La primavera había llegado a Atlanta y la brisa cálida de la mañana agitaba las cortinas de la habitación de Tess.
Se estiró sinuosamente y rodó hacia el otro lado de la cama, mientras apretaba la almohada contra su pecho.
Olía a flores y a árboles. Pero, en lugar de las idílicas imágenes de pájaros, abejas y conejillos que solían asaltarla cada primavera, fue un rostro masculino, de ojos azules y mirada encantadora, el que se dibujó en su mente.
Hacía más de una semana desde su cena con Drew y todavía no había podido apartarlo de su mente.
Cada vez que el teléfono sonaba, su corazón latía esperanzado. Lo buscaba en la calle y en las fiestas que organizaba. Incluso había llegado a desear que Lucy cometiera otro de sus actos vandálicos de venganza para tener que rescatarlo.
Pero lo que no podía hacer era llamarlo, aun sabiendo que eso era, exactamente, lo que quería hacer. Hacerlo significaría admitir abiertamente que estaba enamorada y estar enamorada de Andy Wyatt era el peor de los problemas que podría tener en su vida.
Eso no impedía que, de vez en cuando, se encontrara a sí misma deseando intensamente que Lucy lo hubiera olvidado ya, tal y como solía sucederle a su hermana. Últimamente, había pasado mucho tiempo con el diseñador de muebles y eso podía ser un signo, aunque un nuevo enamoramiento no significaba una mejora, en ningún caso.
– Puede que se está aproximando el final de esta historia… O quizás sea sólo el principio.
Realmente, no había nada que consolara de verdad a Tess.
Lo único que podía hacer, sanamente, era pensar en lo que habría sido haber conocido a Drew en otras circunstancias.
¿Es que ese sería el destino de su vida?, ¿encontrarse con hombres inadecuados por uno u otro motivo?
Lo mejor que podía hacer era centrarse en su trabajo y olvidarse de una vida sentimental de la que carecía.
Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina.
No había llegado aún, cuando un ruido procedente del comedor la sobresaltó. Se apresuró a abrir la puerta y vio a su hermana, escoba en mano, recogiendo los restos de unos cuantos platos de porcelana de la vajilla de la abuela difunta.
– Lucy, ¿qué ha pasado? ¿Has roto deliberadamente esos platos?
– ¡Nunca me gustó esa vajilla! ¿Cómo se puede comer en un plato lleno de frutas y verduras?
– ¡No me lo puedo creer! -exclamó Tess horrorizada.
– ¡Tenía una buena razón! ¡Él estaba allí, en el Bistro Boulet, con otra mujer!
Tess sintió que las piernas le temblaban y se sentó en una silla.
– ¿De quién hablas? -preguntó, aun sabiendo perfectamente que se trataba de Drew. Pero, ¿por qué no se lo había mencionado antes? Y, exactamente, ¿qué era lo que había visto?
Tess se sirvió una taza de café y esperó descompuesta una respuesta conocida.
– ¡Andy! Estaba en el restaurante aquella noche. Mima Fredrikson me llamó y me dijo que su hermana lo había visto con una mujer colgada de su cuello. Por lo que se ve, Andy entró en el restaurante, una bruja lo asaltó desvergonzadamente y salieron de allí sin comer.
– ¡Una bruja! -exclamó Tess indignada. ¡Se había puesto muy guapa aquella noche! Había logrado que su pelo se quedara en el lugar adecuado y llevaba uno de sus vestidos favoritos, que realzaba lo mejor de su figura. Incluso se había maquillado decentemente.
– Mima dijo que no era más que una desvergonzada, que iba colgada de su cuello como una lapa -le aseguró Lucy-. Y, de cualquier manera, me da igual, porque ya me he vengado de nuevo.
– ¿Qué te has qué? ¿Qué has hecho?
Lucy sonrió maliciosamente.
– ¿Te acuerdas de la idea que tuve de pintar al perro verde?
Tess dejó la taza de café sobre su platillo y la miró boquiabierta.
– ¿Has…?
– No -respondió Lucy y tardó en responder el tiempo suficiente como para que Tess experimentara un falso alivio-. Lo he pintado de malva, lavanda, para ser exactos.
Tess escondió el rostro entre las manos y gimió atormentada.
– ¡Lucy, pensé que ya lo habías superado! ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso?
Lucy sonrió.
