Tess observaba desde su privilegiado asiento de conductora a todos los vehículos, que entraban en el aparcamiento del restaurante.
Tenía un plan perfectamente tramado. Si Lucy aparecía la primera, permanecería oculta en su coche. Si era Drew el que primero llegaba, se apresuraría a rescatarlo del desastre que se avecinaba.
Pero, ¿qué ocurriría si los dos llegaban a la vez? Bueno, en ese caso lo único que podría hacer sería esconderse debajo del asiento y rogar al cielo por su vida.
– Esto se me está yendo de las manos -murmuró con disgusto-. Debería apartarme y dejar que lo que tenga que ocurrir ocurra.
Pero le importaba su hermana y, como siempre, trataba de protegerla. Y, aunque no sabía exactamente qué era lo que sentía por Andrew Wyatt, sí sabía que no se merecía una humillación pública.
Y, si no merecía eso, ¿qué se merecía? ¿Por qué demonios estaba ella haciendo todo aquello?
Quizás sólo buscaba una buena excusa para poder seguir viéndolo, una justificación que no la hiciera sentir como una rata.
Tenía que admitir que estaba encantada con la atención que le mostraba. Quería creer que la atracción que él decía sentir era real. Parecía ciertamente obsesionado por conseguir una cita y tenía más interés del que ningún hombre le había mostrado en los últimos años.
Tess suspiró. Si lo que quería era vengarse de Drew, ¿por qué estaba haciendo todo lo que podía por protegerlo de Lucy? Después de todo era el malo de la historia.
Estaba confusa, muy confusa y no sabía bien qué hacer.
De pronto, unos pasos resonaron en el silencio de la noche.
Tímidamente, Tess asomó un poco más la cabeza. El corazón se le encogió al ver a Drew. Llevaba un traje impecable con una camisa blanca.
La brisa de la noche agitaba sus cabellos negros. ¿Por qué tenía que ser tan arrebatadoramente guapo? ¿Y por qué a ella le gustaba de ese modo? ¡No había derecho!
Durante unos segundos estuvo tentada de arrancar el coche y salir huyendo de allí.
Sin embargo, por algún motivo, no se sentía capaz de hacerle eso. Conocía a su hermana y, de algún modo, no le extrañaba lo que le había sucedido. No era la primera vez, sino más bien la número cien mil y sabía que Lucy tenía cierta tendencia a excederse en su interpretación de lo que sus enamorados decían.
– ¡Deja de excusar a ese hombre! -se dijo-. Parece que estuvieras perdidamente enamorada de él.
Tess se quedó pensativa unos segundos. ¡No podía enamorarse de él, era una locura! No obstante, y siendo honesta consigo misma, tenía que admitir que no tenía nada claro lo que sentía.
A veces, Drew Wyatt la hacía sentir como si fuera la mujer más deseable del mundo, como si de verdad compartiera con ella algo especial. Sin embargo, otras no creía ni una sola palabra de lo que le decía.
Tess volvió en sí y se dio cuenta de que no era el momento de analizar sus sentimientos, sino de evitar una catástrofe.
Drew estaba a punto de entrar en el restaurante, cuando vio a Lucy y a su acompañante que se dirigían hacia el mismo lugar.
Tess salió del coche y corrió al rescate de Drew.
Lo alcanzó cuando ya había llegado al recibidor del restaurante y conversaba amigablemente con el maître.
Como un rayo, Tess entró, lo agarró y se lo llevó a un rincón, ante la perpleja mirada de cuantos estaban en el recibidor en aquel momento.
– ¡Tess! ¿Qué… qué ocurre?
Miró por encima del hombro de él para comprobar que Lucy estaba ya dentro.
– Te estaba esperando fuera -le susurró al oído.
– Habíamos quedado a las ocho aquí, ¿no? -se pasó la mano por la frente en un gesto de confusión-. No he llegado tarde, ¿verdad?
– ¡No, para nada!
– ¿Estás bien?, ¿pasa algo? Estás un poco… sofocada.
Por lo menos ya no estaba pálida. Al fin había podido eliminar todos los restos de pintura de su cara.
