Fort Morgan era una pequeña localidad de unos diez mil habitantes. Anna recorrió sus calles durante unos instantes para orientarse y luego se detuvo en una cabina de teléfonos para buscar la dirección de los Bradley. No sabía qué iba a hacer si no aparecían en la guía de teléfonos. Eso podría significar que habían muerto o que se habían mudado o simplemente que su número de teléfono no aparecía en la guía.
Le podría haber pedido la dirección a Saxon, pero no quería que él la ayudara a realizar algo que Anna sabía que no contaba con su aprobación. Además, habían pasado diecinueve años y no había garantía alguna de que los Bradley siguieran viviendo en la misma casa.
La guía de teléfonos no era muy grande. Pasó las páginas hasta encontrar la «B» y fue recorriendo la columna de nombres con el dedo.
– Bailey… Banks… Black… Boatwright… Bradley. Harold Bradley.
Anotó la dirección y el teléfono y trató de decidir si debía llamarlos primero o dejar que alguien le indicara dónde estaba aquella dirección. Al final se decantó por esta última opción, ya que prefería pillarlos desprevenidos. Así, les resultaría mucho más difícil enmascarar sus verdaderos sentimientos hacia Saxon.
Se dirigió hacia una gasolinera, llenó el depósito y le pidió al encargado que le indicara dónde estaba la dirección en cuestión. Diez minutos más tarde, iba conduciendo tranquilamente por una pequeña calle de una zona residencial buscando números. Finalmente, detuvo el coche frente a una casa agradable pero sin pretensiones.
Con menos ganas de lo que había pensado, se bajó del coche y se acercó a la casa. Después de subir los tres escalones del porche, se percató de que no había timbre, por lo que se limitó a llamar al marco de la puerta y a esperar. Un gato gris y blanco salió al porche y comenzó a maullar con curiosidad al verla allí.
Después de unos instantes, volvió a llamar. En aquella ocasión escuchó unos rápidos pasos que se dirigían hacia la puerta y sintió que el pulso se le aceleraba.
La puerta se abrió por fin y se encontró cara a cara con una mujer alta y delgada, de aspecto severo. La mujer no abrió la mosquitera y con voz seca le dijo:
– ¿Qué desea?
Anna se sintió desmoralizada por la antipatía de aquella mujer y pensó en fingir haberse perdido como excusa por haber llamado. De hecho, llegó a pensar en marcharse sin mencionar a Saxon.
– ¿Es usted la señora Bradley? -le preguntó por fin.
– Sí, soy la señora Bradley.
– Me llamo Anna Sharp y estoy buscando a los Bradley que ejercieron de familia de acogida de Saxon Malone. ¿Son ustedes?
– Así es -dijo la mujer, con voz tensa. Siguió sin abrir la mosquitera.
Anna sintió que sus esperanzas se desmoronaban. Si Saxon no había recibido amor de ninguna clase durante su estancia allí, mientras era sólo un muchacho, tal vez nunca sería capaz de darlo ni de aceptarlo. ¿Qué clase de matrimonio podría tener ella en aquellas circunstancias? ¿Qué haría ella si su propio hijo tuviera un padre que siempre se mantenía a distancia?
Sin embargo, había recorrido un largo camino hasta llegar allí, por lo que decidió que lo mejor era decirle a aquella mujer el asunto que la había llevado a Fort Morgan.
– Yo conozco a Saxon -comenzó. Al escuchar aquellas palabras, la mujer abrió inmediatamente la mosquitera.
– ¿Lo conoce? -le preguntó muy interesada-. ¿Sabe usted dónde está?
– Sí.
La señora Bradley la invitó a pasar con un movimiento de cabeza.
– Entre.
Anna lo hizo, con la sensación de que estaba obedeciendo una orden en vez de aceptar una invitación. La mujer la condujo hacia el salón, que estaba decorado con muebles muy antiguos y usados, pero limpios.
– Siéntese.
Anna obedeció. Antes de sentarse también, regresó a cerrar la puerta principal y luego se limpió las manos en el delantal que llevaba puesto. Anna observó el movimiento de aquellas fuertes y ajadas manos y se dio cuenta de que, más que una necesidad, había sido un tic. Contempló el rostro de la mujer y se sorprendió al ver que, en los duros rasgos de la mujer, tomaba vida el espejismo de un sentimiento. La señora Bradley estaba tratando de contenerse, pero no pudo evitar que una solitaria lágrima le cayera por la enjuta mejilla. Entonces, se sentó en una mecedora y se agarró el delantal con las manos.
– ¿Cómo está mi niño? -preguntó con la voz desgarrada por la emoción-. ¿Se encuentra bien?
