dispuesta a admitir que su relación estable y formal con Alex a veces la aburría. Se estremeció al pensar en aquella certeza que no deseaba afrontar. Quizá no estuviera comprometida con Alex, pero estaba vinculada a él a distintos niveles. Lo suficiente como para pensar en el matrimonio. Lo cual significaba que no debería estar pensando en hacer el amor con Ty.
Pensaba en ello, sin embargo. A menudo. Tanto que incluso en ese momento sintió un temblor entre los muslos. Había razones, aparte de la existencia de Alex, para eludir aquellos deseos. Su negocio lo era todo para ella. Era su razón para levantarse por las mañanas y lo que la ayudaba a conciliar el sueño por las noches, agotada y ansiosa porque llegara el día siguiente. Y su negocio estaba en Nueva York, no en Hawken's Cove.
Pero su negocio no llenaba los vacíos que había dentro de ella. Sólo un hogar, una familia y la seguridad que le había faltado casi toda su vida suplirían esas necesidades. Junto con el hombre adecuado.
No tenía ni idea de si Ty era ese hombre. Y desde luego no sabía qué sentía Ty respecto a ella. El se mantenía replegado sobre sí mismo como no hacía Alex, y Lacey ignoraba si era siquiera capaz de darle cuanto ella necesitaba. Aunque la deseara, quizá no quisiera tener la clase de vida y el futuro que Lacey imaginaba para sí misma.
Ahuecó la almohada y se tumbó de espaldas. Pero nada de aquello impedía que deseara a Ty. Y no le cabía duda alguna de que, con Ty, no se trataría sólo de sexo. Ty conseguía ver en su interior, siempre lo había hecho. Lacey se daba cuenta ahora de que nunca había logrado sacárselo del corazón. Naturalmente, tenía diecisiete años cuando se enamoró de él y, diez años después, no lo conocía en absoluto. Pero quería conocerlo.
Quería ser la chica que se había montado en aquel autobús y quería ver qué le deparaban la vida y el porvenir.
Marc Dumont se paseaba por el salón de baile de la casa que había llegado a considerar su hogar. No lo era, desde luego. No tenía derechos sobre la mansión, del mismo modo que no los tenía sobre el fondo fiduciario de Lilly. Ya no.
Años de sesiones para controlar su ira y de reuniones de Alcohólicos Anónimos lo habían llevado a aquello: de ser un hombre a punto de conseguir todo lo que deseaba, incluida una esposa a la que amaba y un futuro, a ser un hombre a punto de perderlo todo gracias a la repentina resurrección de su sobrina presuntamente muerta.
Se sirvió un vaso de agua con gas. No sería fácil asistir a aquella fiesta en la que fluirían los cócteles, pero su prometida insistía en que los invitados se llevarían un chasco si no había alcohol. El sospechaba que no quería dar pábulo a las habladurías y las especulaciones que causaría una fiesta de abstemios. Así que tendría que refrenarse minuto a minuto, en vez de día en día. O de hora en hora. La tentación de beber seguía siendo fuerte.
Y lo era más aún ahora que las cosas empezaban a desmoronarse a su alrededor.
La casa parecía más grande y más imponente de lo que Lacey recordaba. Por más gente que hubiera dentro, ella seguía sintiéndola tan solitaria como después de la muerte de sus padres. Mientras Ty la llevaba en coche al lugar donde había crecido, el nudo que sentía en la garganta se había ido hizo haciendo más grande y el miedo no había cesado de crecer.
Si cerraba los ojos, podía imaginarse a sus padres: a su madre, que la recibía con un abrazo y un beso, y leches y galletas después del colegio, mientras esperaba a que su padre volviera a casa después de un largo día de trabajo. A él no le importaba que su esposa tuviera dinero. Disfrutaba de su trabajo y Lacey daba por sentado que nunca había querido vivir de su mujer.
– ¿Estás segura de que quieres hacer esto? -preguntó Ty.
Ella lo miró y forzó una sonrisa. Si él podía presentarse en aquel mausoleo vestido con traje y corbata, ella podría arreglárselas para entrar.
– Ya soy mayorcita -le dedicó una risa ligera.
Él sacudió la cabeza.
– No me lo creo. Podemos dar media vuelta ahora mismo y nadie notará la diferencia.
– Yo sí -pero agradecía su ofrecimiento-. Además, si nos vamos, nadie verá lo guapo que estás.
Con una camisa azul claro y una chaqueta negra, Ty no era ya su rebelde, sino el caballero que acudía de nuevo en su auxilio. Aun así, incluso en sueños, nunca se lo había imaginado tan sexy ni tan viril.
– Gracias -dijo él hoscamente. Inclinó la cabeza hacia ella-. Y, como tú también estás guapísima, creo que tienes razón. Debemos entrar.
Lacey sintió un hormigueo al oír su cumplido. Se alegraba de que se hubiera fijado en ella. Había elegido aquel vestidito negro pensando en él. Cuando se había mirado al espejo para verse ya vestida, había imaginado los ojos de Ty observándola. Pero nada la había preparado para la mirada ardiente que él le había lanzado.
