Capítulo 2

Andrew Wyatt apoyó el hombro en el contenedor que había en la entrada de servicio del museo. La recepción había acabado hacía una hora, aproximadamente, y un amigo suyo de seguridad le había garantizado que todo el mundo que estuviera aún en el edificio tenía que salir por la puerta en la que se encontraba apostado.

No podía haberse marchado antes que él.

Drew se había pasado toda la fiesta esperando verla aparecer. Siempre que asomaba la cabeza, tenía la esperanza de que lo estuviera buscando a él. Pero la ilusión se desvanecía en cuanto volvía a desaparecer. Sólo hacía su trabajo, nada más.

Aquella mujer era realmente bonita. Había salido con un buen número de mujeres hermosas, pero ninguna era como Tess Ryan. Todo en ella era sencillez: desde su peinado, pasando por su vestido negro de cóctel y sus formas suaves y delicadas.

Eso era lo que necesitaba en aquel momento, después de haber decidido que quería una mujer en su vida.

A Drew no le habían interesado nunca las relaciones largas. Pero últimamente sentía que su vida estaba vacía. Había viajado por todo el mundo, había trabajado en proyectos increíbles, había tenido todas las oportunidades que cualquier arquitecto podría soñar. Profesionalmente, su vida era perfecta. Pero cuando regresaba a casa, sólo se encontraba el frío de unas paredes sin vida.

De pronto, había empezado a envidiar a esos hombres que tienen esposas y a quienes sus familia esperan a la mesa. Había recapacitado sobre aquello en sus viajes de vuelta desde Tokio y había tomado la decisión de buscar una esposa hacía dos meses.

El cambio, no obstante, no había sido tan brusco. Un año atrás ya se había decidido por un acuario del peces tropicales, que esperaba hubieran dado a la casa un toque de alegría, y que hubieran hecho sus regresos menos solitarios.

Pero los peces no eran grandes conversadores.

Así que se decidió por un perro: el mejor amigo del hombre: Eligió el chucho más feo que encontró, no un engreído y autosuficiente perro con pedigrí.

Pensó que así tendría un amigo más apreciativo. El perro, sin embargo, prefirió a los peces que a Drew.

Cuando éste, cansado de alimentar a un can que obviaba su presencia, optó por regalar los peces, Rufus se decidió por la televisión.

El único ser humano con quien Rufus se relacionaba era Elliot Cosgrove, el encargado de Drew.

Elliot cuidaba la casa de Drew cuando éste estaba de viaje. Y, por algún extraño motivo, el perro y él parecían compartir un lazo secreto que los unía de un modo que Drew no podía comprender. Sólo podía intuir lo que veían el uno en el otro: un hombre tímido, triste y solitario y un perro huérfano.

De no haber sido por su empeño en ganarse a Rufus, Drew habría acabado por regalárselo a Elliot.

Sin embargo, no estaba dispuesto a admitir que todas las relaciones de su vida fueran un fracaso. Si no podía, ni siquiera, hacer prosperar su relación con un perro, ¿cómo iba a conseguirlo con una mujer?

Todo el mundo esperaba que Andrew Wyatt se casara con alguna de las hijas de buena familia de la zona.

Pero aunque por sus trabajos tuviera que moverse en los círculos adinerados, no pertenecía a ellos. Tenía muy poco en común con sus clientes. Después de todo, el no era más que el hijo de un albañil y una profesora de matemáticas, nada de sangre azul en su familia.

Su amistad con gente como Marceline Lavery había sido buena en aquella ocasión, eso tenía que admitirlo, pues había podido conocer a Tess Ryan.

Había conseguido, además, el teléfono de Tess, fingiendo un interés profesional.

Si no aparecía por la puerta, podría llamarla en un par de días con la excusa de querer organizar una fiesta o algo similar. O, sencillamente, podría invitarla a salir.

Lo que tenía muy claro era su resolución de no dejar escapar a una mujer tan atractiva e interesante como Tess Ryan.

Y, después de todo, no podía rechazarlo. A ojos de la sociedad de Atlanta era uno de los solteros de oro. Siempre tenía una cola de pretendientes al trono que esperaban una mirada suya.

Pero no solía superar las segundas citas con ninguna de ellas. De hecho, hacía seis meses que no tenía, ni siquiera, una primera cita.

