Drew abrió la puerta esperando encontrarse a la asistenta, que tenía el mal hábito de olvidarse siempre de la llave. O, quizás, sería el mensajero que tenían que mandarle de la oficina, con los papeles del proyecto Gresham Park.
Pero, al abrir la puerta, no se encontró con su asistenta, ni con un mensajero. Era Elliot Cosgrove, con un montón de paquetes y una inmensa muñeca hinchable.
– Lo siento, señor, pero pensé que sería importante que viera esto.
Drew se apartó y lo dejó pasar, sin dejar de mirarlo anonadado. ¿Qué le ocurría a aquel hombre? ¿Es que había pasado de hablar con el perro a acabar trayéndole una muñeca hinchable? Definitivamente, había perdido el juicio.
Elliot dejó los paquetes en el suelo de la entrada y puso la muñeca en una silla. Pero ella se negaba a sentarse y se empeñaba en resbalarse y terminar provocadoramente acostada en el suelo. Por fin, después de varios intentos, le dio una patada que la dejó boca abajo.
– Elliot, ¿te importaría presentarme a tu amiga? -le pidió Drew.
– No es mía, sino suya, señor -replico Elliot.
Drew lo miró extrañado.
– Sé que he tenido últimamente ciertos problemas en el capítulo amoroso, pero no necesito esto.
– Señor, me temo que me he explicado mal. No quería decir eso. Lo que quería que supiera es que, esta misma tarde, han enviado a su oficina esto junto con otra serie de cosas que prefiero no tener que nombrar una a una. Ya sabe… -abrió una caja-. Un látigo, unas esposas y un preservativo gigantesco.
Elliot alzó la vista y sonrió como pidiendo disculpas por todo aquello.
– Tuvimos que abrir la caja. El hombre de la mensajería insistió en que comprobáramos que estaba todo para que no pudiéramos poner una queja después.
Drew frunció el ceño.
– Creo que me puedo hacer una idea. ¿Y cuántos clientes había en recepción en aquel momento?
– Unos cuantos. Estaban el señor Landres del proyecto del parque Sutton y el señor Cartwright de Denham Plaza.
Drew comenzó a pasear de arriba abajo del corredor.
– Quiero que Lubich pague por todo esto. Quiero borrarlo del mapa. Me importa un rábano si tenemos que tirar los precios y construir por debajo del coste.
– No es Lubich, señor, el que está detrás de todo esto.
– ¿No es Lubich? Pues serán sus secuaces, ¿qué diferencia hay?
Drew lo miró, casi desafiante.
– Tampoco son sus secuaces.
– ¿Quién es, entonces?
– Señor, creo será mejor que se siente mientras le explico lo que está ocurriendo.
Elliot parecía seriamente preocupado, casi se podría decir que estaba disgustado por lo acontecido.
Claro que, conociéndole, no le sorprendía que un envío de aquellas características hubiera atentado contra todos sus principios.
No obstante, era Drew el que estaba siendo objeto de tales afrentas, no él. Realmente aquel hombre se tomaba su trabajo demasiado en serio.
– Cálmate, Elliot, y dime todo lo que sabes. Pero sé breve. Tess está arriba y no quiero tenerla esperando.
Elliot se dejó caer sobre la misma silla que había ocupado la muñeca momentos antes.
– ¿Está aquí? Ha permitido que esa mujer entre en su casa -Elliot se restregaba la frente con preocupación.
Drew lo miró algo indignado.
– Creo que será mejor que te expliques, Elliot -le dijo con impaciencia. ¿Qué demonios tenía Cosgrove contra Tess? Que él recordara, no la conocía de nada.
Elliot alzó las manos con desesperación.
– ¡Es ella, señor! -dijo, con voz angustiada-. Ella es la que está haciendo todo esto.
Drew soltó una sonora carcajada.
– ¿De qué estás hablando? ¿Por qué iba a querer ponerme en evidencia?
– Porque, en realidad, es a mí a quien quiere poner en evidencia. Pero ella piensa que yo soy usted -Elliot respiró potente y sonoramente, como tratando de recabar todas las fuerzas que tenía-. Estoy seguro de que después de que se lo cuente, estaré despedido. Pero antes de nada, quiero decirle que me alegro mucho de haber tenido la oportunidad de haber podido trabajar con un hombre de su talento.
– ¡Elliot, lo sueltas ya, por favor!
La explicación salió toda de golpe, sin respiraciones o pausas.
– Mientras usted estaba en Tokio fingí que era usted para impresionar a una mujer y ella se enamoró de mí, porque creía que su casa era mi casa y su coche era mi coche y tuve que romper antes de que me descubriera. Pero la amo -hizo una pausa-. Señor…
– ¿Fingiste ser yo para impresionar a una mujer? El mundo no tiene lógica -Drew consideró la confesión durante unos segundos-. Así que utilizaste mi coche y mi nombre.