Ty apartó lentamente los ojos y volvió a fijarlos en la carretera mientras tomaba la extensa glorieta de la entrada.
Lacey volvió a concentrarse en lo que la esperaba esa noche. Un mayordomo los recibió cuando salieron del coche.
– Cuánto lujo -Lacey se preguntaba cómo iba a pagar su tío aquella fiesta.
Sabía que Dumont tenía algún dinero propio, de los empleos en los que había trabajado a lo largo de los años, pero era también consciente de que nunca se había acercado ni por asomo a la riqueza de sus padres. Los ingresos del negocio de su padre se habían agotado hacía mucho tiempo. Y aunque el fondo fiduciario cubría el mantenimiento de aquella casa, o al menos eso había creído siempre ella, dudaba de que su tío hubiera recibido un estipendio una vez que ya no tuvo a Lilly a su cargo.
Pero como no conocía los términos precisos del fondo fiduciario, sólo podía hacer conjeturas basadas en los datos que le había dado su tío cuando vivía con él.
Las suposiciones iban a acabarse, sin embargo, dado que había concertado una cita con la firma de abogados que, según le había dicho Hunter, estaba en posesión del testamento de sus padres. La información era poder y ella pronto la tendría en sus manos.
Ty le puso una mano sobre la espalda y juntos entraron en la casa. Lacey comprendió al primer vistazo que la decoración seguía exactamente igual a como la recordaba. Los suelos de mármol gris y blanco, las paredes blancas y los muebles con diseños florales eran los mismos, pero el calor que recordaba de su infancia había desaparecido. Ello no le sorprendió. Había aprendido, no mucho después de que su tío se mudara a vivir allí, que era la gente la que convertía una casa en un hogar… o en un cascarón vacío.
– ¿Estás bien? -le susurró Ty.
– Sí -mintió ella.
Se sentía mal en todos los aspectos: el corazón le latía velozmente y las náuseas amenazaban con apoderarse de ella. Quería huir a todo correr, lo cual reforzó su resolución de encarar sus demonios y enfrentarse a los miembros de su familia.
– Lacey, cuánto me alegra que hayas venido -Molly los saludó con una sonrisa.
Su voz amable tranquilizó de inmediato a Lacey.
– Gracias. Aunque no sé si me gusta estar aquí -dijo, y dejó que se le escapara una risa nerviosa.
Molly la tomó de la mano.
– Todo irá bien. Quería que vieras lo distintas que son las cosas ahora. Ven a conocer a mi madre.
Lacey miró a Ty, que se encogió de hombros, y juntos siguieron a Molly a través del vestíbulo y entraron en el espacioso cuarto de estar. A Lacey le pareció estar soñando, porque, en lugar del ambiente austero que recordaba de cuando había vivido allí con su tío, había gente riendo y el mismo hombre que la había maltratado se hallaba sentado al piano de cola y sonreía.
Lacey parpadeó dos veces, pero aquella visión no se disipó. Tal vez fuera cierto que su tío había cambiado.
– Lacey Kincaid, quiero que conozcas a mi madre, Francie. Mamá, ésta es la sobrina de Marc -dijo Molly con firmeza.
Una morena muy guapa, vestida con lo que parecía un traje de Chanel, tomó la mano de Lacey.
– Es un gran placer conocerte. Nos alegramos muchísimo de que hayas venido.
– También es un placer para mí conocerla. Sólo les deseo felicidad -dijo Lacey, y de inmediato se sintió torpe.
– Gracias.
– Y éste es Tyler Benson, el mejor amigo de Hunter. Ya te he hablado de Hunter -dijo Molly.
Ty inclinó la cabeza hacia la más mayor de las tres.
– Encantado de conocerla, señora.
– ¡Lilly! ¡Has venido! -el tío Marc apareció junto a su prometida.
Por suerte, tuvo la sensatez de mantenerse a respetuosa distancia de Lacey y no intentó abrazarla ni darle un beso en la mejilla.
– Ya que tuviste la amabilidad de invitarme, pensé que debía venir. Espero que Francie y tú seáis muy felices -dijo Lacey rígidamente.
Sentía los ojos de Molly fijos en ellos, observando cómo se relacionaban.
– Gracias, querida -contestó Francie por él-. Tengo que ir a ver dónde está el champán. Se supone que tendrían que estar ofreciendo a los invitados Dom Perignon o Crystal -la madre de Molly se dirigió a la puerta, presumiblemente en busca del personal de servicio.
– Dom Perignon o Crystal. A Francie le gusta gastar -dijo el tío Marc con sorna.
– Siempre le ha gustado -murmuró Molly.
– Entonces espero que puedas permitírtelo -nadie hubiera podido malinterpretar la intención de Ty. Marc Dumont no iba a mantener a su futura esposa con el dinero de Lacey.
– Aprobé el examen para ser corredor de bolsa y me ha ido bien con Smith & Jones -dijo Marc, refiriéndose a una empresa de la ciudad.
– Pues te deseamos suerte -contestó Lacey, sin saber qué otra cosa decir.