Drew oyó ruido de tacones sobre el suelo y vio aparecer una figura familiar.

– Deberías haber apostado, señorita Ryan.

Ella se sobresaltó y miró hacia la oscuridad de la que emergía la voz. Su sorpresa se tornó en sonrisa al verlo aparecer de entre las sombras.

– Te dije que nos volveríamos a ver.

– De haber sabido que estabas aquí, te habría puesto a trabajar. Ya he visto que eres bueno con la bandeja. Seguramente, también lo habrías sido con la escoba.

– Me gustaría acompañarte hasta tu coche -dijo Drew-. Y de camino trataría de convencerte para que te tomaras una última taza de café conmigo.

Lo miró extrañada, con una mezcla de desconcierto, placer y aprensión.

– ¿Me estás pidiendo que me tome un café contigo, ahora, esta noche?

– ¿Tienes otros planes? -preguntó él dulcemente-. Lo siento, supongo que estarás cansada… no debería haber asumido que…

– ¡No! -dijo Tess-. Simplemente, es que estoy sorprendida. No suelo salir mucho. Con este trabajo, me resulta difícil conocer a hombres. Este tipo de cosas suelen sucederle a mi hermana, no a mí. Ella siempre conoce hombres como tú.

Drew la agarró de la mano y se la enroscó al brazo. Sus dedos eran delicados y suaves. Habría deseado haberla podido observar con más detenimiento, haber podido descubrir que era lo que la hacía tan perfecta.

– ¿Hombres como yo? ¿Y cómo son los hombres como yo?

Lo miró de reojo.

– No estás casado, ¿verdad?

Drew dijo que no con la cabeza. La mirada inocente de aquellos grandes ojos verdes lo cautivó.

– ¿Tampoco tienes problemas psicológicos, ni has estado en el psiquiátrico? ¿No llevas ropa interior femenina?, ¿no te sientes atraído sexualmente por mis zapatos?

Drew volvió a decir que no.

– Entonces, eres el tipo de hombre que nunca encuentro -dijo Tess.

Él sonrió.

– Tal vez tu suerte acaba de cambiar -respondió.

Echaron a andar en dirección al aparcamiento, mientras charlaban amigablemente.

La verdad era que el final de fiesta empezaba a resultar bastante más prometedor que su desastroso principio.

Se detuvieron, por fin, junto a un BMW de color negro.

– ¡Maldita sea! -exclamó él-. Me han pinchado las ruedas delanteras y eran nuevas.

– Las de atrás también -dijo ella.

Drew rodeó el coche.

– ¡Están todas pinchadas!

Tess miró de un lado a otro.

– Tú coche es el único. ¿Por qué querría alguien hacerte esto? -preguntó preocupada.

Drew sacó el teléfono móvil y marcó un número.

– Estoy llamando al Club del automóvil. Ellos vendrán a recoger el coche. Luego podemos irnos en tu coche.

Espero unos segundos y pronto obtuvo respuesta.

– Sí, soy Andrew Wyatt -dijo, mientras sonreía a Tess.

Pero ella no le devolvió la sonrisa.

– ¿Andrew? -susurró-. Pensé que tu nombre era Drew.

La miró alarmado, ante el gesto de horror que ella acababa de poner.

– Drew es el diminutivo de Andrew -le explicó. Había pensado que ella sabía perfectamente quién era. Incluso había una foto de él en el recibidor de entrada, en el panel con las fotos de los miembros de la junta directiva. Por eso ella había actuado de un modo tan extraño. Ni siquiera sabía quién era.

Alguien le hizo una pregunta y él respondió.

– Sí, estoy en el aparcamiento del Museo de Arte de Clairmont. Me han pinchado las ruedas.

– ¿Eres arquitecto? -le preguntó Tess.

Él asintió, mientras escuchaba las instrucciones que le daba el operador del Club del automóvil.

Pero no dejaba de observar con extrañeza a Tess, cuyo cambio de actitud le resultaba incomprensible.

– Me tengo que ir -dijo ella sin más preámbulos y echó a andar mientras se justificaba-. Lo siento Acabo de recordar que tengo algo que hacer.

Drew frunció el ceño e hizo un amago de acercar se a ella.

– Espera. Sólo me llevará unos minutos.

– No -dijo Tess-. De verdad que tengo que irme cuanto antes. Gracias por la invitación… señor… Wyatt.

