Capítulo 8

Tess abrió lentamente los ojos. La luz de la mañana inundaba la habitación. Durante unos segundos se quedó cómodamente tendida en la cama. Se sentía muy bien. Por fin había podido dormir, después de tanto tiempo… Por fin podría aclarar su cabeza, decidirse respecto a lo que debía hacer con Drew… ¡Drew!

Soltó un pequeño grito y se incorporó de golpe. El recuerdo de lo acontecido la noche anterior llegó poco a poco. Se acordó de los flamencos, del camión, de la casa…

– ¡Oh no! -Tess exclamó. Estaba en una cama, pero no era su habitación. Era el dormitorio de Drew, pero él no estaba allí.

Algo había sucedido entre ellos y, lo peor de todo era que no lo recordaba.

Ocultó la cara entre las manos. ¡Aquello era el colmo!

De acuerdo, estaba agotada, ¡pero de ahí a vivir la experiencia más ansiada de toda su vida y no haberse enterado de nada!

Levantó las sábanas y cuál fue su sorpresa al comprobar que llevaba puesta toda la ropa interior y que estaba intacta. Eso quería decir que no había sucedido nada entre ellos.

No sabía qué sentir al respecto. ¿Es que era tan poco deseable que había podido resistir tan fácilmente a la tentación? Tal vez, después de todo, una mujer semiinconsciente no era la idea de una gran noche de pasión para Drew Wyatt y no podía culparlo por ello.

A lo que no estaba dispuesta era a darle otra oportunidad.

Se levantó rápidamente y vio que su ropa había sido cuidadosamente colocada sobre una silla.

Mientras se vestía ratificó su propósito de contarle toda la verdad. Después de haber podido dormir como era debido durante toda la noche, se sentía con fuerzas suficientes para enfrentarse a cualquier cosa.

Se peinó el pelo con los dedos, salió de la habitación y bajó las escaleras.

Seguramente, Drew había decidido dejarla dormir mientras él preparaba el desayuno. ¡Era tan detallista!

Pero al llegar a la cocina, no estaba allí. Sólo había dejado un escueto desayuno en la mesa, consistente en una rodaja de melón, un bollo y un zumo de naranja. En la cafetera quedaba algo de café y bajo ella había una nota.

Tess agarró la nota y se dispuso a leerla, pero una sombra captó su atención. Tess se sobrecogió. ¡Seguro que era él! Había decidido darse un baño en la piscina.

Se dirigió a la puerta de cristal que separaba la cocina del jardín. Se detuvo justo ante la salida y apretó la nota elegida. En pocos minutos, la farsa habría acabado. Respiró y salió en su búsqueda.

Pero, de pronto, se quedó paralizada ante la visión que se le presentó.

– ¡Lucy!

Su hermana se volvió hacia ella. Llevaba un paquete de detergente en la mano.

– ¡Tess!

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Tess.

– ¿Qué estás tú haciendo aquí?

– Tú me respondes primero -le exigió Tess.

Ella necesitaba unos minutos para poder inventarse algo. No podía decirle que había pasado la noche en casa de Drew.

– ¿Cómo me has encontrado? -preguntó Lucy y le dio a Tess la clave para su respuesta.

– Yo… te he seguido -respondió en un vivaz alarde de improvisación-. ¡Y me alegro de haberlo hecho! Me imaginaba que estabas tramando algo. ¿Qué se supone que estás haciendo, Lucy?

Lucy la miró primero desafiante. Pero, poco a poco, el gesto se le fue ablandando, hasta terminar con un río de lágrimas.

– ¡Oh, Tess! ¡No sé lo que hacer! He intentado poner fin a esto, pero no puedo. Sigo locamente enamorada de Andy y no lo puedo evitar.

Tess se quedó atónita. Las palabras de su hermana le partieron el corazón. ¡Lucy no podía amar a Drew, porque Tess lo amaba! Lo amaba con toda su alma. Y, hasta aquel preciso momento, había temido reconocerlo, pero ya no tenía más remedio.

– He pensado en ello durante días -continuó Lucy-. Y, por fin, anoche, tomé una decisión. Si echar detergente en su piscina…

– ¿Ibas a echar detergente en su piscina?

– Lo sé, Tess, lo sé. Pero déjame seguir. Si eso no me servía para liberarme del fantasma de Andy Wyatt, había decidido llamarlo y pedirle que me diera otra oportunidad. ¡Y has aparecido tú! ¡Creo que el destino quiere decirme algo!