Elliot asintió.
– Y su perro, señor.
– ¿Y funcionó?
– Sí, señor -dijo él sorprendido-. Pero, como ya le he indicado previamente, yo también me enamoré.
– Y ¿qué demonios tiene todo eso que ver con Tess?
Elliot tragó saliva.
– La mujer a la que abandoné es su hermana, Lucy.
– ¿Y piensas que Tess trata de vengarse por ello?
– Sé que así es, señor.
– Podría ser esa misma Lucy.
– ¡No, por favor! Lucy no sería capaz de planear algo tan complicado. Yo tengo serios motivos para pensar que su hermana Tess está detrás de todo.
– Porque abandonaste a su hermana…
– No, señor, ella piensa que fue usted el que abandonó a su hermana.
– ¡Pero yo ni si quiera la conozco!
– Lo sé, señor y siento mucho todo esto. Sé que, además, ni siquiera le podría atraer una mujer como Lucy. No es su tipo.
– ¡Por favor, Elliot, cállate un momento! Necesito poner en orden mi cabeza.
¿Eso significaba que todo lo que había compartido con Tess había sido falso, parte de una urdida trama? ¿Acaso su forma de comportarse no había sido más que una argucia para atraparlo en sus redes y luego abandonarlo?
– ¿Señor? -la voz de Elliot resonó en el vacío de su cabeza-. ¿Tengo que dejar libre mi despacho hoy o puedo esperar a mañana?
Drew comenzó a pasear de arriba a abajo otra vez.
– No está despedido, Elliot. Todos cometemos estupideces cuando estamos enamorados. Además, seguramente lo voy a necesitar.
Elliot se puso de pie, completamente ruborizado.
– Estoy a su servicio, señor -dijo-. Hablaré con su abogado y la llevaremos a juicio, señor. Seguro que está atentando contra sus derechos de ciudadano.
– ¡No! No quiero que nadie sepa nada de esto. Dame tu palabra de que así será. Cara a todo el mundo, seguimos sospechando de Lubich.
– Pero, ¿no debería…?
– Si Tess lo único que quiere es obrar en mí su pequeña venganza, muy pronto lo sabré. Y creo que yo mismo tramaré mi pequeña contra venganza.
Drew miró hacia la parte alta de las escaleras y se preguntó qué estaría haciendo Tess en aquel preciso momento.
Si Elliot tenía razón, lo más seguro era que hubiera inspeccionado todos sus armarios y hubiera husmeado ya en todas sus pertenencias.
Pero nada de aquello le importaba. Ya había tramado un pequeño plan con el que acabaría consiguiendo que Tess cayera en su propia trampa.
Tess se quedó en el centro de la habitación de Drew, perpleja y desconcertada.
Todo lo que había hecho, había sido intentar que la imagen de Lucy y Drew en la cama, juntos, revolviéndose entre las sábanas, hubiera servido como auto castigo por los inconfesables deseos que aquel hombre despertaba en ella. Pero el resultado había sido absolutamente devastador.
De haber tardado un poco más aquel visitante fantasma, habría acabado en esa misma cama con el mismo hombre que había desdeñado a su hermana.
– ¡Es el colmo del deshonor y de la falta de ética!
No obstante, la ventura no estaba siendo su compañera. ¿Por qué desgraciado designio le había tocado enamorarse, precisamente, de él? Y, peor aún, ¿por qué, por mucho que ella intentaba no caer en sus redes, él insistía en seguirla como un perrillo desamparado?
Ante aquel panorama y en las circunstancias que se encontraba, ¿qué debía hacer? Podría irse de la casa, sin más, pero sabía que él terminaría saliendo tras ella y haciendo el trance de su partida aún más difícil de llevar. Podría dejarse llevar por la pasión que, poco a poco la iba consumiendo o podría acabar confesando a Drew y a su hermana cuanto le estaba sucediendo y dejar que las cosas continuaran su curso adecuado.
La mejor opción, sin duda, parecía ser la de salir de la casa, pero, a poder ser, sin que la vieran.
Tess se miró al espejo, se estiró la camisa y se quitó los zapatos para no hacer ruido.
Lentamente, abrió la puerta, se dirigió a las escaleras y bajó lentamente.
Pero al llegar abajo, frente a ella y delante justo de la salida, vio a Drew, que observaba, pensativo, un montón de cajas que estaban esparcidas por todas partes.
– ¿Quién era? -preguntó ella.
Drew se volvió sobresaltado, como si se hubiera olvidado por completo de que ella estaba allí.
Al reparar en su presencia, sonrió.
– ¿Tienes hambre? Puedo preparar algo de cenar -agarró la muñeca sin hacer ningún comentario al respecto y se metió en la parte interior de la casa.