– Es sólo que… estoy muy contenta de verte.
Tras decir esto, lo empujó aún más hacia la esquina, para evitar que su hermana lo viera.
– ¿Qué ocurre?
Tess continuó atenta a lo que sucedía en el recibidor. Su hermana hablaba con el maître y le pedía mesa con una de esas sonrisas arrebatadoras con las que conseguía siempre lo que quería y de inmediato.
– La verdad es que no tengo hambre -le dijo Tess.
Drew sonrió de medio lado.
– ¿Te quieres marchar sin haber cenado?
Tess asintió. El corazón le latía con tanta fuerza que temía que él pudiera oírlo. Su mirada se vio cautivada por el espesor de sus labios seductores. Podría besarlo, todo como parte de su plan vengador, claro estaba. Pero su instinto le decía que una vez que sus labios se juntaran, ya nunca nada volvería a ser lo mismo. Seguro que era un besador excepcional. Desde luego, unos labios como aquellos no se encontraban todos los días. Un leve encuentro de bocas sería su perdición…
– Quiero irme… ahora -la última palabra salió como un suspiro íntimo y sugerente.
Bueno, al fin y al cabo, si Drew pensaba que algo más interesante los aguardaría a la salida del restaurante sería más fácil que no pusiera impedimentos para salir de allí cuanto antes.
Así fue. Drew la agarró de la mano y, juntos, se dirigieron hacia la salida.
Varias miradas curiosas los siguieron y Tess se ruborizó ante la idea de lo que podían estar pensando. Después de todo habían sido testigos de una apasionado abrazo, un secuestro amoroso y algo de lo que no podrían dar cuenta, pues había sucedido en la oscuridad del rincón más alejado.
En cuanto llegaron a la calle, Drew la agarró de la cintura, un gesto casual, hecho sin excesiva pasión, pero que consiguió alterar todo el sistema nervioso de Tess.
Y si un abrazo tan leve y sin importancia tenía aquel efecto sobre ella, ¿qué podía suceder si el tacto era intencionado y apasionado?
Tess tropezó y Drew la agarró con más fuerza. Sus cuerpos se juntaron y ella sintió todo su masculino calor a través de la ropa. Tragó saliva y se preguntó, una vez más, qué demonios estaba haciendo, por qué se había metido en aquel juego de equívocos que no sabía a dónde la conduciría.
¿Por qué lo encontraba tan irresistible? Después de todo no era más que un hombre… guapo, adorable, inteligente…
¡Tenía que tener siempre presente que era el ex novio de su hermana y que la había abandonado!
– Bueno, ¿dónde quieres ir? -le preguntó mientras le apretaba cariñosamente la cintura.
Al llegar al coche, se vio atrapada entre una carrocería negra resplandeciente y un cuerpo imponente. Lentamente, comenzó a inclinarse hacia ella, una lógica respuesta al modo en que había actuado en el restaurante.
Iba a besarla, lo sabía y era inevitable. Ella sola se había metido en aquello y tendría que cargar con las consecuencias.
Así que, cerró los ojos y esperó lo inevitable. Trató de pensar en el dentista, en el dolor de pies que le daban los tacones o en la última fiesta nefasta que había organizado, cualquier cosa, con tal de evitar la catástrofe.
Y así esperó a que el shock eléctrico recorriera todo su cuerpo. Pero nunca llegó.
Abrió los ojos lentamente y se lo encontró allí, mirándola con un gesto de extrañeza.
– ¿Estás bien, Tess? Actúas de un modo muy extraño.
Tess respiró y tragó saliva.
– Pensé que me ibas a besar -le dijo.
Drew le acarició la barbilla y se rió suavemente.
– Me encantaría besarte. No recuerdo haber deseado jamás tanto besar a ninguna mujer.
– Y ¿a qué estás esperando? Acabemos con ello cuanto antes.
– Tess, cuando te bese por primera vez, no será en un aparcamiento y no va a acabar cuanto antes. Va a ser largo y dulce, algo que ninguno de los dos quiera concluir. Así que yo elegiré el lugar, si tú me lo permites.