Su tío asintió con la cabeza.
– Os lo agradezco. Por favor, mezclaos con los invitados. Ve a saludar a tus parientes. Se quedaron todos perplejos al enterarse de tu regreso.
– Sí, eso voy a hacer -Lacey se volvió, ansiosa por apartarse de su tío lo antes posible.
– Vamos a tomar una copa primero -sugirió Ty. Deslizó la mano en la de ella, tomándola por sorpresa, y la condujo hacia el bar.
– ¿Sabe mi tío lo que hicimos y dónde he estado? -le susurró a Ty.
Él se encogió de hombros.
– No sé qué le contó Hunter a Molly, pero no creo que lo sepa. Y tampoco creo que importe. No tiene derecho a que le demos explicaciones.
Lacey sonrió.
– En eso estoy de acuerdo contigo.
Ty se dirigió al barman y un momento después ofreció a Lacey una copa de vino blanco.
Ella bebió un largo sorbo, pero su tensión no se disipó.
– Estar aquí es todavía más difícil de lo que pensaba.
Ty la enlazó por la cintura con firmeza. No la hacía sentirse a salvo, sin embargo, porque el consuelo que le proporcionaba iba acompañado de un temblor de deseo y excitación. Un deseo profundo y devorador que sólo él podía satisfacer.
– Respira hondo y relájate. Y procura recordar que ya no eres una adolescente y que no estás sola ni mucho menos -le susurró él al oído, con voz profunda y áspera.
Sin pensarlo, ella se recostó contra su hombro.
– Menos mal que ahora soy más vieja y más sabia, porque estoy verdaderamente abrumada -por más que intentara convencerse de lo contrario-. El que tú estés aquí significa mucho para mí.
– ¿Alguna vez te he fallado?
Ella negó con la cabeza. Ty siempre acudía en su rescate. Le encantaba hacer el papel de su salvador. No importaba que fuera en algo trascendental, como impedir que regresara con su tío, o que se tratara de defenderla de alguien que se metía con ella en el colegio. Ty siempre había estado ahí.
– ¡Lilly!
Ella se volvió y vio acercarse a un hombre alto y calvo. Sus rasgos, una extraña mezcla de los de su padre y los de su tío Marc, daban a entender que eran parientes. Pero habían pasado tantos años que Lacey tuvo que asegurarse.
– ¿Tío Robert? -preguntó.
– ¿Te acuerdas de mí? -dijo él y, acercándose a ella, la tomó de la mano.
Ella asintió con la cabeza.
– Un poco. Pero el parecido familiar me lo ha puesto fácil -se volvió hacia Ty-. Éste es el otro hermano de mi padre -explicó-. Y éste es Tyler Benson, un viejo amigo -añadió, aunque la palabra «amigo» era una pálida descripción de lo que Ty significaba para ella.
– Es un placer -dijo el tío Robert.
– Lo mismo digo -Ty estudió a aquel hombre mientras se estrechaban las manos.
– ¿Dónde está la tía Vivían? -Lacey no la habría reconocido, pero recordaba que su tío estaba casado.
– Supongo que no lo sabes -la mirada de su tío se nubló y Lacey se dio cuenta de que había tocado un asunto triste-. Sufrió un ataque hace unos años y necesita cuidados constantes. Está en una residencia, en casa.
– Lo siento mucho.
– No te preocupes. Así es la vida -repuso su tío.
Obviamente, había tenido tiempo suficiente para asumir la situación de su esposa.
Siguieron unos segundos de violento silencio.
– Lilly y yo íbamos a salir a tomar un poco el aire -Ty rompió la tensión y empujó a Lacey suavemente con la mano.
– Me alegro de verte -le dijo ella a su tío. Luego lanzó a Ty una mirada agradecida. Se sentía incómoda con su tío, que era prácticamente un desconocido.
Como lo eran el resto de los invitados, los cuales debían de ser amigos de su tío y su prometida, porque no conocía a ninguno. Ty y ella salieron a la terraza, que, gracias a que el tiempo otoñal todavía era agradable, estaba abierta.
– Mi madre solía jugar al bridge con sus amigas aquí -dijo Lacey. Inhaló para llenarse los pulmones de aire fresco y limpio y enseguida se sintió más centrada-. No sé en qué estaba pensando cuando me decidí a venir.
Ty se apoyó contra la barandilla.
– Tenías que ver la casa, la gente… Intentar cerrar una parte de tu vida. Es comprensible, en mi opinión.
Ella inclinó la cabeza.
– Voy a ir al cuarto de baño. Cuando vuelva, ¿te importa que nos vayamos? -preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
– Sí, me importa. Quería ser el último en marcharme -dijo él con una sonrisa.
– Eres un guasón -le dio en broma un puñetazo en los hombros-. Enseguida vuelvo.
Sorprendida y contenta, Lacey dio media vuelta y se abrió paso entre la gente, camino del cuarto de baño. Pero no se dirigió al tocador que había en la planta baja, sino al del recibidor de la planta de arriba, justo al lado del dormitorio donde había crecido.