Un sonoro trueno anunció, desde la distancia, la presencia de una tormenta primaveral. Drew llegó hasta la puerta de aquella oscura y silenciosa casa, repentinamente iluminada por la luz de un rayo.
Se estremeció. Nunca le habían gustado las tormentas.
Tess lo había llamado hacía media hora y le había rogado, en un tono frenético, que fuera a su casa. No había esperado volver a saber de ella después de su último encuentro y, mucho menos, pasar la noche en su compañía.
Las últimas semanas habían sido realmente duras. Se había sentido solo y trataba desesperadamente de ocupar su tiempo en algo para evitar pensar en Tess Ryan. Había empezado a cultivar una profunda amistad con Rufus, quien ya dormía a los pies de su cama. Pero no le servía como sustituto de Tess.
Alzó la vista y miró la fachada de la casa, nuevamente iluminada por un rayo. Era como tantas otras mansiones de aquella zona.
Tal vez, Tess había decidido darle otra oportunidad. Por si acaso, había agarrado un par de pantalones y una camiseta de repuesto que había echado en el coche.
Pero le extrañaba que la casa estuviera tan oscura.
Podría ser que el motivo de su llamada no fuera una reconciliación. ¿Y si se había enfrentado con su hermana por su causa? Después de todo, ella seguía creyendo que Drew salía con Lucy y Lucy también. Sólo Cosgrove y él sabían la verdad.
Cuando estaba a punto de llamar al timbre, se dio cuenta de que la puerta estaba abierta. La empujó y miró dentro de la casa.
– ¿Tess? ¿Estás aquí?
Aquella situación era algo absurda. Si lo que quería era contarle la verdad, ¿por qué lo había despertado a las dos de la mañana y lo había obligado a levantarse y a conducir en mitad de la noche hasta aquel tenebroso lugar? ¿Acaso quería que su hermana fuera testigo de lo que fuera a suceder?
La verdad era que estaba ansioso de conocer a la mujer que había originado todo aquel enredo, la mujer que había conquistado de aquel modo el corazón de Cosgrove y que había llevado a Tess a tramar toda aquella serie de venganzas.
Entró en la casa y llegó al salón, tropezándose con todos los muebles que había. De pronto, un rayo iluminó las ventanas y Drew creyó intuir una figura fuera.
– ¿Tess? ¿Eres tú?
De nuevo, un rayo resplandeció y la figura había desaparecido. Debió de habérsela imaginado.
Continuó caminando, hacia la parte trasera de la casa.
De pronto, algo crujió bajo sus pies. Se agachó para buscar que había sido y un trozo de porcelana rota le pinchó el dedo, provocándole una herida. Comenzó a sangrar.
– ¿Qué demonios…
El pánico se apoderó de él. ¿Acaso alguien había entrado en la casa?
Se aproximó a la pared y buscó el interruptor de la luz, pero al darle descubrió que habían quitado los plomos.
– Tess, Tess, ¿dónde estás?
¿Por qué no había llamado a la policía? Imágenes horribles lo asaltaron de pronto. Tess podría estar gravemente herida.
– ¡Tess, contéstame! -gritó con desesperación.
– Estoy aquí -dijo ella suave y calmadamente.
Drew se volvió hacia la voz.
– ¿Dónde?
– Aquí.
Se movió hacia allí y casi se tropieza con ella. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la jamba de la puerta.
– ¿Estás bien?
– No, la verdad es que no -respondió.
Tomó su rostro entre las manos.
– ¿Qué ha ocurrido?
Ella respiró pesadamente.
– Nos peleamos, una gran pelea.
– ¿Con quién?
Ella le agarró con fuerza de la camiseta.
– No era mi intención hacerlo -dijo con desesperación-. Sólo quería explicarle lo que había sucedido y entonces ella se puso a discutir y se me fue de las manos…
– ¿Quién? ¿Quién es ella?
– ¡Lucy!
– ¿Lucy?
– ¡Sí, sí! Tu ex amante y la mujer que todavía amabas.
– Tess, yo…
– Le conté lo nuestro… Estaba furiosa. Parecía que un demonio la hubiera poseído. Jamás la había visto así. Gritaba y pataleaba. Me daba miedo. Agarré una figura de porcelana y se la lancé…
Drew se sentó junto a ella.