– Sin problema -dijo ella con un aire casual del que carecía.
La idea de un beso largo, lento y dulce era en sí suficientemente sugerente como para encima imaginar el lugar.
Sin duda, sería un desastre. Tal vez, ya había llegado la hora de poner fin a aquel ridículo plan. De hecho, si no le permitía que la besara, jamás lograría enamorarlo y, si se lo permitía, sería, posiblemente, ella la que caería en sus redes.
Tenía que ser ella la que tuviera el control y, sin embargo, tenía la impresión de que lo único suyo que controlaba algo eran sus hormonas quienes, sin duda, la llevaban por el mal camino.
Si la base de su plan era que él se enamorara para luego abandonarlo, ¿cómo podría llegar a buen fin si luego iba a ser incapaz de dejarlo? Más bien acabaría siendo él el que se alejara.
Entonces, ¿por qué arriesgarse más? No podía fallar a Lucy… Lucy…
Era curioso, pero, cuanto más conocía a Drew, más le parecía que Lucy estaba equivocada. Aquel hombre no parecía capaz de romperle el corazón a nadie. Había tantas diferencias entre el hombre que Lucy lo describía y el hombre que Tess tenía delante que daba que pensar.
Tal vez era su propia ceguera la que le impedía ver la verdad. Quizás era ella la que tenía una percepción falsa de la realidad.
Tess forzó una amplia sonrisa.
– Bueno, ¿dónde vamos a cenar?
Drew frunció el ceño.
– ¿Cenar? Pensé que lo que querías era marcharte de aquí.
– Sí. Pero tengo hambre, mucha hambre. ¿Qué prefieres: pizza, chino? Hay un restaurante polinesio muy cerca de aquí.
Era un lugar ruidoso y poco íntimo, un lugar en el que la conversación era casi imposible, y donde podría lograr sobrevivir a su primera y última cita sin más peligros.
– De acuerdo. Si eso es lo que quieres, iremos allí.
– Yo voy en mi coche y tú en el tuyo.
– Esta es la cita más atípica que he tenido en mi vida -le murmuró Drew-. Una sorpresa por minuto.
Tess lo vio alejarse, no sin cierta desazón.
– Después de esta noche, no habrá más sorpresas. Drew Wyatt saldrá de mi vida para siempre.
El Rey Kamani no era en absoluto un restaurante de la categoría de el Bistro Boulet, pero a Drew parecía no importarle si ella estaba feliz. Y Tess se esforzó todo lo que pudo por parecer exultante y vivaz.
Efectivamente, aquel era el lugar perfecto para poner cierta distancia entre ellos.
Los colocaron en un discreto rincón, bajo una palmera.
Drew pidió una carta de vinos, pero la camarera del lugar le informó de que todo lo que tenían era un tinto de la casa y marcas desconocidas. La muchacha, ataviada con un pareo floreado le ofreció un cóctel de ron y coco, que Tess aceptó gustosa y Drew rechazó, prefiriendo una vulgar cerveza.
La camarera regresó enseguida y rompió el incómodo silencio que se había creado entre los dos. Dejó las bebidas, tomó nota de la comida y se marchó.
Tess se agarró a su coco como si fuera una tabla de salvación y sorbió gustosa.
Drew la observaba con curiosidad.
– ¿Sueles venir aquí a menudo?
Tess apartó la pajita de su boca.
– ¿Por qué?
– Porque es el último sitio en el que esperaría encontrarte -dijo él suavemente.
– Alquilé este sitio para una fiesta infantil. A los niños les encanta, aunque yo tuve dolor de cabeza durante varios días después… -señaló los altavoces-. Por los tambores.
Drew miró.
– ¡No los había notado hasta ahora! -se rió-. ¿Te gustan los niños?
– ¡Me encantan! -replicó Tess-. De uno en uno, niños calladitos y obedientes que no tengan las manos pegajosas. En manadas y enfebrecidos por la emoción de una fiesta, los detesto. ¡No volveré a hacer una fiesta para niños en mi vida!