Por suerte, Drew no insistió en regresar al dormitorio. Eso le evitaría dar respuesta a la pregunta de hasta dónde podían haber llegado.
Tess lo siguió, sin saber bien a dónde había ido, aunque pronto se encontró con una hermosa cocina, bellamente decorada, pero, como el resto de la casa, harto funcional.
– Siéntate -le dijo-. ¿Quieres beber algo? ¿Un poco de vino?
Ella asintió y se sentó en uno de los taburetes que estaban alineados ante un mostrador.
De pronto, al mirar hacia la pared, vio apoyada la muñeca que le habían enviado. Drew, que estaba junto al frigorífico, no parecía en absoluto afectado por la presencia de aquella tercera invitada a la fiesta. La verdad era que actuaba como si, en realidad, estuvieran solos.
Pero Tess no pudo evitar una pregunta al respecto.
– ¿Quién es la otra invitada? ¿Una vieja amiga? -su tono era jovial y humorístico.
Pero Drew no reaccionó como ella esperaba.
– Este pequeño regalo me lo enviaron esta misma tarde a la oficina, junto con otros interesantes elementos -apuntó a una caja que estaba allí también-. Ábrela.
Tess miró a la caja y pensó, inmediatamente, en Lucy. Se acercó a la caja y se encontró, lo primero, un par de bikinis hechos con un extraño tejido pegajoso.
– Podríamos dejarlo para el postre.
Tess se rió nerviosamente y volvió a dejar la ropa en la caja.
– Creo que no me va a caber el postre esta noche -Tess agarró la copa que le tendió él-. Te estás tomando esto muy bien.
– ¿Sí? Pues las apariencias engañan.
Tess se removió nerviosamente en el taburete.
– ¿Qué vas a hacer al respecto?
Drew se cruzó de brazos.
– Esperaba que tú me ayudaras.
– ¿Yo? ¿Cómo podría yo ayudarte?
– Eres una persona imaginativa, Tess. Tal vez me podrías ayudar a hacer un plan de contraataque.
– No estoy segura de entender a qué te refieres.
– Ya sabes: venganza. Un modo de conseguir que Lubich pague por lo que me está haciendo. He perdido algunos estupendos negocios por su causa y quiero darle su merecido.
La fría mirada de sus ojos la dejó paralizada. Siempre había pensado que Drew debía de tener una parte fría y calculadora, pero verla tan claramente la asustaba.
– Creo que no soy la persona más adecuada para darte ideas al respecto.
– ¡Claro que lo eres! Las mujeres suelen ser mucho más imaginativas en estos menesteres.
Tess no sabía cuál era la intención de aquel comentario. ¿Pretendía halagarla o insultarla?
En cualquier caso, ella no era la persona adecuada. Precisamente, su labor había sido la de actuar de catalizador, no la de perpetrar los crímenes vandálicos de que él estaba siendo objeto.
– Insisto en que no creo que pudiera ser buena en eso -murmuró-. Además, supongo que debe de haber otros modos de solucionar el asunto.
– ¿Qué sugieres?, ¿llamar a la policía o al FBI?
– ¡No! Yo sugeriría que hablaras con la persona que está actuando así. Seguramente, así lograrías llegar a un acuerdo.
Drew la miró de reojo.
– Yo soy un hombre de acción, no me gustan las palabras. Prefiero un puñetazo en la nariz.
Tess tragó saliva.
– ¿Recurrirías a la violencia física?
Drew consideró la pregunta durante unos segundos, luego se encogió de hombros y sonrió.
– No. Tengo que pensar en algo que sea mucho más doloroso. Pero dejemos este asunto. ¿Qué quieres para cenar? Puedo hacer perritos calientes, sándwiches de queso o pizza.
– Me parece importante que sigamos hablando sobre este tema -insistió Tess-. No me parece sana esa necesidad de venganza.
No aceptaba aquella forma de actuar ni en él ni en su hermana. Pero tenía un tremendo dilema: sabía que la solución de aquel enredo estaba en sus manos. Sólo tenía que contarle la verdad y todo habría terminado.
– Yo, sin embargo, opino que deberíamos hablar de nosotros -dijo él-. Me alegro mucho de que decidieras aparecer por aquí, Tess.
Se aproximó a ella, tomó su mano y se la acercó a los labios. Besó suavemente la cara interna de su muñeca. Ella cerró los ojos y saboreó el cúmulo de sensaciones que le producía su tacto.
– Queso -dijo ella, mientras se imaginaba el delicioso sabor de sus labios.
Él continuó ascendiendo hasta su codo, continuó por el hombro, el cuello…
– ¿Queso?
Ella carraspeó para aclararse la garganta.
– Podríamos hacer sándwiches de queso para cenar -eso era lo mejor que podían hacer en aquel momento: cenar. Porque si Drew no se ponía a cocinar en aquel preciso instante, acabaría por convertirla en el plato principal de la noche, y ya había tenido demasiados sobresaltos para un solo día.