Se sentaron a la mesa de la cocina. La señora Bradley tomaba café mientras que Anna se contentó con un vaso de agua. La señora Bradley había logrado recuperar la compostura aunque, de vez en cuando, se secaba los ojos con una de las puntas de su delantal.
– Hábleme de él -dijo Emmeline Bradley. Sus cansados ojos azules reflejaban una mezcla de alegría y ansia de saber, acompañados de una pizca de dolor.
– Es ingeniero -la informó Anna, llena de orgullo-. Es dueño de su propia empresa y tiene mucho éxito en los negocios.
– Siempre supe que eso sería lo que ocurriría. Saxon era muy listo. Harold y yo siempre decíamos que tenía la cabeza bien asentada sobre los hombros. Sacaba muy buenas notas en sus estudios y se los tomaba muy en serio.
– Consiguió ir a la universidad y se graduó de los primeros de su clase. Podría haber ido a trabajar para una de las grandes empresas de ingeniería, pero quería tener su propio negocio. Yo fui su secretaria durante algún tiempo.
– Madre mía, hasta secretaria… Cuando se decidía a hacer algo, no había quien lo detuviera.
– Sigue siendo así -comentó Anna, entre risas-. Dice exactamente lo que piensa y hace exactamente lo que dice. Una siempre sabe a qué atenerse con Saxon.
– Cuando estuvo con nosotros, no hablaba mucho, pero nosotros comprendíamos lo que le pasaba. De hecho, teniendo en cuenta por todo lo que había tenido que pasar, era increíble que hablara. Nosotros tratábamos de no agobiarlo ni imponernos a él. A veces nos rompía el corazón al ver cómo se apresuraba a hacer todo lo que le pedíamos para luego hacerse a un lado para ver si nosotros pensábamos que lo había hecho bien. Supongo que creía que íbamos a echarlo de casa si no lo hacía todo a la perfección o tal vez a darle una paliza tal y como habían hecho en algunas de las otras casas en las que había estado.
Los ojos de Anna se llenaron de lágrimas. Se imaginaba a Saxon claramente, tan joven, tan delgado y tan indefenso, con aquellos ojos verdes siempre observando.
– No llores -susurró Emmeline antes de tener que secarse sus propios ojos-. Cuando lo acogimos, tenía doce años. Estaba delgado como un hueso y era muy desgarbado. Aún no había dado el estirón y cojeaba un poco porque la mujer que lo tuvo antes que nosotros lo arrojó del porche con el palo de una escoba. El pobrecillo se torció el tobillo y se hizo mucho daño. Tenía muchos hematomas en la espalda, como si aquella desalmada le hubiera golpeado allí también con la escoba. Supongo que era algo habitual. Además, tenía la marca de una quemadura en el brazo. Él nunca nos dijo qué le había pasado, pero la asistente social nos dijo que un hombre le había apagado un cigarrillo en el brazo.
»Nunca mostró miedo ante nosotros, pero, durante mucho tiempo, se tensaba si nos acercábamos demasiado, como si estuviera preparándose para salir corriendo o para pelear. Parecía más cómodo si nos manteníamos a distancia, así que era eso lo que hacíamos, aunque yo me moría de ganas por abrazarlo y decirle que nadie iba a volver a hacerle daño. Sin embargo, era más bien como un perro al que habían maltratado. Había perdido su confianza en la gente.
Anna sintió que se le hacía un nudo en la garganta al hablar.
– Hasta cierto punto, sigue mostrándose distante. No se muestra cómodo en lo que se refiere a los sentimientos, aunque está mejorando.
– ¿Tan bien lo conoces? Me has dicho que fuiste su secretaria. ¿Ya no trabajas para él?
– No. Llevo dos años sin trabajar para él -respondió. Entonces, se sonrojó-. Vamos a tener un hijo y él me ha pedido que me case con él.
– En mis tiempos, se hacía al revés, pero ahora todo es muy diferente -replicó la mujer mirándola de arriba abajo-. No hay vergüenza alguna en amar a una persona. ¿Para cuándo nacerá el niño?
– En septiembre. Vivimos en Denver, por lo que no estamos muy lejos. No resultaría difícil venir de visita.
El rostro de Emmeline se cubrió de una profunda tristeza.
– Siempre imaginamos que Saxon no quería tener nada que ver con nosotros. Se despidió de nosotros cuando se graduó en el instituto y supimos que lo decía completamente en serio. En realidad, nunca pudimos culparlo. Cuando vino a vivir con nosotros, los años de sufrimiento lo habían marcado hasta tal punto que sería difícil cambiarlo. La mujer que lo trajo a este mundo tiene muchas cosas de las que responder, por lo que le hizo nada más nacer y por el infierno en el que convirtió su vida. Te juro que si alguien hubiera descubierto quién era, yo habría sido capaz de asesinarla.