Drew le agarró la mano y enlazó sus dedos con los de ella. El primer impulso de Tess fue apartar la mano, pero se contuvo al darse cuenta de qué, realmente, no quería hacerlo. Era, además, un gesto lo suficientemente inocente como para no necesitar su rechazo.
– Yo siempre he querido tener dos hijos -dijo él mientras estudiaba las cuidadas manos de su acompañante-. O quizás tres. ¿Qué te parecería tener tres niños?
A Tess se le puso un nudo en la garganta. ¡Aquel no era el tema más adecuado para una primera cita! ¿Estaba bromeando o hablaba realmente en serio? ¿Por qué insistía en atormentarla?
Tess se ruborizó.
– No creo que sea muy lógico que estemos hablando de nuestros… de niños. Después de todo, a penas si nos conocemos…
Él se encogió de hombros, recogió su mano y se aflojó la corbata.
– Quizás tengas razón. Es demasiado pronto para hablar de matrimonio. Deberíamos esperar a la segunda o tercera cita. Pero, entonces, ¿de qué debemos hablar en esta primera cita?
– Tú deberías saberlo mejor que yo -le dijo ella-. Estoy segura de que has tenido cientos de primeras citas.
– Pues, la verdad, no muchas últimamente -volvió a tomar su mano-. Te voy a decir un secreto: no he tenido una cita en meses.
– Mentiroso -dijo ella y apartó la mano rápidamente.
Él alzó las cejas con sorpresa.
– ¿No me crees?
– No estoy segura, pero me parece que juegas conmigo, que te empeñas en confundirme.
– ¿En qué te confundo? He sido completamente honesto contigo desde la primera vez que nos vimos. Pregúntame lo que quieras y te responderé la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Tess se acomodó en la silla y se inclinó hacia delante.
– ¿Me responderás a cualquier pregunta?
– Sí.
– De acuerdo. ¿Quién fue la última mujer con la que saliste?
– Cassandra Wentland -respondió él.
Tess frunció el ceño. ¿Cómo podía ser que no hubiera dicho el nombre de su hermana? A menos que entre Lucy y ella hubiera habido otra mujer.
– ¿Cuándo?
– ¿Cuándo? No sé… Hace unos seis o siete meses. Fue sólo un día. Después me tuve que marchar a Tokio y ella me abandonó por un hombre que estaba en el mismo hemisferio del globo que ella.
– De acuerdo. ¿Cuándo fue la última vez que le dijiste a una mujer que la querías?
– El mes pasado -respondió él-. Llamé a mi madre. Era su cumpleaños, me puse sentimental y perdí la cabeza. ¿Qué puedo decir? Espero que no te pongas celosa.
Ella frunció el ceño.
– Me refiero a una mujer que no sea de tu familia.
Drew se quedó pensativo.
– Bien. Fue a Sarah McKellar -respondió-. Cuando estaba en el instituto. Era la mujer más hermosa que había visto. Hasta que te he conocido a ti. Era la novia de mi mejor amigo. Pensé que, si era sincero con ella, abandonaría a mi amigo y saldría conmigo.
– ¿Y así fue?
– No. Se lo contó a su novio y un grupo de amigotes suyos me partieron la cara. Esa fue la última vez que le dije a nadie que la quería. Tú no tienes hermanos, ¿verdad?
Tess se rió a carcajadas. Aquel hombre era imposible. Lo que ella buscaba era una honesta confesión que acabara por delatarlo y con la que poder aclarar aquella situación.
Pero cada vez estaba más confusa.
No había mencionado a Lucy en ningún momento y, lo que era peor, su respuesta había sido una sutil insinuación de que algún día podría amarla a ella.
Así que, aparentemente, su hermana no había escuchado de aquellos labios tan sugerentes una declaración de amor eterno ni nada semejante.
Aquello no tenía lógica. ¿Por qué iba a ocultarle él esa información, cuando le estaba confesando cosas de la misma envergadura? Y, desde luego, Lucy no era una mujer fácil de olvidar.
