Epílogo

– ¿Qué opinas de expandir mi empresa? -le preguntó Lacey a Ty-. Los barrios residenciales de las afueras tienen la misma necesidad de personas que hagan los trabajos que a la gente no le da tiempo a hacer. Además de las tareas domésticas y de pasear a los perros, hay que hacer la compra, cocinar…

Su marido miró por encima del periódico de la mañana.

Se habían casado poco después de que Lacey reclamara su herencia, en una ceremonia íntima en casa de la madre de Ty, acompañados sólo por Flo y el doctor Sanford, Hunter y el tío de Lacey. Todos en aquel extraño grupo podían haberse sentido violentos, pero todos se habían portado impecablemente. Sólo faltaba Molly. Lacey había recibido una postal desde California y sabía que su amiga estaba viajando (o sea, huyendo), y que no había echado raíces en ninguna parte.

El pobre Hunter se había entregado en cuerpo y alma al trabajo y a las mujeres (demasiadas mujeres), y había dejado a un lado todo lo demás.

– ¿Estás sugiriendo que nos vayamos a vivir fuera de la ciudad? -preguntó Ty, atrayendo de nuevo la atención de Lacey, que de todos modos no andaba muy lejos.

Todavía le encantaba mirar a su marido por las mañanas. Su asomo de barba, tan sexy, y su sonrisa soñolienta nunca dejaban de excitar su deseo. El destino había vuelto a unirlos y ella no pensaba desaprovechar aquella segunda oportunidad.

– ¿No te gustaría tener más espacio y aire fresco, además de sitio para otro perro? -dijo en broma mientras calibraba su reacción.

– No sé por qué, pero creo que a la señorita Mal Aliento no le gustaría tener competencia -Ty acarició la cabeza de Digger. La perra yacía sobre su regazo, adonde siempre se encaramaba llena de contento. Si podía elegir, prefería a Ty antes que a Lacey.

Ella se echó a reír.

– ¿Y tú? Podrías ejercer de detective en el condado de Westchester, o mantener este apartamento como base de operaciones y utilizarlo como oficina y seguir trabajando en la ciudad. Es muy fácil llegar en tren o en coche.

Él dejó el periódico sobre la mesa.

– Has estado haciendo averiguaciones, ¿verdad?

Ella sonrió.

– Pensé que lo lógico era reunir todos los datos antes de presentar mi propuesta. He comprobado todas las posibilidades y el tráfico en Long Island es horrendo y te volvería loco. Naturalmente, también podrías tomar el tren desde allí. En todo caso, hay buenas escuelas y muchos pueblos donde podemos mirar. Pero si prefieres…

– ¿Por qué ahora? ¿De repente quieres mudarte? Creía que te encantaba la ciudad y este barrio. Que este apartamento te parecía perfecto y muy acogedor.

– Me parece perfecto y muy acogedor para nosotros dos y la perra -Lilly se levantó, se acercó a su silla y empujó suavemente a Digger. La perra tuvo que saltar al suelo para que Lilly se sentara sobre el regazo de Ty y le rodeara el cuello con los brazos-. Pero, si vamos a aumentar la familia, esta casa es demasiado pequeña, ¿no crees? -preguntó.

«A ver si adivinas», pensó mientras se acurrucaba buscando su calor.

– Oye, ¿intentas decirme que estás embarazada? -preguntó él, visiblemente sorprendido y un poco nervioso, a juzgar por cómo se le había enronquecido la voz.

Ella sacudió la cabeza.

– Intento decirte que quiero estarlo. Tú también decides en esto.

El le rodeó la cintura con los brazos.

– Oh, yo estoy decidido -movió los muslos bajo ella para que sintiera hasta qué punto estaba listo para hacer realidad sus sueños.

Lacey se echó a reír.

– ¿Y qué me dices de aquí? -preguntó mientras tocaba su pecho-. ¿Has pensado en tener familia?