– Me colé en su casa. Conozco el código secreto de su puerta. Siempre deja al perro suelto por el jardín durante el día. Ese chucho es tan tonto que nada más verme vino a saludarme y…
Tess apartó la taza de café y se puso de pie.
– ¿Cuál es el código?
– Dos, cinco, nueve, cero. ¿Para qué lo necesitas?
– ¿Y el nombre del perro?
– Rufus -respondió Lucy-. ¿Para qué necesitas saber todo eso? ¿No me irás a traicionar? Si lo haces, jamás te perdonaré. Te odiaré para siempre…
Tess dejó a su hermana con todas sus protestas en la boca y se apresuró a su habitación.
– Todo vuelve a empezar de nuevo -murmuró y se puso la ropa.
No tuvo ninguna dificultad en encontrar la casa de nuevo. El arbusto que había junto a los pilares tenía, además, restos de pintura blanca.
Aparcó el coche, salió, se acercó a la puerta y pulso el código de seguridad que Lucy le había dado.
Lucy. Una vez más había sumergido su vida en un caos.
Al principio, a Tess le había resultado difícil entender que una mujer pudiera estar tan obsesionada con un hombre. Pero, después de haber conocido a Andy Wyatt, lo comprendía perfectamente. Ella misma había caído víctima de sus encantos.
Tess suspiró, se recompuso y se obligó a sí misma a pensar en Drew y Lucy juntos. La imagen era tan desconcertante que la ayudaba a desbancar cualquier deseo inconfesable hacia él.
La verdad era que no encajaban por mucho que los cambiara de posición. Eran la antítesis el uno del otro y no podía entender cómo habían estado juntos.
– Seguramente, no hablaban demasiado… me cuesta imaginar una conversación entre Lucy y él.
En ese momento la puerta se abrió, ella entró y sintió, no sin cierto pavor, que las rejas se cerraban de nuevo tras ella.
A los pocos segundos, el perro salió de entre unos matorrales. A pesar de estar sobre aviso, el aspecto amoratado del chucho la sorprendió. La verdad era que tintado de aquel color no podía parecer peligroso por mucho que se empeñara, aunque, en realidad, fue muy poco.
Rufus recibió a la extraña con impasividad, con la excepción de su cola, que se agitaba de un lado a otro, como en una flemática expresión de bienvenida.
La lengua rosa que colgaba desde su boca conjuntaba perfectamente con el color elegido por su hermana.
Tess se inclinó y el can le lamió la mano.
– ¡Lucy! ¿Cómo has sido capaz de hacerle algo así a este pobre perro? ¡Va a averiguar quién lo ha hecho! Y lo peor es que terminarán creyendo que yo estoy metida en esto también.
Tess pulsó de nuevo el código de la puerta y le hizo una señal a Rufus para que la siguiera. El perro ladró satisfecho y se puso a sus pies.
Si se daba prisa podría deshacer aquel entuerto.
Juntos se dirigieron al coche. El emporio peluquero de Randy estaba a sólo quince minutos de allí. Seguro que Randy tendría una solución adecuada.
En cuanto le abrió la puerta, el perro entró sin poner objeción alguna.
Una vez en marcha, Rufus se sentó en su regazo, sacó la cabeza por la ventanilla y se dedicó a sacar la pata a cada camión que pasaba.
Para cuando llegaron a la peluquería, Tess estaba completamente cubierta de babas y pelos lavanda, y olía tan mal como el chucho.
Abrió la puerta, pero el perro se negó a bajar.
– ¡No estoy dispuesta a perder mi precioso tiempo tratando de convencerte de que bajes! -lo agarró en brazos. ¡Para ser un perro tan pequeño, pesaba una tonelada.
La recepcionista de Randy la miró con una sonrisa extraña.
– ¡No sabía que tenías un perro!
– No es mío -Tess se dio cuenta de que la chica tenía un mechón malva del mismo color que el de Rufus-. ¿Qué es eso que llevas en el pelo?
– Malva pasión -respondió ella-. Es un buen color para los libra. ¿El perro es libra?
– ¿Se quita al lavarlo?
– No. Sólo se puede variar decolorándolo o volviéndolo a teñir.
No había hecho más que confirmar lo que Tess ya imaginaba.
– Necesito ver a Randy urgentemente. Dígale que Tess Ryan está aquí y que es una emergencia.