– ¡Tess, por favor, vuelve! ¿Qué ocurre?

– Nada -dijo ella-. Simplemente, que me tengo que ir. Que se lo pase bien.

– Te acompaño al coche.

– No, gracias.

Drew se apoyó sobre su BMW y vio cómo Tess desaparecía. Se frotó las sienes y trató de comprender algo.

No tenía sentido lo que acababa de suceder. Un segundo antes, Tess y él parecían disfrutar de su mutua compañía y, de repente, había desaparecido. ¿Qué había hecho mal? ¿Es que realmente provocaba ese efecto en todo el mundo?

Primero fue el pez. Luego el perro.

– Y ahora una mujer maravillosa -murmuró Drew-. ¿Cuál es mi problema?


– ¡No tiene por qué ser el mismo! -se dijo Tess una y cien veces en el recorrido desde el museo hasta su casa. Andrew era un nombre muy común. Podría haber cientos de arquitectos que se llamaran así. Claro que, Andrew Wyatt y rico, era demasiada coincidencia.

Sin embargo, su hermana había alabado con frecuencia sus ojos oscuros y su agujerillo en la barbilla. El Drew que Tess acababa de conocer tenía unos devastadores ojos azules y nada de hoyito en la barbilla.

– No es más que una coincidencia de nombre -murmuró Tess para sí. Levantó la vista y se encontró a Lucy delante de ella, con una inmensa sonrisa dibujada en la cara.

– ¡Lo hice! -le anunció orgullosa.

– ¿Hiciste qué?

– He sellado el final de mi relación con Andy Wyatt. He llamado a su oficina y me dijeron que estaba en el museo de arte, en una de esas fiestas benéficas. Así que me fui hasta allí y le pinché las cuatro ruedas. ¡Está tan estúpidamente obsesionado con ese maldito coche, que se lo merecía!

A Tess le dio un vuelco el corazón, al escuchar la confirmación de sus peores temores. ¡Era de esperar! El único hombre interesante que conocía en dos años y resultaba ser el sádico que acababa de abandonar a su hermana.

– ¡Me siento tan liberada! -decía alegremente Lucy, mientras corría alrededor de la mesa del comedor-. Me siento traviesa también, muy traviesa.

La estúpida carcajada que acompañó al comentario llenó todo el espacio.

Tess se frotó la frente. Trataba de encajar las piezas de aquel rompecabezas, pero le resultaba casi imposible. Drew Wyatt no parecía tan terrible como su hermana se lo había descrito. No podía ser. Quizás su hermana había malinterpretado sus motivos y sus acciones.

– Lucy, no me parece bien que…

– ¡Vamos Tess, no seas aguafiestas! Además, llamará rápidamente al Club del automóvil y le solucionarán el problema…

– ¡Lo que has hecho es un acto de vandalismo! -dijo Tess.

– No, yo creo que no. Sin embargo, echarle pintura a su coche si puede que se considere vandalismo.

Tess la miró boquiabierta.

– ¿Qué? ¿Has echado pintura en su coche?

Lucy miró su reloj.

– No, todavía no. Pero está a punto de ocurrir.

– ¿Qué… qué demonios quieres decir con eso de que está a punto de ocurrir?

Lucy agarró la mano de su hermana y la obligó a sentarse junto a ella en el sofá.

– Después de lo de las ruedas, me fui a su casa y le preparé otra sorpresa -dijo en voz baja, como para que nadie la oyera-. Puse un par de botes de pintura en los pilares de ladrillos que hay a los lados de la puerta de entrada. Até las asas de los botes de pintura con una cuerda. En cuanto las puertas se abran, la pintura caerá sobre su coche -Lucy abrazó efusivamente a su hermana-. ¡Ha sido fantástico! ¿Qué podemos hacer lo siguiente?

Tess se apartó de su hermana.

– ¡No vamos a hacer absolutamente nada. Has atentado contra la propiedad ajena y eso es un crimen!

– Ya lavará el coche después.

– ¿Has utilizado pintura de látex?

Su hermana frunció el ceño.

– ¿Qué es eso? Yo lo que he usado es la pintura esa que los jardineros utilizan en los muebles de jardín.

– ¡Eso no se limpia con agua! ¡Podrían arrestarte y llevarte a la cárcel! Y seguro que has dejado tus huellas dactilares por todas partes.