– Eso mismo he pensado yo…
– Mi Harold murió ya hace algunos años. Me encantaría que estuviera aquí ahora para que supiera lo bien que le ha ido la vida a Saxon, pero supongo que ya lo sabe de todos modos.
– Saxon me dijo que usted perdió a su hijo -dijo Anna. Inmediatamente se arrepintió porque no quería causarle a la mujer una pena innecesaria. Perder a un hijo era algo que ningún padre debería experimentar nunca.
Emmeline asintió.
– Kenny… Dios santo… Hace ya treinta años desde que se puso enfermo aquella última vez. Siempre estuvo enfermo del corazón desde que nació y, entonces, no podían hacer las cosas que pueden hacer ahora. Desde que era un bebé, los médicos nos dijeron que no viviría mucho tiempo, pero saberlo no siempre prepara a uno para lo peor. Murió cuando tenía diez años, el pobrecito, y tenía el tamaño de un niño de seis.
Después de una pequeña pausa, la mujer siguió hablando. Una sonrisa se le había dibujado en el rostro.
– Saxon, por el contrario, a pesar de estar muy delgado y magullado, era fuerte. Empezó a crecer al año siguiente de venir a vivir con nosotros. Tal vez era comer a sus horas lo que lo consiguió. Dios sabe que yo le metía en el cuerpo toda la comida que podía. Creció más de treinta centímetros en poco más de seis meses. Era alto y muy delgado. Cada vez que le comprábamos unos pantalones, parecía que se le quedaban pequeños a la semana siguiente. En poco tiempo, se hizo más alto que Harold, aunque era todo brazos y piernas. Entonces, empezó a engordar y daba gusto verlo. De repente, empezamos a tener más chicas caminando por delante de la casa de las que hubiéramos podido imaginar que vivían en los alrededores.
– ¿Cómo se tomó él ser el centro de atención de tantas chicas?
– Jamás se dio por aludido. Como ya te he dicho, se tomaba muy en serio sus estudios. Además, se mostraba muy esquivo a la hora de permitir que nadie se le acercara, por lo que creo que salir con una chica le habría resultado muy incómodo. Sin embargo, esas chicas no se desmoralizaban por ello y no puedo culparlas por ello. Saxon hacía que todos los chicos de su edad parecieran unos enclenques a su lado. Empezó a afeitarse cuando tenía quince años y tenía barba de verdad, no unos pelillos de nada como la mayoría de los chicos. Su torso y sus hombros ensancharon mucho y tenía el cuerpo muy bien formado.
Anna dudó, pero decidió tocar de nuevo el tema de Kenny. Emmeline hablaba con verdadero entusiasmo sobre Saxon, pero tal vez era porque le había negado su atención durante muchos años.
– Saxon me ha dicho que siempre le pareció que usted lamentaba que él no fuera Kenny y que lo culpaba de no ser su hijo.
Emmeline lo miró muy sorprendida.
– ¿Cómo? Eso es imposible. Saxon no tuvo la culpa de que Kenny muriera. Una madre jamás supera la muerte de un hijo, pero cuando acogimos a Saxon, Kenny ya llevaba varios años muerto. Siempre habíamos planeado adoptar o acoger a algún niño después de que Kenny nos dejara. Los recuerdos de Kenny nos abandonaron un poco cuando llegó Saxon a casa. Nos parecía que nuestro hijo se alegraba de que tuviéramos a alguien más de quien ocuparnos y Saxon nos ayudaba a no pensar en nuestro hijo. ¿Cómo íbamos a culparlo de nada después de todo lo que había tenido que pasar? Kenny no gozaba de buena salud, pero él siempre supo que lo queríamos mucho y, aunque murió tan joven, en cierto modo tuvo más suerte que Saxon.
– Saxon necesita mucho amor -afirmó Anna, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta-, pero le cuesta mucho llegar a nadie o dejar que la gente llegue a él.
Emmeline asintió.
– Supongo que tal vez nos deberíamos haber esforzado un poco más después de que él comprendiera que no íbamos a hacerle daño, pero, para entonces, ya nos habíamos acostumbrado a mantener las distancias con él. De todos modos, Saxon parecía más cómodo así y nosotros decidimos no obligarlo. Con el tiempo, veo claramente lo que deberíamos haber hecho con él, pero en aquellos momentos hicimos lo que nos pareció que él necesitaba de verdad…
Emmeline permaneció unos instantes sentada en completo silencio. Entonces, volvió a tomar la palabra.
– Jamás nos arrepentimos de su presencia en esta casa. Ni por un solo instante. Dios sabe que lo quisimos mucho desde el momento en el que lo vimos.