Mientras esperaban, ordenó a Rufus que se sentara en un rincón donde no llamara excesivamente la atención y, para su sorpresa, hizo exactamente lo que le había pedido.
Unos minutos después, apareció Randy, vestido con un modelito exclusivo que podría compararse al color morado del pobre Rufus. Randy era el mejor estilista de la ciudad y un hombre extravagante.
– ¡Tess, querida! -dijo él, fingiendo un ridículo acento afrancesado del que hacía falso alarde-. Nicole me ha dicho que es una emergencia.
Se apresuró a tocarle el pelo y a estudiarla cuidadosamente.
– ¡Sí, realmente lo es! Has hecho bien en venir.
Tess tenía constancia de que su aspecto, en aquel momento, no era el mejor del mundo. Pero lo que realmente le importaba era Rufus.
– No, no soy yo. Es él -Tess señaló a Rufus y éste alzó la cabeza.
– ¡Ahh! -gritó Randy-. ¡Está vivo!
– ¡Por supuesto que está vivo! Es un perro.
Randy lo miró atónito.
– ¡Pensé que era tu abrigo! -se inclinó sobre Rufus-. No es esto lo que yo recomendaría para un perro. Prefiero un look más natural.
– Lo sé. ¿Puedes reparármelo? ¿Podrías conseguir que pareciera un perro otra vez?
Lo miró durante unos segundos.
– Sí, creo que puedo hacer algo. Un tono rojizo con mechas rubias resaltaría sus ojos y el pelo más corto le favorecería. Lo tiene un poco reseco. ¿Ha estado usando rulos calientes?
Tess se llevó las manos a la cabeza.
– ¡Es un perro! Se limpia con la lengua y duerme en el jardín. Si le enseñaras un rulo, seguramente lo que haría sería enterrarlo.
– ¡Pero está teñido de violeta! -dijo Randy-. Ha tenido que estar yendo a la peluquería y, por cierto, a una peluquería muy mala.
– Sí, lo sé -respondió Tess, tratando de controlar sus nervios-. Digamos que se trata de una pequeña faena que le han hecho al pobre chucho. Necesito tu ayuda, Randy. ¿Harías eso por mí?
Randy se puso en jarras.
– Querida, cuando se trata de tinte, sabes que soy el mejor de la ciudad. Déjamelo a mí -se volvió hacia Nicole, la recepcionista-. Cancela todas mis citas. Cuando la señora Stillwell salga del secador, que la peine Duane.
Randy se golpeó la cadera y le dio un silbido a Rufus, quien no dudó en seguir al peluquero.
Tess se quedó en recepción esperando. Miró el reloj y calculó que en cuatro horas habría conseguido devolverle a Rufus un aspecto razonable. Eso era todo lo que tenían.
Durante las siguientes dos horas, Tess se dedicó a recorrer de arriba a abajo la recepción, a charlar con Nicole sobre la existencia de extraterrestres, tema que preocupaba sobremanera a la muchacha y a comerse las uñas.
Estaba a punto de violar el santuario sagrado de Randy, cuando el artista apareció.
Tess no veía por ningún lado a Rufus.
– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está?
– Prepárate, Tess Ryan. ¡Me he superado a mí mismo! -silbó melodiosamente y Rufus entró corriendo en el salón.
Tess abrió los ojos con sorpresa. ¡Ya no parecía un chucho, sino una estrella de cine!
– ¡Qué le has hecho! -gritó.
– Nada del otro mundo -respondió Randy, convencido de que la expresión de sorpresa de Tess se debía al cambio magistral que había obrado en la bestia.
– Me refiero a que se supone que debería estar feo y desaliñado -protestó.
– No le va bien eso de ir desaliñado -dijo Randy-. He podido mirar dentro de su alma. Este perro odia ser llamado feo y yo he conseguido satisfacerlo plenamente.
Tess se dio cuenta de que Randy no había entendido nada y que tampoco lo entendería jamás.
Rápidamente, sacó el monedero.
– ¿Cuánto te debo?
– Son cuatrocientos.
– ¿Dólares? -dijo Tess boquiabierta.
– No, rublos -bromeó Randy-. ¡Pues claro que dólares! La belleza es un lujo caro, cariño.
Tess tuvo que extender un cheque, se lo dio y salió de la peluquería a toda prisa.
El perro parecía mucho más animoso que antes. La miraba interrogante, como si esperara un halago.