El asintió con la cabeza.

– Pero sabía que estábamos tomando precauciones y que por tanto no habría…

– Nada de sorpresas -le aseguró ella. De pronto comprendía qué había causado su nerviosismo.

A Ty le gustaba planear y pensar cuidadosamente las cosas. Lacey se había ido dando cuenta desde que estaban juntos. Por eso era tan buen detective, porque era capaz de atar cabos y descubrir alternativas que pasaban inadvertidas para la mayoría de la gente.

– No te preocupes, estarás en este proyecto desde el principio -Lacey movió el trasero sobre su miembro erecto y dejó que una oleada de deseo la embargara.

No sólo de deseo, se corrigió, sino de amor. Quería a Ty con todo su corazón y su alma.

– Podemos empezar a mirar casas cuando quieras -él le dio un beso en los labios-. ¿Contenta? -preguntó.

Ella asintió con la cabeza.

– Mucho. Es sólo que me siento culpable por ser tan feliz cuando Hunter lo está pasando tan mal.

Ty echó la cabeza hacia atrás y la miró a los ojos, comprensivo.

– No podemos hacer gran cosa por él hasta que se recupere y supere lo de Molly.

Lacey levantó las cejas.

– ¿Tú me olvidarías tan fácilmente?

Él frunció el ceño y torció los labios hacia abajo.

– No es lo mismo.

– Eso no lo sabes. Yo los vi juntos. Hunter la quiere.

– Y ella lo traicionó. Hunter arriesgó su corazón y ella lo pisoteó -dijo Ty en defensa de su mejor amigo-. La gente se enamora de la persona equivocada y lo supera. Mira lo que os pasó a Alex y a ti.

El ex novio de Lacey la había llamado poco después de la llegada de Ty. Ty había contestado al teléfono y se lo había pasado a ella de mala gana, pero al menos no le había colgado. Lacey tuvo una breve conversación con él y, para su sorpresa, Alex se disculpó por su comportamiento cuando rompió con él. Había pasado el tiempo suficiente como para que superara la idea de que eran pareja, le dijo. Y, aunque ambos sabían que nunca serían amigos, al menos su relación no había acabado agriamente, cosa que Lacey agradecía. Alex había desempeñado un papel importante en su vida y estaba convencida de que, gracias a él, había cobrado conciencia de cuánto amaba y echaba de menos a Ty.

Lacey suspiró.

– Alex y yo tuvimos una relación importante -dijo con cuidado-. Pero yo nunca le quise y él reconoció que estaba más enamorado de la idea de casarse que de mí.

– Eso lo convierte en un idiota y a mí en un hombre afortunado -contestó Ty-. En cuanto a Hunter, deja que sea él quien encuentre una solución. Tú no puedes arreglarlo por él.

Ella frunció los labios en un mohín.

– Pero…

– Pero nada. Ya has hecho todo lo que podías por Hunter, empezando por saldar los préstamos de sus estudios.

Lacey hizo una mueca al recordar el airado sermón que le había dedicado Hunter. Pero, bajo su orgullo, ella sabía que agradecía el gesto. Era lo menos que podía hacer por el hombre que tanto había hecho por ella.

– Sigue trabajando demasiado y yendo de flor en flor. Es…

– No es asunto tuyo -insistió Ty. Mientras hablaba, deslizó las manos bajo la camiseta de Lacey.

Tenía las palmas de las manos calientes y su deseo era muy evidente: su miembro erecto se apretaba contra el muslo de Lacey, distrayéndola. Que era lo que pretendía, ella lo sabía. Hizo lo que pudo por no gemir y que, al oírla, Digger corriera a interrumpirlos.

– Hunter solucionará su futuro -dijo Ty con una decisión que parecía ordenarle que no se metiera en la vida de su amigo-. Entre tanto, nosotros vamos a empezar a trabajar en el nuestro.

¿Y cómo iba Lacey a llevarle la contraria en eso?

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