– ¡No ha sido el destino!

Pero Lucy no estaba interesada en oír nada más. Estaba tan imbuida en sus propios pensamientos que no era capaz de ver el dolor que traslucía el gesto de Tess.

– ¡Eso es lo que voy a hacer! Voy a hablar cara a cara con él. Y si no te gusta la idea, me da lo mismo. No es tu vida, sino la mía.

– Pero no…

– ¡Ya está! -gritó Lucy y se tapó los oídos-. No estoy dispuesta a oír nada más. Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para volver a recuperar a Andy.

Tess cerró los ojos. Tenía que recobrar el control de sus emociones. La felicidad de su hermana dependía de ello.

– ¿Tú crees que Drew todavía siente algo por ti?

Lucy alzó la cabeza.

– ¿Drew? -preguntó confusa.

– Quiero decir… Andy -Tess no se molestó en deshacer el malentendido. Cuando Lucy descubriera la verdad la iba a odiar igualmente-. ¿Crees que tienes alguna posibilidad?

Lucy se encogió de hombros.

– Sé que he estado con muchos hombres y que he cometido muchos errores. Pero lo que compartimos él y yo no lo he tenido con nadie. Sé que me ama, Tess.

– Entonces deberíamos hablar con él -dijo Tess-. Ahora mismo.

– ¡Se ha ido a trabajar! Vi salir su coche y por eso entré. Además, no estoy preparada. Tengo que ir a la peluquería y a comprarme un vestido nuevo.

Tess se levantó y se sacudió el traje.

– De acuerdo, vámonos a casa. Nos prepararemos un enorme desayuno y después te acompañaré a comprarte el vestido más irresistible que haya.

Mientras se dirigían a la salida, Rufus las siguió. Su hermana ignoró por completo al perro, pero Tess, antes de salir, se agachó a acariciarlo. Le dio la nota que llevaba en la mano y le susurró algo al oído.

– Entiérralo en algún lugar del jardín -le dijo-. Todo lo profundo que puedas.


Tess acababa de salir de la ducha, cuando Lucy entró corriendo en la habitación. Estaba exultante de alegría.

– ¡Está aquí, está aquí! Ha venido. Está a punto de llamar a la puerta. ¡Era el destino, ya te lo había dicho! Eso significa que realmente estamos hechos el uno para el otro.

– Drew… quiero decir Andy, ¿está aquí? -Tess se sentó lentamente en el borde de la cama. La emoción la sobrecogía con sentimientos contradictorios. El momento de la verdad había llegado y ya no había marcha atrás.

– Tienes que bajar a abrirle la puerta mientras yo me visto -le pidió su hermana-. Dile que bajaré enseguida. Tengo que arreglarme un poco.

Se dirigió a toda prisa a su habitación y, antes de que Tess tuviera tiempo de ir hacia el armario, sonó el timbre.

– ¡Maldición! -murmuró, mientras escondía la cara entre las manos-. Pero, total, ¿qué más da lo que me ponga? Los dos me van a odiar me vista como me vista.

Tess se apretó el nudo del cinturón del albornoz y bajó las escaleras.

El timbre sonó una vez más antes de haber podido hacer acopio del coraje que necesitaba.

Pero, al abrir la puerta, su sorpresa fue mayúscula.

– ¿Quién es usted?

El hombre se colocó las gafas nerviosamente.

– Eso depende -dijo el extraño-. Usted es Tess, ¿verdad?

Ella frunció el ceño, salió fuera y buscó de un lado a otro.

– ¿Dónde está Drew?

– Yo… soy Drew -respondió el hombre-. Bueno, Lucy me llama Andy. Mi verdadero nombre es Elliot Cosgrove. Soy el encargado del señor Wyatt, su mano derecha.

Tess continuó buscando a otra persona.

– ¿Dónde está él? ¿Es que no ha sido capaz de venir en persona? ¿Es tan cobarde que ha tenido que enviarlo a usted para que le haga el trabajo sucio?

– Creo que usted no lo entiende -dijo-. El señor Wyatt no va a venir. Por eso estoy aquí, para explicárselo todo. Todo lo que ha ocurrido ha sido culpa mía.

– ¿Culpa suya?

– Lucy piensa que yo soy Andy Wyatt. He venido a contarle la verdad y a pedirle perdón.

Tess se detuvo en seco.