Tess se sintió tremendamente culpable. Aquella idea descabellada de la venganza había venido de su consejo de darle fin a la relación. Ella sabía que su hermana siempre se iba a los extremos. Debía de haber imaginado que algo así podría suceder. Lucy se levantó airosa.

– ¡Me da exactamente igual todo! Esto vale la pena incluso de pasar unos cuantos días en la cárcel -dijo-. Vamos a celebrarlo. He encontrado una estupenda botella de vino, de esas que papá esconde. Así podremos planear cuál será el siguiente paso.

Tess sacó las llaves del bolso.

– ¡Acabo de recordar que he olvidado algo muy importante en la oficina! Volveré enseguida. No hagas nada sin mí -dijo Tess.

En cuanto cerró la puerta, la cabeza de Tess se puso en marcha. Lo primero que tenía que encontrar era la dirección de la casa de Andrew Wyatt. Debía llegar a la casa antes que él y deshacer el entuerto que Lucy había formado.

Corrió a su coche y de la maleta sacó el maletín. Allí tenía una lista de todos los asistentes a la fiesta. Por suerte, aparecía el nombre de Andy Wyatt. Vivía en Dunwoody, un barrio residencial de las afueras. Con un poco de suerte podría llegar allí antes que él.

No había mucho tráfico y consiguió llegar a la casa en menos de veinte minutos. Se detuvo ante las puertas y, muy pronto, vio las dos latas de pintura en los pilares laterales.

Tess aparcó el coche a una distancia prudencial y bajó en dirección a la casa. El barrio estaba tranquilo. A lo lejos se oía el ladrido de un perro. De pronto, recordó que Lucy había mencionado un perro.

– Lo que faltaba es que fuera un fiero Doberman -se detuvo un segundo-. Lo que tengo que hacer es mantener la calma. Tengo tiempo más que suficiente.

Los botes de pintura estaban realmente altos. Los miró atónita y se preguntó una y otra vez cómo habrían llegado allí.

Sin pensárselo más, se levantó la falda del vestido y se quitó los zapatos, se agarró a la verja y subió por la reja.

– Lo que debería haber hecho es desatar la lata de la puerta -se dijo cuando ya estaba arriba-. ¡Piensa antes de actuar, Tess!

Cuando ya tenía la lata en la mano bajó con cuidado para no derramar ni una gota de pintura.

Tess miró al reloj y se apresuró a subir de nuevo.

– ¡Te has vuelto a olvidar de desatar la lata! Vamos Tess, no lo fastidies todo ahora.

¿Por qué demonios le había mencionado lo de poner fin a la relación a su hermana? Habría sido mucho más fácil que su hermana se pasara una larga noche bajo la cama y que se las arreglara sola con su problema.

– ¿Por qué? -se volvió a preguntar Tess-. Pues porque no eres más que una sentimental, que ha hecho parte de su vida la misión de cuidar de una hermana imposible.

Por fin llegó a la parte de arriba del segundo pilar. Un perro la miraba desde abajo y se relamía al verle los dedos desnudos de los pies.

Un pequeño grito y un traspiés fueron suficientes para que la meticulosa tarea sufriera un cambio de curso. Al sentir que se caía se agarró a lo primero que encontró, con tan mala suerte de que se trataba, precisamente, de la cuerda con la que había atado el enorme bote de pintura.

Mientras caía veía, como en cámara lenta, que la lata descendía detrás de ella.

Ella cayó sobre unos matorrales y la lata de pintura sobre su estómago. Su cara, brazos, hombros y piernas estaban completamente rociados de pintura blanca.

Se levantó para sacudirse los restos de pintura y, en ese preciso instante, la deslumbraron los focos de un coche.

Pronto pudo comprobar que era el BMW negro con las ruedas ya infladas.

Drew presionó el botón del control remoto y esperó a que las puertas se abrieran.

Tess contuvo la respiración y rezó porque no la viera. El coche continuó su camino sin reparar en su presencia, lo que no dejaba de ser francamente sorprendente, puesto que tenía el mismo aspecto que Casper, el fantasma amigable, y resplandecía como una estrella.

Tess sintió algo húmedo en el codo y, al volverse, vio que el perro estaba chupando el único huequecillo sin pintura que quedaba en su cuerpo.

– Fuera de aquí, chucho, fuera -el perro bajó la cabeza y se marchó sin protestar.