Tess se frotó las sienes tratando de comprender. ¿A quién debía creer? ¿A aquel fascinante hombre que encendía todas sus aletargadas pasiones o a su emocional y alocada hermana? ¿Y si Lucy estaba mintiendo o exagerando lo que realmente él le había dicho? Entonces Drew no sería más que una pobre víctima de todo aquel enredo.
Pero, según Lucy, habían pasado semanas juntos. ¡Incluso se habían ido de viaje a Maui! Y los regalos… ¿Cómo podía Lucy haberse imaginado todo eso?
Tess dio un sorbo a su coco y él empezó a darle una visión más clara de las cosas. La única explicación que encontraba era que Andy Wyatt fuera un mentiroso patológico.
Tess alzó la mirada y fingió una sonrisa.
– Espero que nos traigan pronto la comida. Estoy hambrienta.
– Ahora me toca a mí -dijo Drew-. La verdad y nada más que la verdad.
– Quizás deberíamos cambiar de tema -dijo ella-. ¿Por qué no me hablas de tu trabajo?
Drew agarró su cerveza y le dio un trago.
– De mi vida amorosa a mi trabajo. ¿Cómo es que nunca hablamos de ti, Tess? Si fuera un poco perspicaz, llegaría a la conclusión de que ocultas algo: un pasado oscuro, un marido del que no me quieres hablar.
– ¡Claro que hablo sobre mí! -respondió ella.
– No me has respondido a la pregunta de si tienes hermanos.
– No tengo hermanos -respondió ella-. Ahora, háblame de tu trabajo.
La miró con cierta exasperación durante unos segundos pero, al fin se relajó.
– Bueno, pues si así lo quieres, hablaremos de mi trabajo. La verdad es que últimamente está ocurriendo algo muy peculiar. ¿Recuerdas la noche que nos conocimos, lo de las ruedas desinfladas y todo eso?
Tess asintió. ¿Cómo podía haberlo olvidado?
– Sí, claro que sí.
– Pues creo que no fueron unos vándalos -dijo Drew-. De hecho, creo que sé quién fue.
Tess casi se atraganta con la bebida. Comenzó a toser como una desesperada. Se golpeó el pecho con la palma de la mano. Pero seguía tosiendo. Drew se alarmó, llamó a la camarera, que a su vez llamó a un camarero de dos metros con un machete en el cinturón, quien parecía dispuesto a todo por acabar con su sufrimiento. Tess agitó la mano para rogar que la dejaran y continuó tosiendo hasta que, por fin, logró parar.
Cuando consiguió recuperar la respiración, se había secado los ojos, se había limpiado la nariz y sonrió como pudo.
– Lo siento -dijo-. Se me ha ido por otro sitio. Ya estoy bien. Por favor, continúa.
– ¿Qué siga?
– Sí, Cuéntame. ¿Quienes son los vándalos?
Drew la miró fijamente durante unos segundos.
– No, no fueron vándalos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Bueno, no lo supe hasta que ayer se presentó una policía en mi oficina.
Tess tragó saliva.
– ¿Lla… llamaste a la policía?
– Sí. Cuando vi a la mujer policía allí pensé que venía a tomarme declaración. Pero, de repente, se quitó la blusa y empezó a menear el trasero.
Tess comenzó a toser de nuevo y se tuvo que cubrir la boca con la servilleta.
– ¡La policía se quitó la camisa!
– Realmente, se lo quitó casi todo, y delante de unos clientes muy importantes. Realmente no era una policía, sino una bailarina de striptease. Creo saber quién está detrás de todo esto. He pedido a mi hombre de confianza que contrate a un investigador privado.
– ¿Un investigador privado? -volvió a toser. Se dio unos golpes en el pecho, ¡Primero un policía, luego un investigador privado! Aquello era el final. Lucy se había excedido. Drew terminaría descubriéndola, si es que no sabía ya que se trataba de ella.
– ¿El investigador ya tiene a alguien?
– No, todavía no. Pero yo estoy casi seguro de que detrás de todo esto está Sam Lubich. Está dispuesto a arruinarme.
Tess respiró aliviada.