– ¿Me está diciendo que Lucy, en realidad, está enamorada de usted, que no está enamorada de Andy Wyatt?

– Bueno, eso es algo que no puedo asegurarle. En realidad, cuando me conoció, le dije que era Andy Wyatt. Llevaba su coche y me estaba hospedando en su casa. Nunca he tenido demasiada suerte con las mujeres y Lucy es tan hermosa. Ella pensó que era el señor Wyatt y no quise desmentir que lo fuera, por si acaso. Pero, cuando usted conoció al señor Wyatt, la cosa empezó a complicarse de verdad.

Tess sintió que el mundo comenzaba a girar a su alrededor. Se sujetó a la pared para no caerse. De pronto, una gran sensación de alivio se adueñó de ella.

– Eso significa que mi hermana y yo no estamos enamoradas del mismo hombre.

– ¡No! -dijo Elliot-. Del mismo nombre, pero no del mismo hombre.

Tess comenzó a reírse a carcajadas. En un ataque irrefrenable, se lanzó al cuello de Elliot.

– ¡Soy tan feliz!

– ¿Tess?

Tess se volvió y vio a su hermana.

– ¡Oh, Lucy! -se dirigió hacia ella y también la abrazó-. Este caballero ha venido verte. Tiene muchas cosas que explicarte. Voy a hacer un poco de café.

Tess los dejó en el porche y se dirigió a la cocina, a gozar a solas de su reciente liberación. ¡Era libre para amar a Drew Wyatt sin remordimientos! Podría ir a buscarlo, explicarle lo sucedido. ¡Claro que lo entendería y la perdonaría! Después de todo lo había hecho por proteger a su hermana.

Respecto a Lucy, la verdad era que no amaban al mismo hombre y eso era lo que importaba. Respecto a lo que sucediera con Elliot, sólo podía desearle suerte… aunque temía lo peor.

Tess preparó una cafetera y, para cuando su hermana llegó a la cocina, ya se había tomado cuatro.

Alzó la vista, temerosa de lo que pudiera encontrarse. Pero lo que halló fue una imagen idílica. Elliot y Lucy estaban amorosamente agarraditos de la mano.

Tess sonrió.

– ¿Estáis bien?

Lucy asintió, con una sonrisa luminosa.

– Sí -respondió su hermana-. Andy, quiero decir, Elliot y yo nos vamos a casar.

Tess se levantó del taburete y se lanzó a abrazarlos. Después de unos minutos de emoción, todos se tranquilizaron.

– ¿Qué fue exactamente lo que pasó?

Lucy miró a Elliot y luego a Tess.

– Nos conocimos en un concierto benéfico. Elliot se enamoró de mí a primera vista. Yo miré a la invitación que llevaba en la mano y lo confundí con otra persona. Pero eso es pasado perfecto y ya no importa.

Tess miró a su futuro cuñado.

– Así es que trabajas para Andrew Wyatt -dijo, sin atreverse a preguntar qué sabía de su vida amorosa.

– Sí, somos compañeros de trabajo y amigos… o eso creo. Yo cuido su casa cuando no está en la ciudad, me encargo de su perro, etc.

– ¡Su perro! ¡Cielos! ¡Pobre hombre, teñí el perro de color violeta… entre otras muchas cosas! Va a ponerse como una fiera cuando descubra quién fue. ¿Y si te despide?

Tess agarró la mano de su hermana.

– No te preocupes, yo me encargue de Rufus antes de que Drew…

– ¿Te encargaste de Rufus? -preguntaron Lucy y Elliot al unísono.

– Es una larga historia -respondió Tess-. Ya os la contaré en otro momento. Ahora, lo que necesito es hablar con Drew y aclarar esta situación.

– Pero, ¿cómo es que tú conoces a Andy Wyatt? -preguntó Lucy extrañada.

– Se me había olvidado contarte que Lucy y mi jefe están enamorados.

Lucy abrió la boca con sorpresa.

– ¿Estás enamorada de Andy Wyatt? ¿Desde cuándo?

– ¡No! -dijo Tess-. Bueno, quiero decir, tal vez sí estoy enamorada de él. Lucy, sé que en apariencia… ¡Cuando lo conocí, yo no sabía quién era, ni él sabía que yo era tu hermana! De hecho, ni siquiera te conoce. Tampoco sabe que…

– Sí, eso sí lo sabe -dijo Elliot-. Sabe todo desde hace algún tiempo. Yo le conté toda la historia.