En cuanto ella se sintió a salvo de perro y dueño, escaló la verja y salió de allí.

Antes de meterse en el coche, se quitó el vestido, completamente destrozado por la pintura. No estaba dispuesta a estropear también el coche. Claro que, si la policía la paraba, le iba a resultar bastante complicado explicarles su desnudez. Tendría que inventarse algo más creíble que la verdad.

Cerró la puerta del coche y se miró en el retrovisor.

– Esta es la última vez que te salvo el pellejo, Lucy Ryan -murmuró entre dientes-. ¡La última vez!


– ¡Lo has estropeado todo!

Tess puso las manos sobre la mesa y miró a su hermana con furia.

– ¡Mírame! -le dijo-. ¡Ni siquiera he logrado quitarme toda la pintura de la cara!

– La palidez está de moda -dijo Lucy.

– ¡Me importa un rábano que la palidez esté de moda o deje de estarlo! Si tu estúpida idea se hubiera convertido en una realidad, habrías acabado en la cárcel.

– No entiendo por qué estás de tan mal humor.

– ¡Me duele la cabeza por la cantidad de aguarrás que he tenido que usar y tengo el pelo completamente blanco! -dijo Tess. Lucy abrió la boca para responder, pero su hermana no la dejó-. No te atrevas a decirme que se llevan las mechas blancas.

– ¿Sabes lo que te digo? Que me importa un rábano que estés furiosa. Yo me siento extraordinariamente bien y me sentiría aún mejor si mi plan hubiera funcionado como tenía previsto.

– Lucy, se acabó. Ya has puesto fin a tu relación. Ahora tienes que seguir con tu vida.

Lucy se estiró la falda de diseño que llevaba.

– Te haré saber lo que decido, cuando lo haya decidido -respondió.

Tess arrugó el ceño. Estaba a punto de lanzarle un ultimátum, cuando el intercomunicador sonó. Tess pulsó el botón y respondió.

– Tess, hay un hombre aquí que quiere verte. Dice que te conoce.

Tess agarró la agenda.

– No tengo ninguna cita esta mañana, ni tiempo para recibir a ningún comercial. Pídele la tarjeta y dile que lo llamaré para darle cita.

Clarise se aclaró la garganta y respondió.

– ¿Qué le digo que haga con la bandeja de canapés que trae?

Tess tragó saliva y se quedó boquiabierta.

– ¿Canapés?

A Lucy se le iluminó la mirada.

– Me encantan los canapés -Lucy se dirigió hacia la puerta.

– ¡Espera un segundo! -le gritó Tess.

– No puedo -respondió Lucy-. Tengo hora en la peluquería.

Su hermana corrió hacia ella, aún con el teléfono en la mano y la sujetó del brazo.

– Clarise, llévate al caballero de los canapés a la cocina, mete la bandeja en el refrigerador. Ofrécele una taza de café -colgó el teléfono y se dirigió a su hermana- Te acompañaré hasta la puerta.

Abrió una pequeña rendija y vio cómo Clarise se llevaba a Andrew Wyatt a la parte de atrás.

Cuando vio que ya no había peligro, acompañó a su hermana.

Lo último que necesitaba en aquel momento era un emocional encuentro entre Lucy y Drew.

Después de librarse de ella, podría solventar la incógnita de qué demonios hacía el ex novio de su hermana con una bandeja de canapés en su oficina.

– ¿Tienes algún problema? -dijo Lucy.

– Yo no, pero tú si los tendrás si le haces algo más a Andrew Wyatt.

– Pero yo…

– Lucy, yo misma llamaré a la policía y es una promesa. Ahora, vete al peluquero y piensa sobre lo que te acabo de decir.

– ¿Por casualidad te estás queriendo librar de mí?

– Lucy, tengo un negocio que atender y un cliente esperando. Ya hablaremos cuando vuelva a casa.

Tess esperó con ansiedad a que su hermana saliera por la puerta.

Aquello era demasiado para ella: Lucy en la oficina y Drew con una bandeja de canapés. Tenía que poner fin a aquel enredo.

Hizo acopio de todo su valor y se dirigió a la cocina.

Allí se encontró a Drew con Clarise, quien servía con toda meticulosidad una elaboradísima taza de café.

Él sonrió al verla aparecer.

– ¡Tess!