– ¿Sam Lubich?
– De Lubich y Roth Architects. Es mi más directo competidor y un hombre sin escrúpulos. Ambos hemos presentado sendos proyectos para la construcción de un centro cívico. Estoy seguro de que lo del otro día tenía como objeto conseguir destruir mi reputación ante todo el comité que decide sobre el proyecto. Pero en cuanto consiga la prueba que necesito, estará perdido. Nadie querrá trabajar con él.
– ¿Lo vas a arruinar?
Drew negó con la cabeza.
– Se arruinará a sí mismo y yo aplaudiré gustoso.
Tess no sabía qué pensar respecto a todo aquello. Tampoco era justo que pagara el señor Lubich, que no era culpable de nada.
¿Cómo podía ella evitar la catástrofe, cuando había tanta gente mezclada en aquel caso?
– Vaya, ya viene nuestra comida. ¡Menos mal, porque tengo un hambre tremenda!
Al menos la comida evitaría que la conversación entrara en detalles escabrosos. Mientras comía se iría preparando para el próximo desastre que se aproximaba.
Desde el punto de vista de Drew, la comida había llegado demasiado pronto. Cada vez que formulaba alguna pregunta, todo lo que obtenía era una amplia sonrisa entre dos papos inflados y un ligero movimiento de cabeza, con lo que evitaba entrar en detalles. Drew quedó así convencido de que trataba de ocultar algo.
Sin duda, el apetito de aquella mujer era voraz, pero si seguía preguntándole cosas acabaría teniéndose que llevar a su acompañante en una camilla.
Por fin, dejó de comer cuando la camarera trajo la cuenta y agarró el último plato que quedaba sobre la mesa.
– ¿Desean algo más? -preguntó la muchacha.
Tess respondió que no con un gesto, pues tenía la boca aún llena. Agarró la servilleta, se limpió la boca, miró la cuenta y notó que seguía intacta sobre la mesa. Drew no estaba dispuesto a marcharse aún, ni loco. Después de todo el esfuerzo que había hecho por conseguir una cita con Tess Ryan, no iba a permitir que se escapara así.
– ¿Por qué tienes tanta prisa? -le preguntó-. Se diría que estás ansiosa por irte.
– Tengo una reunión mañana a primera hora -dijo Tess-. Debería irme ya.
– ¡Pero si son las nueve de la noche! Normalmente organizas fiestas que acaban mucho más tarde. ¿Soy tan aburrido?
– ¿Las nueve? ¡Pensé que era ya media noche!
– Responde a mi pregunta.
Tess suspiró.
– No -respondió-. No eres aburrido, eres muy agradable, Drew, pero…
– Pero ¿qué? La verdad y nada más que la verdad.
Ella dudó unos segundos.
– La verdad es que me lo he pasado muy bien esta noche, y no quería que fuera así. He intentado por todos los medios que no fuera así, pero así ha sido.
– Entonces, ¿podemos volver a salir juntos?
– Quizás.
Drew se tensó y tuvo que combatir el impulso de agarrarla, besarla y sacudirla hasta que comenzara a comportarse como una persona normal.
– Admites que te gusta mi compañía. Me encuentras atractivo. ¿Qué es lo que te molesta de mí?
– ¡Nada! -respondió ella sorprendida.
Drew sacó la billetera, y dejó un montón de billetes encima de la mesa. Después, le agarró las manos suavemente.
– Salgamos de aquí.
Salieron del restaurante y, cuando ya estaban en la calle, se volvió hacia ella. Sin previo aviso, acercó sus labios a los de ella y la besó apasionadamente.
Al principio, Tess no respondió. Drew esperó paciente a que ella se apartara agraviada. Pero no lo hizo.
Poco a poco, su cuerpo se fue relajando y se fue entregando a él.
Drew jamás había imaginado que un beso pudiera ser algo tan perfecto, que un cuerpo se pudiera acoplar tan perfectamente al suyo. Su mente dibujó la imagen de sus dos cuerpos desnudos, uno encima del otro.