Nada más terminar la confesión, Elliot miró a Tess y quiso que la tierra se lo tragara por bocazas.

– ¿Lo sabía? -preguntó Tess-. ¿Todo el tiempo ha sabido que Lucy estaba enamorada de ti y que yo era su hermana?

– No, no todo el tiempo -rectificó Elliot-. Pero después de lo de la muñeca hinchable, llegamos a la conclusión de que tú estabas detrás de todo.

Tess lo miró asombrada.

– ¿Qué yo…? -luego miró a su hermana-. ¡Cielo santo!

Se echó las manos a la cabeza y se dejó caer en una silla.

– ¡Ese maldito farsante! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Así que todas sus atenciones tenían un único objetivo. Me veía enredarme cada vez más y más en la madeja y era incapaz de quitarme los hilos que me estaban estrangulando. Me ha estado obligando conscientemente a elegir entre mi hermana y él, cuando no tenía que hacerlo.

– O sea, que Tess no sabía que Andy y Drew eran dos personas diferentes -dijo Lucy y se volvió hacia su hermana con el ceño fruncido-. ¿Y has sido capaz de enamorarte de él, aún creyendo que él era el hombre que yo amaba?

La verdad empezaba a aflorar a la superficie.

– No, no exactamente. ¡Pero da igual ya! ¡Me mintió! Tal vez no directamente, pero omitió la verdad, que es más o menos lo mismo.

Elliot se aclaró la garganta.

– Perdón que me entrometa, pero, ¿Tess Ryan no es culpable del mismo crimen?

– ¿Y qué me dice del misterioso caso del señor Elliot Cosgrove? -respondió ella.

Elliot se ruborizó.

– Además, cuando el señor Wyatt descubra que he venido aquí a confesar la verdad, lo más probable es que me despida. Me hizo prometer que no se lo contaría a nadie. Pero ya no podía más, necesitaba hablar con Lucy -miró su reloj-. Será mejor que vuelva a la oficina y le explique lo ocurrido. ¿Quieres cenar conmigo esta noche?

Lucy asintió encantada, le enlazó los brazos al cuello y lo besó con tanta pasión que logró que tanto Elliot como Tess se ruborizaran.

Cuando acabó con su expresión de afecto, Elliot tenía las gafas en la punta de la nariz y estaba de color fucsia.

– Ten… tengo que irme -se dio media vuelta y se dirigió a la puerta.

– Un momento -le rogó Tess-. Necesito que me prometas algo antes de marcharte.

– ¡Jamás haré daño a Lucy! De hecho, pienso hacerla la mujer más feliz…

– No quiero que le digas nada a Drew -lo interrumpió ella-. Esta visita nunca ha tenido lugar.

– No entiendo -dijo Elliot-. Ya está todo aclarado.

– Yo tampoco lo entiendo -añadió Lucy, mientras se ponía de jarras-. ¿Puede alguien explicarme qué demonios está sucediendo? ¡Es todo tan confuso!

Tess se puso de pie y sonrió. Tenía un plan perfecto.

– Elliot, vuelve al trabajo y, por favor, mantén la boca cerrada. Lucy y yo tenemos que hablar.

Lucy escoltó a su enamorado hasta la puerta y tardó unos minutos en regresar a la cocina.

Al llegar, se produjo un largo y tenso silencio, hasta que por fin, Tess se decidió a hablar.

– ¿Recuerdas la historia que te conté sobre enamorarme del ex novio de mi mejor amiga? -le dijo, mientras le servía una taza de café.

Lucy asintió.

– Esa amiga era yo, ¿verdad? Pensabas que Drew era mi ex novio.

– Lo siento, Lucy. Al principio, sólo traté de que no te metieras en líos. Luego tramé un plan de venganza para hacerle pagar por lo que te había hecho y acabé enamorándome de él como una tonta… Pero quiero que sepas que no podía soportar lo que me estaba sucediendo. Pensé que te estaba traicionando.

– Pero no era así -respondió Lucy.

– ¡Yo no lo sabía y está mal, a pesar de todo!

Lucy tomó las manos de su hermana.

– Drew Wyatt fue el que te mintió, el que te dejó creer que me estabas traicionando. Él es el único culpable.

Tess sintió en toda su intensidad el afecto de su hermana. Era leal y sabía perdonarle sus faltas.

– Hay un modo de hacer pagar a Drew por su traición -le dijo Tess.

– ¿Cuál es tu plan?