– Tess, lo siento, nunca pensé que esto pudiera complicarse tanto… yo…
– ¡La he matado! -dijo Tess-. Esas figurillas son más pesadas de lo que parecen.
Drew se quedó sin respiración.
– ¿Qué? ¿Qué has dicho?
– Que esas figurillas son más pesadas de lo que parecen. Tiene gracia, no se rompió cuando le golpeó la cabeza, sino cuando cayó al suelo.
– No, no me refiero a eso. ¿Qué has dicho sobre Lucy?
– Que la he matado… o eso creo.
Drew se puso rápidamente de pie.
– ¿Dónde está, Tess? ¿Has avisado a una ambulancia, a la policía?
– No respiraba, así que estaba casi segura de que estaba muerta. La saqué al jardín y cabe un agujero. La enterré allí. Yo creo que estaba muerta. No se movía.
Drew se agachó y la obligó a ponerse de pie.
– ¡Cielo santo, Tess! ¿Qué has hecho? ¡Jamás pensé que esto podría llegar tan lejos!
– Cavé un agujero muy profundo. Pero, tal vez no debería haber cubierto el cuerpo con tanta tierra.
– ¡Enséñame dónde está!
Él la siguió a través de la cocina, hasta el jardín. Rogó al cielo para que no fuera demasiado tarde.
Estaba completamente oscuro. De pronto, todo el escenario tomó sentido: la casa a oscuras, la porcelana rota… Debería haberse imaginado que algo andaba mal cuando Tess lo llamó.
Se maldijo a sí mismo una y cien veces por no haber sido sincero desde el principio. Ya veía a dónde le había llevado toda aquella sarta de mentiras. Sin duda, el amor era como un bebedizo que te anulaba la voluntad y te obligaba a hacer cosas irracionales.
Pero no tenía justificación. Había manipulado a Tess y a Lucy hasta ocasionar aquella tragedia.
No obstante, si Lucy estaba muerta, si Tess había cometido el crimen, él estaba dispuesto a sufrir las consecuencias junto a ella.
– Aquí es donde la enterré.
Drew tomó una pala que había al lado y se puso a cavar.
– ¿Está muy profundo?
– Sí, mucho -respondió ella-. Quizás lo mejor es que la dejemos ahí. Estará toda llena de tierra.
– ¡Maldita sea, Tess! ¿Cómo puedes actuar así? Parece que no te importara…
– Pero a ti sí te importa, porque sigues enamorado de ella, por eso quieres salvarla.
Clavo la pala con fuerza en la tierra.
– ¡Pero si ni siquiera conozco a tu hermana! -dijo con voz amarga-. Lucy estaba enamorada de mi hombre de confianza, quien había fingido ser yo para no decepcionarla. Después de que él rompiera con ella, tú empezaste tu venganza. Yo sólo quería que confesaras lo que habías hecho, por eso te dije que iba a volver con Lucy. Nunca pensé que…
De pronto, Drew se detuvo. Había algo en todo aquello que le resultaba harto sospechoso. El tono de voz de Tess estaba lleno de humor y su rostro mostraba una sonrisa complacida nada adecuada a las circunstancias.
Levantó la cabeza.
– ¿Tú crees que así es lo suficientemente profundo, Lucy? -preguntó Tess.
Junto a ella, había otra mujer, con el pelo oscuro, como el de ella y la misma figura estilizada.
– No sé. A papá le gusta que los rosales queden bien hondos. Tal vez, debería cavar un poco más.
Drew las miraba en silencio. Por fin, soltó la pala.
– ¿Tú crees que parece arrepentido, Lucy? Después de todo, ha sabido la verdad durante muchos días, pero no se dignó a decir nada. Prefirió divertirse un rato.
Drew la miró incrédulo.
– ¿Y qué me dices de ti, Tess Ryan? ¿Y tus trucos y venganzas?
– Era yo la que se estaba vengando, no ella -dijo Lucy-. Tess lo único que hacía era deshacer lo que yo hacía para que no me metiera en líos. Y todo, porque tu hombre de confianza decidió hacerse pasar por ti. Así que, no se te ocurra culparla de nada. Es una gran hermana y la adoro.
Con esto, Lucy se dio media vuelta y se dirigió hacia la casa.
