Lo que Saxon acababa de contarle explicaba perfectamente la clase de hombre en la que él se había convertido y en por qué le resultaba tan difícil aceptar cualquier sentimiento parecido al cariño y al amor. Si algo había aprendido en los primeros dieciocho años de su vida era que no podía depender de lo que el resto de la gente llamaba «amor» dado que era algo que nunca había conocido. No podía engañarse inventando historias sobre el amor de su madre, dado que los actos de ésta reflejaban claramente no sólo que el niño no le había importado nada, sino que había tratado de asesinarlo deliberadamente. Jamás había recibido afecto alguno de los empleados de las diferentes instituciones en las que había estado. Como los niños aprenden muy deprisa, cuando por fin lo dejaron en un orfanato ya sabía perfectamente que no podía confiar en que nadie se ocupara de él. Por lo tanto, se había refugiado en sí mismo. Se había dado cuenta de que no podía confiar en nadie más que en sí mismo para todo.
Al ir pasando de una familia de acogida a otra, esta creencia se había ido reforzando poco a poco a lo largo de su infancia. Por una razón u otra, no había encajado en ninguno de aquellos hogares. ¿Cómo es posible que un niño así aprenda a ser amado y a amar? De ninguna manera.
Cuando Anna pensaba en lo que Saxon había logrado hacer de su vida, sentía una profunda admiración por la inmensa fuerza de voluntad que él había demostrado. Se había tenido que esforzar mucho para conseguir ir a la universidad, para lograr sacarse no sólo un título en ingeniería si no también para conseguir terminar la carrera como uno de los primeros de su clase. Este hecho le procuró una amplia selección de empleos al terminar y de ahí, pasó a fundar su propia empresa.
Después de aquella desgarradora confesión, ninguno de los dos había podido pronunciar palabra. Se levantaron y empezaron a realizar las rutinas de un día corriente, aunque aquél distaba mucho de serlo. Las últimas veinticuatro horas les habían pasado factura a ambos y los había obligado a retirarse a un largo periodo de silencio, que se veía roto tan sólo por asuntos domésticos como qué era lo que iban a comer.
Sin embargo, Saxon estaba allí. No mostraba indicación alguna de marcharse. Anna se tomó este detalle como una pequeña señal de esperanza y decidió no seguir recogiendo sus cosas. En aquellos momentos, lo único que necesitaba era la presencia de Saxon.
A última hora de aquel lluvioso día, él le preguntó:
– Jamás respondiste a mi pregunta de esta mañana. ¿Podemos seguir como antes?
Ella lo miró y vio que el estrés aún era evidente en el rostro de Saxon. Sin embargo, parecía haber asimilado muy bien todo lo ocurrido aquel día. Anna, por el contrario, no estaba tan segura de su propia reacción. A pesar de todo, prefería soportar ella toda la tensión que correr el riesgo de molestarlo a él en un momento que podría ser suficiente para alejarlo de nuevo de su lado y, aquella vez, definitivamente.
Se sentó frente a él y trató de ordenar sus pensamientos.
– Por mí misma -dijo por fin-, nada me gustaría más. Perderte estuvo a punto de costarme la vida y no estoy segura de que pudiera volver a soportarlo. Sin embargo, no puedo pensar sólo en mí. No podemos pensar sólo en nuestro acuerdo. ¿Y el niño? Al principio, no le importará nada más que su mamá y su papá, pero, asumiendo que permanezcamos juntos durante años, ¿qué ocurrirá cuando empiece el colegio y descubra que las mamas y los papas de otros niños están casados? Estamos en Denver, no en Hollywood y, aunque nadie pone mala cara porque una pareja viva junta sin casarse, las circunstancias cambian cuando se ve implicado un niño.
– ¿Y en qué cambia la situación si tú te marchas de aquí? -preguntó Saxon mirándose las manos-. Los padres de ese niño seguirán sin estar casados, pero tú tendrás que intentar criarlo tú sola. ¿Crees que eso es mejor para ese niño? Yo no sé qué clase de padre podría ser yo, pero creo que sería mejor que nada.
Los labios de Anna empezaron a temblar. Los mordió con fuerza para que se detuvieran. Dios santo, ¿estaba haciendo que Saxon le suplicara verse incluido en la vida de su propio hijo? Jamás había tenido esa intención, especialmente tras saber lo que él le había contado aquella mañana.
– Creo que serías un padre maravilloso -dijo-. Jamás tuve la intención de impedirte que vieras a tu propio hijo. De lo único de lo que no estoy segura es del acuerdo mediante el que hemos estado viviendo hasta ahora.