Tess sonrió maliciosamente.

– Primero, voy a abandonarlo y, después, voy a cometer un asesinato.

– ¿Lo vas a matar?

– No. Te voy a matar a ti.


Drew miró al hombre que estaba a su lado.

– He tomado una decisión -aceleró un poco.

Su hombre de confianza alzó la cabeza.

– ¿Una decisión, señor? -acababan de terminar la reunión mensual de presupuestos para el proyecto Gresham Park y regresaban a la oficina entre un intenso tráfico.

– Voy a poner fin al juego con Tess Ryan. Se niega a confesarme la verdad, así es que la voy a obligar.

Drew tenía que luchar contra las continuas imágenes que lo asaltaban de Tess, tumbada en su cama, en ropa interior, con el pelo revuelto sobre la almohada. Aquella noche había hecho el mayor esfuerzo de su vida para no poseerla. Tess se había convertido en todo lo que había querido o necesitado nunca de una mujer.

Pero la realidad era que su plan había fallado. Sí, había sacado todos los flamencos rosa del jardín de su abogado, pero no había confesado.

Drew había imaginado la escena de otro modo. Tess le contaría toda la verdad, él la perdonaría, la abrazaría y la besaría y, a partir de aquel momento, se despertaría cada día en sus brazos.

Pero, después de la pequeña sorpresa que le había dejado en su casa el día anterior por la mañana, Drew empezaba a tener sus serias dudas sobre un final feliz.

– Creo que este juego de mentiras se está complicando cada vez más.

– ¡Yo no soy el que está perpetuando la situación! Es ella la que ha llenado de espuma mi piscina.

– ¿Detergente en la depuradora? -preguntó Elliot.

Drew se volvió a él y lo miró confuso.

– Nunca se me habría ocurrido que lo hiciera así. ¿Cómo lo sabes tú, Elliot?

Elliot fijó su atención en el tráfico que les impedía avanzar.

– ¿Qué siente usted por Tess Ryan?

– La amo -dijo Drew-. La quiero desde la primera vez que la vi, esa es la verdad. Pero, ¿y ella? No tengo ni idea de cuáles son sus sentimientos. ¡Y no pienso arriesgarme más sin saber lo que ella siente!

Elliot se aclaró la garganta.

– A veces un hombre tiene que tomar ciertos riesgos si ama de verdad…

Aquella afirmación sonó tremendamente solemne y profunda. Sin embargo, Drew no estaba dispuesto a seguir arriesgándose.

– A pesar de todo, le he pedido a Tess que venga a mi oficina, que necesitaba hablar con ella.

– ¿Le va a pedir que se case con usted?

Drew carraspeó.

– ¿Cómo?

– Si la ama, deberían estar juntos para siempre, señor.

– Y así será, si ella admite que me quiere.

– Tal vez, podría ser usted el que se lo dijera y el que le confesara que lo sabe todo. ¿Qué más da quién lo diga primero?

Drew se apoyó cómodamente en el respaldo y apretó el volante con los dedos.

La sugerencia de Elliot era demasiado simplista. Se notaba que no conocía a las mujeres.

Lo que necesitaba era darle a Tess un pequeño empujoncito, para que se lanzara a sus brazos. Y, ¿cómo mejor sino con celos? Si Tess pensaba que él había estado con su hermana, no haría sino confirmar esa creencia. La obligaría a confesarle su amor para salvar su relación… Al menos, eso era lo que esperaba que sucediera.

No obstante, había veces que había sentido la necesidad de aclarar toda aquella cadena de mentiras. Quién sabe, quizás lo más fácil habría sido hacerlo. Él podía perdonar a Tess y a Elliot fácilmente. Incluso podía llegar a ocurrir que Lucy y Elliot acabaran juntos de nuevo. Pero no estaba dispuesto a ser él el que confesara primero. Tess Ryan tenía que ceder.

Al llegar al aparcamiento de la oficina, vio el coche de Tess aparcado allí. Se detuvo justo al lado, apagó el motor y salió a toda prisa. Elliot se apresuró a seguirlo.

– Señor, ¿no cree que lo mejor sería aclarar esta situación?

– Elliot, sé perfectamente qué estoy haciendo.

Entró como un rayo en el edificio. Kim lo saludó y le informó de que Tess Ryan lo estaba esperando en su oficina.

Al entrar, se la encontró mirando las fotos que tenía sobre la pared. Eran imágenes de sus proyectos más grandes. Sus clientes siempre salían impresionados y esperaba que ella sintiera lo mismo.