– Bueno, este ha sido el principio y el final de mi corta carrera en el arte de la venganza. Respecto a ti, será mejor que salgas de ese agujero, parece que va a empezar a llover.
Tess se dio la vuelta y se dirigió hacia la casa. En cuanto ella estuvo a cubierto, comenzó a diluviar.
Había habido más de una ocasión en la que habría deseado no haber conocido jamás a Tess Ryan. Aquel era uno de esos momentos.
– ¡Estás preciosa! -le dijo Tess, mientras daba los últimos toques al pelo de Lucy.
Su hermana trataba a duras penas de contener las lágrimas de felicidad.
– ¡Estoy tan contenta, Tess! -Lucy se miró el sofisticado traje que lucía-. ¿Crees que está bien que vaya de blanco? Esta es mi cuarta boda. Ya soy una veterana. Debería de llevar un estampado de camuflaje.
– ¡Es la primera vez que te veo realmente como una novia! Y es la primera vez que voy de madrina -Tess miró desde la puerta la capilla adornada con flores-. Va a ser una boda maravillosa. ¡Me encantaría que papá estuviera aquí para acompañar a la novia al altar!
– Lo hará en tu boda -dijo Lucy.
– Yo no contaría con eso -dijo Tess.
Lucy la miró directamente a los ojos.
– Nunca se sabe, Tess. Las cosas podrían arreglarse -los ojos de Lucy se posaron sobre una figura conocida.
Era Drew. A Tess le dio un vuelco el corazón. Sólo habían pasado unas pocas semanas desde la última vez que lo había visto, metido en un agujero y cubierto de barro, pero tenía la sensación de que hacía una eternidad. Parecía más delgado, pero su rostro seguía siendo el mismo, sus ojos azules y peligrosos, y su voz, profunda y suave, seguía sonando a cántico celestial en sus oídos. ¿Qué les había pasado?
– ¿Qué está haciendo aquí?
Lucy sonrió.
– Es el padrino de Elliot. Sabía que si te lo decía, te habrías negado a venir a mi boda y te necesitaba a mi lado, Tess. No podría haberme casado sin ti. Por favor, no te enfades.
Tess suspiró y apartó los ojos al ver que él la miraba.
– Está bien. Supongo que podremos dejar nuestras diferencias a un lado en este día tan especial.
Lucy besó a su hermana en la mejilla.
– Gracias. Y ahora, vámonos, es hora de entrar. Me caso por última vez en mi vida.
Tess acompañó a Elliot y a su hermana hasta el altar, mientras Drew los seguía.
El ministro los esperaba en el altar, todo vestido de blanco.
Al llegar allí, Tess se colocó a la izquierda de Lucy y evitó mirar a Drew hasta que el padre empezó a hablar. Entonces, levantó la mirada del ramo de lilas que tenía en la mano y se encontró con sus ojos. Se ruborizó de arriba abajo.
¿Cómo podía afectarla tanto? Después de todo lo que había sucedido, de todo lo que había hecho, debería odiarlo. Pero, cada vez que trataba de sentir rabia o disgusto, el recuerdo de su tacto y de sus besos la asaltaban.
Pero eso era todo lo que eran: recuerdos. Si lograba superar los próximos treinta minutos, se habría librado de él para siempre.
Lo cierto era que, desde la primera vez que lo vio, comenzó a desear un futuro con él. Había tratado de ignorar esos deseos ocultos, pero siempre habían estado ahí. En aquel instante, de pie ante un altar, se dio cuenta de que aquello también había sido parte del cuadro imaginado, sólo que Drew y ella eran los novios.
Lucy y Elliot se intercambiaron los votos de amor eterno y Tess no pudo por menos que preguntarse si, algún día, ella encontraría el hombre adecuado.
Sin pensar, miró a Drew. Pero esta vez, no parpadeó. Y lo que vio en aquellos ojos azules la paralizó: había arrepentimiento, necesidad, deseo y frustración. Y, aunque nunca se lo hubiera dicho, vio amor, un profundo amor por ella.
– Yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
Lucy le entregó el ramo a Tess y ésta aprovechó para bajar la mirada.
Lucy se lanzó sobre su marido quien, al principio, parecía receloso, pero que acabó por besar a la novia con la misma pasión.