– ¡Está bien! -dijo ella-. Hay que reconocer que estás muy guapo y, además, ya no hueles a rayos.
Con esto, se metieron en el coche y emprendieron rumbo a su destino.
Drew puso un C.D. en el estéreo de su coche y buscó una canción que le levantara el ánimo. Clapton siempre tenía la facultad de animarlo. Pero en aquellos momentos, ni siquiera Layla conseguía cambiar su humor.
La causante de su desánimo era Tess, sin duda. El negocio iba bien. Había conseguido aquel contrato millonario para la construcción del centro cívico y Lubich ya no le había incordiado más.
Su único problema en la vida era Tess. Había tratado desesperadamente de no pensar en ella. Pero le era completamente imposible.
Dobló la esquina y llegó a la puerta de su casa. Pero, cuando se disponía a buscar el mando a distancia, vio a una mujer que estaba delante de la puerta y que miraba a través de las rejas.
Parpadeó para cerciorarse de que sus ojos no lo engañaban. ¿Era Tess? Se quitó las gafas para más seguridad. Pero sí, era ella: su pelo negro, su figura estilizada y ese traje severo que la hacía parecer una ejecutiva de verdad… y esas piernas increíbles.
– Te tocaba a ti tirar y te has tomado tu tiempo, pero al final has venido.
Retrocedió lentamente para no llamar su atención, aparcó, bajó del coche y se aproximó a ella. Parecía absorta en algo que hubiera en el interior de su casa.
– ¿Tess?
Ella se volvió y pegó un grito. Sus grandes ojos verdes se abrieron como platos.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.
– Vivo aquí -le dijo-. ¿Qué estás tú haciendo aquí?
– Vives aquí -repitió con una risita tonta-. ¡Qué coincidencia! Yo… bueno, iba conduciendo por aquí y mi coche…
Drew la señaló con un dedo acusador.
– No me estás diciendo la verdad -le dijo-. Dame las llaves, veré qué le ocurre a tu coche.
Se metió la mano en el bolsillo y tocó las llaves, pero pensó que era mejor inventar otra excusa.
– De acuerdo. Tal vez, sentía curiosidad.
– ¿O quizás querías volver a verme?
– Pensé que estarías en la oficina durante un par de horas más -murmuró ella-. No me esperaba que aparecieras tan pronto.
Había algo en su mirada que no le convencía. No le estaba diciendo toda la verdad.
– Bueno, pues ya que he vuelto antes y que es un maravilloso día del mes de abril, podrías pasar, así te enseñaría la casa e, incluso, podríamos cenar algo.
– No puedo -dijo ella inmediatamente-. Tengo que…
Drew posó su dedo índice sobre sus labios.
– Si quieres, puedo fingir que, efectivamente, tu coche se ha estropeado, incluso puedo hacer que agarró el teléfono y llamo a la compañía de seguros.
Esperó a que su sonrisa lo iluminara y, cuando al fin lo hizo, un placer infinito lo llenó.
– ¿Has tenido este mismo problema con tu coche antes? -le preguntó-. Puede ser la cadena del ventilador o la bomba de la gasolina. Estos coches extranjeros son así.
Abrió la reja y entraron al jardín, dejando ambos coches donde los habían aparcado.
Rufus se aproximó a ellos. Drew se inclinó para acariciarlo e, inmediatamente, se incorporó confuso. Debía de ser el nuevo estado de plenitud que le había provocado la presencia de Tess, porque le parecía que el perro tenía un aspecto diferente. Incluso podía decir que estaba guapo.
– ¿Qué pasa? -preguntó Tess.
Drew sacudió la cabeza.
– No sé, lo veo un poco…
– ¿Un poco qué? ¿Feliz, delgado…?
– Un poco violeta. Cuando le da la luz, parece que tiene reflejos violeta.
– No seas tonto -le dijo Tess. Se rió, lo agarró del brazo y lo arrastró hacia su propia casa-. ¿Cómo va a estar violeta? Los perros no son violeta.
Drew miró a Rufus y se encogió de hombros, luego se volvió hacia Tess.
– Tienes razón.
Juntos, continuaron hacia la casa.
La puerta se abrió y un hermoso recibidor, de techo alto y alargadas ventanas, les dio la bienvenida.