Clarise pareció realmente aliviada. Le dio la taza a Drew y salió rápidamente de la habitación. Drew se aproximó a Tess.

– ¡Buenos días! -dijo, con esa voz suave y melosa que alteraba el sistema nervioso de Tess.

– Buenos días -respondió ella, con la mente completamente en blanco, mientras trataba de pensar en algo inteligente que decir-. ¿Qué haces aquí?

– Me pareció buena idea venir a verte -dijo él, mientras se acercaba un poco más-. ¿Estás bien? Te veo un poco pálida.

Tess apartó la cara. Claro que estaba pálida. ¿Qué podía esperarse, después de que se le había caído encima una lata entera de pintura blanca?

– Es que estoy cansada. No he dormido bien.

– Yo tampoco -murmuró él. Se aproximó otro poco más. Ella querría haber podido cerrar los ojos, haberse podido dejar embriagar por su aroma-. He estado pensando en ti toda la noche.

– ¡Vaya! -Tess se sintió desconcertada-. No es por eso por lo que yo no pude dormir… quiero decir, estuve pensando en ti… pero no…

Se interrumpió durante unos segundos que parecieron horas. Por fin reaccionó de nuevo.

– ¿Qué te trae por aquí? -volvió a preguntar.

– Pensé que, tal vez, podríamos comer juntos. Después del chasco de anoche…

– ¿El chasco?

– Me refiero a lo de las ruedas… íbamos a tomar café juntos. Se me ha ocurrido que podríamos empezar de nuevo y que un buen modo sería comer juntos.

Tess miró a la suculenta bandeja que había sobre la mesa, luego miró a Drew de nuevo.

– La verdad es que no tengo mucha hambre. Quizás en otra ocasión…

Drew la miró en silencio, mientras trataba de entender aquella reacción.

– ¿Estás bien? Te fuiste tan rápido anoche… Ni siquiera tuvimos la oportunidad de charlar un rato.

Tess se volvió hacia la cafetera y se sirvió una taza de café.

– No, la verdad es que no estoy bien. Te agradezco la invitación de anoche, pero creo que no deberíamos vernos.

De pronto, sintió su cálida mano sobre el brazo.

– ¿Por qué? Me pareció que…

– Pues no -dijo Tess, tratando de evitar sus ojos-. No eres mi tipo.

«Eres el tipo de Lucy», añadió en silencio. «Uno de esos individuos que no tiene escrúpulos con las mujeres, que es capaz de dejar tirada a una pobre e indefensa criatura, sin ningún tipo de explicación.

– Sencillamente, tengo la convicción de que salir contigo sería un error.

Drew se pasó los dedos por el pelo y agitó la cabeza.

– No lo entiendo. Nos sentimos atraídos el uno por el otro. Estoy seguro de eso. No estás casada. ¿Cuál es el problema?

– ¿Cómo sabes que no estoy comprometida con nadie?

– ¿Lo estás?

– No es de eso de lo que se trata ahora.

– ¿Y de qué, entonces?

– Pues… -Tess se aclaró la garganta-. De que estoy muy ocupada ahora. Tengo un montón de llamadas importantes que hacer y no estoy interesada en tener una relación ahora mismo. Así es que, ¿por qué no te acompaño a la puerta y olvidamos que nos hemos conocido?

Tess se dirigió hacia la puerta, pero él la detuvo.

La agarró por los hombros y ella sintió un escalofrío. ¿Cómo podía resistirse a semejante sensación?

Claro que no podía negar la atracción que sentía por él. Era una atracción como nunca antes había sentido.

¡Pero aquello era un error, un tremendo error! ¿No podría haber ocurrido con alguien menos adecuado?

Era el ex novio de Lucy y ella era su cabal y conservadora hermana Tess. No podía tener un romance con él, por mucho que aquel hombre alterara todas sus constantes vitales.

– No pienso darme por vencido -dijo él y la obligó a girar hacia él.

Tess sabía que si lo miraba estaba perdida. Pero su boca estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento sobre la mejilla.

– Y yo no pienso cambiar de opinión.

Drew deslizó las manos por su brazo en una sensual caricia.

– Tal vez ha llegado el momento de que te arriesgues un poco. ¿Qué puedes perder?

Dicho esto, se dio media vuelta y salió.

– ¿Qué tengo que perder? -murmuró Tess-. Sólo mi corazón… y a mi hermana…

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