Felicitaron a los novios con besos y abrazos. Pero, en el momento en que Drew se acercó a ella, Tess fingió estar entretenida con los lazos del ramo. No quería que la tocara, porque entonces estaría perdida.
Lucy agarró el ramo y salió a toda prisa de la capilla junto con Elliot. Desde la puerta, le lanzó el ramo como un verdadero pitcher de béisbol. Primero le golpeó a Tess en la cara y, finalmente, le cayó en las manos.
Para cuando volvió a mirar, los recién casados ya habían desaparecido, rumbo a Las Bermudas.
Tess y Drew se quedaron solos, en mitad de una capilla solitaria y silenciosa.
– Parece ser que vas a ser la siguiente.
– Lo dudo -respondió ella, cabizbaja.
– ¿Reniegas de los hombres? Espero que no sea por mi culpa.
– Tú sólo has ratificado mi creencia de que sólo dais problemas.
– No deberías tirar toda la caja, sólo porque te has encontrado una manzana podrida -hizo una pausa y se quedó mirando el pasillo vacío de la capilla-. Envidio a Elliot. Ha encontrado una mujer que lo ama y que quiere pasar la vida a su lado. Es un hombre afortunado. Eso es, exactamente, lo que yo he estado buscando.
La miró en silencio, pero no obtuvo respuesta.
– Tess, sé que lo que hice estuvo mal, pero yo…
Ella alzó la mano para que no continuara.
– No quiero hablar de ello.
Él le agarró la mano y posó un dulce beso sobre su palma. Ella se estremeció.
– Pero yo sí. No podemos continuar así. Tenemos que intentar reparar lo que ha sucedido.
– ¿De verdad que tú crees que podemos? Yo, sencillamente, creo que hemos formado tal lío que ya no hay forma de desenredarlo. Después de quitar los nudos, no nos quedaría nada, nada en el centro.
– No puedes pensar eso de verdad.
– Ya no sé qué pensar. Lo único que sé es que, ahora, mi vida vuelve a estar en orden otra vez. Tengo mi carrera y…
– ¿Y qué pasa por las noches, Tess, cuando estás sola en la cama? ¿En qué piensas entonces? ¿Sabes en qué pienso yo?
– No estoy segura de querer saberlo.
– Pienso en ti, en lo bueno que fue todo aún en mitad del caos que habíamos creado. Pienso en cuánto me gustaría tenerte en mis brazos. Ésta debería de haber sido nuestra boda.
– ¿Y qué piensas sobre la cantidad de mentiras que había entre nosotros?
– Siento mucho que así fuera. Yo sé que fui un estúpido, pero creo que, en el fondo, tenía una buena razón: quería saber lo que sentías realmente por mí.
– Pues ahora ya lo sabes.
Ella se puso en marcha, sin esperar más, en dirección a la salida, pero él la agarró del brazo.
– No voy a darme por vencido, Tess.
– Y yo no voy a cambiar de opinión.
Con esto, se libró de su mano y salió de la iglesia. Cuanto antes pudiera borrar el fantasma de Drew Wyatt, antes podría volver a vivir.
– ¿Tess? Tess, ¿estás en casa? ¡Ya hemos vuelto!
La voz de Lucy resonó en la casa y Tess suspiró suavemente. Llevaba tantos días escuchando sólo el silencio de aquellas habitaciones, que había olvidado lo agradable que era poder charlar. Aunque tener a Lucy al lado era, en ocasiones, un auténtico infierno, la mayoría de las veces se convertía en una estupenda amiga y confidente.
– Tess, ¿por qué hay un cartel de Se Vende en la entrada? ¿Qué está pasando? ¿Dónde estás?
Si se quedaba tumbada y quieta donde estaba, Lucy no podría encontrarla. Quizás Elliot y ella acabarían yéndose y no tendría que escuchar lo maravillosa que había sido su luna de miel y lo enamorados que estaban. No era que le fastidiara la felicidad de su hermana, pero llevaba ya algún tiempo en un estado de ánimo lamentable; exactamente, desde el día de su boda o, mejor dicho, desde el último día que había visto a Drew.
No sabía cuántas veces había recordado sus últimas palabras, sus argumentos, su confesión implícita. Pero algo en ella le impedía romper las cadenas y decir que sí. ¿Qué era exactamente lo que la retenía? ¿Era de verdad la falta de confianza? ¿O sencillamente el convencimiento de que un hombre como Drew no podía estar enamorado de ella?