– Yo sí. Te deseo… y tú… tú me deseas a mí -replicó. Aún no podía decir que Anna lo amaba-. En estos momentos no tenemos por qué hacer nada. Como tú has dicho, pasarán años antes de que nuestro hijo sea lo suficientemente mayor para poder compararnos con otros padres. Aún tienes que pasar el resto de lo que te queda de embarazo y Dios sabe que yo no podré dormir por las noches si no sé que te encuentras bien. Al menos, quédate aquí hasta que nazca el niño. Yo puedo ocuparme de ti, acompañarte a las clases de preparación al parto y estar contigo durante el alumbramiento…
– Nada me gustaría más -replicó ella, con voz ronca. Entonces, vio cómo el alivio se reflejaba en los ojos de Saxon antes de que él pudiera ocultarlo.
– En ese caso, traeré mis cosas mañana.
Anna sólo pudo parpadear de la sorpresa. Había esperado que él decidiera volver a lo de siempre, durmiendo con ella todas las noches pero regresando a su apartamento por las mañanas para cambiarse de ropa antes de ir a trabajar. El hecho de pensar que las ropas de Saxon pudieran colgar al lado de las de ella en el vestidor la hacía sentirse emocionada y un poco alarmada a la vez. Este último sentimiento era ridículo, dado que no había nada que hubiera deseado más que llevar una vida completa al lado de Saxon. Sin embargo, las cosas estaban cambiando tan rápidamente y su vida ya estaba bastante patas arriba con el embarazo. Cada día iba perdiendo un poco más el control de su cuerpo a medida que el bebé crecía en su interior y le pedía más. Aunque los síntomas de su embarazo habían sido muy escasos, los cambios se iban haciendo poco a poco más evidentes.
Llevaba todo el día luchando contra uno de esos cambios y, de repente, todo se hizo demasiado. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al mirarlo, se le derramaron por las mejillas. Inmediatamente, Saxon acudió a su lado y la abrazó cariñosamente.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó-. ¿No quieres que me venga a vivir contigo? Creía que te gustaría porque así podría cuidarte mejor.
– No se trata de eso -sollozó ella-. Bueno, sí que lo es. ¡Claro que me gustaría! Siempre he querido que te vengas a vivir conmigo o que me pidieras a mí que me fuera a vivir a tu casa. Pero no lo has hecho por mí, sino por el bebé.
Saxon la miró y, con los pulgares, le secó las lágrimas. Tenía el ceño fruncido.
– Por supuesto que lo hago por ti -dijo-. Al bebé no lo conozco. Diablos, ¡pero si aún no he visto evidencia alguna de que exista! No quiero que estés sola más de lo necesario. ¿Has ido ya al médico?
Anna sorbió por la nariz y se limpió los ojos.
– Sí. De hecho no me había dado cuenta de que estaba embarazada hasta que fui a ver al médico. Fui porque mi último periodo fue simplemente una mancha y el anterior muy ligero. Casi no he tenido síntomas.
– ¿Eso es normal?
– Eso parece. El médico me dijo que todo está bien y que algunas mujeres manchan un poco durante los primeros meses y que otras no, al igual que algunas tienen náuseas por las mañanas y otras no. De lo que sí me he dado cuenta es de que me canso mucho y que tengo mucho sueño y de que tengo muchas ganas de llorar.
Saxon pareció aliviado.
– ¿Quieres decir que estás llorando por el bebé?
– No, estoy llorando por ti…
– Pues no lo hagas -dijo Saxon, estrechándola entre los brazos y dándole un beso en la frente-. No me gusta que llores.
Saxon no podía saber lo agradable que le resultaba a Anna que la abrazara y mimara de aquella manera, lo mucho que lo había añorado. Ella tampoco había recibido mucho amor a lo largo de su vida aunque jamás había sufrido las brutalidades a las que Saxon se había visto expuesto. Su sueño más deseado había sido tener un hogar con él, un hogar como el de todo el mundo, con la dulce seguridad de la rutina y de saber que él iba a volver a casa todos los días. En sus sueños, él siempre la había abrazado y le había dicho lo mucho que la quería, mientras que en la realidad, Saxon se había limitado a ofrecerle intimidad física y un desierto emocional.
Aquel cambio tan repentino se parecía tanto a un sueño hecho realidad que ella temía terminar creyéndoselo. A pesar de todo, no iba a hacer nada que pudiera darlo por terminado prematuramente. Mientras Saxon permaneciera a su lado, estaba dispuesta a saborear todos y cada uno de los momentos.
Tal y como había prometido, Saxon se mudó al día siguiente. Él no le dijo nada, pero un par de llamadas, una de una persona interesada en alquilar su otro apartamento y otra de una empresa que deseaba comprobar que aquélla era la dirección a la que se debían enviar las facturas, le confirmaron que había decidido dejar su otra residencia. Eso más que nada le indicó que Saxon se había tomado muy en serio lo de mantener su relación.