Se volvió hacia él. Su expresión era ilegible.

– ¿Por qué estás tan serio? ¿Es que Lubich te la ha vuelto a jugar?

Drew se colocó detrás de su escritorio. ¿Cómo podía preguntarle algo semejante? Ella sabía de sobra la respuesta. No estaba dispuesto a darle una respuesta.

– Te estuve esperando anoche -le dijo.

– ¿Anoche? -preguntó Tess.

– Te dejé escrito en la nota que te esperaba para cenaren casa.

– ¡La nota! -dijo Tess con una carcajada-. No la leí. Salí a toda prisa, tenía que irme a trabajar. Lo siento, debería haberla leído pero se me olvidó.

La miró interrogante durante unos segundos. ¿Qué le sucedía? ¿Acaso estaba enfadada con él?

– La otra noche, antes de dormirte… querías decirme algo.

Tess fingió estar estudiando distraídamente un boceto.

– ¡Nada de importancia! -dijo-. ¿Y tú? ¿Tienes algo importante que decirme?

– La verdad es que sí -le aseguró-. Pero no sé si te va a gustar.

– Seguramente, no -respondió ella con toda frialdad-. Pero dímelo de todos modos.

¿Iría a confesar sus errores? Eso sería maravilloso. Todo lo que tenía que hacer era lanzarse a sus brazos y besarlo. La pesadilla habría acabado y no tendría que seguir adelante con su plan.

– Está relacionado con una mujer… de mi pasado.

– ¿La muñeca hinchable?

Drew frunció el ceño. ¿Qué demonios le pasaba a Tess? Jamás la había visto tan sarcástica.

– No -continuó Drew-. Su nombre es Lucy.

– ¿Lucy? -no había solución, el hombre iba a mentir otra vez. Levantó la ceja sin entusiasmo.

– Estuvimos juntos antes de conocerte. Luego, lo dejamos. Pero no estoy seguro de si realmente lo he superado.

Durante un instante, Drew creyó percibir cierta rabia en su mirada, pero pronto la encubrió con una sonrisa.

– ¡No me digas! Eso sí que es un problema: un hombre y dos mujeres. Bueno para ti, malo para nosotras.

De pronto, Drew se sintió como si acabara de saltar de un avión sin paracaídas. Tess no estaba reaccionando, para nada, como él había esperado. Tal vez, no sentía absolutamente nada por él.

– Tess, no creas que yo me siento bien por ello -dijo él-. Y es por eso, precisamente, que necesitaba verte otra vez. Tengo que tomar una decisión.

– ¿Decidir a cuál de las dos prefieres?

– Me resultaría más fácil si supiera qué sientes tú por mí -le sugirió Drew.

– ¡Lo que yo siento! -Tess sonrió-. Sí, claro.

– ¿Y bien?

– Te voy a facilitar la elección. Creo que deberías volver con esa tal Lucy. Está muy claro que, realmente, es a ella a quien amas. ¿Y quién soy yo para interponerme en el camino del amor verdadero?

Drew se tensó.

– Pero… pero yo no estoy seguro de querer volver con ella -dijo.

– Seguro que sí lo sabes -le aseguró ella-. Algunas mujeres son imposibles de olvidar.

La verdad de aquella afirmación lo conmovió. Claro que había mujeres imposibles de olvidar y para él esa mujer era Tess Ryan.

– ¿Así es que no te importa?

Ella se encogió de hombros.

– No tengo ningún derecho sobre ti. Ella apareció primero.

– ¿Y nosotros?

– No existe un nosotros -dijo Tess con total frialdad-. Si no has podido olvidar a esa tal Lucy a pesar de todo, lo mejor es que nos digamos adiós. Ha sido un placer.

Le ofreció su mano. Drew, atónito, se limitó a estrechársela.

– Tess, yo no creo que deberíamos…

– Me marcho. Tengo que ir a trabajar -dijo ella.

Se dio media vuelta y salió de la oficina. Drew comenzó a ir tras ella, pero se detuvo en la puerta de su despacho.

Elliot apareció en aquel preciso momento.

– ¿Cómo le ha ido, señor?

Drew agitó la cabeza confuso. Todo había ido mal, nada había funcionado como él esperaba.

– ¿Señor? ¿Está usted bien?

– No, no lo estoy -le confesó-. Tess Ryan acaba de abandonarme.

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