Ya casi había llegado a convencerse de que estaba mejor sin él, casi había logrado pasar algún día entero sin pensar en él. Pero las noches seguían siendo difíciles, sola ante un plato de comida, en la cama con la única compañía de un libro.
Drew todavía llenaba sus pensamientos nocturnos, inundaba sus sueños y cada mañana el mismo dolor.
Tess le dio una patada al somier. No se estaba mal allí debajo de la cama, en compañía de inmensas bolas de polvo. Había una tranquilidad que su hermana Lucy ya había descubierto mucho tiempo atrás.
No obstante, ni siquiera la soledad y el aislamiento de un lugar así, eran suficientes para borrar la imagen de él.
De pronto, sintió un rayo de luz sobre la cara. Su hermana había levantado el colchón y la miraba entre las láminas del somier.
– ¡Hola! ¿Ya has vuelto?
– ¿Qué haces ahí? -le preguntó Lucy.
– Se me ocurrió probar qué tal me sentaba esto -respondió-. No está mal.
– ¿Podrías salir y saludar a Elliot? Ha estado muy preocupado por ti.
– La verdad es que preferiría quedarme aquí un poco más, si no te importa.
Lucy se levantó de la cama y se metió debajo. Se acostó junto a su hermana. Alzó la mano y agarró un paquete que tenía escondido allí.
– ¿Quieres?
– ¿Qué es?
– Bombones -respondió Lucy.
– ¿Guardas comida debajo de la cama?
– A veces me entra hambre cuando estoy aquí. También tengo unas Oreo en algún lado.
– No tengo hambre, Lucy.
Su hermana la miró con tristeza.
– ¿Todavía te sientes mal por lo de Drew? Sé que lo pasaste mal en mi boda, pero yo lo hice con mi mejor voluntad. Pensé que si os veíais…
– Prefiero no pensar en él.
– No se solucionó.
Tess suspiró y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No.
– Yo sé cómo podrías olvidarlo.
– ¿Cómo?
– Se trata de cerrar la relación, es una teoría psicológica.
Tess soltó una carcajada y sus lágrimas se mezclaron con la risa. Estaban en el mismo lugar en el que habían empezado tiempo atrás. Sólo que el desarrollo de la historia no había sido el que ella se había imaginado: Lucy había acabado casándose con el hombre que la había abandonado y Tess… se había enamorado. Era el turno de Lucy para consolar a su hermana por un romance desastroso.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó Lucy.
– Creo que me voy a marchar de aquí, tal vez a Washington, D.C. He conseguido algunos contactos a través de papá y podría tener mucho trabajo en aquella zona. Lo que quiero es empezar de cero, sin malos recuerdos.
– Pero no te puedes marchar. Te necesito aquí -protestó Lucy mientras le agarraba la mano.
– Tú tienes a Elliot.
– Ya, y es un encanto, pero no deja de ser un hombre.
– Ahora que tú ya estás establecida, papá y Rona quieren vender la casa. Es buen momento para un cambio -dijo Tess.
– Elliot me ha contado que Drew dice lo mismo. Está pensando en irse a Italia. ¡Pero allí te lo va a quitar alguna apasionada italiana!
– Eso está bien. ¿Lo ves? Él va a seguir adelante con su vida. Yo tengo que hacer lo mismo.
– Tess, eres una necia. Cualquiera se daría cuenta de que estáis el uno loco por el otro. ¿Por qué no das tu brazo a torcer y tratas de recuperarlo?
– Lucy, te agradezco tu interés, pero esto es asunto mío. Así que déjame que yo solucione mis asuntos a mi manera. Y, ahora, vamos a saludar a Elliot. Quiero que me contéis todo sobre vuestro viaje. ¿Me has traído algún regalo?
Sólo tres frases fueron suficientes para que Lucy cambiara de tema. Comenzó a hablar sobre su luna de miel, mientras salían de debajo de la cama. Pero Tess no podía dejar de pensar en Drew, en su mirada el día de la boda. ¿Por qué se negaba a creer en sus palabras? ¿Qué temía perder?
Después de todo, ya tenía el corazón destrozado. No podía ocurrirle nada peor.