Lo observó atentamente para ver si se encontraba nervioso porque su relación hubiera cambiado en aspectos muy importantes, como se trataba el hecho de que ya no tuvieran apartamentos separados. Anna también le había confesado que estaba enamorada de él y esas palabras no podían olvidarse ni borrarse. La reacción que Saxon había tenido ante la breve separación de ambos le indicaba más que nada lo que sentía por ella. Aunque llevaban dos años de relación, aquella cercanía física era nueva para él y Anna se había dado cuenta de que, a veces, Saxon no sabía muy bien cómo actuar. Era casi como si estuviera en un país extranjero en el que no hablaba el idioma y en el que estuviera tratando de avanzar a tientas, incapaz de entender lo que le decían las señales de tráfico.
Cada vez sentía más curiosidad por el niño e insistió en acompañarla a la siguiente visita que ella tenía con el médico y que se iba a producir tan sólo unos días después. Al enterarse de que, cuando el embarazo estuviera más avanzado, una ecografía podría revelar el sexo del bebé, quiso saber inmediatamente cuándo podrían realizar esa prueba y el margen de error que tenían los médicos. Dado que era la primera vez que él se interesaba por el sexo del bebé, Anna se preguntó si deseaba tener un hijo en vez de una hija. Saxon no había indicado preferencia alguna dado que siempre se habían referido a su hijo como «el bebé», en vez de «el niño» o «la niña».
¿Qué efecto tendría un hijo sobre él? Seguramente se vería más reflejado en un niño y, en cierto modo, tendría la oportunidad de corregir el horror de su propia infancia asegurándose de que su propio hijo jamás conociera sentimiento alguno aparte del amor incondicional. En su imaginación, Anna lo vio enseñando pacientemente a un niñito cómo sostener un bate o darle una patada a un balón. Seguramente, insistirían en acudir a una amplia variedad de juegos de pelota y Saxon observaría muy orgulloso a su hijo cuando fuera éste el que jugara.
A pesar de lo que le dictaba su sentido común, Anna no podía dejar de imaginarse un futuro con Saxon. Ya había ocurrido un milagro: él no había desaparecido cuando se enteró de su embarazo. No dejaría de esperar que aquel milagro no fuera el único.
Aquella noche, cuando estaban tumbados en la cama, apoyó la cabeza sobre el torso de Saxon y escuchó los fuertes latidos de su corazón. Se colocó la mano sobre el vientre y pensó que su bebé estaba escuchando su propio corazón de aquella misma manera y que lo encontraría tan tranquilizador como el de Saxon la relajaba a ella. Era un sonido maravilloso.
– Pareces estar muy interesado en la ecografía -le dijo.
– Mmm…
– ¿Tienes ganas de saber si es niño o niña?
– Sí, me gustaría saberlo -respondió él. Estaba inquieto-. ¿Y a ti? ¿Te gustaría que fuera una niña?
– En realidad, no -contestó ella, con un bostezo. Estaba muy cansada-. Sólo quiero que venga bien. Me da igual que sea niño o niña, aunque vendría bien saberlo con tiempo para que podamos elegir el nombre y poder decorarle la habitación sin tener que recurrir a los tonos verdes o amarillos.
– Una habitación… No había pensado en eso. Lo único que me puedo imaginar es una personita envuelta en una toquilla. Se quedará donde lo dejemos y no ocupará mucho sitio. ¿Por qué necesita alguien tan pequeño una habitación para él solo?
Anna sonrió.
– Porque, si no, el apartamento entero estará lleno de toda la parafernalia necesaria para cuidar de un bebé. Además, ¿dónde habías creído que iba a dormir?
La pregunta sorprendió a Saxon. Entonces, se echó a reír. La extrañeza de aquel sonido resonó alegremente en los oídos de Anna.
– Supongo que con nosotros. Sobre el brazo que no estuvieras utilizando. De hecho, yo diría que podría dormir sobre mi pecho, pero según tengo entendido no están adiestrados.
Anna se echó a reír y Saxon volvió a soltar una carcajada. Se sentía mucho más feliz de lo que recordaba haber sido en toda su vida. Se acurrucó un poco más contra él.
– Me imagino que te gustaría que fuera niño. Llevo imaginándote todo el día enseñándole a jugar al béisbol.
Saxon se tensó.
– No especialmente -dijo-. En realidad, preferiría que fuera niña.
Anna se sintió tan sorprendida que no supo qué decir, en especial porque no sabía qué parte de la frase que ella había pronunciado era lo que le había molestado. Saxon no dijo nada durante un buen rato y Anna comenzó a quedarse dormida. Sin embargo, el sopor desapareció por completo cuando oyó que él decía en voz muy baja:
– Tal vez si es una niña la querrás más.