Después de la cena, caminaron juntos bajo el cielo estrellado. Rufus los acompañaba, espantando, de vez en cuando, a los pájaros del jardín.
Eran las nueve de la noche. La luna lucía grande y hermosa en el horizonte y bañaba con su luz blanca el paisaje.
– Es una noche preciosa -dijo Tess y bostezó delicadamente. Estaba agotada.
Sin pensar, se apoyó sobre él.
Drew le pasó el brazo por el hombro, se la acercó y le besó dulcemente la frente.
Así debían de ser siempre las cosas entre ellos: fáciles, cómodas.
Después de su tensa conversación sobre la venganza, Drew se había relajado. Había bromeado toda la noche y se había comportado como el hombre que admiraba, logrando así que ella se olvidara de todas sus preocupaciones por Lucy.
Habían compartido una sencilla cena a base de sándwiches y sopa, habían hablado del pasado, de su infancia, de sus amores adolescentes. Habían hablado de sus carreras, de sus sueños para el futuro.
Aquella noche, Tess había podido comprobar que compartía muchas cosas con Drew Wyatt como para darse cuenta de que no lo quería dejar escapar. ¡Tenía derecho a ser feliz! Después de todo, Lucy nunca permitía que nada se interpusiera entre ella y el hombre que deseaba. ¿Por qué Tess siempre tenía que ser tan considerada? Además, tenía sus serias dudas de que si ella se encontrara en su situación llegara a plantearse ni medio segundo dejar a un hombre que la hacía feliz. ¡De hecho, Lucy solía robarle siempre todos los novios!
Tess había tomado la decisión de disfrutar de lo que la vida le estaba brindando en aquel momento. No importaba lo que durara, sólo importaba que estaba ocurriendo.
Al llegar a la reja, Drew la abrió.
Tess salió, se detuvo y se volvió hacia él, aprovechando para admirar, una vez más, su rostro perfecto.
– Gracias por la cena -le dijo.
Drew se inclinó sobre ella y la besó suavemente.
– No quiero que te vayas -le murmuró sobre los labios.
Tess se estremeció.
– Yo tampoco me quiero ir.
– Entonces, no lo hagas.
¿Qué era lo que le estaba sugiriendo? ¿Acaso quería que se quedara a conversar con él, a tomar el postre o pretendía ir un poco más lejos? Estaba claro lo que se escondía detrás de aquella invitación.
Y Tess tuvo que vencer el oscuro deseo que la inundaba, tuvo que luchar contra la tentación de decir que sí, de volver sobre sus pasos, de subir hacia su dormitorio, de compartir su cama.
Pero era demasiado pronto. Había demasiadas mentiras entre ellos.
Claro que, tal vez, nunca más volvería a tener la oportunidad de sentir su carne. Sabía que Drew era un hombre apasionado y que la vivencia de una noche en sus brazos sería difícil de olvidar.
– No, no puedo -le dijo, con la voz estrangulada-. Tengo que trabajar.
Drew posó la mano sobre su mejilla y lentamente la deslizó hacia abajo, hasta posarla en su seno. Tess sintió un deseo incontenible. Sólo pensar en Lucy le ayudaría a sacar fuerzas de flaqueza. Pero ni eso funcionaba. Aquello era maravilloso, tan maravilloso…
– ¡No! -gritó Tess.
Drew se apartó asustado. Se quedó paralizado durante unos segundos.
– Lo siento -le dijo-. No puedo, sencillamente, no estoy preparada. Bueno, quiero decir que estoy preparada en un sentido, pero en otro no lo estoy.
– ¿Preparada? -preguntó Drew extrañado.
Tess sonrió y se puso de puntillas para besarle la mejilla.
– Será mejor que me vaya.
– Entonces, hazlo antes de que te tome en mis brazos y te lleve de nuevo dentro. Di buenas noches, Rufus.
El perro así lo hizo. Se puso boca arriba y agitó las patas.
Tess se despidió de los dos y se encaminó a su coche.
Hasta que ya había recorrido unos cuantos kilómetros no se dio cuenta de lo que había sucedido, ni del impacto de lo que había hecho.
– ¡Dios mío! -exclamó y detuvo el coche en un pequeño remanso que había en la carretera-. ¿En qué estaba yo pensando?
El problema era, precisamente, que no había pensado en absoluto, pues su corazón y su cuerpo la estaban traicionando.
Pero estaba resuelta a no permitir que volviera a sucederle lo mismo, no hasta que aquel juego de confusiones y venganzas estuviera resuelto, no hasta que Drew supiera quién era ella y lo que le había hecho a su hermana, hasta que el inocente Lubich dejara de correr peligro.
Sólo entonces, podría escuchar a su corazón.