Drew había trabajado en el diseño de su casa desde que se había graduado en arquitectura. Era una combinación de simplicidad y calidez. Había sido calculada con todo lujo de detalles para poder vivir allí el resto de su vida.
Pero al ver a Tess allí, se dio cuenta de que la casa no significaba nada para él, no sin la mujer adecuada.
Quería que Tess fuera esa mujer. En el instante mismo en que atravesaba la puerta, se había dado cuenta de que aquella casa la había diseñado para ella.
– ¡Es preciosa! -le dijo-. Es luminosa y, al mismo tiempo, fresca. Creo que la palabra adecuada es serena.
Quizás era esa capacidad de hacerlo sentir bien lo que hacía que estuviera tan obsesionado con ella. Podía estar rechazándolo continuamente, pero, de pronto, una palabra hacía que todo volviera a estar en su sitio.
– Eso era lo que intentaba. Utilicé materiales naturales para hacerla acogedora. Yo mismo construí las escaleras.
– La verdad es que no se parece en nada a las grandes mansiones que suelen construirse en esta zona. Todas se parecen a Tara -lo agarró del brazo y sonrió-. Enséñame el resto de la casa.
Recorrieron cada habitación agarrados de la mano. Drew respondía gustoso a todas sus preguntas que daban muestra de su instinto natural para apreciar el diseño y su talento. Aunque seguía siendo reservada, había bajado la guardia y hablaba con sinceridad y confianza. Drew no sabía qué era lo que había podido causar aquel cambio de actitud, pero lo agradecía.
Al llegar a su habitación, ella evitó, claramente, mirar a la cama.
Se fue directamente a la ventana, desde donde se veía la parte de atrás de la casa. Él se asomó junto a ella y le pasó el brazo por los hombros.
– ¡Es muy agradable! -suspiró ella.
Drew le acarició el cuello.
– Sí, la verdad es que es muy agradable poder volver a tocarte de nuevo.
– Me refería… a la vista que hay desde aquí -dijo ella y se apartó. Cruzó la habitación y se acercó a la cama. Se frotó los brazos como si tuviera frío-. Bonita cama… muy grande.
– No tengo muchas oportunidades de dormir en ella. Últimamente, he estado muy poco en casa. Después de dos meses en Tokio se me llegó a olvidar lo que era estar en la propia cama.
– ¿Cuándo estuviste en Tokio?
– Volví la noche que nos conocimos.
Se volvió hacia él y lo miró confusa.
– Sí, recuerdo que no habías comido nada aquel día.
Se acercó a ella lentamente. ¿En qué estaría pensando? Lo miraba con distante curiosidad.
– Me alegro de que decidieras venir -le dijo y le agarró las manos.
Se acercó aún más y esperó una respuesta. ¡Quería abrazarla, tenerla cerca, sentir el calor de su cuerpo!
Ella no pudo evitar que su mirada se posara sobre sus labios. Luego volvió a mirarlo a los ojos.
Drew ya no pudo esperar más. Con un gemido cubrió su boca con un dulce beso y Tess se derritió como un helado junto a una estufa. Se abrazó a él y lo besó apasionadamente.
En segundos, los dos yacían sobre la cama y se revolvían como demonios poseídos por un deseo incontrolable. Y, entonces, sonaron campanas.
Tess se apartó sobresaltada.
– ¡Son campanas! -dijo ella.
– ¿Tú también las oyes? -sabía que cuando el amor llegaba se decía que venía acompañado de un coro de ángeles. No lo había experimentado hasta entonces y era reconfortante saber que a ella le estaba ocurriendo lo mismo.
Tess se levantó y se estiró la falda. Estaba completamente ruborizada.
– Creo que es la puerta -dijo.
Él también se levantó, le tomo la mano y se aproximó a ella.
– No es la puerta, Tess -sonó el timbre-. Sí es la puerta.
Drew no se movió de su lado. Se inclinó de nuevo y se dispuso a besarla.
– ¿No crees que deberías abrir?
– No -estaba a punto de rozar sus labios.
– Puede ser importante -dijo ella.
– Está bien. Quédate aquí. No te muevas -salió de la habitación nada convencido de hacer lo correcto en aquellas circunstancias. ¿Cómo estaría Tess la próxima vez que la viera? Cambiaba completamente de una vez para otra y no sabía cómo podría encontrarse a su regreso?
La verdad era que aquella interrupción podía ser la mayor catástrofe de su vida.