Un leve gemido se escapó de su garganta y tuvo que romper el instante, para alejar las fantasías. Ella estaba con los ojos cerrados, imbuida en el placer inesperado del que acababa de disfrutar.
Habría preferido haberla besado en un lugar más romántico. Pero si algo había aprendido aquella noche era que, con Tess Ryan, había que aprovechar cualquier oportunidad.
Tess abrió los ojos, pero su mirada continuaba absorta en los labios que la habían poseído.
Drew trató de resistirse a la tentación, pero no lo consiguió. Nuevamente, la besó, esta vez dejando que sus cuerpos se unieran aún más, que sus pelvis se encontraran.
Ella reaccionó entonces y se apartó rápidamente.
– Gracias… gracias por la cena -murmuró Tess-. Me lo he pasado muy bien.
Él sonrió.
– Tenemos que vernos otra vez -dijo él y ella se ruborizó-. Pronto.
– Sí, pronto.
Pero Drew no sabía si lo decía de verdad o si, simplemente, quería librarse de él.
Después de lo que había sucedido aquella noche, no sabía lo que Tess Ryan tenía en la cabeza. La mujer con la que había cenado no se parecía en absoluto a la Tess Ryan que había conocido en el museo de arte, la que se reía y bailaba con total sinceridad. Cuanto más la conocía, más extraño le resultaba su comportamiento.
Hizo un repaso de lo acontecido desde que la conocía y se dio cuenta de que su repentino cambio de personalidad había coincidido con el descubrimiento de que sus ruedas habían sido desinfladas por algún desaprensivo. Pero, ¿cómo algo así podía haber afectado a su relación?
– Será mejor que me vaya -dijo Tess.
Él asintió sin poner objeción alguna.
– Llámame -le dijo.
– ¿Qué te llame? -preguntó ella alarmada.
– Sí -dijo él, como si la petición fuera más que razonable-. La próxima vez, te toca a ti llamarme.
Tess parpadeó nerviosamente.
– Pero… pero yo…
Drew se pasó la mano por el pelo en un gesto desesperado.
– La bola está en tu campo, Tess. Te próxima vez te toca a ti tirar… si es que va a haber una próxima vez.
– ¿Y si no la hay?
– Depende de ti. Tú tomas la decisión. Yo puedo asimilar un rechazo como cualquiera, Pero creo que entre nosotros hay algo especial y también creo que te gusto más de lo que quieres reconocer.
– Te tienes en muy alta estima.
– No. Lo que tengo es buena intuición. No sé por qué estás luchando contra lo que nos sucede. Quizás alguien te hizo mucho daño en el pasado o quizás estás demasiado preocupada con tu carrera como para tener una vida social. No necesito una explicación. Lo único que espero es que no frustres algo que podría ser excepcional, tal vez lo mejor que nos ha ocurrido a los dos en toda nuestra vida.
Tess se rió nerviosamente. Drew sabía que estaba siendo tremendamente arrogante, pero no le importaba. Ya no tenía nada que perder. Sus encantos le habían fallado y su intento de ser honesto, también. Quizás la indignación funcionaría mejor.
– ¿Tú eres lo mejor que me ha sucedido? -preguntó ella.
– Podría serlo. Déjame intentarlo -se inclinó sobre ella lentamente, pero no llegó a rozar sus labios.
Esta vez, ella no cerró los ojos, sino que lo miró orgullosa, como si lo retara.
Él no le dio el placer de un beso mortificado.
– Mañana me tengo que levantar pronto -dijo él-. Será mejor que me vaya.
Sin más, se dio media vuelta y se alejó, dejándola sola en mitad de la calle, su silueta recortada contra el resplandor de las antorchas.
– ¡No creas que porque te vayas así, mis sentimientos hacia ti van a cambiar!
– Así que admites que sientes algo -dijo él, sin molestarse en mirar hacia atrás.
– Puede que no te llame -dijo ella.
Drew sonrió para sí y continuó caminando. Algún día entendería quién era Tess Ryan. De momento, no era más que un rompecabezas… pero, después de todo, siempre le habían gustado los rompecabezas.